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Miembro de la Comisión Teológica.
INTRODUCCION
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Los párrafos que siguen al Proemio se encadenan con una coherencia cuyas
líneas fundamentales pueden describirse en la forma siguiente:
El párrafo I expone la apostolicidad común de la Iglesia bajo el aspecto del
sacerdocio común de los fieles. Una vez más se señala la fidelidad al Evangelio
como la finalidad última de la Iglesia, como su objetivo. Pero se señala al mismo
tiempo que para que dicho objetivo sea alcanzado en plenitud, depende de un
instrumento querido por Cristo: el ministerio apostólico. Este ministerio tiene, pues,
una prioridad en el orden de la acción. Son éstos los dos puntos que la fe católica
sostiene conjuntamente, rehusando permitir que uno de ellos se obnubile, so pretexto
de realzar el otro. Esta unión o, si se prefiere, esta tensión, contraria a toda manera
unilateral de mirar las cosas, se expresa en la naturaleza sacramental de la Iglesia.
Si es cierto que la finalidad última ha sido asignada por Cristo, no lo es menos
que los medios de realizarla han sido también establecidos por EL. Ambos elementos
constituyen el "misterio" de la salvación en su etapa terrestre. La Iglesia-comunión
se realiza por la Iglesia-institución.
El párrafo 11es un texto de transición que expone la doble dimensión, a la
vez histórica y espiritual, del fundamento apostólico de la Iglesia. Ni los fundamentos
INTRODUCCJON SOBRE EL DOCUMENTO A LA APOSTOlICIDAD 301
Séanos permitido resumir en algunas frases los puntos que nos parecen ser
los más importantes del texto cuya presentación se ha hecho.
l. La apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica son dos realidades dife-
rentes, que sin embargo se implican mutuamente. No basta una "apostolicidad
de doctrina" para que la Iglesia esté en la "sucesión apostólica". La fidelidad
al Evangelio debe ser constantemente buscada; pero la sucesión histórica y es-
piritual -en una palabra, sacramental- del ministerio, ha sido precisamente
dada a la Iglesia a fin de que la fidelidad al Evangelio sea en ella auténtica-
mente asegurada, tanto en su doctrina como en su vida.
2. La existencia de este ministerio apostólico en el seno de la comunidad y frente
a ella es necesaria a la Iglesia no sólo para que haya un "buen orden", sino
porque ha sido instituido por Cristo, institución que puede discernirse ya en los
Evangelios, que se desarrolló en el "tiempo del Nuevo Testamento", y cuya
imagen definitiva aparece con gran claridad en los más primitivos datos patrfsti-
coso
3. El único modo conocido en la tradición católica para transmitir la sucesión apos-
tólica es la ordenación, tal como fue practicada desde los orígenes en el seno
de la Iglesia. La ordenación debe ser conferida en la fe de la Iglesia, y debe
serlo por ministros insertados ellos mismos en su oficio en virtud de una ordena-
ción que siga una línea ininterrumpida.
4. La exigencia de la ordenación, realizada con todos sus elementos fundamenta-
les, es el punto álgido en la discusión sobre el reconocimiento de los ministerios
de las comunidades no católicas. Ella constituye la norma para juzgar acerca
de su equivalencia con el ministerio eclesiástico de la Iglesia antigua, conser-
vado en la Iglesia católica y también en las Iglesias ortodoxas y las que se les
asimilan.
5. No puede plantearse la cuestión de un reconocimiento puramente jurídico de
los ministerios protestantes como equivalentes al sacerdocio católico. Sobre la
base de una comunidad en la fe -la que está lejos de haber sido alcanzada,
a pesar de ciertos acercamientos reales- será necesaria la ordenación. Esto,
porque la Iglesia no dispone a su amaño de la estructura sacramental que le
ha sido dada por Cristo y que sirve de vehículo al carisma del ministerio.
4'14'14'1