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Dulce Anarquia

DesertWolf

Colaboraron:

Ingrid P

Mercedes F

Rocio G.
Esta traducción ha sido hecha sin fines de lucro algunos. Reconocemos todos los derechos a su
respectivo autor/a.

No pretendemos socavar dichos derechos y los incitamos a comprar los libros aunque fuere en
su idioma original para que los escritores puedan seguir maravillándonos con su talento.

Querido Lector te pedimos que no compartas este material y si lo haces respeta los créditos.

Con cariño para las amigas de:

 La Cueva de Sigma
 Hot Passion Books
 El Club de las Excomulgadas
 Seducción Literaria Alto Libro

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Con deleite ella se sentó a horcajadas sobre la polla de Bacchus, jugando con su eje antes de
acogerlo en su humedad.

Él contemplaba sus pechos maduros, ella jugaba con sus pezones, tomando primero uno,
entonces el otro en su boca, chupando con avidez. Era una hazaña que pocas mujeres podrían
llevar a cabo.

Bacchus “el fantasma” la miraba, extasiado.

Él parecía no poder recuperar el aliento con todo su cuerpo apretado en anticipación. Ella
bordeaba la cabeza de su polla con su coño humedeciéndolo, Bacchus sintió sus colmillos
desplegarse.

El impulso de morder era fuerte, pero era demasiado pronto.

Actuar antes de que la mujer alcanzara el orgasmo podría asustarla y mostrar muy poco
control de su parte.

Ya era suficiente reservar el placer, sin añadir el miedo a la mezcla; sus horarios permanecían
llenos, había tantos hombres por atender y las “trabajadoras del placer no eran suficientes
para todos”.
Algunos hombres esperaban durante meses para su turno. Bacchus dejo de lado la súbita culpa
que surgió por el modo en que había obtenido este placer en particular. Pasaría mucho tiempo
antes de que Talón le perdonara, por el trabajo extra que le había asignado esta noche.

Pero Bacchus no tenía opción. Mañana viajaría de polizón en una nave destinada a la Tierra.

– Relájese. – dijo la mujer con una sedosa voz, cuando finalmente bajó su cuerpo por su eje
hinchado. Bacchus gimió cuando su cuerpo lo tomo, chupando su polla profundamente, hasta
que se encontró dentro de la comodidad de su estriado canal.

Ella comenzó a moverse, moviendo sus caderas, de manera que las protuberancias carnosas le
acariciaban su longitud, como como si fueran diminutos dedos. Sólo un miembro del clan
Garra estaría bendecida con ese sensual rasgo físico. Es por ello que las hacían las mejores de
las acompañantes.

Bacchus apreso la piel debajo de él, lacerándola con sus colmillos, la sangre se vertió en su
garganta.

– Más. – bramó.

La acompañante se mordió el labio, inclinando su cabeza hacia atrás mientras ella lo montaba
se levantaba hacia arriba y se dejaba caer empalándose con su polla una y otra vez. Sus uñas
clavándose en su piel, dejando surcos de placer. Bacchus se inclinó hacia adelante, tomando
con su boca uno de sus pezones y comenzó a chupar al ritmo de sus movimientos.

Maulló, arqueo su espalda para ponerse más cerca. Su respiración se hizo más profunda
cuando se arrimó y el rozaba juguetonamente su pecho con las puntas de sus colmillos.
– Sí. – silbó, agarrando su cabeza y sepultando su nariz en su carne.

– Muérdame. – exigió, aumentando su velocidad.

Bacchus inhalo y cerró los ojos. El olor de su sangre debajo de su piel flotaba como flores en la
brisa. El , la agarró de nuevo, sosteniéndola en su lugar para que no pudiera cambiar de
opinión y alejarse. Su lengua raspo sus pezones dos veces más y, a continuación, hundió sus
colmillos en la carne pulposa de su pecho y comenzó a alimentarse.

La acompañante gritó cuando el orgasmo finalmente la alcanzo.

Todo lo que Bacchus podría hacer era gruñir, mientras sus caderas seguían los embates de su
boca. Cuando se hubo saciado, Bacchus retiró sus colmillos, lamiendo las gotas de sangre que
vagaban por su piel. Ella se estremeció y su cuerpo enrojeció de nuevo. El veneno de su
mordedura la liberaría de cualquiera incomodidad que pudiera sentir más tarde.

Alcanzó las caderas de la acompañante y comenzó a levantarla y a dejarla caer en su miembro


todavía erguido, acariciando el manojo de nervios escondido en la base de su cráneo.

La mujer gimió cuando su necesidad volvió.

– Por favor. – murmuró, sus ojos rojos llenos de una mezcla de placer y dolor. – No sé si
puedo..

– Más. – bramó, cortando su protesta. Sería un viaje largo a la Tierra.

Mientras trataba de sostener su otra forma. Necesitaba sus sentidos llenos y su cuerpo saciado
a fin de concentrarse. El fracaso no era una opción.

La boca de la acompañante descendió a su hombro. Hundió los dientes en su piel, probando su


sangre acalorada.
Bacchus rugió ante la sorpresa, luego se vino con fuerza con un tirón de sus caderas. Acarició el
punto erógeno en su cuello y la mujer le siguió sobre el borde.

Sufrió un colapso cuando el segundo orgasmo la golpeó,reduciéndola a un tembloroso montón


tendida sobre él respirando con dificultad.

– Eso fue asombroso. – dijo, pareciendo de verdad sorprendida.

– ¿Tenemos tiempo para uno más? – Bacchus preguntó, ya sabiendo la respuesta.

La mujer se sentó y examinó sus ojos.

– Lo siento, Guerrero de la Sangre, pero sabes las reglas. Me tengo que ocupar del siguiente
guerrero en mi lista.

Bacchus mantuvo su expresión neutral para esconder su desilusión.

Sólo una vez, le gustaría despertar con una mujer a su lado.

– Entiendo. – dijo. – Déjame conseguir tus créditos.

Ella resbaló de su cuerpo, dejando su polla semidura descansar sobre su esculpido abdomen.
Bacchus se levantó y caminó a la unidad de crédito en su cuarto.

Pulsó varios botones y un cristal verde de crédito cayó sobre su mano. Se volvió hacia la
acompañante y le entregó el cristal a ella.

– ¿Quisiera usted reservar su siguiente sesión, señor? – Sacó un dispositivo que sostuvo
mientras veía su horario.
Bacchus sacudió su cabeza.

– Esto no será necesario.

Algo destelló en sus ojos rojos. Con cualquier otra mujer habría pensado que lo que vio era la
desilusión, pero no en una acompañante. No veían nada más allá del verde de los cristales de
crédito.

Escolto a la mujer hasta la puerta. Anduvo por el pasillo, una débil sonrisa se esbozó en sus
labios. Bacchus le dio una cabezada concisa a modo de despedida, luego cerró y selló la
entrada detrás de ella.

Dirigió una mano a través de su pelo, enviando negras hebras empapadas de sudor
deslizándose en su espalda y sobre su pecho.

Su polla se movió nerviosamente, elevándose sin provocación.

Tomó su longitud en su mano y comenzó a acariciarse.

Bacchus cerró sus ojos e imaginó las manos de una mujer rodeando su contorno grueso, y
sintió cosquillas en sus pelotas. Su respiración entrecortada, acercándose a su liberación.
Implacable, el bombeo su miembro hasta que su semilla se derramo en el piso.

Bacchus miró al líquido pegajoso por unos momentos y se preguntó si alguna vez crearía una
vida dentro del cuerpo de una mujer.

Gruñó frustrado alejándose de la puerta, caminando hacia su sala de baño. Con un ademan de
su mano, una gigantesca bañera empezó a llenarse de agua caliente y vaporosa. Él, resignado,
entró en el baño y se sentó en uno de los muchos asientos que rodeaban la extensión de la
tina.

Bacchus cerró sus ojos y permitió que el agua le envolviera.

Su pueblo se estaba muriendo.

Al igual que los Atlantes, una raza de personas que se asentaron en la Tierra hace miles de
años antes de regresar a su planeta Zaron, los hombres superaban en número a sus mujeres
pero ahora la diferencia era mucho mayor. A menos que su gente descubriera más mujeres
compatibles, capaces de satisfacer todas sus necesidades y las de sus hijos, su pueblo
finalmente moriría. Desde los tiempos de la Atlántida las mujeres eran escasas, las opciones de
los guerreros eran muy limitadas.

Sin saberlo los forasteros, cuatro grupos distintos derivaron del pueblo de los Phantom
Shifters. Cada uno de los grupos o clan tenían capacidades muy diferentes y hábitos de cría
selectivos, pero todos mantenían el título de guerreros. El Clan de la Sangre, que Bacchus
llamaba familia, eran lo más parecido a lo que en la Tierra se conocía como vampiros míticos y
víboras actuales.

El grupo Reptilian constituía el más grande porcentaje de su población, seguida estrechamente


del Clan Alado, parecido a un pterodáctilo, el Clan de la Garra, que se parecía a tigres diente
del sable y el Clan del Diente, los híbridos oso y lobo.

No era la intención de Bacchus ignorar las órdenes directas de su Comandante de permanecer


en el Planeta Zaron. No tenía otra opción, sólo viajar de polizón. La desesperación impregnaba
a su gente.

La tierra permanecía como su última gran esperanza, debido a su población humanoide. Allí los
guerreros fantasmas tratarían de encontrar a sus compañeras.

Bacchus se había ofrecido para ser el primer guerrero en intentar una tarea tan enorme.
El pueblo Fantasma le había dado muy poco tiempo, unos días como máximo. Si era exitoso, la
palabra se extendería y vendrían más guerreros. Si fallara, temía un genocidio en masa o una
rebelión. Éxito y fracaso pesaban fuertemente en sus tres corazones. Se sumergió bajo el agua
y comenzó a nadar. Emergió al otro lado, saboreando la sensación del calor y el chapoteo
sobre su cuerpo. Mañana se iría a la Tierra.

Días más tarde…en Los Ángeles

Bacchus se escabullo de la nave que bajó a la Tierra para recoger suministros para la reina de
la Atlántida. El guerrero que comandaba la nave notaría probablemente la discrepancia en el
peso, pero permanecería, por otra parte felizmente inconsciente de su presencia.

Había estudiado tanto como pudo sobre el planeta antes de su salida. Aunque no se sentía
cómodo en este nuevo mundo, Bacchus sabía que iba a tener tiempo suficiente como para
completar su misión. Volvió su rostro hacia el sol de California, dejándose abrazar por su calor.

La fresca brisa marina le provocaba cosquillas en su nariz y le acariciaba suavemente su pelo,


dejando el sabor de la sal en su lengua bífida. Este planeta es tan similar a Zaron, pero a su vez
diferente, más exótico en sabor. Los terrícolas comenzaron a llegar a la playa, rompiendo la
tranquilidad de la mañana.

Muchos corrían en formación cerrada, ataviados en una ropa gris suelta. Bacchus los miro
fascinado, parecía no haber ningún ritual detrás de sus acciones. Ellos no parecían estar
entrenando para el combate o ni ejecutando movimientos furtivos.

Extraño, incluso para una especie primitiva.

Varias personas pasaron. Siguió a una de las mujeres abajo a la playa teniendo cuidado para
enturbiar su imagen a fin de mezclarse con el ambiente. Al inexperto ojo, aparecería como una
luz tenue, un destello de sol en la arena, invisible para todos hasta que juzgara necesario darse
a conocer.
El culo de la mujer se pavoneaba con cada paso que daba. Bacchus considero acercarse, pero
se detuvo cuando un hombre cerca la llamo por su nombre. La mujer se detuvo, espero y besó
al hombre cuando este se acercó, entonces ambos siguieron su camino hacia la playa.

Bacchus necesitaba aprender más sobre este planeta y sus

habitantes. La vidlink* había sido útil por su gran cantidad de información sin embargo no
había comparación en cuanto a lo que tenía por delante. El único modo en que podía hacer
frente a la discrepancia de dicha información era buscar absorber el conocimiento por otra
fuente. Busco en la playa a otra mujer. La posibilidad de transmitir su código genético era
demasiado grande y demasiado importante como para dejarla pasar indiscriminadamente. El
código era para su futura compañera.

Bacchus se negaba a pensar que él no pudiera encontrarla en este planeta.

Transcurrieron los minutos sin nuevos encuentros. Bacchus miraba hacia abajo, a la playa, y se
preguntaba si debería salir de este lugar e ir buscar otra zona. Se volvía para dejar el lugar,
cuando vio llegar otra mujer. Ella miraba a su alrededor, entonces aparentemente convencida
de que estaba sola, comenzó a despojarse de su ropa antes de adentrarse en el agua.

Bacchus había yacido con mujeres atlante, por lo que sabía de sus apetitos sexuales.

Eran dóciles en comparación con su verdadera naturaleza, pero lo suficientemente


aventureras para abrirse a su deseo.

Pero, ¿qué sucedería con los habitantes de este planeta?


¿Unirse a una terrícola sería igual o mejor? ¿Sería su primitivo sistema reproductor capaz de
manejar el proceso de transformación?

¿Iba ella a responder a las feromonas que un guerrero fantasma expulsaba durante el
acoplamiento? Todas buenas preguntas que no podía contestar fácilmente…

El cuerpo de Bacchus se endureció mientras la piel de gallina se elevaba sobre la carne


cremosa de la mujer. Sus pezones oscuros se endurecieron, como si sintieran su mirada. No
tenía cuatro como una acompañante, sólo dos. Lástima. La mujer soltó un chillido de placer, lo
que alimentó su repentina hambre.

Sopesó la decisión de materializarse o no. Hacía días desde que había sentido a una mujer
retorcerse bajo él y más largo aún el tiempo desde que una había venido a su cama sin pago de
por medio. Encantado por su belleza y ensordecido por el deseo, Bacchus no oyó el avance del
hombre en la arena hasta que estuvo casi sobre él.

El hombre redujo la marcha de su paso, su mirada fija en la mujer desnuda. Bacchus podía oír
el latido del corazón del hombre acelerándose y sentía su creciente necesidad. Este era el
candidato perfecto, pero tenía que actuar rápido. Bacchus avanzo hacia él, permitiéndose
pasar por el cuerpo del corredor, absorbiendo su esencia, su conocimiento, sus experiencias…
sus memorias. El hombre tropezó, pero se sostuvo antes de que se pudiera caer.

Bacchus sintió una oleada de náuseas, entonces su cuerpo se asentó.


La información impresa en la mente del hombre ingresaba en Bacchus a una velocidad
vertiginosa llenándole con conocimiento instantáneo, información acerca del planeta y de las
costumbres de su pueblo.

Envuelto en el recuerdo del hombre. El nombre del hombre era Ryan Parry. Él mismo se creía
un guerrero debajo de su fachada tranquila y había perdido a su mejor amigo John, hacía un
año.

Bacchus vio un entierro y una mujer llorando silenciosamente mientras un ataúd era bajado
hasta el suelo. La mujer, Jill, era la hermana del hombre muerto y prometida de Ryan Parry, ex-
novia.

Otra imagen de ella apareció en su mente. Esta vez Jill estaba sonriendo, reía mientras Ryan
forcejeaba con su hermano, tratando de llevarlo a la hierba después de este había atrapado
una esfera oblonga llamada un balón de fútbol.

Cabellos de color castaño dorado, ecuánime con una mente aguda y una lengua aún más
afilada. La mujer en la mente de Ryan le intrigaba. Mientras Bacchus examinaba al hombre y
sus otras emociones, sintió la preocupación que sentía por Jill. El suicidio de su hermano junto
con el abandono de Ryan la había dejado sola en el mundo.

La ira rugió en su interior provocada por la insensibilidad de este hombre. En un instante él


supo lo que tenía que hacer. Decidió que debía verificar a la mujer conocida como Jill a fin de
garantizar su bienestar ya que Ryan parecía empeñado en solo satisfacer sus propias
necesidades y pasar por alto las de ella.
Bacchus observó a Ryan acercarse a la belleza morena y hablar con ella por varios minutos. Su
mirada bebiendo con avidez de su forma desnuda. La lujuria emergía de él en ondas, muy
parecidas a las del Pacifico que acariciaba la arena.

Al ratito, pareció que alcanzaron alguna clase del entendimiento, lo siguiente cosa que
Bacchus supo es que la pareja dejaba la playa, hacia un aparcamiento.

Siguió a Ryan y a la mujer a un transporte cercano, encontrando placer a pesar de su cólera


por cómo el hombre le daba a conocer este mundo extraño, pero intrigante.

Bacchus se deslizó dentro del coche antes de que salieran a la calle.

El océano se estrellaba en la orilla en ondas blancas mientras corrían por la autopista.

Las gaviotas graznaron encima del agua, sumergiéndose para una comida rápida entre las
aguas poco profundas, algunas surgían con pequeños peces que se agitaban en sus picos, sólo
para tragárselo un segundo más tarde.

Invisible, Bacchus miró fijamente por la ventanilla del coche asombrado de las formas y
tamaños de varias de las mujeres que vagaban a lo largo de la playa. Vestidas con ropas
modestas, había algo para los gustos de cualquier guerrero en este oasis planetario.

Bacchus sonrió ya que consideró las posibilidades.

No debería adelantarse a los hechos. Todavía había una posibilidad que las mujeres aquí en la
Tierra no fueran compatibles con su especie. Su fisiología era frágil comparada con los peligros
inherentes en este planeta. ¿Cómo habían sobrevivido tanto tiempo? no estaba seguro. El olor
de pescado y sal se filtraba en el aire. Se detuvieron en un semáforo. Más mujeres se
apresuraron para cruzar el camino, llevando toallas y bolsos, sus ojos escondidos bajo gafas
negras y sombreros grandes.

Bacchus tuvo la tentación de saltar y probar la sangre de una de las mujeres cercanas para ver
si eran compatibles, pero no lo hizo. Sus pensamientos eran para una sola mujer, Jill. Para ella
y solo por ella, permaneció escondido.

El rememoro los recuerdos que había obtenido de la mente de Ryan. La amó, pero le
recordaba demasiado a su amigo muerto.

Tanto así, que él no podía soportar mirarla. Una parte de él culpaba a Jill de la pérdida de su
amigo. Ella debería haber insistido en que John viera un psiquiatra. Si lo hubiera hecho, tal vez
John estaría todavía con ellos y sus vidas no estarían en tal caos. Bacchus sacudió su cabeza
ante el razonamiento defectuoso del hombre.

Soltó la culpa y la tristeza persistente que sintió, entonces buscó en las memorias de Ryan la
definición de psiquiatra.

Alguien que intenta descifrar tu cerebro, relampagueo en su mente.

¿Qué tipo de tortura encontraba este planeta aceptable

¿Realmente intentaban descifrar mentes masculinas? Bacchus se estremeció ante el


pensamiento. Destriparía el primer varón que intentara tal cosa en él.

Siguieron conduciendo por la costa. Por lo que Bacchus podría decir, se dirigían en la dirección
correcta para llegar a la casa de Jill.
Esto haría las cosas mucho más fáciles. Él frunció el ceño cuando el coche aparco en un hotel
cuyas ventanas tenían contraventanas blancas que brillaban a la luz del sol. Arqueó una ceja,
finalmente entendiendo el acuerdo al que la pareja había llegado.

La mujer se movió rápido con este hombre de la Tierra. Tal vez ella era una acompañante
después de todo. Bacchus salió del coche y siguió a la pareja por un pasillo de color de la arena
a una habitación frente al océano. Se sintió culpable de meterse en su intimidad, pero tenía
que asegurarse de que los Terrícolas se unían casi de la misma manera de los Atlantes.

No quería que su primera vez uniéndose a una mujer de la tierra terminara en desastre... o la
muerte.

Ryan abrió la puerta y acompañó a la mujer dentro, cerrando la puerta rápidamente detrás de
él. La acción abrupta dejo a Bacchus de pie en el pasillo, contemplando la puerta. Él gruño ante
la molestia momentánea y luego caminó a través de la pared hasta adentrarse en la
habitación.

La habitación verde fue bañada por la luz de los postigos abiertos.

Telas azules-verdes cubrían la cama, haciéndole sentir como si el hotel trajera el océano
dentro. Bacchus miró a Ryan entrar al cuarto de baño. El sonido del agua cayendo vino un
momento después. La mujer miró alrededor del cuarto, su mirada se desviaba una y otra vez a
la puerta del cuarto de baño. Bacchus sonrió preguntándose cuantos minutos pasarían hasta
que la mujer cediera a su curiosidad. Más chapoteo vino de la ducha.

Un… dos… tres.

La mujer dejó caer su monedero en el suelo, luego su ropa.

Siguiendo el mismo camino que Ryan tomó, sus pies desnudos silenciosos sobre el suelo
alfombrado. Su culo se balanceó de lado a lado, enmarcado perfectamente por sus caderas
femeninas. No llamó. Simplemente dio vuelta al picaporte y entro. El vapor emergió desde la
ducha hacia el pequeño cuarto, Bacchus la siguió.
Alcanzó la entrada a tiempo para ver a la mujer agarrar la cortina de la ducha y correrla. Las
manos de Ryan se deslizaron rozando sus pechos. Jadeó. Bacchus le miró los pezones que
reaccionaban en respuesta al toque del hombre.

– Creía que no ibas a acompañarme. – dijo Ryan, tirando la cortina de la ducha sin dejar de
tocar a la mujer. Su pelo corto estaba alisado hacia atrás en su cabeza y su cuerpo bronceado
relució bajo mil gotitas diminutas. La humedad se agarró a sus pestañas, encubriendo sus ojos
marrones.

– Me esperabas. – La mujer no pareció sorprendida.

Bacchus miró fijamente con fascinación el ritual que acontecía ante sus ojos. En la Tierra los
hombres eran más pequeños anatómicamente que su especie, pero éste parecía estar
bastante bien dotado para complacer a esta mujer, si su mirada fija y verla lamerse los labios
fuera alguna indicación.

– ¿Ves algo que quieras?

La mujer arrancó su mirada fija de su polla y echó un vistazo al trasero del Terrícola.

– Podría pensar en una cosa o dos que me podrían interesar. –prácticamente ronroneó.

– Esto hace a dos de nosotros. Los ojos de Ryan encendidos con hambre mientras su mirada
devoraba su desnudez, concentrándose en sus pechos llenos y luego bajando. – Ven, el agua
esta perfecta, como tú.

Bacchus se quedó allí, escuchando sus gemidos suaves y el deslizamiento de las manos sobre
piel húmeda.
Él no podía verlos, pero los sonidos fueron suficientes para conducir a cualquier hombre a la
locura. El dolor en la ingle creció a niveles peligrosos. Si Bacchus no encontraba su liberación
pronto, no sería capaz de mantener su cubierta.

Permaneció durante unos minutos más, el sudor perlando sus cejas y su miembro lo
suficientemente duro para demoler las paredes.

Bacchus necesitaba encontrar a Jill cuanto antes.

Él volvió a salir de la habitación cuando Ryan le dijo a la mujer:

– Esta vez va a tener que ser fuerte y rápido. Espero que no te importe.

Bacchus salió de la habitación, obligando a sus piernas a moverse.

Se materializó en el balcón. Su mano se deslizo por debajo de la ropa a su miembro erecto.


Bacchus casi gemía en voz alta cuando sus dedos hicieron contacto con su carne erecta. Sacó a
su eje y comenzó a masturbarse duro.

Su mandíbula tensándose al igual que su cuerpo en preparación para su liberación.

Bacchus rugió, la sangre latiendo en sus orejas y su visión atenuada cuando su semen se
derramo en el balcón. Le tomó unos minutos recuperarse. Por el tiempo que había estado
fuera, Ryan y la mujer ya habían llegado a la cama. Desapareció una vez másdecolorándose,
hasta que se mezcló con la pared como un camaleón.

Él necesitaba que tuvieran sexo, para que él pudiera ver lo que sucedía y, a continuación, salir
mientras todavía pudiera caminar.

Las pelotas le dolían a pesar de su liberación. Si Bacchus se quedaba por mucho más tiempo,
se vería tentado a unirse a la pareja y sabía que Ryan no era propenso a compartir a las
mujeres. Lástima, teniendo en cuenta que la mujer parecía ser más que suficiente para ambos.
Bacchus se centró en el hombre.

Los recuerdos de Ryan sobre el sexo estaban regidos por el consumo de alcohol y la apatía.
Como si no le conviniera recordar.

No le daba valor al acto, sólo el placer físico. Incluso se filtraba dentro y fuera de su memoria
como si no valiera la pena recordar.

– No estoy seguro de lo que estás haciéndome. – dijo Ryan, frotándose la barbilla contra la
mejilla de la mujer.

– ¿Te gusta? – Ella vaciló.

– Me encanta. Ese es el problema. – Se rió sin humor. – No hay nada bueno que dure para
siempre.

Bacchus contuvo el aliento, esperando oír la respuesta de la mujer.

Este hombre era un tonto por empujar a una mujer perfectamente aceptable lejos. ¿Eran los
hombres de la Tierra lo suficientemente estúpido como para creer que una buena mujer era
fácil de encontrar?

¿Ellas significan tan poco para él que sentía que podía desprenderse de ellas a voluntad? El
pensamiento era insondable para Bacchus, dado el estado actual de su pueblo.

La mujer ignoró sus palabras y extendió una mano para agarrar la parte posterior de la cabeza
de Ryan, hundiendo los dedos en su pelo rubio y corto antes de tirar de sus labios en un beso
abrasador.

Con la mano libre, alcanzó entre sus cuerpos y agarró su polla, quitando la toalla de su cintura
al mismo tiempo.
Bacchus se sintió crecer con fuerza de nuevo. Apretó los puños.

Adquirir conocimientos de apareamiento en la Tierra sería la muerte de él. La mujer acarició


eje erecto del hombre, tomando la cabeza con el pulgar.

Ryan rompió el beso, el aire zumbando en sus pulmones.

– Déjame ir. Quiero probarte.

Ella deslizó su mano libre. La pasión reluciendo en sus ojos color avellana mientras Ryan se
deslizaba por su cuerpo hasta que su rostro estuvo a meras pulgadas de su afeitado monte.
Inhaló y Bacchus se encontró haciendo lo mismo. La fragancia rica y picante de néctar
femenino llenó sus pulmones. Ella estaba más que lista.

– Dios, hueles tan bien, suculento y dulce, sin duda lo suficientemente bueno para comer. Y
tengo la intención de devorarte, lamerte hasta secarte. – Con eso, bajó la cara y empezó a
mordisquear su coño. – Eres increíble. Fresca y jugosa como el coño perfecto debe ser. –
murmuró entre golpes. – Me parece que no puedo tener suficiente de ti. – Movió su lengua
sobre su clítoris hinchado, dejando al descubierto un pequeño anillo de oro, que brillaba en la
luz del sol.

– Por favor, Ryan. – Ella gimió, su piel brillaba con un brillo de sudor.

Bacchus estaba convencido de que iba a explotar si movía un músculo. Nunca había visto tal
anillo en una mujer. Quería explorar su superficie redonda con la boca, deslizar un colmillo en
la abertura y tirar. Probar la carne debajo de ella.

Ryan movió su lengua por el adorno. La mujer se quedó sin aliento, sus caderas se levantaron
de la cama. Bacchus ahora sabía lo que tenía el hombre de la Tierra cautivado. El anillo añadía
placer, aumentaba su necesidad, la hacía anhelar su polla. – Quiero que me folles. – rogó.

Ryan se rió, un sonido lleno de dolor que dijo a Bacchus que el hombre había llegado al final de
su control.
– Voy a hacer eso, justo después de oírte gritar mi nombre cuando te de un orgasmo.

Ryan bajó la cabeza y comenzó a alimentarse de su carne. Sonidos de chupar y lamer llenaban
el aire, atormentando a Bacchus peor que cualquier sufrimiento que había experimentado
alguna vez durante el curso de la guerra.

El cuerpo de la mujer se apretó y un grito de lamento rasgó sus pulmones mientras se


inclinaba fuera de la cama. Ryan bebió sus jugos, que fluían de su cuerpo sobre su barbilla.
Jugó con el anillo en su clítoris, sacando las últimas ondas de liberación. Sus dedos siguieron la
franja oscura de pelo entre sus muslos abiertos, acariciando su piel por un trabajo bien hecho.
Ryan tomó un envoltorio de papel de aluminio que había colocado sobre la mesa de noche
antes de entrar en la ducha.

Bacchus se acercó a ver lo que el hombre sostenía. Horror le llenaba mientras Ryan deslizaba
el objeto sobre su eje y luego se sumergía dentro de la mujer. Bacchus no estaba seguro si
forrar la polla era parte del ritual de apareamiento humano, pero si era así, no quería saber
nada de eso. Anhelaba plantar su semilla en el interior de su compañera, no cogerlo para su
custodia.

Los movimientos de Ryan desaceleraron mientras mecía sus caderas hacia atrás y hacia
adelante, llevando a su eje a la entrada de la mujer.

– Eres hermosa. ¿Sabías eso? – Le preguntó en un empuje hacia adentro. – Ella negó con la
cabeza. – Eres la mujer más hermosa que he visto jamás.

Sus miradas se encontraron. La mujer se rió.

– Es probable que se lo digas a todas las mujeres, pero es agradable escucharlo.

La frente de Ryan se frunció.


– No, no lo hago. Lo digo muy poco en realidad. Intercambiamos bromas, tal vez una copa o
dos, entonces las follo una vez y me voy.

Sin alharacas. Sin líos. No hay complicaciones.

Bacchus se situó cerca de la pared, sorprendido de oír la confesión del hombre. Los seres de
este planeta estaban locos. Esa podría ser la única explicación de las acciones de Ryan.

– Entonces, ¿es que tienes planes para nosotros? – Su voz se calló a la espera de su respuesta.

Bacchus esperó demasiado, la ira surgiendo a través de su cuerpo.

Si el hombre respondía de manera equivocada, él se materializaría y lo lamentaría, mucho.


Nadie descarta una mujer que tan voluntariamente se desnudaba. ¿Acaso este tonto no se
daba cuenta de lo preciosa que era?

La mandíbula de Ryan se abrió y cerró un par de veces. Finalmente, habló.

– Al principio, sí.

– ¿Y ahora? ¿Has cambiado de opinión?

Él se pasó una mano por la cara sin afeitar.

– No estoy seguro de lo que voy a hacer. Seguro que no tengo un plan, si eso es lo que estás
pensando. No quiero hablar de ello. No cuando tenemos mejores cosas en las que centrarnos.
Bacchus salió de la habitación, pero decidió permanecer cerca, ignorando el hambre creciente
dentro de él. Quería garantizar la seguridad de la mujer y su bienestar. La pareja hizo el amor
dentro y fuera de la cama, deteniéndose sólo lo suficiente para comer y ducharse. Él sabía que
ocurriría una confrontación cuando la necesidad de unión creciera. Era sólo cuestión de
tiempo.

Ryan y la mujer se deslizaron fuera de la habitación al segundo día para pasear por la playa
hasta el muelle de Santa Mónica. Hablaron de tomar el coche de la mujer hacia el norte más
tarde esa noche para asistir a la boda de un amigo. El auto de Ryan se mantendría en el lote
para mantener su bajo kilometraje. Lo que sea que eso significara, Bacchus pensó mientras los
miraba ir. Envidia llenó su pecho.

Si planeaban tomar el vehículo de la mujer, entonces Ryan no estaría en necesitando el suyo


por lo menos durante un par de días.

Bacchus sonrió al darse cuenta de que sus problemas de transporte se resolvieron.

Aprovechó la oportunidad para hurgar en el armario, encontrar un par de jeans y una camiseta
que pudiera llevar. Ryan había ordenado la ropa de un lugar llamado "la tienda de regalos" y se
las llevaron al igual que sus comidas. Estarían algo apretadas, pero deberían funcionar hasta
que Bacchus obtuviera la ropa adecuada en la calle en el mercado al aire libre en la playa de
Venice.

Transformó su aspecto para disminuir el rojo de los ojos y tiró su largo pelo negro en una cola
en la nuca. Con la inminente partida de Ryan llegó una urgencia renovada. Jill ya no estaría sola
pronto, lo supiera ella o no.

Bacchus deslizó la llave del coche de Ryan de su llavero, luego las dejó caer de nuevo sobre la
mesa. Empujó una parte del dinero creado por la reina Atlante y que había ordenado imprimir,
así los Zaronians podían comprar artículos en el planeta, metiendo la mano en los bolsillos. No
se molestó en caminar a través de la pared.

Era tiempo para mezclarse y adherirse a las costumbres de la Tierra. Bacchus abrió la puerta y
se deslizó fuera.

La mujer estaría a salvo en la presencia de Ryan, a pesar de que los demonios de culpa por no
poder salvar a su amigo lo perseguían diariamente. Bacchus entendía la pérdida muy bien,
pero eso no era excusa para el trato del hombre hacia Jill. Ryan de manera egoísta había
seguido con su vida eligiendo otras camas. Con paciencia y la asistencia de Bacchus, Jill seguiría
adelante también.

Encontró el coche y siguió por la carretera al sur, en dirección a la zona de palmeras que Jill
llamaba su hogar. Conducir terminó siendo un poco más difícil de lo que al principio le pareció
al ver a Ryan, pero Bacchus finalmente consiguió captar el truco.

Aprendió a saludar con una mano mientras tocaba la bocina y conducía con la otra, al igual que
los conductores que le pasaban.

Bacchus todavía no entendía muy bien por qué habían puesto ese signo en forma de octágono
rojo al lado de la carretera.

Ahora estaba sentado en el asiento de atrás, junto con un par de conos de color naranja, el
parachoques del coche y un pequeño árbol de pino. No debía haber sido plantado tan cerca de
la acera, de todos modos.

Bacchus llegó mientras la oscuridad descendía sobre el barrio.

Encontrar cosas en Los Ángeles resultaba difícil, con sus calles de un solo sentido aquí, no hay
áreas de entrada allí. Lo haría, apenas perdió al hombre con el cartel "tráfico lento por
delante". Si él no hubiera zambullido fuera del camino hacia un montón de tierra cercano,
Bacchus le habría aplastado sus pies. Todavía podía oír las maldiciones del hombre zumbando
en sus oídos y verlo lanzar puñetazos al aire. Por suerte, Bacchus lo había hecho y el coche
estaba todavía en dos piezas. Salió de la ropa prestada de Ryan, doblándola cuidadosamente
en el asiento de cuero junto a él antes de matar el motor. Bacchus se sentó en el coche
durante unos minutos, escuchando los sonidos de la noche. Su lengua bífida se precipitó fuera
de su boca para poder oler el aire.

Las calles estaban relativamente tranquilas, excepto por el zumbido constante del tráfico en
las autopistas en la distancia. Cerca ladraban perros como si aspersores ocultos brotaran de
repente a la vida.

Bacchus podía oír música alienígena, parejas haciendo el amor, aparatos de televisión
murmurando, pero no el océano. Sus orejas tensas mientras buscaba el suave murmullo de las
olas distantes.
Allí estaba, enterrado debajo de la cacofonía de la existencia. Salió del vehículo, sus pies
cayendo en silencio sobre el pavimento, y se desvaneció en la oscuridad.

Arbustos rodeaban el pequeño patio de Jill, creando un muro verde de privacidad en torno a
su pequeña casa blanca. Flores fragantes rodeaban los marcos de las ventanas, sus flores rojas
y amarillas añadiendo un toque de color a la paleta de otra manera llana.

Aseado y obviamente bien cuidado, el espacio era acogedor y parecía encajar con la
personalidad que Ryan le asignaba a ella.

Curioso, Bacchus permitió que su imagen se solidificara.

Se puso de pie en las sombras, buscando en las ventanas cualquier señal de vida.

¿Se verá como la mujer que Ryan creó en su mente? ¿Tendría el pelo castaño y corto y una
cara de duendecillo?

Entonces Bacchus la vio. Como tomar una ráfaga de energía de la Atlántida en el estómago, el
aire de sus pulmones se precipitó en un silbido. Jill encendió el interruptor de la luz,
iluminando su piel clara bajo el suave resplandor.

Ella había cambiado su pelo desde la última vez que Ryan la había visto. Ahora era largo hasta
los hombros y era rubia, sin dejar rastro del color marrón que había estado allí antes.
Pequeños huesos pero largas extremidades, se movía con la gracia de una gacela mientras
caminaba de habitación en habitación, las luces parpadeaban a su paso. Se detuvo en el área
principal, tomó una revista y la enrolló en sus manos. Jill llevó las paginas a la boca y comenzó
a cantar en él.

Ella echó la cabeza hacia atrás mientras sostenía una nota larga, mientras que sus caderas se
balanceaban con el ritmo.
Bacchus la miró, boquiabierto, incapaz de apartar la mirada. La sangre corrió de la cabeza
directamente a su polla, cuando dejó caer la revista y se agacho para recogerla del suelo. La
sostuvo en la mano, desplegándola con cuidado, antes de colocarla sobre una mesa auxiliar.
Bacchus sabía sin mirar que sus ojos brillaban rojos coincidiendo con el calor producido en su
interior. Podía sentir el color, que se apoderaba de su cuerpo, exigiendo la liberación.

La necesidad de poseer a esta mujer era fuerte, pero luchó contra sus instintos. No podía
marchar exactamente y exigir que se apareara con él. Ni siquiera sabía si era incluso posible.
Más allá de eso, Bacchus sabía que iba a asustarla a muerte en su estado actual y eso era lo
último que quería. Necesitaba que Jill viniera a él voluntariamente para que el vínculo de
sangre trabajara.

Esto iba a llevar una planificación cuidadosa, no sería un asalto directo. Odiaba la idea de
engañarla, pero ¿qué otra opción tenía?

El futuro de su pueblo dependía de su éxito con esta frágil mujer.

Pequeñas líneas aparecieron en su boca mientras ella fruncía los labios en una "O" y empezaba
a silbar. El sonido lo atravesó, cortando en su carne mientras se incrusta en su alma.

Su mirada permaneció bloqueada en sus labios atractivos, que se hincharon para que ella
soplara. Bacchus anhelaba cubrir su boca y capturar el sonido, marcar profundamente su
cuerpo para

mantenerla a salvo.

Sus colmillos de tres pulgadas se desplegaron sin previo aviso.


Hambre repentina venció su mente. Se llevó las manos a las sienes y se frotó mientras seguía
la curva de su boca hasta la barbilla y otra vez a su garganta. Bacchus podía oír el bombeo de
su sangre debajo de la superficie de su piel lechosa. Le llamaba, exigiéndole que saboreara su
esencia.

Bacchus tragó duro, luchando contra el impulso de marcarla como suya. Necesitaba estar
seguro de que Jill y las otras mujeres como ella fueran compatibles con su pueblo. La única
manera de hacerlo era acercarse, pero no esta noche. Esta noche era para observarla.

Una brisa se filtró sobre su piel. La observó durante otras dos horas.

Se sentó en el sofá, riendo de un programa de televisión que él no entendía. Los personajes de


dibujos animados amarillos parecían ser una especie de familia con un hijo particularmente

ingobernable. Bacchus miró la pantalla. Si ese chico fuera su hijo, él pasaría su tiempo en los
campos recogiendo cristales hasta que aprendiera cómo comportarse y dejara de maltratar a
su hermana, Lisa.

Jill vio su programa favorito, sintiendo la tranquilidad y el silencio en torno a ella. John había
traído la vida a su casa con su conducta escandalosa. Siempre haciendo travesuras infantiles, la
mantenía riendo en sus visitas.

Lo extrañaba mucho, pero el dolor no era tan agudo como lo había sido. Incluso el repentino
abandono de Ryan hace nueve meses no le dolía tanto como había esperado. Jill no estaba
segura de que decir sobre su relación y sus sentimientos hacia él. Este era el hombre con el
que había planeado casarse, después de todo.

Siempre había pensado que estaba enamorada de Ryan, pero últimamente...

La piel de la parte posterior de su cuello se erizó y se calentó, como había estado haciendo
durante la última hora. Jill miró por la ventana de su sala de estar a su patio delantero. Solo
encontraba oscuridad, las sombras se aferran a los arbustos particularmente densos para esta
hora de la noche. Sus ojos se esforzaban por penetrar en la masa de tinta.

Ningún movimiento venía más allá del sonido del sistema de rociadores.

No había nada que explicara la repentina ola de híper conciencia que recorría por su cuerpo o
la pesadez en sus pechos.

Dio a la oscuridad una última mirada antes de despedir su imaginación hiperactiva,


recostándose en su silla. Bajo la mirada a la parte delantera de su camisa, notando sus pezones
como

guijarros. Esta era una indicación más de que necesitaba salir, empezar a tener citas de nuevo.

Jill frunció los labios ante sus pensamientos. Tal vez, vería lo de mudarse. No estaba segura de
adónde iría aún, pero un cambio de escenario probablemente le haría bien. Sería, sin duda,
bastante fácil vender la casa, ya que había sólo unas pocas millas hasta la playa. Con el dinero
que haría de la venta, no sería un problema empezar de nuevo.

Tal vez, incluso le daría el tiempo para volver a su campo original de estudio, la herpetología.

No es que hubiera algo malo con la formación y cría de perros, pero no era lo mismo que
trabajar con los anfibios y reptiles.
Una línea particularmente divertida de la serie de televisión le apartó de sus reflexiones. Jill se
echó a reír, olvidándose temporalmente de sus planes y sus aprehensiones anteriores.

***********

Bacchus dejó la casa de Jill después de que ella fuera a la cama. Esta noche, organizaría su
enfoque al igual que se preparaba para la batalla, con una excepción. Esta guerra, más que
cualquier otra, determinaría su futuro y el destino de la raza Phantom.

Condujo hacia el norte durante varias millas, su mente en Jill. La ventana abierta dejaba entrar
el aire frío en el interior del coche, 34ani

pero hacía poco para disminuir su necesidad. Estaba tan atrapado

en la planificación de su primera reunión que Bacchus casi se perdió los gritos ahogados de la
mujer en la distancia.

Pisó el freno y el coche patinó hasta detenerse en el medio de la carretera. Bacchus escuchó,
con el corazón latiendo en su pecho. El silencio se produjo.

¿Había imaginado los gritos?


Bacchus se detuvo a un lado de la carretera y apagó el motor. Se deslizó fuera del asiento, la
lengua probando el aire buscando el peligro. Se necesitaron dos vueltas a la derecha, pero
encontró lo que buscaba. El rastro de sudor y miedo era débil, pero sería capaz de seguirlo.

Bacchus volvió al vehículo y lo hizo girar. Una milla más adelante encontró el callejón oscuro
donde una mujer yacía en cuclillas en el suelo. Sus rodillas cortadas, igual que sus manos.
Moretones estropeaban su bonito rostro. Sus ojos anegados por la conmoción y el shock. Los
hombres le habían arrancado su falda, dejándola expuesta, cubierto con nada, solo con su ropa
interior. Un grupo de hombres la rodeaban, burlándose como una jauría de perros
hambrientos.

Su camisa colgaba de sus brazos, los botones arrancados de sus hilos.

Bacchus captó fragmentos de la conversación, algo sobre tirar un tren, que no tenía ningún
sentido, ya que eran millas hasta las vías del ferrocarril. Nadie en las casas cercanas venía a su
rescate. Era como si no oyeran sus gritos. ¿O no querían? Las televisiones con sus volúmenes
más altos y la radio criticando canciones distorsionadas.

La lengua bífida de Bacchus se deslizó de su boca una vez más.

Saboreó necesidad sexual, junto con la depravación. Así que planeaban follar a esta mujer
indefensa, una vez que terminaran de golpearla. La ira hervía en su interior. Bacchus detuvo el
coche en el callejón y se detuvo, apagando el motor y las luces al salir. Sus pies estaban en
silencio sobre el terreno irregular mientras se acercaba a los hombres.

– ¿Te has perdido, hombre? – Uno de los hombres preguntó, notando su acercamiento.

– No, soy consciente de mi entorno. – dijo, haciendo que los hombres se dispararan confusa
miradas el uno al otro.

– Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? – Un hombre de pelo oscuro y cara con cicatrices le
preguntó, dando un paso hacia él de una manera que Bacchus estaba seguro de que iba a ser
mortal. Él hombre no tenía forma de saber de las criaturas que había enfrentado en combate
con el fin de demostrarse así mismo que era un guerrero. Su postura severa era poco más que
una molestia que Bacchus podría despachar fácilmente sin esfuerzo alguno.

– Este no es un barrio seguro para estar. – continuó, la agresión rezumando de sus poros.

– Puedo ver eso. – dijo Bacchus. Su mirada se desvió a la de cada hombre, antes de centrarse
en la mujer que lloraba en silencio, con los ojos marrones con una mezcla de súplica y miedo.

La bestia dentro de Bacchus se regocijó. Una buena pelea serviría para aliviar parte de la
tensión sexual que rasgaba a través de su cuerpo.

– Creo que deberías irte, si sabes lo que es bueno para ti. – dijo el joven, tirando de su camisa
para mostrar a Bacchus la pistola escondida en los pantalones.

Una bala no podría penetrar su traje de vuelo, pero podría dejar un agujero desagradable en
su cabeza.

Bacchus dudaba de que cualquiera de estos hombres fueran lo suficientemente buenos


disparando para lograr esa hazaña. Aun así, no les daría la oportunidad de probar. Sintió que
su poder fluía.

Sabía que sus ojos arderían rojos en la oscuridad como un demonio de sus textos religiosos.
Oyó a los hombres boquiabiertos y luego dio un paso atrás.

En el instante siguiente, los colmillos de Bacchus se desplegaron y dispararon veneno a diez


pies, rociando a tres de los hombres en la cara.
Los gritos resonaron mientras los hombres limpiaban sus ojos. Las toxinas podrían cegar
temporalmente mientras él se hacía cargo de los otros. Bacchus rugió, difuminando su imagen
hasta que fue una pesadilla hecha realidad.

Él se lanzó hacia delante cuando el joven que había estado hablando alcanzó su arma. Sacó la
pistola y disparó en repetidas ocasiones. Las rondas penetraron una pared cercana, enviando
lluvias de yeso sobre la tierra. Bacchus agarró los dedos del hombre y apretó. El hombre gritó.
Un fuerte crujido llenó el aire mientras los huesos retumbaban y se quebraban. Él mantuvo su
control sobre el hombre el tiempo suficiente para tirar de él hacia adelante.

Lamentos aterrorizados del hombre se incrementaron cuando

Bacchus hundió sus colmillos profundamente en su garganta y comenzó a beber. Luchó por un
segundo más, y luego se relajó en señal de rendición.

Su sangre se sintió amarga en la lengua de Bacchus. Había algo contaminando su cuerpo.


Bacchus dejó el hombre en el suelo con un ruido sordo.

Permanecería paralizado durante las próximas horas debido a la pequeña cantidad de veneno
que había expulsado a propósito cuando lo mordió. Bacchus se volvió hacia los otros tres, sólo
para ver a dos de ellos girar y correr. El tercero se mantuvo firme, agarró un cuchillo debajo de
los nudillos blancos.

– ¡Vamos! – Gritó. – No tengo miedo de un vampiro. Tengo una cruz. – Abrió su camisa para
mostrar a Bacchus la gran cadena de plata alrededor de su cuello, sujetándola como un
talismán.

La hipocresía de la medida no se le escapaba. Bacchus echó la cabeza hacia atrás y rió,


lamiendo la sangre de sus colmillos mientras lo hacía. El sabor del joven provocó su hambre.
Luchó con la necesidad de saciedad.
– ¿Esperas que le tema al metal apretado contra tu pecho, cuando tu no lo haces? Preguntó
Bacchus.

– Los vampiros no pueden mirar cruces. Les hace daño. – El hombre miraba a su alrededor
como si la ayuda fuera a aparecer pronto.

Bacchus le rozó la ropa.

– No sabía eso. – dijo, desapareciendo para reaparecer detrás del hombre. El roce de su
aliento en el cuello fue la única advertencia que el hombre recibió cuando Bacchus hundió sus
colmillos en la yugular.

El hombre trató de apuñalarlo, pero la mano de Bacchus salió disparada, para controlar el
arma antes de que pudiera hacer ningún daño.

Él retiró sus colmillos para hablar.

– En realidad, no deberías haber hecho eso. – dijo, antes de agarrar la barbilla del hombre y
estirar el cuello para tener un mejor acceso.

Bacchus bebió hasta que sació su hambre. Ardiente, el rico sabor de la sangre llenaba cada
célula de su cuerpo. Se detuvo cuando escuchó tartamudear el corazón del hombre, a pesar de
que no tenía reparos morales a la hora de matar.

Bacchus inclinó la hoja del cuchillo con poco esfuerzo y lo dejó caer en el suelo junto a su
atacante somnoliento. Lo pensaría dos veces antes de abalanzarse sobre extraño de nuevo en
un callejón oscuro.

La mujer permaneció en el suelo, con los ojos muy abiertos por el horror. Ella sangraba por
tantos lugares que era difícil para Bacchus concentrarse. Dio un par de respiraciones
profundas, su cuerpo decolorándose y solidificándose en repetidas ocasiones mientras tomaba
de nuevo el control. El olor de la sangre impregnaba el aire como el perfume de cobre.
Finalmente, se quedó inmóvil, con la mente firmemente bajo su mando.

– Está bien. – dijo, sosteniendo su mano en un gesto tranquilizador.

Bacchus bajó la voz. – No te haré daño.

Ella gimió y se agachó en un intento de hacerse más pequeña.

Bacchus obligó a sus colmillos a plegarse.

No tenía la intención de asustarla, pero sabía que no podía haberla ayudado sin luchar.
Necesitaba llegar a su casa, para que su familia pudiera darle atención médica. Bacchus no
creía que los hombres la hubieran asaltado sexualmente, pero el choque de la paliza no
desaparecería pronto.

– ¿Vive usted por aquí? – Preguntó.

La mujer levantó la mirada tímidamente, mirando su boca como si no se fiara de lo que había
visto. Bacchus se relajó. Pronto iba a dudar de su recuerdo, era lo mejor.

Ella había pasado suficiente.

– Yo vivo a un par de cuadras. – dijo ella, tomando jadeos estremecidos de aire y agarrando sus
ropas andrajosas contra su pecho.

– Deja que te lleve a casa.


Miró a su alrededor a los hombres sobre el terreno.

– Ellos iban a violarme.

– Lo sé. – Bacchus apretó los puños. – No te van a hacer daño otra vez o voy a volver y
terminaré lo que empecé. – La amenaza era clara para que todos lo oyeran. Los hombres
gimieron en respuesta.

– ¿Van a morir?

– Esta noche no, pero lo harán si continúan por este camino de destrucción. – Él negó con la
cabeza. El instinto de matar era tentador. Esta no fue la primera mujer en sufrir a manos de
estos hombres. Otras no han sido tan afortunadas. Bacchus había probado la verdad en sus
venas. Sabía que podía haberlos matado fácilmente, pero él no estaba allí para luchar contra
un enemigo, sin embargo merecían la muerte. Pensó en Jill y sus tres corazones comenzaron a
latir con fuerza. Estaba aquí por un tipo completamente diferente a la lucha, uno que
involucraba dominación, sumisión y supervivencia final.

– Por favor, ven. – dijo Bacchus antes de que cambiara de opinión y condenara a los hombres a
la muerte. Llevó a la mujer a su coche, la apoyo con una mano en su codo. Abrió la puerta para
ella y esperó a que entrara. – Vuelvo en seguida. Espera aquí.

Bacchus regresó a los hombres incapacitados. Los tres ciegos lloraban de miedo al oír sus
pasos decididos, mientras que el cuarto y quinto yacía en posición supina, incapaz de moverse,
sus ojos negros abiertos de miedo.

– Si alguna vez veo a alguno de ustedes en torno a esta mujer otra vez, no voy a ser tan
misericordioso la próxima vez. – Bacchus permitió que sus colmillos se desplegaran cuando se
inclinó sobre el hombre paralizado. El veneno se aferraba a la punta afilada, cayendo en la
camisa blanca del hombre. – Parpadea si me entiendes. – gruñó.

El hombre parpadeó rápidamente, llenando sus ojos con lágrimas.


– Bien. – Bacchus sonrió, moviendo su lengua bífida en el aire. Los dos hombres que había
corrido antes se escondieron cerca del callejón. Podía oír los rápidos latidos de sus corazones.
Volverían y reunir los cinco restantes, no porque se cuidaran después de lo que habían hecho a
la mujer. El comportamiento era detestable.

Bacchus no entendía este planeta. Con todos los recursos aquí, incluidas las mujeres
saludables, ¿por qué daban tanto por sentado?

Se imaginó a Jill. Él no tenía ese lujo y por una vez en su vida que estaba agradecido por ese
pequeño regalo.
Bacchus llegó al porche cubierto de Jill, temprano la mañana siguiente, subió el peldaño
armado con un maletín que contenía los apuntes de Ryan y de su hermano John, que había
garabateado la noche anterior. Se veían profesionales a primera vista, pero no se sostendrían
ante un escrutinio. Rezó a la Diosa que ella no pidiera verlos. Compró la ropa apropiada para el
papel que pretendía jugar, así que debería ser bastante fácil usar los recuerdos de Ryan y
abrirse camino para entrar en la casa de Jill.

No había culpa, sólo anticipación. Su gente contaba con él, que esta misión fuera un éxito. Sus
vidas dependían de ello. Él apretó su pelo en la cola, luego presionó el botón al lado de la
puerta. Ding-dong, la campana sonó, haciendo eco en toda la estructura.

El silencio respondió.

Bacchus frunció el ceño y apretó el botón de nuevo.

Oyó la almohadilla de unos pies descalzos sobre el suelo, un segundo antes de que una voz
soñolienta respondiera desde el otro lado de la puerta. Está bien, está bien, ya voy.

Miró su camisa de botones verdes y su chaqueta de tweed. La ropa era diferente a lo que
estaba acostumbrado, pero cómoda, sin embargo. Y, lo más lo importante era que ocultaba su
traje de vuelo debajo.

Bacchus se miró en el cristal de una ventana cercana para comprobar si las gafas de sol que
había comprado en Venice Beach escondían el rojo de sus ojos. Ellas eran oscuras, pero no
demasiado oscuras. Así él no tendría que quitárselas mientras conversaba y ocultarían
eficazmente el color. Su cuerpo irradiaba calor por estar tan cerca de Jill, enviando sus
feromonas al aire.
Aspiró, capturando su aroma único. Ahora no.

Todavía no. Le suplicó a su cuerpo que mantuviera el control. Si se volvía demasiado fuerte,
estaría indefenso contra sus instintos más bajos y enviaría a Jill a una versión humana del
calor…

Jill echó una ojeada por la mirilla al alto hombre parado sobre su pórtico delantero y luego
abrió la puerta; tenía por seguridad, una lata de spray de pimienta escondido detrás de su
espalda, en la pretina de su mono deportivo. Ella esperaba que no fuera un vendedor de
aspiradora o lo que sea que ellos se empeñaran en vender en estos días.

Se pasó la mano libre por su pelo despeinado, tratando de empujarlo fuera de su cara. La
soledad la mantuvo despierta hasta las dos de la mañana. Pasó el resto de la noche dando
vueltas en un intento de disipar las pesadillas que empezaron desde que encontró el cuerpo de
John; y que como serpientes la mordían repetidamente. Lógicamente, Jill sabía que había
hecho todo lo que podía por él, pero la lógica tuvo poco efecto en sus emociones.

Daría cualquier cosa por escuchar, una vez más, la voz de su hermano. ¿Por qué no la había
llamado si necesitaba ayuda? No tenía que matarse. Nada en esta vida era tan malo.

Jill parpadeó contra la luz del sol, manteniendo un ojo abierto para mirar al desconocido. Ella
lo miro dos veces cuando su hermoso rostro greco romano entró en foco. Pelo, oscuro como
alas de cuervo, se extendía sobre sus hombros y su espalda. Su piel pálida desafiaba al Sol del
Sur de California, creando un brillo luminoso. Él se acercó y empequeñeció el marco de la
puerta.

¿Puedo ayudarle? preguntó ella, estirando el cuello para mirar detenidamente su cara. Su
corazón tartamudeaba cuando consiguió un buen vistazo. Hablando de una llamada para
despertar.
El hombre la miró fijamente durante varios segundos, su mirada penetrante detrás del tono
matizado de sus lentes. Ella no podía decir lo que pensaba por su expresión, en su único y
llamativo ni rostro, así que Jill dejó de intentarlo. Era imposible formar pensamientos
coherentes antes de su café de la mañana. Él era probablemente sólo un actor sin trabajo,
como la mayoría de la población de Los Ángeles. O al menos, se dijo eso, para mantener una
distancia mental entre ellos…

Dijo, ¿puedo ayudarle?, Repitió, de repente le llego un olorcito delicado, pero picante, una
fragancia que emanaba de su piel.

Parecía envolverla, llenando sus pulmones e impregnando sus poros. Olía tan bien... como las
galletas frescas horneadas en mañana de Navidad. Ella tuvo la repentina urgencia de
desenvolverlo y empezar a mordisquearlo.

Ella sacudió la cabeza para despejarse y desestimó los pensamientos fantasiosos. La piel no
olía de esa manera. Tal vez fuera su colonia o había algo flotando en el aire, junto con el smog
del sur de California. Jill inhaló de nuevo y la cabeza le dio vueltas como si hubiera tomado
demasiado medicamento para el resfriado. Excepto que no estaba enferma y no había tomado
otra cosa que no fuera una aspirina, la noche anterior. Su mano voló a su sien y se froto,
tratando de quitarse el mareo.

Los ojos del hombre se estrecharon ligeramente mientras la miraba, y luego inesperadamente
sonrió.

─¿Estás bien─ Preguntó, sabiendo muy bien el efecto que estaba teniendo sobre ella. Jill sintió
el poder de esa deslumbrante sonrisa depredadora, todo el camino hasta los dedos de sus
pies, que ahora se enroscaban bajo sus pies descalzos. Ella se estabilizó.

─Estoy bien. Probablemente necesito comer algo. ─

─Bueno, entonces soy yo el que puede ayudarla, ─ dijo, con un acento extraño puntuando sus
palabras.
─¿Usted me trajo comida?, ─Preguntó, confundida.

─No. ─

Ella frunció el ceño. ¿Era una lengua bífida en su boca? Parecía un poco viejo para saltar en lo
de la perforación y la múltiple mutilación, pero esto era L.A.1 Jill tomó un respiro y sopló aire
hasta levantar su flequillo de los ojos.

─Mira, lo siento, pero yo no necesito un limpiador o una Biblia. O cualquier otra cosa que
vendas hoy. Ya tengo suficiente basura. ─

Sobre todo ahora que ella había heredado las pertenencias de John.

El hombre continuó estudiándola, pero no respondió. Ella pensó que lo vio temblar y luego la
fragancia volvió. Esta vez más fuerte.

El corazón de Jill dio un vuelco y su rostro enrojeció. La sangre lleno áreas que no habían visto
uso en un año. Sus pezones alcanzaron su punto máximo debajo de su camiseta y la humedad
mojo sus bragas.

Ella ya no estaba mareada, pero aún se sentía aturdida y eso fue después de una pequeña
sonrisa y una colonia. Alguien debería embotellarlo y llamarlo "Oda al sexo" , pensó. ¿No
acababa de considerar volver a meterse en las citas? No puedes comenzar con un vendedor de
puerta en puerta, sin importa lo bueno que se vea, la pequeña voz dentro de su cabeza, le
advirtió. El hecho de que estaba en lo cierto era solo un pequeño consuelo. Miró al
desconocido una vez más. Jill apostó que este tipo hacía un montónde ventas, cuando en
realidad mostraba su encanto. Ella no iba a quedarse y averiguarlo. No creía que su resistencia
fuera lo suficientemente fuerte.

* L.A.: Los Ángeles. California


─Que tengas un buen día, ─ dijo Jill, empujando la puerta para cerrarla cuando un pánico
repentino la invadió.

Extendió la mano y cogió el borde antes de que ella pudiera terminar el trabajo. Ella empujó
con más fuerza, pero era como tratar de mover un pilar de concreto.

─Creo que usted no entiende mis intenciones, dijo. No estoy aquí para vender mercancías. ─

No fueron sus intenciones lo que preocupaba a Jill, sino su clítoris que empezó a palpitar a
tiempo con su pulso. Arañó su brazo para aliviar la repentina fiebre que ardía debajo de su
piel.

¿Qué pasaba con ella? Ella no actuaba así…nunca. No importaba, lo poderosa que la atracción
física resultara para ser.

¿Qué quiso decir de todos modos? Habló extrañamente. La formalidad tras la construcción de
la oración, su pausa.

¿Malinterpretar sus intenciones? ¿Vender mercancías?

─Mire señor, si no se marcha me voy a ver forzada a llamar a la policía. ─

─Mil perdones, pero tengo que hablar con usted. ─

¿Qué autobús dejó caer este tipo aquí? Se movió y su mirada fue más allá de él y aterrizó en el
coche aparcado en la calzada. Ella reconocería ese vehículo en cualquier lugar. Era el coche de
Ryan un vintage muscle 1968. ¿Qué diablos pasó con él? El parachoques estaba abollado y un
arañazo irregular corría por el lado de una de las puertas.

─¿Cómo? ─ Ella suspiró, mirando el coche, su corazón se desplomó hasta sus rodillas.

─¿Donde está Ryan? ¿Qué pasó con él? Dime, ─ ella le suplicó, ya no se preocupaba por su
seguridad, sólo por el bienestar de su ex novio. Era su última conexión con su hermano, John.
Ella no podía perder a Ryan también, aunque Jill sabía en su corazón ya lo había hecho.

El hombre frunció el ceño.


─¿Él es...? ─ Su voz se fue apagando y ella se preparó para lo peor.

─No, no está muerto. Si me permites entrar, voy a explicarle todo. ─

Su suspiro de alivio fue audible, pero ella todavía lo miró con recelo. ¿Quién era este hombre?
¿Cómo sabía de Ryan? ¿Dónde estaba y por qué Ryan le había dado el coche a él? Ella
necesitaba respuestas y no creía que las fuera a conseguir si lo dejaba de pie en el porche.

─Entre y dígame lo que pasó. ─ Jill movió una mano a la parte baja de su espalda, descansando
en la pequeña lata de spray de pimienta, antes de hacerse a un lado para permitirle entrar.

El nudo en el estómago creció del tamaño de un peñasco en el lapso de un segundo. Ryan


nunca renunciaría a su coche sin una buena razón. Él y su hermano lo habían restaurado
juntos. Era su principal vínculo con el pasado, ya que él había roto el contacto con ella.

─¿Puedo ofrecerle una taza de café Sr. ... Sr.? ─

─Mi nombre es Bacchus. ─

─Es un nombre poco común. ─

─Él inclinó su cabeza. Soy un hombre inusual. ─

Lo era, si las primeras impresiones fueran alguna indicación. Jill arqueó una ceja, pero no hizo
comentarios sobre su respuesta.

Tome asiento en la sala de estar, iré enseguida. Ella señaló el salón azul a la izquierda,
sosteniendo cuidadosamente la lata de aerosol de pimienta fuera de la vista de su visitante.

─Necesito hacer un café, antes de que claudique por falta de cafeína. ¿Quiere un poco? ─
─Eso sería aceptable. ─

Entró en la cocina, manteniendo a Bacchus en su visión periférica mientras apilaba granos de


café molido en el filtro. El aroma del café francés tostado llenó el aire mientras vertía el agua
en la jarra y apretaba el interruptor para colarlo. Jill entró en el baño mientras el café se
filtraba; se cepillo el pelo, retiro el maquillaje anterior para un look natural. ¿Por qué se
molestaba, no lo sabía. Todavía se sentía obligada a hacerlo. Se asomó a la puerta para
asegurarse de que Bacchus seguía, donde ella lo había dejado. Estaba sentado en el sofá, con
la mirada fija en algún punto de la pared. Su atención cambió repentinamente a donde ella
estaba.

Se quedó inmóvil, atrapada en su mirada, incapaz de escapar. Su cuerpo se estremeció y su


piel se puso tensa, estirada. Jill sabía que debería tener miedo o por lo menos estar un infierno
más preocupada por su seguridad de lo que estaba, en cambio permaneció lánguida y
mareada, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.

Trabajar con animales le dio buenos instintos. Y el intestino de Jill le dijo que Bacchus nunca le
haría daño, pero eso no significaba que ella no iba a verlo de cerca. Su extraño olor se quedó
con ella. Era como si estuviera todavía de pie a su lado, cuando Jill podía verlo claramente en la
otra habitación. Bacchus parpadeó, liberándola del hechizo, y ella dio un paso atrás en el baño.
Le tomó un par de latidos recuperar el aliento.

¿Alguna vez había estado ella tan atraída por un hombre? La palabra no se filtraba por su
mente. Aún con lo atontada que estaba por él, Jill sintió algo más profundo arremolinándose
debajo de la superficie de la lujuria. La conexión se movía más allá del físico, hacia el campo de
las emociones. Desde luego, era completamente imposible, considerando que ella acababa de
poner sus ojos sobre él y no creía en el amor a primera vista. De todos modos no podía negar
que algo estaba pasando entre ellos que desafiaba una sencilla explicación.

Jill terminó de prepararse, luego regreso de nuevo a la cocina.

Unos minutos más tarde, ella entró en la sala de estar, llevando una bandeja con una jarra de
café y dos tazas sobre ella. El aroma agridulce llenó el aire cuando ella colocó la bandeja en la
mesa de centro. Jill tomó asiento en una silla de mimbre frente a Bacchus antes del ofrecerle
azúcar y crema a él.
─Prefiero beberlo negro, dijo, levantando la taza a los labios. ─

─Ten cuidado. Está caliente, ─le advirtió, viendo con fascinación como su lengua bífida se
sumergió en el humeante brebaje un par de veces antes de llevarse la taza a la boca y
bebérsela como si fuera un trago de tequila. Jill miró su taza y vio el vapor saliendo.

Debería estar gritando, sosteniendo su lengua, sudando o por lo menos debería estar roja.

En cambio, Bacchus estaba perfectamente normal. Bueno, tan normal como un tipo con un
tatuaje en su cuello y una lengua bífida podría verse. Bárbaro fue la palabra que vino a su
mente. También lo hizo reptil, el herpetólogo dentro de ella influenciaba sus pensamientos.
Era extraño cómo algunas personas le recordaban a un animal o en el caso de Bacchus, a un
reptil. Curiosamente, ella encontró la asociación sexy.

A pesar de sus reservas, Jill estaba intrigada y tal vez un poquito envidiosa de su actitud de
levantar su nariz ante sociedad. Bacchus parecía una contradicción ambulante, con su loca
ropa conservadora y el aspecto de contracultura. Tenía un aire de peligro que le hizo creer que
había visto más que la parte justa de violencia en su vida. Sin embargo, podía decir que estaba
haciendo todo a su alcance para ponerla a gusto. Pensar en lo que estaba haciendo hizo que su
corazón se derritiera. Jill no sabía que estaba mirando a Bacchus hasta que él le sonrió.

Lo siento, dijo ella, un segundo antes de su cara se sonrojara.

Sorprendida por su comportamiento, miró sus pies para recuperar la compostura. Jill nunca
había tomado la iniciativa en cuestión de hombres. Tan antifeminista como era, le gustaba que
el hombre diera el primer paso, fuera el líder, el dominante. El último pensamiento trajo más
calor a sus mejillas. Tal vez fuera hora para un cambio de pensamiento.

─No te lamentes. Me gusta cuando me miras. ─ Su voz retumbó en su pecho, enviando


vibraciones directamente a su clítoris.
Jill alzó la cabeza y sus ojos se ensancharon. ¿Bacchus estaba coqueteando con ella? ¿Sería tan
malo si así fuera? Su corazón golpeaba fuerte en su pecho y ella cambió. De repente, Jill
lamentaba que ella no se hubiera tomado tiempo para maquillarse.

¿Qué estaba pensando? Ella no debería estar preocupada por su aspecto, cuando Ryan estaba
en problemas. Jill sacudió su cabeza para limpiar la sensación de algodón en su mente.

─Usted vino aquí para hablar sobre Ryan, ─ dijo ella, recordándoselo a él tanto como ella
misma. Su risa se descoloró un poco.

─Sí, vine para decirle que él está decidido a marcharse por un tiempo. ─

─No entiendo. ¿Qué significa eso? ─ Jill se puso de pie y comenzó caminar. Ella no esperó una
respuesta de Bacchus. ─ Yo sabía que esto iba a pasar. Él había estado actuando extraño
después del entierro. Al principio, él venía todo el tiempo, entonces sus visitas se hicieron
esporádicas. Al cabo de un tiempo, él simplemente dejó de venir. Supongo que él no le dijo
que solíamos estar comprometidos. ─ La tristeza teñía su voz.

─Él compartió esa información conmigo, ─ dijo Bacchus, viéndose de repente incómodo.

─No entiendo por qué Ryan te dijo que se iba y no me lo dijo a mí.

Yo, es decir, no hemos hablado mucho en los últimos meses, pero es raro que él parta y sin
decirme una palabra. Debe confiar realmente en ti, si compartió todo esto contigo. ─

─Jill, ─ Bacchus dijo su nombre tan suavemente, que casi no lo oyó.

─Lo siento. Yo sé que debe ser doloroso escuchar esto. ─


─No, yo me esperaba algo así. Quiero decir, apesta, pero no estoy realmente sorprendida. ─
Sus dedos se agitaban nerviosamente.

Se estiró y estrechó su mano, deteniendo su movimiento. Un disparo de calor viajo desde la


puntas de sus dedos, por su brazo hasta sus pezones.

Jill sacudió su mano en estado de shock.

Sus fosas nasales se ensancharon momentáneamente. Aparte de esa pequeña reacción,


parecía no estar afectado.

─Por favor siéntate. Sé que esto es difícil, pero es la elección de Ryan. Estoy seguro de que con
el tiempo decidirá ponerse en contacto con usted, después de que este establecido. ─

─¿Establecido? ¿Establecido dónde? ─ Ella sintió un peso en el estómago. ─¿Él no es solo,


verdad? ─

─ No, ─ dijo Bacchus sin inflexión.

Jill había sospechado que Ryan había seguido adelante con su vida, pero oír que él había
encontrado a alguien especial, trajo la verdadera realidad a casa. Ella comenzó a caminar otra
vez.

─¿Usted está seguro que él está bien? ─

─No tengo duda de que él está a salvo. Él está actualmente con su nueva…
¿Amante? ─ Su boca se torció dolorosamente ante la palabra, como si se hubiera escaldado la
lengua.

─¿Dónde? ─ Jill se dejó caer en la silla, frente al sofá de dos plazas cuando sus piernas
amenazaron con ceder. ─¿Estás seguro de que tiene al hombre correcto? ─preguntó, sabiendo
ya la respuesta. Si hubiera tenido alguna duda, le puso fin al segundo en que vio el coche. Pero
si el auto de Ryan estaba en su camino de entrada, entonces, ¿cómo estaba planeando salir de
la zona?

─Ella tiene un coche, ─ Bacchus respondió como si le hubiera hecho la pregunta en voz alta. ─
El resto de las respuestas vendrán a su debido tiempo del propio Ryan, pero primero tengo
que conseguir conocer un poco de ti. ─

Arqueo sus cejas. ─¿A mí? ¿Por qué? ¿Eres una especie de abogado? ¿O de médico? ─

Bacchus no respondió. Simplemente tomó su maletín, abrió el broche y procedió a sacar varios
documentos con el nombre de Ryan estampado en la parte superior de ellos.

─Su ex-novio es un hombre muy preocupado. ─

Jill suspiró. ─Lo sé. Él no ha sido el mismo desde la muerte de John hace un año.

La depresión es peligrosa si no se controla. ─

Bacchus asintió.

─Echa de menos a su hermano y ha sido incapaz de llenar el espacio vacío que su muerte creó.

─Él no es el único. ─

─ Hablas como si usted estuviera hablando de su experiencia. ─ Ella enrosco sus dedos juntos, y
luego puso sus manos en su regazo.

─Como la mayoría de la gente, sé lo que es perder algo que se ama.

─Yo soy consciente también de la desesperación que uno siente cuando se pierde la esperanza.

Jill sabía Bacchus estaba diciendo algo importante, pero decidió no ejercer presión por más
información. No era de su incumbencia.

Además, pensó que él no le respondería de todos modos.

─¿Quieres otra taza de café? ─ preguntó en su lugar, centrándose en un tema benigno.

─Asintió. Por favor. Sostuvo su taza para ella. ─

Sus dedos la rozaron mientras le servía, pero esta vez Jill no se alejó.

─ ¿Cómo sabes tanto sobre Ryan? ¿Son amigos? ─

─Supongo que se podría decir que he estado dentro de su mente, dijo enigmáticamente. ─

─Wow, no puedo creerlo. ─ Ella terminó de servirle y bajó la jarra.

─¿Qué cree? ─
Jill le entregó a Bacchus la taza.

─No puedo creer que Ryan haya buscado ayuda profesional. Él odiaba al psiquiatra al que
envié a John. Lo llamó un curandero por no darse cuenta de lo deprimido que mi hermano
estaba en ese momento. Ryan estuvo molesto sobre eso de invadir y descifrar mentes y toda
esa tontería. Estoy seguro de que pensó que estaba ayudando a John, pero la verdad es que
mi hermano no quería nuestra ayuda.

¿Cómo es ese viejo cliché? Puedes llevar un caballo al agua... Ahora todo lo que tenemos es la
culpa y los sí. Ella hizo una pausa y luego se sumió en sí misma. La verdad es que Ryan me
culpa por la muerte de John. ─

Bacchus la miró detenidamente por encima de la taza de café. El vapor giro sobre sus cristales
como sombras fantasmales. Él no la miraba tanto a ella como a través de ella. Jill se empezó a
remover ante su escrutinio.

─Ryan no puede expresarlo bien, pero él se preocupa por usted muchísimo. Sé que es así. Él se
preocupa por que usted permita que su vida se deslice sin realmente vivirla. ─

─Si él se preocupara tanto por mí, no habría tirado nuestra relación hace nueve meses. ─

─Él era un idiota, ─ dijo Bacchus.

Jill negó con la cabeza, sintiendo nuevamente que la calidez inundó su cara. ─Eso no es verdad.
Todo el mundo se ocupa de la muerte de diferentes formas. Ryan decidió huir. Pero si eso lo
hace sentir mejor, dile a Ryan que tengo una vida plena. ─Ella agitó su mano para indicar la
casa.

Bacchus ladeo la cabeza y la miró fijamente.


─Si no me crees, entonces, mira a tu alrededor. ─

Él resopló. ─Podríamos argumentar la semántica, pero creo que ya has probado mi punto por
estar tan a la defensiva. ─

─¿Cómo te atreves? ¿Quién demonios…─

Bacchus levantó su mano para detener sus palabras.

─ ¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre? ─

Jill bajó su taza con un tintineo.

─ Yo no veo como esto tiene algo que ver con el estado de ánimo de Ryan. ─

─Esto ayuda si puedo llegar a conocer a la gente cerca del individuo que he absorbido. ─

─¿Absorbido? ¿Como una esponja? Es un modo extraño de decirlo, pero creo que entiendo.
─Ella dobló sus piernas bajo su cuerpo y se sentó. ─No he salido con nadie desde que Ryan se
marchó. No tengo exactamente prisa por ponerme allí, de nuevo, después de una muerte en la
familia y un compromiso roto. ─

Dios, sonaba patética hasta para sus propios oídos.

─¿Qué pensaría el médico? ─ Jill lo miró a la cara. Por un segundo, ella podría haber jurado que
parecía satisfecho, pero la expresión desapareció tan rápidamente, que Jill decidió que estaba
equivocada. ¿Por qué le importa si ella tenía citas? cuando estaban discutiendo acerca de
Ryan. Al menos, pensó que era del él, de quién estaban hablando. Jill alcanzo su espalda y se
ajustó la lata de spray de pimienta. Se había resbalado y había empezado a
pincharla. Una vez hecho, tomó un sorbo de café.

─¿Cuándo fue la última vez que tuvo relaciones sexuales? ─ Bacchus puso su taza sobre la
mesa y se acercó más.

Jill se atragantó y sus ojos comenzaron a humedecerse mientras el café amenazaba con
salírsele por la nariz. ─Ahora, espera un minuto. Eso no es asunto tuyo. ─Ella se enderezó, no le
gustaba la dirección que había tomado la conversación. ─ Estoy a favor de darle la información
que pueda ayudar a Ryan para que enfrente su pena, o, más apropiadamente, su culpa, pero
mi vida sexual está fuera de límites. ¿Lo tienes? ─

Bacchus se sentó abruptamente.

─Bien. Si no quieres ayudar, dilo. Él se manteniendo lejos para tu beneficio, no para el suyo
propio. ─

Jill sintió al calor irradiar desde la punta de sus orejas. Toda esta línea de interrogatorio, de
hecho, la hacía sentir incómoda. No tanto por las preguntas sino por sus respuestas.
¿Realmente había pasado un año desde que había tenido relaciones sexuales?

Ella se encogió por dentro y debatió si debía mentir, pero sabía que eso no ayudaría a Ryan o a
ella misma. Jill se enderezó en su silla y se encontró con la mirada de Bacchus. ─Ha pasado más
o menos un año y un mes. Ryan no la había tocado después de la muerte de John. ─

─ Por lo tanto, es cierto que usted ha puesto su vida en espera. ─No era una acusación, sólo la
declaración de un hecho.
─Yo prefiero pensar en ello como una reagrupación. ─ Ella se acercó más. ─Sin duda, usted
como psiquiatra, de todas las personas, puede entender eso. ─

─Lo hago por cierto, y me parece admirable, pero a Ryan y a mi nos preocupa que usted no
esté cuidando de sus necesidades. ─

─No estamos hablando de mí. Se trata de Ryan, y me suena como si estuviera cuidando muy
bien de sus necesidades. Tengo juguetes para adultos para cuidar de los míos. También tengo
un trabajo que me encanta, la formación y cría perros. Mantengo la casa. No es mucho, pero
creo que he hecho un muy buen trabajo con ella. Puede que no use mi título, pero estoy feliz.
─ Odiaba tener que defenderse. Ella estaba feliz, maldita sea. O al menos estaba empezando a
sentirse feliz de nuevo.

Jill no necesitaba a un terapeuta que le dijera lo contrario. No es extraño que John hubiera
luchado con dientes y con uñas para evitar ir a ver uno.

─¿Cuál era su campo de estudio? ─ Bacchus preguntó.

Ella se rió del cambio repentino de tema, agradecida por el indulto.

Estoy sorprendida de que Ryan no le haya dijo. Le gusta impresionar a la gente. ─Tengo un
grado en herpetología. ─

─ ¿Estudias reptiles? ─
Había genuino interés en su voz y algo llameó a la vida en sus ojos. Durante un segundo, ellos
los había visto rojos, pero eso era imposible. Un juego de la luz del sol, ella pensó,
despectivamente.

─La mayoría de las personas teme a los reptiles, especialmente a las serpientes. Esto incluye a
Ryan. Su primera reacción es querer matar a la criatura. Si sólo las personas entendieran lo
necesarios que son los reptiles para el ecosistema, lo pensarían dos veces antes de destruirlos.

─¿No les temes? ¿Ni siquiera un poco? ─

─No, los encuentro fascinantes. Siempre lo hice. Su capacidad de sobrevivir y adaptarse al


planeta, a pesar de catastrófico cambio atmosférico. Es un milagro realmente. ─

─Parece como si te gustaría poder ser un reptil. ─

─Ella se encogió de hombros. A veces pienso que sería genial.

Seguramente sería más fácil vivir sin todo el bagaje emocional. ─

─No estoy seguro de que sea agradable. Cuando falta ese elemento, la vida parece algo
incompleta. ─

Ella se rió. ─¿Estás hablando por experiencia? ─

─Tal vez, ─ dijo Bacchus, una sonrisa reservada desapareció de sus labios sensuales.
Jill se sentía atraída hacia él y tuvo que obligarse a retroceder.

─Los reptiles son criaturas fascinantes, ─ dijo, volviendo a su tema anterior.

─Cada uno tiene su propia personalidad y patrones de comportamiento únicos, como los seres
humanos. ─

─Sí, exactamente. Siempre se lo dije a John y Ryan. Se rieron de mí.

─Jill sonrió, metiendo el cabello detrás de su oreja. ─Eso no importa ahora. Ya no estudio
reptiles, sólo perros. Los mejores amigos del hombre y todo eso. Son fáciles de manejar y no
tengo que salir de la zona para encontrar un trabajo.

─Veo que no hay perros aquí. ─ Bacchus miró alrededor de la habitación. ─¿Están en su patio
trasero?

─No. ─Ella aspiró. ─No hay exactamente espacio suficiente para criar perros aquí, en mi casa. Si
no lo has notado, yo vivo en un pedazo de propiedad del tamaño de una estampilla postal.
─Los dueños de los animales alquilan el espacio en una perrera y me dan acceso para que
pueda hacer mi trabajo. ─

─Suena como un acuerdo aceptable. ─

─Créeme, lo es. Sólo soy responsable de ellos durante los períodos de cría y el entrenamiento
de obediencia. ─ Se quedó en silencio por unos momentos, cada uno disfrutando de la
compañía del otro, mientras bebían su café.

Bacchus fue el primero en hablar. ─¿Tienes muchos amigos?


¿Cualquier prospecto de amante? ─

─Como dije antes, ha pasado un tiempo. Soy una persona muy reservada. Me mantengo
ocupada con mi horario de trabajo y...

Esperando a que Ryan volviera. ─ Jill admitió la verdad. Había pasado el año pasado en espera,
mientras que Ryan había continuado. Lo que fue una tontería. Ella había sido una tonta, pero
ya no. Se encontró con su mirada inquisitiva. Las cosas que has mencionado no siempre son
fáciles de conseguir, Dr. Bacchus.

─Tal vez eso pronto cambiará. ─

Sus palabras inocentes enviaron hormigueo a lo largo de la espina dorsal de Jill, dejando atrás
oscuridad carnal, pensamientos e imágenes eróticas tentadoras. Ella apretó sus muslos juntos,
para aplazar el hambre repentina que se edificó dentro de ella. Sería tan fácil inclinarse hacia
adelante y presionar sus labios contra su boca.

Bacchus sabría tan exótico como parecía. ¿Tomaría el mando como ella anhelaba que un
hombre hiciera? En lugar de actuar de acuerdo con sus deseos, Jill se encogió de hombros sin
comprometerse. Ya veremos.
Bacchus no podía apartar los ojos de la mujer que tenía delante.

Ella era todo lo que Ryan pensó y más. Mucho más. En la mente de Ryan, Jill era alguien con
quien contar cuando su vida se venía abajo. Era egoísta. Sí, egoísta, de hecho, él había ido
eliminando a los hombres que expresaron su interés hacia ella. Esa fue la razón principal detrás
de su propuesta de matrimonio. No quería que nadie más la tuviera, pero ese sentimiento se
terminó con el suicidio de John. Bacchus suponía que debía agradecer a Ryan algún día por
vigilarla, las acciones del hombre habían impedido a otro reclamar a Jill…hasta ahora.

Él deslizó sus dedos alrededor de la taza de café para impedir extender la mano y tocarla. Ella
había enderezado su pelo

despeinado mientras se preparaba su café. La idea de que a ella le importara lo suficiente


como para hacerlo por él le daba placer y una esperanza renovada a Bacchus.

— Me gustaría observarte en el trabajo si puedo. Ryan me dio mucha información sobre tus
habilidades, pero prefiero atestiguarlas directamente. Esto me ayudaría a entender la
dinámica de su relación.

— Supongo que estaría bien, —dijo ella vacilante. — Aunque yo todavía no veo el punto, ya
que él ya ha seguido adelante.

Bacchus soltó una respiración pesada, entonces la miró a los ojos.


— Él quiere que seas feliz, Sra. Tanner. Él tiene un nuevo amor y quiere lo mismo para tí. –
Bacchus enderezó la manga de su chaqueta. – Estoy aquí para asegurarme de que eso suceda.

— ¿Qué? Estoy confundida. ¿Ryan te contrató para mí?

— No exactamente. Digamos que me dirigió hacia ti.

Bacchus terminó el café, lo que le permitió digerir lo que le había dicho. Ella tenía una mente
aguda y no le tomaría mucho tiempo saltar de una conclusión a otra. Había plantado una pista
falsa para conducirla en círculos durante al menos un par de horas. El tiempo suficiente para
que ella se acostumbrara a tenerlo a su alrededor.

Bacchus extendió los brazos, ocupando gran parte del sofá de dos plazas que ocupaba. Cruzó
el tobillo sobre la rodilla y se sentó a esperar.

Jill permaneció en silencio, con la mirada perdida en el espacio. Sus dientes blancos
mordisqueaban su labio inferior y su frente se fruncía sobre sus ojos. Él podía decir que su
mente se agitaba bajo esa calmada fachada. Bacchus podía ver sus emociones revoloteando
una tras otra sobre su tez de porcelana. Necesitaba ganar su confianza y rápido. No tomaría
mucho tiempo antes de que los atlantes retornaran y enviaran una nave a por él o, más
probablemente, el pueblo fantasma impaciente mandara un transporte en busca de noticias, si
es que no lo habían hecho ya. Si ese fuera el caso, no había forma de saber cuando habían
partido y podrían estar aquí en cualquier momento. Los atlantes podrían ser un pueblo
eficiente, pero los fantasmas estaban desesperados.

Había que actuar rápido. Bacchus respiró profundamente, oliendo sus feromonas de nuevo en
el aire.
Maldita sea, su cuerpo había entrado en modo de acoplamiento sin su consentimiento. ¿Cómo
podía ser esto sin pruebas de compatibilidad?

No estaba seguro de cómo las diminutas moléculas afectaban a un ser humano, pero él sabía
que tenían el poder sobre una mujer atlante, haciéndola maleable y dispuesta.

Al igual que su saliva podría intoxicar con un golpe de su lengua.

Solo las mujeres fantasmas percibían los aromas de sus compañeros y reaccionaban ante este.
Jill ya había experimentado un poco de euforia y eso fue antes de que él entrara por la puerta.

Temía que Jill dejara la casa, pero él quería seguir en su compañía.

Por último, Bacchus rompió la paz.

— Mencioné que tenía que observarte en tu trabajo. ¿No tienes que ir a trabajar hoy?

Ella asintió con aire ausente, antes de responder.

— Hay una perra en celo que tengo que cruzar hoy.

Sus ojos se abrieron casi imperceptiblemente y sus pupilas se dilataron, ya sea de la feromona
o el trabajo que tenía que hacer, Bacchus no estaba seguro. Ella deslizó sus piernas para
levantarse.

— Mañana puede ser un buen día. Tengo clases de obediencia básica programadas.
— No, creo que hoy, sería mucho mejor para mis propósitos.

— Haz lo que quieras. – Se levantó de su asiento. —Tengo que tomar una ducha. Estaré fuera
en diez minutos. ¿Le importa esperar en el porche?

—No, en absoluto, si te quedas más tranquila.

Bacchus permitió a Jill conducirle a la puerta principal. El suave vaivén de sus caderas lo dejó
dolorido. Salió al porche y un momento después se cerró la puerta. Esperó, escuchando sus
pasos alejándose. Un momento después oyó la puerta de la habitación cerrarse y trabarse,
corrió alrededor del patio trasero, que estaba rodeado por arbustos que garantizaban la
privacidad. Bacchus se deslizó fuera de su ropa recién comprada y se disolvió ante la luz del
sol, pasando por la puerta de atrás, antes de dirigirse hacia el pasillo, recto a su dormitorio.

Jill se quitó el top cuando entró en la habitación. Una lata etiquetada como spray de pimienta
estaba escondida en su sujetador. Ella lo puso sobre la cómoda. Frunció el ceño, haciendo una
búsqueda rápida de los recuerdos que había absorbido de Ryan. Bacchus sonrió al darse
cuenta de lo que contenía el frasco.

Se había armado a sí misma antes de abrir la puerta. Mujer inteligente. Su respeto por ella
creció en ese segundo.

Tragó saliva, deseando que sus colmillos permanecieran retraídos, y luchó para evitar que
saliesen. Siguió los largos dedos de sus manos, que enganchó dentro de la cintura de sus
pantalones y luego tiró suficiente para despejar sus caderas femeninas y sacarlas por sus pies.
Ella salió de su ropa, y la dejó tendida en el suelo.

¡Dios Bendito! Su polla se levantó como el ave fénix, endurecido y palpitante hasta el punto de
doler. Se giró hacia la puerta del cuarto de baño. Ella le daba a Bacchus una visión amplia de la
piel cremosa con su columna vertebral inclinada y su camino hacia abajo, hacia su firme culo.

Bacchus le dio un primer vistazo a sus pechos. Eran pequeños, pero firmes. Las rosas de sus
pezones sonrojadas y fruncidas contra su piel como si ella sintiera sus ojos sobre ella.

Su respiración se profundizó, y miró a su alrededor antes de traer sus dedos a las


protuberancias puntiagudas y pellizcar las puntas.
Un gemido luchaba por abandonar la garganta de Jill y su cabeza cayo hacia atrás mientras
jugaba con sus pechos. Un rubor coloreo sus mejillas y se extendió por su cuerpo, dándole un
brillo rosado.

Bacchus sabía que no podía verlo, pero él se quedó quieto todo el tiempo. Su mente se puso
en blanco cuando empezó a jugar con sus pezones. Quería correr a través del cuarto y empujar
sus manos fuera del camino para cubrir la carne de color crema con la boca, degustándola con
su lengua bífida.

Siguió con la mirada el suave oleaje de sus senos para después bajar por su vientre plano y
seguir su camino hacia su monte de venus. Los delicados pliegues cubiertos de pálidos rizos,
ocultando el tesoro femenino de su mirada.

Jill liberó sus pechos con un suspiro frustrado, luego se volvió a reunir los artículos que
necesitaba para su ducha. Su mirada fija lanzada a la puerta una y otra vez para cerciorarse de
que permanecía asegurada. Él realmente no podía culparla por su desconfianza. Él
exactamente no se consideraría como inofensivo.

Esto lo complació, ella era bastante inteligente para cerrar la puerta para su propia seguridad,
aún después de que ella le había pedido permanecer fuera. Bacchus notó un teléfono móvil
entre los artículos que ella había recogido y había sonreído. Jill acarició su brazo.

Bacchus siguió sus movimientos en un trance. Chasqueó su lengua, tomando su olor,


asimilándolo en sus sentidos adquiriendo la certeza de que la podría encontrar en todas partes
en esta ciudad.

Anduvo los pocos pasos hasta el cuarto de baño y cerró la puerta detrás de ella. Bacchus se
dijo a si mismo que debía irse, darle la intimidad que necesitaba pero no podía. Carente de
voluntad para hacerlo sus pies acortaron la distancia que lo separaba de la mujer que tenía su
atención por completo.
Bacchus durante varios minutos, se quedó mirando fijamente a la puerta cerrada, en la
escucha de la caída constante de agua. Su cuerpo temblaban y los músculos dolían luchó para
controlar su deseo. Por último, pasó a través de la puerta cerrada.

Al segundo de mirarla, su aliento se congelo en sus pulmones.

Podía ver a Jill detrás de la cortina de la ducha, sus manos y el jabón deslizándose por su piel
recorriendo el largo contorno de sus piernas. El temblaba cuando ella tomo una esponja y
acaricio sus pechos con el suave material. Sus pezones se irguieron como si anticiparan sus
lamidas.

El rocío cubriendo su piel, dejándola reluciente bajo la luz de la mañana. Ella giró hacia atrás y
enjuagó la espuma de su cuerpo.

Parecía una ninfa bajo una cascada, tentadora, seductora.

Bacchus apretó sus manos en puños. Desplegó sus colmillos. Tragó con dificultad y siguió
observando. Era incapaz de dejar de mirarla.

Ella siguió lavando su cabello aclarándolo bajo el agua. Cuando Jill dejó caer el jabón y se
agacho a recuperarlo, Bacchus sabía que tenía que irse o correría el riesgo de perder el control.

El echó un último vistazo a su trasero en forma de corazón tenía tantos deseos de amasarlo. Su
cálido coño goteando de la ducha, la carne rosada aflorando entre sus pliegues era una abierta
invitación.

Su polla se sentiría como en casa, hundiéndose en su carne una y otra vez, llenando con su
longitud y grosor su canal hasta llenarlo con su semilla entre gritos de liberación.

Bacchus cerró los ojos, imaginando el sonido de sus gritos de placer llenando sus oídos. El no
dudaba que oírla conmovería su corazón.
Bacchus partió rápidamente antes de que hacer algo estúpido, como unirse a ella.

Su pene se quedó duro como el mármol Zaronian y permanecería así hasta que encontrara su
liberación dentro de esta mujer terrícola. Por el momento Jill se había secado y vestido para el
trabajo, y había recuperado un poco de control.

─ ¿Listo? ─ Preguntó ella, con una sonrisa alegre plantada en sus labios mientras salía al
porche. Ella extendió su bolso para arriba sobre su hombro y se dirigió hacia la puerta del
garaje.

─Más de lo que crees, ─murmuró para sí mismo, antes de entregar la llave del coche de Ryan.

Se dirigieron en silencio hacia el norte por la 405 a la 101, a raíz de la autopista a la Topanga
Canyon salida e hizo una izquierda en las colinas. Bacchus observó cómo conducía por las
casas, dejando bosques y laderas atrás. Condujo hasta un sinuoso camino más profundo que
un cañón.

Varios minutos después, llegaron a la perrera de Jill. Estacionó su coche en el aparcamiento de


grava.

El polvo se arremolinaba a su alrededor. Los perros ladraban en el fondo. Varios otros


vehículos salpicaban la zona. Parte de Bacchus tenía la esperanza de que estuvieran solos, pero
sabía que era una mala idea, ya que su control colgaba de una sola hebra de hilo Zaronian.

Él la siguió a lo largo de un camino de tierra que conducía a las filas de los edificios, que
albergaba las perreras. El sonido creció a medida que se acercaban a los corrales. Vio a la
gente manejando diferentes razas de perros en el campo cercano. Los animales obedecían sus
ordenes... la mayoría de las veces.
Bacchus sonrió, disfrutando del cambio de escenario y ver el juego alegre entre los animales.
Las hojas susurraban en los árboles que rodean el recinto. El sol bañaba el suelo. La tierra olía
rico, más penetrante, incluso fértil. O tal vez fueran sus sentidos de apareamiento recién
descubiertos. Se volvió hacia Jill.

– ¿Dónde vas trabajar hoy? ─

─ La caseta de cría. Después que termine con los perros, sus propietarios vendrán y se los
llevaran a casa.

─ ¿Dónde está esa caseta de la que hablas?

Ella señalo con la cabeza en la dirección de un edificio rojo situado hacia la parte trasera de la
propiedad. Tenía un techo inclinado y puertas correderas masivas, que flanqueaba sus lados.

Una puerta más pequeña se situaba en el otro extremo para facilitar el acceso.

─ Mantenemos a las perras que están en celo allí. No se impide que estén cerca de los machos,
pero sí previene embarazos no deseados. No se puede llamar Fido a un perro de veinte mil
dólares.

─ Supongo que no. – dijo, un poco confundido por su declaración. ─

Después de ti. ─ Bacchus volcó su muñeca, girando su mano en un gesto común de los
terrícolas.
Jill comenzó por el camino delante de él. La mirada de Bacchus se desvió varias veces hacia su
culo perfecto ahuecado maravillosamente por un par de pantalones de mezclilla. Su hambre
comenzó a subir. Esto no era bueno.

Bacchus no sabía cuánto tiempo sería capaz de mantenerse a raya sin tocarla. Quería que Jill
viniera a él o al menos que quisiera darle la bienvenida en su cama, a su cuerpo. ¿Cómo
lograría eso un hombre? Tan acostumbrado a obtener lo que él deseaba, Bacchus no lo sabía.

Llegaron al cobertizo que albergaba una pequeña jaula metálica.

Había varios perros dentro de sus jaulas individuales. El aroma de celo femenino avasallo a
Bacchus. Podían ser de una especie diferente, pero su necesidad estaba impregnaba en el aire,
haciendo cosquillas a su nariz, acariciando su bestia interior.

Su mirada se lanzó sobre el perro, su lloriqueo desgarró su control.

Su piel comenzó a arder por el impulso de acoplar a esta mujer, tensando sus músculos.

Jill se acercó a una de las jaulas y enganchó una correa a un gran can hembra. Ella llevó al
animal a una jaula cercana situada lejos de las miradas indiscretas de los demás canes de la
habitación. Ella permitió que el perro se metiera en la zona vallada de madera, y luego se
volvió a Bacchus.

─ Vuelvo enseguida. Tengo que ir a buscar al macho. ─ Se dio la vuelta antes de que pudiera
responder y salió del edificio.

Bacchus contempló a la hembra, su necesidad emanando de ella en ondas.

─ Siento tu dolor. – Él susurró bajo calmando al perro.

─ Al menos tu incomodidad está a punto de aliviarse, mientras la mía sigue creciendo.


Una corteza profunda sonó detrás de él, Bacchus se volvió cuando Jill volvió a entrar en el
edificio trayendo con ella el perro más grande que había visto nunca. Buscó en los recuerdos
de Ryan para razas de perros, pero no encontró ningún punto de referencia.

─ ¿No crees que es un poco grande para ella? ─ Preguntó señalando a la hembra mucho más
pequeña, que ahora gemía por el cambio en el aire. Las otras hembras siguieron su ejemplo.

El macho tiraba de la correa con fuerza, tratando de llegar a las hembras en las perreras
cercanas y Jill luchó para conducirlo a la jaula.

Ella rió.

─ Ellos encajan muy bien.

─ Es enorme. ¿Qué tipo de perro es ese? ─ Preguntó Bacchus, observando el juego de los
músculos pequeños debajo de la camisa de Jill mientras trataba de mantener al animal estable.

─ Es un pastor de Anatolia. ─

─ ¿Un qué? ¡Es más como un caballo! ─ Él parpadeó. ─ La bestia es gigantesca.

Jill sonrió.

─ Sí, lo es. ─ Ella le apartó de las otras hembras, y lo guió hacia el corral donde la perra ahora
bailaba con ansiedad.

El perro atrapó el olor de la hembra y se esforzó por liberarse, casi arrastrando Jill a la jaula
cerrada. Él ya había empezado a babear al tiempo que deslizaba la correa de su cuello.
Liberado, el macho salió disparado hacia la hembra antes de que Jill saliera de la jaula.
─ Está ansioso. – ella río entre dientes, pasando sus manos a lo largo de sus pantalones.

─ ¿Puedes culparlo, cuando su celo lo incita a él?

Jill se sonrojó.

─ Supongo que no, cuando lo pones de esa manera.

─ ¿Los dejamos ahora? ─ Bacchus le pidió con su creciente voz ronca. Él rogo que ella dijera
que sí, ya que su control estaba colgado de una tela de araña Zaronian.

─ No puedo. ─ Ella negó con la cabeza. ─ Tengo que asegurarme de que se reproducen.

Su pene se disparó en los pantalones y Bacchus supo que estaba en problemas.

Jill se acercó a la pared y miró por encima de la parte superior.

Observó el macho meter la nariz en el sexo de la hembra y comenzar a lamer. Tal vez fuera su
largo período de sequía, pero ella parecía sentir cada fuerte lengüetazo de la larga lengua del
perro mientras se movía, tratando de posicionarse detrás de la hembra.

La perra gruñó y se dio la vuelta para alejarse de él, pero él se mantuvo sin inmutarse. El
macho comenzó a babear. Los trazos de su lengua adquirieron nueva urgencia. La hembra
movió la cola a un lado para despejar su camino, pero se resistió cuando trató de montarla. Al
igual que cualquier hembra que no quiere hacérselo demasiado fácil al macho.
Jill no oyó o vio a Bacchus moverse, pero ella sabía que en un segundo se puso de pie detrás de
ella.

Calor salió de su cuerpo, junto con el aroma seductor. Sus ojos seguían fijos en el macho
cuando él se hizo más y más agresivo, y siguió consumiendo sus jugos. La baba goteaba de su
hocico, casi parecía espuma por la boca.

Con la cara enrojecida Jill se dio cuenta que con Bacchus a su lado y observando a los animales
en la danza del apareamiento la encendían. Había algo en un macho agresivo dominando una
mujer que hacía que sus entrañas se derritieran. No pidió permiso, él simplemente tomó lo
que estaba delante de él. Ella sabía qué ese tipo de pensamiento pertenecía a la Edad Media,
pero no pudo evitar lo que sentía.

El vientre de Jill se contrajo cuando Bacchus deslizo una mano por su brazo, dejándole la piel
de gallina. El macho tomó ese momento para tomar medidas drásticas contra el cuello de la
perra y montarla. Su enorme polla de color rojo sangre, el tamaño de la cual rivalizaba con la
de algunos hombres, desenvainada comenzó a apuñalar la entrada empapada de la hembra,
mientras que él la agarró lados firmemente con sus patas delanteras. El macho gruñó cuando
ella trató de apartarse. La respiración de Jill se profundizó y sus bragas se empaparon mientras
veía meter su eje de seis pulgadas hacia delante y deslizarse en su entrada. La perra gimió
mientras su polla se estiró y la llenó.

Jill apenas notó los labios de Bacchus pasaban por su garganta mientras las caderas del macho
comenzaron a moverse dentro y fuera de la perra. Él la cogió con fuerza, su respiración era
pesada.

La hembra gritó, luchando para escapar. El macho la sostuvo firmemente en su lugar,


negándose a liberarla cuando su polla comenzó a hincharse y se anudó, asegurando que no
pudiera moverse hasta que él bombeara por completo su simiente.

La mano libre de Bacchus acarició el costado de Jill hasta llegar a la parte delantera de su coño
que estaba cubierto por los vaqueros.

Su dedo presionado, infaliblemente, en la búsqueda de su clítoris.


Ella abrió la boca cuando el fuego atravesó su cuerpo.

─A ti te gusta ver, ¿no? ─, Le mordisqueó la oreja, su lengua bífida lamía su lóbulo.

─ Es... es mi trabajo ─, ella gimió prácticamente las palabras. Jill no vio la sonrisa de Bacchus,
pero la sintió mientras lamía lo largo de la columna de su garganta hasta la nuca. Cuando llegó
al punto sensible en la base de su cuello, le mordió. No fue una mordida suave. La mordedura
estaba destinado a recordarle que este macho en particular era tan dominante como el macho
que montaba a la hembra.

Las rodillas de Jill estuvieron cerca de encogerse cuando Bacchus abrió la boca y besó su
cuello, sosteniéndola en su lugar con los dientes inusualmente afilados. Respiró sobre su piel y
los labios de su sexo parecían hincharse en respuesta. Él le acaricio con la lengua y el dolor
entre sus muslos se hizo implacable.

Por un segundo, Jill pensó que se había corrido en el acto. Bacchus liberó repentinamente su
nuca, pero continuó acariciándola con su mano.

─ Creo que es más que un trabajo para ti ─, murmuró, aumentando la presión contra su clítoris.

Sus ojos casi deshacen en su cabeza.

─ Creo que ver a los perros emparejados te excita, te hace querer lo prohibido. ─ Él la besó en
la garganta, los labios persistentes sobre su pulso latía con fuerza.
─ Sé que estás mojada. ─ Bacchus añadió, moviendo sus caderas hasta que sintió su duro eje
empujar su culo.

─ Esto es una locura. Ni siquiera nos conocemos.

─ ¿No? – Le preguntó, con pura seducción de su voz. ─ Pero me siento como si te conociera de
toda la vida.

Jill se tragó las súplicas que flotaban en sus labios. Ella no iba a pedir a este hombre que la
llevara. Era un extraño. Las razones para rechazar sus insinuaciones flotaban en su mente llena
de lujuria, pero ninguna se quedó el tiempo suficiente para romper el hechizo.

Su cuerpo quería a Bacchus a pesar de que la lógica le decía que estaba mal. Quemaba y sufría
por la polla latiendo y acunando su trasero.

Jill sabía que era una mujer adulta, responsable de su propia felicidad, ¿por qué no tener sexo
casual? Eso es lo que se trataba,¿no? Incluso mientras consideraba la idea, Jill se dio cuenta de
nada sobre este encuentro se sentía casual. De hecho, tenía la impresión de que era cualquier
cosa menos casual en Bacchus. Ella apartó ese pensamiento a un lado mientras sus ojos se
clavaron en los animales.

Gruñendo y gimiendo incluso, los perros seguían a jadeando y follando, sus largas lenguas
rosadas colgaban de sus bocas. La polla del semental permaneció firmemente anudado dentro
de la hembra. La perra tensa hacia adelante, su cola se movía a los lados mientras conducía a
ella con renovado fervor.

Cada deslizamiento del eje del perro se produjo entre las piernas de Jill un latido como
respuesta. No era difícil imaginar Bacchus de rodillas detrás de ella en una posición similar,
pinchando su polla dentro de su coño inundado. El sudor escurría entre sus pechos y ella
reprimió un gemido.
La lengua de Bacchus calmó la zona que había mordido, su saliva recubría las pequeñas
marcas. Jill se echó hacia atrás en su pecho, con la respiración entrecortada. Podía ver el
contorno de sus pezones duros como tensos picos contra la fina tela de su camiseta.

Su perfecto culo acarició su polla dura como una roca, mientras seguía el dedo en su clítoris.

El color rosa en sus mejillas mientras se acercaba al orgasmo. Se negó a ceder, con el dedo
daba círculos en su carne semi-cubierta.

Bacchus deseaba como el infierno que la ropa desapareciera.

Sabía que sí se lo pedía accedería.

Y él estaba tentado.

El jadeo incesante de los perros ahogaría sus gritos de apareamiento. Miró alrededor de la
zona donde cubría el suelo.

Bacchus podría tenerla de pie, la inclinaría ligeramente por la cintura para una penetración
profunda.

Su mirada fija en los animales frenéticos que permanecían encerrados juntos, en direcciones
opuestas como la semilla del varón bombeado sin cesar en la hembra. Bacchus cerró los ojos,
tratando de controlar su hambre. Este no era el momento ni el lugar para hacer lo que había
que hacer.
Oyó un leve pop y echó un vistazo a la jaula. El macho se liberó, su polla ensangrentada y con
semen todavía expuesta y palpitante.

─ Está hecho ─ Bacchus susurró al oído de Jill. ─ Ahora es nuestro turno.

Jill se volvió, su rostro reflejaba una pregunta.

─ Si no quieres esto, ahora es el momento de decirlo. ─ De alguna manera, si ella lo deseaba,


sabía que iba a encontrar la fuerza para alejarse. Ese descubrimiento le aturdió. Ya no era este
solo una misión para el pueblo fantasma. En algún momento durante las últimas horas se
había convertido en algo personal.

Ella no contestó.

─ ¡Bien! ─ Él movió su dedo contra su clítoris y sintió los temblores se apresuran a través de su
cuerpo mientras su orgasmo se estrelló contra ella. Ella gimió al igual que la perra en la jaula.
Pronto tendría que gemir en serio.
Bacchus no quería manejar todo el camino de vuelta a la casa de Jill. Ella podría cambiar de
opinión antes de que llegaran. No podía permitir que eso sucediera. Recordó el hotel cerca del
Muelle de Santa Mónica, donde Ryan había tomado a la mujer morena. No estaba muy lejos
de aquí.

Jill rápidamente reunió a los perros y llamó a los propietarios para hacerles saber que podían
recoger a sus preciadas mascotas. Su rostro seguía sonrojado y sus dedos temblaban mientras
cerraba las puertas y hacía las notas del papeleo de turno. Bacchus esperó a que terminara.

Dejó caer el lápiz en el soporte y se volvió hacia él. No dijo nada cuando llegó hasta ella, tiro de
su mano y la condujo hacia el coche.

─¿A dónde vamos? ─

─A un hotel en la playa con contraventanas blancas, ─ dijo, deslizándose al volante después de


instalarla en el coche. Con unas pocas indicaciones rápidas de Jill, salió del lote.

Su expresión era soñadora, debido en parte al orgasmo, pero también a causa de las
propiedades embriagantes en su saliva y a sus feromonas. Las propiedades biológicas no
podían obligar a una mujer a unirse. Sólo mejoraban su placer, la hacía más maleable. Al final,
la elección era suya si decidía actuar de acuerdo a esas sensaciones.

─¿Eres feliz aquí en este lugar? ─ Pregunto Bacchus.

─¿Te refieres a Los Ángeles? ─


Asintió. ─"Sí".Tengo un montón de recuerdos no todos son buenos.─

Bacchus inclinó la cabeza.

─Si tuvieras la oportunidad de irte, ¿lo harías? ─

Arrugó la cara. ─Supongo que depende de adónde iría y con quién,─ dijo ella, agregando una
pequeña sonrisa.

Condujeron por el cañón hacia el sur por la Pacific Coast Highway.

No pasó mucho tiempo antes de que Bacchus se detuviera debajo del toldo de la entrada del
popular hotel.

Un valet saltó detrás de un stand y corrió hacia su vehículo. Él abrió la puerta para Jill en
primer lugar, luego dio la vuelta delante del coche para recoger la llave.

Bacchus se la entregó, ya no la necesitaba, puesto que él tenía toda la intención de quedarse


aquí hasta que pudiera convencer a Jill de que debían estar juntos. Ryan volvería en el tiempo
para encontrar su vehículo más o menos en la misma condición en que lo había dejado.

Bacchus se alcanzó a Jill en un par de zancadas y la tomó del codo.

Un minuto después, habían alquilado una habitación usando la ID de Jill y el dinero que había
pedido prestado a los Atlantes.
La condujo al final del pasillo pasando por la antigua habitación de Ryan, no fue capaz de sentir
al hombre o a su nuevo amor. Bacchus dudó por un momento y luego continuó. Caminó hacia
la puerta número 17, la abrió y se hizo a un lado, a la espera de que Jill entrara. Se dio la vuelta
y lo enfrentó, su mano descansando sobre su pecho, sus dedos frotando descuidadamente
sobre el flojo botón de su camisa verde.

─No estoy segura que nosotros deberíamos estar aquí. ─ Sus ojos azules se ensancharon y su
mirada escudriñaba rápidamente dentro y fuera de la habitación con indecisión.

Bacchus alzó su mano hasta sus labios y besó sus nudillos uno por uno.

─No haremos nada que no desees. ─ Él mintió, sabiendo que podría hacerla desearlo hasta que
su única opción fuera la rendición.

Su boca se abrió mientras besaba la punta de su dedo.

─Ha sido un largo tiempo, ─ dijo ella, su voz sin aliento.

─Podemos tomar las cosas tan lento como quieras, ─ dijo, rezando a la diosa por fuerzas para
seguir adelante con su promesa.

La luz del atardecer se filtraba por la ventana, bañando la alfombra en un resplandor como
mantequilla. La limpia habitación albergaba sabanas y toallas blancas y frescas. Incluso
estando el balcón con las puertas cerradas, aún podía oler el aire del mar.

Jill miró la sala una vez más, antes de encontrarse con su mirada cubierta con las gafas de sol.
Un segundo después le quito los lentes de la cara. Bacchus se puso rígido, no estaba seguro de
cómo iba a reaccionar. Jill parpadeó mientras sus ojos se clavaron en su rostro.
Sus iris eran rojos. Realmente rojo. De hecho, eran casi brillantes.

Podría jurar que antes eran de un color diferente.

─ ¿Estás teniendo una reacción alérgica de algún tipo?

¿Fueron los perros? ─

─No, ─dijo, con miedo de moverse. No fueron los perros que causaron el cambio repentino.

El frenesí de apareamiento estaba sobre él. Bacchus apretó la mandíbula mientras luchaba
para mantener el control sobre su sed de sangre.

─ Llevo lentes de contacto, ─ él mintio.

─El rojo es una elección inusual. ─ Ella lo miró con asombro, no con miedo. ─ No es un look que
habría escogido, pero se puede quitar.─

Bacchus dejó escapar el aliento que no sabía que había estado conteniendo.

─Como he dicho antes. Soy un hombre inusual. ─

Ella sonrió, sus ojos azules se arrugaron en las esquinas.

─ ¡Sigues diciendo eso! ─Una camarera de piso pasó frente a ellos en el pasillo. Jill siguió con la
mirada a la mujer hasta que estuvo fuera de su vista, entonces volvió a Bacchus. ─Supongo que
es ahora o nunca. ─

─Es más correcto de lo que piensas. ─Podía sentir una nave a punto de entrar al planeta. Este
era uno de los muchos sistemas de defensa genéticos integrados en su gente. Al principio,
había pensado que eran los Atlantes, pero ahora Bacchus sabía que no era el caso. La firma era
diferente al transporte de los Atlantes. Su pueblo había perdido la paciencia, como él había
temido y envió a un equipo para vigilarlo. Deben haberse salido un día después de que su
barco había partido.

Los fantasmas estarían con ellos en cuestión de horas. Tenía esta tarde, o tal vez menos
tiempo, para convencer a Jill de que se fuera con él. Es decir, si ella resultara ser tan
compatible como él esperaba. Había sólo una forma de tomar esa determinación.

Bacchus envió otra oración en silencio a la diosa para que así fuera.

Jill deslizó su mano por su pecho hasta que sus dedos se cerraron en la cintura de su pantalón
y luego lo hizo entrar en la habitación del hotel, tirando de él a sus espaldas. Ella todavía no
podía creer que ella había permitido a Bacchus traerla a este lugar. Quizás Ryan tenía razón.

Había pasado un año desde que había tomado en cuenta sus necesidades y realmente quería a
este hombre.

Bacchus la intrigaba más que a nadie que hubiera conocido. No era sólo sus serpenteantes
cualidades, a pesar de que estas, apelaban al herpetólogo en ella. Era algo más,algo más
profundo que ella vio ardiendo en sus ojos rojos. Bacchus la miraba como si ella fuera
verdaderamente preciosa para él, no sólo un cuerpo caliente, dispuesto que podía follar y
olvidar.

Esa mirada y las emociones, fue lo que la impulsaron a cruzar el umbral y la mantenían
cautivada.

El olor que emanaba su piel llenó el pequeño espacio de la habitación, dejándola embriagada y
más que un poco mareada. Sus dedos soltaron la pretina, sólo para agarrar el cinturón. Trabajó
el cuero con la hebilla, ignorando el temblor de sus manos.

Aflojó su agarre, tirándola a sus brazos. Sus labios descendieron sobre su boca y comenzó a
saquearla, curvando los dedos en su camisa hasta que empuñó el material. A lo lejos, Jill oyó
un rasgón, pero lo ignoró cuando su lengua se acercó tímidamente a acariciar el músculo en
forma de horquilla en su boca. Ella se retiró lejos de las extrañas cosquillas.
Era extraño. Había pasado un largo tiempo, pero Jill nunca había olvidado el sabor básico de un
hombre. Bacchus sabía diferente a cualquier persona que alguna vez hubiera besado. Su saliva
parecía tener el sabor como el de un exótico plato asiático. Sus labios se burlaron de ella hasta
le dio acceso. Sus lenguas se sumergían y retorcían, alimentando la necesidad del otro.

Jill se echó hacia atrás. Los ojos rojos de Bacchus destellaron y su respiración era tan
dificultosa, como la suya propia. Su camisa desgarrada colgaba precariamente sobre sus
hombros. Ella se encogió de hombros y el material cayó al suelo. Su mirada la devoró,
siguiendo la cuesta de sus pequeños senos a buen recaudo dentro de copas de encaje.

─¡Quítatelo!, ─ ordenó con impaciencia.

La orden fue de sus oídos directamente a su coño. Jill visualizó al semental que vio, como
acechaba a la perra antes. Ahora, ella sabía lo qué aquel perro sentía. El impulso de escapar y
follar eran igual de fuertes en su mente. Los pezones de Jill estaban como cuentas y su matriz
apretada. Ella lo quería todo y no sólo unos segundos de dominación ¿pero Bacchus querría
acompañarla en el juego?

─No, ─ dijo ella, su voz era apenas un susurro.

La mirada de Bacchus se redujo y él inhaló antes de lamer el aire.

De una manera extraña, la acción la recordó a una serpiente otra vez. Él cerró sus ojos y
sonrió. Si lo quieres a la fuerza, se pueden arreglar. Él exhaló, su cara enrojecio cuando él dio
un paso más cerca. Ella dio un paso atrás. Te gustó el modo en que el Pastor Anatolian dominó
a la hembra, tomando lo que ella tan fácilmente le ofreció.

Dio otro paso adelante.

─ ¿Me estas ofreciendo tu coño Jill? Nada me gustaría más que beber a lengüetadas tus jugos
antes del devorar tu esencia. Mi polla es de lejos más grande que el apéndice del perro. Te
llenará hasta que no tengas duda de quién te posee. ─

Jill retrocedió mientras las llamas de sus palabras lamían su coño.


Ella se mordió el labio para evitar profesar la verdad. Realmente le gusto la forma en el
semental tomó a la perra. Observar la agresividad natural del macho la encendió aún más de lo
que se sentía cómoda en admitir.

Infiernos, más de lo que pensó que debería. ¿Quién habría creído que la recta Jill sería tan
retorcida? Desde luego, no su ex-novio, Ryan, quien no la había jodido en ninguna otra
posición sino del misionero mientras estuvieron juntos. Jill se estremeció. Ella no debería
haber pasado tanto tiempo sin sexo. El pensamiento entró en su mente mientras retrocedía
otro paso.

Sus piernas golpearon su parte trasera en la cama, atrapándola efectivamente. Jill debatió
sobre la conveniencia de trepar por encima a la parte superior, pero dudó que lo lograra antes
de que Bacchus la alcanzara. Como si le leyera la mente, se abalanzó, girándola y fijando su
abdomen en el colchón. Jill pateó. No sabía por qué. Algo oscuro y oculto dentro de ella le
exigió recorrer todo el camino, forzar su cumplimiento. Sus dientes la sujetaron en la parte
posterior de su cuello y un gruñido retumbó desde las profundidades del pecho de Bacchus.

Ella no recordaba que sus incisivos fueran tan afilados hace un minuto, cuando le mordisqueo
el labio. La mordió y su coño se inundó, tomando la lucha directamente de ella.

Presionada a la cama e incapaz de moverse, Jill no pudo impedir que Bacchus le quitara el
resto de la ropa. Ella estaba más que encendida. Movió su trasero para desalojarlo, pero la
acción sólo pareció atraerlo aún más.

Su aliento salió en cortos jadeos cuando él liberó su cuello a fin de fijar sus manos encima de
ella con un puño. Jill giró su cabeza a un lado para verlo. Bacchus parecía salvaje por la pasión,
malditamente cerca de la locura. El negro de sus pupilas se redujo hasta que fueron meras
rendijas en sus ojos. Ella estaba demasiada ida para darle sentido al cambio.

Ella sintió el movimiento de su mano libre entre sus cuerpos, que comenzaba a trabajar en su
ropa.
En un par de minutos se las había arreglado para despojarse de un delgado traje rojo que
parecía cubrir toda su longitud.

─!No te muevas!, ─ ladró la orden.

Jill no estaba dispuesta a ir a ninguna parte.

La liberó el tiempo suficiente para deslizarse fuera de... ¿estaba usando ropa interior larga?

Jill frunció el ceño, pero bien, esto se unió a las otras dicotomías extrañas de las que ella había
sido testigo en su comportamiento.

Al segundo en que sacó el material de la parte inferior del cuerpo, su mente dejo de funcionar.

¡Dios mío! Mira el tamaño de esa cosa. El hombre podría ocasionarle a Príapo3 un complejo.

Los ojos de Jill se redondearon como los platillos mientras bebía la pura belleza de Bacchus. Se
quitó la cola que sostenía su cabello.

Los mechones negros cayeron sueltos hasta el centro de su espalda.

El tatuaje que creía comenzaba y terminaba en el cuello serpenteaba por el lado izquierdo de
su cuerpo como un relámpago negro.

Ella mojo su boca repentinamente seca.

─ No estoy segura de que esté lista para ti. ─Ella señalo con la cabeza a su polla.
Sus labios se arquearon.

─¿Es una promesa?

Su rostro se abrió en una sonrisa, mostrando uno dientes

sorprendentes blancos. Puedes contar con ello.

Bacchus dio un paso adelante, los músculos ondulando con cada pisada. Jill permaneció en su
estómago, mientras sus ojos bebían cada pulgada de su cuerpo perfecto.

─¿Qué vas a hacer? ─Su mirada se volvió salvaje.

─ Pensé que podría comenzar a cumplir tu fantasía. ─

─Lo estarás en el momento en que haya terminado de prepararte─

* Príapo: Dios menor griego de la fertilidad.


-¿M...Mi fantasía?-

-Si, -el asintió.-Tú sabes lo que comenzó en la perrera.-

Jill empezó a levantarse. Está bien.

-¡No te muevas!- Cayó de rodillas detrás de ella hasta que su cara estuvo al nivel de su culo.

-¿Qué planeas hacerme?-

El sonrió, en sus ojos ardían las malas intenciones. Esta vez Jill pensó que alcanzó a ver unos
grandes caninos en su boca. Ella parpadeó, mirando de nuevo, y estos habían desaparecido.
Bacchus le agarró las piernas y las extendió. Se inclinó hacia delante y deslizo su lengua bífida
en los globos de su trasero. El corazón de Jill golpeó en su pecho, mientras estiró su cuello para
poderlo ver.

Apretó la nariz en su hendidura e inhalo.


Ella trató de moverse, pero él gruñó, apretando sus manos sobre sus caderas con fuerza
haciéndole moretones para sostenerla en su lugar.

-¿Qué estás haciendo?-

-Dominándote,- dijo, extendiendo sus labios vaginales con sus pulgares y pegando la cara a su
humedad. Jill gimió ante el erotismo de la acción. Su deliciosa lengua se deslizó hacia fuera,
moviéndose, burlándose de su entrada. Ella se agarró a las sábanas y luchó para evitar
retroceder.

-Sabes a pasteles de luna Zaronian,- dijo, sus parpados bajando sobre su demoníaca mirada.

Él empujó sus rodillas hacia fuera, abriendo su interior. Jill se sonrojó. Ella nunca había estado
tan expuesta a un hombre.

Bacchus en realidad parecía borracho cuando él la inhaló, sus párpados aletearon cerrándose
en éxtasis.

Sin previo aviso, Bacchus se sumergió hacia adelante, arponeándola con su lengua mientras
comenzaba a lamerla en serio. Su necesidad se intensificó y sus caderas comenzaron a
moverse por voluntad propia. Sus dientes atraparon su clítoris y apretaron suavemente hasta
que Jill estaba convencida de que ella había perdido la cabeza. Hizo caso omiso de sus gemidos
de placer y continuó el festín.
-Por favor,- rogó, meciéndose hacia atrás, tratando de acercarse, tratando de alcanzar ese
exclusivo pico que Bacchus se negó a ayudar a que escalara.

Soltó su clítoris y continuó metiendo la lengua dentro de ella, hasta el final curvándose en su
punto G con una precisión infalible.

-Más,- ella gritó, arañando las sábanas.

Bacchus se río.- Los temblores torturando su carne tan eficazmente como una flagelación. Se
levantó por encima de ella, con la mirada fija en su rostro. A Jill no le importaba lo que
pensaba hacer. Ella necesitaba venirse. Sacudió la cabeza hasta que sintió que sus labios
rozaban su nuca. Ella gimió, su fantasía de dominación cobro vida en su mente. Un segundo
después, Bacchus hundió sus dientes en su carne. Jill abrió la boca para gritar, pero no salió
nada. Él empujó dentro de ella, al mismo momento en que sus labios tocaron su piel,
chupando duro. La doble invasión hizo caer a Jill sobre el borde, su orgasmo rompiéndola
como un plato de tiro.

Sensaciones gloriosas inundándola, haciendo que el mundo que ella conocía, girara sobre su
eje.

Bacchus rodó sus caderas hacia adelante y su polla besó su vientre.

Jill maulló debajo él, los sentidos haciendo explosión, su atención fija en ese lugar entre sus
piernas. Soltando su cuello. La humedad que ella asumió era sudor corría por un lado de su
cara, pero estaba
demasiado ida para prestarle atención. Bacchus persiguió con su lengua bifurcada, capturando
las gotas antes de que cayeran sobre las sabanas.

-Lo sabía,- dijo, murmurando en su oído mientras empujaba como un rinoceronte detrás de
ella. - Yo sabías que eras la indicada para salvar a mi pueblo, para salvarme.-

Jill no tenía idea de lo que Bacchus estaba hablando, y por ahora, no le importaba. Su coño
quemaba por los repetidos golpes, pero la necesidad construyéndose sustituía cualquier dolor
real. Ella no sabía que el sexo podría ser así. Bacchus la había arruinado para los otros
hombres.

Su cabeza nadó mientras lamía su cuello de nuevo, luego susurró:

-Ahora que te he reclamado, no habrán ningún otro hombre.-

El sabor de la sangre de Jill inundó la boca de Bacchus, haciéndole casi convulsionar. Eso fue
todo. Ella era la única. Jill era la primera de una larga lista de mujeres de la Tierra que salvarían
a su pueblo de la extinción. Gracias a la diosa. Él acarició su cuello, mientras reclamaba su
cuerpo. Su polla le dolía por la liberación, pero no podía permitirlo hasta que hubiera realizado
un examen final.

Jill se acercó al delirio mientras él hundía sus dedos en sus caderas.

-¿Todavía estás conmigo, mi eshe?-

*Eshe: Mi vida
-Sí,- ella chilló y cerró los ojos mientras empujaba hacia adelante, amando la sensación de su
cuerpo apretando su polla. Jill había llegado a su cama de buena gana, sin el intercambio de
créditos.

Bacchus no tenía ni idea de lo diferente que se sentiría el acto de unión hasta este momento.
La belleza de ello causó que una emoción inesperada obstruyera su garganta.

-Bien,- dijo Bacchus con voz áspera, dispuesto a que su reluciente forma se desvaneciera. Sabía
que una vez que pasara en su cuerpo, no habría vuelta atrás. Si Jill era su pareja como él creía,
empezaría a asumir las características de su pueblo, El Clan de Sangre en cuestión de minutos.
Él envió una sola oración, y entonces fluyo a través de su cuerpo cuando su polla se retiró,
luego empujo de nuevo. Jill jadeó, abrió los ojos con sorpresa.

-¿Cómo hiciste eso? Ni siquiera sentí que me pasó.-

-Es un regalo.- Bacchus sonrió, la felicidad irradiaba en lo profundo de su corazón. Ella era
todo. La tierra era todo. Este planeta sería la salvación del pueblo fantasma. Él salió de su
coño, luego se deslizó a casa. Ella jadeó mientras se sentaba a horcajadas sobre sus muslos.
Sus pechos pequeños rebotando con sus bruscos movimientos.

-Esto está más que bien,- dijo Jill, levantándose sobre sus rodillas para que ella pudiera tomar
el control del ritmo.

Bacchus se inclinó hacia delante hasta que su boca se puso en contacto con el pezón de color
rosa. Tomando el guijarro contra su lengua, pegándolo al paladar mientras empezaba a
mamar. Jill dio suaves gritos que crecieron en volumen. El sudor resbalaba por su cuerpo,
dejando un residuo salado detrás. Sus movimientos se hicieron más rápido mientras rebotaba
sobre su eje, montándolo hasta el olvido.

Bacchus apretó la mandíbula y llegó a su clítoris. Chasqueó el pequeño manojo de nervios con
la uña y la envió en órbita.

Jill gritó, su cuerpo se convulsionaba por encima de él en un orgasmo masivo. Él la agarró de


las caderas y empujo, una vez, dos veces, tres veces antes de su semilla brotara como un
dique, y llenara su vientre con la vida. Él gritó con alivio y triunfo.

Enredándose en Jill, cubriendo su cuerpo con la calidez femenina.

Acarició la longitud de la espalda, disfrutando el regalo de su conexión recién descubierta.

Cuando Bacchus finalmente pudo centrarse, sus ojos se encontraron con un par coincidente de
orbitas rojas. Se le cortó la respiración cuando la alegría y una emoción mucho más profunda
abrazaron a sus tres corazones. Ella era la terrícola más hermosa que había visto nunca.
Bacchus corrigió. Jill era la más hermosa mujer fantasma que alguna vez había contemplado.

Él la puso debajo de él y lentamente sacudió sus caderas hasta que su pene se endureció en el
interior de ella. Bacchus se deslizó suavemente dentro y fuera de su coño, mientras llenaba el
rostro de Jill con besos.

-Tú me has hecho tan increíblemente feliz. Nunca me atreví a soñar que la diosa me bendeciría
con alguien como tú,- dijo.
Jill se sonrojó, luego cogió la cabeza para que pudiera guiar sus labios a su boca.

El abrazo fue largo y adictivo, ya que saboreaban el sabor único de cada uno.

-Nunca he hecho algo como esto,- confesó. -En cierto modo, me has traído de vuelta a la tierra
de los vivos.-

-Y tengo la intención de mantenerte aquí... si vas a quedarte conmigo.-La inseguridad de


repente se filtraba a través de su voz.

¿Lo rechazaría después de todo lo que habían experimentado juntos?

Jill sonrió y lo besó de nuevo.

-¿Cómo puedo decir que no a un tipo con una lengua bífida?-

Hicieron el amor las dos horas siguientes, a veces rápido y furioso, mientras que en otros,
lento y sensual. La polla de Bacchus permaneció perpetuamente dura mientras se posicionó
una vez más para entrar en su cuerpo. Estaba a punto de empujar hacia adelante, cuando un
repique sonó en su traje de vuelo. Se había quedado sin tiempo.

Jill se volvió y miró el montón de ropa en el suelo.

-¿Fue tu teléfono?-

No. Bacchus levantó a Jill de su cuerpo y la dejó suavemente a su lado.

-Tengo mucho que decirte y muy poco tiempo para hacerlo.-


Ella frunció el ceño.

-¿Es un buscapersonas?-

Echó un vistazo a su traje.

-Algo así. Escucha, mi eshe, ¿recuerdas cuando te dije que yo necesitaba de tu cooperación
para ayudar a Ryan?-

Ella asintió lentamente, su expresión comenzó a volverse cautelosa.

-No mentí exactamente, pero Ryan no es el único que necesita ayuda. Yo también.-

-¿Qué es lo que no me estás diciendo?- Ella se echó hacia atrás, con la mirada fija en su rostro.
-Oh Dios, no estás casado, ¿verdad?-

-No me habría acostado contigo si me hubiera unido a otra. Y ahora que te tengo, no habrá
otras.-

-Bien, eso es bueno saberlo.-Ella parpadeó confundida. -¿Qué quieres decir exactamente por
unirnos? Olvídalo. -Ella sacudió la cabeza, se pasó una mano temblorosa por el pelo.

Él sonrió, sin molestarse en ocultar sus colmillos.


Sus ojos se clavaron en su boca, las preguntas anteriores fueron olvidadas. ---¿Son esos
colmillos?-

-Sí.- Él abrió la boca, permitiendo a sus colmillos desplegarse por completo.

-Por Dios, eso es raro. No puedo creer que un dentista te hiciera eso a ti,- murmuró,
negándose a enfrentar lo que estaba justo en frente de ella.

Bacchus escuchó el temblor de incertidumbre en su voz.

-Sé que esto va a ser mucho para aceptar a la vez, pero Ryan está en camino al norte para
asistir a una boda con una mujer a la que acaba de conocer. Creo que con el tiempo le pedirá
que se casé con él, pero él necesita saber que tu estas felizmente asentada primero.

Ahí es donde entro yo.-

-Está bien, pero todavía no te estoy siguiendo,- dijo Jill, la frustración creciendo en su tono.

-Yo no soy de aquí.- Bacchus continuó.

-Yo tampoco, la mayoría de la gente que conozco no son nativos de California. No es la gran
cosa. ¿Eres del medio oeste o algo así?-

-No exactamente. Lo que estoy a punto de decirle va a ser difícil de comprender.- Él se tensó,
observándola de cerca.

-Pruébame.-

Bacchus respiró hondo y lo soltó.

-Yo soy lo que se dice un extranjero.-

-¿Un extranjero ilegal?-

- De alguna manera.- Él le lanzó una sonrisa agridulce. -Soy de un lejano planeta llamado
Zaron. Vine aquí en una misión para probar la compatibilidad de los seres humanos con mi
especie. Yo debo volver pronto y hacerles saber de mi éxito.-
-Me perdí en Zaron. -Jill apretó la espalda contra la cabecera y sus ojos se ampliaron en lo que
sólo se podría describir como incredulidad y espanto. Es por eso que no tengo citas.- ¿Qué
pasa conmigo y los hombres? -murmuró para sí misma. Primero Ryan y ahora tú. Imagínate. –
¿Qué estás haciendo aquí todavía? ¿Estás esperando a que te desee buen viaje? - Ella lo miró,
luego alrededor de la habitación, en busca de un medio de escape.

-No entiendes.-

-Oh, lo entiendo. ¿Crees que eres un alíen, que vino a la Tierra para echar un polvo con una
humana? Vaya, y yo pensé que ser abandonada por mi prometido era malo.-

-No me gusta cuando me comparas con él. No somos para nada iguales.-

-Yo no diría eso. Ambos son muy buenos mentirosos.- Ella resopló.-

Mencionaste que Ryan está a salvo, ¿es eso cierto? ,- Preguntó ella, avanzando hasta el borde
de la cama.-

Bacchus frunció el ceño.

-Yo no le haría daño. Yo sé lo que significa para ti y lo que tú significas para él. Entiendo el
concepto de familia mucho más de lo que nunca sabrás.-Ryan está bastante bien. Te doy mi
palabra de que él ha encontrado a su compañera.-

Sus ojos se estrecharon.

-Perdóname si elijo no creer a un hombre que dice que es de otro planeta. Tú, obviamente,
estas fuera de tus cabales.-

-Yo digo la verdad. Sólo quiero tu felicidad. Puedo demostrar lo que digo.-

-¿Qué vas a hacer, transportarte hasta el baño y de regreso? -Jill rompió a reir.

Bacchus ignoró su pregunta insultante. Esto iba mucho peor de lo que esperaba.

-Tengo que saber algo, antes de que yo presente mi prueba.-


-¿Qué es, Mork*?-

-Mi nombre es Bacchus.-

-Sí, sí, lo que sea.

-En primer lugar, vamos a suponer que todo lo que he dicho es verdad.-

-Ella vaciló. Ok.-

-¿De verdad fue enserio cuando dijiste que a veces te gustaría ser un reptil?- Jill se resistió. -
Eso no es lo que yo pensaba que ibas a preguntar. Supongo que su pregunta tiene algo que ver
con el hecho de que eres un alíen.-

-Lo digo en serio. Por favor, contesta la pregunta.-

-Sí, pero yo no he soñado con eso desde que era una niña. Pensar lo contrario es solamente
loco. Sé que no puede suceder, -dijo ella, abrazándose las rodillas contra el pecho.-
Seguramente, no crees realmente que es posible, ¿verdad? -Su voz tembló.

Bacchus no respondió, en lugar de eso, dijo, -Es hora de que veas la verdad.-

Jill gimió.

*Mork: Mork y Mindy. Serie cómica de televisión. Sobre un extraterrestre que es enviado a la
tierra para aprender sobre la conducta humana.
-Por favor no me mates. Te prometo que no le diré a nadie acerca de ti.-

Bacchus se estremeció como si le hubiera golpeado.

-Yo nunca podría hacerte daño. Como un guerrero y tu compañero, yo daría mi vida para
protegerte. Ahora bien, hay algo que tienes que ver. -Bacchus se puso de pie y le tendió la
mano a Jill. Ella vaciló, y luego al darse cuenta de que ella no tenía otra alternativa, la tomó. La
condujo por el pasillo hasta el cuarto de baño. La piel en la base de su cráneo empezó a picar.
¡Quarg!* El buque fantasma estaba cerca. Puso sus manos sobre los hombros de Jill, y luego
poco a poco la giro hacia el espejo.

Ella se quedó sin aliento.

-¿Qué le pasa a mi ojos-ss?- Ceceó cuando los colmillos se desplegaron en su boca. -¿Cómo-ss
está pasando esto? ¿Qué me hiciste? ¿Por qué tengo un ceceo?-

Él la volvió hacia él.

-Hice exactamente lo que querías que hiciera, lo que querías que un hombre hiciera toda tu
vida. Te dominé y reclamé todo en un solo acto. Dime que no es lo que querías.- Se negó a
dejarla esconder la verdad.

Abrió la boca y la cerró varias veces antes de hablar.

- Admito que puede que haya fantaseado acerca de querer a alguien que hiciera eso, pero
esto-ss...- su voz se fue apagando.- Yo no sé qué pensar de esto-ss...

-¿Te desagrada tanto que no puedes ver lo que está delante de ti?-

Su voz se rompió cuando él apartó su pelo de la cara.

-No.-

*Quarg: es una palabra para expresar sorpresa, como no tiene una traducción exacta en
español se deja igual.
-Yo sé que no he sido comunicativo, pero créeme cuando te digo que te conozco mejor que
nadie. He pasado a través de ti,absorbiendo tus esperanzas, sueños y emociones. Yo sé lo que
hay en tu corazón. Y ahora, gracias a ese cambio, ya sabes lo que hay en el mío. Mira
profundamente y encontrarás mi amor,- dijo,-desafiándola.

*****

Esto no era exactamente lo que había deseado. Ella, obviamente, debería haber sido más
cuidadosa en su redacción, pero la verdad de su declaración estaba allí cuando ella lo buscó.

Bacchus la amaba. Jill sintió sus emociones y fue testigo de la vida que había vivido antes que
se conocieran. Ella había sentido su profunda soledad y su dolor, junto con la alegría del
descubrimiento en el momento en que había puesto los ojos en ella.

Necesitaría un tiempo para superar su decepción, pero ¿podría realmente darle la espalda a un
hombre que había vivido con un nivel de honor que rivalizaba con la de los caballeros
medievales?

No ...

Jill cerró los ojos a la verdad, luego los abrió de nuevo. ¿No era ella la que había dicho que era
hora de empezar a vivir de nuevo? ¿No había pensado que un cambio de escenario podría
hacerle bien? Jill rió para sí misma, para detener el creciente pánico. Viajar a otro planeta
estaba más lejos de un movimiento de lo que podía imaginar.

Ella no podía creer que estaba a punto de hacer esta pregunta, pero no pudo detenerse.

-¿Qué haría yo en Zaron?-


Los ojos Bacchus se iluminaron con esperanza y su corazón se apretó. -----------Teniendo en
cuenta que nuestro clan, El Clan Sangre, es reptil por naturaleza, creo que encajarías
perfectamente con nuestros sanadores.-

-¿Qué sobre…nosotros?- preguntó Jill, no muy segura de cuál era la respuesta que estaba
esperando.

-Voy a pasar mi vida tratando de hacer esto para ti. No está en mi naturaleza engañar, pero
tenía que averiguar la verdad sin asustarte. Muchos contaban conmigo, con que tuviera éxito.-

-No puedo decir que no tengo miedo,- dijo con sinceridad.

-Lo sé. Ahora que soy tu compañero, puedo sentir tu miedo y me duele mucho. Daría todo
para que se te quite y me mires como lo hacías hace unas horas.-

En su corazón, Jill sabía que iba a suceder.

-¿Qué va a ocurrir ahora?, -Preguntó, extrañamente eufórica ante la perspectiva de iniciar una
nueva vida. Esto probablemente se convertiría en lo que sería una fantasía, pero que pasaría
sí...

-Una nave está cerca. Vendrá a recogernos después de que deje su carga, entonces vamos a
volver a Zaron.

-¿Qué están dejando?- Preguntó, ya sabiendo la respuesta.

-Más guerreros.-

-No sé si puedo hacer esto,- susurró Jill.

Bacchus le tocó la barbilla, inclinándola hasta que sus miradas se encontraron.

-Yo no te habría elegido, si tu corazón no me hubiera elegido en primer lugar.-

Jill se volvió hacia el espejo, las lágrimas brotaban de sus ojos rojos.

- Mi apariencia, me va tomar algún tiempo acostumbrarme,- dijo sollozando. No es que fuera


la gran reina en el espejo para empezar, pero una chica no camina todos los días con colmillos
de tres pulgadas que sobresalen de su boca. Asustaría hasta el infierno a Ryan la próxima vez
que lo viera. ¿Alguna vez lo vería de nuevo?
¿Importaba?

*Eshe: Amada en su dialecto.

No, Sonó claramente en su cabeza.

Tenemos todo el tiempo en las galaxias, dijo Bacchus, acariciando su cuello.

Ella sabía que tenía que seguir adelante con su vida. Su hermano, John, lo hubiera querido así
para ella.

- ¿Puedo visitar la tumba de John?,- Preguntó ella, sus labios temblando.

-En cualquier momento que desees, eshe*. Podemos regresar a la Tierra para visitas regulares.
Puedes incluso mantener tu casa, si ese es tu deseo.-

-¿Lo juras?-

Bacchus sonrió.

-Lo juro.-

Jill frunció el ceño ante su reflejo. Su amor le dejó su pelo rubio despeinado y su rostro
ligeramente sonrojado con la pasión residual. Se veía tan diferente con sus rojos ojos y
colmillos. Sin embargo, en el interior, todavía sentía lo mismo. Mantenía los mismos
pensamientos que tenía, ante lo que Bacchus había llamado ¿Transferencia?

Gracias al intercambio, que se hundía lentamente en ella, sabía que él, le dijo la verdad sobre
Ryan. Ella había visto a su nueva novia en los recuerdos de Bacchus, con tanta claridad como si
fuera una película. Las lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de que Ryan finalmente había
encontrado la felicidad que había estado buscando, después de la muerte de John. Tal vez, era
el momento para que ella persiguiera su propio destino.

Jill giró el grifo y salpicó su cara con agua fría, luego encontró la mirada de Bacchus en el
espejo.

-¿Eres un reptil o un vampiro?-

-Algunos dirían que los dos, pero yo diría que no.-

-¿Mi colmillos-ss bajan?, -Preguntó frunciendo el ceño.

Extendió la mano vacilante.


-Yo te enseñaré cómo controlarlos y muchas, muchas más cosas cuando tus poderes crezcan.-

-¿Poderes-ss.? ¿Al igual que en plural?- Los ojos de Jill se ensancharon mientras daba un toque
a sus nuevos dientes con la punta de la uña.- ¿Esto no es el final?-

Bacchus sonrió.

-Para nosotros, eshe, Esto es solo el comienzo.


Bacchus despertó lentamente sintiendo piel suave acariciando su pecho. El sueño de tener una
mujer propia era tan vívido que casi creía que podía oler su fragancia femenina. Un segundo
después el pelo le hacía cosquillas en la nariz y lo hizo a un lado, ya totalmente despierto. Jill
estaba sobre su cuerpo, su silueta suave acurrucada contra su pecho, buscando calor.

Él sonrió, acercándola y cobijándola entre sus brazos.

¿Cuántos años había soñado con tener una mujer en su cama hasta el amanecer? Unos Cien?
Doscientos? Bacchus no podía recordar.

Lo único que sabía con certeza era que la felicidad que sentía no era una ilusión nacida de la
soledad. Jill estaba aquí a su lado y había sido así desde hace varios meses.

Se había instalado en el trabajo de forma rápida y se había convertido rápidamente en uno de


sus mejores curanderos una hazaña que no le sorprendió dada su pasión por el tema. Bacchus
besó su frente. Jill se movió, luego murmuró:

-¿Es hora de levantarse ya? No huelo café. -Sus párpados cayeron una vez más.

Bacchus rió, abrazándola. No había sido capaz de convencerla de que dejara el planeta Tierra
sin los granos molidos que anhelaba tanto. Él incluso había tenido que traer la cafetera, a
pesar de que ni él le había dicho que no funcionaría en Zaron. Se había tomado un tiempo para
crear una máquina que replicara el amargo brebaje, pero ahora que la tenía, Jill le hacía
preparárselo todas las mañanas. Sus labios rozaron su cara. Después de todo era un pequeño
precio a pagar por la alegría que trajo a sus tres corazones.

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