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Filosofía

Profesorado de Educación Superior en Ciencias de la Educación

IES N° 28 “Olga Cossettini”


Filosofía
Trabajo practico N° 2
ENSAYO
“La vida en sociedad”

 Profesor: Barberi, Osvaldo

 Estudiantes:
 Pinolini, Florencia
 Ruiz, Jenifer

2017

La vida en sociedad
Filosofía

Introducción.
En el presente trabajo nos proponemos analizar a fondo la problemática de la
vida en sociedad. Entendemos que, durante largos periodos de tiempo, y más con el
desarrollo del hombre en civilizaciones avanzadas, la naturaleza humana ha potenciado
el prospecto natural del comportamiento “correcto”, enmarcado dentro de una base de
valores en torno a la ética y la moral. Pero aun así, el instinto natural con el que es
provisto todo ser vivo, ese que nos proporciona la habilidad para sobrevivir, ese que
prolonga la existencia de la raza humana como tal, se ve, de una u otra forma, reprimido
de varias maneras por dicho comportamiento ético (este comportamiento es correcto
en cuanto sea aceptado por la sociedad en torno a nosotros, ya que esta es la
responsable directa de dar origen y manipular determinados tabúes con respecto a
ciertos temas, en especial la sexualidad y la religión).
Dicha situación en particular, se puede vislumbrar claramente en un niño recién
nacido. Al nacer, no conocemos restricciones, prohibiciones, fronteras, leyes,
reglamentos, ni nada que condicione de una u otra forma nuestro comportamiento. En
esta etapa de nuestra vida no somos muy diferentes a cualquier otro mamífero, no
producimos nada, solo nuestro instinto más primitivo funciona en este estadio; la
supervivencia (alimentarse, respirar, dormir). Al crecer y adquirir una conciencia más
racional, advirtiendo las características de nuestro entorno; en ese preciso momento ya
la sociedad en sí, nos empieza a ejercer presión, y por contraparte empezamos a
reprimir nuestro “comportamiento natural”, interiorizando e introyectando dichas
presiones por la personalidad en formación.
En 1930, el padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del
siglo XX, Sigmund Freud, escribió la obra titulada “El malestar en la cultura”, en la que,
desde la perspectiva de sus categorías psicoanalíticas, exponía que el ser humano nunca
puede alcanzar la felicidad, que según él consiste en la gratificación de los instintos, dado
que la civilización o cultura impone una serie de limitaciones y recortes a los mismos,
que son el precio que hay que pagar para que tal civilización exista. Desde el enfoque de
dicho autor, nos proponemos analizar la problemática planteada.

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Desarrollo:
Bien es sabido que el ser humano es un sujeto histórico tanto en el ámbito social
como individual. En el interior de este sujeto, se debate una lucha constante entre sus
instintos, los impulsos agresivos y destructores y su ambiente cultural. Este conflicto se
enmarca en lo que el neurólogo austríaco y precursor del psicoanálisis (también llamado
padre de dicha teoría), Sigmund Freud denominó el principio de placer y el principio de
realidad. El principio de placer busca lo que es placentero y huye del displacer, al tiempo
que la realidad se impone socioculturalmente. En su obra El malestar en la cultura,
explica Freud cómo este modelo topográfico basado en el Yo, el Ello y el Superyó es
extrapolado. De ahí que afirme que la sociedad y la cultura no son para nosotros más
que una combinación de pulsiones y del complejo de Edipo (por el que el niño expresa
deseo hacia la madre y agresividad hacia el padre).
En otras palabras, este sujeto está dividido: entre lo consciente y lo inconsciente,
entre Yo, Ello y Superyo. Un sujeto que pretende manejar el mundo y a sí mismo con su
yo, pero que se ve “invadido”, tomado por lo inconsciente. Además la realidad freudiana
es una realidad construida, psíquicamente.
El hombre persigue la felicidad, pero se encuentra demasiadas restricciones, por
eso el ser humano es anti-social. La insatisfacción nos empuja a buscar sustitutivos en el
trabajo, el arte, la ciencia, la religión o las drogas; a través de ellos no se encuentra el
placer, pero al menos se evita el displacer. Según Freud: “se renuncia a un placer
momentáneo, [...] pero tan solo para alcanzar por el nuevo camino un placer ulterior y
seguro». De ahí que se asuman las promesas de las religiones como una renuncia al
placer terrenal frente a una recompensa que «no es más que una proyección mística de
esta transformación psíquica (la renuncia del placer empujado por el principio de
realidad)”.
En este punto, cabe aclarar que Freud no sólo engendró el psicoanálisis y la
clínica psicoterapéutica, sino que abrió a un nuevo modo de pensar los problemas
culturales. Sus reflexiones sobre la religión, la sexualidad, la homosexualidad, la locura
y las etnias lo destacaron entre los pensadores del siglo XX. Aunque hoy sus ideas no se
mencionan demasiado, éstas rigen al pensamiento de occidente. Tanto es así que, en
1965, el filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005) se refirió afortunadamente, a él y a
otros dos grandes pensadores del siglo XIX, con la expresión: “los maestros de la

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sospecha”. Karl Marx (1818-1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Sigmund Freud


(1856-1939), tres figuras que, de una manera decisiva, tuvieron y tienen influencia en la
cultura contemporánea y sus diversas manifestaciones. Ahora bien, ¿cuál era el objetivo
de estos maestros? Desenmascarar la falsedad escondida bajo los valores ilustrados de
racionalidad y verdad:
Los tres expresan, cada uno desde perspectivas diferentes, la entrada en crisis
de la filosofía de la modernidad, al mostrar la insuficiencia de la noción de sujeto, y al
desvelar un significado oculto: Marx desenmascara la ideología como falsa conciencia o
conciencia invertida; Nietzsche cuestiona los falsos valores; Freud pone al descubierto
los disfraces de las pulsiones inconscientes. El triple desenmascaramiento que ofrecen
estos autores pone en cuestión los ideales ilustrados de la racionalidad humana, de la
búsqueda de la felicidad y de la búsqueda de la verdad.
Afirma Ricoeur que estos autores desde diferentes presupuestos, consideraron
que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Así, según Marx, la conciencia
se falsea o se enmascara por intereses económicos, en Freud por la represión del
inconsciente y en Nietzsche por el resentimiento del débil. Lo que quiere Marx es
alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa.
Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del
resentimiento y de la compasión, en una transvaloración que acabe con el peso de la
tradición y permita al hombre crear valores nuevos. Freud busca una curación por la
conciencia y la aceptación del principio de realidad. Los tres tienen en común la
denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la
búsqueda de una utopía. Los tres realizan una labor arqueológica de búsqueda de los
principios ocultos de la actividad consciente, si bien, simultáneamente, construyen una
teleología.
Marx, Nietzsche y Freud muestran desde diferentes puntos de vista que no hay
realmente sujeto fundador ni una conciencia propia de dicho sujeto, y han señalado
cómo en la base de esta noción se esconden una serie de elementos sociales,
económicos e ideológicos (el ser del hombre son sus procesos de vida reales; una
moralidad recibida y engendrada a partir de un resentimiento contra la vida; un
inconsciente que rige los actos de la conciencia). De esta manera, el sujeto es expresión
de condicionantes históricos, sociales, morales y psíquicos. La noción de conciencia,

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pues, pierde su pretendido carácter regulador, y se hace patente la necesidad de


reconsiderar la noción clásica de interpretación, entendida como relación de la
conciencia con el sentido, ya que la misma noción de sujeto debe considerarse a partir
de estos elementos que lo constituyen, es decir: la historia, la moral y la estructura
psíquica inconsciente.

Volviendo a nuestra problemática, y para avanzar, nos es imprescindible aclarar


qué pensaba nuestro autor del hombre. Freud pensaba que el hombre va construyendo
su psique organizando unas necesidades y pulsiones en interacción con el medio
familiar, social y cultural, representado esencialmente por los padres.
En el hombre se producen una serie de conflictos entre el Yo y las pulsiones
sexuales. Continuamente el sujeto tiene que relacionarse socialmente, enfrentando lo
que exige la realidad, las normas morales impuestas por el Superyó y los deseos que
provienen del Ello, que demandan satisfacción.
Para poder comprender mejor la visión Freudiana de la sociedad y la cultura,
acudiremos a una de las obras literarias del autor, “El malestar en la cultura” (1930).
Este conciso y fascinante texto es, sin lugar a dudas, una de las contribuciones más
relevantes de este autor al análisis de la vida en sociedad. Aquí se abordan desde la
óptica crítica del psicoanálisis, todas las dimensiones culturalmente relevantes: la
religión, las leyes, la familia, la historia de la civilización, la tecnología, el arte…, y todo
ello con el fin de determinar por qué solemos sentirnos tan infelices y frustrados de vivir
en sociedad. La obra, en pocas palabras, describe magistralmente la experiencia trágica
que puede llegar a ser la vida.

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Tanto es así, que el diagnóstico más imponente de la cultura que ha marcado el


tratamiento filosófico y sociológico más contemporáneo, es tratado y justificado en este
escrito (Malestar en la cultura). al postular la idea de que los hombres deseamos ser
felices. Así venimos programados por naturaleza: el Ello, estrato más profundo y original
de nuestro yo, está gobernado por el principio de placer, por esto, aspiramos a realizar
este gozo y a experimentar la alegría que deriva de ello. Una vida siempre placentera,
sería, una vida feliz.
Sin embargo, nuestro entorno no nos pone esta tarea fácil. Sentimos por este,
infinidad de oposiciones a nuestro impulso innato hacia el placer y la felicidad. La
naturaleza y las relaciones con los demás, son fuente de frustraciones e insatisfacción.
Pero no sólo los agentes externos son los que nos imponen obstáculos, también nuestra
propia naturaleza, es decir, el cuerpo degenera y enferma, nos sume en incontables
dolores y frustraciones. Ante todo, esto ¿qué posibilidades tenemos para ser felices?
¿Cómo podríamos evitar el dolor?
A lo largo de la historia, se han propuesto muchas recetas contra el dolor: se ha
instado a la renuncia del deseo, a dedicarse a proyectos espirituales como el arte, a la
huida de la realidad con la religión o incluso, al consumo de drogas. Pero estas opciones
no consiguen liberarse del dolor que es vivir. La felicidad parece ser un ideal difícil de
conseguir. Nacemos aspirando a ser felices y luchamos por esto, aunque la realidad se
opone con firmeza a nuestros propósitos.
Freud confiesa que los utensilios tecnológicos que los hombres hemos creado a
lo largo del tiempo, nos han hecho la vida más fácil. Por lo tanto, el devenir histórico nos
da una impresión algo positiva, lo cual nos llena de orgullo como especie y llegamos a
vislumbrarnos como “pequeños dioses”; dioses “con prótesis” cita irónicamente nuestro
autor: “El hombre ha llegado a ser, un dios con prótesis: bastante magnífico cuando se
coloca todos sus artefactos, pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces le procuran
muchos sinsabores”. Por esto mismo, tendremos que reconocer que, a pesar de estos
grandes avances, la experiencia del dolor y la frustración sigue estando latente.
Dado que las personas aún se sienten infelices, a pesar del gran crecimiento
tecnológico, debemos encontrar el dolor en otra parte y sorprendentemente lo
hallaremos en la cultura.

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Freud, define a la cultura como el conjunto de producciones e instituciones


creadas por el hombre con el fin de conseguir una protección contra la naturaleza y
regular las relaciones entre los diferentes individuos. La creación y el dominio del fuego
es uno de los primeros impulsos del hombre. Es sólo el primero, ya que este no se
conformará y aspirará rápidamente a metas más altas, comenzará a especular y cavilar
nuevas ideas y finalmente, aspirará a una regulación jurídica de las relaciones humanas
que deje atrás el dominio de la fuerza bruta y abra nuevos espacios para la seguridad de
todos y la convivencia pacífica. Esto, según Freud, es la cultura.
Esta regulación de las relaciones sociales, nos impone la limitación de nuestros
impulsos, ya sean eróticos o agresivos. La cultura nos exige el control de los instintos,
hasta el punto tal que, mientras más civilización hay, menos libertad se tiene en ese
sentido, aunque sí, más seguridad y protección. Según Freud, los hombres siempre
experimentamos internamente una reacción contra aquello que nos impida realizar
nuestros deseos más profundos.
De cuando en cuando, a través de los medios de comunicación, hemos
presenciado episodios de violencia urbana, en los que un determinado acto por parte
de las autoridades, es capaz de desatar una oleada de destrucción. Un ejemplo puede
ser el de los hinchas durante un partido de fútbol que, ante la presencia de la policía,
desatan una verdadera batalla campal.
La presión que ejerce la cultura sobre nosotros es fuerte y constante, por esto
deberemos aprender a renunciar a nuestros impulsos si queremos beneficiarnos de las
seguridades que nos ofrece la vida en sociedad. También, cabe la posibilidad de
reconducir la energía de nuestras pulsiones eròtico-tanàticas hacia actividades
socialmente aceptables, aunque aceptamos que degustar un producto sucedáneo nunca
ha reportado el mismo placer que el original. En este caso, la cultura nos conduce a la
frustración y la infelicidad al no poder velar con la satisfacción de nuestros impulsos
libidinales.
En otra de sus obras, “Tótem y Tabú”, Freud, había proyectado su mirada crítica
sobre los inicios de la civilización, analizando algunas culturas primitivas de su presente.
En esa obra, analizó el rígido sistema de prohibiciones a las que se sometían las culturas
y había encontrado rastros de contiendas sexuales: intentos desesperados de mantener
las pulsiones eróticas y agresivas del hombre. Freud, nos recuerda en El malestar en la

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cultura: “El hombre es un lobo para el hombre”. El hombre rápidamente se convertirá


en un peligro para los otros hombres, dada su agresividad y egoísmo innatos.
Ciertamente, la conveniencia del trabajo mutuo, no resultaba estimulante.
Nos resulta sorprendente saber que la receta cultural que permitía romper la
exclusividad disgregadora de la sexualidad, pudo actuar, esta vez, como exigencia ética
en contra de la violencia contra el otro. Freud plantea que estas recetas aún circulan
entre nosotros. Todos hemos escuchado los imperativos que instan a la no violencia y a
ese tipo de amor difuso para el otro, desconocido o incluso, enemigo: “amarás al
prójimo como a ti mismo” o “amarás al enemigo”. Es sorprendente que nos pidan que
amemos a nuestro enemigo, una persona que, nunca podríamos amar realmente.
Por este motivo, fue necesario e imperante establecer un dispositivo de control
interno. En este sentido, el Superyó, fue el encargado de actuar como juez implacable
del Yo. Desde entonces, cualquier exceso en los límites establecidos, genera un
sentimiento de culpa en nosotros. Citando nuevamente a nuestro autor: “Por
consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo,
debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su
interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada”.
Los sentimientos de culpa que internamente experimentamos los hombres
civilizados son, algo mucho más inquietante que el miedo que sentía el hombre primitivo
ante la autoridad externa. Nuestros ancestros, si no transgredían las normas, no tenían
nada por qué temer, ya que no ligarían ninguna reprimenda. El Superyó, en cambio,
juzga severamente y castiga con grandes cantidades de culpa y angustia. Nada puede
escapar al Superyó en este severo tribunal interno.
El diagnóstico Freudiano sobre la cultura, entonces es, pesimista y un tanto
descorazonador: cuando la enfermedad o las crueldades no acaban con nosotros, la vida
en sociedad nos complica la existencia obligándonos a renunciar a nuestros deseos más
auténticos en los de la seguridad.
Si bien, en ciertos momentos, Freud parece atisbar una sociedad futura,
sexualmente menos censuradora y formalmente menos represiva, no hay muchos más
motivos de esperanza: en cualquier caso, una sociedad con pocas constricciones camina
abiertamente hacia la disgregación o desintegración, mientras que una sociedad con

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muchas constricciones consuma la frustración y el angustioso sentimiento de culpa de


sus miembros.

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Conclusión:
Evidentemente, para Freud la vida en sociedad trae consigo una oposición
irreconciliable entre naturaleza humana y cultura, que nunca podrá ser resuelto ni
siquiera por los mejores sistemas de convivencia.
Pero independientemente de lo que pensemos sobre lo acertado o desacertado
del diagnóstico sin solución de Freud, es evidente la presencia de un malestar en la
cultura, entendida ésta en el sentido de civilización, en términos absolutos. Es decir, que
tal malestar no es exclusivo de un tipo determinado de civilización, sino que es congénito
a cualquiera. Y no solo en términos de espacio geográfico, sino también de tiempo, de
modo que da igual donde nos desplazamos en el espacio y en el tiempo, siempre
constatamos la presencia de dicho malestar.
Una prueba de ello sería el incesante estado de perturbación que se traduce en
guerras, contiendas, conflagraciones, conflictos, cruzadas, guerrillas, combates, peleas,
enfrentamientos, rebeliones y sublevaciones que son características de la historia de la
humanidad. Estos actos son en realidad la manifestación patente de un malestar latente
que, en un momento dado y bajo unas circunstancias específicas, llega a un punto de no
retorno.
Sin duda alguna, hay un terreno preparado y abonado por el malestar inherente
para que la humanidad nunca pueda llegar al estado de perfección. Ese malestar podría
ser también la explicación del fenómeno terrorista o las diferentes manifestaciones de
violencia. Ante las condiciones que un conjunto de individuos estima insoportables,
deciden recurrir a ese método para destruir lo que las genera. Sí, estamos ante un
recurso extremo, probablemente el más extremo, ya que no es una guerra convencional
donde dos ejércitos profesionales, tras una declaración oficial del estado de guerra, se
enfrentan, sino que se trata de una guerra en la que todo vale, con tal de aniquilar al
adversario. Sin embargo, aún en las sociedades más desarrolladas y donde el estado del
bienestar es elevado, no pueden eliminar ese estado de malestar.
La influencia de Freud, en la comprensión de nosotros mismos como sujetos
movidos por oscuros deseos inconscientes resulta innegable, por tal motivo coincidimos
con él al afirmar que ninguna sociedad, por más avanzada que pueda ser, podrá eliminar
ese estado de malestar. Ni siquiera la mejor democracia. Por tal motivo, caracterizamos

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a nuestro autor, luego de este profundo análisis, como un pesimista no redimido o bien
un realista con los pies en la tierra.

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Bibliografía:
- Pepiol. M. (2015) Freud: Un viaje a las profundidades del Yo. Buenos Aires.
Bonalleta Alcompás, S. L.
- Freud, S. Malestar en la cultura.
- Freud, S. Tótem y tabú.

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