Sie sind auf Seite 1von 3

De Amore (Tratado sobre el amor)

Andreas Capellanus. Siglo XII.

Tomado de: Andrés el capellán, De amore. Tratado sobre el amor, Barcelona, Sirmio, 1990.

¿QUÉ ES EL AMOR?

Que esta pasión es innata, te lo voy a explicar claramente, porque, si buscas la verdad con exactitud, esta
pasión no nace de acción alguna sino únicamente de la reflexión del espíritu a partir de aquello que ve.
Pues cuando alguien ve a una mujer dotada para el amor y moldeada a su gusto, al punto empieza a
desearla en su corazón En efecto, luego, cuanto más piensa en ella, tanto más arde de amor por ella, hasta
tal punto que llega a obsesionarse

Luego empieza a figurarse la forma de su cuerpo, a detallar sus miembros, a imaginar sus actos y a indagar
los secretos de su cuerpo, y desearía gozar plenamente de cada una de sus partes. Una vez ha llegado a
acaparar totalmente su pensamiento, el amor ya no sabe contener sus riendas, sino que rápidamente pasa
a la acción. Así, enseguida intenta conseguir ayuda y buscar un intermediario Empieza a pensar de qué
manera podrá hallar su favor, a buscar el lugar y el momento adecuados para hablarle, y un breve instante
le parece el más largo de los años, ya que nada se lleva a cabo lo suficientemente rápido para su espíritu
ansioso y se sabe que muchas cosas le suceden de este modo Esta pasi6n innata procede pues de la visi6n y
de la reflexión. Una reflexi6n cualquiera no hasta para originar el amor, sino que es necesario que sea
obsesiva, pues una re- flexi6n moderada no puede volver a la mente, y, por lo tanto, de ella no puede nacer
el amor.

CÓMO DEBE CONSERVARSE EL AMOR.

Ya que hasta aquí hemos hablado suficientemente sobre la adquisición, podemos pasar a ver ya añadir de
qué modo debe conservarse el amor ya conseguido.

A aquel que desee mantener ileso su amor le conviene cuidarse de no divulgarlo y de ocultarlo a todos,
pues cuando el amor empieza a ser conocido por muchos, deja de crecer con naturalidad y conoce su
declive. Un amante también debe mostrarse ante su amada versado en todas las cosas, moderado y
compuesto en sus costumbres, y de ningún modo debe herir su ánimo con acciones inoportunas. Además,
está obligado a socorrer las necesidades de su amada, compartiendo todos sus sufrimientos y cumpliendo
sus justos deseos. Pero aunque sepa que su deseo no es demasiado justo, de estar dispuesto a obedecerla
tras advertirla sobre ello. Y si, sin darse cuenta, hace algo inconveniente que irrite el ánimo de su amada,
reconocerá inmediatamente y con gesto compungido que ha actuado mal y se excusará de haber
provocado su ira o señalará algún motivo bueno que pueda justificar su acción. Además, debe ser
comedido en los elogios que haga de su amada ante los demás; no le conviene hablar de ella prolija o
reiteradamente y raras veces ha de frecuentar su compañía. Incluso si la viera reunida con otras damas,
estando él también en la reunión, debe abstenerse de hacerle todo tipo de señales y tratarla como a una
extraña para que quien le aceche traidoramente su amor pueda hallar un modo de hablar mal de ella. En
efecto, los amantes no deben hacerse señales mutuas a menos que se crean apartados de toda asechanza.
Por otro lado, tiene que agradar a su amada en el vestir y cuidar con moderación su aspecto, pues el
cuidado excesivo del cuerpo molesta a todos y provoca el desprecio de la belleza natural. Una generosidad
desbordante también le valdrá para conservar el amor; en efecto, todos los enamorados han de despreciar
las riquezas materiales y regalarlas a los que tienen necesidad de ellas. Nada se considera más digno de
elogio en un amante que el encontrarlo revestido de la virtud de la generosidad, pues toda su integridad
desaparece si está mezclada con la avaricia, y, del mismo modo, se tolerarán muchos vicios si la
generosidad le presta belleza. Si además el amante es de tal modo que es apropiado para la guerra, debe
procurar que su valor sea conocido por todos, ya que cualquier virtud que posea disminuirá si se muestra
como un tímido guerrero. Debe también ofrecer de buen grado sus servicios a todas las damas y mostrarse
obsequioso; le conviene estar revestido con las prendas de la humildad, arrancando de raíz la soberbia que
hay en su interior. Tiene que esforzarse por comportarse de tal modo ante los demás que nadie se
avergüence de recordar sus buenos dones ni pueda despreciar con raz6n su conducta. Además, debe hacer
suya para siempre la regla general según la cual todo aquello le exige el c6digo de la cortesía y aconseja su
doctrina no ha de ser omitido por los amantes, sino cumplido con el más solícito afán. El amor también se
retiene llevando a cabo los deliciosos y dulces placeres de la carne, pero de tal forma y tan a menudo que
no resulten tediosos a la dama. Y si el amante se da cuenta de que estos actos o actitudes le complacen ha
de esforzarse en realizarlos de un modo agradable y viril. Pero que el clérigo no ejerza actividades ni
hábitos laicos, pues nadie puede agradar a su amada, si ésta es inteligente, asumiendo hábitos que le son
ajenos o actuando de modo incongruente respecto a su estado.

Además, debe procurar con todas sus fuerzas relacionarse con gente buena y evitar totalmente la
compañía de los malos, pues esto último suscitará el desprecio de su amada.

Has de saber que lo que te hemos dicho sobre la conservaci6n del amor es aplicable a amantes de ambos
sexos. Quizás haya otras muchas formas aptas para conservar el amor, y un amante atento y diligente
podrá conocerlas si las busca por su cuenta.

¿CUÁLES SON LOS EFECTOS DEL AMOR?

Este es el efecto del amor: ya que el verdadero amante no puede estar corrompido por la avaricia, el amor
hace que una persona ruda e inculta brille con toda la hermosura, sabe también enriquecer a los de baja
cuna con nobles costumbres y además suele dotar de humildad a los soberbios; el enamorado se
acostumbra a ponerse al servicio de todos con complacencia. ¡Oh! ¡Cuán digno de admiración es el amor
que hace que un hombre brille con tantas virtudes y que enseña a cualquier persona a sobresalir por sus
buenas costumbres! Hay algo más en el amor que es digno de ser alabado con no pocas palabras: que el
amor realza, por decirlo así, al hombre con la virtud de la castidad, ya que aquel que brilla con los rayos de
un solo amor es incapaz de pensar en los brazos de otra, por hermosa que sea. En efecto, mientras piensa
exclusivamente en su amor, la figura de cualquier otra mujer es a su juicio ruda y descuidada.

Quiero, pues, amigo Gualterio, que esto quede para siempre grabado en tu corazón: que si el amor fuese
tan equilibrado que condujera siempre a sus marineros a un puerto de paz, después de la inundación
provocada por muchas tormentas, yo quedaría vinculado para siempre a su servicio. Pero como suele llevar
en sus manos pesos desiguales, tengo tan poca confianza en su justicia como en la de un juez sospechoso. Y
por eso no quiero de momento aceptar su arbitrio, ya que «a menudo abandona a sus marineros en las
impetuosas olas».

SOBRE LAS REGLAS DEL AMOR

I. El matrimonio no es excusa válida para no amar.

II. El que no siente celos no puede amar.

III. Nadie puede estar comprometido con dos amores.

IV. Se sabe que el amor siempre crece o disminuye.

V. Lo que el amante obtiene sin que lo quiera su compañero no tiene ningún sabor.
VI. El hombre sólo puede amar a partir de la pubertad.

VII. Los amantes deben guardar luto dos años por la muerte del amado.

VIII. Nadie debe verse privado del amor sin una raz6n válida.

IX. Nadie puede amar si no es incitado por el amor.

X. El amor siempre acostumbra a huir de la casa de la avaricia.

XI. No conviene amar a una mujer con la que uno se avergonzaría de casarse.

XII. El verdadero amante no desea otros abrazos que los de su amada.

XIII. El amor divulgado raramente acostumbra a durar.

XIV. Una conquista fácil hace el amor despreciable; una difícil lo hace valioso.

XV. Todo amante suele palidecer en presencia de su amada.

XVI. El coraz6n del amante se estremece al contemplar de repente a la amada.

XVII. Un nuevo amor destruye el anterior.

XVIII. Sólo la integridad moral hace a alguien digno del amor.

XIX. Si el amor disminuye, desaparece rápidamente y raras veces renace.

XX. El enamorado siempre se muestra tímido.

XXI. El deseo de amar crece siempre con los celos verdaderos.

XXII. Los celos y el deseo de amar siempre crecen al sospechar del amante.

XXIII. Poco duerme y come aquel a quien hacen sufrir sueños de amor.

XXIV. Toda la actividad del amante termina en el pensamiento de la amada.

XXV.El verdadero amante considera bueno sólo aquello que cree que complace a su amada.

XXVI El amor no puede negar nada al amor

XXVI. El amante no puede hartarse de las caricias de su amada.

XXVIII La más pequeña, sospecha incita al amante a pensar lo peor de su amada

XXIX No suele amar el que sufre una pasión excesiva.

XXX El verdadero amante está continuamente obsesionado por la imagen de su amada

XXXL Nada impide que una mujer sea amada por dos hombres, ni que un hombre lo sea por dos mujeres

Das könnte Ihnen auch gefallen