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Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no sólo en mi
presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto
el querer como el hacer, para su beneplácito.
Sabiendo que él sirve a un Dios santo y justo, el creyente fiel siempre vivirá
con «temor y temblor.»
Una importante verdad del Antiguo Testamento es “El temor del Señor es
el principio de la sabiduría” (Salmo 111:10;. Cf Proverbios 1:7, 9:10). No es
el miedo a ser condenados al tormento eterno, ni un temor sin esperanza
del juicio que lleva a la desesperación. En cambio, es un temor reverencial,
una piadosa preocupación de dar a Dios el honor que se merece y evitar el
castigo de Su desagrado. Protege contra la tentación y el pecado y da
motivación para una vida obediente y recta.
Los creyentes deben tener un temor serio del pecado y un anhelo de lo que
es recto delante de Dios. Consciente de su debilidad y el poder de la
tentación, han de temer caer en el pecado y por lo tanto afligir al Señor. El
temor piadoso les protege de influir injustamente a los hermanos en la fe,
el comprometer su ministerio y testimonio al mundo incrédulo, invitando
al castigo del Señor, y sacrificar el gozo.
Tener tal temor piadoso y temblor implica más que el mero reconocimiento
de la propia pecaminosidad y debilidad espiritual. Es el temor solemne,
reverente que brota de lo más profundo de la adoración y el amor.
Reconoce que todo pecado es una ofensa contra un Dios santo y produce
un sincero deseo de no ofenderle y afligirle, sino a obedecer, honrar,
agradar, y glorificarle en todas las cosas.
Los que temen al Señor aceptan de buen grado la corrección del Señor,
sabiendo que Dios «nos disciplina para nuestro bien, para que participemos
de su santidad» (Hebreos 12:10). Este temor y temblor harán que los
creyentes a oren fervientemente por la ayuda de Dios para evitar el pecado,
como el Señor les enseñó: «no nos metas en tentación, mas líbranos
[rescátanos] del mal» (Mateo 6:13). Esa oración de nuevo refleja la tensión
espiritual que existe entre el deber de los creyentes y el poder de Dios.
Fuente: Evangelio.blog