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Las fuentes del itinerario seguido por este alma atormentada has-
ta llegar a. Dios son el extracto de un diario del protagonista de esta
conversión que, prologado por otro convertido también poeta -León
Bloy-, se ha publicado con el título muy exacto de Nostalgia de Dios.
Alma sensible de poeta lírico la de este holandés de nuestro siglo,
el autor ha estado en condiciones de hacer un exacto análisis intros-
pectivo de los sucesivos estados de su alma, que permiten hacer una
objetiva historia de las etapas de esta conversión.
ETAPA INICIAL.
« ¿Por qué ha de ser malo y repugnante lo que ha hecho este hombre? ¿Con-
tra quién o contra qué ha pecado? ¡Esto es absurdo! ¡Acabo de escribir la pala-
bra pecado, yo que ignoro el bien y el mal! No creo en nada; por lo tanto, no
puedc¡ condenar a este hombre y sus actos. ¿Ern nombre de quién o de qué po-
dría hacerlo? Puesto que a él le gustaba portarse así, ¿por qué había de proceder·
de otra manera? Ya lo sé, todo está permitido. Y yo mismo, ¿acaso no he pensa-
do cosas más abominables aún, y me he complacido en esos pensamientos e imá-
genes? Todo el mnndo es libre de hacer lo que quiera, eón tal de que tenga el
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194 ANTONIO ALVARE~ DE LINERA
Eso dice él; pero no puede. El diario sigue ofreciendo estas osci-
laciones del pensamiento y de la voluntad, en las que no halla, no
puede hallar, la paz. El misterio le atrae. Pero no sólo el misterio,
sino, con cierto sadismo, encuentra insulsa la obra escultórica de
Constantino Meunier, que ha plasmado en la materia el esfuerzo duro
de loS obreros, porque no le interesan otros tormentos que los del tipo
de los suyos: los espirituales; los de la duda; los de la soledad del
hombre perdido en la vastedad de este mundo inmenso, arrojado al
mundo, que ,diría un existencialista. Por eso, le atrae la novela de
Dostoiewski, Los hermanos Karamazow, cuyo personaje Iván, en quien
el autor ruso encarnó el racionalismo y liberalismo anticristiano, la
2ntelligentzia de los intelectuales occidentales, es un trasunto de la
tragedia' de 'su propia alma: la de la incertidumbre que nubla su fe-
licidad hogareña; la de no saber por qué existimos.
Por eso, cuando se preocupa por el porvenir, rechaza la solución
evangélica, que él conoce, de que bastante tiene cada día con lo que
trae de malo para preocuparnos del mañana, y se consuela en su es-
cepticismo con que «si nada tiene una finalidad, si todo es fruto del
GALERíA DE CONV)lRGOS: )lb POE'l'A PIET)'P. VAN DER MEER 195,
ñas criaturas que un día soñaban en la tierra, y que se llamaban hombres. Las
sinfonías de Beethoven, la Biblia, las guerras, los más sublimes sueños de los
santos, Napoleón, Dante, la desesperación, el amor, la sucesión de los imperios
del mundo, Cristo, todo fué perfecta y absolutamente vano, y ese drama gigan-
tesco que durará tantos siglos y del que no quedará un solo testigo, lo mismo
podría no haber tenido lugar. ¿No es una burla aterraciora?»
«Un momento, breve como un relámpago, estamos aquí en el mundo, vivien-
tes, con la tempestad salvaje de nuestras pasiones, torturados por todos 10.8 anhe-
los y todas las ilusiones, deseando aprisionar lo imposible y apretarlo contra
nuestro corazón. Interrogamos el pasado, leemos lo que han pensado los hom-
bres; no podemos comprender. Interrogamos a la tierra, al cielo, a los astros, a
los abismos siderales y a los abismos de nuestra alma; sollozamos de éxtasis y
de nostalgia ante las cosas bellas, haeemos grandes gestos llenos de pasión, y lue-
go, de pronto, nos quedamos extendidos, inmóviles, y ya no hay nada más, nada
más... ¡ Las estrellas que contempláramOs con tan inmenso anhelo no se acor-
darán de nosotros! ¡ Cristina! »
Cristina lloraba.
«No puedo soportar esto -decía, gimiendo-; no puedo sopor-
tarlo. Lo has destruído todo. Esto no es posible. Las cosas no pueden
ser asL .. »
y él, que la quería tiernamente, la vió sufrir y no le pudo dar
ningún consuelo... Porque no creía, ni esperaba. ¿ Fué éste el primer
aldabonazo que Dios diera en su alma?
de Van der Meer. Pero todavía no. Tüdavía, en una tertulia con otros
dos incrédulos, en que él intervino, se llegó a las siguientes con-
clusiones:
«No existen ni el bien ni el mal. Quien tenga una voluntad fuerte y flexible
puede llevar a cabo cualquier propósito, aunque sea monstruoso, pues no tene-
mos por qué preocuparnos de nada ni de nadie, sino de nosotros mismos. La
vida es el resultado del azar de las leyes cósmicas y, por lo tanto, por poco que
reflexionemos, se transforma en una cosa desprovista de valor y poco intere-
sante en sí. Hay que burlarse de todo y de todo el mundo, y para conquistar algo
que haga la vida digna de ser vivida -aunque sea por unos instantes-, obrar
con cinismo y hasta con crueldad.»
rán inolvidables para mí. Siento una extraña atracción' hacia e-l cátolicismo. 'Lee-
mos, con Cristina, la Pasión de Nuestro Señor JeS1lCTisto según las visiones de
Ana Catalina Emmerich. La historia de la Pasión, de esa semana única -e in-
mensa ... Jamás he leído un libro semejante. Esa religiosa enferma que sufrió
durante largos años, hasta su muerte, las más 'espantosas enfermedades; esa mon-
ja sencilla e ignorante ve a través de los siglos; el tiempo desaparece como una
ilusión, y ella está presente en cada acontecimiento, es testigo ocular de ellos,
y a menudo le son reveladas cosas profundas y misteriosas Que ella no logra ex-
presar. Todo esto es enigmático y hermoso. Además, Ana Catalina llevaba im-
presos en el cuerpo los santos estigmas. También San Francisco tenía las llagas
de Cristo. Decididamente, la realidad tangible no es la única. Debe de existir un
mundo del que yo no tengo ni la menor idea.»
VIAJE A ITALIA.
La estancia en la Trapa ha sido un primer contacto con una cQn-
cepción religiosa de la vida que le va a servir a modo de noviciado
para el viaje -nuevo aldabonazo de Dios- que con Cristina y su
hijo Pieterke va a emprender a Italia, donde va a ser impresionado
por su arte religioso medieval.
«Mi espíritu -escribe-- es transportado muy lejos por este arte; él me hace
presentir cosas que me es imposible nombrar, me .abre un mundo que no puedo
expresar, y algo análogo me ocurre con la liturgia de la Iglesia.» .
1
'
l.
200 ANTONIO ALVAREZ DE LINERA
El viaje por este país bendito -le dice una noche Cristina- pro-
vocará un profundo cambio en nosotros; nuestra presencia aquí debe
tener un sjgnificado ... En este momento he creído sentir como el
contacto espiritual oe alguien o de algo que nos guiaba misterio-
samente.
Santa Teresa habla oe esa mística sensación de la presencia de
Dios a nuestro lado.
Dios pone en los labios inocentes de Pieterke una pregunta que
es todo un argumento, y también todo un reproche y una llamada oe
Dios: Ex ore infantium .. ,
«¿Por qué no nos arrodillamos? -interroga el niño-o ¿Por qué
no rezamos?»
Sus padres no saben qué responderle. Es que la fe es razonable;
pero no es la conclusión de un silogismo. Se puede tener el conven-
GALERÍA DE CONVERS'OS: EL POETA PIETER VAN DER MEElt 201
y presiente que debe existir una senda mucho más directa para acer-
carse a Dios que la de las bellas manifestaciones del arte. ¿ Qué? La
naturaleza. El bello paisaje de Asís arranca de su pluma esta con-
fesión:
« ¡ Comprendo ahora que San Francisco amase la naturaleza y que, ante el es-
pectáculo de' su belleza, exaltase siempre al Creador del universo!»
«En esta pequeña ciudad en donde siento de manera indecible la presencia
espiritual de San Francisco, del humilde y maravilloso discípulo de Jesús, me
resulta extrañamente difícil recordar mi vida anterior. Creo haber encontrado
de nuevo en esta paz evangélica mi verdadera naturaleza. N o hay disonancias en
mí; me encuentro infinitamente alejado de las discordias y desgarramientos es-
pirituales. Escucho la voz de Jesús, y sus palabras resuenan en mi corazón -como
campanas. Veo a Francisco caminando -con sus hermanos, ¡ y me resulta tan claro
su deseo de hacerse iguales al Maestro! Mi alma está libre, ,he olvidado todos los
tormentos, siento como un gran espacio en torno a mí; mi espíritu sondea abis-
mos de luz.»
llegar a creerlo. Y además, qué estrecho molde el de esas ideas, para: mí, que
admiro lo mismo la terrible soledalil y la audacia sacrílega de un Nietzsche que
la caridad de un San Francisco. La religión -o por lo menos lo que verdadera-
mente puededesig;narse con esa palabra- me parece un yugo, una limitación,
un empequeñecimiento. ¿O es que, ignorante como soy, me estaré equivocando
1amentablemen te?»
.«a la oscura selva de este mundo. A veces nos iluminan pensamientos o senti-
mientos inexpresables; entonces nos invade la confianza. Pero otras veces -y
éste es el estado habitual de mi alma- me roe la inquietud, y me estremezco
bajo la tempestad de mis pensamientos».
Las llamadas de Dios a Pie ter van del' Meer se hacen cada vez
más intensas y más concretas. Su madre, a la que quería con ternura
de buen hijo, muere, y, en presencia del cadáver ele aquel ser que-
rido, el hijo medita.
«¿Dónde está ahora esa mujer que era mi madre y que ha sido la fiel amiga
de mi espíritu? .. Absurdamente recordaba palabras Que repetía en mi interior:
Requiem aeternam dona ei, Domine, y yo las repetía tres veces. ¡ Oh, ahora sé que
el alma existe, no me es posible comprenderlo, pero el alma es inmortal y eterna
y divina! Lo .sé. No puede ser de otro modo. Existe el misterio ... »
«Me es imposible negar el misterio y considerar la vida como una cosa cual-
quiera, sin un significado oculto. ¡Hasta Qué punto me traspasa esta muerte! Y no
es precisamente a causa de la pérdida, sino a causa de lo que 11a debido suceder
fuera de mi visión corporal, en el instante en que el alma abandona al cuerpo ... .-
«Yace la muerta con los ojos cerrados. ¿Qué ven ahora? ¿Hacia qué mundo
vu21ven su mirada? Nadie, nadie puede decirme dónde está mi madre, en qué
forma sigue viviendo. ¿Está todavía aquí, junto a nosotros? ¿Puede vernos, o
reposa en un mundo indecible que nadie es capaz de imaginar? .. ; siento en
torno a mí el abismo de lo infinito ... ¿Dó'ilde está Dios? ¿Dónde está el alma de
mi madre? .. »
,«Lo que ocurre entre el que muere y lo Invisible queda escondido e ignorado
por siempre jamás.»
«Es raro, pero me veo forzado a pensar constantemente en el cuerpo huma-
no... Los cristianos creen que los cuerpos resucitarán un día... Por lo tanto,
nuestro esqueleto, nuestra carne, nuestros ojos, nuestras nlanos, nuestros pies,
tendrán parte en la ascensión gloriosa o 'en la terrorífica caída del alma. Y por
eso todos los órganos, los sentidos y los miembros del moribundo son ungidos y
purificados por el sacramento de la Extremaunción. ¿Y el Verbum caro jactum
est, Dios encarnándose, tomando cuerpo huma'ilo para hacerse visible? Ese solo
hecho, ¿acaso no ha santificado la carne por siempre? y, Jesús, por su inmersión
en el Jordán, por el contacto de su Cuerpo, ha conferido al agua por siempre 'esa
fuerza que, según el catolicismo, se hace perceptible en el Sacramento del Bau-
tismo. Percibo profundamente la belleza misteriosa de esos signos; me parece
imposible que no sean los símbolos de la Verdad.»
«Es necesario que tengamos muchas flores -dijo uno de los hi-
jos de lá difunta-; no tendremos ni oraciones, ni cirios, ni cruci-
fijos; nuestras manos están vacías.»
Trajeron flores de Rotterdam.
«Y, sin embargo, algo faltaba -dice-o A pesar de nuestra veneración, a pe-
sar de nuestro gran amor, no estábamos en contacto con su alma ... Yo les dije
eso a los demás. Cristina me comprendió.»
¿Por qué en esta borrachera, que saca a flote las reconditeces del
subconsciente, ha surgido en Van der Meer la idea de Dios? Esa idea
está en su subconsciente; la gracia la ha deslizado en los repliegues
de ese recinto oscuro que llevamos todos, y allí está actuando, hasta
que un día irrumpa triunfante en la superficie de la conciencia psi-
cológica del incrédulo poeta holandés. No tardará mucho en hacerlo.
DIOS AFLORA.
«Sentía yo -dice-- latir mi corazón con una gran exaltación interna. En esos
momentos era para mí evidente e inconmoviblemente cierto que Dios existe, in-
menso, infinito, incircunscrito, que El es el comienzo y el fin, y que un día todo
se unirá armónicamente por encima de toda comprensión. En aquel momento te-
nía confianza, estaba en paz ... Pero, qué frágiles, qué breves son esos sentimien-
tos en mí! ¿Por qué roe mi espíritu la duda? ¿Es que no puedo creer en el omni-
potente Espíritu que es Dios? ¿O acaso ese pensamiento me parece demasiado
absurdo, insensato, grotesco? Mas, ¿por qué no han de ser estos largos momentos
de duda los de debilidad y tiniebla interior? Y, por el contrario, aquellos raros
instantes en que, como un. relámpago, presiento la Verdad, ¿por qué razón no
han de ser los únicos en que estoy libre de la ilusión engafiosa? ... ~
«No logro liberarme de las torturantes preguntas que destruyen toda certi-
dumbre, y a pesar de todo, el poder del cristianismo se va adueñando cada vez
más de mí. Esta religión, con el esplendor de sus formas, detrás de las cuales
suelo ver a Dios, libra a mi espíritu de la materia y rompe sus grillos para que
pueda volar, como un. águila hacia la luz. ¡Dios mío! No es posible que todo
sea insensato y vano, que todo sea sólo un sueño de nuestra imaginación. Dios
es el fundamento, incognoscible, pero existente. Entonces, ¿por qué rendirme, y
creer, y rezar? Quizá sea necesario que este sentimiento madure y se transforme
en una ciencia; quizá, más adelante, se desprenda de pronto de mi cerebro como
un fruto del que alimente mi hambriento corazón.»
Lo primero, no: ciencia, no. Van der Meer piensa, razona; pero,
si es natural que quiera encontrar razonable el viraje de su conver-
sión, no es un racionalista, que no halle más vía de llegar a Dios
que la razón; es un poeta, es un artista, que se entusiasma con la
belleza del dogma y de la Liturgia católica.
208 ANTONIO ALVAREZ DE LINERA
LEON BLOY.
• Y en. lugar de rechazarme por siempre como loco y criminal -le dice-, me
has llamado, me has conducido a Ti sin que yo mismo lo advirtiera.»
zan ya juntos, en voz alta y .de rodillas, las oraciones .de la mañana
y de la noche ante un pequeño crucifijo.
La explicación que da Pieter del golpe supremo de la gracia es
exactísima :
«Me empeñaba -dice-- en buscar sin descanso la solución de los enigmas, y,
sin embargo, aquello era portentosamente sencillo: basta con arrodillarse y dar
el corazón a· Dios en la oración para que todos los misterios se conviertan en
un .firmamento luminoso.»
y así es:
«¿Desde cuándo tengo fe? -esct'ibirá más adelante--. Lo ignoro, no sabría
precisarlo. Sólo sé que un día me arrodillé en tierra e hice atentamente y con la
plenitud del deseo y del amor la señal de la Cruz, tocándome ,con la diestra la
frente: In nomine Patris, luego en medio del pecho: et Filii, y finalmente los
dos hombros: et Spiritus Sancti. Amen; y que después recité las oraciones que
la Iglesia enseña como las mejores. Como ese día estaba desarmado, me rendb (4).
«¿Quién ha sufrido por mí sin conocerme? -exclama Van der Meer-. ¿Quién
se ha alimentado de tristezas y cenizas para que yo pUdiese conocer la dicha
de la liberación, la dicha de creer? Ignoro qué caudal de sufrimiento ha sido el
precio de mi conversión.»
Estos días son como su luna ,de miel de cristiano; entristece a Pie-
ter, sin embargo,
«ver que la vida de León continúa saturada de amargura. Parece que fuera v(}o
luntad de Dios que él no conozca jamás, como los demás hombres, una vida
tranqUila, segura, exenta de preocupaciones materiales. Es un milagro que este
hombre, con quien se han encarnizado las más tremendas angustias, no haya
sido quebrantado por el exceso de sufrimientos. Su vida es un constante mi-
lagro.»
guerra del 14, y, como corresponsal del Maasbode, tuvo que ir él du-
rante cinco ,años unido a los franceses, a los frentes y la retaguardia.
A principios de noviembre de 1917 murió León Bloy, el inolvidable
amigo. El 30 de diciembre de aquel mismo año moría de repente el
niño más pequeño del feliz matrimonio Van der Meer.
«Dios hizo arder nuestras almas de dolor. El te hirió, querida Cristina -le
dice Pieter- en tu punto más sensibre; tomó lo que te era más querido y tu
corazón sangró hasta quedar completamente vacío. Dios es el poderoso y celoso
amante que ejerce su presión hasta hacer gritar de dolor. Pero todo eso es bue-
no, porque purifica eL alma y forta1ece la voluntad. El sufrimiento te hará ma-
leable como una arcilla sangrienta en su amorosa Mano eterna.»
(5) 3, 8-11.
(6) Exodo 20, 5; 34, 14.
(7) Salmo 72, 25.