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Víctor Carcuro Maturana

Ensayo de Evaluación Bachillerato en Servicio Público Fundación Jaime Guzmán 2019 (Valparaíso)

Clase relacionada: Juan Pablo Rodríguez

¿Qué ha pasado con la política chilena desde la vuelta a la democracia y cómo podría explicarse tan
palmario deterioro?

Durante 20 años, el brío y espíritu que dio origen al retorno a la democracia subsistió en la política
chilena. No obstante, la primera derrota electoral de la Concertación a principios de 2009 y la
primera ascensión al gobierno por parte de un gobierno de derecha en muchísimas décadas marcó
un hito que alteraría no sólo el mapa electoral, sino su forma de ejecutar la política y sus objetivos
y consignas, que ahora vendrían revestidos de un contenido ideológico pronunciado. No en vano,
se hizo célebre la metáfora de la retroexcavadora. El consensualismo que, a la vez fue síntoma del
sentido de prudencia que marcó la conducción de la Concertación a lo largo de sus años de gobierno,
quedaba desterrado del panorama futuro y esto se hizo ver de manera notoria y drástica
particularmente a partir del año 2011, en que la ahora Nueva Mayoría empezaba a oficiar de paladín
de las demandas supuestamente populares. Así, la ahora ex Concertación abjuraba del espíritu
transicional que hasta ese momento la había caracterizado, para adoptar matices ya propiamente
izquierdistas y aprestarse ahora a no a pactar, sino a pasar retroexcavadora sobre lo pactado y
asentado pretéritamente por el régimen militar. Hacía suyas, además, las demandas más propias de
sectores más progresistas y minoritarios que antes estaban excluidos de la discusión sobre la mesa.

La derecha, por su parte, no carece de responsabilidad el declive general. Ésta parecía bien definida
una vez culminado el régimen militar y en los primeros años desde la vuelta a la democracia. Mas el
asesinato de Jaime Guzmán, su ideólogo y su gran bastión, le infundió una herida que
paulatinamente la fue desangrando. Incapaz de elaborar un discurso que entusiasmara al electorado
y vista aún como la villana de la política, parecía sumida en una especie de ostracismo, aún dentro
de un sistema bipartidista. Pero llegó el año ’99 y con él una nueva carrera electoral en medio de un
contexto que incluía un gobierno con discretos índices de popularidad y por otro lado, a Joaquín
Lavín, un candidato cuya figura evocaba inusitados aires de renovación y que se hubiera
transformado en presidente de la nación si por la otra vereda no hubiera asomado un candidato
fuerte. Más, el hito, de todas formas, tuvo lugar: el éxito de Lavín no respondió a la riqueza de su
discurso político, sino al situarse como una alternativa (curiosamente, puesto que su gobierno
probablemente hubiera marcado una regresión en el devenir post vuelta a la democracia) frente a
lo tradicional de la política, pero valiéndose de clichés, de jingles entusiastas y de descender de las
supuestas alturas propias de los políticos tradicionales para confundirse con el gentío e identificarse
con sus demandas más inmediatas en terreno. El giro populista que tomaría la política en general
(pues muy prontamente la Concertación también adoptó la tendencia) era evidente y sus ecos no
han cesado de hacerse oír. Se iniciaba la era de la “política reality”, aquella de los rostros amables,
de las frases prefrabricadas, aquella en que triunfaba no la riqueza ideológica o discursiva, sino la
fama y el carisma. Nunca más vimos las insignias de los partidos en la propaganda electoral que
ahora atiborraba las calles como nunca hizo. El declive ha sido tan progresivo como evidente.
Así pues, por un lado tenemos a una Concertación cuya respuesta a una dramática derrota electoral
fue renegar, basada en un espíritu electoralmente oportunista, de la política de los consensos para
entrar a radicalizar el discurso que ahora adoptaba contornos marcadamente izquierdistas y
erigirse, además, como portavoz y trinchera de las emulsiones ideológicas propias de la agenda
global neoizquierdista: la ideología de género y el aborto libre.

Por otro lado, la última elección que tuvo lugar en nuestro país la ganó nominalmente la derecha,
más, acertadamente sostuvo que el discurso bacheletista había triunfado: el gobierno presente ni
por mucho está dispuesto a marcar un quiebre con dicho discurso que ha adoptado ribetes de
imperativa y sonora corrección política. Ha dejado claro que, antes bien, les facilitará una solución
de continuidad. La interrogante la abre, no obstante, la figura de José Antonio Kast, la única que
abiertamente se opone a esta corrección y sólo queda por ver cuál será su resolución, en medio de
los desesperados aspavientos de una izquierda que ha optado por presentarlo a la opinión pública
como una amenaza neofascista y la perplejidad de una derecha gobernante temerosa de perder su
capital político y que ve cómo su actual timidez ha llevado un desencanto generalizado incluso por
parte de quienes depositaron, junto con la papeleta electoral, su confianza en ella.

(Número de palabras: 786)

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