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Práctica Profesional lll

Práctica de aprendizaje n° 1
Nicolás Osimani

La Escritura. Narrativas sobre trayectorias de aprendizaje

Considero que lo más difícil a la hora de salir de un nivel educativo, y que a su vez
es generador de una nueva crisis, es decidir con exactitud qué camino seguir. Fue así
que posterior al año 2010 y durante casi 3 años transité los más variados caminos,
desde la Psicología hasta la Música buscando una carrera que me satisficiera a la hora
de estudiarla, y a su vez desempeñando desde el conflictivo año 2010 un “pseudo-rol
docente” en un Centro de Apoyo Educativo, asumiendo la tarea de Tallerista y
encargado de diversas tareas administrativas.
Fue así que en el año 2013, luego de haber experimentado una rara búsqueda,
decidí probar suerte con esa profesión que siempre me llamó la atención, pero que
eternamente quedaba en el descarte de elecciones debido a una fuerte resistencia a
repetir en lo más mínimo cualquier modelo paterno conocido. Comencé entonces a
estudiar en el Instituto Murialdo, queriendo agotar realmente esa posibilidad, y al poco
tiempo comprendí realmente el significado de la palabra vocación.
Mis expectativas para ese entonces cambiaron rotundamente, y lo que
significaba simplemente otro burdo intento antes de embarcarme en alguna otra
carrera que intentara captar mi atención se transformó en curiosidad pura; había
encontrado finalmente ese “algo” que me daba ganas de sentarme a leer, de
adentrarme en un mundo lleno de novedades revestidas en palabras totalmente
motivadoras como lo son “pedagogía”, “educando”, “paradigmas” y un sinfín de
términos más que lograban atraer ampliamente mi atención y disparar por fin esas
ansias de aprender que se habían visto soslayadas en los anteriores intentos. Emprendí
entonces un camino que redirigía mi vida ineludiblemente hacia la docencia, y que
acabaría con suerte en convertirme en educador.
Tuve la profunda suerte de que, al mismo tiempo que mis estudios en el
Profesorado comenzaban, asumir un rol educativo mucho más definido dentro del
campo laborar, ya como un docente a cargo de un aula, de un grupo de niños
provenientes de sectores urbano-marginales con las más diversas necesidades, y a su
vez con un sinfín de riquezas que lo único que hicieron fue moldear y lograr definir mi
postura dentro del ámbito educativo, posicionándome dentro de un tipo de educación
“no formal” por así caracterizarla dentro del rígido sistema educativo que me recibía
(Escolaridad Primaria “Formal”, Educación Especial, Servicios Educativos de Origen
Social, Educación Domiciliaria, y paremos de contar ahí). Para mi sorpresa, el Instituto,
a provenir de un carisma (o espiritualidad) relacionado con los niños y jóvenes con
carencias, sobre todo económicas, generó en mí expectativas que concluyeron en una
gradual decepción, ya que con el pasar del tiempo vislumbré que el tipo de educación
que se tomaba como modelo era la Formal, que nombraba temas importantes como el
plano emocional, afectivo, la revalorización de las personas y demás, pero que se
posicionaba dentro de un ámbito escolar de clase media – alta, y que a la hora de
analizar los sectores más marginados por el sistema educativo, se quedaba en
generalidades que sobrevolaban muy por encima lo que en realidad era el campo
laboral y la tarea que el docente debía asumir.
Así mismo, no han sido solamente decepciones, ya que he logrado ver materias o
profesores que intentan o que efectivamente trasladan sus enseñanzas a un plano más
práctico y con certeza más cercano al sector en donde decidí trabajar yo. Personas que
se esfuerzan por contrarrestar al avasallante sistema en el cual se encuadra el
Profesorado, que tiende a caer desde sus estratos más altos en el individualismo y la
capitalización del saber como un bien práctico, económico, pero que en la medida que
va descendiendo de jerarquía florece en la revitalizante mirada de personas que
educan personas, de maestros con títulos de profesores que ansían allanar el plano
institucional para convertirnos en educadores. Y es eso lo que me llevo como el
aprendizaje más significativo en estos años; que por más rígido, cualitativo o
políticamente funcional sea el sistema escolar argentino, es necesaria la existencia de
educadores que humanicen cada vez más la mirada hacia el educando, que destruyan
paradigmas deshumanizantes y que prioricen formar buenas personas que no solo
cuenten con los recursos o conocimientos necesarios para satisfacer un índice
nacional, sino que puedan descubrir en la educación una herramienta liberadora que
nos potencie como sociedad y nos haga construir una realidad que logre trascendencia,
y no una permanencia efímera, caduca.
Para finalizar cabe destacar un aspecto fuertemente positivo encontrado en el
cuerpo docente que me recibió y me acompañó en la trayectoria académica, y es la
educación personalizada que recibí, ya que lejos de sentirme uno entre 300 logré
sentirme reconocido y valorado individualmente por la mayoría, no sólo desde la
flexibilidad que demostró tener cada uno contrarrestando a una estricta currícula, sino
también desde su desinteresado afecto que excedía cualquier plano laboral como
profesores y que dejaba en evidencia el tipo de educador que pretendían (y pretenden)
formar.

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