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El problema filosófico de Dios

El tema de Dios ha sido, en la historia de la filosofía, un problema por cuanto no se ha podido aportar ninguna prueba
racional de su existencia o de su ausencia que no haya sido razonablemente refutada. Además, lo más apropiado para
nuestra época actual parece ser la evitación de este problema a pesar de ser el de mayor trascendencia para cualquier ser
humano. Se elude hablar de esta cuestión, acorde al pragmatismo y funcionalismo de nuestra era tecnológica, o bien porque
se le considera irresoluble; o bien por nuestra asunción del certificado nietzscheano de defunción de la idea de Dios; o bien
porque, a la manera budista, no creemos imprescindible su resolución para procurarnos la felicidad. A lo largo de la historia
de la cultura ha habido muchos intentos racionales de demostrar la existencia de Dios. Kant los catalogó, sintetizó y clasificó
magistralmente para, luego, mostrar que ninguno de ellos es susceptible de decisión lógica. En efecto, todas las pruebas
racionales aducidas para la existencia de un Ser supremo se reducen, de un modo u otro, a tres tipos de argumentos.

1.El argumento ontológico, que afirma que un Ser cuya grandeza sea de tal magnitud que no pueda pensarse ningún otro ser
por encima de él debe, necesariamente, existir, pues de no existir podría pensarse en otro Ser superior a él por cuanto ese
otro Ser, además de ser pensado, tendría una propiedad más: la existencia.

Empero, gracias a Kant sabemos que este argumento tiene una falla lógica fundamental. En efecto, si Dios existe debe ser,
ciertamente, el creador de la realidad (su causa primera; no necesariamente como antecedente temporal, pero sí como
causa eficiente). En consecuencia, debe ser omnisciente y omnipotente. Pero, esta necesidad (que la causa primera debe ser
omnisapiente, omnipotente, suprema) no implica su existencia; de la definición del ser necesario no se puede deducir la
existencia de un ser necesario. La existencia no es un predicado lógico (aunque sí gramatical). Si decimos que Dios, además
de omnipotente, omnisciente y bondadoso, es existente no estamos añadiendo un nuevo atributo (la existencia) a la noción
de Dios, pues la existencia (o inexistencia) del objeto de una idea no es una cualidad de esa idea.

2.El argumento cosmológico, que enuncia la existencia de Dios por el hecho de que la contingencia (no necesidad) de todos
los demás seres del mundo prueba la existencia de un Ser necesario. De nuevo, estamos infiriendo la existencia extramental
de un concepto de la propia necesidad de tal concepto. De la imposibilidad de una serie infinita de causas hacia atrás
queremos deducir la existencia de una causa primera; pero la imposibilidad de la regresión infinita es un principio del pensar,
un axioma lógico necesario para poder argumentar; no una característica de lo real.

3. La prueba físico-teológica, que quiere deducir la existencia de un ordenador y diseñador inteligente para el mundo en
virtud del orden y regularidad que la ciencia descubre en éste. Nuevamente, ello puede legitimarnos a pensar que, en caso
de que existiera un Creador, éste sería, ciertamente, sabio y ordenado pero no nos prueba su existencia. En suma, la noción
de la necesidad solo reside en el pensamiento; es una condición formal de nuestro pensar. Todas las pruebas de la existencia
de Dios incurren en la ilusión dialéctica de extrapolar el concepto y la noción de necesidad e hipostasiarla como una
condición material del mundo real. ¿Cuál puede ser, entonces, una solución al problema de Dios? Es verdad que las referidas
pruebas filosóficas han demostrado que la idea de un ser supremo, de una causa primera o de la unidad de los fenómenos en
un único Todo es una idea que se nos revela lógica y racionalmente necesaria, inexorable; pero de la necesidad de una idea
no se puede deducir la existencia de su referente fuera del pensamiento. Empero sí podemos y debemos postular esa
existencia del siguiente modo: Karl Popper y otros han demostrado que todo nuestro conocimiento científico descansa, entre
otras cosas, sobre el principio de razón suficiente (a saber, todo lo que ocurre tiene, al menos, una explicación suficiente,
aunque la desconozcamos). Y bien, sólo cabe un único tipo de razón suficiente para la referida necesidad racional de la idea
de Dios; esa razón suficiente es que postulemos la existencia de Dios también fuera de nuestro pensamiento. En otras
palabras, el hecho de que, en virtud de los argumentos de arriba, nuestra razón no pueda, desde el punto de vista lógico,
sustraerse de la idea de un Ser supremo nos obliga a aceptar el axioma de que ese Ser existe. Tal idea es un principio
regulativo de nuestra racionalidad, es decir, aquello que nos permite mirar las cosas como si procedieran de una causa
necesaria, algo imprescindible para nuestra experiencia epistemológica y moral.

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