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Así considerada como una suerte de protección contra los excesos represivos de la
práctica común, el principio se asentó, en un desarrollo posterior, en un freno a los
desbordes policiales y judiciales y fortaleció la idea de que la inocencia presumida de
todo acusado sólo podía ser desestimada a través de una imputación fundada en
pruebas fehacientes que no dejaran duda de la responsabilidad y que esa prueba
debía ser aportada por los órganos de la acusación, porque el acusado no necesita
acreditarla.
Hoy en día podemos encontrar la fuente legislativa de este principio dentro del artículo
18 de la Constitución Nacional, ley suprema de la Nación, conjuntamente con los
tratados internacionales de Derechos Humanos incorporados a nuestra Constitución y
que cuentan con jerarquía constitucional a través de la reforma constitucional del año
1994 en el artículo 74 inciso 22: La Declaración Americana de los Derechos y Deberes
del hombre en su artículo 26, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en
su artículo 11.1 y la Convención Americana sobre Derechos Humanos en su artículo
8.2. De igual modo esta garantía se encuentra contenida en el artículo 1 del Código
Procesal Penal de la Nación y en su similar del Código Procesal Penal de la Provincia
de Buenos Aires.
Posiciones doctrinarias.
Claria Olmedo sostiene que “mientras no sean declarados culpables por sentencia
firme, los habitantes de la Nación gozan de un estado de inocencia, aún cuando con
respecto a ellos se haya abierto causa penal y cualesquiera sea el progreso de la
causa. Es un estado del cual se goza desde antes de iniciarse el proceso y durante
todo el periodo cognoscitivo de este (…)”2 entendiendo a este principio que una
garantía natural del individuo que no podrá ser desvirtuada aun ante la eventualidad
de una acusación penal.
Aunque Maier aclara que “[…] el principio solo quiere significar que toda persona debe
ser tratada como si fuera inocente, desde el punto de vista del orden jurídico, mientras
no exista una sentencia penal de condena”4.
Conforme a estas posturas, creemos necesario destacar que no se debe habar de una
“presunción de inocencia” ateniéndonos a una interpretación gramatical del texto sino
que en todo caso el termino correcto seria “estado de inocencia” puesto que no se
trata de una mera sospecha sobre la situación de “inocente” del individuo sino un
hecho factico, el individuo es inocente hasta que no se pruebe lo contrario. Por lo cual,
gozando el individuo de este estado, toda acusación que recaiga sobre el deberá ser
cierta y precisa con convicción suficiente como para desvirtuarla, de modo contrario,
por aplicación del principio “in dubio pro reo” el estado de inocencia deberá prevalecer,
requiriéndose para su condena como “culpable” un juicio de certeza positiva. Un
problema que se observa aquí es la aplicación en algunos casos no de una certeza
1
Binder, Alberto M. Introducción al Derecho Procesal Penal. Ed. Ad-Hoc. Buenos Aires, Arg. Pag. 123.
2
Clariá Olmedo, Tratado de Derecho Procesal Penal, Tomo I, pág 230.
3
D´Albora, Francisco J., Código Procesal Penal de la Nación, pág. 25, Ed. Lexis Nexis, año 2002
4
Maier, Julio B. Derecho Procesal Penal, Tomo I Fundamentos. Ed. Del Puerto. Buenos Aires, Arg. 2004.
Pag. 492.
sino de una probabilidad positiva, esto es así por ejemplo en la aplicación de la prisión
preventiva.
Desde una perspectiva restrictiva de este principio Velez Mariconde ha afirmado que
no existe una presunción absoluta de inocencia, porque en la mayoría de los casos el
procesado resulta finalmente culpable, sino que existe un estado jurídico de imputado,
el cual es inocente hasta que sea declarado culpable por una sentencia firme y esto no
obsta, a que durante el proceso pueda existir una reasunción de culpabilidad capaz de
justificar medidas coercitivas de seguridad5.
Inferencias lógicas.
Siguiendo a Binder6 podemos destacar siete derivaciones lógicas que surgen de este
principio:
Los hechos que dieron lugar a la sanción Penal Tributaria fueron los que se
infieren del considerando nro. 1, del cual surge que se aplicaron sanciones pecuniarias
a la actora en razón de haber depositado tardíamente impuestos retenidos como
5
Cf. Vélez Mariconde, Estudios de Derecho Procesal Penal, Tomo II, Pág. 20 y siguientes.
6
Cf. Binder, Alberto M. Introducción al Derecho Procesal Penal. Ed. Ad-Hoc. Buenos Aires, Arg. 2004.
Pag. 125.
agente de recaudación, siendo la disposición cuestionada el art. 37 inc b del Código
Fiscal de la Prov. de Buenos Aires, el cual expresa “[…] que permite al agente de
recaudación liberarse de responsabilidad de pagar los impuestos al fisco por fuerza
mayor o disposición legal, judicial o administrativa […]”.
7
Bacigalupo, Enrique. Manual de Derecho Penal. Ed. Temis. Bogota, Colombia, 1996. Pag. 154.
8
Binder, Alberto M. Introducción al Derecho Procesal Penal. Ed. Ad-Hoc. Buenos Aires, Arg. 2004. Pag.
125.
tributaria podría ser valida toda vez que la materia tributaria no derive en materia
penal, privación de la libertad u otro tipo de cargas penales. Ahora bien, debido a la
estrecha relación entre una y otra materias parecería que bajo diversos argumentos la
legislación se estaría valiendo del rubro “tributario” para eludir la aplicación de ciertos
principios penales en ocasiones beneficiosas para el aparato económico del Estado.
Hay que señalar que las presunciones como medio de prueba facilitan, cuando
no hacen innecesaria, la fiscalización, al eximir de la obligación de prueba a la persona
favorecida con dicha presunción, en este caso al Estado, el cual deberá probar sólo la
existencia de los hechos que sirven de base a dicha presunción, pero se le releva de
la prueba del hecho presumido. La presunción, tanto de hecho como de derecho,
constituye una dispensa de prueba para el ente favorecido. Éste nada debe probar,
sino que en el mejor de los casos la parte perjudicada deberá acreditar lo contrario.
Por nuestra parte, pensamos que el bien común y una mayor o mejor
recaudación, que son los motivos que usualmente esgrime el interprete para
establecer este tipo de presunciones, no les otorga a éstas el carácter de legítimas y
no arbitrarias, pues estas implicarán usualmente un alivio de prueba para el Estado
(un menor trabajo) y muchas veces una innecesaria carga para la otra parte. Carga
que se podría obviar con una fiscalización más activa y de mejor calidad de parte de
la autoridad.
Esta Corte tiene dicho que en el campo del derecho represivo tributario rige el
criterio de la personalidad de la pena que, en su esencia, responde al principio
fundamental de que sólo puede ser reprimido quien sea culpable y su impunidad sólo
puede apoyarse en la concreta y razonada aplicación al caso de alguna excusa
admitida por la legislación vigente.
Cabe destacar que el Derecho Penal Tributario es parte integrante del Derecho
Penal común, siendo aquél sólo una parte especial de este último, por tal motivo es
que deviene lógico aplicar a las sanciones tributarias los principios emanados de la
Constitución Nacional y los provenientes del ordenamiento penal, siendo los mismos
los rectores del sistema represivo tributario.
Por su parte, la ley 24.390 determina un plazo fijo de dos años -con una
prórroga de un año y otra de seis meses para los procesados que habiendo cumplido
aquel lapso de detención en prisión preventiva no hubiesen sido juzgados en forma
definitiva.
Es por todo ello, que la Corte excluyó la aplicación de la ley 24.390 a los
supuestos vinculados con el tráfico internacional de estupefacientes (art. 11) no
implica la derogación de los principios de la libertad individual y de la presunción de
inocencia y ello surge de los propios argumentos de la comisión.
De lo antes dicho podemos finalizar, dejando en claro que por lo aberrante que
sea el delito, la pena correspondiente solo puede ser aplicada después de una
sentencia condenatoria, que se encuentre firme, y que demuestra la existencia del
delito la culpabilidad del agente.
Pero la distinción que hace la ley en su art. 11 entre los distintos delitos para
considerar aplicables sus disposiciones a unos y excluir a otros, es irracional, porque
no cumple con la objetiva razón que enuncia la Corte.
En este nuevo fallo los hechos en cuestión son que el Tribunal Oral en lo
Criminal Federal nº 3 había condenó a V.L.C. a la pena de 12 años de prisión por
considerarla autora del delito de transporte de estupefacientes agravado, ordenando la
realización del cómputo de pena, que fuera posteriormente observado por la defensa
por entender esta, que el art. 10 – actual articulo 11- de la ley 24.390 le había
impedido beneficiarse con el cómputo de pena privilegiando el denominado "dos por
uno”.
La cámara consideró que el art. 316, párr. 2º "in fine", del Cód. Procesal Penal
de la Nación restringía su concesión a todo aquel que resultare imputado de los delitos
previstos en los arts. 139, 139 bis y 146 del Cód. Penal, pues no contemplaba
templaba distinciones según la participación que se hubiese tenido en el hecho. Contra
esto la defensa plantea la inconstitucionalidad de la citada norma procesal por ser
violatoria de los principios de inocencia, igualdad y razonabilidad de las leyes.
Es por eso que entendió que la ley 24.410 viola el derecho a la igualdad (art. 16,
Constitución Nacional) de Erika E. Nápoli ya que la priva del régimen general de
excarcelación por la sola naturaleza del delito y con prescindencia de si con ello se
frustra la acción de la justicia (consid. 7º).
Así tenemos, que para calificar EL PELIGRO DE FUGA debe tenerse en cuenta
ciertas circunstancias que pueden ser calificadas como tal, así tenemos:
a) Se deberá tener en cuenta el arraigo en el país del imputado, el cual estará
determinado por el domicilio, residencia habitual, asiento de la familia y de sus
negocios o trabajo y las facilidades para abandonar definitivamente el país o
permanecer oculto, es decir que en todo caso el imputado con la finalidad de
desvanecer el peligro de fuga deberá acreditar con documentos fehacientes,
que cuenta con domicilio y trabajo conocido, así como con carga familiar y que
no tiene la intención de salir del país;
b) Se considerará también como peligro de fuga la gravedad de la pena que se
espera como resultado de la investigación, toda vez que se puede inferir que si
se ordena la libertad de una persona que está siendo investigada por la
comisión de un delito que se encuentra sancionada con una pena bastante
grave es muy posible que ésta pretenda eludir la acción de la justicia y no se
presente durante el desarrollo de todo el proceso;
c) La importancia del daño resarcible y la actitud que el imputado adopta
voluntariamente frente a él, esto es que se debe tener en cuenta la importancia
del daño causado por el imputado así como si éste puede ser resarcido o no,
así como cuál es la actitud del imputado frente a ésta situación y
d) El comportamiento del imputado durante el procedimiento o en otro
procedimiento anterior, en la medida que indique su voluntad de someterse a la
persecución penal, esto implica dos circunstancias una de ellas respecto a que
se debe tener en cuenta cual es la actitud del imputado frente a la investigación
que en el momento del requerimiento viene afrontando, esto es por ejemplo si
pese a existir indicios de la participación del imputado en la comisión del delito,
éste niega los cargos pese a habérsele encontrado con los objetos del delito lo
que hace advertir su voluntad de no someterse a la persecución penal, y como
segunda circunstancia tenemos por ejemplo el hecho de que el imputado tenga
otros procesos pendientes en los cuales se encuentra con comparecencia y no
viene cumpliendo con las reglas de conducta establecidas por el órgano
jurisdiccional.
Es por lo aquí expuesto que la Corte Suprema resolvió hacer lugar a la queja,
declaró procedente el recurso extraordinario federal y revocó la resolución apelada.
En este orden de ideas Julio B.J Maier entiende que la aplicación de una pena
solo puede estar fundada en la certeza del Tribunal que falla acerca de la existencia
de un hecho punible atribuible al acusado, y la falta de esta representa la imposibilidad
del estado de destruir la situación de inocencia.