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Véase STC N° 6167-2006-PHC-Lima. Fernando Cantuarias Salaverry con la 4º Sala Penal con reos
libres de la Corte de Lima. «Precedente N° 11: La facultad de los árbitros para resolver un conlicto de
intereses no se fundamenta en la autonomía de la voluntad de las partes del conlicto, prevista en el
artículo 2 inciso 24 literal a) de la Constitución, sino que tiene su origen y, en consecuencia, su límite,
en el artículo 139 de la propia Constitución […]».
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Ver el inciso 4 del artículo 139 de la Constitución Política del Estado: la publicidad en los procesos,
salvo posición contraria de la ley. A pesar que la actividad arbitral es estrictamente privada, tratándose
de la contratación y adquisiciones que hace el Estado, en atención a la Ley de Transparencia y Acceso a
la Información Pública N° 27806, los laudos arbitrales son publicados en el portal del Consejo Superior
de Adquisiciones y Contrataciones del Estado. En: <http://www.consucode.gob.pe>.
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sistema arbitral» (1998: 103)3. La base y el sustento del arbitraje es el contrato. Así
como las partes han acordado celebrar determinados negocios, han convenido tam-
bién el modo de resolver los posibles diferendos. Es justicia privada, ya que nace de
un contrato que tiene por presupuesto el ejercicio de la autonomía de la voluntad
y por detrás encontramos, básicamente, un principio constitucional que autoriza
el libre ejercicio de esa voluntad contractual4. Como se puede advertir, el arbitraje
nace como el medio de los particulares para resolver sus contiendas, al margen de
la función jurisdiccional ejercida por el poder público estatal. Se desenvuelve en el
tiempo como una alternativa a la función judicial impartida desde el Estado. Esto
nos permite airmar que la administración de justicia puede ser ejercida tanto en un
ámbito privado como en uno público, a través de la autonomía privada de partes
o por el ejercicio de la función jurisdiccional del Estado bajo modos de autotutela,
autocomposición y heterocomposición. Es falso que la administración de justicia se
realice de manera exclusiva a través del Poder Judicial. Sostener ello es simplemente
negar las otras expresiones válidas de solución de conlictos que contempla nuestro
propio ordenamiento jurídico5.
Airmamos que la función de administrar justicia no se ejerce exclusivamente por
el Poder Judicial. La exclusividad debe entenderse a la función jurisdiccional, pero
no a la potestad de administrar justicia. Son dos conceptos totalmente distintos, a
los que no se les puede dotar de similar signiicancia. La exclusividad expresa una
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En ese mismo sentido, Martínez considera que «tras la nueva realidad que convive con los postulados
jurisdiccionalistas, debe cambiar la óptica del procesalista. Debe buscar soluciones de justicia alternativa
o complementaria que facilite […], no solo el descongestionamiento de los tribunales […], sino en la
búsqueda de una mejor calidad de la justicia. […] El procesalista (debe) tomar conciencia de la exis-
tencia de esos otros cauces que si bien todavía no son estadísticamente equiparables en cuanto al valor
cuantitativo de los procesos judiciales, sí son y deben ser así tratados, medios de tutela extrajurisdiccio-
nales que, por ende, deben centrar nuestro estudio» (Martínez García 2002: 33).
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Ver el artículo 62 de la Constitución Política del Estado.
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A pesar de ello, en el caso Full Line S.A. con Hombrecitos Amarillos de Color S.A., Exp. N°
835-2002-AA/TC/Lima, el TC sostiene: «de acuerdo con los artículos 138° y 139°, inciso 1), de la
Constitución, la potestad de administrar justicia emana del pueblo y es ejercida, exclusivamente, por el
Poder Judicial, pues una de las características de un Estado de derecho es ofrecer jurisdicción a los parti-
culares para la solución de los conlictos que surgen en las relaciones sociales» [las cursivas son nuestras].
Frente a ello consideramos que es falsa dicha airmación. Si recurrimos a la propia redacción del artículo
138 de la Constitución, que cita el propio Tribunal Constitucional, encontramos que efectivamente
«La potestad de administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial, a través de sus
órganos jerárquicos con arreglo a la Constitución y las leyes». Como se aprecia de la simple lectura del
citado artículo, dicha función no se ejerce exclusivamente por el Poder Judicial. La exclusividad debe
entenderse a la función jurisdiccional, pero no a la potestad de administrar justicia. Son dos conceptos
totalmente distintos a los que no se les puede dotar de cualidades y poderes similares. La exclusividad
expresa una de las características de la jurisdicción, que implica que los particulares no pueden ejercerla,
porque cada Estado la aplica con prescindencia y exclusión de otros estados.
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Véase Chocrón (2000: 197) y Garberí (1998: 11); y en el Perú, Arrarte (2007: 93).
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El autor puntualiza que «las normas de fuente estatal» destinadas a regular el arbitraje deben aliviar
en la mayor medida de lo posible las trabas o interferencias que puedan perjudicar sus ventajas esencia-
les: celeridad, simplicidad, conidencialidad y acceso a una justicia mejor adaptada a las necesidad del
comercio. En este orden de ideas, airma desde que el arbitraje es justicia privada reconocida y tolerada
por la comunidad organizada a través de su derecho positivo, lógico es entender que las interferencias
de este en el arbitraje deben limitarse a lo mínimo indispensable para tutelar intereses fundamentales
(Morello 1990: 221).
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El artículo 9 de la derogada Ley General de Arbitraje (LGA) contemplaba dicha posibilidad: «el
convenio arbitral puede estipular sanciones para la parte que incumpla cualquier acto indispensable
para la eicacia del mismo, establecer garantías para asegurar el cumplimiento del laudo arbitral, así
como otorgar facultades especiales a los árbitros para la ejecución del laudo en rebeldía de la parte obli-
gada […]». A partir de la vigencia del D. Leg. 1071 se insiste en regular de manera expresa la ejecución
arbitral bajo el siguiente procedimiento: «A solicitud de parte, el tribunal arbitral está facultado para
ejecutar sus laudos y decisiones, siempre que medie acuerdo de las partes o se encuentre previsto en el
reglamento arbitral aplicable; se exceptúa de lo dispuesto en el numeral anterior, el caso en el cual, a su
sola discreción, el tribunal arbitral considere necesario o conveniente requerir la asistencia de la fuerza
pública. En este caso, cesará en sus funciones sin incurrir en responsabilidad y entregará a la parte inte-
resada, a costo de esta, copia de los actuados correspondientes para que recurra a la autoridad judicial
competente a efectos de la ejecución». Véase artículo 67.
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Véase artículo 67º del D. Leg. 1071. El artículo 83 LGA derogada también acogía el supuesto de la
ejecución arbitral.
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Véase artículo 62 de la Constitución; en ese sentido, el artículo 28 de la misma considera a la negocia-
ción colectiva y otras formas de solución pacíica de los conlictos laborales. Contrario a lo que se describe,
véase el pronunciamiento del Tribunal Constitucional en el caso Full Line S.A., Exp. N° 835-2002-AA/
TC/Lima.
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Esta interferencia de normas del proceso civil a la actividad arbitral se sustenta en dos hechos: el carác-
ter jurisdiccional del arbitraje, al amparo de la lectura del inciso 1 del artículo 139 de la Constitución y
la interpretación constitucional que sobre ello ha establecido el TC en la STC N° 6167-2006-PHC/TC;
y el aspecto normativo, acogido en la Primera Disposición Final del Código Procesal Civil que señala
que «Las disposiciones de este Código se aplican supletoriamente a los demás ordenamientos procesales,
siempre que sean compatibles con su naturaleza». La distorsión proviene desde nuestra Carta Magna y
los precedentes que el propio TC ha establecido acerca del carácter jurisdiccional del arbitraje.
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