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Conferencia presentada en la Cátedra Enrique Strachan, UBL - Lima, Perú, 1997.

Publicada en I.Foulkes, Una vida de correspondencias. Lima: Proceso Kairós, 1997.

EN CORINTO, VOCES DE MUJERES


Irene Foulkes

1. "No quiero saber nada de Pablo; ¡es enemigo de las mujeres!"

En cualquier lugar se puede escuchar una opinión como esta en boca de una mujer; es parte del saber
popular en nuestra cultura teñida de religión tradicional. Algunas mujeres lo dicen con cierta dosis de
despreocupación, como me lo expresó una mujer joven, excatólica: “Hace tiempo ya decidí dejar la
iglesia. La considero dañina para las mujeres”. Otras lo dicen con amargura, pues sienten que su opción
por la fe cristiana ha sido traicionada por dogmas y prácticas que las excluyen de la plentitud de vida
prometida en el evangelio.

¿De dónde viene esta amargura? Pues, en parte, de algunos textos dirigidos a la iglesia de Corinto. Tres
ejemplos:
"Bueno le será al hombre no tocar mujer" (1 Cor. 7.1 Reina-Valera Revisada 1960).
"El varón es la cabeza de la mujer ... la mujer fue creada por causa del varón.” (1 Cor. 11.3, 9 RVR).
"Vuestras mujeres callen en las congregaciones" (1 Cor. 14.34 RVR)

A diferencia de estos textos, demasiado citados y comentados a través de la historia de la iglesia, hay
otros textos donde Pablo se revela como amigo sincero de una serie de mujeres que son líderes en la obra
de las primeras iglesias. Pablo muestra un profundo aprecio por ellas y las respeta como compañeras de
trabajo. Aquí me refiero a las muchas colaboradoras que él saluda en Romanos 16.1-16, y las dos a
quienes apela en Filipenses 4.2-3. ¿Por qué es que estos textos no se conocen y los otros sí?

2. Los lentes con que se lee la Biblia

En el estudio y la interpretación de la Biblia, una de las primeras tareas es darse cuenta con qué lentes uno
lee la Biblia. Reconocemos que hay una serie de condicionamientos que afectan al exegeta en su
acercamiento a la Biblia: condicionamientos económicos, políticos, ideológicos ... y otro más, que
atraviesa todos los demás: el factor género. Permítanme hacerles una pregunta que nos ayudará a ver
cómo funciona la categoría de género en relación con el estudio bíblico: ¿por qué existe, como tema de
investigación bíblica, "la cuestión de la mujer en la iglesia"? ¿Por qué no aparece un tema como "la
cuestión del varón en la iglesia"? La respuesta debe ser obvia: la óptica con que los estudiosos,
inconscientemente, han leído la Biblia ha sido la del género masculino. Y no podía ser de otro modo,
pues hasta muy recientemente, todos los exegetas han sido varones, y ninguno concebía la posibilidad de
que existiera otra perspectiva con la cual una persona podía acercarse a la Biblia.

El concepto de género no es simplemente una cuestión de sexo biológico. Es una categoría sociológica
que tiene que ver con la forma en que una sociedad particular define lo que significa ser hombre o ser
mujer. Aprendemos a comportarnos de acuerdo con este molde por medio de un proceso en gran parte
inconsciente, porque comienza en la primera infancia. La familia, y luego la escuela, los medios de
comunicación, la iglesia y otros, son instancias que forman nuestro concepto de quiénes somos y cómo
debemos actuar. Por ejemplo, la mamá le dice al varoncito: "Los niños no lloran”, y con esto se le niega
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el derecho de exteriorizar sus sentimientos. En otro momento, la mamá le dice a la niña: "Vete a lavarle
la camisa a tu hermano”. Se condiciona a la niña para que asuma un rol de servicio al varón.

En la cultura occidental en general se ha tomado al varón como medida y representante de todos los seres
humanos. Lo vemos en expresiones como esta: "El hombre de hoy frente a la crisis de valores". O en el
título que pusieron a la versión popular del Nuevo Testamento: "Dios llega al hombre". O en el título del
excelente libro de ética cristiana, "Espacio para ser hombres". Leí con mucho provecho este libro de José
Míguez, pero ¿cómo podría yo, una mujer, decir en una charla "Dios quiere que lleguemos a ser
hombres"? Obviamente, la generalización de toda la raza humana bajo el término "hombres" solo
funciona cuando los varones son las únicas personas que hablan o escriben. Estas expresiones
invisibilizan a las mujeres y las excluyen del diálogo humano.

Hoy, la irrupción de las mujeres en todos los campos del quehacer humano ha comprobado que no existe
tal cosa como una postura neutra en la investigación. Todo estudio y toda interpretación es afectada por
la situación específica del investigador, de la investigadora. Todos llevamos puestos nuestros lentes. Es
imprescindible reconocer este hecho, no sólo para cuestionar la óptica del otro o la otra, sino para utilizar
este condicionamiento de género como clave para discernir cosas nuevas en nuestro objeto de estudio y en
nuestra relación con el estudio mismo. Esto es lo que trataremos de hacer con el asunto de mujeres y
varones en la iglesia de Corinto. Además del texto bíblico en sí, tendremos que investigar también el
mundo del texto, con preguntas generadoras de nuevos datos. ¿Cómo vivían las mujeres de Corinto?
¿Había normas de conducta distintas para las esclavas o las libertas que para las mujeres libres? ¿Con
quiénes se relacionaban unas y otras? Por ejemplo, ¿las mujeres de Corinto podían participar en grupos
mixtos con personas que no eran sus parientes? ¿Qué papel jugaba la mujer en las diferentes religiones de
la ciudad? ¿Cómo tenían que vestirse? ¿Qué rol tenían en la economía? Todas estas preguntas, y muchas
más, exigen una investigación sociológica que privilegie la cuestión de género. Y todo investigador o
investigadora, al emprender este trabajo, tiene que ser sensible a su propio condicionamiento de género.

Hay otro aspecto más que debemos tomar en cuenta en la investigación hist¢rica en torno a la mujer, y
tiene que ver con el condicionamiento de género en los propios documentos de nuestro estudio. Los
autores de aquellos tiempos veían su mundo con los lentes de una sociedad patriarcal, en que las mujeres
no figuraban excepto como subordinadas a los hombres y al servicio de estos. Excluidas de los campos
de pensamiento y acci¢n humana que enfocan los escritores de la ‚poca, como la filosofía o la política, las
mujeres simplemente no entran en los documentos históricos, o, si aparecen en alguna medida, no es con
voz propia. Difícilmente se descubre en la literatura de aquel tiempo alguna luz sobre c¢mo las mujeres
experimentaban la vida y qué pensaban sobre el mundo en que vivían. Cada referencia a la mujer que
encontramos en los documentos tiene que ser analizada a la luz de esta realidad.

Bueno, con todo este preámbulo, y con estas salvedades, nos atrevemos a estudiar un documento de
aquella cultura patriarcal, escrito desde la perspectiva de un varón muy particular, Pablo de Tarso. Entre
otros asuntos, habla de las mujeres. A través de las palabras y la perspectiva de Pablo sobre los
problemas en Corinto, ¿qué podemos discernir en cuanto a las mujeres que formaban parte de esa pequeña
iglesia? ¿Podemos leer el reverso de esta carta, para ver dibujado ahí el perfil propio de algunas mujeres
y para escuchar la propia voz de ellas?

3. Voces liberadas 1 Corintios 7

Antes de abordar algunos textos que reflejan la participación de las mujeres en los cultos de la iglesia,
conviene mirar primero otro asunto que involucra a la mujer: el matrimonio y la soltería, tema que ocupa
todo el capítulo 7 de 1 Corintios. En la charla anterior, vimos que Pablo insiste en que las parejas
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mantengan su vida sexual en una relación de igualdad y mutualidad. Con esta visión del matrimonio,
Pablo se oponía a otros maestros cristianos que condenaban el sexo con consignas como "Bueno le sería
al hombre no tocar mujer" (7.1 RVR).

Con nuestra antena puesta para captar las voces de las mujeres, escuchemos de nuevo esta consigna. Al
escucharla, supongamos que no fueran varones los que pronunciaron esas palabras a favor de la vida
ascética sino que, más bien, eran algunas mujeres. Por medio de esa consigna ellas habrían dicho, en
efecto, a los hombres: “Es mejor no casarse”. ¿Podemos concebir la posibilidad de que una mujer
enseñara una idea como esta? Una persona que sí ha concebido esta idea -- y muchas otras en torno a 1
Corintios -- es la exegeta Antonieta Wire. En su libro intitulado Las mujeres profetas de Corinto (1), esta
autora hace un admirable análisis de toda la carta desde la perspectiva de las mujeres que, según el
capítulo 11, ejercían un liderazgo activo en el culto. En relación con el lema "Bueno le sería al hombre no
tocar mujer", Antonieta Wire nos recuerda que, en los tiempos antiguos, el celibato, tal y como se
recomienda con este lema, representaba una vía de liberación para las mujeres. Si estas mujeres
cristianas, entonces, lograran persuadir a los varones de la congregación que la fe cristiana les exigía
abstenerse del matrimonio, o en el caso de un matrimonio ya formado, abstenerse de las relaciones
sexuales, la vida de las mujeres cambiaría por completo. Resguardadas de un matrimonio impuesto, en el
primer caso, o liberadas de constantes embarazos, en el segundo, las mujeres tendrían la autonomía
necesaria para desempeñarse fuera del campo doméstico. Para mantener y ampliar el espacio para sus
actividades en la misión cristiana, es concebible, al menos, que algunas mujeres pudieran haber estado de
acuerdo con esta enseñanza ascética.

El cuadro se ha complicado, ¿no? Si esta reconstrucción del papel de las mujeres en la enseñanza de
doctrinas ascéticas corresponde en alguna medida a la situación en la iglesia de Corinto -- y creo que esto
es bien posible -- entonces tendremos que evaluar de nuevo la respuesta de Pablo que tenemos aquí en el
capítulo 7.

En la charla de mañana, sobre algunos problemas pastorales en el área de la sexualidad, tendremos la


oportunidad de investigar un poco más el pensamiento dualista que desemboca en el ascetismo. Desde
ahora, sin embargo, podemos adelantar uno de los puntos, y es éste: Pablo reaccionó en forma tajante a
esa consigna que condenaba las relaciones sexuales; él respaldó abiertamente la vida sexual de la pareja y
recomendó que se llevara a cabo de manera igualitaria y de plena mutualidad. Esto dice mucho. Pero,
¿cómo encajaría esto en el posible caso de mujeres ascéticas dentro de la congregación? Pablo fue bien
claro en cuanto a la renuncia al matrimonio: la doctrina cristiana no exige tal cosa, porque el sexo en sí es
cosa buena y no mala. Su opción personal, sin embargo, fue de mantenerse “soltero y sin compromiso”,
motivado solamente por el deseo de estar más disponible para servir en la causa de su Señor. Aunque
recomendaba esta elección a otras personas, Pablo era realista: sabía que la mayoría de las personas no
tenían este don de la soltería y terminarían en la duplicidad, fingiendo el celibato mientras caían en
prácticas inmorales. Los hombres atraídos por la idea de una vida célibe, pero incapaz de mantenerla, eran
los que Pablo tenía en mente. Pero para que ellos optaran por el matrimonio, tenía que haber mujeres de
la iglesia dispuestas a casarse con ellos. Es así que, cuando Pablo describe aquí el matrimonio en
términos de goce mutuo e igualitario,. intenta persuadir tanto a mujeres como a hombres.

Pero hay otro lado del asunto. Después de hablar a favor del matrimonio frente a los que lo condenaban
en forma global, Pablo se acerca de nuevo al tema. No quiere plegarse ante las normas de la sociedad que
imponían el matrimonio a todas las personas. En esta parte de su carta, insiste una y otra vez en que el
matrimonio no es el único destino para la mujer. Por su propia experiencia, Pablo sabía que una opción
por la soltería le permitía desenvolverse en un trabajo misionero muy amplio. Lo que nos sorprende es
que recomendara esta opción no solo a los hombres sino también a las mujeres. En los tratados de los
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filósofos populares de aquella época, éstos discutían si le conviene al hombre casarse o no, pero no
concebían la posibilidad de que a las mujeres se les ocurriera hacerse la misma pregunta. A las jovencitas
decentes, la cultura griega no les ofrecía otra opción que casarse. En cambio, Pablo les comunicó otra
visión. En 1 Cor. 7.34-35 desafió a las solteras a evitar las zozobras de la vida doméstica, con el fin de
asumir una vocación religiosa. Desde nuestra perspectiva moderna, podríamos cuestionar esa exigencia
de celibato. ¿Era imposible conciliar la vida de casada con la de misionera u obrera eclesial? Para la
mayoría de la mujeres, parece que sí era imposible, aunque tenemos conocimiento de por lo menos una
mujer casada, Priscila -- muy apreciada por Pablo -- que se destacó en varios ministerios y que viajó
extensamente junto con Aquila, su esposo (1 Cor. 16.19; Ro. 16.3-4; Hch. 18.2-3, 18, 24-26).

Se observa en todo el capítulo 7 de 1 Corintios una pauta de igualdad en el trato que Pablo le dio al
hombre y a la mujer en cuanto a su estado civil. Atribuyó a ambos una autodeterminación sexual y
matrimonial, y les desafió por igual a optar por un ministerio como soltero o soltera.

En un último apartado, Pablo externa su criterio más simpático en relación con las mujeres. Dirigiéndose
a las viudas, les recuerda que están en libertad de volverse a casar. Esto lo dijo de cara a una sociedad que
muchas veces instaba a las viudas a mantenerse "fieles" a un hombre ya difunto, como señal de respeto
hacía él. Por otro lado, existía otro tipo de presión sobre viudos y viudas por igual, que les incitaba a
casarse muy pronto, pues la política demográfica del Imperio romano exigía subir la tasa de nacimientos.
Sin embargo, un segundo matrimonio no representaba necesariamente una mejor alternativa a aquella
imposición de "fidelidad" a un difunto. Frente a este panorama Pablo aconseja a las viudas que tomen en
cuenta otro criterio para su decisión de casarse o no: su propia felicidad personal. Dice Pablo: "A mi
juicio será más dichosa [la viuda] si se queda así [sin casarse]" (1 Cor. 7.40). ¿Cuándo se ha enseñado en
nuestras iglesias que Pablo se preocupaba por la felicidad de las mujeres?
Escuchemos ahora algunos ecos de las voces de mujeres en los cultos de la iglesia.

4. Voces proféticas 1 Corintios 11.2-16

En el comentario metodológico al principio de esta charla, reconocimos que todos leemos la Biblia con
ciertos lentes puestos, lentes fabricados por nuestra propia experiencia en el mundo. Vimos que un
elemento importante de esta experiencia es la cuestión de género. En la exégesis, la hermenéutica y la
enseñanza bíblica en las iglesias, ha reinado la óptica de los varones, con todo lo que esto conlleva de una
visión parcial -- y parcializada -- de la realidad dentro y fuera del texto. Vemos un ejemplo de esto en el
acercamiento al texto que vamos a examinar ahora, 1 Cor. 11.2-16. Aquí Pablo ve como problem tica la
forma en que ciertas mujeres y ciertos hombres se visten cuando toman la palabra en los cultos. El pasaje
tiene que ver con un aspecto particular del arreglo personal; sin embargo, este texto ha sido calificado por
muchas personas como un tratado sobre "la cuestión de la mujer". En este proceso el punto principal que
Pablo debatía con los corintios y las corintias (lo que debían ponerse en la cabeza) queda al margen de la
discusión, desplazado por una atención desmedida que se presta a los argumentos que Pablo desarrolló
para tratar un asunto de acato de las buenas costumbres. Era casi inevitable que las cosas sucedieran así
cuando toda la investigación bíblica se llevaba a cabo sin la participación de colegas mujeres. No es
extraño que la mujer haya sido vista como "otra", como objeto de estudio, por parte de los hombres, que
hasta muy recientemente han sido los únicos exegetas. Uno de los problemas que surgen en una situación
tan parcializada como esta es que se pierden de vista algunos datos del texto que son claves para
entenderlo dentro de su propio contexto y para interpretarlo dentro del nuestro.

Se hace necesario, primero, emprender una investigación sociológica en torno al asunto que Pablo discutía
con los corintios: cómo debían arreglarse la cabeza las mujeres y los hombres que tomaban parte activa
en el culto. En la frase "las mujeres que tomaban parte activa en el culto" yace escondido uno de los datos
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claves a que aludí hace un momento. Pablo escribe a los corintios: "si un hombre se cubre la cabeza
cuando ora o profetiza ...", y luego "si una mujer no se cubre la cabeza cuando ora o profetiza ...". Es así
que descubrimos un dato que es de gran importancia para reconstruir la vida de la iglesia primitiva: que
las mujeres, al igual que los hombres, desempeñaban un papel de liderazgo en el culto. Pablo
simplemente lo menciona de paso; era un hecho común, aceptado por él como por los demás. Las
profetisas enseñaban a la congregación con mensajes venidos de Dios, tal como Pablo describe la función
profética en 1 Cor. 14.1-4. También ellas representaban a la congregación al dirigirse a Dios en la
oración. (Hago hincapié en estas actividades de las mujeres, apoyadas por Pablo, porque este dato será
pieza clave en nuestra discusión, un poco más adelante, de 1 Cor. 14.34, texto contradictorio que parece
silenciar a las mujeres.) Lo único que le preocupó a Pablo aquí, en el asunto del capítulo 11, fue que las
mujeres, al desempeñar el papel de líderes litúrgicas, se presentaran ante el grupo vestidas en forma
apropiada, de acuerdo con las costumbres que todas conocían.

En el mundo de Corinto, ¿qué se esperaba en cuanto a la presentación personal de las mujeres que
participaban en una actividad de carácter semi-público? ¿Tenían que llevar velo? ¿Cómo se arreglaban el
cabello? Y en cuanto a los hombres, ¿qué? Pablo les dirige una advertencia a ellos también. Otros
documentos del primer siglo, junto con artefactos como pinturas, esculturas, bajo relieves y dibujos sobre
vasijas proveen respuestas que nos ayudan a comprender el problema dentro de la iglesia. Los datos que
surgen de este tipo de investigación concuerdan en un punto esencial: las mujeres no llevaban el cabello
suelto en público, excepto en las manifestaciones de duelo. En algunas de las religiones populares, las
mujeres se soltaban el cabello como señal de abandono a un espíritu mántico, en una experiencia de
arrebato místico. Sin embargo, el sentido común de decencia demandaba que las mujeres arreglaran su
cabellera con un peinado que envolviera la cabeza. En cuanto al uso del velo, había variedad de criterios.
En pinturas y esculturas de la época, las mujeres aparecen algunas veces con una parte de su chal puesta
ligeramente sobre la cabeza, pero también aparecen frecuentemente sin nada encima de su bien elaborado
peinado. Algunos documentos escritos dan la impresión de que, para las personass del estrato pobre, era
más común que la mujer cubriera la cabeza con su chal.

Prestemos atención también a lo que Pablo dice a los varones de la congregación: que no deben tapar la
cabeza durante el culto. Los griegos y los judíos mantenían la cabeza descubierta en sus servicios
religiosos, pero los hombres de la élite romana colocaban el borde de su toga sobre la cabeza cuando
oficiaban en actos cívico-religiosos. Probablemente es esta práctica elitista lo que Pablo objeta en los
varones, porque significararía discriminar a la mayoría pobre de la congregación. Les pide que no se
cubran la cabeza.

En todo este texto se toma por sentado que tanto mujeres como hombres ejercen funciones cúlticas. ¿De
dónde viene, entonces, el que este capítulo se haya tomado como instrumento para definir a la mujer
como inferior al hombre y excluirla del ministerio cristiano (y anunciar que esto es lo que Dios manda)?
Tiene que ver con los argumentos que Pablo empleó para respaldar su instrucción sobre algo tan simple
como el arreglo de la cabeza.

Pablo acudió primero a una imagen de Génesis 2, el segundo relato de la creación, en la que la criatura
humana, moldeada de barro y animada con el aliento de Dios, se diferencia en dos sexos por la formación
de otro ser a partir de la costilla del primero. Según esta tradición, el varón procedió directamente de la
mano del Creador, mientras la la mujer es un ser derivado, más distanciado de Dios. De esta manera, el
varón se constituyó en fuente u origen de la mujer. Pablo expresa esta relación de procedencia con el
término figurado "cabeza" … y ahí comienza el problema para los intérpretes. Cuando leemos "Cristo es
la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer ..." (1 Cor. 11.3), lo único que nosotros
percibimos ahí, al leer esta carta 20 siglos después de que fue escrita, es una relación de mando, de
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autoridad por un lado y sumisión por otro. En nuestro idioma esto es lo que queremos decir cuando
decimos, por ejemplo, "Roberto es la cabeza de ese departamento de la empresa". Sin embargo, este
significado de "jefe" no responde a las exigencias del texto, que no tiene que ver con mando, ni en la
iglesia ni en el hogar, sino con un asunto de presentación personal: qué es lo que hombres y mujeres
deben llevar en la cabeza durante el culto.

La clave para comprender el v. 3, que acabo de citar, se encuentra en los vv. 8 y 9, que hacen juego con el
v. 3 en la estructura del texto. Pablo dice en estos versículos: "el varón no procede de la mujer ... ni
tampoco el varón fue creado por causa de la mujer ... ". Con los términos "fue creado" y "procede de"
Pablo revela que habla del varón como fuente u origen de la existencia de la mujer. De hecho, este es el
único sentido figurado que admite la palabra griega kefalé, "cabeza", que, a diferencia de nuestra palabra
"cabeza" en castellano, nunca se empleaba para expresar una relación jer rquica sino únicamente una
relación de origen o procedencia. En la lógica de Pablo, esta distinción en el orden de la creacón
respaldaba su instrucción sobre la distinción que debía mantenerse entre hombres y mujeres en el arreglo
de su cabeza en sentido físico.

Si esta lógica no nos convence mucho hoy, parece que a Pablo tampoco le satisfizo del todo. Un poco
más adelante confiesa su inquietud cuando dice: "sin embargo, en el Señor, ni el varón existe sin la
mujer, ni la mujer sin el hombre, pues aunque es verdad que la mujer fue formada del hombre, también es
cierto que el hombre nace de la mujer, y todo tiene su origen en Dios" (1 Cor. 11.11-12 VP). Tanto en la
vida humana en sentido amplio, como en la vida "en el Señor", el hombre y la mujer existen en
interdependencia y mutualidad.

Hemos brincado un pronunciamiento clave pero enigmático dentro de este complicado texto. Como tesis
central de su primer argumento Pablo afirma: "la mujer debe tener autoridad sobre la cabeza ..." (1 Cor.
11.10). ¿De quién es esta autoridad? En la historia de la exégesis de este texto se han dado
principalmente dos respuestas a esta pregunta. La primera: la autoridad es de la mujer, y ella la ejerce al
decidir cómo va a arreglarse la cabeza cuando toma la palabra en el culto. La segunda respuesta: la
autoridad es de otra persona -- un hombre, se supone -- a quien la mujer se somete. La Biblia de Jerusalén
llega al extremo de introducir esta opinión dentro de la traducción, que reza así: "la mujer debe llevar
sobre la cabeza una señal de sujeción". Sin embargo, en todos los otros textos del Nuevo Testamento, y
también en la literatura contemporánea de él, queda manifiesto que la expresión "tener autoridad sobre"
nunca se usa para referirse a una autoridad ajena, a la que la persona deba someterse. Estamos en terreno
firme cuando concluimos que Pablo usó esta frase más bien para afirmar la capacidad de mando propio
que tenían las mujeres en el asunto de acatar o no las normas de la sociedad. De hecho, es en función de
esta capacidad de autodeterminación de las mujeres que Pablo desarrolló toda su argumentación.

Pero, ¿por qué las profetisas no llevaban la cabeza "cubierta"? No eran inconscientes de que desacataban
ciertas convenciones sociales, y hay que suponer que tenían sus razones. Un precedente para su conducta
podría encontrarse en el cabello suelto de las pitonisas o profetisas de los oráculos de la religión clásica
griega, o de las devotas de las nuevas religiones venidas de la parte oriental del Imperio. Sin embargo, en
la profecía cristiana las personas no pierden el control de sí mismas bajo la influencia del Espíritu Santo,
ni dejan de ejercer su propia razón (1 Cor. 14.3, 32). Es más probable que estas mujeres carismáticas
formaran parte de un sector apocalíptico de la iglesia que se precipitaba a realizar ya, en el mundo
presente, la similitud entre los sexos prometida para el tiempo escatológico. No esperaban una
resurrección futura (1 Cor. 15.12) sino que creían que los cristianos gozan ya de aquella existencia
semejante a la de los ángeles, sin distinción de sexo. Si este fuera el caso, las mujeres podían sentirse
justificadas en su abandono de ciertas costumbres (como la forma de arreglar el cabello) que destacaban la
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diferencia entre varón y mujer. En aquella cultura patriarcal, "diferencia" significaría desventaja y
desplazamiento de la mujer.

Podríamos formular también otra hipótesis para explicar esta conducta, sin atribuirles aberraciones
doctrinales a las mujeres. Podría ser que estas mujeres simplemente deseaban expresar su libertad en
Cristo y la igualdad entre varón y mujer que Pablo mismo enseñaba como parte esencial del evangelio
(Gá. 3.28).

Es muy común que los lectores y las lectoras de este texto vean en él una doctrina que exige la sumisión
de las mujeres. ¿Por qué es tan común esta manera de ver las cosas? Todas las personas han sido
formadas en una sociedad y una cultura donde predomina lo masculino -- en la vida política, la economía,
las ciencias, las relaciones sociales y la iglesia -- como ya hemos comentado. Estamos
precondicionados/as para ver esta realidad reflejada en todo lo que leemos. Esta pre-comprensión coloca
ante nuestros ojos unos lentes oscuros que no nos permiten discernir, en un texto como este, la posibilidad
de que su autor no exigiera la sumisión de las mujeres.

En cambio, una actitud más positiva de Pablo hacia las mujeres líderes (aun cuando insistía en que
cambiaran de parecer en este asunto del arreglo de la cabeza) se confirma en su segundo argumento. Para
cerrar el tema, Pablo apela al sentido común de las mujeres, es decir, a su capacidad para evaluar las
costumbres de su cultura. Les instaba a pensar en lo que es "apropiado" o "natural" en su contexto social,
en contraste con lo que fuera "deshonroso" (1 Cor. 11.13-15). En la sociedad griega, donde el honor
personal y familiar valía más que las cosas materiales, este argumento imponía una carga adicional sobre
las mujeres.
* * *

En nuestra interpretación de un pasaje bíblico conviene acercarnos al texto desde la situación de las
personas que son afectadas por su mensaje. En el caso de 1 Corintios 11, son las mujeres de las iglesias y
de toda esta sociedad llamada cristiana. La vida de las mujeres está condicionada por una cultura
machista, con todo lo que esto significa, por un lado, de limitación y sujeción y, por otro, de prácticas
manipuladoras que ellas mismas desarrollan para bregar con su desventaja social. A menudo, la
enseñanza religiosa refuerza este patrón, al mismo tiempo que el mensaje bíblico parece ofrecer la
esperanza de lograr otra manera de llevar las relaciones humanas. La pregunta para nosotros es esta:
¿nuestro trabajo con el texto bíblico contribuye o no a que esta esperanza de relaciones de mutualidad y
equidad se torne realidad?

Las mujeres que han sido relegadas a un status secundario en la iglesia ¿captarán el mensaje de respaldo
que Pablo les dio a estas mujeres de Corinto? O, lastimadas en su dignidad personal por relaciones
familiares y sociales que las desvalorizan y explotan, ¿serán golpeadas también en la iglesia por una
interpretación bíblica que apoya esa situación y las condiciona a ellas para ser cómplices de su propia
marginación? En contraste con experiencias de este último tipo, que son demasiado comunes, la
interpretación de este texto puede potenciar a las mujeres con dones para la edificación de la iglesia,
porque les atribuye una auténtica autoridad sobre su propia persona y respalda su protagonismo en la
iglesia.

5. Voces silenciadas 1 Corintios 14.34-35

Veamos, de forma más breve, otro problema que había en la iglesia de Corinto en relación con los cultos.
Era un problema generalizado en toda la congregación, pero los consejos del capítulo 14 de 1ª Corintios
tienen matices especiales en cuanto a las mujeres. Como agente pastoral, pero a la distancia, Pablo estaba
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preocupado por el desorden que reinaba en la celebración de los cultos. Muchas personas apetecían los
dones más vistosos, como los dones de lenguas y de profecía, y los practicaban en forma tan entusiasta
que el culto resultaba caótico. Muchos hablaban a la vez y se interrumpían unos a otros. Este estilo muy
participativo puede producir un sentido de comunidad, pero no es la manera más eficaz de lograr el
objetivo principal que propone Pablo para el uso de los dones: que estos ayuden a todos los miembros de
la congregación a madurar en su fe y su conducta como cristianos. Para mejorar la situación, Pablo
intenta callar a todo el mundo. Luego, recomienda que solo hable una persona a la vez, y que los demás
analicen su mensaje. Si otra persona tiene algo que decir, que calle la primera y le ceda el turno, y que el
total de personas que hablen no sea más de dos o tres (vv. 27-32).

Es en este contexto que aparece en el capítulo 14 un trozo que se ha prestado para eliminar a las mujeres
de toda participación activa en el culto y el ministerio de las iglesias. Es más, se ha usado también para
reforzar la subordinación social de la mujer en todo sentido. Escuchémoslo: "que las mujeres se callen en
los cultos de la iglesia, porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también dice la
ley. Si quieren aprender algo, que pregunten a sus maridos en casa, pues es deshonroso que la mujer
hable en el culto" (1 Cor. 14.34-35 RVR).

Acabamos de ver, en el capítulo 11, que Pablo aceptaba el protagonismo de las mujeres en el culto, y lo
respaldaba con instrucciones sobre cómo debían arreglarse al ejercer sus dones. Causa extrañeza,
entonces, este párrafo del capítulo 14. A pesar de que hay un serio problema textual en este párrafo, aquí
vamos a bregar con él tal como aparece en todas nuestras Biblias, puesto que siempre surge en la pastoral
con las mujeres y en las discusiones sobre organización eclesiástica.

(Sólo de paso voy a indicar cuál es el problema textual en esta parte del capítulo 14. En un grupo de
manuscritos que conforman el respetado "texto occidental" los vv. 34-35 no aparecen donde los tenemos
en nuestra Biblia, sino al final del capítulo, después del v. 40. Como párrafo flotante, los vv. 34-35 no
encajan muy bien en ninguno de los dos lugares. Hay que contemplar la posibilidad de que este párrafo
no fuera originalmente parte del capítulo sino que se introdujera en él desde una nota agregada por algún
copista en el margen del manuscrito.)

En su intento de resolver la contradicción entre este párrafo y el texto sobre las mujeres que oran y
profetizan (capítulo 11), algunos intérpretes han tomado estos imperativos contra las mujeres aquí, en el
capítulo 14, como la instrucción fundamental en cuanto a la mujer en la iglesia. Para sostener este juicio,
tienen que definir como "hipotética" la participación activa de las mujeres reflejada en el capítulo 11. Sin
embargo, no hay ninguna evidencia de que Pablo desarrollara esa larga sección del capítulo 11
simplemente como un caso hipotético. A pesar de esto, encontramos en muchos grupos eclesiales que el
imperativo "que las mujeres se callen" funciona como palabra única y definitiva cuando se discute el
papel de las mujeres en la iglesia.

Conviene prestar más atención a algunos detalles de esta instrucción del capítulo 14. En primer lugar, no
debemos aislarlo del contexto en que está insertado: el problema del desorden generalizado en el culto.
Es decir, estos versos no pertenecen a ningún estatuto de organización de la iglesia, sino que representan
un esfuerzo por responder a un problema práctico, un culto tan escandalosamente participativo que los no
cristianos decían "Estáis locos" (1 Cor. 14.23). Tenemos que tomar en cuenta que, en este contexto, Pablo
exigía a muchas personas que se callaran. Aquí, a ciertas mujeres.

¿Por qué digo "ciertas mujeres"? La clave la encontramas en las expresiones "si quieren aprender algo" y
"pregunten a sus maridos en casa". La primera expresión revela que las mujeres referidas estaban en la
etapa de conocer la fe cristiana. No son las mismas que vimos en el capítulo 11, que ya estaban
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capacitadas para enseñar a la iglesia por medio de la profecía y ministraban a toda la congregación por
medio de la oración. Las intervenciones de las mujeres del capítulo 14 no habían alcanzado ese nivel de
participación; más bien, buscaban instruirse.

Respecto de la otra pista, "que pregunten a sus maridos en casa". A través de esta carta Pablo ha
mencionado una variedad de situaciones personales de las mujeres, muy diferentes de la que se supone
aquí con esta instrucción que estamos viendo. Había solteras, y hemos visto, inclusive, que Pablo las
instaba a servir al Señor de manera tan activa que deberían pensar en la posibilidad de asegurar su libertad
de acción quedándose sin casar. Lo mismo con las viudas. Además, había mujeres cuyos esposos no era
cristianos, y en algunos de estos casos Pablo aconsejaba la separación (1 Cor. 7.15). ¿Cómo se puede
decir, entonces, "que las mujeres pregunten a sus maridos en casa"? ¿Quiénes eran estas mujeres del
capítulo 14, con marido cristiano, pero poco instruidas en la fe cristiana? En una posible reconstrucción
de la situación dentro de esta iglesia, podríamos suponer que se trata aquí de parejas en que el marido era
un cristiano de cierta madurez y que su esposa estaba todavía en una primera etapa de conocer la fe
cristiana. En esa cultura se miraba con sospecha cualquier conversación entre una mujer casada y un
hombre que no fuera su esposo; así, este mandato que relegaba toda conversación a la casa tenía su lógica.
En esta pequeña congregación los cristianos debían evitar cualquier impresión de ligereza moral. Es así
como se podría entender también la idea de que las mujeres "estén sujetas". Si estas mujeres no estaban
capacitadas para intervenir en el culto de una manera que contribuyera a la edificación del grupo, debían
abstenerse de hablar hasta que consiguieran la formación que les hacía falta. Su sujeción en este punto no
significaba estar condenadas a un silencio eterno. No se les ponía una mordaza. Con eso de "preguntar a
sus maridos", había esperanza de cambiar su condición.

Todo esto me hace recordar una experiencia que tuve, hace muchos años, en una iglesia del gran barrio
negro de Chicago. Ese día el culto, siempre muy bullicioso, se volvió incontrolable, con mucha glosolalia
y muchos cantos extáticos. Las mujeres del coro estaban adelante, de frente a la congregación, y sus
arrebatos azuzaban cada vez más a la gente. El pastor trataba de imponer un poco de orden, pero sin
éxito. Finalmente, exasperado, gritó: "-Nuestra iglesia “Gran Jerusalén” no tendrá más mujeres!" ¿Así
se sentiría también el autor de este párrafo de 1ª Corintios? Estoy segura de que aquel pastor no eliminó,
a fin de cuentas, a las mujeres, que eran el baluarte de su iglesia. Las mujeres en Corinto tampoco
quedaron excluidas o silenciadas.

La iglesia del primer siglo enfrentó problemas distintos a los nuestros en su adaptación a una sociedad
muy diferente a la nuestra. Toda su preocupación por lo que pudiera ser interpretado como "indecoroso"
o "deshonroso" tocaba de cerca a las mujeres, que llevaban la carga más pesada en el mantenimiento del
honor de una familia o un grupo social como, por ejemplo, la pequeña congregación cristiana. La iglesia
en el tiempo actual, que realiza su vida y da su testimonio en una sociedad que define lo "indecoroso" de
una manera bien distinta, no se siente obligada a imitar costumbres sociales de aquella situación histórica.
Aquellas costumbres contrastan con las de la sociedad actual. Hoy no es chocante para nadie cuando una
mujer conversa en público con un hombre que no es su esposo. Es más, lo que sí chocaría con el sentido
de dignidad humana en la actualidad sería precisamente el negarles la palabra a las mujeres.

Para concluir ...

Si los problemas pastorales en Corinto no son nuestros problemas, ¿para qué los estamos estudiando?
Ciertamente no para extraer de una carta como 1 Corintios un reglamento eclesiástico. Como en toda la
Biblia, encontramos aquí algo mucho más valioso que una serie de mandatos. Cuando nos adentramos en
la situación de esta iglesia dentro de su propio contexto, la carta nos va mostrando, por medio de casos
concretos, c¢ómo una comunidad cristiana muy joven se adaptaba a una cultura que tenía algunos valores
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que eran ajenos o contrarios a los del evangelio. En ese ambiente, potencialmente hostil, vemos que las
comunidades cristianas insistían en abrir nuevos caminos para la vida de las personas. Pablo las orienta,
por ejemplo, a valorar a los pobres y los débiles, a respetar su dignidad. Vemos que nadie, por más
iluminado o más rico que fuera, tenía el derecho de despreciarlos. Lo fundamental en este asunto, como
en muchos otros, es que el proyecto de Dios -- el Reino de Dios –tiene que manifestarse muchas veces
como una contra-cultura, por su exigencia de amor y justicia en todas las acciones y relaciones.

Tenemos que aprender también de las equivocaciones de las primeras iglesias. En las desviaciones y los
malentendidos de los cristianos de Corinto respecto al cuerpo y la sexualidad, discernimos trampas y
tentaciones que se presentan hoy también, aunque con otra cara o con otra lógica. Hemos podido percibir,
en el trato pastoral de aquellos problemas, varios principios teológicos y prácticos que nos sirven como
señales para transitar por esos caminos en nuestra pastoral.

Y aquí, con lo que algunos quieren llamar "la cuestión de la mujer", hemos visto que se trata más bien de
ver la vida desde una perspectiva inclusiva, donde mujeres y hombres son confrontados con el reto de
forjar juntos una vida eclesial que valore a todas y a todos. En algunas cosas, las primeras iglesias iban
superando las limitaciones de su ambiente; en otras, debían aprender dónde y cómo tenían que
acomodarse a las costumbres de su contexto muy patriarcal.

En todo nuestro estudio espero que nos hayamos sensibilizado a los condicionamientos que operan en
nosotros mismos como intérpretes de la Biblia. Vivir con nuestras iglesias en medio de la pobreza masiva
de nuestras ciudades nos ha impulsado a explorar nuevas vetas en la Biblia, y estas nos revelan que el
evangelio exige una pastoral de servicio y solidaridad con los pobres.

Frente a una cultura saturada de imágenes y mensajes que distorsionan el sexo, hemos descubierto que la
fe cristiana le otorga una gran importancia al cuerpo y a una vida sexual digna.

Las distintas experiencias que nuestra sociedad nos permite vivir, como mujeres o como hombres,
condicionan mucho la forma en que nos acercamos al estudio de la Biblia, así como en todas las demás
cosas que hacemos. Hemos visto, en una medida muy pequeña hasta ahora, que este factor género puede
abrir nuevas ventanas hacia el mundo de la Biblia, para que entre un aire fresco que renueve el sentido de
los textos como estos que hemos visto. Esperamos que nuestra comprensión, también renovada, fomente
una nueva calidad de vida para mujeres y hombres, dentro y fuera de la iglesia.

_______
1 The Corinthian Women Prophets. A Reconstruction through Paul's Rhetoric. (Minneapolis, Fortress,
1990.)

2 Epíst. 3.24, obra escrita a mediados del siglo II, citada por G. Theissen, Estudios de sociología del
cristianismo primitivo (Salamanca: Sígueme, 1985), p. 225.

3 Lo hace no solo aquí en el capítulo 11 sino también varios otros textos. Por ejemplo, en 1 Cor. 6.1-8
Pablo reprende a los que entran en litigios legales, procedimiento accesible solamente a las pocas
personas en la iglesia que tenían la capacidad económica para hacer una demanda legal. Igualmente,
Pablo corrige a los pocos "sabios" de la congregación (8.10), exigiéndoles que sus decisiones éticas sean
tomadas en función del "hermano débil, por quien Cristo murió" (8.11). En 10.27-28 Pablo amonesta a
pocos cristianos de la capa alta de la ciudad en cuanto a su consumo de carne cuando están invitados a
cenar en la casa de algún amigo no cristiano. Solo entre personas pudientes había invitaciones sociales de
este tipo, y solo ellas tenían la capacidad económica necesaria para comprar carne. El problema de
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conciencia surgía cuando se le anunciaba al huesped cristiano que la carne sobre la mesa provenía de un
animal sacrificado en un templo pagano. Pablo insta al cristiano a limitar su libertad, por respeto a la
conciencia de su amigo no cristiano.
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