Es un fenómeno físico por el cual los núcleos de algunos elementos químicos,
llamados radiactivos, emiten radiaciones que tienen la propiedad de impresionar placas radiográficas, ionizar gases, producir fluorescencia, atravesar cuerpos opacos a la luz ordinaria, entre otros. Debido a esa capacidad, se les suele denominar radiaciones ionizantes. Las radiaciones emitidas pueden ser electromagnéticas, en forma de rayos X o rayos gamma, o bien corpusculares, como pueden ser núcleos de helio, electrones o positrones, protones u otras. En resumen, la radioactividad es una propiedad que consiste en la emisión de partículas de energía electromagnética por parte del núcleo de un elemento radiactivo.
La radioactividad puede ser natural o artificial. En la radioactividad natural, la
sustancia ya la posee en el estado natural. En la radioactividad artificial, la radioactividad le ha sido inducida por irradiación. Cuantitativamente, la radioactividad es un fenómeno estadístico. Por este motivo, para valorarlo hay que observar el comportamiento de un conjunto de núcleos de la misma especie. Por la ley de los grandes números, se define una constante radiactiva λ como la probabilidad de desintegración de un núcleo por unidad de tiempo. Con esta definición, el número N de núcleos radioactivos de una misma especie que se encuentran en una sustancia en un instante t es dado por N = No · e-λt, donde No es el número de núcleos radioactivos que había antes de que transcurriera el tiempo t. Los efectos negativos de la radioactividad se deben a su poder ionizante: cuando la radiación alcanza células vivas, con suficiente energía como para liberar electrones de las moléculas que componen la célula formando iones que consisten en moléculas con un número de electrones distinto al de protones. La presencia de estos iones lleva a que se interrumpa el funcionamiento normal de una célula. Es curioso, por ejemplo, como la glándula tiroides, situada en nuestro cuello, necesita del Yodo para su correcto funcionamiento. Por lo general se encuentra en distintos alimentos como la sal yodada, el marisco o el brócoli y no es radioactivo pero en un desastres como el de hace tres décadas se produce una enorme cantidad de Yodo Radiactivo que también puede ser asimilado por la tiroides. Este Yodo, al ser radiactivo, queda acumulado en la glándula y periódicamente emite partículas alpha o beta que al estar muy cerca del cerebro daña las células del mismo, desarrollando cánceres y otras malformaciones. Es por eso que tras un accidente nuclear una de las primeras medidas que se toma es administrar pastillas de Yodo a la población ya que de esta forma la tiroides absorbe todo el que necesita y ya no absorbe el que haya podido generarse con características radioactivas. El daño más severo a la célula resulta cuando se daña al ADN y esto puede ocurrir de dos modos: El agua en el cuerpo tiende a absorber una gran porción de radiación y se ioniza. Cuando el agua es ionizada, rápidamente forma moléculas altamente reactivas llamadas radicales libres. Estos radicales libres pueden reaccionar con la molécula y dañar al ADN de la molécula. La radiación choca directamente contra el DNA de la molécula, ionizándolo y dañándolo. El riesgo para la salud no sólo depende de la intensidad de la radiación y de la duración de la exposición, sino también del tipo de tejido afectado y de su capacidad de absorción. Por ejemplo, los órganos reproductores son 50 veces más sensibles que la piel.