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Lo que creen los que no...

Escrito por José Moreno en 16 Mayo 2019. Publicado en Mensajes bíblicos

El pasado 26 de
abril, Babelia, el suplemento cultural de El País, publicaba un fascinante
artículo de Juan Arnau Navarro titulado ¿En qué creen los ateos? En el
mismo, este filósofo y astrofísico español señala que: «las sociedades
seculares modernas se rinden culto a sí mismas». Esta frase debe entenderse
a la luz de la cita que, inmediatamente antes, ha hecho Arnau del antropólogo
y sociólogo francés Marcel Mauss: «Si los dioses, cada uno a su hora, salen
del templo y se hacen profanos, vemos que lo relativo a la propia sociedad
humana (la patria, la propiedad, el trabajo, el individuo) entra en el templo
progresivamente». Arnau añade: «Pero la sociedad completamente
secularizada es la menos secularizada de todas, pues todos los delirios,
fantasmagorías y alucinaciones que antes se asociaban con lo sagrado se
vierten ahora en lo social. La religión de nuestro tiempo es la “religión de la
sociedad”». Arnau, siguiendo a Mauss cree que lo que se adora ahora es lo
que llama lo social, pero, en realidad, y siguiendo su propio análisis, un ídolo
podría ser cualquier cosa.
Esta penetrante reflexión de Arnau guarda enormes semejanzas con el
concepto bíblico de idolatría. Para las Escrituras, si no creemos en el Dios
verdadero, entonces creemos en los ídolos. Para la Biblia un ídolo no es solo
una imagen de un dios o ser al que se rinde devoción, hecha de madera o
piedra. Es esto, por supuesto, como dejan entrever multitud de pasajes
veterotestamentarios como el segundo mandamiento, Éxodo 20:4, el Salmo
115 o Isaías 44:9-20. Pero la idolatría es, igualmente, algo mucho más
profundo. Como lo expresaba ya nuestro gran reformador y traductor de la
Biblia, Cipriano de Valera: «En el primer mandamiento se prohíbe la
idolatría interna y mental, y en el segundo, la externa y visible». El escritor
Tim Keller dice que un ídolo es «algo que es más importante para ti que
Dios, cualquier cosa que cautive tu corazón y tu imaginación más que Dios,
cualquier cosa que esperes que te proporcione lo que solamente Dios puede
darte». O En las palabras de Thomas C. Oden: «… uno tiene un dios cuando
adora un valor último, al que considera algo sin lo cual no se puede vivir
feliz». Y es que no existe un vacío en el ser humano, no hay creencia o
increencia, sino Dios o ídolos. Como ya cantaba Bob Dylan a finales de los
años 70 del siglo pasado: “You gonna have to serve somebody (Tienes que
servir a alguien)». Todos estamos en esa tesitura, nos dice el gran poeta
norteamericano. En estos días de fervor político podemos igualmente
reconocer que algo tan noble como la búsqueda del bienestar público puede
volverse también un ídolo en forma de afán de poder político a cualquier
precio. Puede ser ideal o puede ser algo completamente deleznable. Lo que
ya comentaba el sagaz escritor británico G. K. Chesterton: «cuando el
hombre deja de creer en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa». Y es que,
como también enseñaba Juan Calvino: «nuestro corazón es una fábrica de
ídolos». Y estos son de los más variopintos.

El problema de
nuestros ídolos es que nos fallan o fallarán cuando más los necesitemos. Eso
es lo que pone de manifiesto una película tan magnífica como El Reino. La
posesión injusta y desmedida, finalmente lo destruye todo y a todos. El
dinero no es malo en sí mismo, lo es el amor al dinero, dice de nuevo el
apostol Pablo, 1 Timoteo 6:10. El Apóstol Pablo ya había dicho que la
avaricia es idolatría en Colosenses 3:5. Es por eso por lo que las Escrituras
hacen una denuncia tan tajante y perentoria de la idolatría. Dios procura
mostrarnos que los ídolos no pueden darnos una satisfacción integral, ni aquí
en este mundo, ni por la eternidad. Por el contrario, la fe en Cristo, la fe
bíblica, tiene promesa para esta vida y para la venidera, 1 Timoteo 4:8.
¿Cómo lo hace? Reordena nuestros afectos nuestra vida, al derribar lo que
hemos erigido en ídolos en nuestra vida, pero que no pueden llenar ni
completa ni finalmente. La idolatría es tan poderosa que solo Cristo mismo
puede derrotarla. Ese es el testimonio de Pablo enFilipenses 3:1-21. Lo que
explica la conversión de Pablo es que tuvo como pérdida todo lo que antes
daba sentido a su vida por causa de «la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús», Filipenses 3:8. Para Pablo ser cristiano no es adoptar una serie de
valores, es más bien una relación personal, en la que quedamos cautivados
por la Persona de Cristo Jesús. Y es que solo Dios mismo en la Persona de
un hombre perfecto, El Señor Jesucristo, puede colmar nuestra hambre y sed
de sentido pleno. No te quedes atrapado por los ídolos que no pueden hacer
por ti lo que solo puede otorgar el Dios vivo y verdadero en su amado Hijo.
Busca a Cristo. Recuerda su promesa: «Al que a mí viene, no le echo
fuera», Juan 6:37.

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