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LA ÉTICA DE LOS VALORES (VIRTUDES) ES UN PROYECTO

DE VIDA

Ensayo sobre el capítulo XII del libro El sentido de las dimensiones éticas de la vida, de
Johan Leuridan Huys
La virtud es una disposición personal que va de la mano con los proyectos de

ideales, como lo son la verdad, la justicia, belleza, etc. Es una cualidad estable en la

persona, y un hombre virtuoso es definido por aquel que vive en la praxis de sus

virtudes, y que las mismas tengan compatibilización con la voluntad que las origina. Es

así que Johan Leuridan Huys, nos adentra en los debates actuales sobre la ética dentro

del conglomerado de autores que, a lo largo de la historia, regeneran los fundamentos de

la ética en la sociedad. ¿Qué tanto la posmodernidad beneficia estos principios? ¿En qué

consisten los comités de ética? Son algunas de las críticas del autor, las cuales desarrolla

de manera concisa y directa; a su vez, sencilla.

El autor es consciente de los errores en la denominación de los “comités de

ética”, principalmente porque carecen de un apartado importante, que es el apartado de

la voluntad. Todo acto que se catalogue como moralmente bueno, debe ser antecedido

por la convicción de realizarlo de dicho modo, (p. 250) más no solamente en el

seguimiento de reglas o estatutos.

Lauridan propone que la ética de la virtud nos sirve para generar una buena

elección, que no se trata de un acto relativo y que no es mera cuestión de un gusto. Es

decir, que hay un acto de voluntad genuino detrás. En este sentido, la decisión también

será un acto de libertad, aunque solemos acostumbrarnos al hecho de creer que ésta es,

al mismo tiempo, condición de ser “libre”, sin tener en cuenta las razones por las cuales

decidimos. Se hace necesario el pensar en el proceso de deliberación que lo antecede,

teniendo la capacidad de obrar a sabiendas de lo que se está haciendo, y el por qué se


está haciendo. Y que estas decisiones fueron producto de un acto reflexivo, que la

persona obra conforme a las razones que aprueba. Es el obrar bien. Tomas de Aquino,

retomando los postulados aristotélicos de lo que nos refiere Leuridan, es quien

posteriormente replantea la premisa y lo hace desde una visión cristiana; el sumo bien,

el cual es considerado como el fin en sí mismo, contendedor de todos los demás bienes.

Este sumo bien es Dios.

La ética de la virtud nos ayuda en la elección, las decisiones serán las libertades

que nos hagan responsables de nuestras acciones. A esto último, el autor considera

como característica principal de vultuosidad; de una persona virtuosa, todo aquel que no

parte del cumplimiento fehaciente de normas solamente, sino más bien, de aquel que

parte de la búsqueda del bien personal y común. Sin embargo, es posible que estos

enunciados puedan caer en relativismos. En esta ética de las virtudes, por más que el

hombre sea virtuoso, cabe el riesgo de que otras realidades tengan una perspectiva

diferente u otro significado a las virtudes, lo que nos llevaría un nuevo replanteo de los

mismos.

Leuridan continúa su discurso sobre la libertad, a la que atribuye el poder del

perfeccionamiento y trascendencia, en contraposición de lo que el sistema filosófico

materialista pretende imponer. Pensadores como Nietzsche, Freud, Marx, Jacob, quienes

pensaban que más allá de la razón y de la libertad, se ejercían otras fuerzas. O desde el

mundo donde predomina el individualismo, y que desde los razonamientos técnicos

científicos, es posible cuestionar a todo, inclusive el bien por el otro.

“El hombre puede tomar distancia frente a su propia naturaleza, La persona

misma decide sobre sus actividades culturales. Son actividades de ella misma, de su

propia responsabilidad” (p. 254), en contraste con los animales, pues estos no cuentan
con la característica esencial denominada “imprevisibilidad”. La persona que se

denomina correcta será aquella que, en el momento correcto, cuenta con la aptitud

correcta, que por ser una persona de bien, obra naturalmente bien.

Por otro lado, determina las bases de su postura en contraposición a las posturas

positivistas de la ciencia, de donde, según Lauridan, solo puede devenir una

“experiencia limitada por la mera observación material de la realidad con su expresión

matemática del objeto”. (p. 259) Ésta es imposible de coincidir con la experiencia

humana ya que los valores trascienden y están dentro de cada persona, pues “hay una

insuficiencia en todas las cosas que no puede encontrar una explicación, ésta tiene

carácter vertical y busca una respuesta fuera de este mundo”. (p. 260). Es aquí donde se

evidencia la postura y dimensión cristiana de su ética, la cual trasciende a la felicidad

del individuo per se, extendiéndose a la felicidad familiar y social. Donde Dios es la

explicación de la misma existencia. No se limita a responder solamente de aquel vacío

existencial, afirmando que existe trascendencia a algo, sino más bien, que ese algo o

alguien es el amor.

Los hombres virtuosos, según el autor, tienen una mejor orientación paras las

decisiones prácticas sobre la vida, pues depende de su moralidad. Se necesita, entonces,

compartir estos valores, con la finalidad de establecer una comunidad humana. “El

hombre tiene por esencia una vocación ética” (p. 266).

Finalmente, el autor no pretende ofrecer una nueva visión de la ética al mundo

posmoderno y relativista, sino más bien, pretende regresar a las bases de la fe en la

humanidad, en esos valores que están dentro de todos nosotros, que siempre han estado

ahí, “La idea del valor y el valor mismo está presente en cada ser humano, es algo
común a todo hombre” (p. 259). Y que debemos poner en práctica, no solamente con

una finalidad individual, sino, bajo una visión general que se entiende como la sociedad.

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