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Instituto de Teología San Juan Damasceno
P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)
SOFI
240
Grandes
Hitos
en
la
Historia
de
la
Iglesia
Lección
10
Sección
5
Los
emperadores
del
siglo
once,
girando
en
torno
al
Occidente
buscando
una
respuesta
a
la
creciente
presión
de
Asia,
todavía
no
percibían
hacia
donde
inevitablemente
conllevaría
esto.
Al
pedir
ayuda
del
Occidente,
Bizancio
reveló
su
debilidad
e
involucró
al
Occidente
en
todas
su
dificultades.
No
se
había
dado
cuenta
que
el
Occidente,
a
quienes
habían
apelado,
había
surgido
de
la
anarquía
y
partición.
Bizancio
pasó
por
alto
el
nacimiento
de
un
nuevo
mundo,
fuerte
en
su
juventud
y
sin
uso
de
su
energía;
las
Cruzadas
fueron
una
salida
para
esa
energía
y
la
primera
expansión
de
la
Europa
Medieval.
Por
esta
razón,
el
Occidente,
que
había
sido
considerado
por
Bizancio
como
un
apoyo
temporal
en
contra
del
Oriente
Asiático,
inmediatamente
tomó
un
amenazante
e
independiente
significado.
Es
muy
sabido
el
cómo
finalizó
la
Cuarta
Cruzada,
en
1204,
con
la
captura
de
Constantinopla,
el
saqueo
bárbaro
de
la
ciudad,
la
profanación
de
los
objetos
sagrados
Ortodoxos,
y
el
imperio
Latín
de
sesenta
años
en
el
Oriente.
Pero
esto
fue
solamente
el
clímax,
ya
que
las
manifestaciones
más
vívidas
de
odio
se
acumularon
en
este
prolongado
encuentro
entre
las
divididas
mitades
del
mundo
Cristiano.
La
separación
de
las
iglesias
cesó
de
ser
la
disputa
entre
los
jerarcas
o
una
controversia
teológica;
por
siglos
fue
parte
de
la
carne
y
los
huesos
de
la
gente
de
la
Iglesia,
una
fuente
constante
de
angustia
en
su
estado
mental.
“Latinismo”
en
el
Oriente
y
“los
Griegos”
en
el
Occidente
fue
sinónimo
de
maldad,
herejía,
y
hostilidad,
y
se
convirtieron
en
términos
de
profanidad.
Ahora,
no
solamente
los
jerarcas
sino
que
también
las
masas
de
gentes
se
enfrentaban
los
unos
con
los
otros,
y
en
su
forma
de
pensar
la
separación
se
convirtió
en
un
odio
elemental,
en
el
cual
la
lealtad
a
su
fe
y
SOFI 240 Historia de la Iglesia 10.5. © Este material es para uso personal del estudiante inscripto y
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Balamand.
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Instituto de Teología San Juan Damasceno
P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)
un
sentimiento
de
daño
por
la
profanación
de
sus
lugares
santos
se
mezcló
con
un
rechazo
básico
de
todo
lo
extraño,
sin
distinción
de
lo
que
era
bueno
y
de
lo
que
era
malo.
La
peor
parte
de
la
separación
de
las
iglesias
cae
en
el
hecho
de
que
a
través
de
los
siglos
difícilmente
encontramos
cualquier
signo
de
sufrimiento
en
él,
algún
anhelo
de
reunificación,
alguna
consciencia
de
anormalidad,
pecado,
y
horror
por
este
cisma
en
la
Cristiandad.
Había
casi
cierta
satisfacción
con
la
separación,
y
un
deseo
de
descubrir
los
aspectos
más
obscuros
del
lado
opuesto.
Fue
una
separación,
no
solamente
en
el
sentido
de
que
ambas
iglesias
en
efecto
estaban
divididas,
pero
también
en
el
sentido
de
una
continua
profundización
y
creciente
brecha
en
el
estado
mental
de
la
comunidad
Cristiana
en
total.
Esta
sicología
dio
una
intolerable
superficialidad
a
los
intentos
de
unión
que
se
estrechan
como
un
hilo
de
carmesí
desde
el
periodo
de
la
Primera
Cruzada
al
final
del
onceavo
siglo
hasta
la
caída
del
imperio
en
el
siglo
quince.
Las
razones
por
su
persistente
renovación
son
muy
claras.
En
el
Occidente
ellos
representaban
el
empuje
teocrático
del
papado,
cual
alcanzó
su
máximo
poder
bajo
Gregorio
VII,
para
llevar
a
toda
la
Cristiandad
a
una
sujeción
completa.
Era
de
alguna
manera
una
sed
por
la
unificación
de
la
Iglesia,
pero
muy
remota
a
aquella
unidad
que
había
inspirado
la
Iglesia
primitiva,
la
cual
fue
concebida
primordialmente
como
una
unidad
en
fe,
amor,
y
vida.
Ahora,
para
el
Occidente,
el
problema
entero
de
unidad
se
redujo
a
un
único
punto:
sumisión
a
Roma
y
el
reconocimiento
externo
de
su
absoluta
primacía.
Roma
respondió
a
cualquier
apelación
de
ayuda
por
parte
de
Bizancio
exigiendo
que
reconocieran
el
poder
del
Papa,
y
después
el
mundo
Occidental
entero
se
convertiría
en
su
aliado.
Ya
que
Roma
se
habría
convertido
el
centro
espiritual
indisputado
del
Occidente,
cada
vez
que
Bizancio
quedaba
sin
aliento
por
los
brazos
del
Islam,
quien
la
abrazaba
más
y
más
cerca
de
él,
no
tenía
a
quién
acudir
excepto
a
Roma.
La
cadena
vergonzosa
de
negociaciones
sin
fin,
disputas,
promesas,
y
falsedad,
siguieron
más
y
más,
teniendo
de
todo
menos
el
factor
más
importante:
el
verdadero
deseo
de
unidad,
el
anhelo
de
un
cumplimiento
genuino
de
la
Iglesia
de
Cristo.
Es
imposible
enumerar
todos
estos
intentos.
En
Bizancio
se
llevaban
a
cabo
mayormente
por
culpa
de
problemas
políticos.
La
Iglesia
realmente
los
rechazaba,
a
pesar
de
la
presión
del
emperador;
más
que
nada,
este
tema
de
unión
demostraba
que
el
emperador
en
Bizancio
no
era
todopoderoso.
Miguel
VIII
Paleólogo,
quien
a
través
de
sus
intermediarios
habían
firmado
la
unión
en
Lyon
en
1274
a
pesar
de
la
oposición
de
la
Iglesia,
murió
excomulgado
y
fue
privado
de
un
entierro
eclesiástico.
En
Bizancio
misma,
comenzando
con
el
siglo
trece,
un
grupo
de
“Latinizantes”
surgió,
partisanos
de
la
unidad
y
simpatizantes
de
la
doctrina
eclesiástica
Occidental
–cierta
simpatía
por
Roma
puede
ser
encontrada
inclusivamente
en
los
círculos
más
altos.
Pero,
como
la
atracción
de
algunos
aristócratas
Rusos
en
el
siglo
diecinueve
al
Catolicismo,
este
movimiento
no
fue
uno
en
la
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P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)
La
serie
de
intentos
culminó
en
una
catástrofe
espiritual
para
la
Iglesia
Bizantina,
el
Concilio
de
Florencia
en
1438-‐49,
cual
finalizó
de
una
vez
por
todas
en
una
completa
rendición
a
Roma.
Para
comprender
este
evento,
debemos
leer
las
actas
de
este
desafortunado
concilio,
y
sentir
cierta
empatía
al
tormento
de
los
Griegos,
quienes
tenían
miedo
de
la
destrucción
del
Imperio
por
parte
del
Islam
y
que
eran
perseguidos
por
presiones
financieras
de
los
Latinos
–ya
que
ellos
carecían
de
fondos
para
regresar
a
casa.
Ellos
estaban
bajo
gran
presión
sicológica
por
parte
del
emperador
y
estaban
sujetos
a
las
intrigas
de
los
Latinizadores,
quienes
estaban
determinados
en
alcanzar
la
unión
a
toda
costa.
Todo
esto
debe
ser
reconocido
para
poder
comprender
en
términos
humanos,
o
sino
justificar,
su
cobarde
error.
La
celebración
de
los
Católicos
en
1939
del
aniversario
de
la
unión
en
Florencia
es
evidencia
del
profundo
malentendido
del
verdadero
concepto
eclesiástico
con
respecto
a
la
Iglesia
Ortodoxa.
El
Papa
Eugenio
IV
demostró
una
penetración
más
grande
en
su
momento
cuando
preguntó,
al
haber
sido
informado
con
alegría
por
sus
obispos
de
que
todos
los
Griegos
habían
firmado
la
unión,
“¿acaso
firmó
Marcos
de
Éfeso
también?”
Recibiendo
una
respuesta
negativa,
la
tradición
supone
que
dijo,
“bueno,
eso
significa
que
no
hemos
logrado
nada”.
De
hecho,
todos
firmaron
excepto
uno,
pero
ese
único,
San
Marco
de
Éfeso,
se
convirtió
en
la
expresión
de
fe,
experiencia,
y
tradición
para
la
Iglesia
Oriental.
Cuando
los
Griegos
regresaron
a
Bizancio,
ellos
inmediatamente
repudiaron
con
horror
la
unión
que
había
sido
forzada
sobre
ellos,
y
la
caída
del
imperio
catorce
años
después
eliminó
trágicamente
la
mera
razón
por
la
cual
el
concilio
se
había
llevado
a
cabo.
El
imperio,
por
el
cual
algunos
estaban
listos
de
sacrificar
la
Ortodoxia,
dejó
de
existir.
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