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Chaqueña: lecturas recomendadas

El desmonte en el Norte argentino: un desafío técnico, político y social

La cuestión a investigar está dentro de un conflicto de intereses


centrado en el derecho de la propiedad de la tierra, del ocupante vs el
propietario, ligado al problema de la reinserción del campesino del
monte en un nuevo sistema de producción agropecuario. También existe
un conflicto de opiniones que se centra en 3 temas: el calentamiento
global, la conservación del suelo/potencial deterioro y la figura del monte
como parte de la tradición cultural. Tampoco los dirigentes provinciales
han sido protagonistas del conflicto a pesar de constituir la autoridad
que, respaldada por la ley, debería resolverlo.

En el 2002 se dio un “redescubrimiento” de las áreas de monte, que


se convirtieron en una opción atractiva para propietarios y arrendatarios.
Dicha circunstancia generó un grave conflicto entre ocupantes y
propietarios, y tuvo como consecuencia el desalojo de familias
ocupantes que viven en una economía de subsistencia. Esto ha dado
lugar, por un lado, al crecimiento de una clase marginada sin medios
económicos, sin educación, y con pocas posibilidades de inserción
laboral; y por otro, a la paralización de numerosos proyectos
agropecuarios.

Este reclamo ha sido canalizado por el Movimiento de Campesinos


de Santiago del Estero (MOCASE), que comenzó a conformarse en 1986.
Es una organización que defiende los derechos legítimos de posesión de
los campesinos ocupantes que han sido desalojados. La reinserción y
capacitación del campesino viene siendo llevada a cabo, con recursos
escasos y desde hace casi tres décadas, a través de la labor de distintas
ONG, la pastoral de la Iglesia Católica y los servicios de extensión del INTA.

La cuestión ambiental, referida al desmonte y sus consecuencias


sobre el calentamiento global y el potencial deterioro de los suelos ha
sido mundialmente promovida por la ONU. Adicionalmente, la opinión
pública y los medios han jugado un rol de aliado pasivo del
ambientalismo, debido al desconocimiento de las grandes diferencias
que existen entre la práctica del desmonte en dos ambientes tan distintos
como son el Amazonas y el Noroeste argentino.

Finalmente, el temor a la pérdida del monte como elemento de la


tradición cultural, representa un sentimiento muy difundido,
especialmente en Santiago del Estero. Esto determina una lógica
reticencia de la población general a un cambio del paisaje y a perder el
centro de inspiración de sus músicos y poetas.
El monte cubre áreas que reciben lluvias de 500mm. anuales en
adelante, pero sólo las tierras que reciben más de 700mm. y que
presentan suelos aptos para el desarrollo de cultivos son susceptibles de
ser convertidas en campos agrícolas. La realidad es que la deforestación
se viene llevando a cabo por un sinnúmero de medianos y pequeños
propietarios que van desmontando gradualmente. Un buen número de
ellos proviene de la región pampeana, principalmente de Córdoba y
Santa Fe.

Uno de los argumentos principales en contra del desmonte es el


supuesto impacto de esta práctica sobre el calentamiento global. Lo
cierto es que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha
declarado que la temperatura ha aumentado medio grado en el último
siglo, lo que no nos dice nada frente a la indiscutible y contundente
realidad de un planeta que, desde antes de la existencia del hombre, se
viene calentando y enfriando alternativamente. Lo cierto es que los
climatólogos no citan el efecto invernadero como la causa principal de
los ciclos de calentamiento-enfriamiento que ha sufrido el planeta. Todas
las cuestiones referidas al calentamiento global están aún bajo estudio
serio y constante discusión.

Razones de orden político y económico han hecho que la teoría del


calentamiento global se difundiera de forma muy rápida, especialmente
por la ONU, organismo político y no científico, con miras a controlar la
emisión de gases a la atmósfera. Esto se realizó mediante el protocolo de
Kioto (1997), donde la dirigencia de los países desarrollados, los mayores
responsables de la emisión de gases no asume costo político, porque se
compran bonos de secuestro de carbono: pueden emitir siempre y
cuando planten en los países no desarrollados.
Esto se basa en dos asunciones. La primera radica en que las
plantaciones de árboles constituyen el principal mecanismo para acabar
con el exceso de dióxido de carbono, lo que suele deslizar que la cuestión
del calentamiento global es fruto de la deforestación (creando en
segundo plano el verdadero factor, el transporte y la industria). La
segunda reside en el hecho de que el dióxido de carbono emitido en
Europa es secuestrado en Sudamérica o África, lo cual supone una
redistribución uniforme e inteligente del gas alrededor del globo, aspecto
que no se da. La solución del problema de la contaminación del aire se
resuelve controlando las emisiones y buscando fuentes de energía
alternativas y no simplemente plantando árboles.

Cuando se incluye la deforestación como una forma de emisión de


carbono a ser controlada están en una media verdad. Esto es
parcialmente cierto cuando las tierras deforestadas son abandonadas,
como en el Amazonas, pero es totalmente incorrecto cuando las tierras
deforestadas son convertidas verdaderamente en tierras agrícolas, como
en nuestro país. Frecuentemente se arguye que los bosques limpian el
aire, lo cual es una verdad a medias, debido a que un bosque maduro
respira aproximadamente lo mismo que fotosintetiza, lo que resulta en un
balance de carbono =0. Si el bosque es reemplazado por un sistema
agrícola, el cultivo que ocupa el lugar del monte fija dióxido de carbono
de la atmósfera transformándolo nuevamente en biomasa vegetal.

El abandono casi inmediato de los suelos desmontados en el


Amazonas refleja su total falta de aptitud para la agricultura. Un suelo
apto para ese uso, si realmente lo es, nunca puede ser agotado en 2, 5 o
10 años. Sin embargo, esa distinción no está especificada en el protocolo
de Kioto, donde a todos los bosques del mundo se los engloba bajo un
mismo rótulo, teniendo sólo en cuenta el problema de la deforestación
de áreas tropicales y no considerando la importancia del desarrollo de
áreas aptas para la agricultura.

Los suelos de bosques tropicales presentan un color rojizo, lo cual es


consecuencia de un alto contenido de hierro y aluminio. Estos suelos han
perdido la mayor parte de sus bases y presentan un cierto grado de
acidez, por lo que son fácilmente agotados al ser sometidos a cultivo.
Estos suelos no tienen naturalmente aptitud agrícola y es por eso que son
abandonados y por esto es que es un error desmontarlos.

Los suelos que subyacen bajo los bosques del Chaco y de las
provincias del noroeste son similares a los suelos agrícolas de la región
pampeana. Poseen un alto grado de saturación de bases, mayores
contenidos de materia orgánica y muy altos niveles de fósforo. La
principal diferencia con los de la región pampeana reside en su
contenido de materia orgánica, la cual disminuye a medida que vamos
al norte. Su principal desventaja es que están sometidos a un régimen de
temperatura mayor, lo que provoca un balance hídrico anual más
negativo, favoreciendo el proceso de mineralización de la materia
orgánica. Vale destacar que son menos frágiles que los suelos arenosos
al oeste de la provincia de Buenos Aires, este de la Pampa y sur de
Córdoba, que se hallan en activa producción y que presentan bajos
niveles de materia orgánica.

De modo tal tomadas como región las provincias de Santiago del


Estero, Chaco, Salta, Formosa, Tucumán y Jujuy, presentan un área
potencialmente agrícola de 10,4 millones de ha., de las cuales 3,9
millones de ha. están en producción. Esto arroja un total estimado de 6,5
millones de ha. agrícolas que subyacen bajo el monte en área con
precipitaciones mayores a los 700mm. anuales, aptas para la producción
de cultivos de verano como sorgo, maíz, soja, poroto, maní y algodón.
Vale decir que sólo un 24% de las 27 millones de ha. que abarcan el
Parque Chaqueño y la Selva Tucumano Boliviana reúne las condiciones
para la producción agrícola. El resto no son susceptibles de ser
desmontadas, debido a su alto riesgo agrícola. Tampoco sería lógico
desmontar dicha área con fines exclusivamente ganaderos, debido a
que la menor rentabilidad de esta actividad no permite recuperar el
costo del desmonte.

El noroeste así podría incrementar, a nivel nacional, el área de


producción agrícola en un 19% y el área de producción de granos en un
30%. Asimismo, la puesta en producción de esta área representaría, a
nivel regional, un aumento de más del 150% de la actual superficie
agrícola. Esto generaría ingresos agrícolas de alrededor de 1600 millones
de dólares anuales que, si se exportaran en su totalidad sin elaboración
alguna, permitiría a la región quintuplicar la exportación de cereales. Esto
beneficiaría especialmente a la provincia de Formosa, Santiago del
Estero y Chaco, que se hallan entre las más pobres del país.

Este progreso también produciría numerosos efectos secundarios en


el área de servicios a nivel regional y en el desarrollo de productos
subsidiarios, como maquinaria agrícola, y su consiguiente impacto en el
sector metalúrgico. También generaría condiciones para el
establecimiento de empresas alimenticias y productoras de aceites y
harinas que no necesitarían fletes para traer la materia prima desde la
región pampeana. Podrían también crecer la ganadería y la producción
láctea, al mismo tiempo que se podría reemplazar el bosque nativo
degradado por bosques implantados para favorecer a la industria del
aserradero.

En este sentido, la dirigencia debe comenzar por resolver el


problema de la propiedad de la tierra, dando una justa cabida al
ocupante y libertad de acción al propietario. También debería crearse
planes de vivienda y programas de capacitación para la inmediata
reinserción del habitante del monte, acorde a las demandas laborales.
Todos los habitantes de la región serían beneficiados con trabajo, lo que
debería traducirse en salud, vivienda y educación.

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