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MARIANO DE BLAS

Y el Espíritu Santo…¿quién es?


Y EL ESPÍRITU SANTO…¿QUIÉN ES?
Mariano de Blas

Y el Espíritu Santo...¿quién es?

Es el mejor consolador, el dulce huesped del alma, a quiero


dejarle el timón de mi vida, de mi barca .

Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un palacio.


En ese castillo, palacio o templo vive "El dulce huésped del alma": El
Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En


nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a
nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que
el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros
cristianos.

Su estancia en el castillo obedece a una tarea que debe realizar,


se le ha encargado que haga de ti un santo ó una santa, un apóstol.
Desde el primer momento de la entrada en tu alma, en el bautismo, se
ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años, se ha
llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos
portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra


maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que
construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros
mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una
paciencia y con un amor tan grandes que sólo porque es Dios los tiene.
Él no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de
acabar con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque tú no
seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de colaboración de tu parte
o por lo menos que no le estorbes..

Los medios: a gracia santificante, las gracias actuales, sus


inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia? La describe muy bien un himno dedicado al


Espíritu Santo. Seleccionaré algunas partes de este himno.
Primero: El mejor consolador

Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas


del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios -lo sabe
hacer muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos
bastante llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros
ratos de tristeza. El mejor Consolador, ya sabemos. Cuando lleguen los
momentos más penosos en los que llorar es poco, cuando la crisis nos
agarre por el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y puede
consolarnos.

Nosotros podemos decir: aquí me sorprende la realidad más


radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, adiós soledad, adiós
tristeza, adiós lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación
de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente de haber sido
hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están
escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el
dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. Espíritu
Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo
alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los
otros así también.

Segundo: Dulce huésped del alma

Es uno de los títulos más hermosos. No huésped inoportuno.


Cuantos huéspedes con los que nosotros no quisiéramos encontrarnos, a
los que les damos la vuelta. En el caso del Espíritu Santo es un dulce
huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae
buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por
excelencia.

¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi


desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi
amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu
Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de
mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San
Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con
nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu
Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está
siempre a mi disposición.

Tercero: Dulce refrigerio


Cuando el bochorno arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el
sudor empapa la ropa, una simple coca-cola fría, un ventilador
oportuno, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros
bochornos y calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando
se encrespan las pasiones, cuando el orgullo se revuelve como león
herido, cuando la sensualidad con su baba venenosa quiere mancharel
corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, dolce vita...)
queman de ambición nuestro espíritu, llamar urgentemente al Espíritu
Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su
lugar: El mundo allá y yo acá.

Cuarto: Tregua en el duro trabajo

Ofreciendo descanso en el duro bregar de la vida. Una mañana de


domingo en la casa con niños, un día en la oficina en que todo salió mal,
cansa, erociona, desgasta, produce no rara vez frustración. Cuando uno
de plano está agotado, abrumado por el trabajo los problemas y las
preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo,
¡Oh Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el
peso del trabajo! ¡Oh jornaleros que teniendo la fuente a unos metros se
mueren de sed! Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis
de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos
pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de
frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir
cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.

Quinto: Brisa en las horas de fuego

Siendo frescura en medio del calor. Un vaso de agua fría en un día


de verano, la sombra de un árbol en el campo abrasado, una brisa
fresca, una fuente fría junto al camino polvoriento, cuanto se agradecen.
En la vida no podemos estar luchando todo el tiempo, somos humanos y
necesitamos de tanto en tanto de un respiro. El Espíritu Santo es el
agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva
junto al camino de la vida.

Sexto: Gozo que enjuga las lágrimas

Consolando en la aflicción. Buena falta nos hace: lloramos como


niños chicos por cualquier cosa. Llorar equivale a desanimarnos, a
perder el entusiasmo por nuestra vocación cristiana y humana, a querer
volver atrás. Para esos momentos malos, en que podemos reaccionar
como niños caprichosos, acudir a quien es el consuelo en la aflicción.
Se le atribuye al Espíritu Santo casi un oficio de madre. El
sufrimiento se encuentra en la vida de todos . Cuando se le espera y
cuando no. Por ello necesitamos la presencia del Espíritu Santo .

Posteriormente, el himno al que nos estamos refiriendo añade una


serie de peticiones al Espíritu Santo.

Séptimo: Lava lo que está manchado

Lava lo que está manchado: mi alma llena de arrugas, mi corazón


manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas
humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos a veces tan vacíos
de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas. Lava sobre todo la
conciencia de todo pecado e imperfección, de las salpicaduras del
mundo, de las manchas de pasiones, del barro de los malos
pensamientos. Lava y purifica nuestra intención en el obrar, que a veces
se tiñe de negras aficiones: el egoísmo, vanidad, respeto humano son
manchas grasientas que requieren de un eficaz blanqueador.
Necesitamos que des una limpiadita a nuestras virtudes.

Octavo: Riega el desierto del alma

Somos raíz de tierra árida, árbol que crece en la estepa. ¿Han


visto ustedes los árboles que crecen en las orillas de los ríos? ¡Qué
diferencia! Siempre están verdes. Decía el poeta Antonio Machado estas
hermosas palabras: “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad
podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes
le han salido".

A base de agua los judíos han hecho florecer el desierto del Sinaí.
Tú puedes, Espíritu Santo, hacer florecer mi desierto, esa estepa en que
a penas los cardos y las jaras crecen. Y entonces crecerán virtudes,
crecerán buenas obras en mi alma.

Noveno: Sana el corazón enfermo

Médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades


que he tenido y que ahora sufro, médico a domicilio.

Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el sida, la


cangrena, la parálisis espiritual, las fiebres reumáticas, el escorbuto.
¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando:
¡Levántate y anda! Médico de las almas, que sabes la enfermedad y
conoces la medicina, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y
proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces;
cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las
heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las
heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.

Décimo: Doma el Espíritu indómito

Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es


de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y
dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte
flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los
demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se
crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía
Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya
injurias, perdón".

Once: Calienta lo que está frío

A veces somos témpanos flotantes, corazones en frigorífico, que


nos se derriten con las grandes motivaciones del amor de Cristo, el celo
por la salvación de las almas, la vocación a la misión. Te pido un amor
apasionado, pasión por la misión.

Doce : Endereza lo que está torcido

¿Cuántos criterios en mi vida andan torcidos? Enderézalos


endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el
hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible
de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la
rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas
con la pusilanimidad, la timidez. Quiero dejarte el timón de mi vida, de
mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos.

Para concluir, demos un repaso a los deberes que tenemos con


este ilustre huésped:

En primer lugar, tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo,


ignorado abandonado. Porque dejamos abandonado el Amor.

En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. La ingratitud es


cardo que crece en los corazones pero sobre todo en los corazones de
los cristianos, por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas
de Dios.
En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR,
enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros.
Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma,
con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé
con un amor eterno".

En cuarto lugar: Docilidad y colaboración. Para ser santos


debemos dejarnos guiar y obedecer al capitán del barco.

En quinto lugar: Cuando menos no estorbarle, dejarle trabajar en


nosotros. “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”.
Sobre el autor

El P. Mariano De Blas L.C. es un


sacerdote Legionario de Cristo, nacido
en Ávila, España. Realiza sus estudios
primarios en Ontaneda, Santander.

Termina Humanidades Clásicas


en Salamanca, España y estudia
Filosofía y Teología en la Universidad
Pontificia Gregoriana de Roma, donde
obtiene el grado de Licenciatura en
Filosofía.

Ha desarrollado una intensa


actividad de formación de jóvenes y
matrimonios como Director del CEYCA y del Instituto Cumbres, en la
ciudad de México. En Monterrey y Guadalajara, México ha conducido
grupos juveniles y fungió como consejero matrimonial.

Dirigió un Centro Empresarial de Superación Personal y fue asesor


de valores en el Instituto Andes, de San Luis Potosí, donde dirigió un
centro de Formación Familiar.

Actualmente radica en Los Ángeles, California, colaborando en la


estación Guadalupe Radio y en televisión, con el programa "La Alegría
de Vivir".

Es un experto en los medios de comunicación social. Ha escrito


siete libros. Se destaca por su capacidad de motivación para vivir la vida
con amor, alegría y esperanza.

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