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Esta trabajo tiene como objetivo analizar la imagen antes reflejada existente a nivel de las

ciencias sociales respecto a la noción de cultura y al rol que los aspectos subjetivos y de
significado juegan en la construcción del devenir social. Para lo anterior tomaremos como
referencia la lectura de “LA NOCION DE CULTURA EN LAS CIENCIAS SOCIALES” por
Denys Cche.

El rol que los aspectos simbólicos o culturales juegan en el funcionamiento de la vida social
ha sido una preocupación clásica de la sociología. Tanto E. Durkheim, con su noción de
representaciones colectivas o su distinción entre sacro y profano como categorías de
configuración del mundo social o M. Weber con su noción de acción social con sentido y el
análisis del espíritu del capitalismo como eje de la formación del mismo, atribuían un lugar
central a los aspectos significativos y simbólicos en la construcción de lo social. Sin
embargo, el análisis de estos aspectos ha tenido un carácter más bien marginal en los
análisis sociológicos. Una de las razones de ello es la ambigüedad que ha tenido el
concepto mismo cultura y el status ambivalente de la misma en la investigación social.

Herder decía que “cada pueblo, a través de su cultura propia, tenía un destino específico
que cumplir” pero sin embargo, no se excluía de una comunicación entre diferentes culturas,
lo podemos visualizar con esta imagen, ya que en la cultura Venezolana no nació “vender
helados” en carritos, fue en otro país, que estaban acostumbrados a venderlos de esa
manera y trajeron ese tipo de cultura para Venezuela, también se puede ver aquí un
“federalismo cultural” ya que esto no proviene de nuestra cultura, sin embargo ese tipo de
personas se adaptaron a esta sociedad sin dejar sus costumbres a un lado optaron por
incluir parte de sus costumbres a nuestra cultura , nos acostumbramos a ellos y creamos
una cultura nueva, incluyendo cosas de ambas culturas, por eso tiene similitud esto a lo
que dice Malinowski porque afirma que el cambio cultural proviene del exterior, en este
caso, nuestra cultura cambió por personas de afuera que emigraron a nuestro país.

También podemos notar una demostración de “aculturación” ya que como dice la definición
es un contacto continuo entre grupos de culturas distintas y que inducen a cambios en los
modelos de otras culturas, con esto decimos que se demostró porque al entrar ese tipo de
cultura a nuestro país hubo un cambio de cultura, aquí hablaríamos de una aculturación
planificada, ya que fue controlada y hasta estos tiempos aún seguimos viendo a personas
vendiendo helados.

También podemos relacionar la imagen con lo que sostenia Max Weber sobre el
surguimiento de la clase de los empresarios capitalstas relacionándolo con las clases
culturales y hechos sociales en los que se asume la visión antropocentrista del ser humano,
pues es éste capaz de producir los medios de subsistencia para cubrir sus necesidades,
necesidades cuya única forma de satisfacerse es mediante el trabajo organizado en el
marco de una vida social; es, por tanto, el modo de producción lo que asume que
desencadena las relaciones sociales específicas, el sistema político y el sistema cultural en
cada momento histórico. Y cada momento histórico se encuentra definido por modos de
producción diferentes, que determinan la forma de propiedad, la estructura social y la
política.
Las sociedades sobre las que se interesa Marx, son las que denomina sociedades de
clases: en las que una clase de personas en virtud de su posición en el sistema social, Por
tanto, entiende el sistema social como modo de producción, en el que cada clase tiene una
posición bien definida en torno a un sistema de dominación y explotación. Y sobre esta
concepción también se yergue el capitalismo para Marx. Aunque sin esclavos, ni siervos, y
con un sistema de independencia personal (ya que los trabajadores son hombres libres,
libres para contratar en mercados competitivos, y protegidos por el sistema legal del Estado
moderno) el proletariado se ve sometido al capitalista dueño de los medios e instrumentos
de producción (debido a la legitimación de la propiedad privada), pues se ve obligado a
vender su fuerza de trabajo (único factor de producción de propiedad exclusiva del
trabajador) al servicio de (y como acceso a) los medios de producción ostentados, mediante
la acumulación de capital, por el capitalista (pues sin ello, su trabajo no sería productivo).

Se puede señalar que también esta imagen guarda relación con la cultura obrera la
respuesta del obrerismo al principio de competencia postulado por la burguesía es el
espíritu cooperativo. Mientras el credo burgués subordina la cuestión social a los intereses
del capital, la cultura obrera la considera como la columna vertebral de su ideario. Y
mientras que la burguesía da por supuesto que la única función que corresponde al
asalariado es la de trabajar para los detentadores del capital y obedecer al poder político a
su servicio, los obreros cobran muy pronto conciencia de que su destino es precisamente
el de poner fin a este estado de cosas y luchar por un mundo basado en la igualdad social
y la dignidad de la persona. Los obreros no se rebelan sólo para mejorar sus condiciones
de vida y de trabajo, sino para establecer un sistema de producción y convivencia en el que
no habrá ya sitio para la explotación del hombre por el hombre. Y para alcanzar esta noble
meta asume conscientemente el riesgo siempre presente de la persecución, la pérdida del
empleo, el exilio, la cárcel o el piquete de ejecución. A la cultura obrera pertenece, en lugar
preeminente, la cultura del sacrificio por un ideal superior. También en este aspecto crucial
se diferencia del utilitarismo burgués, que no conoce otra motivación que la de acumular
billetes de banco y de gozar sin remordimientos de conciencia de las ventajas y privilegios
inherentes al poder y la riqueza. A pesar de que la cultura obrera emerge históricamente
como un proceso de rebeldía, es por antonomasia una cultura irénica que aspira a la
pacificación de la sociedad y del mundo. También en este aspecto tan trascendental
constituye la negación absoluta de la cosmovisión burguesa, cuya manera de proceder ha
estado basada siempre en la ley del más fuerte, un principio de acción que ha aplicado y
sigue aplicando sistemáticamente para oprimir todo lo que se oponga a sus intereses. De
ahí que la historia de la burguesía sea inseparable de la represión, el belicismo, el
imperialismo y el colonialismo en sus diversas acepciones. La cultura irénica del
proletariado es asimismo inseparable de una visión universalista del hombre y de los
pueblos. De ahí que entre sus postulados figurase desde muy temprano el principio del
internacionalismo, esto es, la convicción de que los grandes problemas de la humanidad no
pueden ser enfocados y resueltos más que desde una perspectiva transnacional o
ecuménica. Aquí también la cultura obrera se distancia del culto burgués al Estado-nación,
en nombre del cual se han cometido y siguen cometiéndose los más viles crímenes. Y por
supuesto, la cultura obrera es totalmente ajena a la aberración del racismo, un fenómeno
que si bien ha existido en mayor o menor grado en todas las civilizaciones, alcanzará sus
dimensiones más nauseabundas en el seno de la civilización creada por la burguesía
capitalista. El Estado-nación moderno ha engendrado el terrible virus del etnocentrismo, el
nacionalismo y el racismo abierto surgido sobre todo como teoría sistemática en el curso
de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX.

Se contempla en esta imagen el “Estudio de las relaciones entre culturas y la renovación


del concepto de cultura”, hace referencia a la aculturación, no como un fenómeno ocasional
de efectos devastadores, sino como una de las modalidades habituales de la evolución
cultural de cada sociedad. En tal sentido antropológico, Distingue Cuche la aculturación del
cambio cultural, de la asimilación y de la difusión, que, según el Memorándum para el
estudio de la aculturación, firmado por Robert Redfield, Ralph Linton y Melvilla Herskovits,
“es el conjunto de fenómenos que resultan de un contacto continuo y directo entre grupos
de individuos de culturas diferentes y que inducen cambios en los modelos (patterns)
culturales iniciales de uno o de los grupos”. La aculturación resulta un proceso dinámico
que se manifiesta en situaciones de dominación y subordinación en que se presenta, por
un lado, una “selección” y, por otro, una “resistencia” a los préstamos culturales, y en la que
“antiguos significados son atribuidos a elementos revista de antropología Reseñas 235
nuevos”, es decir, son reinterpretados, tal como lo plantea Herskovits. En este proceso, los
elementos no simbólicos (técnicos y materiales) se transfieren con mayor rapidez que los
elementos simbólicos, tales como la religión y la ideología. Roger Bastide prefiere el
concepto de “interpenetración” o de “entrecruzamiento” al de aculturación, y sostiene que
los contactos culturales pueden favorecer, entre otros, relaciones de integración, de
competencia o de conflicto. A partir de estos procesos, el concepto de cultura es renovado
y entendido como un permanente proceso de construcción, desconstrucción y
reconstrucción, que llevará a reemplazar la palabra cultura por aculturación, con la finalidad
de destacar así su dimensión dinámica como es la explotación del hombre (Heladero) para
los grandes empresarios tener máxima ganancia, aprovechándose de esta Clase social
para enriquecimiento propio.

Por otro lado, en algunos casos la emigración constituye para algunos un medio de evadir
un orden social considerado opresivo. De ahí la importancia de una política multiculturalista
que promueva la igualdad y el reconocimiento público de la dignidad entre los diversos
grupos culturales de una misma nación. En algunos casos se ha llegado incluso a proponer
un “tratamiento preferencial” o “discriminación positiva” que revista de antropología
Reseñas 237 permita corregir y compensar los efectos de las discriminaciones negativas.
No obstante, esta política multiculturalista ha sido acusada de cierta reificación y etnificación
de las culturas, al promover a los individuos a definirse por su pertenencia original, lo que
provoca a su vez una fragmentación social; sin embargo, el autor sostiene que el
multiculturalismo no se opone al universalismo que afirma la unidad y la universalidad de
los derechos humanos. Difeencia claramente la noción de diáspora del de migración,
porque la primera es la dispersión de un pueblo mediante numerosas migraciones a otros
países y solo es identificable a posteriori.

Se concluye el trabajo con una referencia al buen uso del relativismo cultural en la que
privilegia el enfoque comprensivo de éste al reconocer la coherencia y cierta autonomía
simbólica en todo conjunto cultural, más allá de asumirlo como principio ético que pregona
una neutralidad que, si bien en el fondo puede ocultar el desprecio por otras culturas,
constituye, “relativizado” el concepto de “relativismo” en sí mismo, una herramienta
indispensable para las ciencias sociales.

Cultura y Cambio Social son dos aspectos correlativos, la sociedad, en cada etapa de su
desarrollo, es caracterizada por su cultura y ésta encuba los brotes de la nueva formación
económico-social. Cultura y cambio social son dos aspectos estrechamente
interrelacionados: la primera avanza junto al movimiento de todas las esferas de la vida
social y de esta forma se va consolidando y convirtiendo en una fuerza social capaz de
producir el cambio que abra pasos a nuevas culturas, por ello pudiéramos decir, que forman
una unidad de contrarios: se presuponen y al mismo tiempo se excluyen y el papel activo
lo desempeña la cultura. El cambio, si se retrasa, frena el progreso cultural, pero cuando se
produce, ocurre el salto revolucionario de lo cultural.
Por el lugar que ocupa la producción de bienes materiales en el movimiento ascensional de
la sociedad y en particular, el modo de producción de éstos, es que al trabajo y a las
relaciones laborales se les considera objeto primario del cambio cultural, en sus aspectos
económicos, técnicos y sociales; pero los portadores materiales activos de estas relaciones
son los trabajadores y de hecho, se convierten en sujetos de las transformaciones que se
imponen como necesidad histórica. La dinámica con que opera este proceso irradia todo el
sistema de la actividad práctica humana y toma cuerpo en políticas, mecanismos y modelos
que inciden desde la superestructura social sobre la base económica.

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