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Estudiantes:
Pinolini, Florencia
Ruiz, Jenifer
2017
La vida en sociedad
Filosofía
Introducción.
En el presente trabajo nos proponemos analizar a fondo la problemática de la
vida en sociedad. Entendemos que, durante largos periodos de tiempo, y más con el
desarrollo del hombre en civilizaciones avanzadas, la naturaleza humana ha potenciado
el prospecto natural del comportamiento “correcto”, enmarcado dentro de una base de
valores en torno a la ética y la moral. Pero aun así, el instinto natural con el que es
provisto todo ser vivo, ese que nos proporciona la habilidad para sobrevivir, ese que
prolonga la existencia de la raza humana como tal, se ve, de una u otra forma, reprimido
de varias maneras por dicho comportamiento ético (este comportamiento es correcto
en cuanto sea aceptado por la sociedad en torno a nosotros, ya que esta es la
responsable directa de dar origen y manipular determinados tabúes con respecto a
ciertos temas, en especial la sexualidad y la religión).
Dicha situación en particular, se puede vislumbrar claramente en un niño recién
nacido. Al nacer, no conocemos restricciones, prohibiciones, fronteras, leyes,
reglamentos, ni nada que condicione de una u otra forma nuestro comportamiento. En
esta etapa de nuestra vida no somos muy diferentes a cualquier otro mamífero, no
producimos nada, solo nuestro instinto más primitivo funciona en este estadio; la
supervivencia (alimentarse, respirar, dormir). Al crecer y adquirir una conciencia más
racional, advirtiendo las características de nuestro entorno; en ese preciso momento ya
la sociedad en sí, nos empieza a ejercer presión, y por contraparte empezamos a
reprimir nuestro “comportamiento natural”, interiorizando e introyectando dichas
presiones por la personalidad en formación.
En 1930, el padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del
siglo XX, Sigmund Freud, escribió la obra titulada “El malestar en la cultura”, en la que,
desde la perspectiva de sus categorías psicoanalíticas, exponía que el ser humano nunca
puede alcanzar la felicidad, que según él consiste en la gratificación de los instintos, dado
que la civilización o cultura impone una serie de limitaciones y recortes a los mismos,
que son el precio que hay que pagar para que tal civilización exista. Desde el enfoque de
dicho autor, nos proponemos analizar la problemática planteada.
La vida en sociedad
Filosofía
Desarrollo:
Bien es sabido que el ser humano es un sujeto histórico tanto en el ámbito social
como individual. En el interior de este sujeto, se debate una lucha constante entre sus
instintos, los impulsos agresivos y destructores y su ambiente cultural. Este conflicto se
enmarca en lo que el neurólogo austríaco y precursor del psicoanálisis (también llamado
padre de dicha teoría), Sigmund Freud denominó el principio de placer y el principio de
realidad. El principio de placer busca lo que es placentero y huye del displacer, al tiempo
que la realidad se impone socioculturalmente. En su obra El malestar en la cultura,
explica Freud cómo este modelo topográfico basado en el Yo, el Ello y el Superyó es
extrapolado. De ahí que afirme que la sociedad y la cultura no son para nosotros más
que una combinación de pulsiones y del complejo de Edipo (por el que el niño expresa
deseo hacia la madre y agresividad hacia el padre).
En otras palabras, este sujeto está dividido: entre lo consciente y lo inconsciente,
entre Yo, Ello y Superyo. Un sujeto que pretende manejar el mundo y a sí mismo con su
yo, pero que se ve “invadido”, tomado por lo inconsciente. Además la realidad freudiana
es una realidad construida, psíquicamente.
El hombre persigue la felicidad, pero se encuentra demasiadas restricciones, por
eso el ser humano es anti-social. La insatisfacción nos empuja a buscar sustitutivos en el
trabajo, el arte, la ciencia, la religión o las drogas; a través de ellos no se encuentra el
placer, pero al menos se evita el displacer. Según Freud: “se renuncia a un placer
momentáneo, [...] pero tan solo para alcanzar por el nuevo camino un placer ulterior y
seguro». De ahí que se asuman las promesas de las religiones como una renuncia al
placer terrenal frente a una recompensa que «no es más que una proyección mística de
esta transformación psíquica (la renuncia del placer empujado por el principio de
realidad)”.
En este punto, cabe aclarar que Freud no sólo engendró el psicoanálisis y la
clínica psicoterapéutica, sino que abrió a un nuevo modo de pensar los problemas
culturales. Sus reflexiones sobre la religión, la sexualidad, la homosexualidad, la locura
y las etnias lo destacaron entre los pensadores del siglo XX. Aunque hoy sus ideas no se
mencionan demasiado, éstas rigen al pensamiento de occidente. Tanto es así que, en
1965, el filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005) se refirió afortunadamente, a él y a
otros dos grandes pensadores del siglo XIX, con la expresión: “los maestros de la
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Conclusión:
Evidentemente, para Freud la vida en sociedad trae consigo una oposición
irreconciliable entre naturaleza humana y cultura, que nunca podrá ser resuelto ni
siquiera por los mejores sistemas de convivencia.
Pero independientemente de lo que pensemos sobre lo acertado o desacertado
del diagnóstico sin solución de Freud, es evidente la presencia de un malestar en la
cultura, entendida ésta en el sentido de civilización, en términos absolutos. Es decir, que
tal malestar no es exclusivo de un tipo determinado de civilización, sino que es congénito
a cualquiera. Y no solo en términos de espacio geográfico, sino también de tiempo, de
modo que da igual donde nos desplazamos en el espacio y en el tiempo, siempre
constatamos la presencia de dicho malestar.
Una prueba de ello sería el incesante estado de perturbación que se traduce en
guerras, contiendas, conflagraciones, conflictos, cruzadas, guerrillas, combates, peleas,
enfrentamientos, rebeliones y sublevaciones que son características de la historia de la
humanidad. Estos actos son en realidad la manifestación patente de un malestar latente
que, en un momento dado y bajo unas circunstancias específicas, llega a un punto de no
retorno.
Sin duda alguna, hay un terreno preparado y abonado por el malestar inherente
para que la humanidad nunca pueda llegar al estado de perfección. Ese malestar podría
ser también la explicación del fenómeno terrorista o las diferentes manifestaciones de
violencia. Ante las condiciones que un conjunto de individuos estima insoportables,
deciden recurrir a ese método para destruir lo que las genera. Sí, estamos ante un
recurso extremo, probablemente el más extremo, ya que no es una guerra convencional
donde dos ejércitos profesionales, tras una declaración oficial del estado de guerra, se
enfrentan, sino que se trata de una guerra en la que todo vale, con tal de aniquilar al
adversario. Sin embargo, aún en las sociedades más desarrolladas y donde el estado del
bienestar es elevado, no pueden eliminar ese estado de malestar.
La influencia de Freud, en la comprensión de nosotros mismos como sujetos
movidos por oscuros deseos inconscientes resulta innegable, por tal motivo coincidimos
con él al afirmar que ninguna sociedad, por más avanzada que pueda ser, podrá eliminar
ese estado de malestar. Ni siquiera la mejor democracia. Por tal motivo, caracterizamos
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a nuestro autor, luego de este profundo análisis, como un pesimista no redimido o bien
un realista con los pies en la tierra.
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Bibliografía:
- Pepiol. M. (2015) Freud: Un viaje a las profundidades del Yo. Buenos Aires.
Bonalleta Alcompás, S. L.
- Freud, S. Malestar en la cultura.
- Freud, S. Tótem y tabú.
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