Sie sind auf Seite 1von 6

Conferencia presentada en CLADE IV – Perú, 2002

EL REINO DE DIOS – BUENAS NUEVAS DE TRANSFORMACIÓN


Irene Foulkes

Deseamos escuchar fielmente el mensaje de Jesús y comprender, al menos en parte, sus implicaciones
para la transformación de nuestra vida personal y nuestro contexto hoy, socio-económico, político y
cultural. Para empezar a lograr esto, tenemos que detenernos un poco para mirar cómo este mensaje
impactó a las personas que primero lo escucharon en Palestina, y luego, cómo afectó a las personas que lo
recibieron dentro del contexto de la sociedad griega.

Nuestra exposición, entonces, se presenta en dos partes: primero, vamos a ver las buenas nuevas del
Reino de Dios en relación con la sociedad judía en Palestina; y en segundo lugar, trataremos de entender
cómo este proyecto de transformación debía de realizarse en medio de las ciudades griegas.
Examinaremos los aportes de los evangelios en forma global, y luego veremos una muestra específica de
las cartas de Pablo.

1. Jesús y su proyecto de transformación

1.1 El entorno en que Jesús lo lanzó

En términos generales, podemos describir el marco de la vida y actividad de Jesús como un mundo
unipolar: el Imperio romano ejercia una hegemonía total, resultado de su conquista militar y política de
casi todo el mundo de occidente. La globalización económica estaba facilitada por el uso de una moneda
universalmente aceptada. Florecía un comercio “global”, con flujo de materias primas y productos
terminados, producción facilitada por una abundante mano de obra cautiva – esclavos y prisioneros de
guerra destinados al trabajo forzoso. Todo este comercio se desarrollaba para el beneficio del eje del
imperio: Roma. Hubo un solo poder militar, que imponía la paz ahí donde ésta favorecía sus intereses.
Sus bases militares, ubicadas en todos los puntos estratégicos de su área de influencia, garantizaban que
los pueblos sometidos no se opusieran a la voluntad imperial.

El sistema imperial perfeccionado por Roma incorporaba a las élites locales, quienes, con tal de conservar
su posición de privilegio, colaboraban con los romanos para mantener dominado a su propio pueblo. En
Jerusalén, las familias sumo-sacerdotales y la aristocracia laica detentaban el poder sobre la nación judía,
y convirtieron al templo en una instancia política que velaba por los intereses de Roma – y los suyos
propios.

En Galilea la base de la economía era la agricultura de subsistencia, pero la carga de impuestos hacía cada
vez más precaria la vida del campesinado. Los impuestos y tributos que tenían que pagar los campesinos
sumaban hasta un 40 ó 45% de los ingresos del pequeño parcelero. Como consecuencia de esta situación,
se había desatado un proceso de endeudamiento y pérdida de parcelas. Esto, a su vez, fue aprovechado
para la creación de grandes latifundios, que fueron entregados a los amigos del gobernante de turno.
Aumentaba constantemente el número de campesinos sin tierra y de gente desplazada.

Las repercusiones de esta situación se palpaban en las comunidades locales, que tradicional-mente
funcionaban como el contexto principal de producción y consumo, de celebración y educación, y sobre
2
todo de asistencia mutua en tiempos de necesidad. Sin embargo, ante presiones económicas extremas, las
familias y las comunidades se desintegraban. Por el peso de las deudas, las pequeñas parcelas se perdían
y los hombres salían a otras regiones a buscar trabajo como jornaleros o, en algunos casos, se unían a los
grupos de bandoleros que asediaban las aldeas del campo. En esta situación, falla la solidaridad de
familia, de aldea. Aumenta la conflictividad, con pleitos entre familiares o vecinos por los pocos bienes
que quedan.

Los evangelios nos hablan de esta ubicación social de “Jesús de Nazaret”, nombre que sugiere una vida
precaria como artesano de aldea. En el relato del retorno de Jesús a la sinagoga de Nazaret se destaca la
percepción que sus vecinos tienen de él cuando exclaman: “¿No es acaso el hijo del carpintero?” (Mt.
13.55) Para ellos, Jesús es un vecino más del pueblo.

1.2 Una visión alternativa: el Reinado de Dios, proyecto de vida para el pueblo

La pregunta que tenemos ante este escenario que nos pintan los evangelistas es ésta: ¿qué es lo que
proponía Jesús, y cómo lo proponía? Jesús vivió en medio de un pueblo sufriente, confundido por
respuestas contradictorias a su inquietud existential en cuanto a cómo encontrar a Dios y cómo vivir según
su voluntad en medio de estas circunstancias. ¿Qué opción tomó Jesús? Los evangelios nos responden:
Jesús propuso una visión radicalmente distinta a todas aquellas respuestas, y la puso en práctica él mismo
en su propia forma de vivir y de tratar a la gente.

Por un lado, Jesús desenmascaró la explotación practicada en nombre de Dios, por los que manejaban el
sistema del Templo (recordemos la escena de la llamada limpieza del templo, entre otras cosas). Jesús
denunció también el legalismo farisaico de buscar méritos propios delante de Dios. Condenó tanto la
práctica escapista de los esenios, como la práctica de los violentos sin proyecto de construcción social,
como la de los bandoleros.

A su visión alternativa para la vivencia personal y colectiva, Jesús la llamó el Reino de Dios. Vamos a
ver tres cosas que los evangelios nos dicen acerca de este proyecto de transformación personal y social,
este proyecto de vida.

Primero ... Donde Dios promueve la vida, se practica el amor solidario. Un ejemplo: frente a
condiciones económicas que amenazan la vida, la gente del pueblo debe perdonarse las deudas entre sí.
Este punto central lo recoge el Padrenuestro en Mt. 6.12:
… (Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo …perdónanos nuestras deudas)
como nosotros perdonamos a nuestros deudores …

Extraño, ¿no? El evangelio nos da a entender que, en el contexto de Galilea, Jesús, maestro en cosas
espirituales, lanzaba una estrategia de cooperación socio-económica para que los pobres trataran de
mantener su independencia y conservar la vida frente a los explotadores que los sofocaban. Con el perdón
de las deudas se luchaba contra la atomización de la clase popular; se buscaba transformar una situación
de indigencia y muerte en un espacio de vida. Si al pueblo sencillo se le llamó a practicar esta
solidaridad, cuánto más deben asumirla los que se encuentran en mejor situación, tanto en el primer siglo
como dos milenios después, tanto con las deudas pequeñas como con las deudas de países enteros.

Una segunda cosa … Donde Dios promueve la vida, no hay que someterse a figuras jerárquicas,
patriarcales, que pretenden mediar a Dios exigiendo sometimiento a ellos mismos:
No llamen “padre” a nadie en la tierra … ni permitan que los llamen “Maestro”. Mt. 23.8-9
3
Se conservan también otros dichos que rechazan las jerarquías. En el relato de la discusión entre los
discípulos sobre quién era el más importante, Jesús exige que “el que quiera hacerse grande entre ustedes
deberá ser su servidor …”. A esta instrucción queda unido un dicho dominical que resume toda la praxis
de Jesús: “porque el Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir y para dar su vida en
rescate por muchos.” (Mr. 10.44-45)

Y la tercera cosa … Donde Dios promueve la vida, las personas y los grupos pueden resolver sus
conflictos en comunidad, en una forma no impuesta. Así podrán evitar ir a los tribunales, ante un sistema
donde mandan los poderosos y pierden los pequeños. El evangelista Mateo lo recalcó con el fin de
instruir a la naciente iglesia, para que las pequeñas comunidades cristianas participaran tanto en la
corrección y sanción de las faltas como en los procesos de reconciliación. (Mt. 18.15-22) Aquí también
se trata de fortalecer la solidaridad entre las personas y dentro de las comunidades, como un elemento
clave de su transformación.

En un mundo que hoy destroza la vida comunitaria y la solidaridad necesaria para resistir las presiones
inmisericordes del sistema económico que se impone a todos los países, los evangelios nos comunican
una visión alternativa, la del Dios del Reino,que nos llama a encarnar este proyecto de vida en acciones
tan concretas como lo fueron éstas que hemos visto en el contexto de Palestina y en el de la iglesia
primitiva. Con las buenas nuevas del Reino de Dios, Jesús invitó a sus oyentes a incorporarse al proyecto
de salvación integral , donde Dios hace posible que las personas seamos transformadas continuamente
hacia una práctica de amor a Dios y al prójimo necesitado. A la pregunta por quién es el prójimo, Jesús
respondió con la parábola del samaritano, único prójimo del hombre maltratado, dejado casi muerto en el
camino.

2. El Reino de Dios y Pablo

Fuera de los evangelios sinópticos, pocas veces encontramos la expresión Reino de Dios que Jesús usó
con tanta eficacia para comunicar el plan de Dios para la vida de las personas y la sociedad. Nos
preguntamos, por ejemplo, por qué Pablo, que reclama predicar fielmente a Jesús como el Cristo – el
Mesías – no asumió este elemento tan central en la práctica histórica de Jesús.

Al examinar la expansión del movimiento cristiano en el primer siglo, desde su origen en Palestina hasta
su establecimiento en el amplio mundo grecorromano, nos damos cuenta de que el contexto urbano de los
nuevos oyentes de este mensaje dista mucho del ambiente rural de la Galilea judía. Aunque cada ciudad
tenía su historia particular de conquista y dominación por los romanos, su estructura socio-económica era
bastante similar. En general, se trata de una sociedad estratificada en que un pequeño bloque de la
población, alrededor de un 7%, dominaba la política y la economía locales en función de los intereses de
Roma – y de los suyos propios. Todos los demás habitantes de las ciudades griegas conformaban el
bloque dominado, fueran ellos esclavos, libertos o libres. Este grupo subalterno, incluyendo la gran
mayoría de las personas libres, vivía en la pobreza y la dependencia.

En su carta a la comunidad cristiana de Corinto (1.26-28), Pablo destaca el hecho de que esta pequeña
iglesia se compone en su vasta mayoría de personas sin abolengo y sin poder social; son gente débil y
despreciada. Podemos suponer que una composición similar tendrían las demás iglesias fundadas por este
artesano-misionero, quien revela , en sus cartas, que su propia vida de trabajador manual era dura e
insegura.

Pablo y otros misioneros predicaban a Jesús, el que fue crucificado en Jerusalén como “el rey de los
judíos”, pero en este nuevo contexto grecorromano, prefirieron hablar de Jesús con el título Kyrios, Señor.
4
Para griegos y romanos, el término Kyrios era un título político que se aplicaba al César, como señor y
soberano sobre todo un poderoso imperio. Los cristianos llegaron a reconocer a este Jesús, el que anunció
el Reino de Dios, como el Señor del Reino, el Kyrios, soberano sobre todas las cosas.

Durante las primeras décadas de vida de la incipiente iglesia cristiana, los maestros y maestras que
circulaban entre las comunidades enseñaban a los creyentes el mensaje que Jesús había predicado en
Palestina, el mensaje del Reino de Dios. También contaban historias de su vida – es decir, sus milagros,
sus parábolas, sus enseñanzas a los discípulos – relatos que demuestran cómo es este Reino. Estos relatos
son los que han llegado a nosotros por medio de los evangelios sinópticos, que tomaron forma escrita
durante y después del período de la misión de Pablo.

Como apóstol a los gentiles, Pablo habla de la profunda transformación que Jesucristo opera en las
personas, no simplemente como individuos sino en su interrelación con otras personas y con su entorno.
Por su común adhesión al Señor, el Kyrios, los creyentes son moldeados en un solo cuerpo, donde se
aprecian y se apoyan mutuamente con el fin de actuar como cuerpo de Cristo en el mundo. Dentro del
mundo gentil, culturalmente distante del mundo de Palestina, cada vez más alejado del tiempo de la vida
histórica de Jesús, Pablo desafía a los creyente a imitar a Cristo en sus acciones con los demás y con su
sociedad (1 Cor. 11.1). El Cristo a quien deben imitar es el mismo Jesús que se comprometió con los
“más pequeños” y se dispuso a pagar el costo que esto implicaba ante el sistema socio-político y religioso
de su tiempo.

Una exigencia cristiana: vivir como agentes del Reino

Cuando Pablo habla de la salvación integral como una realidad presente y trascendente a la vez, utiliza la
expresión “Reino de Dios”. El encuentra que este término reune no solo estas dos dimensiones
cronológicas sino que indica también la doble dimensión personal-social de la transformación producida
por la fe en Jesús. Veamos solo un ejemplo de este hecho, que ocurre al final de un texto complicado,
pero que por lo mismo atrae nuestro interés. Esperamos encontrar cómo es que la figura del Reino de
Dios ilumina la necesidad de una transformación más que individual. Queremos ver cómo los valores de
Reino – el amor y la justicia – deben realizarse en medio de una sociedad como la grecorromana que
estamos comentando. Se trata del texto en que Pablo regaña a los cristianos en Corinto porque algunos
miembros del grupo han llevado a otros hermanos ante los tribunales de la ciudad. Y entre los aspectos
complicados del pasaje figura un consejo de Pablo que ha sido manipulado mucho a traves de los tiempos,
y que ha sido usado para producir un efecto totalmente opuesto al amor y la justicia del Reino de Dios.
¿Cómo hemos de entender estas preguntas de Pablo?
¿No sería mejor soportar la injusticia? ¿No sería mejor dejar que los defrauden?
1 Cor. 6.7

Son preguntas que, por la forma misma en que son expresadas, insinúan una respuesta de asentimiento,
como … “sí, tienes razon; debemos callarnos; los cristianos no debemos protestar contra una injusticia
que nos hagan, aun cuando sea un hermano en la fe que nos defrauda”.

Sin una seria investigación en cuanto a quiénes son las personas a que van dirigidas, estas preguntas
escandalizan no sólo a los pobres y defraudados sino a cualquier persona que defiende la causa de la gente
desprotegida. ¿Cómo es posible que tales preguntas se encuentran en un pasaje que incluye una
referencia al Reino de Dios? Porque el pasaje termina con esta advertencia: “¿No saben que los
malvados no heredarán el reino de Dios?” (1 Cor. 6.9)
5
Comencemos con la inquietud en cuanto a quiénes son las personas a que Pablo dirige estas palabras.
Sabemos que él defendió vehementemente el derecho y la dignidad de los pobres de la congregación
frente a los pocos hermanos pudientes. Estos avergonzaban a los pobres en la cena comunal que
acompañaba la cena del Señor, dejándolos con hambre mientras ellos disfrutaban a sus anchas de su
propia comida abundante, hasta hartarse y emborracharse. Frente a ese escándalo vemos que Pablo no les
aconseja a los hambrientos que no se preocupen por este problema de desigualdad social y económica, ya
que en lo espiritual todos son iguales. Lejos de eso. Pablo lanza una fuerte denuncia contra el pequeño
grupo de privilegiados. Los acusa de avergonzar a los pobres, y con esto, de despreciar a la iglesia de
Dios – una audaz equiparación entre la iglesia del Señor, por un lado, y sus miembros más pobres, por
otro. (1 Cor. 11.20-22)

En el caso de los defraudados del capítulo 6, entonces, ¿qué estaba sucediendo entre los hermanos?
¿Quiénes eran aquellas personas que se consideraban defraudados, y por qué no debían demandar ante los
tribunales a los que les habían hecho algún daño?

Por experiencias propias con el sistema legal en nuestros países hoy, con su sesgo a favor de los
privilegiados de la sociedad, se nos ocurre preguntar cuáles eran las condiciones legales en Corinto. Por
ejemplo, ¿qué clase de personas tenía la posibilidad de llevar una demanda a la corte? ¿Y quiénes eran
los jueces? Tenemos la sospecha de que en aquel entonces, así como ahora, sólo la gente acomodada
podía costear una demanda contra alguien por haberle defraudado, por haberle robado algo. Creemos que
los magistrados habrán sido también de la clase superior, como es el caso hoy. Estas sospechas quedan
confirmadas por un estudio de los códigos legales romanos. Según las leyes romanas que regían la vida
civil en Corinto, las personas estaban clasificadas en distintas categorías legales: esclavos, libertos (ex-
esclavos), libres en general (casi todos pobres) o libres nobles (una élite que no pasaba del 7% de la
población). Los códigos que dirigían los proceso ante las cortes prohibían que una persona de categoría
legal inferior demandara a una persona de nivel superior. En la iglesia de Corinto, había unas cuantas
personas de nivel superior. Era la gente acomodada que se agasajaba a sí misma en la cena comunal,
avergonzando públicamente a sus hermanos que no tenían nada.

Este es el cuadro que tenemos acá: en la comunidad cristiana había unas pocas personas que pertenecían
a la élite social que estaba acostumbrada a explotar a la gran clase marginada, es decir, los esclavos, los
libertos y las personas libres pobres. Algunas personas de estas clases bajas ya eran sus hermanos y
hermanas en la fe. Según indicios del primer párrafo del capítulo 6 de 1 Corointios, podemos suponer que
algunos hurtos menores tomaban lugar en las casas ricas, donde los esclavos vivían junto con sus amos.
Para estos casos, Pablo recomienda que la asamblea cristiana se encargue de elaborar procesos de juicio o
arbitraje. Al mismo tiempo, sin embargo, Pablo destaca el hecho de que, más allá de cualquier caso de
hurto casero, se asoma el mal estructural de la explotación de la mano de obra cautiva, que defrauda a las
personas de su misma humanidad. ¡Son estos explotadores los que deben parar sus demandas legales!
Pablo les habla con una franqueza inmisericorde a estos miembros pudientes de la comunidad que han
arrastrado a sus hermanos ante los tribunales:
Son ustedes los que defraudan y cometen injusticias, ¡y conste que se trata de sus hermanos!
1 Cor. 6.8

Encontramos aquí una cosa que tal vez no esperábamos: Pablo no está exigiendo que la gente pobre
acepte pasivamente el despojo de sus derechos. No; él dirige esta exigencia tan radical a las personas
privilegiadas de la comunidad, la gente que tenía el derecho legal, y los medios económicos necesarios
para arrastrar a otros ante los tribunales. Lo que es realmente escandaloso en este pasaje, tanto para la
sociedad del primer siglo como para nosotros hoy, es que Pablo despoja a los poderosos de sus privilegios
y los coloca en un mismo plano con los que no tenían ninguna forma de defenderse.
6

Este es el escándalo del Reino de Dios. Pertenecer al Reino exige una profunda transformación de las
personas y las comunidades, para conformar un grupo extrañamente contracultural, donde aprendamos a
convivir de acuerdo con el proyecto de Dios para la vida humana.

Das könnte Ihnen auch gefallen