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EL CONSTRUCTIVISMO Y LA TEORÍA DE

SISTEMAS
Acerca de la epistemología reflexiva
Francisco Bedolla Cancino
Maestro en Sociología, Universidad Iberoamericana (Santa Fe, México)
Coordinación de Sociología
Facultad de Estudios Superiores Aragón
Universidad Nacional Autónoma de México
Correo Electrónico: franciscobedolla@hotmail.com
RESUMEN
El presente artículo versa acerca de los alcances y los límites del debate
epistemológico que, a lo largo de la modernidad temprana y tardía, discurrió en los
términos fijados por la dualidad sujeto/objeto; y de cómo sus limitaciones han sido
superadas por el constructivismo radical, la epistemología propia de la teoría de los
sistemas autorreferenciales. Por obvias razones, asume como eje y punto de partida
la pregunta kantiana ¿cuáles son las condiciones que hacen posible el
conocimiento?, base sobre la cual introduce y pone de relieve las posturas del
empirismo y el racionalismo en relación a la gnoseología o teoría del conocimiento,
la lógica o la formación de los conceptos, y la ontología o la materialidad del mundo.
Finalmente, echa luz sobre la relevancia de las condiciones de la diferenciación
funcional de la sociedad-mundo y la especificidad del sistema de la ciencia, bases
sobre las cuales puede procederse a una reformulación del problema kantiano,
ahora en clave de sociología del conocimiento, que sustituya la dualidad
sujeto/objeto por la de sistema/entorno.
ABSTRACT
This article addresses the scopes and limitations of the epistemological debate
focused in terms fixed by the subject / object duality throughout the modern era
and how its limitations have been overcome by radical constructivism, the
epistemology that belongs to the theory of self-referential systems. For obvious
reasons, its axis and starting point is the Kantian question: what conditions make
knowledge possible?, that question allows to introduce and highlight the positions
adopted by empiricism and rationalism regarding gnoseology (theory of knowledge),
logic (the formation of concepts) and ontology (nature of being). Finally, it sheds light
on the relevance of the conditions of the functional differentiation of society and the
specificity of the science system, on given grounds a reformulation of the Kantian
problem can be carried out making use of the sociology of knowledge that
substitutes the subject / object duality for the system / environment duality.

1
PALABRAS CLAVE
Autopoiesis, auto-referencialidad, ciencia, comunicación, conocimiento,
constructivismo, empirismo, epistemología, filosofía, lógica, mundo, realidad,
relativismo, sistemas sociales.
I. INTRODUCCIÓN
El presente tiene como propósito poner en perspectiva la solución propuesta
por el constructivismo radical al problema epistemológico cardinal de elucidación de
las condiciones de posibilidad del conocimiento verdadero, que en la formulación de
Kant, a la altura de la modernidad temprana, discurrió como una cuestión propia de
la filosofía de la ciencia pero que en la modernidad tardía, hacia mediado del siglo
XX, adquirió la forma de cuestionamiento de la relación íntima e indisociable entre
la ciencia y la filosofía de la ciencia.
Para tales efectos, además del presente apartado introductorio, se contemplan
tres apartados adicionales. El apartado 2. Los términos del problema responde al
cometido de ofrecer un esbozo sintético de los componentes y el enfoque seminal
de la cuestión epistemológica. Apenas y hacen falta justificaciones en respuesta al
por qué de la elección del planteamiento kantiano como referente sustancial. De
hecho, hasta la referencia a los ingredientes de La ciencia: su método y su filosofía
(Bunge, 2000) están pensados en clave de los precedentes sentados por la Crítica
de la Razón Pura.
El apartado 3. Las claves teoréticas de la solución constructivista se endereza
hacia dos propósitos puntuales, tratados en sus respectivos subapartados. Uno,
ofrecer una descripción de cómo desde la teoría de los sistemas autorreferenciales
pudieron trasponerse los límites de la problematización kantiana, enclavados en la
dualidad sujeto/objeto, mediante la incorporación en ella de las condiciones que
hicieron posible dicha problematización y la sustitución de dicha dualidad por la
distinción sistema/entorno. Gracias a ello, la pregunta por las condiciones de
posibilidad del conocimiento verdadero adquirió mayor alcance y profundidad, al
enmarcarla dentro de la sociedad-mundo (funcionalmente diferenciada) como un
caso especial de conocimiento, autocondicionado por la codificación comunicativa
verdadero/falso, que sólo es posible en el sistema de la ciencia. Y dos, hacer un
punteo de las posturas del constructivismo radical en torno a su entender de los
asuntos epistemológicos clásicos: la gnoseología o teoría del conocimiento, que
hace extensivas las capacidades cognoscitivas a los sistemas ¾sociales y no-
sociales¾; lógica y la formación de los conceptos, que expande el margen de
comprensión entre el observador y lo observado; y la ontología o la materialidad del
mundo, que ofrece una salida radical al círculo vicioso del debate entre el empirismo
y el racionalismo.

2
Finalmente, el apartado 4. Conclusiones insiste en algunos aspectos tratados
en los apartados anteriores y lanza algunas reflexiones finales.

2. LOS TÉRMINOS DEL PROBLEMA


2.1 Ciencia y filosofía: los términos del problema
Hace poco más de medio siglo que estaban dadas las condiciones de posibilidad
para problematizar, en la unidad de su diferencia, la ciencia y la filosofía de la
ciencia. En la obra clásica La Ciencia: su Método y su Filosofía, que vio la luz por
primera vez en 1960, Mario Bunge hace un recorrido explícito de ellas. En primer
lugar, alude a
[…] ese creciente cuerpo de ideas llamado "ciencia", que puede caracterizarse
como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente
falible. (Bunge, 2000: 6).
Como el propio título indica, a ese «conjunto sistemático de conocimientos
sobre la realidad observable» (Sierra Bravo en Asensi y Parra, 2002) no se llega de
cualquier modo, sino a través de «el método de investigación científico». En
palabras de Bunge (2000): A. Planteamiento del problema, B. Construcción del
marco teórico, C. Deducción de las consecuencias particulares, D. Prueba de
hipótesis, y E. Conclusiones. Dicho en el argot de la informática, el conocimiento
científico es el resultado de un programa, una secuencia de comandos — reglas
sintácticas y semánticas— enderezados a dicho fin.
En el marco del entendido consensual de que al conocimiento verdadero se
llega a través del método científico, hacia el primer tercio del siglo XX, emergió y
cobró relevancia una disputa muy particular en torno a la formación de los conceptos
y el criterio de verdad científica, que protagonizarían la corriente empirista o
positivista y la corriente relativista. En el Círculo de Viena, entre cuyos
representantes más conspicuos se encuentran Hempel (2003) y Carnap (1988), fue
entusiasta promotor de del empirismo y el método inductivo. En el lado opuesto,
estaban Popper (1991), Lakatos (1983) y Kuhn (1971), impulsores del racionalismo
y el método hipotético-deductivo.
En el fondo, se trataba de una disputa lógico-metodológica, uno de cuyos
temas torales era el criterio de verdad científico y, a partir de ello, la elaboración de
los constructos conceptuales. En la versión positivista, anidaba una visión de la
CIENCIA, así con mayúsculas, asida al criterio de verdad como verificación, a la
presunción de infalibilidad o acceso a la verdad absoluta y a la exigencia de construir
conceptos de validez universal a través de la inducción. En la versión racionalista,
por su parte, anidaba una visión relativista de la ciencia, así con minúsculas,
asentada en el criterio de falsabilidad y en un entender de que el conocimiento
científico funciona bajo la regla de que su verdad es relativa, se sostiene mientras
no emerja una mejor explicación, y se obtiene mediante el método deductivo.

3
El ingrediente que cierra la pinza es la filosofía de la ciencia, a decir de Bunge
un operativo multitask que opera a la vez como un «de, en, desde, con y para» la
ciencia; y en razón de lo cual se pronuncia por usar un término en vistas de su
pertinencia sintética: epistemología.
¿Por qué no epistemología, que etimológicamente significa teoría de la ciencia?
O ¿por qué no metaciencia, que significa ciencia de la ciencia? Cualquiera de
estas denominaciones tiene la ventaja de que no reduce el ámbito de la
disciplina en cuestión a un capítulo de la teoría del conocimiento, sino que
permite abarcar todos los aspectos que pueden presentarse en el examen de
la ciencia: el lógico, el gnoseológico, y eventualmente el ontológico. (Bunge,
2000: 63. Las negrillas no están en el original).
En síntesis, así, desde mediados del siglo pasado el campo de la ciencia
mostraba fertilidad para hacerse cargo de la íntima relación entre la ciencia, esto
es, las prácticas de construcción del conocimiento científico; y la epistemología, es
decir, las prácticas reflexivas sobre el quehacer científico —la evaluación de la
racionalidad de las prácticas científicas, diría Habermas (1990)1—, bajo una
perspectiva problemática y una pregunta matriz: ¿cómo es posible el conocimiento
verdadero/no-verdadero? Nótese el eco a la inspiración de Kant, probablemente la
conciencia más crítica de la Ilustración, en el modo de formulación de la pregunta,
que da por descontado, tal como él hizo en su Crítica de la Razón Pura, que el
conocimiento es posible y que la tarea relevante consiste en dilucidar sus
condiciones de posibilidad.2 Y nótese también que el «cómo» en la interrogante, en
sustitución de los típicos «qué es» o «por qué surge» entraña en sí mismo un
distanciamiento respecto del materialismo mecanicista del siglo XVII (Locke,
Spinoza, Bacon, entre otros), en cuyo entender el objeto o la materia existía con
anterioridad e independencia al sujeto, de tal suerte que el conocimiento presuponía
la tarea de descubrir o develar sus características esenciales (lo que las cosas son).
Puesto en retrospectiva, esto significa que el materialismo mecanicista habría
desarrollado las postura ontológicas de que «la realidad existe» y la postura
gnoseológica de que «la esencia y las conexiones causales de la realidad pueden
ser desentrañadas por la conciencia»; y que la verdad del conocimiento es una
cuestión dirimible por su precisión o capacidad representativa o fotográfica.
Ciertamente, hay diferencias importantes en cuanto a la complejidad argumentativa
entre el materialismo de los precursores de la modernidad temprana y el practicado

1
La consabida frase metafórica empleada por Hegel en su Filosofía del Derecho, «El
búho de Minerva lanza su vuelo al atardecer», nada sorprendentemente, sirve a Habermas
(1990) para fortalecer su tesis de que la filosofía está llamada a servir de guardián de la
racionalidad de las prácticas de la ciencia, y no de guía o inspiración.
2
Luhmann (2009) llama la atención sobre lo que esto implica: que el problema por
observar científicamente ya ha sido resuelto. Es de suyo evidente que si no hubiese
conocimiento científico, carecería de sentido preguntarse ¿cómo fue éste posible?

4
por el Círculo de Viena. En éste, la sofisticación sobre la inmanencia de las leyes
que gobiernan el mundo físico-natural y social alcanza grados de excelsitud, que
dan la pauta a las no menos excelsas manifestaciones de la filosofía analítica o del
lenguaje ordinario en torno a su entender de la verdad como correspondencia [cf. el
análisis de Martinich (1977) del debate entre Austin y Strawson sobre la teoría de la
verdad como correspondencia].
Asimismo, dicha retrospectiva permite ubicar y poner en su justa dimensión al
criticismo idealista de Kant, que vindica el papel activo de la conciencia en el
proceso cognoscitivo, específicamente por la vía de los «a priori», las estructuras
intemporales de la razón —espacio, tiempo y causalidad—, que operan al modo de
filtros a través de las cuales la razón procesa los datos de la realidad experimentada
—los juicios sintéticos a posteriori—. Debates aparte sobre el grado de radicalidad
que le es imputable al planteamientos kantiano, lo cierto es que después de las
formulaciones kantianas acerca de que es posible conocer humanamente la
realidad, y no necesariamente como ella es, se ha tornado prácticamente imposible
sostener las tesis metafóricas, que dan en entender el conocimiento como
representación, calca o retrato de la realidad; y que, por ende, abrevan de la verdad
como correspondencia entre la realidad y el conocimiento de ella.
A este respecto, igual que sucedió con el empirismo, en el tránsito de la
filosofía de la conciencia a la filosofía del lenguaje, las corrientes racionalistas
acusaron hacia mediados del siglo pasado un proceso intenso de sofisticación de
sus posturas lógicas, gnoseológicas y ontológicas, una de cuyas fronteras más
fascinantes se encuentra en la mecánica cuántica, particularmente en la teoría del
observador, que desplaza el énfasis del conocimiento de lo que supuestamente la
realidad a lo que la conciencia agrega en el acto de observar.
Cualquiera sea la postura preferida, lo cierto es que tanto la corriente empirista
como en la racionalista, lo mismo en sus versiones temprano-modernas que en las
más sofisticadas del siglo XX, se sustentan en la aceptación de la dualidad
sujeto/objeto, de tal suerte que comparten el desafío de responder a la pregunta de
¿Cómo puede el conocimiento dar cuenta de la realidad, en el entendido de que
ésta está fuera de él? Y, de modo específico, en el caso de la teoría idealista del
conocimiento,
¿cómo puede el conocimiento afirmar que algo puede existir
independientemente de él, cuando todo lo que se aprende ya presupone
conocimiento y no puede por consiguiente ser independiente y, al mismo tiempo
ser afirmado por el conocimiento (lo que sería una contradicción)? (Luhmann,
1999: 70)
En el caso del materialismo-empirismo, la problematización y la respuesta son
igualmente simples, y por ello abiertamente insostenibles. Postular que la realidad
existe con independencia del conocimiento conlleva a la respuesta de que éste es
posible porque la realidad existe, caso en el cual la aplicación de la teoría de la

5
correspondencia o valor representativo del conocimiento opera como garante en
última instancia. El problema con esta solución es que reclama la existencia de un
observador trascendente, situado por fuera de la relación sujeto/objeto, cuyo ángulo
panóptico de visión le permitiría corroborar la existencia de una correspondencia
simétrica, punto por punto, entre la realidad por conocer y la descripción o
representación cognoscitiva de ella. Salvo mejor opinión, salvo Dios, si existe, nadie
más podría encarnar una instancia con la capacidad de tomar distancia respecto de
la relación entre el sujeto del conocimiento y la realidad por conocer; o peor aún,
de volverse exterior a ella como para poder determinar que se acredita la pretendida
correspondencia.
Por su parte, en el caso de las teorías idealistas-racionalistas, diferencias de
matiz aparte, lidian defectuosamente con el problema de sostenibilidad del estatuto
de existencia ontológica de la realidad. Al respecto, la aportación de Kant resulta
del todo emblemática. Si, como sostiene el filósofo en su Crítica de la Razón Pura,
las experiencias de la realidad exterior —los a posteriori— se encuentran de modo
inexorable mediadas por las estructuras intemporales de la conciencia —los a
priori—, la conclusión es inevitable: es imposible el contacto directo entre el
conocimiento y la realidad; más aún, tampoco hay certeza de existencia de la
realidad en cuanto tal, sino a lo sumo de versiones muy humanas de la realidad.
El giro desde la filosofía de la conciencia a la filosofía del lenguaje —el
linguistic torn impulsado por Wittgenstein, popularizado por Rorty (1990), cultivado
críticamente por la corriente postmodernista (Foucault, 1968 y Derridá, 1967; entre
otros), y retomado en la teoría de la acción comunicativa (Habermas y Apel,
1991)— expandió los horizontes de comprensión del papel constitutivo del lenguaje
en la realidad e impactó en la reformulación de las teorías sociológicas de la acción.
De modo más específico, echó luz sobre la insostenibilidad de la dualidad
conocimiento/realidad, a trasluz del peso del argumento radical de que el
conocimiento no trabaja sobre la realidad en sí, sino que procede sobre
elaboraciones discursivas acerca de ella.3 De manera simultánea, desde la corriente
postmodernista emanaba la sacudida última a la distinción sujeto/objeto y al
discurso referencial que sobre ella se había montado. En suma, colocar a la ciencia
como un relato más entre otros parecía exagerado pero no carente de razón.
Finalmente, tras este apretado recorrido, poco lugar hay a la duda de un par
de cuestiones: una, la imposibilidad de resolver satisfactoriamente el problema
sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento científico, en el marco de la
distinción sujeto/objeto, sin importar la inclinación preferida hacia las soluciones
empiristas o racionalistas; y dos, el alto grado de conciencia alcanzado acerca de la

3
En este contexto se inserta el estupendo trabajo de Berger y Luckman (1972) sobre
la construcción de la realidad social.

6
necesidad de resolver el mencionado problema bajo el reconocimiento de la
conexión íntima entre la ciencia y la filosofía de la ciencia.
«En el pasado, la filosofía ha sido una fuente esencial del conocimiento. Hoy,
sin embargo, no puede haber verdadera filosofía al margen de la ciencia».
(Azcárraga, 2003: 26)
Lo que no necesariamente da para echar las campanas al vuelo, habida
cuenta de que abre nuevas interrogantes y disputas,.
Si la filosofía se atribuye un conocimiento antes del conocimiento, pone entre sí
y las ciencias una esfera de su propiedad y ejerce en virtud de ella funciones de
dominio. (Habermas, 1990: 248).
En este contexto, cobra pertinencia la solución brindada por el constructivismo
radical, que asume como punto de partida que el problema central estriba en
elucidar las condiciones de posibilidad del conocimiento, con el añadido de que es
obligada la inclusión en dicho problema de las condiciones de posibilidad de su
propia delimitación como tal (Luhmann, 2007). Al margen de ello, el tratamiento de
las clásicas cuestiones sobre la lógica, la gnoseología y la ontología están
condenadas a permanecer entrampadas.
3. LAS CLAVES TEORÉTICAS DEL CONSTRUCTIVISMO RADICAL
3.1 El sistema de la ciencia del sistema de la sociedad
A riesgo de incurrir en reiteración, en clave constructivista el problema estriba
no sólo en desentrañar las condiciones que hacen posible el conocimiento
verdadero… o falso, sino en incluir como parte del problema las condiciones que
hacen posible tal problematización. Sin rodeos, tal petición exige por lo menos una
doble observación: a) que el conocimiento verdadero es una prestación propia de la
ciencia, cuyas condiciones hay que conocer para determinar cómo es que produce
lo que produce: conocimiento verdadero… o falso; y b) que la ciencia es una práctica
social entre otras y, de modo más específico, que existe en el marco de
condicionantes sociales específicas: las de la sociedad-mundo dentro de las cuales
opera. En tal virtud, por si no había quedado claro, el problema epistemológico ha
de resolverse en parte a través de la identificación de sus condicionamientos
sociales significativos, es decir, de una sociedad funcionalmente diferenciada; y en
parte a través de la revisión de sus propios mecanismos operativos: la lógica, la
gnoseología y la ontología.
En los términos de la teoría de los sistemas autorreferenciales (Luhmann,
2007; Günther, S/F; y von Foerster, 1998; entre otros), nos encontramos frente a la
necesidad de atender a dos formaciones sistémicas: el sistema de la sociedad, que
comprende el universo cabal de las operaciones sociales; y el sistema de la ciencia,
que abarca las operaciones de gestación del conocimiento verdadero. Ambas, por
cierto, descriptibles como casos específicos de la distinción sistema/entorno. Valgan
un par de acotaciones. La sociedad y la ciencia, como cualesquier otros sistemas,
reclaman el reconocimiento ontológico de su existencia, si bien tienen la

7
particularidad de que se trata de distinciones —sistema/entorno—, y no
precisamente de objetos o cosas en el sentido físico tradicional de la expresión.
En su caso, grosso modo, el Gráfico 1. Modelo autopoietico de la comunicación
sistema de la sociedad refiere a la
distinción entre comunicación/no-
comunicación, que respectivamente
corresponden al sistema y el entorno.
Para mayor precisión, el lado interno de
la distinción corresponde al sistema,
mientras que el lado externo
corresponde al entorno. Antes de
mencionar algunas implicaciones
relevantes, con la ayuda del gráfico que
aparece a la derecha, así sea
brevemente, conviene abundar en las
peculiaridades sistémicas de la
comunicación. Para tal efecto, supóngase la copresencia de dos partícipes en una
situación de comunicación: un partícipe Ego y un partícipe Alter en tres operaciones
potencialmente enlazadas. La primera operación es la información, que consiste en
el acto por el cual Alter le dice algo a Ego; por ejemplo, la tarde luce lluviosa. La
segunda, que es la comunicación, se refiere al acto por el cual Ego se encuentra en
posición de distinguir entre información y el acto de dársela a conocer por parte de
Alter. Es evidente que el enunciado informativo “la tarde luce lluviosa” no informa
acerca de las intenciones del informante (es posible que Alter quiera evitar que Ego
salga a la calle, pero también es posible que sólo quiera mostrar gentileza).
Finalmente, la tercera operación, denominada comprensión, describe el acto por el
cual Ego usa la interpretación que hace de la intención de Alter como premisa para
darle una respuesta. Tan luego eso sucede, la respuesta de Ego adquiere valor
como información para Alter, que estará concernida con distinguir entre información
y comunicación, para luego valerse de su interpretación para responderle. Y así ad
infinitum.
Frente a la pregunta sobre la génesis de la comunicación, la respuesta es
simple de enunciar: la comunicación se produce a partir de la comunicación misma.
Se trata de un ciclo autopoiético perenne, que acredita a plenitud su condición
autorreferencial: la comunicación se gesta a partir de la comunicación misma, la
comunicación sólo puede referirse a la propia comunicación y, por ende, generar
más comunicación. Para mayores detalles, aquí la distinción sistema/entorno se
entiende como una operación mediante la cual el sistema de la sociedad marca su
lado interno —la comunicación— y fija en el entorno lo correspondiente al mundo
de la no-comunicación, en el cual se sitúan, por ejemplo, los seres vivientes, la
materia inerte, la conciencia, la naturaleza inanimada, el cosmos, etc.

8
Salvo mejor opinión, la pertinencia descriptiva de la teoría autorreferencial de
los sistemas sociales queda a buen puerto frente a la evidencia de que en su vida
cotidiana, mal que bien, los partícipes en la comunicación sortean las dificultades
de ponerse de acuerdo. Tal hecho, valga la precisión, acredita que estamos frente
al caso de un problema práctico ¾el enlace entre las operaciones de informar-
distinguir entre información y acto de informar (comunicación)-comprender¾, que
ha sido resuelto con sorprendente efectividad por el sistema de la sociedad.4 Así,
en el estricto sentido ontológico de la expresión, la sociedad-mundo, el escenario
omniabarcante de las operaciones comunicativas, exige ser tratado como objeto de
observación por méritos propios.
A mayor detalle, en el lapso de los últimos 500 años, el sistema de la sociedad
ha exhibido una portentosa capacidad para desarrollar en su interior subsistemas
sociales funcionalmente diferenciados para resolver problemas específicos de
comunicación, es decir, para replicar en su interior la distinción sistema/entorno.
Gráfico 2. La diferenciación social y los subsistemas de comunicación

Fuente: Con base en Luhmann


En mor de la brevedad, y sólo a modo de ejemplo5, el gráfico 2 indica una
serie de subsistemas de fácil identificación con arreglo al problema comunicativo

4
Una teoría de la comunicación rival, (Cf. Habermas, 1987), sostiene que ésta ocurre
cuando y en la medida en que se actualizan las condiciones de la situación ideal de habla:
inteligibilidad, sinceridad, verdad y rectitud normativa. Se trata, cabe precisar, de una teoría
normativa, útil para prescribir el cómo debería ser la comunicación y no el cómo es.
5
En versiones no-autorreferenciales de la teoría de sistemas ¾Bertalanfy (1976),
Easton (1969) y Buckley (1970), entre otros¾, por tratarse de esquemas con pretensiones

9
práctico que resuelven y el medio de codificación o distinción dual en que se basan;
a saber: la economía, basado en la distinción propiedad/no-propiedad, apto para
resolver el problema de la producción de riqueza y el intercambio eficiente de
derechos de propiedad; el derecho, basado en la distinción legal/ilegal, apto para
resolver el problema de la generalización de las expectativas de conducta; la
política, basado en la distinción superior/inferior en poder, apto para resolver el
problema de la acción colectivamente vinculante; la moral, basado en la distinción
bueno/malo, apto para resolver el problema del aprecio/desprecio de la persona en
tanto tal; la educación, basado en la distinción aprovechamiento alto/bajo, apto para
resolver el problema de la socialización de las nuevas generaciones; y por último,
aunque no de menor importancia, la ciencia, basado en la distinción verdadero/falso,
apto para generar conocimiento nuevo, soportado en la experiencia.
Como subsistemas de comunicación ontológicamente existentes, tienen como
común denominador el tratarse de sistemas operativamente clausurados
¾autorreferenciales¾ frente a su entorno. Entre otras cosas, esto significa que, a
menos que se autodestruyan o sean destruidos por otros, éstos no pueden
trasponer sus propios límites ni exceder los condicionamientos de sus respectivos
códigos. E igualmente cierto resulta que
sus respectivas funciones son de igual
valor en el seno del sistema de la
sociedad, en los sentidos precisos de
que resuelven problemas prácticos de
comunicación que sólo ellos pueden
resolver en virtud de las ventajas
inherentes a sus propios códigos y de
que ninguna de ellas, salvo previa
destrucción, puede subordinar a
ninguna otra.6
De este modo, como sugiere el
gráfico 3, lo primero a precisar es que el
problema epistemológico ¾¿cuáles son
las condiciones que hacen posible el
conocimiento verdadero/falso¾ ha de

de utilidad interpretativa, éstas se presentan en calidad de definitivas. No es el caso de la


teoría de los sistemas autorreferenciales, que se asienta en el supuesto de las posibilidades
evolutivas.
6
Dicho sin rodeos, no hay código ni función en la sociedad-mundo que ocupe el centro
u opere como principio de subordinación de los demás. Esto aplica incluso al caso del
subsistema de la política, al que le es dable en el mejor de los casos resolver el problema
de conducción de sí mismo, pero que se topa con la cruda realidad al tratar de operar como
productor de riqueza, educador moral o creador de conocimiento científico.

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ser situada en el contexto de un subsistema de comunicación específico dentro de
la sociedad-mundo: el de la comunicación científica. La propia pregunta es indicativa
de que un código ha sido movilizado e invocado: verdadero/falso, con lo cual sus
propios alcances y límites como operación propia y exclusiva de la ciencia quedan
suficientemente aclarados. Bunge, como en general la mayor parte de los filósofos
de la ciencia que han establecido postura, tienen razón en su decir que la ciencia y
la filosofía de la ciencia constituyen una unidad inescindible. A partir de la teoría de
sistemas, el argumento puede radicalizarse. Si bien se mira, la epistemología es un
caso específico de comunicación científica, que opera haciendo re-entrar en el
sistema de la ciencia la distinción verdadero/falso, colocando las prácticas
científicas como objeto de su propia observación.
En otras palabras, la epistemología no es otra cosa que la auto-observación
del sistema de la ciencia; o, para decirlo con mayor precisión, constituye una
observación de segundo orden: presupone un observador de comunicaciones
verdaderas/falsas que observa el operar de los científicos en tanto que
constructores de conocimiento verdadero… o falso. La propuesta epistemológica de
la teoría de los sistemas autorreferenciales, a diferencia de la convencional, tiene la
ventaja de eludir las ataduras inherentes al círculo vicioso de la distinción
sujeto/objeto. Su reconocida particularidad de auto-implicación y
autorreferencialidad le posibilitan eludir la enojosa y falaz salida de; o apelar al
objeto, como en el caso de la solución empirista; o al sujeto, como en la solución
racionalista, como factores de fundamentación en última instancia.
En justicia a los hechos, cabe admitir que el giro de la distinción sujeto/objeto
a la distinción sistema/entorno es deudor de un sistema de sociedad basado en la
diferenciación funcional. He aquí las condiciones de posibilidad que hacían falta
incorporar en la formulación original. Porque sólo en el marco de complejidad de la
modernidad tardía es posible resolver el problema que tan lúcidamente formuló la
conciencia más elevada de la modernidad temprana: Kant.
3.2 El estatuto onto-lógico del mundo (y la realidad)

11
Comenzando por lo básico. Cualquier observación reclama la existencia de algo
fuera de sí para poder observar. Ni el constructivismo más radical se atrevería a
negar la existencia del cosmos, la vida,
la conciencia, la comunicación, etc. De
hecho, cualesquier episodios
comunicativos Ego/Alter presuponen
algo de todo ello: cuerpos vivientes
dotados de coordinación cerebral y
cuerdas bucales para emitir sonidos,
aire para el flujo de los sonidos,
conciencias capaces de sentido,
símbolos socializados (lenguaje),
mecanismos de codificación, etc. Sin
menoscabo de ello, la mención al acto
de observar asume de manera tácita
que una operación ocurrió: una línea de separación entre el observador y lo
observado, un límite que separa el lado interno y el externo ¾el espacio marcado y
el espacio no-marcado (Brown, 1962)¾ de la observación. A partir de aquí puede
colegirse una de las premisas básicas del constructivismo: que la observación se
refiere a la operación de distinguir (Luhmann, 2007). Operar, en buena lógica,
implica que la observación introduce algo que no está en el mundo observado
¾una distinción, una marca espacial¾, en virtud de lo los sucesos en el mundo se
convierten en información dentro del espacio marcado. He aquí que, como bien
apuntan Maturana y Varela (1984), la construcción del límite interior/exterior opera
como condición sine qua non del conocimiento. Resulta de suyo evidente que, al
margen del límite de distinción (cualquiera sea éste), los sucesos en el mundo
carecerían de sentido (informativo) e inteligibilidad.
La separación entre el espacio marcado y el no-marcado en la observación
equivale en la perspectiva de la teoría de los sistemas autorreferenciales a la
distinción de mayor radicalidad teórica: la distinción sistema/entorno, base sobre la
cual puede accederse a un nivel de comprensión mayor de la cuestión
epistemológica y superarse los límites inherentes a las respuestas sobre las
interrogantes lógicas, gnoseológicas y ontológicas montadas en la dualidad
sujeto/objeto.
A diferencia de los planteamientos epistemológicos clásicos, la teoría de los
sistemas autorreferenciales puede admitir que la observación, para poder existir,
paga el costo de su distinción-separación del mundo y con éste renuncia a la
narrativa del contacto directo con él; y al mismo tiempo puede afirmar la existencia
de un mundo en sí (colocado en el lado exterior o del entorno, del espacio no-
marcado). Dicho en tono provocativo

12
Cuando un sistema que conoce no puede establecer contacto con el mundo
externo, nosotros podemos poner en tela de juicio la existencia del mundo
exterior, pero también podeos afirmar con plausibilidad que el mundo exterior
es como es. (Luhmann, 1999).
Maturana y Varela (1984 y 1994), que acuñaron la afortunada noción de
«autopoiesis», desarrollan una argumentación impecable acerca de la (re)
producción de los sistemas vivientes, a partir de la construcción y preservación de
sus límites ¾la llamada «clausura operativa»¾ respecto del entorno (otros
sistemas vivientes y no-vivientes). La neuro-fisiología ha recorrido un camino similar
en la investigación y los hallazgos acerca de la clausura operativa del cerebro
humano y su separación del resto de los órganos del cuerpo. Las indagaciones
experimentales de la psicología cognitiva han hecho lo propio en torno a la clausura
operativa del sistema de conciencia y que es reconocible en las experiencias de la
unidad de la conciencia y la identidad yoica.
Dentro de los rasgos transversales a los sistemas vivientes (biológicos),
pensantes (psíquicos), sociales (comunicativos), etc., cabe rescatar al menos dos:
las capacidades de autoproducirse ¾autopoiesis¾ a partir de la creación y
preservación de los límites con su entorno y las operaciones que suceden en su
lado interno; y sus capacidades de cognoscitivas, esto es, de generar información
sobre su propio operar en relación con el entorno.
Hasta aquí, el hilo argumental es suficiente para sostener que ese “algo”
situado en el espacio no-marcado, también denominado entorno, se convierte en un
enigma cognoscitivo para el observador, gracias a lo cual desata sus capacidades
de (auto) conocerse. A este respecto, caen por propio peso las pretensiones de
verdad que asisten a las metáforas del conocimiento como fotografía o
representación de la realidad en las que descansa la llamada teoría de la
correspondencia. Si bien se juzga, una vez establecida la distinción
sistema/entorno, carecen de fundamento cualesquiera pretensiones de simetría
entre el lado interno y el lado externo, en razón de que la propia distinción expropia
al observador de la capacidad de captar lo que hay en el espacio no-marcado.
Lo anterior no implica asumir la ruptura o la desconexión entre el sistema y su
entorno. Los límites separan elementos, jamás relaciones. Inevitablemente, los
acontecimientos en el entorno repercuten el sistema. Dicho con precisión: le
provocan irritaciones. Tan cierto como ello resulta que dichas irritaciones pueden
convertirse en información cuando y en la medida en que sean procesadas a partir
de las distinciones que los propios sistemas se han dado y de los conocimientos
previos con los que el sistema puede enlazarlos. De este modo, cabe la asunción
de que el mundo es un espacio de acontecimientos simultáneos, con potencialidad
de provocar irritaciones, susceptibles de adquirir valor informativo y cognoscitivo en
el seno de los sistemas. Para mayor precisión, y saliendo al paso de posibles
malentendidos,

13
Se habla de mundo, en el caso de que se quiera designar la diferencia entre
sistema y entorno. De realidad, para designar la diferencia entre conocimiento
y objeto. (Luhmann, 1999: 84).
A partir de la noción de conocimiento como atributo genérico de los sistemas
operativamente clausurados, y no exclusivo de los sistemas psíquicos y sociales,
se abre el espectro de comprensión y soluciones al problema epistemológico. Esto
es así, en primer lugar, porque coadyuva a desontologizar el debate, extrayéndolo
de los límites estrechos de la distinción sujeto/objeto. El punto, si bien complejo, es
simple de enunciar: la pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento,
así en general, apunta a la clausura operativa de los sistemas; de tal suerte que
todo sistema ¾viviente, psíquico o social¾ que logra establecer y preservar su
distinción respecto de su entorno es susceptible de desarrollar capacidades
cognitivas.
El problema y la pregunta matriz sobre las condiciones que hace posible el
conocimiento verdadero en la sociedad-mundo exigen especificación. A diferencia
de los sistemas vivientes, en los sistemas sociales los procesos de aprendizaje
movilizan símbolos (signos lingüísticos y significados) y códigos de comunicación,
que restringen las opciones electivas de los partícipes a la vez que alientan la
preferencia por alguna de ellas.7 Es el caso de que los procesos cognitivos en la
comunicación económica discurren por los cauces de la distinción codificada
propiedad/no-propiedad; en el derecho, del código legal/ilegal; en la moral, del
código bueno/malo; y así en los diversos subsistemas. Y también lo es del
subsistema que aquí importa: la ciencia, cuyo código verdadero/falso le confiere su
especificidad funcional.
En relación a la afirmación basal «Los sistemas existen» (Luhmann, 1991),
que aplica al caso de la comunicación científica, cabe ahora traer a primer plano los
aportes legados por Spencer-Brown (1969) en The Law of forms sobre la formación
de los conceptos, los cuales han servido de base e inspiración a la teoría de los
sistemas autorreferenciales.
Gráfico 5. Programación lógica del conocimiento

7
Con su teoría de los medios de comunicación, Luhmann (2007) ofrece una buena
base de argumentación para entender cómo resuelven los sistemas sus desafíos
comunicativos. En el caso de la ciencia, el código verdad/falsedad condiciona a los
partícipes a optar sólo entre ese par de opciones, otorgando incentivos para preferir la
primera.

14
Fuente: Con base en Spencer-Brown
Su formulación ancla en la consideración de que el observador opera de modo
similar a un software de computación, siguiendo secuencias de comandos.8 De
modo especial, incorpora instrucciones en tres fases. La primera, «traza una
distinción», implica hacer uso de una forma o concepto con dos lados, indicativos
de lo que queda dentro y lo que queda fuera, que es condición de posibilidad
necesaria para encontrar un sentido a los acontecimientos del mundo, esto es,
convertirlos en información. Trazada la distinción, se abre la disyuntiva al
observador de reiterar la distinción (comando 2a) o cruzar de regreso a la posición
original. Si éste opta por reiterar en el uso de la distinción trazada, acontece la
condensación; en cambio, si la opción es cruzar la distinción inicialmente trazada,
ocurre la cancelación (comando 2b). El comando 3. “El observador opera como
marca” entraña una premisa constante.
Para los efectos del presente, tiene especial relevancia el comando de
condensación. Si el trazo de una distinción se extiende en el espacio y el tiempo,
ineluctablemente alienta la conformación de pautas de sentido con capacidades de
retroalimentación e impulso a la formación de sistemas nuevos. En términos
generales, así, la distinción radical de la sociedad es comunicación/no-
comunicación, ulteriormente re-especificada a través de distinciones comunicativas
más finas, producto de la evolución.
Cualquiera sea el subsistema de comunicación usado como referencia, en
poco hace variar la argumentación. Antes del trazo de la distinción persona

8
Dicha asunción, por cierto, apunta en dirección similar a los hallazgos científicos
acerca de cómo el cerebro y la mente humana (Fodor, 1983 ) captan, procesan y almacenan
la información.

15
buena/mala, la comunicación moral es inexistente; y lo mismo sucede con la
comunicación científica, del todo inviable previo al trazo de la distinción
conocimiento verdadero/falso. Así las cosas, nada de extraño tiene que la
concepción bueno/malo construya una realidad moral que confirma en el plano
ontológico la pertinencia lógica del concepto; y otro tanto sucede con la distinción
verdadero/falso, base de la materialización de la comunicación científica.
En una descripción dinámica, así, ambas partes de la historia son ciertas: que
las distinciones conceptuales disponen de potencias de constitución de la realidad
y que la realidad constituida tiene el potencial de condensación de las distinciones
que obran en su génesis.9 Evidentemente, esto no aplica a los conceptos en
general, sino sólo a aquellos que se ajustan al ideal lógico de formas duales que
indican con nitidez su lado interior y su lado exterior, y que en virtud de ello tienen
la oportunidad de generar efectos constitutivos de realidad.10 Sobre esta base, sin
mayor esfuerzo, cobra sentido la distinción entre conceptos nominalistas
(constructos lógicos que revelan la creatividad del observador, sin mayores
impactos constitutivos de realidad) y conceptos (auto) descriptivos.
4. APUNTES FINALES: TRES PREMISAS Y UNA CONCLUSIÓN
Primera premisa: la materialidad de la realidad. entre la información-
conocimiento que genera cualquier sistema social y lo que hay o sucede en su
entorno no hay ni puede haber puntos de correspondencia. Lo que en modo alguno
implica negar la existencia del mundo, sino sólo entenderle como
[…] un potencial de sorpresas ilimitado; es información virtual que, no obstante,
necesita de sistemas para generar información; o, mejor dicho, para darle el
sentido de información a ciertas irritaciones seleccionadas. (Luhmann, 1999:
30).
La clave en la comprensión de la condición asimétrica que, inexorablemente,
existe entre el sistema cognoscente y el mundo se explica por el papel de mediación
que asume la distinción —o código de comunicación— movilizada. Una vez que los
acontecimientos suceden en el lado del entorno (o mundo), del modo en que pueden
ser, suelen provocar irritación en los sistemas sociales. Lo que luego ocurre es obra
propia de éstos. Un terremoto, por ejemplo, se convierte en información para el

9
Wittgenstein, en su Tractatus logico-philosophicus, revela una comprensión muy aguda
acerca de la circularidad lógico-ontológica del lenguaje, con su afirmación sobre la
constitución autodescriptiva de los signos. Sin rodeos, tal virtud aplica al común de las
distinciones condensadas en el sistema de la sociedad.
10
Las corrientes sociológicas de frontera acusan recibo de la circularidad lógico-
ontológica de los conceptos con los que trabajan. Giddens (1995) y Bourdieu (2006), en sus
conceptos de rutinas sociales y habitus, respectivamente, dejan constancia del
reconocimiento del impacto del re-entry de las distinciones en las propias prácticas de los
agentes sociales.

16
sistema jurídico (legal/ilegal) cuando y en la medida en que se asocial con normas
que prescriben conductas ante la eventualidad; para el sistema político cuando y en
la medida en que desata imperativos de acción colectiva, por ejemplo, poner en
marcha acciones de protección civil en respuesta a mandatos de ley en específicos;
o para las ciencias físico-naturales cuando y en la medida en que se tematizan las
hipótesis sobre sus causas y/o sus consecuencias; por ejemplo.
No obstante, si bien se aprecia, en sí mismo el terremoto es un mero
acontecimiento en el entorno, susceptible de convertirse en información una vez
que los sistemas lo procesan en su interior, sea sometiéndole a la codificación
legal/ilegal; superior/inferior en poder; o verdadero/falso. Cualquiera sea el caso, lo
evidente es que los acontecimientos en el mundo adquieren en el interior de cada
sistema social un valor informativo cualitativamente diferente, cuya explicación es
simple de enunciar: cada sistema observa el mundo de la única manera en que
puede, de acuerdo a su propio código. He aquí que la parte que más reticencias
provoca es asumir que los sistemas cognoscentes tienen existencia ontológica, que
no pueden existir sin mundo e igualmente que sin mundo no habría nada que
pudieran conocer, pese a que lo que observan sobre el mundo no tiene
correspondencia con lo que el mundo es.
Segunda premisa: la socialidad de la realidad. más allá de la evidencia
sobre la existencia de múltiples observadores en el mundo, quizá tantos como
sistemas de conciencia hay, que perciben, experimentan y procesan el mundo de
manera muy individual, es evidente que la realidad social existe y que ésta se
construye sobre la base de las concordancias emergidas a pesar de las diferencias.
Lo cual dista mucho de presuponer la existencia de consensos o entelequias del
tipo de la conciencia colectiva o común, sino de partícipes Ego/Alter insertos en el
ciclo autopoiético-autorreferencia de operaciones de informar, distinguir entre
información y acto de informar, e interpretar… y así ad infinitum. Cierto. El entender
de la sociedad como sistema de comunicación autorreferencial se distancia de
pretensión normativa sobre la posibilidad del acuerdo intersubjetivo pleno o la fusión
acabada entre los partícipes, pero en cambio ancla en la pretensión descriptiva del
enlace o la puesta en sintonía entre las expectativas Ego-Alter [cf. gráfico 1]. En el
nivel de los subsistemas sociales, los códigos de comunicación [cf. gráfico 2].
aportan las condiciones de posibilidad de las sintonías entre los partícipes, de una
doble manera: reducen el margen de elección a dos opciones y motivan la
preferencia por una de ellas. Por ejemplo, en la comunicación moral, o persona
buena/mala, con motivación a la bondad; o en la ciencia conocimiento
verdadero/falso, con motivación hacia la verdad. Con todo y ello, igualmente cierto
resulta que no existe nada parecido a un súper o meta código de comunicación que
los enlace, los ordene o los jerarquice a todos. El código de la ciencia y sólo él,
autopoiético como es, sirve en específico para enlazar comunicación
verdadera/falsa con comunicación verdadera/falsa, pero es inútil como medio para

17
decidir acerca de la bondad/maldad de las personas. Lo cual refuerza el punto de
que el sistema de la sociedad, pese a que el mundo es único, alberga gran variedad
de procesos de elaboración de elaboración-cognición de la realidad, tantos como
sistemas existan; y que dentro de cada sistema la diversidad se reproduce en los
términos y condiciones de su propio código. Aún así, tamaña complejidad es
perennemente reducida por la comunicación, al posibilitar las concordancias sin que
ello implique agotar las diferencias.
Tercera premisa: la temporalidad de la cognición. Los sistemas
cognoscentes, la psicología cognitiva aporta suficiente evidencia empírica de ello,
operan en la fugacidad momentánea del presente. Cierto, pueden —y requieren—
enlazar su operar presente con sus operaciones cognitivas pasadas y, del mismo,
pueden enlazarlas con nuevas operaciones cognitivas. Lo que en buena lógica
alimenta la conclusión de que la cognición presupone una función de memoria:
capacidad de distinguir entre olvido, para liberar nuevas potencialidad cognitivas, y
recuerdo, para enlazar el conocimiento pasado con el presente (Luhmann, 1999).
El enlace entre el presente con el pasado recordado (pasado-presente) y el presente
con el futuro imaginado (futuro-presente) sucede en el único lugar en que puede
suceder: el sistema social —el lado interno de la forma o el espacio marcado, diríase
haciendo eco de Spencer-Brown (1969)—; es decir, constituye un acto de creación
a cargo del sistema. Dicho con toda crudeza, el mundo es atemporal, en sí mismo,
una vorágine simultánea de acontecimientos, una mar de irritaciones potenciales a
los sistemas existentes a la espera de ser conocidos, es decir, convertidos en
información temporalmente enlazada y enlazable —relatos, dirían los
representantes del enfoque postmoderno—.
Conclusión: la respuesta más radical a la pregunta por las condiciones de
posibilidad del conocimiento es la interposición de una límite entre el sistema y el
entorno, que es obra del sistema y le exime del contacto directo con la realidad. La
epistemología tradicional, anclada como estuvo a la distinción sujeto/objeto, quedó
atrapada en su propia de disyuntiva de o apostar por el sujeto o por el objeto. El
constructivismo radical pudo dar el salto radical al pasar de la postura culposa del
constructivismo convencional según la cual «el conocimiento es posible pese a que
la realidad es obra del mismo observador» a otra según la cual «es posible el
conocimiento porque, precisamente, no existe contacto directo entre el observador
y la realidad». A partir de aquí, cobran relevancia los entendimientos de que la
observación-conocimiento entraña una operación de distinguir, que procede a
través de distinciones codificadas; que los sistemas observantes o cognoscentes
pueden referirse al sistema (observadores de primer orden), o a la unidad
sistema/entorno (observadores de segundo orden, con lo cual toma en cuenta lo
que no puede ver (el espacio no-marcado), o diferenciar entre hetero-observación y
auto-observación (observador de tercer orden). Precisamente en este contexto
cobra sentido pleno la epistemología en tanto que forma específica de auto-

18
observación de la comunicación científica, en su clave de codificación específica:
verdadero/falso.
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