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TEMA 1: EL LATÍN EN EL CONTEXTO DE LAS LENGUAS INDOEUROPEAS.

ALFABETOS
GRIEGO Y LATINO. TENDENCIA FONOLÓGICA DEL ALFABETO LATINO.

El latín cuenta con una tradición escrita de más de dos milenios. Pertenece al
indoeuropeo (ie), de capital importancia para el lingüista que se propone explicar una
estructura fónica y gramatical o el léxico latino. El latín es llevado a la península itálica
por un pueblo invasor del Norte en el año 1000 a.C. pero hay que resolver cuestiones
como el emplazamiento originario del pueblo protoindoeuropeo y la afiliación dialectal
del latín en esta familia lingüística.

El latín se transcribe con un solo sistema de escritura, el alfabeto latino, tomado


de los etruscos quienes lo habían tomado de los griegos, y los griegos lo crean a partir
de la escritura consonántica fenicia. El alfabeto latino adopta su forma actual en la Edad
Media, con la minúscula. Lengua, escritura y cultura latinas extienden su influjo sobre
los pueblos romanizados. El latín evoluciona en su forma popular hacia las lenguas
romances; y en la clásica se mantiene como vehículo de transmisión cultural hasta la
fijación por escrito de las lenguas vernáculas; y luego hasta la literatura científica de la
Edad Moderna. El alfabeto latino se convierte en la única escritura universal.

La familia lingüística ie se compone de diversas lenguas que comparten muchas


semejanzas léxicas y gramaticales. Nos centraremos en las principales: el celta,
germánico, itálico; griego, tracio, frigio y báltico; eslavo y anatolio; armenio e iranio; y
antiguo indio y tocario. En 1786 Coeurdoux y Jones son los primeros en señalar
parentescos, como las correspondencias entre el sánscrito y el latín (agnís= ignis). En
1816 Bopp compara los sistemas verbales de varias lenguas ie, y, luego Rask recoge las
correspondencias fonéticas que se dan de forma sistemática. Pero cuando la Lingüística,
Arqueología e Historia quieren descubrir las causas de las semejanzas, comienzan las
especulaciones. Según la teoría del árbol genealógico de Schleicher, las semejanzas
remontan a un antepasado común, el ie que se fragmentó en dos ramas dialectales: la
eslavo-germánica y la ario-greco-ítalo-celta. Otra escisión genera una rama occidental y
otra oriental. La occidental la conforman las lenguas “centum” (germánico, eslavo, celta
y griego), que conservan la serie de consonantes oclusivas velares originaria (*k, *g,
*gh, *kw, *gw y *gwh); y la oriental está formada por las lenguas satem, que transforman
las anteriores en palatales (c, s, š, ś, z, j).

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En el siglo XX se supera la división centum/satum con el desciframiento del
tocario y hetita. Por otro lado, la palatalización afecta a las lenguas ie en distintas
épocas, así en latín (centum) se registra en fecha tardía, como ocurre al eslavo (satem).
Además hay muchas innovaciones que sólo se dan en lenguas occidentales y orientales,
sin corresponder a tal división. Schmidt propone la teoría de las ondas, por la que el
cambio lingüístico se propaga desde un epicentro a zonas distantes y las afectadas por
un cambio determinado, comparten un rasgo que las asemeja, esto es, la isoglosa. La
semejanza lingüística se debe a la extensión de isoglosas entre Europa y Asia. Aunque
se conciben las lenguas como dialectos de una lengua común, se acepta la existencia de
isoglosas que pasan a los dialectos vecinos.

Se sitúa al pueblo ie entre los milenios V y IV pero es complejo su


emplazamiento originario. La tesis más extendida se dirige al Norte del Mar Negro o
Caspio, donde el pueblo protoindoeuropeo es portador de la “Cultura Kurgán”, asociada
a la aparición de los ie en Grecia en el segundo milenio.

La mayor parte del léxico y flexión latinos es herencia de una época que dista
mucho de su existencia por separado. Aunque el latín participa de la isoglosa centum,
sobresale la participación del itálico en una serie de hechos en las zonas extremas del
dominio ie. Las coincidencias entre itálico y griego se deben a evoluciones paralelas o
isoglosas y no a un antiguo parentesco (G pl –arum, -áwn en gr. y –āzum en osco).
Según la Gramática Comparativa, las principales correspondencias fonéticas entre
griego y latín son las siguientes: en ie *a, *e, *o se mantienen en griego alfa, épsilon y
ómicron y en latín; las oclusivas labiales, dentales y guturales sordas y sonoras se
mantienten (*p, *t, *k, *b, *d, *g), pero no así las aspiradas sonoras *bh, *dh, *kh, que
en griego pasan a fi, zeta y ji y en latín a f-b, f-d-b y h-g, respectivamente; la *s se
mantiene como tal o en latín con rotacismo; y *kw > pi, tau en gr. y qu en lat., *gw> beta,
delta en gr. y gu-u en lat, y por último, *gwh> fi, zeta y f-gu en lat.

Hoy se considera que los diversos dialectos ie surgen por desmembración


escalonada, que Adrados distribuye en tres estadios: el IE I, protoindoeuropeo que no
sobrevivió; el IE II, del que se conserva el anatolio, con flexión monotemática,
conservación de laringales, sin oposición de género ni vocales largas; y el IE III, del que
surgen desde el tercer mileno los demás dialectos. Ello concuerda con que los primeros
textos del griego y del grupo indoiranio sean del siglo XV, mientras los hititas se

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remontan al XX. Este ie. crea nuevos temas, pierde laringales, introduce vocales largas,
el relativo *so-*sa-*tod y desarrolla dos variantes dialectales: la A para Grecia, Irán y la
India; y la B para Europa y Turquestán, por lo que el latín procedería del IE III B, punto
de partida del tocario, celta e itálico, sin embargo, para Ivanov el latín deriva del IE III
A. El ítalo presenta muchos rasgos comunes con el celta y germánico como el genitivo
temático en –ī; la –r con valor originario de pasiva impersonal; la sonorización de la –p-
media; subjuntivos itálicos y celtas en –ā y –s; formante *-smo- del superlativo; etc.
También hay numerosas concordancias léxicas entre el ítalo y el celta, interpretadas por
Silvestri como desarrollos fonéticos paralelos que invalidad la tesis de una amplia
unidad intermedia “ítalo-celta”. En fin, la tesis de la unidad ítalo-celta es defendida por
lingüistas de la talla de Meillet e Ivanov y rechazada por otros estudiosos.

En cuanto a la unidad itálica, hay datos numerosos. Al grupo ítalo pertenecen el


latín del Lacio, el osco y el umbro. Entre los ejemplos característicos de las lenguas
itálicas, destacan el uso de los dos temas del interrogativo-indefinito *Kwi/ *Kwo-a >
quis lat., pis osc., umbr., tís gr. y Kwis hit.; *somi> sum lat.y súm osc.; y *pos>*posti
>post lat. y umbr., púst osc. Se sabe que el grupo itálico habló en esencia una misma
lengua pero se desconoce el lugar, la fecha y el modo en que se fragmentó, no así con
los dialectos latinos. Los latinos en su origen habitan una gran extensión: al Norte,
Falerios; al Este las inscripciones conservadas presentan ejemplos mixtos del latín y
osco-umbro. Entre los textos latinos antiguos destacan del siglo VI en Roma la “Piedra
Negra del Foro” con los arcaísmos quoi, sacros y esed así como el vaso de Duenos con
deiuos y sied; de Preneste su famosa fíbula y de Falerio una copa del siglo V con la
inscripción foied uino pipafo por hodie vinum bibam. Otro hallazgo importante es el
Lapis Satricanus, donde aparece Poplosio Valesiosio por Publii Valerii.

Atendamos a los alfabetos griego y latino. Sobre el siglo IX los fenicios


transmiten su escritura a los griegos. Con la forma Y de wau se crea la ypsilon, y
modificada pasa a digamma F, de valor semiconsonántico. El signo hetita Εǀ se
simplifica en eta, conservando la aspiración. Samek, con valor s, se reúsa para Ks con el
nombre xi, y šin, w rota 90º dando la sigma griega y la s latina. Los griegos también
innovan y a cuatro signos fenicios con valor consonántico dan valores vocálicos: aleph
se reutiliza para el sonido [e]; ajin representa la vocal o; y yod y wau ya tenían valor
sonántico en fenicio. La creación de signos vocálicos supone la invención del primer

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alfabeto completo de la historia. Por otro lado, para los sonidos ph, kh y ps, los griegos
crean las letras fi, ji y psi.

Kirchoff elabora un mapa donde representa con colores las zonas donde se usa
cada variedad del alfabeto, distinguiéndose el alfabeto verde de Creta, Tera y Melos
que, al desconocer las tres nuevas consonantes, usan otras en su lugar; el rojo de la
Élide, Tesalia, Rodas y Siracusa; el azul claro en Atenas y Paros; y el azul oscuro en
Jonia, Corinto y Arcos, con psi para ps, ji para kh y xi may para ks. En el año 403
Atenas adopta oficialmente el alfabeto de Mileto, azul oscuro, que reutiliza la eta para ē
y crea la omega. Las demás ciudades siguen el ejemplo, creándose el alfabeto de 24
caracteres conocido como milesio: Α, Β, Γ (gamma), Δ (delta), Ε, Η (eta), Θ (zeta), Ι, Κ,
Λ (lambda), Μ, Ν, Ξ (xi) , Ο, Π, Ρ, Σ (sigma), Τ, Φ(fi), Χ (ji) Ψ (psi), Ω (omega). Al
principio el sentido de la escritura era de derecha a izquierda, herencia semítica; luego
se introdujo el bustrófedon, que combinaba una línea en este sentido y el contrario en la
siguiente; y por último, se fijó el dextrorsum, de izquierda a derecha. Las minúsculas se
desarrollan plenamente a partir del siglo IX d.C.

En el alfabeto latino un sonido consta de varios rasgos fónicos: [n] es oclusivo,


sonoro, nasal y dental; y [ŋ] oclusivo, sonoro, nasal y velar. En castellano estos sonidos
son dos alófonos de [ŋ]. En el caso de sonido nasal velar, la escritura castellana muestra
su tendencia fonológica, al no crear signo alguno para representarlo y también se ve esta
tendencia cuando crea ñ para la nasal palatal. La escritura alfabética muestra dos
tendencias: una, poco frecuente, que representa las variadas realizaciones de un fonema;
y otra, generalizada, que ignora los rasgos distintivos. Originariamente el alfabeto latino
consta de 21 letras, derivadas del alfabeto rojo (A, B, C, D, E, F, Z, H, I, K, L, M, N, O,
P, Q, R, S, T, V y X. El sentido de la escritura es el dextrorum. Los romanos adoptan el
signo H porque contaban con una sola consonante fricativa glotal sorda. Este sonido es
distintivo os/hos aunque no impide contracción vocálica ni rotacismo, por lo que entre
los siglos VI y IV la aspiración deja de pronunciarse.

Según Velio Longo, en el periodo más arcaico, hay una -s sonora [z],
representada por Z, que más tarde sufre rotacismo y Z se torna superflua y, eliminada
por Apio Claudio, en su lugar se coloca G, de nueva creación. La tendencia fonológica
del alfabeto latino se manifiesta así: antes del rotacismo, no hay fonema /z/ sino sonido
[z]; no hay diferencia de significado entre [esed] y [ezed]. Las grafías de las palabas

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tomadas del griego dan fe de la desaparición de la z, aunque en el siglo I d.C. se
restablece para reproducir la Z de palabras griegas, colocándose en el último lugar del
alfabeto latino.

Los romanos no toman su alfabeto directamente de los griegos, sino de los


etruscos. Los 26 caracteres del etrusco se fijan y se transmiten a Roma, lo que se
constata por varios hechos: en etrusco no era relevante la oposición de sonoridad, de ahí
que en la Piedra Negra del Foro figure recei por regei y en el Vaso de Duenos, virco por
virgo. Esta inconveniencia lleva a mediados del siglo III a la creación de G, aunque se
conserva C con valor de G en C: “Cayo” y en Gn: “Gneo”; Q pasa a C ante o, u, pero no
ante wau. La conservación de /qu/ se debe a ser un fonema labiovelar independiente,
como muestra la oposición distintiva qui (monosilábico) y cui (bisilábico). La K se
abandona, salvo en abreviaturas del lenguaje oficial (Kal de calendae y K de calumnia).
En el siglo I a.C. se introduce la Y, colocada después de X, para transcribir palabras
griegas y reproducir el sonido redondeado de “i” en contexto labial (lybens), pero su
carácter foráneo y afectado de la pronunciación [y] lleva a su desaparición.

Por último, la cantidad es un rasgo vocálico y consonántico. Así, cantidad


vocálica y consonántica son distintivas: ānus “anillo”/ ănus “vieja”/ ănnus “año, aunque
no se representa gráficamente hasta fecha tardía. Ennio, a principios del II a.C.,
comienza a representar las geminadas con consonantes dobles, y aunque surge otro
medio llamado “silicius, diacrítica sobre consonante (AN’IUS = ANNIUS), no tiene
éxito. Se anotan las vocales largas de dos modos: Accio opta por escribirlas dos veces,
lo que dura poco; y perdura hasta época imperial la representación de i larga mediante el
diptongo -ei, que en el siglo II a.C. había monoptongado en –ī. Otro medio es la I
longa, que aparece sobresaliendo gráficamente por encima de las demás, pero su uso se
torna arbitrario, representando en época imperial la yod. Y a finales de la República
aparece a veces el apex, especie de acento sobre vocal larga (ANNÓS).

Entre la bibliografía usada destacan Fonética latina de Bassols, Elementos de


fonética y morfología del latín de Monteil, Introducción a la Lingüística Comparativa
de Szemerényi y Manual de Lingüística Indoeuropea de Adrados, Bernabé y Mendoza.

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