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Opinión
Todas las guerras mundiales han sido desencadenas por un percutor simbólico
que ha hecho estallar un conflicto que pugnaba latente desde tiempo atrás y en
el que confluían multitud de vectores de tensión. En 1914 fue el asesinato de
un archiduque en Sarajevo. En 1939, la ocupación de un pasillo territorial en la
desembocadura del Vístula. Y en 1948, el bloqueo soviético sobre Berlín
occidental. La Cuarta Guerra Mundial también tuvo su percutor, aunque ha
pasado desapercibido a pesar de la enorme fuerza simbólica que encerraba.
Tuvo lugar con un incidente menor que, sin embargo, contenía todas las claves
de una intencionalidad bélica, deliberada y consciente.
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15/6/2019 Europa y la IV Guerra Mundial, por José María Lassalle
Más que una guerra clásica de posiciones estamos ante una competición por
llegar primero a la disrupción que separe la era del Homo habilis de la era del
Homo digitalis. La victoria la obtendrá quien alcance antes la terra incognita
que nacerá al ensamblar lo digital y lo neuronal con la computación cuántica.
Entonces se conseguirá que la IA aprenda por sí misma, modifique sin ayuda
sus propios algoritmos y desarrolle un pensamiento racional, intencional y
contextualizado. Un objetivo que Estados Unidos y China persiguen porque
quien llegue primero a la disrupción colonizará el mercado global asociado a la
tecnología. Un botín que generó más de 36 billones de dólares en el 2018 y que
alcanzará los 151 billones en el 2023.
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15/6/2019 Europa y la IV Guerra Mundial, por José María Lassalle
La razón de todo está en que Europa es el enemigo que batir al ser el único
actor alternativo a las dos superpotencias. Hablamos de un ecosistema
tecnológico muy poderoso. Sobre todo en industria 4.0. A lo que hay que
añadir una potencialidad generadora de datos extraordinaria. Entre otras
cosas, debido a la huella digital que dejan diariamente 500 millones de
europeos que disfrutan del estatus de la clase media global, elevados niveles de
digitalización, despliegues de infraestructuras tecnológicas de alta capacidad e
indicadores de formación y bienestar muy superiores al resto del planeta. Esta
huella es un tsunami de datos excepcional a escala mundial, tanto cuantitativa
como cualitativamente. Una fuente de riqueza incalculable dentro del modelo
de economía de plataformas sobre el que se basa la prosperidad del siglo XXI.
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