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JUJUY:
Centro económico y político
Nexo al alto Perú de las mercancías de Catamarca, santa fe, bs as, Tucumán y
córdoba.
Área receptora de migración de la península
Ingresos de mercancías desde el alto Perú de ropa, la coca, lana de vicuña.
Producción de maíz y más tarde azúcar.
San miguel de Tucumán: fundada en el siglo XVI
Cabecera de jurisdicción.
Producción de maderas.
Área receptora de migración interna.
Córdoba: funda en 1783
Ciudad universitaria.
Sector mercantil consolidado.
Producción de ponchos ´
burros
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La región de cuyo:
Estrechamente ligada con chile
Producción de vino, aguardiente, frutas secas y trigo.
Cuya era el paso obligado de las mercancías de córdoba y buenos aires así el
pacifico.
Se exportaba yerba mate desde santa fe y buenos aires así chile.
Se enviaban a asunción vino y aguardiente.
Buenos aires:
Área receptora de migración que venía de Catamarca, Santiago del estero,
cuyo, el Paraguay y la misión jesuítica.
Crecimiento Bs. As. dado a la captación del flujo ilegal y luego leal del comercio
con el alto Perú.
Puerta así el atlántico.
Los inmigrantes se convirtieron en campesinos.
Capítulo 5: En los confines del Imperio español. Las fronteras del Sur
A finales del siglo XVIII, numerosos pueblos indígenas habían logrado resistir el embate
de los conquistadores y mantenían las llanuras del chaco y las pampas fuera de la
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jurisdicción del imperio español: la invasión europea había encontrado un límite a su
expansión, recién a finales del siglo XIX fueron sometidos estos pueblos. De esta forma,
algunos espacios coloniales como córdoba, o santa fe quedaron fijados por una doble
frontera con los pueblos chaqueños y pampeanos.
• El interés de los españoles por este espacio en buena parte desconocido se restringió
con el propósito de apresar indios para sostener las vigencias de las encomiendas del
Tucumán.
• La cercanía de la presencia indígena era tal que muchas veces dificultaba las
comunicaciones normales entre Salta y Jujuy. Para entonces, los temores de los vecinos
españoles estaban concentrados en los grupos chiriguanos, chaqueños, tobas y
mocovíes con los que estos estaban enfrentados. La expansión de los tobas se debía a
la utilización del caballo.
• La colonización avanzaba lentamente en los valles bajos del oriente y, para mediados
del siglo XVIII, se había estructurado una línea de fuertes y misiones en las cuales la
intervención jesuita fue decisiva.
• Dado que el sistema defensivo necesitaba tropas en los fortines se instauró el servicio
de partidarios (conformado por las haciendas particulares, las misiones religiosas y los
fortines militares) donde integraron a: campesinos indígenas que vivían allí con sus
familias a cambio de un sueldo. A ello se sumaron indios encomendados enviados desde
las tierras altas y un buen número de presidiarios penalizados con este servicio, que ni
siquiera gozaban de un sueldo. De esta manera los jefes de los fortines y sus allegados
encontraron en la guerra chaqueña una oportunidad para hacerse de tierras y mano de
obra forzada, en especial la que suministraban las mujeres indias sometidas a una
situación de esclavitud doméstica.
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• En la frontera había también otra figura: apostatas o forajidos. Se trataba de personas
que vivían fuera del control colonial, sin intervención directa de autoridades militares,
eclesiásticas, etc., y entre quienes podían encontrarse desde indios que se habían
fugado de las encomiendas o de las misiones hasta esclavos escapados, su sujeción era
el requisito para convertirlos en trabajadores de las haciendas fronterizas.
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• A finales del siglo XVIII en las fronteras chaqueñas fueron los propios jefes quienes
se convirtieron en mediadores de estas relaciones laborales y sus primeros articuladores.
Había un fenómeno que estaba completamente generalizado: la notable intensificación
de los lazos mercantiles.
• Al sur, el Imperio contaba con una frontera dilatada, dentro de las ciudades coloniales
durante el siglo XVII las disputas jurisdiccionales entre los cabildos de Córdoba, Santa
Fe y Buenos Aires por los ganados cimarrones dispersos y por los derechos para otorgar
licencias para vaquear fueron intensas.
Cada ciudad tenía sus títulos, su jurisdicción, su santo patrono y un estandarte que
simbolizaba la unión con el rey. Estos lazos tendían a construir identidades
La vecindad era la categoría fundamental, aunque el término “vecino” estaba muy lejos de
designar al conjunto de habitantes. Era una categoría social con implicancias legales y
jurídicas y expresaba los lazos sociales de integración, lealtad e identificación con una
comunidad. Era una condición a la que se accedía por reconocimiento.
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Las mismas prácticas iban definiendo los atributos de la vecindad. Uno, de no menor
relevancia, era tener el domicilio fijado en la ciudad, pero, sobre todo, era importante ofrecer
demostraciones de lealtad hacia ella. De igual modo, se esperaba que el sujeto fuera cabeza
de una familia y tuviera la casa poblada.
Se buscaba excluir de ella a los sacerdotes, a los militares regulares y a los burócratas
reales, pues se consideraba que eran integrantes de otros cuerpos y se debían a otras
fidelidades.
En las ciudades no residían solo los vecinos de origen europeo, al contrario, convivían en
ellas grupos heterogéneos y variables en cuantos más se descendiera en la escala social.
Estos grupos alertaban a las elites, que durante el siglo XVIII apelaron cada vez con mayor
frecuencia a exigir certificados de “pureza de sangre” para ejercer algunos cargos u oficios.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII se vivió una segunda fase de urbanización. Aumento
el número de ciudades y de villas; las antiguas crecieron demográficamente y adoptaron
modos de vida y administración territorial más urbanos. Por otra parte, estas ciudades
estaban lejos de ser blancas y españolas como la utopía fundadora hubiese preferido.
Por el contrario, tanto las ciudades portuarias como las mineras fueron polos de atracción
de población de muy diversos orígenes provenientes de la Península, de África y Brasil, de
otras regiones americanas y de las mismas áreas rurales que las circundaban.
En síntesis, la mayor parte de las ciudades eran de tamaño reducido, estaban implantadas
en áreas con muy diferente grado de urbanización y solo algunas destacaban por su tamaño
e importancia. Con todo, seguían siendo los espacios donde se concentraba la población
española, pero también la mayor parte de los esclavos y los grupos mestizos de origen
afroamericano, que conformaban casi siempre el núcleo fundamental de los sectores bajos
urbanos.
A finales del siglo XVI, la Corona intento que las comunidades indígenas se adoptaran a un
modo de vida urbanizado. El pueblo debía edificarse en torno a una traza con su plaza y su
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iglesia en el centro; cada uno debía sostener un cura doctrinero y adoptar formas
institucionales hispanas como el cabildo de indios o las cofradías.
La inmigración Peninsular fue muy importante en las últimas décadas del siglo XVIII y su
influencia estuvo lejos de restringirse a aquellos individuos que se incorporaron a las elites
urbanas. Junto a ellos llego una variedad de sujetos que ocuparon escalones más bajos en
la jerarquía social urbana (tenderos, pulperos, artesanos, etc.) que contribuyeron a darle a
la vida de las ciudades una fisonomía más urbana.
También en esta época creció enormemente la población esclava, así como las castas de
pardos y morenos libres. Esta segunda oleada de urbanización fue acompañada por
migraciones internas que abigarraron aún más las poblaciones urbanas. En tales
condiciones, al menos dos procesos se hacían cada vez más evidentes entre las elites
urbanas: un interés creciente por controla y disciplinar esta población y modificar sus
costumbres, y algunos intentos por modernizar la gestión urbana.
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La reputación del Cabildo dependía de su capacidad para regular el abasto urbano,
garantizar su abastecimiento e impedir la escasez y la carestía. El imperio de “precios justos”
era un componente esencial de la legitimidad social de los cabildos y uno de los cargos de
mayor prestigio era el de Fiel Ejecutor (el encargado de asegurar y controla los precios,
pesos y medidas).
Las ciudades eran, ante todo, mercados. En ellas confluían los circuitos comerciales de larga
distancias, los que anudaban las relaciones con las regiones cercanas y los que articulaban
las relaciones con el área rural que estaba bajo su jurisdicción.
El honor era lo principal, como sello de cuna, además de la genealogía (si esta era de alta
alcurnia) para obtener los empleos honoríficos dentro de la república.
En la sociedad americana de la monarquía católica, las fiestas poseen una relación especial
entre las religiosas (Semana Santa y el Corpus Christi) y las paganas (El carnaval y las
corridas de toros). En ambas festividades la participación del pueblo era fundamental,
incluso, los negros, indios y mulatos se une a la procesión de las fiestas, danzando y tocando
sus instrumentos como ser el tambor. Además de estas fiestas se encontraban las de
carácter público como ser los entierros de personas destacadas en las poblaciones o la
entrada de nuevas autoridades.
Por este carácter arraigado a la iglesia, tanto judíos como moros y protestantes no
pertenecían al reino, aunque viviesen dentro de él.
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Con respecto a la relación de la religión y la política, los sacerdotes de cualquier poblado se
encontraban habilitados a obligar a cualquier vecino de asistir a misa, caso contrario estaban
sujetos a denunciar ante el cabildo a cualquiera que no obedeciese. Las fiestas religiosas
como ser eran las llevaban el ritmo de la vida de las ciudades y pueblos.
Con respecto a las fiestas profanas, eran las únicas de carácter movible en el calendario
cristiano, en el caso del carnaval, el último día de su celebración daba el inicio a la cuaresma.
En dicha festividad se podía observar el carácter de desenfreno, por ejemplo, el cambio de
roles de los vecinos (hombres vestidos de mujeres y viceversa, ricos vestidos de pobres y
viceversa, etc.). En ella se mezclaban aspectos europeos con elementos indígenas. Para
evitar el desorden se encontraban los granaderos, alcaldes, alguaciles, sargentos y cabos;
las fiestas al tener carácter de dinamismo social no siempre eran controladas.
Una continuidad en ellas fue que todas se siguieron realizando luego de la independencia
de las colonias.
Rebeliones
Una de las más importantes fue la del Paraguay entre los jesuitas que poseían el mercado
yerbatero del litoral contra los encomenderos, los cuales obligaban a realizar tareas de tipo
esclavista a los indios. Otra de las rebeliones fue la Guerra de Fronteras de 1752 y que
catamarqueños y riojanos se sublevaron porque se les obligaba a acudir a al aguerra de
frontera y no a la gente poderosa de las colonias.
En la sociedad ibérica del “Antiguo Régimen”, la relación entre la religión y la política estaba
íntimamente ligada.
Reformas controvertidas
El periodo más álgido de reformas coincidió con el reinado de Carlos III (1763-1787). Para
mediados del siglo XVIII, los dominios coloniales debían funcionar efectivamente como
colonias.
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Era preciso dotar al imperio de una burocracia más profesional desmembradas de
compromisos con los grupos dominantes coloniales. Esta nueva reforma estaba destinada a
centralizar mucho más el poder.
La prosperidad del reino acompañaba sin desplazar a la meta del bien común, y la utilidad
de los habitantes se postulaba como un valor tan importante como su religiosidad. La corona
obtuvo la colaboración tanto del orden del clero ilustrado como de integrantes de otras
ordenes que, aunque no fueran entusiastas participes de la nueva sensibilidad, el eje de la
política eclesiástica oficial se orientó y propicio fundamentalmente la reforma del clero
secular.
En el mundo rioplatense, las relaciones entre jesuitas, elites y autoridades habían tenido una
importancia fundamental, someter a los vecinos díscolos de Asunción, en 1736. La
resistencia indígena adopto la forma de un levantamiento encabezado por el cacique Nicolás
Ñeenguirú, quien enfrento a los destacamentos militares de ambos imperios, por lo que el
primer paso de la reforma fue poner sanción que dispuso la expulsión de la compañía de
todos los dominios españoles.
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Estos episodios evidencias las estrechas relaciones que la Compañía había tejido con las
elites locales a través de la educación y de su inserción en la economía local. Franciscanos,
dominicos, mercedarios y voraces administradores se hicieron cargo de las misiones.
La decisión imperial de 1776 consistió en separar el viejo virreinato del Perú y constituir uno
nuevo con cabecera en Buenos Aires, pero esta produjo resultados paradójicos, pues se
transformaría al estallar la crisis imperial en uno de los bastiones más firmes del movimiento
revolucionario. Los dispositivos mineros altoperuanos suministraban la mayor parte de los
recursos fiscales y testimoniaban el triunfo de los comerciantes del puerto del Río de la Plata
frente a sus competidores limeños.
Hacia 1785, Buenos Aires volvía a contar con un máximo tribunal de justicia, una audiencia
que habría restringir las incumbencias que desde el siglo XVI había tenido la que funcionaba
en chacras. A las nuevas audiencias poseían el aspecto de una política que trataba de
impedir la venta de cargos, se intentaba propiciar el pasaje de la era de la impotencia a la
era de la autoridad.
Reformas y rebeliones
Hacia 1780 la subsistencia de la orden colonial fue amenazada en Los Andes por una serie
de movimientos insurreccionales, por un lado, Condorcanqui, que adoptó el nombre de
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Tupac Amaru II, se proclamó Inga-rey y fue reconocido por buena parte de las comunidades
quechuas del sur andino que vieron en la insurrección locación para restaurar el
Tawantisuyo.
La proclamación fue rechazada por otros jefes y curacas andinos que se alinearon
activamente con el orden colonial. En enero de 1781, los españoles aplastaron a las fuerzas
de Tupac Amaro II el cual fue juzgado, muerto y descuartizado en el Cuzco.
El movimiento se radicalizo en tal punto que en 1781 los rebeldes situaron la ciudad de La
Plata y amenazaron a acabar con toda la población hispana. La magnitud de la gran rebelión
debe integrarse a las dinámicas resistencias y movilización que en los pueblos andinos
venían desplegando desde mucho antes, pero es indudable que las reformas tuvieron
incidencia en la simultaneidad de los movimientos insurgentes. A su vez, las decisiones de
1770 acrecentaron los descontentos, la multiplicación de las aduanas recaudadora, etc. Con
todo, los resultados fueron indudablemente durables.
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La intendencia de Salta extrajo de la órbita de los cabildos la recaudación de la sisa
(Impuesto Mercantil a sostener la guerra de fronteras), además se trasladó la oficina
recaudadora de Jujuy y Salta y poco más tarde, la Puna quedo bajo la delegación
dependiente del gobernador intendente y fue sacada de la jurisdicción del cabildo de San
Salvador.
Otra ciudad subordinada era Tucumán, donde la elite fortaleció su autoridad. En la capital
Salta, la elite tubo bastante éxito en limitar el poder del intendente. Era un patrón típico de la
lucha política colonial, que tendía a organizarse en bandos, partidos o pandillas,
estructurados entornos a lazos sociales previos y amparados por alguna autoridad.
En Córdoba, los lazos entre la elite y el primer gobernador intendente el marqués de Sobre
Monte fueron muy intensos, construyeron una política de consenso en plena reforma. La
intendencia asumía atribuciones del cabildo, también le abría nuevas oportunidades, como
la multiplicación de los jueces pedáneos.
En Buenos Aires hasta 1776, el cabildo había compartido el poder de la ciudad con un
entramado burocrático que prácticamente se reducía al gobernador, el comandante y el
obispo. Con la transformación de la ciudad en capital Virreinal, las cosas cambiarían
radicalmente para los capitulares porteños. Entre 1776 y 1810 tuvieron conflictos con todas
las nuevas autoridades.
Con las reformas se acentuó la inmigración peninsular, la habilitación del puerto de Buenos
Aires al trafico directo con los puertos españoles, facilitaron la emergencia de nuevos grupos
mercantiles en los que tenían un papel decisivo los mercaderes.
Otro factor decisivo de las importaciones eran los esclavos pertenecientes de África o Brasil
donde se hacían concesiones a ingleses y franceses permitiéndole la aceptación de
negreros en Buenos Aires; El cual se llevó a cabo en forma pasiva. Desde la década de 1780
con la liberalización de la trata de negros impulso a algunos comerciantes de Buenos Aires
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y de Montevideo a obtener licencias de importación para realizar un comercio activo fletando
los buques negreros a cambio obtenían exportación de frutos del país.
Hacia mediados de la década de 1790 parecía que Buenos Aires se estaba conformando un
núcleo mercantil y autónomo. Puede decirse que en el mundo de la elite vivió un proceso de
aplicación y renovación que precedió y acompaño a las reformas. Después tendió a
manifestar signos de creciente fragmentación. Otra dimensión a considerar son las fricciones
que introducían en su interior tanto las reformas como la difusión de nuevas ideas, nociones
y valores estas provenían en buena medida de la misma burocracia imperial, los funcionarios
reales y también funcionaron posiblemente como vehículo de transmisión aquellos individuos
que habían ido a estudiar a Europa.
Según Halperin Donghi las reformas habían renovado menos a esta sociedad que lo que
había transformado su economía y, sobre todo, su cultura y su estilo de vida. Al comenzar
el siglo XIX, las elites coloniales tenían una imagen muy rígida de la sociedad en la que
vivían, que seguía siendo sustancialmente barroca. Hasta las nuevas instituciones y
autoridades de la monarquía reformadora parecen haberse impregnado de las concepciones
jerárquicas que seguían imperando en la vida social.
Para enfrentar la expansión francesa, la flota británica bloqueo los puertos españoles y
provocó un auténtico colapso del comercio en la Península y sus dominios coloniales. Como
respuesta, en 1797 la Corona autorizó el comercio con buques de bandera neutral; en 1805,
la situación empeoró aún más, pues la derrota de la armada franco-hispana en la batalla de
Trafalgar consagró el predominio de Gran Bretaña sobre el Atlántico. A los comerciantes
rioplatenses se les abra una situación incierta, aunque llena de posibilidades. Las dificultades
del comercio legal ampliaron la importancia del clandestino y las exportaciones de cuero.
Entre 1804 y 1806 la minería potosina se paralizó debido a la falta de azogue (que provenía
de Andalucía). En estas condiciones, los comerciantes rioplatenses se volcaron hacia el
tráfico de esclavos, el comercio con Brasil y con los buques neutrales y la instalación de los
primeros saladeros.
La erosión de los vínculos coloniales se manifestó a través de una fenomenal crisis fiscal de
la monarquía y en 1804 adopto la llamada “convalidación de los vales reales”, un sistema de
financiamiento que embargaba los bienes y los depósitos en manos de la Iglesia, los
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conventos y las cofradías. Dado que estas instituciones fungían como los verdaderos bancos
de la economía colonial, esta medida afecto el dinamismo de una economía completamente
dependiente de ese financiamiento.
En el Río de la Plata, una flota inglesa llego a las costas rioplatenses y poco después tomo
el control de la capital. La resistencia fue ineficaz y el virrey Sobremonte abandonó la ciudad
(con los caudales del tesoro) y las principales corporaciones (Audiencia, Consulado y
Obispado) se rindieron. Los comandantes ingleses, días después, recibieron los caudales a
cambio del compromiso de mantener a las autoridades en sus cargos y respetar la religión
católica.
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Los cuerpos milicianos se organizaron según sus grupos de pertenencia: en los Patricios
debían prestar servicio los vecinos de la ciudad; en el de los Arribeños, los oriundos de las
provincias “de arriba”, etc.
Legados conflictivos
Los rangos militares se transformaron en un camino para la formación de una nueva elite
dotada de legitimidad social; para algunos llego a ser un camino al ascenso social. Hombres
reclutados entre la elite urbana adquirieron posiciones de mando y establecieron nuevos
lazos sociales con la plebe de la ciudad; la pertenencia a un regimiento ayudaba a conformar
la identidad de grupo a través de sus uniformes y estandartes.
En Buenos Aires, las invasiones dejaban dos liderazgos competitivos: el de Liniers (apoyado
por la mayor parte de los nuevos cuerpos milicianos) y el de Martin de Alzaga (apoyado por
el Cabildo u las milicias que estaban bajo su mando). A principios de 1808 la corte ratificó la
designación de Liniers como virrey del Rio de la Plata.
La primera junta
La junta central designo como virrey a un importante oficial de la Real Armada, Baltasar
Hidalgo de Cisneros. La Junta Central convoco a cada virreinato y a cada capitanía general
para que eligieran un diputado para integrarse a la Junta; por primera vez, en el Imperio
español, había elecciones de diputados. A través de estas elecciones, las ciudades
adquirían el derecho a elegir sus propios diputados y a formar parte de los órganos de
gobierno.
En la Junta Central las orientaciones políticas no eran uniformes. Por un lado, estaban los
absolutistas ilustrados, que concebían a la junta como un poder provisorio, destinado a dirigir
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la guerra. Por otro, estaba la corriente de los constitucionalistas históricos, que buscaban
recuperar las antiguas libertades y normas consuetudinarias de los reinos. Por último, había
una facción liberal radical. Inspirado en el modelo constitucional de la Revolución Francesa,
buscaban la formación del Estado mediante la soberanía popular. Por el momento, estas
corrientes coincidían en su rechazo a la invasión francesa y en su reivindicación de la
legitimidad de Fernando VII.
La legitimidad en disputa
Las elites criollas de las ciudades principales adoptaron el recurso de formar juntas para
sustituir las autoridades vigentes a través de los cabildos, proclamando que actuaban en
nombre del rey. Los liberales peninsulares intentan poner fin al Antiguo régimen y fundar un
sistema constitucional asentado en la “soberanía de la nación”. Ante la ausencia del rey, la
soberanía volvía al pueblo. Los cabildos fueron concebidos como el ámbito de expresión por
excelencia de ese pueblo y en base al mismo principio: cada ciudad aspiró a conservar en
sus manos el ejercicio de esa soberanía vacante. Los pueblos por lo tanto luchaban por el
ejercicio de la soberanía.
La revolución porteña
El desplazamiento de los integrantes de la elite peninsular debilitó aún más las jerarquías.
El repudio a los europeos se convertiría en un rasgo definitivo de la cultura política popular.
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En abril de 1811 una multitud marchó a la plaza exigiendo una reunión inmediata del Cabildo,
estaba dirigido contra la facción morenista de la Junta. Para la elite urbana el tumulto era
protagonizado por la plebe del campo e indicaba que la movilización política había superado
los marcos de la elite y de la ciudad y venía a impugnar la representatividad que se atribuían.
Esto postulaba la legitimidad de un pueblo en armas.
Esta marcha exigía la depuración de la Junta. Tras unos días de agitación callejera emergió
un nuevo poder, el Triunvirato, que convivió por poco tiempo y con dificultad con los restos
de la Junta, hasta que terminó por disolverla y afirmar su autoridad sometiendo al regimiento
de Patricios a una disciplina militar.
En 1812 un nuevo movimiento, protagonizado por los pobladores de la campaña y las tropas
derivó en la sustitución de los miembros del Triunvirato. Este nuevo gobierno convocó a una
Asamblea Constituyente la cual incumplió los dos propósitos para los que había sido
convocada, declarar la independencia y dictar una constitución, y se convirtió en el
desencadenante de la guerra entre el gobierno y el movimiento que en el litoral orientaba
Artigas.
Finalmente, en 1815 Fernando anunció la abolición de las Cortes y de todo lo que habían
legislado y prometió reestablecer las antiguas Cortes organizadas por estamentos. A los
liberales les esperaba la prisión o el exilio acusados de usurpación y traición.
Este poder revolucionario tenía como prioridad: controlar el alto Perú. La guerra adquirió
mayor intensidad y abarco a Jujuy y Salta. Desde Tucumán hasta Buenos Aires, el poder
revolucionario nunca fue vencido. En este espacio las fuerzas contrarrevolucionarias no
lograron contar con una base social firme en la que apoyarse. La revolución llevo a una larga
guerra y destruyo recursos materiales y humanos, jerarquías y autoridades. Tuvo también
una dimensión productiva: forjo identidades y mecanismos de movilización social y política.
Fue una experiencia social de masas, a través de la cual se configuraron las sociedades que
emergieron de la revolución.
A finales del siglo XVIII, de los 6500 soldados que había en Lima, tan solo 1500 eran
veteranos y en todo el Virreinato la inmensa mayoría de las tropas eran miliciana, como casi
toda la totalidad de la caballería. Las fuerzas que el Virrey de Lima pudo movilizar eran los
regimientos milicianos preexistentes y los nuevos que se formaron a tal efecto. En los
primeros años se enfrentaron ejércitos cuya oficialidad estaba integrada en forma
absolutamente mayoritaria por miembros de la elite criolla.
A partir de 1813 comenzaron a llegar desde la Península las primeras expediciones con
refuerzos. Los ejércitos que se enfrentaban eran semejantes en su composición regional,
social y étnica, tanto como en su organización, reglamentos y modo de cumplirlo.
Los ejércitos de la revolución se iban nutriendo de las milicias locales; para comandar estos
regimientos y a veces expediciones completas; se optaba por designar oficiales del
regimiento de Arribeños y destinarlos a sus provincias de origen. Uno y otro bando apelaron
a las prisiones de guerra para aumentar el número de sus efectivos. Las guerras de
independencias, en los primeros años, fueron una guerra civil generalizada.
En enero de 1811, el capitán de Blandengues José Artigas comenzó a organizar una fuerza
armada que se puso a las órdenes de la junta de Buenos Aires. A partir de febrero, los
distintos poblados y villas de la campaña oriental se sublevaron. En mayo las fuerzas de Elio
debieron refugiarse en Montevideo mientras los insurgentes sitiaban la ciudad junto a las
fuerzas porteñas. Un ejército portugués avanzo desde el Rio Grande do Sul con el propósito
de apoyar a de Elio y apoderarse del territorio oriental.
Si las relaciones entre las fuerzas artiguistas y porteñas eran complicadas antes, lo fueron
mucho más luego de la convocatoria de la asamblea General Constituyente: en abril de 1813.
Esta expresaba la soberanía particular de los pueblos y aspiraba a la conformación de una
provincia oriental autónoma. Para la dirección porteña esto era intolerable: Artigas fue
declarado traidor y los diputados orientales, rechazados. En junio de 1814, la ciudad se
rindió. Artigas era creciente en todo el litoral y especialmente en los pueblos misioneros.
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La guerra entre el artiguismo y el directorio se volvió abierta y sangrienta. En 1815 las fuerzas
del directorio tuvieron que abandonar la ciudad. Artigas era ahora el protector de los pueblos
libres; había ido radicalizando los principios enunciados en 1810: eran los pueblos y no tan
solo las ciudades cabeceras las que proclamaban depositarias de la soberanía no faltaban
los pueblos indígenas de origen misional, cuya inclusión en el sistema Artigas impulsaba. El
liderazgo de Artigas iba definiendo un concepto de nacionalidad basado en el alineamiento
político, donde quedaban excluidos los europeos y los llamados “malos americanos”.
Después de la retirada del Alto Perú, en 1811, el ejército al mando de Belgrano termino
abandonando Jujuy y Salta y, desobedeciendo las ordenes gubernamentales, presento
batalla en Tucumán el 24 de septiembre de 1812. La sangrienta batalla forzó la retirada
realista hacia Salta, donde las fuerzas revolucionarias volvieron a triunfar el 20 de febrero de
1813. Ello permitió una segunda expedición al alto Perú a mediados de 1813, y la temporaria
ocupación de Tarija, Potosí, Cochabamba, Santa Cruz de la sierra y Charcas. El Virrey de
Lima organizo un nuevo ejército al mando del Gral. Joaquín Pezuela, que triunfo en
Vilcapugio y, en Ayohuma. Derrotadas las tropas rioplatenses abandonaron el Alto Perú para
instalarse en Tucumán. Donde Belgrano entrego el mando a José de San Martin.
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En agosto de 1814. Una masiva sublevación, protagonizada por una inestable coalición de
criollos, mestizos y caciques indígenas, se inició en cuzco. Los rebeldes destituyeron a las
autoridades de la Audiencia y proclamaron un gobierno autónomo regido por la Constitución
de Cádiz. Entre sus líderes estaba el cacique Mateo Pumacahua.
El ejército deshecho, debió retirarse hasta Jujuy. La resistencia descansaba ahora en las
guerrillas que se habían convertido en “republiquetas” que controlaban algunas zonas; sus
fuerzas habían sido reclutadas entre indios y campesinos. Desde salta, las comandaba
Martin Miguel de Güemes y, en el Alto Perú, Padilla, Warnes o Arenales.
Esta guerra fuera una punción forzada y reiterada de hombres y una enorme carga para las
economías campesinas. La llamada “Guerra de recursos” tendía a convertir al aislamiento
en un medio de subsistencia.
La presencia casi permanente de los ejércitos en Tucumán genero una estrecha relación de
su elite con las autoridades porteñas. Amplio la participación política que se canalizo a través
del Cabildo por medio de los jueces pedáneos y de los alcaldes de barrio. Desde 1812 la
participación electoral incluyo a los vecinos de la campaña, solo a los vecinos libres y
patriotas.
En 1816 tuvo lugar la elección de los diputados para el Congreso. Se realizó una Asamblea
que declaro nulas las elecciones previas y eligió a otros diputados ratificando la autoridad
del gobernador intendente Bernabé Araoz; esto demostraba que en los momentos de
conflicto era necesario convocar sectores más amplios.
Derrotado Napoleón en 1815, el objetivo de Fernando VII era la restauración del imperio. Por
esto ordeno que la expedición al mando del Gral. Morillo partiera hacia América. Aunque su
objetivo principal era el Rio de la Plata, termino dirigiéndose a Venezuela.
Desde 1814, Mendoza vio satisfecha su pretensión autonomista cuando San Martin fue
designado al frente de la Nueva Gobernación Intendencia que la tenía de cabecera. Así
concentraba la autoridad política local y la jefatura del nuevo ejército. El plan diseñado para
traspasar la Cordillera con el objetivo de iniciar el asalto al Perú desde Chile se había
complicado porque la revolución chilena había sido derrotada en 1814 en Rancagua y los
refuerzos llegados desde Lima habían convertido a Chile en fortaleza realista.
La formación del ejercito de los Andes llevo tres años y fue necesaria la ampliación de los
regimientos de milicias, obtener refuerzos veteranos, incorporar a todos los sujetos
considerados vagos y forzar la incorporación de los esclavos. Esto suponía formar un
dispositivo de entrenamiento y adoctrinamiento que asegurara la disciplina, el espíritu y la
lealtad política. El 12 de febrero derrotaron a las fuerzas realistas en Chacabuco y al día
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siguiente entraron en Santiago. Aunque en marzo de 1818 lograron un triunfo sobre Cancha
Rayada, en abril fueron derrotadas en Maipo.
La guerra se desdoblo, San Martin por un lado emprendía la campaña del Perú. Apenas
pusieron pie en el sur peruano llegaba la noticia del estallido de la Rev. Liberal en España.
En la Nueva España el regreso de los liberales era visto con temor y el jefe del ejército
Iturbide proclamo el plan de Iguala; este fue un intento de conciliar la independencia con la
continuidad de la Monarquía. En el Perú el virrey Pezuela inicio negociaciones con San
Martin, pero fue destituido por los generales del ejército realista en 1821. El nuevo virrey La
Serna en julio, decidía abandonar Lima e ir a Cuzco donde vio su única garantía en el ejército
de San Martin que declaro la independencia. La guerra continuó en la sierra sur de Perú y
en el Alto Perú y terminaría donde empezó en 1809; tarea que iba a estar a cargo del ejército
que comandaba Bolívar. El momento decisivo fue la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre
de 1824. En los Andes la guerra siguió hasta abril de 1825. Tiempo después una asamblea
reunida en Chuquisaca proclamo la independencia de Charcas.
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