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etienne geoffroy sainMiilaire

principios
de fiiosofía zooiógica
discutidos en marzo de 1830 en ei seno
de la academia real de las ciencias

Cactus
serie perenne

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PRINCIPES Etienne GeofFroy Saint-Hilaire
-s s

PHILOSOPHIE ZOOLOGIQUE, Principios de filosofía zoológica


DI3CT7TÍA MAE5 -
(discutidos en marzo de 1830
á.V lAtV en el seno de la Academia real de las ciencias)
de L'ACADÉMIE ROYALE DES SCIENCES,

fak m- « boffsot aAnrr-Bif^WE,

* PARIS.
riCHOW ET D ID IER , LIBRAIKES,
Qtiii DM , »• 4?:
H O nSSEA U , L IB R A IR E ,
m DI wmtmixMO, *• io3.

183a

M
PRINCIPES Etienne GeofFroy Saint-Hilaire
-s s

PHILOSOPHIE ZOOLOGIQUE, Principios de filosofía zoológica


DI3CT7TÍA MAE5 -
(discutidos en marzo de 1830
á.V lAtV en el seno de la Academia real de las ciencias)
de L'ACADÉMIE ROYALE DES SCIENCES,

fak m- « boffsot aAnrr-Bif^WE,

* PARIS.
riCHOW ET D ID IER , LIBRAIKES,
Qtiii DM , »• 4?:
H O nSSEA U , L IB R A IR E ,
m DI wmtmixMO, *• io3.

183a

M
Sobre la teoría de los análogos
Discurso preliminar

Para exponer cómo se ha vuelto el tema


de una discusión en el seno de la Academia real de las
ciencias, y pará fijar el punto preciso de la controversia.

Los estudios de la organización estaban desde hace algún tiem f»


jscorridos de una manera sorda por un malestar que perturbaba sus
búsquedas; estas habían ganado en extensión más que en rectitud.
Se volvía por ello necesaria una revisión del pasado: esta crisis era
inevitable; es decir que una serla controversia debía estallar. Ese
momento ha llegado.
Toda renovación de ideas es por mucho tiempo contrariada en su
marcha ascendente por largas jornadas de un estado transitorio; sucaie
entonces en los espíritus un momento dé duda, incluso de sufrimiento,
que decide a la mayoría a permanecer, en las tradiciones del pasado:
pero esto también deviene un momento crítico para los innovadores.
Esta Indiferencia, quizás también algunos efectos de rivalidad los afec­
tan, exaltan su fe y su abnegación cientíhcas, y los animan a redoblar
csfuerKjs. De aUí, de estas vivas impresiones a una hostilidad declarada.

13
Sobre la teoría de los análogos
Discurso preliminar

Para exponer cómo se ha vuelto el tema


de una discusión en el seno de la Academia real de las
ciencias, y pará fijar el punto preciso de la controversia.

Los estudios de la organización estaban desde hace algún tiem f»


jscorridos de una manera sorda por un malestar que perturbaba sus
búsquedas; estas habían ganado en extensión más que en rectitud.
Se volvía por ello necesaria una revisión del pasado: esta crisis era
inevitable; es decir que una serla controversia debía estallar. Ese
momento ha llegado.
Toda renovación de ideas es por mucho tiempo contrariada en su
marcha ascendente por largas jornadas de un estado transitorio; sucaie
entonces en los espíritus un momento dé duda, incluso de sufrimiento,
que decide a la mayoría a permanecer, en las tradiciones del pasado:
pero esto también deviene un momento crítico para los innovadores.
Esta Indiferencia, quizás también algunos efectos de rivalidad los afec­
tan, exaltan su fe y su abnegación cientíhcas, y los animan a redoblar
csfuerKjs. De aUí, de estas vivas impresiones a una hostilidad declarada.

13
Eiitnnt Geoffircy Saint-Hilaire_____________________________________________

no hay más que un paso. Si ese paso es franqueado, los dos campos
se forman: un choque apasionado es inminente.
Esto es lo que la acción, la inevitable influencia del tiempo sobre
ciertas ideas recientemente producidas y relativas a los estudios de
la anatomía comparada, acaban de acarrear, de hacer estallar en el
correr de marzo de 1830: las hojas y los diarios de medicina dieron
cuenta de este acontecimiento científico. De este modo la prensa
ha puesto en conocimiento del público que muy animados debates
acaban de resonar en la Academia de las ciencias entre el barón Cu-
vier y yo. La gran celebridad de esta compañía, la impKíriancía del
tema y el acceso de un auditorio muy numeroso, hicieron calificar
nuestra controversia de solemne, y son la causa de que se le conceda
algún interés.
Es en estas circunstancias que me propongo hacer públicos los
discursos cuya lectura ha escuchado la Academia, exponer el desarro­
llo de las ideas rivales en el orden de su producción. Pero en primer
lugar habré de precisar su objeto.
Una primera lectura, que fue objeto de una réplica muy viva,
planteaba un único hecho: en todo el curso de nuestra discusión,
sólo se trató y sólo podría tratarse de dar una solución a las siguientes
proposiciones:
¿Se debía, se debe conservar religiosamente, en reconocimiento
a sus viejos y útiles servicios, aún cuando hubiera dado excelentes
frutos, un viejo método para la determinación de los órganos,
cuando ahora es insuficiente en los casos de gran complejidad? O
bien, ¿será preferible, para satisfacer nuevas necesidades, otro que dé
a luz más ciertamente y más expeditivamente esta determinación,
en tanto se reconoce como más apropiado para este oficio, como
probado, habiendo ya triunfado sobre dificultades tenidas hasta allí
por inextricables?
Contentarse con esta forma de exposición sería como intentar
obtener de improviso una decisión favorable. Por el contrario, sólo

14
Principios c¿c filosofía zoológica.

deseo, espero esta opinión favorable de una perfecta convicción: y


para lograr ese efecto, quiero mostrar claramente en qué consisten
los procedimientos de ambos métodos, hacer ver cuáles ventajas
están definitivamente garantizadas por ellos; un único ejemplo lo
dirá de manera suficiente.
El primer objetivo que se proponen de igual manera ambos mé­
todos es saber cuáles órganos corresponden, en los animales, a los
órganos previamenue estudiados y antiguamente nombrados en el
hombre. El punto de partida tanto como el de llegada no dan lugar
a ninguna incertidumbre. Todas las partes del cuerpo humano son
ojnocidas, y todas las investigaciones de la anatomía comparada se
aplican a encontrar del mismo modo las parces análogas del cuer­
po de los animales, y a reverlas en su concordancia recíproca. Del
mismo modo que se encuentran partes semejantes, existen otras
cantas relaciones cuya constatación forma los puntos salientes de la
anatomía trascendente.
Ahora bien, ambos métodos se han qercido y reencontrado sobre
las consideraciones sea de la mano, sea del pie, última porción de
la extremidad anterior. ¿Pero cómo se han ocupado de ello? Es este
punto el que tengo que examinar; pues si fui comprendido en esa
ocasión, invocaré el adagio: ah uno disce omnes'.
El viejo método ha seguido paso a paso lo que llamaba la degra­
dación de las formas, habiendo partido del hombre, es decir, de la
oiganización que consideraba como más perfecta. En cada momento
de sus búsquedas, se coloca sobre un más o menos semejante, de donde
desciende sobre cada diferencia captable. Dicho método se propone
om ocer esas diferencias; no tiene otras preocupaciones, otros temas
de estudio. Esta mano de orangután es aproximada a la del hombre;
pero difiere por un p u l ^ más cono y algunos dedos más largos. Pro­
siguiendo este mismo modo de razonamiento, se llega a la mano de los

Por u ro se coaocen todos. (N . de T.)

15
Etiennt GeQ^rty Sai»t-M ilahe

monos arañas, defeauosa de otro modo; pues en una de las especies


de ese género ya no hay pulgar, y en la otra no hay, para ocupar su
lugar, rnás que un tubérculo muy corto. Si se pasa a otros monos, los
tamaiinos, los ouistiris, por ejemplo, se ven en ellos los cinco dedos;
el más o menos tgitnl se mantiene siempre; pero en el momento de
buscar su diferencia, uno acaba por darse cuenta de que ya no se trata
de una mano, en el sentido de que el dedo intemo ya no es oponible
en su posible flexión a los movimientos de ios otros dedos. Al Igual
que el dedo interno, estos son igualmente pequeños: se cierran juntos,
están munidos de uñas ganchudas, largas y cortantes; desde entonces
sus íbrmas y sus fetnciones se ven profundamente alteradas; pues ya
no se trata de una verdadera mano, sino de una garra. Los ouistitis
trepan a lo largo de los troncos mediante sus uñas. Entonces es por
otro mecanismo que esta pequeña íámiiia consigue, como todos los
monos, vm r en los bosques y ocupar igualmente la cima de los árboles.
Pasamos a los osos; el mismo razonamiento es todavía invocado.
Su pata es también aproximada a ¡a mano del mono, pero bajo otra
apariencia; las diferencias son allí más pronunciadas; pues es de
observar y se deberá describir una pata, así com o se la llama, en
su condición de desemejanza, es decir un pie con partes digitales,
cortas y concentradas, uñas apretadas entre sí, robustas y que
terminan en punta.
Salto varios intermediarios para llegar a la nutria. Observamos en
ella una nueva circunstancia; los dedos de ese mamífero están reuni­
dos f>or largas membranas. Este más o menos lo mismo ha cambiado
entonces extrañamente de formas: y en tanto proporciona al animal
potentes medios de natación se le da el nombre de aleta.
El método no va más lejos: finaliza con los mamíferos unguicu­
lados^, llamados también mamíferos fisípedos^. Ahora bien, permí-

■ Es decir, cuyos dedos terminan en uñas. (N . d cT .)


* Mamíferos carnívoros caraaerizados por tener los dedos libms entre sí. (N. d c T )

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Principios d efiloso fia zoológica.

laseme notar en este momento que 1° ese método no es ni lógico


ni filosófico. Lo que se había propuesto obtener a través suyo es un
cuadro de los casos de diversidad que deben servir a la distinción
de los seres. Sin embargo, ven que se lo ha hecho por medio de una
suposición que, en rigor, puede ser admitida en una acepción amplía,
pero que cuanto menos implica una contradicción en el enunciado
de su expresión. A cada instante uno se ve forzado a invocar una
semi-semejanza, un presentimiento de relaciones no justificadas
por un trabajo atento y preparatorio: una vaga idea de analogía es
el eslabón al cual se ligan estas observaciones de los casos diferentes.
En efecto, ¿es lógico y filosófico obrar de este modo, concluir de
semejanza a diferencia, sin previamente haberse explicado de manera
clara sobre tantos más o menos semejantes^
2 “ Más aiin, este mismo método peca de insuficiente. Ustedes se
detienen en los mamíferos fisípedos; no pueden proseguir sus com ­
paraciones más allá; y sería preciso extenderlas hacia la consideración
del pie de los rumiantes y de los caballos. Pero allí las diferencias les
parecen demasiado considerables: el método permanece silencioso,
como si hubiera de asustarse del juicio a pronunciar respecto a ello.
Era un hilo indicativo, se ha roto, ya no mandará. Para eludir esta
dificultad, se cambia de sistema: se prosiguen sus estudios de los
casos de diversidad ostentando este lenguaje: ^Por tjtté la naturaleza
actuaría siempre de modo uniforme? ¿Q ué necesidad la habría obli­
gado a emplear las mismas piezas y a emplearlas siempre? ¿Por quién
le habría sido impuesta esta regla arbitraria^ No podemos incluir
en las mismas comparaciones aquella mano aproximada, la parte
nombrada de ese modo en el hombre, cuando sucede como en los
rumiantes y en los caballos que ella es atribuida a la pierna misma.
Pero en este caso no son las relaciones las que preocupan; sólo se

^Cuvier, Lectura académica del 5 de abril, textualmente transcripta en ei folletín


del diario de los Debates, en fecha 6 de abril de 1830,
17
Etienne Geoffhy Saini-HOatre

buscan hedios diferemes. ¿Existe exageración en la metamorfosis dei


pie de los rumiantes? Tamo mejor. La descripción, la única cosa que
se quiere dar de ello, sólo será más fácil de hacer, mostrará rasgos
más salientes. Esta es incluso una especie de buena suerte para este
orden de investigaciones: pues se ha tomado c! partido de creer en
un plan distinto de composición animal. Nuevos nombres penetran
en las descripciones: pezuñas^ hueso cañón, espolones, etc.: todo esto
para establecer admirablemente que la Naturaleza no se deja imponer
ningsina regla arbitraria. Con esto se acaba por abandonar el campo
de las diferencias relativas, en tanto las relaciones están ocultas: si bien
esto les cuesta algunas pesadas investi^ciones, uno se ve satisfecho
con las diferencias observadas. Pero olvidar algunos puncos comunes
es admitir diferencias completas, absolutas. Y sin embargo, ¿quién
osaría pronunciar algo de las diferencias que presentan ese carácter?
Opongamos a los procedimientos de los que se acaba de dar cuen­
ta, la con d u aa que prescribe la teoría de los análogos para llegar a
una determinación estricta y filosófica de los mismos óiganos. Ante
todo es preciso que ella se dé un tema claro y bien circunscrito, es
el único medio que tiene de escapar a la influencia solícita de las
formas y de las funciones, influencia que tiende a introducir vanas
circunstancias donde no hace falta más que admitir un hecho que
se trata de examinar: uno ya no se ve forxado entonces a arrastrarse
de eslabón en eslabón y a invocar similitudes aproximadas allí donde
no existen verdaderas semejanzas. De este modo comenzamos por
buscar el tema que ofrece su condición general, independientemente
de toda disposidón accesoria; un objeto aislado, que el principio de las
conexiones ilumina con su antorcha, y que mantiene invariablemente,
no obstante todas sus posibles modificaciones, el hecho de su esencia
primitiva, su carácter filosófico de una composidón uniforme.
Esto no ofrece ninguna dificultad. La extremidad anterior se
compone, en todos ios animales vertebrados, de cuatro porciones: el
hombro, el brazo, el antebrazo, y una porción terminal, que forma

1S
Principios dejiio so fia zoológica.

ia mano en el hombre. Ja garra en el gato, un ala en el murciélago,


ere. Sin detenerme en las consideraciones de forma y de funciones,
que son condiciones completamente secundarias para el último
tramo del miembro anterior, veo ese tramo en tanto que existe: ante
todo lo considero abstractivamente y completamente solo: bajo esta
condición no se me escapará: pues lo vigilo, aplicando sobre é! un
auxiliar inflexible, el ojo investigador del principio de las conexio­
nes. Una barrera es colocada por este dato fijo: donde termina el
tercer tramo, es decir el antebrazo, comienza el cuarto, o la porción
KrminaJ delantera dei miembro.
Con este elemento anatómico así aislado, así liberado de las
consideraciones de formas y de usos, consideraciones no obstante
imponantes si intervienen a su nivel de estudios; con este elemento
solamente, comparo un mismo hecho en toda la serie animal. Yo no
me detengo luego de ios fisípedos; paso, sin la menor dificultad, a ia
consideración de) pie de los camellos, de los caballos, de los bueyes.
Voy a considerar en todas parces ese mismo elemento anatómico,
en ios pájaros, en los reptiles, en los peces, en fin en todos ios seres.
No habiendo dispuesto de mis horas de trabajo más allá de mis
ocupaciones habituales, no es el caso de conducirme con aignna
apariencia de generosidad respecto a la Naturaleza al pretender re­
conocerle el derecho y el poder de actuar como quiera. Hasta aquí
me había atenido a otra manera de mostrarme de modo más seguro
como su intérprete abnegado. En tal caso, desconfío de las débiles
luces de mi razón; me guardo de prestar a Dios intención alguna;
permanezco donde me parece que un naturalista ordinario^ debe
mantenerse. Me contengo en ci deber de la más estricta observación
de los hechos; no pretendo más que el papel de historiador de b que

^Para nosotros naturalistas ordinarios: expresiones fimuíiares dd señor Ciivier.


en c) seno de la Academia de las ciencias. Reproducidas varias veces, han obtenido
el efecto que se esperaba de ellas; pero quizás mucho más allá de las previsiones
calculadas.

19
Eñm ne Geoffroy Saint-HiLtire

fí. Y no hubiera esperado dar esta última argumentación, que no es


más que la repetición de una más antigua que di en otra parte, para
explicarme a este respeao. Lo hice en un Fragmento sobre ¡as exis­
tencias del mundo físico^ el cual apareció en la Encicbpedta moderna
(ver tomo 17, en la palabra Naturaleza).
Sin embargo, al tomar todo el tramo terminal del miembro de­
lantero como tema de estudio comparativo, sólo he satisfecho una
condición. Debo atención a codos los vasos que llegan del antebrazo
a ese órgano; ellos primero lo han producido y lo nutren siempre.
Se comprende cómo el principio de las conexiones delimita su ex­
tensión: uno de los órganos es generador del otro.
He aquí otra precaución que también toma, o al menos aconsejará
tomar, la teoría de los análogos. Antes de lanzarse a búsquedas sobre
las diferencias, habrá recorrido una gran parte de los hechos para
apreciarlos en sus relaciones comunes: habrá notado en qué fami­
lia, o incluso en qué especie se encuentra el mayor número de los
materiales, y de qué manera están, a título de conexión, dispuestos
unos respecto de otros; y apoyado sobre todos estos documentos el
nuevo método de determinación procede sobre órganos que sabe
exactamente comparables.
Tomadas estas precauciones, ven a) zootomista emprender los
esmdios de los casos desemejantes; ¡en tanto marcha con ceneza
sobre cada uno de ellos!, ¡en tanto sabe mejor y más completamente
su valor respectivo! Pues, yendo de una especie a la otra, recurre cada
vez a rodos los materiales, y pone en la cuenta de las diferencias la
ausencia o la atrofia de unos, la hipertrofia de los otros. Está prepara­
do, por consiguiente, para la singularidad de ese pulgar de los monos
araña que falta enteramente en una especie, y que en otra existe aun
a título de un tubérculo rudimentario. Así, el zootomista recorre
sin asombro todas las metamorfosis del órgano que considera; lejos
de detenerse frente al pie del camello o del caballo, podría llegado
el caso compararlo directamente a la mano del hombre; pues es un

20
P rin áp m de fih so fia zoológica.

(iam que puede servir de regla. Todo lo que sigue al tercer tramo de
la pierna anterior forma un conjunto de parres qué se relacionan
entre sí, tanto en el caballo como en el hombre.
De esta manera, las precauciones tomadas para no tener que
apartarse de las relaciones reales en el comienzo de las búsquedas,
se aprovechan en el segundo momento, cuando debe comenzar el
estudio de los hechos desemejantes. Así, saber en primer lugar cuáles
son las relaciones es prepararse para conocer luego mejor, para dis­
cernir mejor en qué medida existen las diferencias pata un órgano
dado, sea en tal especie, sea en tal otra.
Esto remire a decir que el viejo método olvidaba tomar todas las
precauciones, y que el nuevo las agota todas; que el viejo método
se daba su punto de partida a priori, y que el nuevo no confía en el
suyo más que después de apreciarlo a través de búsquedas aposteriori-,
por último que el viejo método cree al cuarto tramo de la pierna
anterior comparable en los fisípedos, ames del estudio de algunos
elementos de convicción a dicho efecto; y que el nuevo lo hace
sólamente después de estudio^ luego de que ha sentido sus elementos
de determinación aplicarse sin inquietud sobre todas las distinciones
Características a obtener.
Ven que desde entonces ya nada implica contradicción: pues
si recurriendo a los procedimientos del nuevo método, ustedes
desean dar una expresión breve y precisa de vuestras observaciones
constatando cada diferencia, y por ejemplo cambios de funciones,
esto puede hacerse desde ahora sin la menor dificultad. Y en efecto,
ustedes pueden presentar un órgano que tiene un nombre especial,
que posee su caráaer de esencia aparte; que es siempre él mismo,
un ser idéntico, inalterable en ese punto, e independientemente de
toda consideración ulterior. Planteado esto, ¿les conviene enume­
rar todos los cambios de funciones que se habrían notado, y que
no son más que hechos particulares, relativos al órgano escogido
com o ejemplo? Ustedes podrán expresarse con claridad y de esta

21
Etitnm Geaffioy Saim-Niiaire_______________________ __________________ ^

manera: «el último tramo de la extremidad anterior es, en la mayor


parte de los mamíferos, empleada de modo diverso, deviniendo la
pata del perro, la garra del gato, la mano del mono, un ala en el
murciélago, un remo en la foca, en fin una porción de la pierna
en los rumlantesM.
Yo no doy todo esto como nuevo: varias veces me serví ya de este
ejemplo. La argumentación no lo ha notado; quizás no era olvido.
Pero si a él no le pareció necesario prestar atención, es una razón
más para volver a ello. Del mismo modo, no entiendo por esto que
a fuerza de tanteos, y precisamente porque a partir de allí habríamos
sido guiados por los nuevos principios, no hubiéramos llegado con
el viejo método, en fin de su lado, a las mismas conclusiones que
con el nuevo en lo que concierne al pie de los mamíferos propia­
mente dicho. Por el contrario no pretendo discutir un hecho al que
habría recurrido deseoso. Mi demostración sólo era posible, y solo
es completa, en tanto hubiera podido escoger y en tanto be escogido
en efecto mi ejemplo para comparar los procedimientos de los dos
métodos en una obra consumada, en estudios .seguidos de manera
similar y declarados recíprocamente por ambas escuelas.
Ahora han estallado reproches muy vivos. El nuevo método de
determinación y la teoría de los a ñ iló o s que se vale de su inspiración,
no han hecho nada por tal cuestión: está ^rantízado de antemano
que en un caso ellas serán impotentes, en otro, contradichas. Peto
en verdad, ¿se trata de reproches legítimos? Yo doy este nuevo mé­
todo como un instrumento de búsquedas: sólo recomiendo su uso
bajo esa condición. Y es efectivamente un verdadero instrumento
de descubrimientos, si se apoya siempre con discenumiento sobre la
íntima asociación de sus reglas particulares^, Finalmente, se dice, ella*

* L a ttoría de los asiAlogos, el prin cipio d e las conexiones, las afinidades electivas de
¡os elementos orgánicos, y el balance de los órganos. Para el desarrollo de esas ideas,
ver d discurso preliminar de m¡ Fiip^ofiíi tomo TI.

22
Principios de fiiosoftü za o ló ^ a.

no estarla llamada a dar ral solución, a procurar tal aproximación.


£s posible.
pero, por lo demás, para que esta argumentación pudiese significar
aJgo, sería preciso que los principios aristotélicos, sobre los cuales se
Yuelve con tanta afectación, hubiesen dado algo mejor. Ahora bien,
es desde que fueron promulgados, hace dos míl doscientos años,
que habrían procurado a la zoología bases definitivamente esencia­
les (Argumentación con fecha 2 2 de febrero). Sin embargo, ¿qué
es lo que estos principios, por su propia cuenta, han hecho entrar
verdaderamente en la ciencia? Con ellos todas las analogías, ocultas
bajo e! velo de las grandes metamorfosis, no eran siquiera sospe­
chadas probables. Con ellos puedo continuar diciendo, en materia
dé analogías, que era preciso atenerse a la coincidencia de los tres
datos que se encuentran siempre dentro de las especies que forman
parte de familias naturales, a saber: el elemento anatómico, la form a
y ¡a función. Cuando se encontraba esta triple relación, como entre
el hombre y el mono, la estructura orgánica era considerada como
analógica: el ojo del hombre podía ser en sus condiciones esenciales
estudiado sobre el ojo del mono, y recíprocamente. Sin embargo para
llegar a ese resultado, ¿hacía falta reairrir a tal doctrina, remontar
hasta esas bases esenciales de zoología c¡ue Aristóteles, su creador, había
planteado para siempre^ No, es este mi sentimiento, no. El buen
sentido popular ya había dado ^ ta verdad instintiva a Aristóteles, a
su siglo, y a los siglos que, habiéndolo precedido, habían precedido
así el tiempo de las maduras reflexiones y de los estudios científi­
cos. El buen sentido popular hace esto por sí mismo: hoy en día, lo
hace aún en los países no civilizados, y lo hará siempre, porque la
evidencia porta en sí misma un principio de manifestación propio
para golpear de igual modo a todos los espíritus.
Si ustedes sopesan todas estas tazones, quedará demostrado que los
principios aristotélicos, apoyándose en el presentimiento de ciertas
analogías, jamás fueron de ayuda como partes de un método cien-

23
Eiienne Gecffroy Saitic^Hilaire

tífico: pues no es de modo reflexivo, sino de una manera insrimiva,


que los hechos que resultan de asombrosas analogías son admitidos
tan pronto como percibidos.
Por el contrario, existen analogías de tai esp>ecie que no revelándose
fiidimente a los ojos del cuerpo, pueden manifestarse no obstante
a los ojos del espíritu. ¿Son insuficientes para tal caso los principios
aristotélicos? El viejo método se detiene en sus aplicaciones, justo en
el instante en que haría falta que fuese doctrinal, en el instante en
que sería preciso que se volviera un hilo de Ariadna, para permitir
apreciar las relaciones más ocultas, todos ios puntos comunes de los
hechos generales, los más importantes de las ciencias.
Incluso he oído este reproche: «Pero este método nuevo, tan alta­
mente recomendado, sólo habría sido raramente empleado». Acepto
esto de buen grado; en primer lugar este método no es de una fecha
antigua: y además, para citar un ejemplo, mientras yo lo empleo
para desocultar las diversas metamorfosis que introducen los hechos
de monstruosidades en la or^nización normal de los órganos de
una misma especie, dejo en suspenso todos los perfeccionamientos
posibles y en otra parte deseables. A esto que no discuto, replico que
no puedo hacer más. Yo añado: aunque este método esté en la serie
constantemente practicada por ia reunión de todos los zootomístas
durante dos siglos, sin duda no habrá sido suficiente para todo.
Esto es lo que la argumentación parece ignorar, lo que deja de lado;
pues no ha prestado atención a aquello que habría podido moderar
su furioso ataque. Muy por el contrario, ella cree o parece creer que
yod! a luz la teoría de los análogos como consagrando el principio de
la conservación invariable de todos los materiales. No produciendo
ninguna justificación, se apresura a señalar algunas diferencias en el
mimeto de las parres, cuando con frecuencia sólo es un producto
de la edad, el resultado de la asociación de varias por acoplamiento.
Para producir un mayor efecto, todo lo que ella percibe en ocasión
de este alegam es recogido: las pruebas abundan; uno se oscurece en

24
Principios defilú sofia zooió^ca.

|ps ¿ecalles. Esfuerzo inútil sin dudas; pues la teoría de los análogos
jccpta todos ios números variables que le aporta la observación; no
pretende más que una búsqueda de información.

Resumo lo que precede en estos términos. No es, no puede ser


cuestión de si yo hice dar a la reoría de los análogos, con suerte o no,
todos sus frutos: ese no fue en primer lugar, ese no es cienamente
el tema de nuestra controversia. El pumo en discusión es saber si es
equivocadamente o con razón que yo he recomendado un método
para la determinación de los órganos, y si este último es preferible
al método antiguamente usual.
Yo confronté estos dos métodos en un ejemplo bien conocido:
uno puede pronunciarse. Si se objeta que en el ejemplo invocado el
viejo método había seguido de cerca al nuevo y que había llegado
casi a los mismos resultados, no hay en ello nada que Inferir contra
la utilidad práctica del nuevo, puesto que sólo a través de este últi­
mo se pueden resolver los problemas más difíciles, acompañar las
más singulares metamorfosis, comprender muchas variaciones tan
extraordinarias que han llevado a recurrir a la suposición de varios
planes de composición animal.
Pero, en lugar de responderme categóricamente sobre este punto,
se ha preferido dividir el araque, multiplicar los detalles, argumentar
con los accidentes de las numerosas modificaciones de los cuerpos,
hacer profesión de sinceridad enumerando hechos que atestiguan la
diversidad de la organización animal. Uno de ellos ha pretendido ser
temible para imponer silencio, potente para triunfar con las ventajas
de una posición elevada, jefe de escuela para aplastar con autoridad.
Esto es lo que ha inspirado a interrogar desde ta altura; actitud fun­
dada sobre un hábil cálculo, sobre la idea de que las armas no serían
Iguales de mi parte; en primer lugar porque la represalia repugna
a mi carácter, y en segundo lugar porque no existe ningún medio
para aguantar tantos interrogatorios reproducidos uno tras otro. La

25
Etienne Geoffray Saint-Htiairc

Academia lo ha escuchado; soy yo, profesor público en París desde


hace 37 años^, al que no se ha temido interrogar sobre los hechos,
sobre las materias de un curso de primer año.
En estas circunstancias, he creído un deber hacer cesar nuestros
debates en el seno de la Academia. La presencia de un auditorio
numeroso animaba demasiado el deseo de un triunfo, y hacía reem­
plazar el interés por las cosas por un interés demasiado personal de
cada uno de nosotros. Por tanto he anunciado a la Academia que
ya no abusaré de su paciencia en escucharnos, y que en lo sucesivo
imprimiré mis réplicas. El artículo que sigue, dispuesto en primer
lugar bajo forma de folletos, ha sido distribuido al mismo tiempo
a todos los miembros de la Academia,
Lleno de fe en la magnitud de los resultados a obtener, me
com prom eto para una serie de publicaciones, ^Realmente habría
que vanagloriarse, en estos tiempos de grandes luces, por creer en
la coordinación y en el encadenamiento de las observaciones en
historia natural? Si pensamos en tom ar parte en el movimiento
que arrastra actualmente a los espíritus, ¿es suficiente con descri­
bir aisladamente a los animales?, ¿basta con incluirlos con más o
menos suerte en trabajos de clasificación? Atenerse únicamente

'T res años menor que e! barón Cuvicr, yo lo precedí sin ernbargo en dieciocho
meses en la carrera de la enseñanza. Esra circunstancia, mi posición en el Jardín del
Rey, nos vincularon, incitaron nuestras relaciones. Esas relaciones han comenzado
pata nosotros con d ingreso a la vida sociab se volvieron prontamente una umón
íntima. ¡Q ué cordialidad entonces!, ¡qué cuidados entre nosotros!, ¡qué devoción
recíproca! En el presente, disentimientos sobre los hechos de la ciencia, por más
graves que puedan ser, ^deben prevalecer sobre la dulzura de esos recuerdos?
N uesaos primeros estudios de historia natura!, induso algunos descubrimientos,
los hicimos juntos; nos sostuvimos allí con el impulso más perfecto de la amistad,
hasta d punto de que observábamos, mcdiiábainos, escribíamos reciprocamente el
uno para d otro. Las compilaciones de esc tiempo condenen escritos publicados
en común por d señor Cuvier y por mí.

26
Prinrípios de fiiesofia zoológica.

a los hechos observables, no quererlos com parar más que en ci


oírculo de algunos grupos o pequeñas familias tomadas por se­
parado es renunciar a grandes revelaciones que un estudio más
general y más filosófico de la constitución de los órganos puede
conllevar. Después de descrito un animal, hay que volver a em ­
pezar por un segundo, luego por un tercero, es decir tantas veces
corno animales distintos haya. Para otros naturalistas existen otros
destinos; ellos abrevian de manera útil y sólo conocen con más
profundidad en tanto abrazan la organización en sus relaciones
más elevadas. Pues en ese caso, si se toman en cuenta todos los
desarrollos posibles, tanto de aquellos de una misma especie que
atraviesan las etapas de la vida, com o de aquellos de roda la serie
zoológica que se elevan gradualmente a la mayor com plicación
orgánica, se llega a un hecho simple, que es al mismo tiempo
la condición más general de la organización. Todo órgano se ve
reducido a la unidad de esencia y de capacidad para la incorpo­
ración de ciertos elementos. Un órgano simple, injertado sobre
otro del mismo orden, comienza los hechos de com plicación. El
hecho de que de inmediato lleguen otros varios, en su m om ento
preciso y por vías de sucesión y de generación, a rodear ese núcleo,
aumenta la suma de los primeros hechos, sin alterar el carácter de
su simplicidad. Pero además es e! mismo curso de desarrollo el
que se prosigue en un mismo círculo, satisfaciendo su tendencia
original. Pues no hay más que un único modo de formación para
engendrar los hechos orgánicos, sea que su acción, deteniéndose
prontam ente, dé a luz a los animales más simples, sea que esta
acción, perseverando hasta el extremo de su capacidad posible,
conduzca a la mayor complicación de los órganos. Efecrivamen-
te, no se podría hablar aquí de maravillas, sino de la acción del
tiempo, de progreso en la relación de menos a más.
Para este orden de consideraciones, ya no existen animales diver­
sos. Un único hecho los domina, el que aparece es como un único

27
Etienne Geoffivy Saint-Hilasre

ser. Él es, reside en la Animalidad; ser abstracto, tangible a través


de nuestros sentidos bajo figuras diversas. En efecto, sus formas
varían según se ordenen las condiciones de especial afinidad de las
moléculas ambientes que se incorporan con él. A la infinidad de
esas influencias, que modifican sin cesar los relieves en lo profundo
como así también en todos los puntos superficiales, corresponde
una infinidad de arreglos distintos, de donde provienen las variadas
e innumerables formas difundidas en el universo. Todas estas diver­
sidades están de este modo limitadas a ciertas estructuras, según e]
carácter de los excitantes, según que se desplacen o se vuelvan a unir a
los elementos. Pero además estos hechos de diversidad se reproducen
necesariamente, como si cada uno estuviera retenido y encerrado en
una tram a que no puede ni traspasar ni desbordar.
He aquí en qué océano de acciones, de alteraciones y de resistencias
se ejercen las facultades de la organización animal. Los cuerpos, los
elementos, su movimiento, la disposición actual y futura de todas
las cosas, he aquí la obra de Dios, sus dones por siempre concedidos.

La NaturaUza es b Uy que él ha dado al mundo^.

Esta manera de comprender la naturaleza, de considerarla como


la manifestación gloriosa de la potencia creadora, y de hallar en este
inmenso espectáculo de las cosas creadas motivos de admiración,*

* PcfiM iniecto profutitlo del poema L a Astronomía, obra pósnima del señor
D am . Poem a, ha dicho Lamartine, que tom a im portaneia en la A cadem ia fian eesa,
poem a que sólo e¡ pu blicado ayer, y que prom ete ilum inar su tum ba con e l rayo más
tardío, pero más brillante de su gloria.
El pasaje siguiente es la fuente y contiene el desarrollo de este pensamiento.
N aturam vero apello ¡egem Omnipotentes,
Suprem ique patris, quam prim á ab origine m undi
Cunctis imposuit rebus, jussitque tenerit
Inviolabiliter, dum m undi sócela manerent.
Marcel Palingen, Z odiaque de ¡a vie, liv. II.
28
Principios dtfU esofia zoológyca.

Je gratitud y de amor, constituyendo los vínculos y ios deberes de


ja humanidad respecto al amo y supremo legislador de los mundos,
no és menos respetuosa, creo, que la forma admitida en la lectora
g¡yd¿mica del 5 de abril. Yo debía contar con argumentos de na-
njralista a naturabsta: la argumentación ha devenido teológica’; el
efecto pretendido se produjo. Me abstendré de relatar aquí el juicio
que fue sostenido en el público.
Y en efecto, la palabra Naturaleza sólo es susceptible en los natu-
lalistas de una única interpretación: encuentran la acepción de esa
palabra, la creen dada, como codos los físicos, por el sentido de esta
fiase: Dios es el autory el amo de la Naturaleza. £n efecto la naturaleza
se enriende de la universalidad de las cosas creadas.
Después de esto, ¿cómo permitirse dar vuelta esta acepción clara
y precisa, para darle en el mismo escrito otro sentido, para hacer
jugar a la Naturaleza el rol de un ser inteligente, que no hace nada
en vano, que actúa por los medios más cortos, que jamás los excede
y hace todo para mejor?
Esta doble acepción es sin duda un recurso en una argumenra-
ción; pero a mi turno, hago uso de mi derecho, rechazando toda
aphcación ilegítima que se quisiera hacer de esta extensión, al evocar
y no aceptar más que la significación admitida en historia natural.
Es también eso lo que se había propuesto a través de esta otra
objeción, con fecha 2 2 de marzo. «Concluimos que vuestras pre-
rendidas identidades, que vuestros pretendidos análogos, si hubiera
en ellos la menor realidad, reducirían ía Naturaleza a ima suene de
esclavitud, en la que felizmente su autor está bien lejos de haberla
encadenado: no se entiende ya nada de los seres, ni en sí mismos, ni
en sus relaciones. El mundo es un enigma índescifiable.»

^ S é bien, ha dicho el barón Cuvier en sn memoria dcl 5 de abril, que para


ciertos espíritus, existe detrás d e esta teoría d e ¡os aatííogos, a l menos confusamente, otra
teoría muy antigua, rtfa a d a desde hace largo tiempo, pero que algunos alem anes han
reproducido en provecho del sistema panteístico, llam ado filo s o fa de ¡a naturaleza.
29
Etienne Geñffroy Saiitt-Nilaine

S i hubiera en ellos ¡a menor realidasL Es decir que si hubiera verdad


en el enunciado de la proposición, ¡no la rechazarían menos por ello!
Un hecho de hisuoria naniral, ¿no conforma siempre al naturalista?
¿Y qué? Nosotros podríamos, abandonándonos a nuestro juicio,
preferir ¡o m ejor a lo que es. Pero felicitarse de que la Naturaleza
haya escapado a una suerte de esclavitud es dar a entender que las
especulaciones de nuestra débil razón podrían entrar para algo, po­
drían contar como un correctivo en las disposiciones no obstante
tan admirables del universo.
Entiendo completamente de otro modo los deberes del natura­
lista; si él toma por bueno todo lo que es, si busca su conocimiento
a través de la observación y si lo expone sin frase destinada a llamar
la atención, se ha limitado al rol de un simple historiador de ios
hechos, rol del que le está prohibido salir alguna vez.
Ustedes repudian ciertas analogías por consideraciones de utilidad
en favor de la juventud. Es desplazar la cuestión. Esas analogías son
o no la justa expresión generalizada de observaciones particulares;
este es el único punto que a título de naturalistas estamos llama­
dos a apreciar. Verdaderas, aunque fuesen ellas mismas difíciles de
captar, les debemos amparo; falsas, aunque fueran de naturaleza de
facilitar los primeros pasos de la juventud, conviene rechazarlas. La
majestuosidad de las ciencias reside por entero en el respeto por la
verdad; y creo que es apartarse de ella argumentar por razonamientos
como éste:
«Sin duda es más cómodo para un estudiante en historia natural
creer que todo es uno, que todo es análogo, y que por un ser se puede
conocer a todos los demás: com o es más cómodo para un estudiante
de medicina creer que codas las enfermedades no hacen más que una
o dos*“ (argumento con fecha 2 2 de marzo).»

Por mi cu en u , comprometo a los alumnos de medicina a atenerse a ia


enseñanza que reciben acntalmente; pues si Ira hiciera falta retroceder hasta
30
Principioi defiloíofia zoológica.

que hace fídta a los estudiantes, tanto como a los sabios de


profesión, es ser en la s^rdad. Todo el valor de las ciencias está allí:
(oda buena filosofía descansa sobre esre axioma.
Investigaciones proseguidas con constancia y largo tiempo madu­
radas sobre las analogías de los seres no tienden a hacer del mundo
¡«» enigma indescijrablel
En definitiva, en las réplicas por las cuales voy a responder a las
argumentaciones que me han sido opuestas, no me ocuparé más
que de lo que importa a todos, de la ciencia. Nunca de la astucia,
siempre de la rectitud, la conciencia de los hechos, el cuidado en su
narración, una convicción perfecta en su agrupamiento, un trabajo
sostenido; he aquí lo que será, lo que se encontrará, así lo espero,
en esta primera publicación y en las siguientes.
Pueda finalmente, al término de esta obra, haber adquirido el
derecho de poner mi firma ordinaria, esa última palabra que expresa
al menos los sentimientos que me animan y me sostienen en mis
búsquedas; utilitati.

París, en el Jardín del Rey, 15 de abril de 1830.

Nota: Doy una fecha a este primer artículo, la del día en que fue
entregado a la impresión. Aunque consolado a aclarar un punto de la
controversia, en a n to discursoprelimimr, resume algunas partes de ella.

la nosología de los salvajes, no podrían satisfeccr a esas miles de enfermedades


disringuidas por este pracricame.

31
Sobre la necesidad
de escritos impresos
Para reemplazar las comunicaciones verbales
por este modo de comunicación,
en las cuestiones en controversia.

Había urgencia; era preciso lo mas temprano posible hacer cesar


■Duestros sucesivos alegatos, y yo he recurrido a la impresión de un
ifólleto en el cual anuncié que de ahora en adelante no trataría tos
, ^ a s de controversia más que empleando la vía de la prensa. Mi
feUeto distribuido el 5 de abril de 1830 a todos los miembros de
la Academia real de las ciencias, expresaba mi pensamiento en los
Orminos siguientes, que reproduzco textualmente;

M e encuentro a mi pesar comprometido en una polémica con el


señor barón Cuvier sobre los puntos fundamentales de la ciencia de
4a organización: de su lado, mi sabio co l^ a cestimonia estar también
fetigado por ello y afligido como yo. En estas circunstancias, a m i^ s
de ambos, nuestros colegas hablan de intervenir; ellos creen que es
tiempo de detener esta lucha de opiniones que chocan en sucesivos
alegatos: en efecto ella podría volverse aún más viva, y comprome-

33

éÉm
Sobre la necesidad
de escritos impresos
Para reemplazar las comunicaciones verbales
por este modo de comunicación,
en las cuestiones en controversia.

Había urgencia; era preciso lo mas temprano posible hacer cesar


■Duestros sucesivos alegatos, y yo he recurrido a la impresión de un
ifólleto en el cual anuncié que de ahora en adelante no trataría tos
, ^ a s de controversia más que empleando la vía de la prensa. Mi
feUeto distribuido el 5 de abril de 1830 a todos los miembros de
la Academia real de las ciencias, expresaba mi pensamiento en los
Orminos siguientes, que reproduzco textualmente;

M e encuentro a mi pesar comprometido en una polémica con el


señor barón Cuvier sobre los puntos fundamentales de la ciencia de
4a organización: de su lado, mi sabio co l^ a cestimonia estar también
fetigado por ello y afligido como yo. En estas circunstancias, a m i^ s
de ambos, nuestros colegas hablan de intervenir; ellos creen que es
tiempo de detener esta lucha de opiniones que chocan en sucesivos
alegatos: en efecto ella podría volverse aún más viva, y comprome-

33

éÉm
Eríerme Geojfroy Saint-Hilaire

ter finalmente relaciones de amistad tan antiguas, y fundadas sobre


favores y una estima recíprocos.
Algunas personas han imaginado y dicen que nuestro disentimien­
to se sostiene principalmente sobre la oscuridad y una confusión de
términos mal definidos, que las menores concesiones harían fácil­
mente desaparecer. Se equivocan en eso: hay en el fondo de las cosas
un hecho grande, esencial, ciertamente fundamental, que da un alma
a la historia natural, y que llama desde entonces a las generalidades
de esta ciencia a devenir la primera de las filosofías.
Describir siempre sin hacer desembocar las descripciones en
una utilidad práctica; se trata de un pasado al que la tendencia de
los espíritus exige actualmente garantizar el porvenir. Considera­
ciones especiales abundan en exceso; mostremos reconocimiento
para aquellos que nos han preparado las vías, pero por otra parte
disfrutem os de tantos tesoros acumulados. Los progresos del
pensamiento público redam an que hoy los hechos se empleen,
principalmente para conocerlos en sus relaciones. Hagamos ciencia
verdaderamente.
Así, tendría que perseveraren la defensa de mis ideas atacadas,
de una doctrina que un sentimiento de íntima convicción me
dice que es necesario producir, incluso en la actualidad; pero
esto que me parece bajo cualquier modo preferible, puedo ha­
cerlo por medios más inofensivos. Pues continuar nuestra lucha
apasionaá-a sería acarrear más el descrédito de la ciencia que el
triunfo de la verdad.
Prefiriendo recurrir a la vía de la publicidad impresa, nuestra
discusión será debatida frente a los hombres más esclarecidos sobre
la materia: me dirijo así a los únicos jueces que pueden conocer con
lina competencia plena algunos puntos actualmente en litigio. De
esta manera, no puedo más que esperar con respeto una suprema
decisión de ese alto tribunal.

34
Principíús fUfilo s t^ woiógica.

Hora; Cuando hace quince días escribía este último párrafo de


jn¡ folleto, nó ignoraba lo que en Alemania y en Edímbui^o se
piensa de las nuevas teorías de la semejanza filosófica de los seres.
;iyí/ nosotros somos superados, allí se prosigue sin descanso, con
¿ouvicción, con una perfecta confianza en el éxito, lo que nosotros
intentamos en Francia con tanta reserva, sin duda con demasiada
rimidez. Hay movimiento general, arrastre decidido de los espíritus
hacia esas doctrinas que son finalmente comprendidas. Y ciertamente
«ría injusto si lo desconociera. Es igual en Francia, donde algunos
célebres maestros se comprometen a ello; tales como la enseñanza
de la anatomía en Montpellíer (profesor Dnbrueil), la de la historia
natural de los animales en Estrasburgo (profesor Duvemoy), etc.
Pero hay más; mientras que estas cuestiones eran agitadas con
un estrépito tan grande en París, y en el seno de la Academia de las
Qiencias, mientras se recomendaba allí con tanta vehemencia resistir
al torrente, defenderse de la irrupción de las nuevas ideas, fue en
ese mismo momento que en París, en el seno de la Academia de las
Ciencias, hizo falta recibir esta lección severa de que el dique que se
había querido imponer sería decididamente impotente. La anatomía
zoológica, consolidada en la actualidad por otros principios, no puede
ser reconducida a las tradiciones del pasado.
Y en efecto, trabajos concebidos y proseguidos en el espíritu
de la nueva escuela, maduramente reflexivos, y sobre todo ajenos
a la presente controversia -pues ellos habían comenzado algunos
meses an tes- acaban de ser comunicados a !a Academia: han sido
enviados allí, no en tanto ligados, siquiera de forma indireaa, a
nuestros debates, sino como llamados de una manera necesaria por
el desarrollo de las facultades humanas, llamados por consiguiente
en el día señalado por los progresos de la ciencia. Ahora bien, en
la coyuntura actual es un hecho sin dudas muy curioso, y es pata
que no seamos sorprendidos que lo señalo, y que hago conocer su
principal circunstancia,

35
E íífm te G roffioy Saint-HUaire__________ ___________________________ ___________

El d o a o r Mitne Edwards acaba de presentar (abril de 1830)


a la Academia real de las ciencias un trabajo extenso Sobre k or-
ganim eión de la boca en ¡os crttstdceos suedonadores. Este informe,
comunicado desde hace seis meses a algunos amigos, no estuvo en
principio destinado, p»or su autor, a tomar importancia y partido
en la controversia actual; pero se ha ligado a ella por su forma, sus
expresiones y su tendencia general. Dice el autor: «Se conocen dos
grupos principales de crustáceos, los crustáceos de vida errante que
tienen la boca munida de órganos masticado res fuertes y cortantes,
y los crustáceos que viven en parásitos, cuya boca está destinada a
dar paso a los líquidos. Es entonces en apariencia una estructura
completamente diferente: para el ojo que observa, es el espectáculo
de dos planes de composición animal. Aquí, la boca está rodeada
de quijadas y de mandíbulas cortantes; allí, se ha alargado conside­
rablemente y, devenida tubular, se transforma en chupadora». La
conclusión del informe es que la composición orgánica descrita ha
permanecido siempre analógica. Los mismos elementos constituye?nes
son encontrados en uno y el otro caso; es una tendencia notable a la
uniform idad de composición.
El señor Savigny había presentado un trabajo similar y dado la
misma demostración respecto de los insectos.
Las comparaciones del trabajo del señor Edwards son perfecta­
mente llevadas a término, las relaciones son deducidas con certeza,
y su demostración es completa.
¿Cómo podrá la argumentación dirigida contra las analogías de
la organización, persistiendo en los fines de su tesis, aceptar estos
resultados que, no puedo dudar de ello, les parecerán ciertos? Creo
oír esta respuesta: «Es en las ramificaciones de los animales articu­
lados, y mejor, es en una misma clase de esta ramificación, la de los
crustáceos, que han sido estudiadas esas bocas irreconocibles en su
excesiva metamorfosis: desde entonces han p>odido ser reducidas, por
un esfuerzo de sagacidad, a una conformación común; pero lo que

36
Principios de JU osojie zoaldgica.

en rigor es posible entre senes de una misma ramificación presenta


una dificultad inconmensurable si la comparación es intentada entre
animales que pertenecen a dos ramas muy diferentes.»
Esto me recuerda los cuidados que en 1795 un militar, de los gra­
dos superiores antes de 1789, se tomaba frente a mi para demostrar a
algunos amigos que el ejército de Sambre-Meuse*' intentaría en vano
atravesar el Rhin de cara a Dusseldorf. «En efeao, ¡qué obstáculos!
El ancho del río, las dificultades de los lugares, las fortificaciones de
la ciudad, baterías de defensa, etc. ¿Quién osaría entraren lucha? No
serán sin duda las masas indisciplinadas expandidas sobre la rivera
izquierda, bandas dirigidas por desconocidos salidos de la muche­
dumbre, por hombres de poca monta, que se llaman jourdan, Cléber,
Bernadotte, Champíonnet, etc. Inténtese, en el momento justo, de
cara al enemigo, el paso de algunos ríos del interior del país, esto
es para constituir hechos de armas remarcables. Pero atreverse con
tan grandes ríos como el Rhin es remetídad, es locura.» Mientras
tales discursos eran sostenidos en París, el Riitn era franqueado y la
dudad de Dusseldorf ocupada por los franceses. Se le había dicho a
las personas simples, y ellos lo creyeron; pero hombres de un fuerte
espíritu negaban que eso fuese posible.
Parece que, en cuanto a las investigaciones de la analogía de los
órganos, se aceptarán algunas expediciones, calculadas en la medida
de responder al paso de los pequeños ríos, pero que por otra parte
se prohibirá, no solamente por excesivamente peligrosa, sino como
deddidamente imposible, toda otra expedición equivalente a la
travesía militar de un rio tan grande como el Rhin.
¡Es tan grande ese intervalo entre sus términos extremos, tan imponente
el hiato entre lasfamilias de abajo y las de arriba en la escala zoológica!

Ejército liderado por Jourdan, t¡uc en el marco de las guerras revolucionarias


francesas libró !a batalla de fleurus (1794) permitiendo a su triunfo la entrada de
Prancia en los Países Bajos, (N, d eT.)

37
Reporte sobre
la organización de los moluscos
hecho a la Academia Real de las Ciencias,

(Sesión del 15 de febrero de 1 8 3 0 )

1° Sobre este Reporte, en tanto ha hecho nacer la controversia.

¿Comencé realmente yo las hostilidades? ¿Y en qué medida? Este


punto me ha parecido excirar de hecho alguna curiosidad; se desea
entonces una explicación. La voy a dar publicando textualmente
el escrito por el que la susceptibilidad del señor barón Cuvier se
o&ndió, y que fiie, por su parte, segpido el 15 de febrero por una
improvisación ardiente tanto como amarga.
Dos anatomistas, los señores Laurencet y Meyranx, estaban ins­
criptos desde hace seis meses para hacer una lectura en Ja Academia.
A fin de que me dedicase a hacerles obrener un tum o de íávor, habían
deseado que yo tomara conocimiento del tema y dei interés de su
informe; pero cansados de esperar terminaron por pedir al presidente
de la Academia que hiciera examinar su escrito. El señor LatreiUe
y yo fuimos encargados para ello. Desde la mañana siguiente, el 9

39
Reporte sobre
la organización de los moluscos
hecho a la Academia Real de las Ciencias,

(Sesión del 15 de febrero de 1 8 3 0 )

1° Sobre este Reporte, en tanto ha hecho nacer la controversia.

¿Comencé realmente yo las hostilidades? ¿Y en qué medida? Este


punto me ha parecido excirar de hecho alguna curiosidad; se desea
entonces una explicación. La voy a dar publicando textualmente
el escrito por el que la susceptibilidad del señor barón Cuvier se
o&ndió, y que fiie, por su parte, segpido el 15 de febrero por una
improvisación ardiente tanto como amarga.
Dos anatomistas, los señores Laurencet y Meyranx, estaban ins­
criptos desde hace seis meses para hacer una lectura en Ja Academia.
A fin de que me dedicase a hacerles obrener un tum o de íávor, habían
deseado que yo tomara conocimiento del tema y dei interés de su
informe; pero cansados de esperar terminaron por pedir al presidente
de la Academia que hiciera examinar su escrito. El señor LatreiUe
y yo fuimos encargados para ello. Desde la mañana siguiente, el 9

39
Etim nf Gtoffray Saint-Hiiairc

de febrero, los autores ven a uno de sus comisionados: ellos están


encantados de enterarse que yo he terminado un trabajo muy largo
y que, hallándome libre de pasar a otro, tengo tiempo para tomar
conocimiento de sus investigaáones. Los días siguientes observamos,
disecamos juntos; y para no tener que volver allí más tarde cuando
estuviese entregado a otras preocupaciones, escribí enseguida el re­
pone, cuyas ideas acababa de recoger. Por consiguiente sí ese reporte
file hecho en el intervalo de una sesión a la otra, no hubo en lo que
me Qoncicrne precipitación, sino conveniencia en relación a las horas
que yo podía dedicar a esos trabajos.
Para explicar cómo las investigaciones de los señores Laurencet y
Meyranx llegaron a labora señalada, según las necesidades de nuestra
época, dije en cuanto a los hechos en cuestión lo que históricamente
había sido establecido con buena fortuna. Donde yo había creído
situar los elementos de un elogio, el señor barón Cuvier vio una
alusión y la intención de ofenderlo. No menos sorprendido que
afligido por su comentario, protesté que eso había estado lejos de
mi pensamiento; y en este momento pongo toda la sinceridad de la
que soy capaz en declararlo de nuevo. Ofrecí cxin amistad a mi sabio
colega suprimir o todo el Reporte o algunas partes a su elección. El
acepto mis ofrecimientos en cuanto a un folio que hice desaparecer
de inmediato; y el barón Cuvier fue él primero en reclamar la puesta
3 votación del Reporte.
He aquiesce Reporte, tal como la Academia lo ha adoptado. Qui­
zás se note allí el calor que conserva por el ejercicio de la convicción;
pero en ninguna parte me vanaglorio por ello, en ningiuna parte se
podrá descubrir allí envidiosa hostilidad.

40
Principios áe filo so jia zoológica.

2 ° Partes del Reportepuestas en discusióny adoptadaspor la Academia.

El lunes último, ustedes han recibido de los señores Laurencet


Y Meyrarix un primer informe sobre los moluscos, llevando por
título: Algunas consideraciones sobre la organización de los moluscos.
0 señor Latreille y yo, a quienes han comisionado esta diligencia,
vamos a dar cuenta de él. Algunas consideraciones; título vago, pero
probablemente sin color por exceso de modestia, puesto que pro-
inetíendo apenas nuevos esfuerzos después de viejas investigaciones,
este título no hace más que contrastar aún más con los resultados
que los autores se vanaglorian de haber obtenido. Efectivamente,
si las pretensiones confesadas son fundadas, lo que estos autores
habrían encontrado es orden donde sus antecesores no habrían
percibido, según su propio testimonio, más que confusión: es la
llave de una organización descrita, pero aún no comprendida en
su composición: es ía semejanza filosófica de organismos reducidos
3 una medida común, y que hasta aquí los maestros de la ciencia
habían señalado solamente com o fuera de lugar, como inasibles;
io que remitía a decir, en ese caso, que la ley de estas existencias
paradojales descansaba sobre un esrado constante de monstruosi­
dades aún no explicadas.
Sin embargo, si tales eran las dificultades dei tema, ¿cómo los
señores Laurencet y Meyranx, luego de cantos ensayos estériles, de
meditaciones itifmctuosas, se han decidido a abordar estas cuestio­
nes? Los descubrimientos, cualesquiera sean, para ser comprendidos
y apreciados, exigen explicaciones preliminares: también se vuelve
necesario ofrecer todas las vías, decir las ideas intermediarias en las
cuales el espíritu llega a comprometerse. Se trata, de parte del inven­
tor, de tomar la precaución de introducir a cada uno en el secreto
de sus nuevos procedimientos: de dirigirse, a través de una revisión
de los elementos, a la sagacidad y a las luces del verdadero juez en
todas las cosas, e! Público.

41
E tím ne Geoffivy Saint~HilaÍTí

La importancia de la cuestión tratada, aiin más que el deber que


ustedes nos ha impuesto, prescribe a sus comisionados a actuar en
esta circunstancia de la misma manera.
En efecto, ¿qué precedentes eran favorables a los autores para que
les concediéramos nuestra confianza en el punto que anunciaban
haber examinado? ¿En qué consisten los primeros trabajos que ya
habían publicado? En simples ensayos, es preciso decirlo, pero que,
en verdad, se refieren a los más imponantes sistemas de organización,
como el cerebro y la médula espinal. No obstante si en un momento
esos ensayos han fijado la atención pública, ¿no la habrían ocupado
mucho más por la singularidad que los caracteriza que por su ver­
dadera originalidad?
Sin embargo no era ese su único punto de partida. Hemos visto,
de manos de los señores Laurencet y Meyranx, un gran número de
dibujos ya litografiados y listos para una próxima publicación, que
representan hechos nuevos de anatomía. Estos señores los estiman
en 3 0 0 0 figuras, y este número no es sin dudas exagerado. Ahora
bien, estos dibujos conciernen a las dificultades de la ciencia: pues
dan a luz la zootomía de muchos animales del medio y de los últimos
lugares de la serie zoológica, tales com o salamandras, peces, crus­
táceos, insectos, pero sobre todo la anatomía de algunos moluscos.
¿Qué otra reflexión nos dispone también favorablemente? En to­
dos los trabajos del espíritu, es una hora propicia para que ellos sean
concebidos, desarrollados y madurados. Antes de nuestros jóvenes
autores, actuábamos muchas veces instintivamente. El talento del
zootomista, cualquiera fuese su potencia, no tenía bajo los ojos más
que formas extrañas; él estaba obsesionado por ellas y esos motivos
de inspiración necesariamente lo arrastraban.
Así, por ejemplo, uno de los cefalópodos, una sepia, tenía su cu­
bierta vivamente coloreada y las otras panes del cuerpo blanquecinas
y como privadas de insolación; para un observador sin doctrina, allí
estaba la espalda, aquí el vientre. Quizás esto era pronunciarse de

42
I, I
Príjicipios íU ’fiiosopa zooló^ca.

modo preciso sobre la situación del animal moviéndose en su mundo


^ terior. Sin embargo, ¿qué habría garantizado esta determinación
jespecro a la superposición y a la relación de las partes orgánicas del
ser en sí mismo? Pero eso no era objeto de pregunta en otro tiempo.
Eso se ha vuelto más tarde objeto de pregunta, en pardcular
para los señores Laurencet y Meyranx, Ellos han confiado en u n a
guía que estaba en la ciencia, en im método de determinación que
ofrece sus principios para producir las inspiraciones y las revelacio­
nes deseables, que promete la autoridad de sus éxitos pasados para
dirigirse bien en los juicios a hacer intervenir; de suerte que a frvor
de la marcha prescrita por el nuevo método, las Investigaciones son
instantáneamente científicas.
En otro tiempo uno observaba, diseccionaba un animal, luego otro,
luego un tercero, etc; y el único a priori que servía ai espíritu era la
idea de buscar, de observar, de comparar; entonces se tenía suerte sí de
esos esfuerzos salían algunos puntos comunes, siendo adquiridos de
modo claro. Uno corría, al azar, con la chance de elevarse al carácter
de una proposición general; pero en la actualidad, con el auxilio del
nuevo método de determinación, esos importantes resultados de la
ciencia llegan ai mismo tiempo que se prosigue la investigación de los
hechos generadores. Así, en otro tiempo, era buena fortuna encontrar
procedimientos de una mayor eficacia, mientras que hoy en día se llega
sin dudar sobre el fondo mismo de las cuestiones.
A través de las reflexiones precedentes, no hemos tenido en vista
rebajar el mérito del trabajo que estamos encargados de examinan
sino hacer nacer en los espíritus una opinión que le sea favorable,
al recordar cómo los autores se han ayudado de todo lo que existe
actualmente en la ciencia.
Les debemos tanto más ese apoyo en cuanto que uno de nosotros,
el señor Latreille, había buscado por su parte en 1823 levantar tam­
bién el velo que hasta ese día habían ocultado las relaciones que denen
ciertos moluscos con algunos animales de las clases superiores; y en

43
Etíftme Geoffroy Saint-MiUtirs

efecto el señor Latreille ha colocado un trabajo, que parece ignorado


por los señores Laurencet y Meyranx, en el primer volumen de las
Memorias de la Sociedad de historia namral de París. Ese trabajo
leído el 14 de marzo de 1823 tiene por u'tulo; D e la organización
exterior de los cefalópodos comparada con la de diversos peces. En pro­
posiciones muy resumidas están contenidas cuatro vistas de informe.
Expuesto esto, pasamos a las consideraciones contenidas en el
informe de los señores Laurencet y Meyranx. Estos hábiles anato­
mistas, creyéndose suficientemente preparados e informados por
las investigaciones que atestiguan las numerosas figuras de las que
hemos hablado, y que ellos consideran como formando ya una suerte
de redacción de sus visiones, se han dado como hechos generales las
siguientes proposiciones:
1° Todo molusco presenta, bajo una envoltura más o menos des­
provista de partes sólidas y de aparatos sensitivos ligados a ellas, un
sistema vegetativo que recuerda al de uno o varios animales superiores.
2 “ Las visceras que componen estos aparatos están situadas en las
mismas conexiones que en los animales superiores, y sus funciones se
ejecutan alli por un mecanismo y órganos motores similares.
3 ° Las conexiones señaladas como invertidas sólo lo están en
apariencia: la clave para recobrar la invariable persistencia es pro­
porcionada por ia consideración del hecho de que el tronco de los
moluscos, que conserva en otra parte una situación longitudinal, se
encuentra por el contrario doblado hada su parte media, y de que
las dos porciones intercambiadas, soldadas entre sí, están invenidas
una vez sobre lo que se llama la cara ventral y otra sobre la cara
llamada dorsal.
4 ° Los orificios de los que se trata se revelan al exterior por la
posición respectiva de los mismos.
5° Por último, que en el caso de parres resistentes y metidas en
ia dermis, esas masas terrosas son también comparables a ciertas
porciones óseas en los animales vertebrados.

44
Pñnápios defihsafia zoológica.

Queriendo dar la justificación de estas visiones teóricas, los señores


laurencet y Meyranx hacen su aplicación al orden de los cefalópodos,
e incluso, para ofrecer más nítidamente su pensamiento, a una de las
especies en panicular, a la sepia llamada sepia officinalis.
Todos conocen la sepia; es preciso, imitando en esto a los señores
Laurencet y Meyranx, evitar describirla con términos tomados de la
organización de las otras familias, en tanto esos términos dan lugar
a falsas acepciones. Un gran saco aplanado, de fondo circular, que
presenta una ancha entrada de bordes recortados, y compuesto de
dos superficies, una vivamente teñida y ligeramente convexa, y la
otra blanca y chata, forman la parte principal de este animal. De ia
entrada dei gran saco, y como del fondo de un embudo, sale una
masa redondeada, la cual comienza por un cuello estrecho y termina
en ocho remáculos carnosos. En el centro de estos apéndices está el
orificio bucal, provisto de un pico como el de los loros; luego detrás
y sobre los lados hay dos ojos grandes. La parte redondeada que sale
del truncamiento del saco está determinada, para todos los sabios,
como formando la cabeza del animal; y en vista de que los medios
de locomoción, que consisten principalmente en los tentáculos de
los que acabamos de hablar, están distribuidos alrededor de la boca,
y por consiguiente hacia la pane terminal de la cabeza, la sepia y sus
análogos que poseen el mismo modo de progresión y que se encuen­
tran caracterizados por esta singularidad, son llamados cefalópodos.,
o pies en cabeza', denominación que se debe al señor barón Cuvier,
y que él impuso a esta familia, al tiempo que lanzo los primeros
ftindamentos de su gloria zoológica, es decir cuando hizo salir de
un caos informe las clasificaciones de los moluscos, tan justamente
admiradas y muy pronto adoptadas por la Europa sabia.
Sin embargo, lo que caracteriza a la sepia, en tanto especialidad y
singularidad, es de hecho este punto; que es un animal blando, o, de
otro modo, que es un ser perteneciente a ese grado de las formaciones
orgánicas a los que una detención de desarrollo habría confinado a

45
Ettenne G io^ cy Saim -H tisire

ese primer índice de potencia vital. Todas esas circunsrandas tienen


por efecto que las secreciones no produzcan moléculas salinas - o a]
menos que las produzcan p o co - para convertirse, a consecuencia de
las disposiciones de la organización animal, en otras tantas moléculas
óseas: al menos lo hacen poco, hemos dicho; pues se conoce el hueso
de la sepia. Planteado esto, el plegamiento anunciado por nuestros
autores puede ser considerado como posible.
Pero este plegamiento, ¿estaría felizmente explicado, en su propia
disposición, por un pensamiento com o el que sigue presentado por
nuestros autores? «La primera idea que hace nacer la situación extraña
y anormal de los cefalópodos que tienen la cloaca aplicada sobre la
nuca, es que esos animales marchan y nadan presentando la coro­
nilla sea a la tierra, sea hacia el fondo de las aguas, y que todos sus
órganos que presentan analogías con los de los animales superiores,
están dispuestos sobre un plan que nosotros creemos poder traducir
por esta fórmula muy simple; Figtirém om s «n anim al vertebrado que
marcha sobre la cabeza; seria absolutamente la posición de uno de esos
saltimbanquis que dan vuelta sm espaldas y su cabeza hacia atrás para
marchar sobre sus manos y sus pie$\ pues entonces la extremidad de la
pelvis del animal, en esa inversión, se enconrraría aplicada sobre la
parte posterior del cuello.»
N o tomamos esto más que para una imagen que produce una pri­
mera y grosera explicación; pues de otro modo esta comparación nos
llevaría, por una consecuencia completamente natural, hacia falsas
analogías. Así, por ejemplo, a causa de una fundón completamente
semejante, seríamos llevados a creer reduddas a las mismas reladones,
a la misma esencia de organización, los tentáculos de !a sepia y los
miembros de los animales superiores, cuando esos tentáculos sólo
representan, según la determinadón que de ellos ha dado uno de
nosotros, el señor Latreille, en su ya citado informe, las barbillas que
rodean la boca de los siluros. No sería por consiguiente en la sepia
que ese mismo aparato, llevado al máximo de su desarrollo posible,

46
Principios de filosofía ssaolófica.

adquiriría, por el beneficio de su mayor volumen, funciones más


jiumérosas y más imporrantes.
Un punro sobre el cual nuestros autores se han fijado sabiamente
gs haber preferido las indicaciones del principio de las conexiones
3 ja consideración de las formas, fugitivas de un animal al otro, y
malas consejeras para comparaciones filosóficas; y en efecto, es en
el e s p íritu de esta filosofía que los señores Laurencet y Meyranx han
prestado una gran atención a la situación del diafragma. Ellos llaman
de este modo a una lámina muscular extensa, cuadrangular, ubicada
paralelamente a la cubierta, pegada sobre los lados, la cual ocupa la
je^ón central de las visceras. Según estos autores, las visceras contor­
nean el borde posterior del diafiragma, y están expandidas así sobre
las dos superficies, que ellos llaman, en razón de esta circunstancia,
a una cara gástrica, y a la otra, cara branquial. Añaden: «los pilares
de ese músculo central son reconocidos prontamente, bordeando el
esófago, quizás incluso los músculos psoas, que serían reconocidos
en dos fuertes cordones musculares, en el fondo del gran saco, donde
ocupan una posición lateral y posterior.»
Este estudio del diafragma ya era algo muy útil, pero se podía y
sin dudas se debía hacer más; pues si este músculo fuera realmente
adquirido con exactitud como determinación, sería preciso que se
volviera en primer lugar un punto de partida único para todas las
otras determinaciones deseables; sería preciso, empleando el hilo
usual y tan felizmente director, el principio de las conexiones, aca­
bar por reconocer allí y por agrupar metódií^mente alrededor del
diafragma todos los otros aparatos que se relacionan con él por su
superposición y el concierto de sus funciones.
¿Nuestros autores no habrían hecho entonces aún lo suficiente
para el establecimiento de su tesis? Quizás. Pero ai menos nos saiis-
fiice que se hayan comprometido tan hábilmente a ello; su trabajo
vuelve a colocar la mandíbula en su posición natural; se las había
dicho puestas al revés. Ellos ven en el anillo cartilaginoso del cuello

47
Etimnf Geoffroy Sdint^Hiláirt

los elementos de un hioides, y elementos de una pelvis en ciertos


estiletes también cartilaginosos que rodean la base del embudo.
Nosotros no seguiremos más a los señores Laurencet y Mcyranx
en sus ensayos de determinación: nos corresponde, en una materia
tan seria, mantenernos en reserva, y no insistir, en un primer reporte,
más que sobre el grado más o menos probable de justeza de sus vistas,
Y en efecto, cóm o no creer en alguna similitud de organización,
cuando en los mismos tegumentos se encuentran encerrados órganos
tan elevados por su estructura como lo son dos corazones venosos y
un tercero arterial, un conjunto perfectamente regular de branquias,
materia medular concentrada principalmente por delante del cuello,
un hígado muy extenso, quizás un bazo, si se admite la conjetura
de Meckel, pero con más verosimilimd, al decir de los autores, un
aparato de vasos que secretan orina, los cuales consistirían -co n ti­
núan ellos—en un tejido esponjoso servido por un canal excretor,
prolongado y abierto en la cloaca. Además se encuentran igualmente
asociados y alojados juntos todo un aparato intestinal, un pico cons­
truido como el de Jos loros, el esófago, todos los órganos generarivos,
que repiten, aproximadamente, a los de los peces; ¿se pueden decir
muchas c o ^ para establecer que se trata de un conjunto entrelaza­
do y combinado de un modo completamente distinto? Para probar
esta proposición, es decir para demostrar que se trata solamente de
un hecho de gran, de muy asombrosa anomalía, habría que hacer
mucho más que para sostener la tesis contraria. Pues sería preciso
admitir que esos órganos, que sólo pueden existir en tanto qué en­
gendrados unos por otros y a causa de la conveniencia recíproca de
las acciones nerviosas y circulatorias, renunciarían a pertenecerse,
a estar en acuerdo conjunto. Ahora bien, semejante hipótesis no es
admisible, desde el momento en que ia vida cesa si ya no adste ar­
monía entre los órganos: entonces ya no hay animal, nada de animal.
Pero si por el contrario la vida persiste es porque todos los órganos
han permanecido en sus habituales e inevitables relaciones, porque

48
Principws de fih sajia zMUgica,

actúan entre sí como lo hacen de ordinario; luego, de consecuencia


en consecuencia, sucede que están encadenados por el mismo orden
¿c formación, sometidos a la misma regla, y que, como todo io que
c5 composición animal, no podrían escapar a las consecuencias de
la ley universal de la naturaieca, la unidad de composición orgánica,
I/js señores Laurencet y Meyranx han sabido apreciar las nece­
sidades de la ciencia, puesto que han intentado disminuir el hiato
señalado entre ios cefalópodos y los animales superiores. Sin duda
no han esperado a llegar de entrada a un resultado completamente
satisfactorio; pero se Ies debe al menos la justicia de decir que in­
tentan con fomina abrirse camino, y que incluso lo han recorrido
en algunos de sus senderos. Su idea madre es Ingeniosa: y s¡ uno
acepta considerar su trabajo como interesantes estudios para servir
a la historia natural de los animales moluscos, a ese título su infor­
me nos parece digno de ser insertado en la selección de los sabios
catranjeros. Nosotros tenemos el honor de hacer esta proposición
a la Academia.

Firmado; LatreíUe, Geoffroy Saint-Htlaire,


relatores.

3 " P ane del Reporte leída, retirada, pero reproducida literalmente


en la actualidad.

La disputa a propósito de este Repone había parecido a la Acade­


mia, a los asistentes, y al mismo Cuvicr, agotada por mis amistosas
explicaciones, por mi fácil concesión y por la supresión aceptada
de una parte de mi escrito. Algunos consejos hicieron cambiar más
tarde esas primeras disposiciones.
El señor Qivier, a través de su argumentación del 22 de febrero,
ha vuelto entonces sobre sus primeras impresiones. Ha dicho: «El

49
Etiertne Gtfffioy Saint-Hi^ire

señor Geoffroy Saint-Hilaire ha tomado con avidez las nuevas vi­


siones de los señores Laurencet y Mcyranx; ha anunciado que ellas
Tefutmi campletamenPe todo lo que yo había dicho sobre la distancia
que separa a los moluscos y a los vertebrados, etc.»
No se han encontrado, sin dudas, los elementos de un senti­
miento tan agrio en mi Reporte impreso más arriba: no se los
encontrará tampoco en el fragmento de ese mismo Reporte que yo
había leído, y cuya supresión me había apresurado a admitir. Sin
embargo me importa que esté bien convencido; lo que me obliga
a recurrir a ese fragmento que había conservado, y que ofrezco
literalmente como sigue.
Esta parte suprimida del Reporte estaba simada a continuación
de las palabras La unidad de composición orgánica.

«Sin embargo, hemos podido, y sin duda debido producir al


comienzo del siglo XDC, una filosofía totalmente contraría. En un
fragmento rico en hechos, potente y desbordante de saber y de saga­
cidad, se enumeran todos los casos de diferencia, caraaerísticos de
los cefalópodos, que se consideran como llevando a la consecuencia
de que no hay punto de semejanza al respecto, no hay analogía de
disposición en la repetición de los mismos órganos. Aquel escrito
rermina así; En una palabra, vemos aqui, sea lo quesea que hayan dicho
Bonnety sus secuaces, a la Naturaleza pasar de un pian a otro, hacer un
todo, dejar un hiato manifiesto entre susproducciones. Los cefalópodos no
son el pasaje de nada: no son resultados del desarrollo de otros animales,
y su propio desarrollo no ha producido nada superior a ellos.
No nos confundamos sobre el sentido de estas palabras, prin­
cipalmente sobre el motivo que nos hizo recurrir a esta cita. La
ciencia ya era entonces lo que le corresponde ser en cualquier
época de su cultivo, filosófica, amplía, progresiva: pero ella sólo
apuntaba todavía a una única meta, la de una zoología por fundar
o al menos por perfeccionar; y es precisamente debido a que entre

50
Principios d f jilosofia znoUgica.

1795 y iSOf* alcanzó por fortuna dicha meta, siempre fiel al carác­
ter de su esencia, a sus necesidades de expandirse y de conquistar
3 través de perfeccionamientos, que en el presente persigue otra,
la cual se halla situada más allá de la primera. Efectivamente, su
objeto hoy en día, sus mayores necesidades actuales, en tazón del
^trenam iento de los espíritus, son el conocimiento de la semejanza
filosófica de los seres.
De este modo la zoología habrá exigido en principio el mayor
rigor en las clasificaciones: en beneficio de estas, ha debido comen­
zar con mano segura sobre los hechos desemejantes. Efectivamente,
intentar introducir más precisión en las distinciones caraaerísricas
era proponerse presentar con más brillo y fortuna el Cuadro ddreino
animal, todo lo que han producido de más grande y de más impo­
nente para la filosofía la recensión y el registro de las producciones
de la naturaleza. Añadiremos que no es frente a esta Academia que
es necesario evocar que tal empresa ha devenido a la vez una obra
Jrancesa y uno de los mayores éxitos de nuestra época. Pero siempre
es verdad que el comienzo dei siglo X IX seguirá siendo señalable
por esta tendencia en los estudios, por la preferencia que fiie dada
b ro n ce s a la investigación de las diferencia.s.iy

Ahora comprometo al lector a hacer el esfuerzo por sopesar el


valor de estas expresiones que yo he evocado sin modificarías, y
pronunciarse.
Esa frase, transcrita de un viejo escrito, y donde las opiniones de
Bonnety de sus secuaces son evocadas con desprecio, ha causado toda
la irritación senrida. No hubiese debido reproducirla; se ha llegado
hasta a establecer que incluso no tenía el derecho de h a«rlo . Esto
es lo que hizo decir que yo me había expresado sin adoptar el tono
moderado qué las ciencias reclaman, y que falté a las buenas maneras
que pertenecen a codo hombre bien educado.

51
Etienne Geoffray S aim -H iiairr

También he debido tomar en consideración otros reclamos. ¿Ha­


bría desbordado ciertámente las reglas de conveniencia, al hablar, Primera argumentación
con una mesura excesiva en el elogio, de la Obra francésdt
por el Señor Barón Cuvier
Consideraciones sobre
los moluscos, y en particular
sobre los cefalópodos

(Sesión del 2 2 de febrero de 1830)

La publicación de mis réplicas faltaría a su fin sí yo no tuviera a


:jriis leaores al corriente de las observaciones y de las doctrinas a las
que responden. Una feliz circunstancia me o&ece los medios para
ello. Un joven discípulo de) señor Cuvier, de una devoción sin límites
su maestro, el señor..., a quien la administración del Diario de
ios debates ha hecho su colaborador para la sección de las ciencias,
ha concedido a las lecturas de mi sabio colega la mayor parte de la
jtótensión de su diario el mismo día siguiente a las sesiones acadé-
' ¡micas. Si bien no es la totalidad de los Informes la que se encuentra
allí textualmente transcrita, es la mayor parte y la más importante.
Creo entonces no poder hacer mejor que referirme a esos extensos
j.éXcractos y, tal como lo hago hoy, extraer de ahora en adelante de la
misma fuente para las otras lecturas del señor Cuvier.

52 53
Etienne Geoffray S aim -H iiairr

También he debido tomar en consideración otros reclamos. ¿Ha­


bría desbordado ciertámente las reglas de conveniencia, al hablar, Primera argumentación
con una mesura excesiva en el elogio, de la Obra francésdt
por el Señor Barón Cuvier
Consideraciones sobre
los moluscos, y en particular
sobre los cefalópodos

(Sesión del 2 2 de febrero de 1830)

La publicación de mis réplicas faltaría a su fin sí yo no tuviera a


:jriis leaores al corriente de las observaciones y de las doctrinas a las
que responden. Una feliz circunstancia me o&ece los medios para
ello. Un joven discípulo de) señor Cuvier, de una devoción sin límites
su maestro, el señor..., a quien la administración del Diario de
ios debates ha hecho su colaborador para la sección de las ciencias,
ha concedido a las lecturas de mi sabio colega la mayor parte de la
jtótensión de su diario el mismo día siguiente a las sesiones acadé-
' ¡micas. Si bien no es la totalidad de los Informes la que se encuentra
allí textualmente transcrita, es la mayor parte y la más importante.
Creo entonces no poder hacer mejor que referirme a esos extensos
j.éXcractos y, tal como lo hago hoy, extraer de ahora en adelante de la
misma fuente para las otras lecturas del señor Cuvier.

52 53
B ien n c G foffity S& int-H ilsht

Extracto dcl Diario de los debates.

^NoMtros sólo hemos dicho (asi comienza el periodista) una os


labra de la discusión que se ha agitado en la última sesión entteíÓ'
senoms Cuviet y Geoffioy Saint-Hllaite, a propósito de un repon
hecho por este dirimo sobre un Informe de dos jóvenes naturalisl
que h ^ presentado algunas nuevas ideas sobre la organización de
ios cefalópodos. Estos singulares animales, situados por el señor
Cuvier a la cabeza del género molusco, han sido aproximados a los
mamíferos por los señores Meyranx y Laurencet, por medio de um
hccion que ha parecido muy ingeniosa al señor relator: han supuesto
que aquellos estaban plegados en dos sobre sí mismos y hacia atrás,
y que bastaba enderezarlos a través del pensamiento para poner sus
órganos en la misma situación en la que los encontramos en los
mamíferos El señor Cuvier no ha podido dejar pasar el Reporte de
su sabio colega sin reclamar a fevor de la opinión que ha emitido y
sostenido en sus obras, y que se encuentra contradicha por este nuevo
trabajo; pero era imposible ofrecer en algunos instantes todas las
explicaciones suficientes; es para aclarar completamente este punto
interesante de la historia de los moluscos, que el señor Cuvier ha
H d o en la sesión de hoy un Informe que se distingue por un método
y una claridad perfectas, y por ese encanto de estilo que caracteriza
todos los esentos de! autor. Creemos complacer a nuestros leaores
entregar un extenso análisis de estas interesantes consideraciones.

Texto de ¡a prim era argumentación, empleado como extracto.

Los moluscos en general, pero más particularmente los cefiiJópo-


dos, poseen una o r ^ iz a d ó n más rica y en la que se encuentran más
V sceras a n á l o ^ a las de las dases superiores que en los demás ani-
males sin vertebras. Ellos tienen un cerebro, a menudo ojos, que en
los ce&Jópodos son aún más complicados que en ningún vertebrado;
54

*
Principios deJiiosoJia woiúgica.

jjgtina^ veces orejas, glándulas salivares, estómagos multiplicados,


un bastante considerable, bilis, una circulación completa
, doble I provista de aurículas, de ventrículos, en una palabra de
potencias impulsivas muy vigorosas, sentidos distintos: órganos
ijiachos y hembras muy complicados, y de donde salen huevos en
¡os cuales el feto y los medios de allmeniadón están dispuestos como
en muchos vertebrados*^.
E stos diferentes hechos ya resultaban de las observadones de Redi,
Swamnierdam, Monro y Scarpa, observadones que yo he extendido
mucho, apoyado con numerosos preparativos, y de las que me he
valido, hace treinta y cinco años, para establecer que animales can
^undantem ente provistos de órganos no podían quedar confundi­
dos en una sola dase, como lo estaban antes de mí, con pólipos y otros
zoófitos; sino que debían ser distinguidos de estos y reportados a un
grado más alto de la escala, idea que me parece hoy en día adoptada
de una manera o de otra por !a universalidad de los naturalistas.
Sin embargo, yo me he guardado mucho de decir que esta or­
ganización, que se aproxima por la abundancia y la diversidad de

ido yo can k jo s en mi Reporte? ¿He disringuido en los moluscos tantas


visceras andivgasi Se me ha oído llamar con el mismo nombre a un número tan
grande de órganos, declarados todos iguales? Según la argumentación, ¡os moluscos
gozan dé una organización que se aproxim a, p o r la abundancia y ¡a diversidad de sus
pártes, a la de los anim ales vertebrados, y sin embargo en otro artículo, los moluscos
estarían dados \como no siendo e l pasaje d e nada!
¡Pero existe al menos un muy amplío hiato entre los moluscos y los peces!
Sin la menor duda. Del mismo modo se puede saber Rciim ente lo que quiero
decir, cuando digo que el Sena es en París menos ancho que en Roneo. Es por el
contrario muy difícil apreciar c! intervalo que separa los moluscos de los peces.
Se necesitará cnronccs del concurso de muchos naturalistas para lograrlo, A su
vez, ese es el objeto de las investigaciones del señor de Blainvilic: es lo mismo
que hace el señor Latreille a través de su informe de 1823. ¿Que esperaban de sus
últimos esfuerzos esos dos Jóvenes e ingeniosos observadores, los señores Laurencet
y Meyranx? Contribuir de modo semejante a esta obra de los naturalistas. G .S .H .

55
Erírrm f G eoffiíy Saim -tH laire

sus partes a la de los animales vertebrados, estuviese compuesta n¡


organizada sobre el mismo plan; al contrarío, siempre sostuve (jup
el plan que hasta un cierto punto es común a tos venebrados tío
se continúa en los moluscos; y en cuanto a la composición, jam^
he admitido que razonablemente se la pueda decir u m , incluso
tomándola solamente en una única clase, con mayor razón en cía-
ses diferentes. Todavía recientemente, en el primer volumen de mi
Historia de los peces, he expresado mi sentimiento sobre este tema,
sin duda con el tono moderado que las ciencias reclaman, y con las
buenas maneras que pertenecen a codo hombre bien educado; pero
no obstante de una manera lo suficientemente clara y positiva, pata
que nadie haya podido confundirse al respecto.
La cuestión está, junto a sus pruebas, bajo los ojos de todos los
naturalistas; és a ellos a quienes corresponde juzgarla, y me habría
abstenido de conversar con la Academia, como me abstengo desde
hace diez años, si una circunstancia de la cual ella ha sido testigo no
me hubiera obligado a renunciar a una resolución que me dictaban
el deseo de emplear más útilmente mi tiempo en los progresos de la
ciencia, y la persuasión de que es a través de un conocimienro más
profundo de los hechos que la verdad en historia natural está más
segura de hacerse a la luz.
Dos jóvenes c ingeniosos observadores, examinando la manera en
que las visceras de los cefalópodos están mutuamente ubicadas, han
pensado que quizás se encomiaría, entre las visceras, una disposición
semejante a la que se le conoce a los vertebrados, sí uno se represen­
tara al ce&lópodo como un vertebrado cuyo tronco estuviese plegado
sobre sí mismo hacia atrás, a la altura del ombligo, de forma que
la pelvis se vuelva hada la nuca; y uno de nuestros sabias colegas,
lomando con avidez esta visión nueva, ha anunciado que eUa refuta
completamente todo lo que yo liabía dicho sobre la distancia que
separa a los moluscos de los vertebrados. Yendo mucho más lejos
aún que los autores del Informe, conduyó de ello que la zoología

56
¡hincipioí defiiosofia zooió^ca.

jia tenido hasta el presente ninguna base sólida; que no ha sido


que un edificio construido sobre la arena, y que su única base,
¿e ahora en más indestructible, es un cierto principio que él llama
(Je uftidad de composición, y del que asegura poder hacer una apli­
cación universal.
Voy a examinar la cuestión en su relación particular con los mo­
luscos; en una serie de otros Informes, nataré de ella en relación a
los otros animales. Espero hacerlo con k misma cortesía que nuestro
sabio colega ha empleado hacia mí; y así como los escritos que ha
dirigido desde hace diez años contra mi manera de ver jamás han
alterado en nada la amistad que le profeso, espero que él se sienta
del mismo modo con aquellos con los que ahora voy a defender su-
g i l vamente mis ideas. Pero en toda discusión científica, la primera
cosa a hacer es definir bien las expresiones que se emplean; sin esta
precaución el espíritu prontamente se e x tra ía ; tomando las mismas
palabras en un in cid o en un lugar dei razonamiento, y en un sentido
diferente en otro tugar, se hace lo que los lógicos llaman silogismos
5 cuatro términos, que son los más engañosos de los sofismas. Si en
la exposición de esos mismos razonamientos, en lugar del lenguaje
simple de las palabras apropiadas, rigurosamente exigidas en las
iisfencias, se emplean metáforas y figuras de retórica, e! peligro es aun
mucho mayor. Uno cree salirse del aprieto por un tropo, responder a
una objeción por una paronomasia, y desviándose de este modo de
su ruta directa, uno se hunde muy pronto en un laberinto sin salida.
Peto pido perdón a la Academia, veo que me pierdo ya mismo en el
lenguaje que rechazo, y me apresuro a volver a aquel que continuaré
hablando en el resto de este Informe.
Comencemos pues por entendernos sobre estas grandes palabras
de unidad de composición y de unidad de plam
La composición de una cosa significa, al menos en el lenguaje ordina­
rio, las partes en las que consiste esta cosa, de las que ella se compone,
y el plan significa la disposición que esas panes guardan entre sí.
57
Etienne Geoffroy Saint-HiUiire

Así, para servirme de un ejemplo rrivial, pero que refleja bien


ideas, la compoiición de una casa^^ es el número de departamentos

Yo había empleado ta misma comparación en septiembre de 1829;


larabiín a fia de expresar mejor mi pensamiento, atand o escribí la palabra
NaturdUza para la Enciclopedia moderna, obra a ta cual, como editor, el señor
C oiinin, antiguo magisciado, consagra sus ocios estudiosos. Apegándomeai pedido
tjue m e hÍ2o ese sabio legista, de redactarle el artículo N aiurakza, encontré allf
la ocasión natural de responder a algunas observaciones críricM de otra palahta
Naturaiezít que el señor Cuvicr ya había antigúameme situado en el Diccwnario
d eítscifT K m naturales, publicado por Levraut. £1 señor Cuvier me había dirigido
allí la siguiente objeción:
«Esas visiones de u nidad son renovaciones de un viejo error nacido en ei seno
dcl (tanteísmo, siendo principalmente alumbradas por una idea de causalidad,
por la suposición inadmisible de que iodos los seres son creados unos en vissa de los
otror, sin embargo cada ser está hecho para sí, tiene en si lo que le concierne.>í
A esta objeción, respondí como sigue:
¿Pero quién duda de esto? Sí, sin dudas, un animal forma inevitablemente un
todo consumado, desde cl momento en que en la posición respectiva y el acuerdo
recíproco de sus panes se hallan las condiciones de su estructura anatómica, desde
el momento en que sus propiedades obligadas, tanto especiales com o armónicas,
surgen de la manera en la que resulta establecido. Es completamente simple: tales
sean sus órganos, tales serán sus acciones.
Actualmente busco, pero lo hago en vano, qué conexidad habría sido percibida
entre estas ideas que nadie discute, y aquellas declaradas más arriba com o un falso
producto del espíritu, y alumbradas por ideas de causalidad. De las relaciones que
percibo entre materiales, las cuales vuelven a ser ias mismas para componer los
animales, de esos datos que producen una cicnasem ejanra en rodos los seres, tanto
en cl interior com o en el exterior, llego a una deducción, a una idea general que
comprende todas esas coincidencias; y si las abraxo y las expreso bajo ¡a forma y el
nombre de unidad de organización, no me propongo con eso más que traducir mi
pensamiento en un lenguaje simple y preciso; pero además me guardo mucho de
decir lo que ignoro, que ima cosa estaría hecha con ¡m ención a causa de otra. En
definitiva, me creo tan fundado en razón en esas conclusiones com o si, viendo en
conjunto los numerosos edificios de una gran ciudad, y limitándome a los puntos
comunes que son las condiciones de su existencia, llegara por elfo a reflexionar
sobre los principios del arte arquiteaónico, sobre la uniformidad de estructura
y de empleo de un número tan grande de edificios; una casa no está hecha en
58
Principios de Élosofia zoológica.

Q (íe cuartos que se encuentran en ella, y su plan es ta disposición


jgcíproca de esos departamentos y de esos cuartos.
Si dos casas contuvieran cada una un vestíbulo, una an recámara,
un cuarto para dormir, un salón y una sala comedor, se diría que su
^mposicióti es la muma\ y sí esa habitación, ese salón, etc., esmvieran
en el mismo piso, dispuestas en el mismo orden, si se pasara de una a
la otra de la misma manera, se diría también que su plan es el mismo.
^ r o si su orden fuera diferente; si en una de las casas las habi­
taciones estuviesen ubicadas en un mismo nivel, y en la otra en
pisos sucesivos, se diría que con igual composición esas casas están
construidas sobre planes diferentes; del mismo modo la composición
de un animal se determina por los órganos que posee, y su plan, por
la posición relativa de esos órganos, o lo que nuestro sabio colega
llama su conexión.

vista de otra; pero todas pueden ser conducidas imelectsmlsnentc a la unidad de


Qitpiposidón, siendo cada una el producto de materides idénticos, hietto. madera,
yeso, etc.; dcl mismo modo que a la unidad de funciones, puesto que el objeto de
todas es igualmente servir de habitación a los hombres.
Toda composición orgánica es la repetición de otra, sin ser de hecho producida
por cl desarrollo y las transformaciones sucesivas de un mismo núcleo. Así, no
su a d e a nadie creer que un palacio haya sido ante todo una humilde cabaña,
que se habría extendido para hacer de ella una casa, luego un hotel, luego por
Último un edificio real.
La ciencia acabada sobre un punto se compone de hechos generalizados, por
consiguiente de relaciones filosóficas. Y son dichos resultados los que simularían
proclamar opiniones más o menos verosímiles, incluso condenar, ¡al hallarse
demasiado decididamente ubicadas bajo el reflejo de las inspiraciones novelescas
de un Telllamed*! G . S.H .

* Geoffroy Saim-Hilairc parece referirse a b obra postuma del diplomático


Benoit de Maillet, quien en 1748 publicó TtÜiamed, ou E ntntiens d'un philosophe
indien anee «« nsissionairr Jran fais sur la diminusion des eaux, ¡a Jhrm atioa d e la
terre, l'ori^ne de 1‘hom m e, etc. (N. d cT .)
59
Exirmte Geaffray Sahit^Hilairf

¿Pero cuál es la unidad tk p k n ^ y sobre todo la unidad de com


posición^ que de ahora en adelante deben servir de nueva base a I3
zoolog/a? Esto es lo que nadie nos ha dicho aun claramente,
embargo es sobre esto que ante todo hace falta fijar sus ideas.
Un argumentador de mala fe tomarla esas palabras en su sentido
natuial, en el sentido que poseen en francés y en todas las lenguas;
pretendería que ellas signifiquen que todos los animales se compongan
de los mismos órganos dispuestos de la misma manera', y partíendo de
ahí, habría pulverizado bien pronto el pretendido principio.
Pero no soy yo quien supondré que los naturalistas, aún los más
vulgares, hayan podido emplear esos términos, unidad de composición,
unidad de plan, en su sentido ordinario, en el sentido de identidad
Ninguno de ellos se animaría a sostener un minuto que el pólipo y el
hombre tengan en ese sentido una composición una, un plan uno. Eso
salta a los ojos. Unidad no significa por tanto, para los naturalistas
de los que hablamos, identidad, no es tomado en su acepción natu­
ral, sino que se le da un sentido desviado para signifior semejanza,
analogía. Así cuando se dice que entre el hombre y la ballena hay
unidad de composición, no se pretende decir que la ballena tenga todas
las partes del hombre; pues los muslos, las piernas, los pies Je faltan;
sino solamente que las posee en mayor parre. Es una expresión del
género de aquel las que los gramáticos llaman empdticar, unidad de
composición solo significa aquí semejanza de composición muy grande.
Del mismo modo cuando se dice que hay unidad de composición
entre el hombre y la culebra, la que no tiene extremidades anteriores,
y en la que las posteriores se reducen a simples vestigios; solamente se
quiere decir que hay entre ellos una cierta semejanza d e composición,
pero ya menor que entre el hombre y la ballena.
Es evidente que habría contradicción formal en los términos al
llamar una, o identidad, a una composición que. según la propia
confesión de los que emplean esos términos, cambia de un género
al otro.

60
Principios Jefilo jo fia zoológica.

Lo que composición se aplica también al plan; creería-


(jios injuriar a estos naturalistas si pretendiéramos que, a través deesas
palabras unidad de plan, ellos entendieran otra cosa que semejanza
jf¡¿s o menos glande de plan. Sin esta aclaración bastaría con abrir un
pajaro y un pez frente a ellos para refutarlos al instante.
Ahora bien, una vez definidos de este modo esos términos ex­
traordinarios, una vez despojados de esa nube misteriosa con que
los envuelve la vaguedad de sus acepciones o el sencido desviado en
el que se los usa, se llega a un resultado sin dudas muy inesperado,
pues es directamente contrario a lo que ha sido propuesto.
Estos términos, lejos de proporcionar nues'as bases a la zoología,
ttfitps desconocidas por todos los hombres más o menos hábiles que
la han cultivado hasta el presente, forman por el contrario, ajusta­
dos a límites convenientes, una de las bases más esenciales sobre las
cuales la zoología descansa desde su origen, una de las principales
bases sobre las que Aristóteles, su creador, la ha colocado; base que
mdos los zoólogos dignos de ese nombre han buscado ampliar, y al
ibfialecimiento de la cual se han consagrado todos los esfuerzos de
ta anatomía.
Así, cada día, se puede descubrir en un animal una parte suya que
no se conoda, y que permite captar alguna analogía más entre ese
animal y aquellos de géneros o clases diferentes; induso puede haber
Conexiones, relaciones percibidas recientemente. Los trabajos a los
-cuales imo se e n tre ^ a tal efecto merecen rodos nuestros elogios;
es a través de ellos que la zoología agrandará sus bases; pero que se
guarden de creer que la harán salir de aUí.
Si tuviera que citar ejemplos de esos trabajos dignos de toda
nuestra estima, es entre los de nuestro sabio colega el señor Geoffroy
que yo los escogería. Cuando, por ejemplo, él ha reconocido que
al comparar la cabeza de un feto de mamífero con la de un reptil
o de un ovíparo, se notaban en general relaciones en el número y
en la disposición de las partes, que no se perdbían en las cabezas

61
Estmnf Geoffrty Saint-Hilaire

adultas; cuando ha enseñado que el hueso Uamado cuadrado en loj


pájaros, es el análogo del hueso de la caja auricular del feto de Iqj
mamíferos: él hizo descubrimientos muy ¡mfjortantes, a los cuales
he sido el primero en hacer plena justicia, durante el reporte qug
tuve la ocasión de hacer a la Academia. Son otros rasgos que ha
añadido a esas semejanzas de diversos grados que existen entre U
composición de los diferentes anímales; pero no ha hecho más
añadir a las antiguas y conocidas bases de la zoología; no las ha
cambiado de ningún modo; él no ha probado ní la unidad, n¡ la
identidad de esta composición, ni nada en fin que pueda suministrar
un nuevo principio. Entre alguna otra analogía en ciertos animales,
y la generalización de la aserción de que la composición de todos los
animales es una, la distancia es tan grande como entre el hombre y
la mónada, y con esto digo todo.
Así todos sabemos, y desde hace largo tiempo, que ios cetáceos
tienen a los costados dél ano dos pequeños huesos que son lo que
llamamos vestigios de su pelvis. Hay allí entonces, y lo decimos desde
hace siglos, una semejanza, y una ligera semejanza, de composición;
pero ningún razonamiento nos persuadirá de que haya unidad de
composición, cuando ese vestigio de pelvis no sostiene ninguno de
los otros huesos de la extremidad posterior.
En una palabra, si por unidad de composición se enriende iden­
tidad, se dice una cosa contraria al testimonio más simple de los
sentidos; si por eso se entiende semejanza, analopa, se dire algo
verdadero dentro de ciertos Umites, pero tan viejo en su principio
como la zoología misma, a la cual los descubrimientos más recientes
no han hecho más que añadir, en ciertos casos, rasgos más o menos
importantes, sin alterar nada de su naturaleza.
Al reclamar para nosotros, para nuestros predecesores, un principio
que no tiene nada de nuevo, nosotros nos guardamos bien, y es por
esto que diferimos esencialmente de los naturalistas que combati­
mos, de verlo como principio único; al contrario, no es más que un

62
Príneipios defHosvfia zooléffca.

principio subordinado a otro mucho más elevado y feam do, el de


^ condiciones de existencia, de la conveniencia de las panes, de su
jjoordinación para el rol que el animal debe jugar en la naturaleza*"*;
he aquí el verdadero principio filosófico del que derivan las posibi-
Jidades de ciertas semejanzas y^la imposibilidad de ciertas otras; he
aquí el principio racional de donde se deduce el de las analogías de
plan y de composición, y en el cual, al mismo tiempo, él encuentra
esos límites que se pretenden desconocer,
Pero esta observación me llevaría demasiado lejos; la retomaré en
otro momento; vuelvo a mi tema.
Una vez planteado, y convenido todo lo que acabo de decir so­
bre el plan y la composición - y yo lo repito, esto está convenido y
iplanteado desde Aristóteles, desde hace dos mil doscientos años—,

N o conozco animal que dehet jugar un rol en la namrateza. Esta idea está
lejos, según mí, de formar un principio recomendable; veo en ello g>or el contrario
un grave error contra el cual me levanto sin cesar con el sentimiento de rendir
im importante servicio a !a filosofia. Cuidado con explicar lo que es por razones
necesarias después de haber invertido los ténninosdei tazonamícnto. En este abuso
de las causas finales, se trata de hacer engendrar la causa por ci efecto. _Asi sobre la
icfowrvación de que un ave recorre las regiones de la atmósfera, ¿concluirán que le es
Itóncedida una organización para alcanzar tal destino.' Ustedes se admirarán cómo
en efecto él tiene, por el hecho de pesar menos, huesos huecos y un amplio abrigo
de plumas ligeras, cómo su extremidad anterior se encuentra en el momento justo
óttniordinariamentc agrandada, etc. He leído también, a propósito del pez, que
debido a que él vive en un medio más resistente que el aire, sus fuerzas motrices
« tá n calculadas para procurarle tal modo de progresión; que porque forma pane
de la rama de los vertebrados, debe tener un esqueleto interior. Al razonar de
ésta manera, dirian de un hombre que usa muletas que él estaba originariamente
destinado a la desgracia de tener una de sus piernas paralizada □ amputada.
Ver primero las funciones, luego tos instrumentos que las producen, es invertir
el orden de las ideas. Para un naturalista que deduce según los hechos, cada ser
ha salido de las manos del Creador con apropiadas condiciones materiales: él
puede según lo que le es dado poder: emplea sus órganos según su capacidad de
acción. G . S. H.

63
Etim at Geqffroy Saint-Hiiaire

los naturalistas no tienen otra cosa que hacer, y ellos no hacen en


efecto otra cosa más que examinar hasta dónde se extiende esta
semejanza, en qué casos y sobre qué puncos se detiene, y si existen
seres en los que ella se reduce a tan poca cosa que se pueda decir
que acaba completamente. Ese es el objeto de una ciencia especial
que se llama la anatomía comparada, pero que esrá lejos de ser una
ciencia moderna; pues su autor es Aristóteles.
Me tomaré la libertad de someter, de tiempo en tiempo, algunos
capítulos de ese trabajo a la Academia; pero hoy le pido permiso de
ofrecerle solamente algunas consideraciones sobre ios cefalópodos,
tema que ha sido muy felizmente escogido por nuestro sabio colega;
porque no hay ningún otro en el que se pueda ver más claramente
lo que denen de justo, y lo que tienen de vago y de exagerado los
principios en discusión.
Supongan, hemos dicho, que un animal vertebrado se repliega
a la altura del ombligo, aproximando las dos partes de su espina
dorsal com o ciertos saltimbanquis; su cabeza apuntará hacia sus
pies, y su pelvis detrás de su nuca; entonces todas sus visceras estarán
colocadas jtintas, com o en los cefalópodos, y en estos, lo estarán
com o en los vertebrados plegados de ese modo. Esta parte, que a
causa de su color negro ustedes llamaban espalda, corresponderá
a la mitad anterior del vientre; el fondo del saco corresponderá a
la región umbilical; lo que ustedes llaman la parte delantera del
saco será la mitad posterior o inferior de la espalda. Esta quijada
más saliente, que tomaban por la inferior, será la superior; todo
entrará en el orden; unidad de plan, unidad de composición, todo
estará demostrado.
Diré ante todo que no conozco ningún naturalista tan ignorante
como para creer que la espalda se determina por su color oscuro o
incluso por su posición durante los movimientos del animal: todos
ellos saben que el tejón posee el vientre negro y la espalda blanca;
que una infinidad de otros anímales, sobre todo entre los insectos.

64
Principios de fih so fia zoofágica.

en la misma situación; ellos saben que una infinidad de peces


padan de lado, o espalda abajo y vientre arriba.
Pero los naturalistas tienen un carácter más cierto para reconocer
la espalda : es la posición del cerebro*^. En todos los anímales que
denen uno, el está arriba; y el esófago y el c a n a l intestinal están aba­
jo. Nuestro sabio colega lo había señalado él mismo en uno de sus
^tiguos informes. Este es, para nosotros como para él, eí verdadero
Cfiterium, y no una pueril observación sobre el a>lor.

M e aflige tener que responder sobre la situación del cerebro de los ccfüó[Jodós;
he sufrido mucho más cuando en el seno de la Academia, de viva voz y con
aíTOganda, fiii interpelado a explicarme sobre este punto. Sin embaigo ninguna
traba, ningún círculo de Popilio* alteraba mí espíritu: otras preocupaciones me
ocupaban: Yo dudaba en dar la verdadera respuesta. ¡Qué confusión, qué tormentas
podían seguirse de ello! M e fijare a la idea de no ofender a un antiguo amigo.
y en efecto, decir al señor Cuvier que los cefalópodos carecen de cerebro, que
la demostración de esc hecho acababa de ser dada, que la ciencia poseía nuevas
observaciones sobre el sistema nervioso de esos animales, y que él, autor clásico
Sobre la materia, permanecía por desgracia con falsas prevenciones a favor de su
tesis de 1795, cierta en varios aspectos, pero también demasiado generalizada: he
aquí !o que no me senn con el coraje de exponer frente al numeroso auditorio
que asistía a ese debate,
Al llevar con mucha razón a los moluscos algunos grados más arriba en b
escala zooló^ca, el señor Cuvier resultó arrastrado más allá de los hechos; él no
debía asignar a estos animales un l u ^ superior al de los inseaos. Este punto es
de doctrina universal en Alem anb, y los trabajos del señor Serres sobre el sistema
nervioso de los cefalópodos, ponen esta decisión fuera de duda. En cuanto al
sistema nervioso, los ceíalópodos deben ser ubicados por debajo de los insectos y de
les crustáceos; pues sus ganglios cefálicos están reunidos de la misma manera que
en los doiis, y la marcha de los cordones nerviosos está más o menos interrumpida.
^ rnsumen, dice el señor Setres, en su Anatomín com parada d el cerebro, U, p. 24,
Jos moluscos son, en cuanto a su grado de composición, seres que no superan a
las larvas de los insectos. G .S.H .

* Popilio Laetiss dibujó un círculo alrededor del rey Antíoco aan una caña
de azúcar, y le ordenó no moverse del círculo en tamo no hubiese dado una
Contestación a las exigencias romanas para evitar b guerra. (N . de X )

65
Etimní Geoffroy Salm~HilaÍrt

Partiendo de allí, he tomado por una parte un animal vertebrado-


lo he plegado, com o se lo pedía, la pelvis hacia la nuca; le he quitado
todos los tegumentos de un lado, para mostrar bien en situación suj
partes interiores; por otra parte, he tomado un pulpo, lo coloqué
al lado del animal vertebrado, y he tomado nota de la situación
respeaiva de sus órganos.
Es cieno que en esta posición, la quijada más saliente del pulpo
responde a la quijada superior del mamífero; pero para concluirlo
definitivamente, haría falta que el cerebro estuviese colocado hacia
el embudo, como lo está en el mamífero hacia la nuca. Ahora bien,
sucede rodo lo contrario: el cerebro del pulpo está hacia la cara
opuesta al embudo.
Esto es ya un terrible prejuicio contra la idea de que el embudo
es una pelvis replegada hacia la nuca.
Pero continuemos. Para que esc lado sobre el que se repliega el
embudo fuese el lado de la nuca, sería preciso también que el esófago
pasara entre ese lado y el hígado. Com o se lo ve en los mamíferos;
pero sucede aún todo lo contrario; pasa de! lado opuesto, del lado
que llamamos dorsal..., etc.
Yo les pregunto ahora: ¿cómo podría decirse, con estas numerosas,
enormes diferencias, menos de un lado, más del otro, que hay iden-
tidad de composición, unidad de composición entre los cefelópodos y
los vertebrados, sin desviar los términos'® de la lengua de su sentido
más manifiesto?

Es preciso encenderse sobre d valor de ios ténninos: hagamos lo que tan bien
se ha recomendado en el transcurso de la presente atgumenración. Yo admito los
hechos aquí planteados; pero ai mismo ttempo n i^ o que dios conduzcan a la
idea de otro tipo de composición animal. Los moluscos hablan sido ascendidos
demasiado alto en la escala zoológica: pero si no son más que embriones de sus
grados más bajos, si son seres en los que entran en Juego muchos menos órganos,
no se sigue de ello que sus órganos falten a las rdacloncs queridas por d poder
de tas generaciones sucesivas. El órgano A estará en una relación insólita con el
66
Principies d e ^¡asofia zooió^ca.

Yo reduzco todos estos hechos a su verdadera expresión, diciendo


que los cefalópodos poseen varios órganos que les son comunes con
los vertebrados, y que cumplen en ellos funciones semejantes; pero
que esos órganos están dbpuestos en ellos de otro modo, a menudo
construidos de otra manera; que están acompañados de otros varios
¿Izanos que los vertebrados no tienen, mientras que estos últimos
penen también, de su lado, varios que faltan a los celálópodos.
Confieso que diciendo esto no digo otra cosa que lo que dijeron
muchos otros antes de mí, Pero s¡ no poseo el mérito de la novedad,
me vanaglorio al menos de tener el de la verdad y la justeza, y el
de no embrollar el espíritu de los iniciados con expresiones no de-

ó t| ^ o C , en tanto B ao ha sido producido, en tanto la interrupción de desarrollo,


habiendo afectado demasiado temprano a este, ha prevenido su producción. He
aquí cómo hay disposiciones diferentes, cómo se trata de construcciones diversas
para la observación o rillar.
¡Los cefalópodos que firm a n pasaje a nada, serían en nuestras series
teológicas una eterna objeción al principio del encadenamiento necesario de los
hechos naturales! ¡Y esto acabaríamos afirmándolo sobre el motivo de que hay
Hitrc ellos y los animales que menos se alejan de ellos un hiato más considerable
que no se ve en otra pane! ¿Pero no hay algo más auténticamente científico que
sémejantc resultado de observaciones presentado como una anomalía absoluta?
Pata el naturalista filósofo, no hay más que anomalías relativas, que se resuelven
en dificultades, y atacando las teorías hechas, obligan a modificarlas. Planteado
esto, ¿qué hay de esencial, qué hay de verdad a considerar en ¡os cdalópiodos?
Toda pane orgánica es él producto de dos sistemas, el sanguíneo y ei nervioso:
ambos, en sus sucesivos desarrollos, se siguen regulannente. No es así en los
céfelópodos; en ellos ese estado de regulación falta. E! sistema sanguíneo toma allí
un desarrollo muy grande; el desarrollo del sistema nervioso es menor. Debido a
que sus visceras de la nutrición y de la reproducción, agrandadas por la hipertrofia
del sistema sanguíneo, han sido el tema de los primeros estudios, hizo falta s ^ ú n
esta observación ascender los cefalópodos en la serie y ubicarlos demasiado cerca
de los peces, mientras que recientemente, por la atrofia de su sistema nervioso, se
los ha vuelto a rebajar. Hoy en día. balanceando lo fuene con lo débil, se considera
a los cefalópodos y a los moluscos com o debiendo ocupar una línea paralela a la
de los inscaos. G .S.H .

67
Etitmte Gtcffiaj/ Sainf-Hilairt

finidas, que parecen, en la vaguedad que las envuelve, presentar un


sentido profundo, pero que, analizadas de cerca, o son enteramente
Réplica improvisada
contrarias a los hechos, o no significan más que lo que se ha dicho
desde siempre con más o menos detalle en la aplicación.
a la primera argumentación
En mis siguientes comunicaciones examinaró muchos otros prin­
cipios, muchas otras leyes anunciadas por diversos naturalistas; pero
del señor barón Cuvier
para que esas lecturas no se limiten a cuestiones metafísicas, tendré
Cmisma sesión del 22 de febrero)
cuidado de que se relacionen siempre, como la de hoy, a algunas
determinaciones de hechos de los que la ciencia pueda sacar un
provecho más sólido que de esas ociosas generalidades.

Y i había considerado como enteramente agotada la susceptibilidad


que el señor Cuvíer había mostrado en nuestra última sesión. Todos
aquí y yo más específicamente, habíamos creído al señor Cuvíer
laestablecido por una concesión hecha con todo el despojo de una
fianca amistad: desdichadamente no ocurrió nada de eso. Esa nube
elevada entre nosotros no se ha disipado. Es para mí un tema de
;^ c c i ó n y de pesares. Pero por otra pane no puedo prohibirme una
cierta satisfacción, cuando finalmente veo a mi sabio colega abordar
serias cuestiones, que cada uno de nosotros ha comprendido de modo
diferente hasta el presente y sobre las cuales me parece útil que nos
expliquemos. No estoy preparado para tratar ex abrupto todas las
Guesdónes que acaban de ser planteadas, y me contentaré hoy con
presentar brevemente algunos comentarios preliminares,
1“ Aplaudo el paso dado por el señor Cuvier, el cual tiende a
volver a traer esos momentos brillantes de la antigua Academia de

6S 69
Etitmte Gtcffiaj/ Sainf-Hilairt

finidas, que parecen, en la vaguedad que las envuelve, presentar un


sentido profundo, pero que, analizadas de cerca, o son enteramente
Réplica improvisada
contrarias a los hechos, o no significan más que lo que se ha dicho
desde siempre con más o menos detalle en la aplicación.
a la primera argumentación
En mis siguientes comunicaciones examinaró muchos otros prin­
cipios, muchas otras leyes anunciadas por diversos naturalistas; pero
del señor barón Cuvier
para que esas lecturas no se limiten a cuestiones metafísicas, tendré
Cmisma sesión del 22 de febrero)
cuidado de que se relacionen siempre, como la de hoy, a algunas
determinaciones de hechos de los que la ciencia pueda sacar un
provecho más sólido que de esas ociosas generalidades.

Y i había considerado como enteramente agotada la susceptibilidad


que el señor Cuvíer había mostrado en nuestra última sesión. Todos
aquí y yo más específicamente, habíamos creído al señor Cuvíer
laestablecido por una concesión hecha con todo el despojo de una
fianca amistad: desdichadamente no ocurrió nada de eso. Esa nube
elevada entre nosotros no se ha disipado. Es para mí un tema de
;^ c c i ó n y de pesares. Pero por otra pane no puedo prohibirme una
cierta satisfacción, cuando finalmente veo a mi sabio colega abordar
serias cuestiones, que cada uno de nosotros ha comprendido de modo
diferente hasta el presente y sobre las cuales me parece útil que nos
expliquemos. No estoy preparado para tratar ex abrupto todas las
Guesdónes que acaban de ser planteadas, y me contentaré hoy con
presentar brevemente algunos comentarios preliminares,
1“ Aplaudo el paso dado por el señor Cuvier, el cual tiende a
volver a traer esos momentos brillantes de la antigua Academia de

6S 69
i E tim nr G ecg ky Saint-HiUtire

las ciencias en los que todos tos temas elevados de nuestros cono­
cimientos eran sucesivamente reproducidos e iluminados por una
discusión profunda. Efectivamente es bueno que abandonemos la
nueva senda en la que estamos metidos, que rompamos el hábito
funesto de recibir o de escuchar los informes presentados o leídos
a la Academia sin discutirlos. Así, en lugar de esas discusiones que
se segman con brillo, vivacidad y provecho para cada académico,
en lugar de esos debates siempre instructivos y algunas veces fe­
lizmente inspiradores, ahora existe un tiempo de sesión en el que
cada com unicación es estéril, porque cada uno pone cuidado en
contener sus sentimientos.
La admisión en las reuniones ordinarias de algunas personas
toleradas a título de oyentes, hÍ20 cambiar sucesivamente el an­
tiguo uso. El número de los oyentes se ha acrecentado continua­
mente, y es precisamente frente al público que se sostienen, desde
hace muchos años, las sesiones ordinarias de cada lunes. Desde
entonces, aún más reserva en las comunicaciones de miembro a
miembro; necesidad de escribir con un poco más de solemnidad:
negligencia y timidez en cuanto al aporte de esos pequeños he­
chos adquiridos de la vigilia, y en los que en un tiempo se tuvo la
ocasión de percibir el germen de muy grandes descubrimientos.
Pero hoy, muy por el contrario, al aportar cada uno su informe,
no parece comunicarlo más que para fecharlo, para depositarlo en
un lugar de archivos públicos, hasta el día de su introducción en
las colecciones académicas.
Si señalo estos inconvenientes, no es porque pido su supresión
a través de una medida violenta, porque deseo que se la ejecute
declarando secretas las sesiones en el futuro.
No: otros tiempos, otras costumbres. La presencia del público tiene
bajo otros aspectos varias ventajas. El apoyo a los trabajos es más
directo y alcanza más prontamente su fin: las relaciones de miem­
bro a miembro mejoran quizás por la gravitación de estas nuevas

70
Prinñpics d sfiíosojia zooló^ a .

circunstancias: y sin explicarme más sobre esto, quedo convencido


de que ventajas prevalecen mucho sobre los inconvenientes; lo
que es debe ser y será entonces mantenido.
pero había y hay algo mejor para hacer, es la conservación de las
ventajas y la desaparición de los inconvenientes. Que los académicos,
sin inquietarse deí gran número de testigos presentes, tomen má.s
jeguridad, y que hagan a la vista de un público numeroso lo que
hacían reunidos en pequeño comité en !a vieja Academia; y todo será
para mejor. Nuestras costumbres se prestarán a ello cada vez más.
Ahora bien, ese es el ejemplo que acaba de dar eJ señor barón
Cuvier: lo aplaudo por mi propia cuenta, y hago mejor que decir­
lo, tomando a continuación confianza para dirigirles !as presentes
observaciones.
2 ° Sobre el fondo de la argumentación no abusaré lioy de la pacien­
cia de la Academia mucho tiempo; percibo en ella dos cosas distintas,
dos cuestiones: una que concierne a los dos jóvenes sabios a los que
me parecía útil apoyar, y la otra que me concierne personalmente.
En prim er lugar. ¿Los señores Laurencet y Meyranx se habían ade­
lantado mucho a la hora propicia para hacer converger los moluscos
con los hechos generales de la ciencia? A través de su idea nueva e
ingeniosa, ¿comprenden mejor, en efecto, que sus predecesores?,
¿deben comprender mejor la organización de esos animales? Esa
preocupación les concierne, y yo les atribuyo toda esa responsabili­
dad, es decir todos los deberes, los peligros, pero también la gloria de
una réplica a producirse. En cuanto a mí, los he alabado solamente
por haber entrado con coraje en una nueva vía de investigaciones,
por haber exigido nuevas relaciones de una comparación proRinda
de los organismos; era justicia, y me felicito siempre de haberla
encontrado buena y brillante: pues creo en su visión principal coda
vez que existe mérito.
Sin la menor duda, actué con una viva preocupación del espíritu;
pero no me reprocho ni exceso de benevolencia, ni ligereza. Las

71
Etiam e Gíoffroy Sdint-M ilairr

cofisidefaciones de las que no puedo desprenderme incluso en el


presente son las de que en los moluscos, tanto como en ios peces,
existen grandes e importantes órganos, y que se les da el mismo
nombre, pero además, que se lo hace con razón, puesto que esos
órganos principales afectan formas semejantes y cumplen funciones
¡dónricas. Aunque aún no hayan sido dadas muchas informaciones
logradas por el progreso de los estudios filosóñcos, no por ello los
puntos de semejanza reconocidos siguen siendo relaciones menos
probadas. Ahora bien, ¿qué concluir de esas relaciones, de ellas y
con ellas? No me disculpo por decirlo sobre un presentimiento, por
decidirme completamente apriorh tantos órganos semejantes en los
moluscos no pueden encontrarse en un contrasentido manifiesto los
unos en relación a los otros como para ofrecer con ello el espectáculo
de otro sistema de composición animal.
Dije en mi Reporte, y persevero en decir igual, que hay más
chances de hacer admitir la suposición de que los moluscos serán
reducidos en cierta medida a la unidad de composición que en favor
de la conclusión de que eso jamás se logrará.
En s í^ n d e lugar, la argumentación ataca directamente el fondo
de mi doctrina, las cuestiones de la unidad de composición orgá­
nica. Efecrivamence, como ese ataque lo da a entender, lo que ha
hecho eclosión desgraciadamente no sería más que una de esas falsas
doctrinas, producto enojoso de proposiciones ilusorias, de quimeras
pretendidamente filosóficas*^, tales com o el abuso en el empleo de

M e entero de que Com idíraciones sobrt los m ohucosy tn particular sobre los
cefalópodos, es decir, todo el informe al cual el presente an ío ilo ha respondido
verbalmente, se imprime el mismo día 22 de febrero en la Revista enciclopédica,
paca aparecer en el cuaderno de abril de 1830, tomo 46. No puedo Inquietarme
por esta publicación que aparece sin los alegatos que yo ie he opuesto, cuando
considero que esa vasca compilación contiene desde hace mucho tiempo los
más fuertes argumentos a favor de mi doctrina. El doctor Pariste lia dado sus
principios generales, tomo III, pág. 3 2 ; el señor Floutens consagró también allí
72
Prlnapias de filosojia zoológica.

las £»sas buenas. Únicamente esto me concierne, y me preocuparé


personalmente por ello. Se sabe que es el sueño feliz o desdichado
de mi vida científica. Allí desembocaron todas mis Lnvestigacioties.
los trabajos de cuarenta años emprendidos con coraje y seguidos
con perseverancia. He aquí lo qué sería lamentable haber hecho sin
fruto, pero aún no estoy reducido a ese punto. Las palabras que acabo
de oír no han alterado en nada mi íntima convicción; es todo lo
que puedo permitirme decir en este momento. Defenderé lo que es
propio a mi doctrina de otro modo que por este alegato, y !o haré a
través de un informe que cendré el gusto de aportar el lunes próximo.

ua antculo en d como V, pág. 2 1 9 . bajo el lítulo de Ensayo sobre e l espíritu y la


injltm tda d e la FIL O SO FÍA A N A TÓ M IC A ; art/culo en el que su autor concluye
que nja marcha filosófica impresa de ahora en adelante a U d eu d a de la anatomía
comparativa, volverá fácil su aplicación dilecta y rigurosa, y el señor Geofiroy
Sam t'Hilaire habrá conquistado para ella todos los tipos de perfircdón: pues la
habrá generalizado y popularizado.* Citaré todavía un tercer artículo de la Revista
OKÍclopédica, publicado en el cuaderno de febrero de 1823, tomo X V I; es del señor
Fréderic Cuvicr*. El último parágrafo de ese artículo parece haber sido « c rito
bajo una inspiración completamente proférica. Las dreunstaocias hoy difíciles
para raí harán que se me perdone emplearlo textualmente. «Una obra {Filoscfia
anatóm ica, tomo II) llena de tantos hechos, de tamas nuevas aptoximadones, en
la cual nos vemos tan fuertemente apartados de las rutinas, no puede dejar de
exd tat un gran interés y de hacer nacer numerosas y vivas discusiones. Tampoco
se llega al poder en las ciendas sin tener combates para sostener y rivales a vencer.
Aquel que pretende entrar en la palestra dd saber también necesita de fuerza y de
perseverancia: pero al menos, en estos combates por !a verdad, todos ios esfuerzos
son útiles, todos tienden a hacerla parecer más viva y más resplandecienre; a su vez,
sin poseer iguales derechos, denen por indiscutibies la estima y el reconocimiento.
En este tipo de debates, es el tiempo el que ilumina y la posteridad la que juzga:
y si está permitido alguna vez anticiparla para aplaudir, es cuando los aurores, así
com o ei señor GeoíFroy, brindan a las den cías eminentes servicios, a la Utilidad.
U tilitati es en efecto ei epígrafe de la obra de la que acabamos de ofrecer un rápido
análisis.» E Cuvier; Revista... etc.
73
1
£tien n r G eoffioy S aim -H ilaire

Terminaré esta observación haciendo notar que el celo de mis amigos no seba
enfriado en estos tiempos amargos de nuestras disputas, puesto que, mostrándose
lleno de respeto para una posición científica can alta, y sobre todo de esa justa
deferencia debida a un c o l ^ al que suple en sus cursos, ei señor Flourens no
ha retrocedido frente a la dificultad de hablar por su cuenta de fa respiración de
os peces, cuyos hechos están precisamente y actualmente en discusión frente a
la Academia real de las ciencias. Juago de ello al menos según el Informe que e]
señor Flourens ha leído el 12 de abril último, y sobre ei extracto siguiente que
tom o dei relato que a la mañana siguiente, el 13 de abril, dio el A ír c iW d e las
lecturas académicas de la víspera*
«Después de la lectura de este informe, el señor Geoffroy Saint-Hilaire pidió la
palabra. Se debía pensar que era para hacer notar que su colega acababa de traducir
y de hacer para Jas fundones, lo que él había expuesto y estableado en la anteúltima
saló n , a propósito de la conformación de los peces: la unidad de fiindones resulta
efectivamente del in fo m e dd señor Flourens, así com o la unidad decom posidón
ojgánica había sido d informe dd señor Geoffroy sobre la teoría de los análogos.
Pero d honorable miembro se ha limitado a recomendar al examen de su c o i ^
el atún, scombn- thynmtí, com o ddíiendo proporcionarle nuevas y más potentes
pruebas en apoyo de su teoría. La carne roja y la vitalidad muy grande dd atún
son simultáneas a la amplitud excesiva de las branquias de ese pct.«

* Herm ano menor de G e o r ^ Cuvier. (N . de T.)


74
r
De la teoría de los análogos
para establecer su novedad como
doctrina, y su utilidad práctica
como instrumento
(Sesión del 1® de marzo de 1830)

Acabo de responder a la argumentación dirigida en Ja última


S^ión contra mis escritos, y especialmente contra ciertas reglas que
íie planteado en historia natural.
Es preciso querer de una manera firme si uno se propone con­
ducir su espíritu al olvido de alusiones ofensivas, hacia esa perfecta
independencia que se reserva por entero a k atención por las cosas:
tendré esa fuerza de carácter, y me enorgullezco de ello.
Actúo incluso sin penosos esfuerzos. Los puntos a resolver son
cuestiones vitales en filosofía, y se concebirá fácilmente que sólo
ellas deban preocupar mi espíritu, y que sólo pueda ser sensible a su
influencia sobre el perfeccionamiento moral de la sociedad.
No ambiciono im éxito que se sostendría en el talento de hablar
bien. No emplearé pues ni arte ni precauciones oratorias en mis
relatos; quiero permanecer en la verdad, tanto para mí como para
el lector: también procederé de tal modo que el más simple buen

75

L.
Etiennf Ceqffrcy Saint HUairt

sentido me siga sin pena, y llegue a percibir, sin esftierzos así como
sin retardo, el más pequeño error, o la más ligera (alta de juicio que
podría escapárseme.
Para este fin, no tengo más que contar cuáles fueron mis su­
cesivas preocupaciones, mostrarme actuando bajo el desarrollo
de mis ideas, y agrupar en con junto los motivos que han hecho
imaginar los principios de una doctrina que, muy ciertamente,
me es propia, y que he dado a conocer bajo el nombre de Teoría
de los análogos.
A mis comienzos en el profesorado, en 1793, no había existido
en París ninguna enseñanza de zoología. Obligado a crear, adquirí
los primeros elementos de la historia natural de los anímales, orde­
nando y clasificando las colecciones confiadas a mis cuidados. Sin
embargo, para permanecer definitivamente fijado sobre el mejor
sistema de clasificación que tendría que seguir, tuve que darme
cuenta ante todo del valor de los caracteres', es decir, a investigar, a
través de largos y pesados ensayos, lo que estos caracteres deberían
ofrecerme de constante y de útil como diferencias apropiadas para
servir a la distinción de los seres. Ahora bien, de cada sesión que
hacía diariamente en los ^bin etes del Jardín del Rey, recibía una
impresión que, reproduciéndose siempre igual, me llevó a esta vi­
sión del espíritu: que tantos anímales que yo tenía por diferentes,
y que trataba como distintos imponiéndoles mi nombre específico,
no diferían sin embargo más que por algunos ligeros atributos,
modificando más o menos una estructura general y evidentemente
igual. Efectivamente, no era más que una ligera modificación, desde
III el m óm ente en que percibía claramente que el punto diferenciado
no remitía a lo que habría podido ser llamada la condición esencial
de las parres; no afectaba más que a su dimensión respeaiva. Así, a!
observar animales próximos, cada uno de los materiales orgánicos
reaparecía en su totalidad. Para que hubiera diversidad de especies,
bastaba la más pequeña variación en e! volumen proporcional de los

76
P rin ó fm (Upiosofia zooiégica.

jjiareriaies asociados y constituyentes, la más débil alteración dentro


¿le dimensiones que no cambiaban en nada las relaciones esenciales.
punto que un ligero matiz en el color basta incluso algunas veces
para la distinción de dos seres, como se ve respecto de la garduña y
¿e la m ana, por ejemplo; dos especies que jamás se confunden, y
que sin embargo difieren apenas por el time de su cuello ia-rado de
amarillo en la marta, y enteramente blanco en la garduña.
¡Cuántas veces he percibido el valor de estas ideas estudiando así
de conjunto las colecciones del Jardín del Rey! Si me sucedía de estar
situado 3 una cierta distancia, captaba un electo general en el que
déaparecían todas las diferencias de poca importancia. De cara a
los armarios de ornitología, no percibía sobre los estantes más que
la repetición, un gran número de veces multiplicada, del tipo pájaro-,
es decir que no distinguía más que los rasgos generales, a saber, la
cabeza, el cuello, el tronco, el rabo, las alas, los pies; en todos los
individuos, eran plumas por tegumentos; en todos, un pico como
cuerno rodeando las quijadas: rodas cosas exactamente repetidas, y
que, además, existían en l u ^ e s respectivamente iguales.
Esta misma experiencia respecto de los mamíferos, para que
estos estuviesen igualmente abarcados dentro de las mismas con­
sideraciones, exigía que me mantuviese a una distanda mayor; y
del mismo modo, por una progresión completamente natural, era
necesario alejarse mucho más de los sujetos a observar si me pro­
ponía comprender bajo el mismo aspecto, y con la misma meta de
investigadón, animales caracterizados por diferencias multiplicadas
y más considerables, como podía ofrecerlo, por ejemplo, la obser­
vación simultánea de un mamífero, de un pájaro, de un lagarto, de
una tortuga o de una rana; pues incluso en este caso, la cantidad
de diferendas, aún dando lugar a un sentimiento de intervalos
más amplios o de hiatos entre esos mismos animales, no impedía
menos por ello una cantidad de diferendas muy inferior a la suma
de reladones mediante las cuales estos animales se corresponden,

77
1 Etintne Gtqffhy Saint-HiiaÍj-e

son ordenados en la misma clase, y forman parte del mismo grupo


llamado ram '^cación de los vertebrados. '
He aquí cuáles fueron mis primeras impresiones como zoólogo
Algimas disecciones emprendidas bajo la influencia de estas iip.
presiones respondieron a ello; todos los órganos interiores estaban
en un vínculo perfecto con los de la periferia del ser. Un aflujo de
san^e arterial llega en el momento oportuno para acarrear la for­
mación deflnitiva de cada porción de esa periferia: pero pam realizar
una distribución can regular, existen en el interior una cantidad de
complicados aparatos, donde el observador puede creer en algo
inextricable, pero donde todo tiene su tazón, donde todas las cosas
están perfectamente coordinadas. Es un mismo arreglo de sistemas
análogos, de manera que el zootomista llega al mismo punto de
impresiones y de creencias que el zoólogo, y que en definitiva es
un hecho adquirido de fílosofia natural que los animales son de­
cididamente el producto de un mismo sistema de composición, el
ensamblaje de partes orgánicas que se repiten de manera uniforme.
¿Sólo eso es lo que usted entiende?, dice la argumentación que
me ha sido opuesta. «Eso es algo verdadero dentro de den o s límites,
pero tan viejo en su principio com o la zoología misma y a la cual los
descubrimientos más recientes no han hecho más que añadir en cier­
tos casos rasgos más o menos importantes sin alterar su naturaleza.»
Este punto preciso y especial de la discusión lo examinaré aparte.
Pero no seguiré a k argumentación en relación a una distinción que
ella me ha adosado y que yo jamás hice, cuando pretende que uno
se enrienda sobre estas grandes palabras^», unidad de composición y

Si ju ^ o de ellas a través de comunicaciones sea escritas sea verbales en


r e s u e n e s improvisados, parecería que mi respuesta tocante a g an d es palabras
K ha encontrado muy débil, o bien potente ¡a objeción de la que han sido objeto
Hemos vuelto a ellas con confianza. Se ha hurgado en los diccionarios: la palabra
rom pas,ción posee allí un valor muy diferente al de p k n , y recíprocamente. Se
anuncia que yo he admitido de una parte la u nidad de composición, y de otra pane
78
Principios de fiiaso fia zúolépca.

de plan. Todo lo que precedentemente es aceptado como


verdadero, a saber: que los anímales son e! producto de un mis­
ino sistema de composición, lo he llamado unidad de composición
Qjgánka. Para mayor exactitud hubiera sido preciso decir: unidad
de sistema en la composición y la disposición de las partes orgánicas-,
pero yo quería un nombre, y sólo podía lograrlo por la contracción
de esta frase, siguiendo en esto al uso que por ejemplo hizo decir
tribunal criminal, en lugar de la frase: tribunal instituido para juzgar
las causas en h criminal.
Habría sin duda mucho que decir a favor de la expresión: unidad
de composición orgánica, incluso para justificar la de unidad, más
específicamente atacada: me limito a evocar el ejemplo dado por
Leibnlz, esta definición del universo, la unidad en la variedad. Pero
dejemos las palabras para ocuparnos sólo de las cosas.
Vuelvo a la observación que se me ba hecho: «¿Es de esas seme­
janzas que usted entiende?». Sí, respondo, sólo eso constituye las
doctrinas de la analogía de los órganos, y me apresuro a añadir que
al comienzo de mi carrera creía, en lo personal, que no había allí

lá u nidad de plan, ahora bien, hagan la suma de esas dos unidades, y he aquí coda
¿sta filosofía dada vuelta. El sistema de la naturaleza ya no es ¿ í unidadfilosáJica\
no habtia en verdad m is que un sistema de PLURALIDAD D E LAS C O SA S.
Es verdad, yo no había percibido en la discusión sobre esté tema más que un
debate‘sobre los términos puramente gramatical. Sin embargo, ¿habré enunciado
realmente, en mis expresiones, la distinción que me han adosado? Habría sido
contra mi intención. Este es, más precisamente, mi pensamiento: la composición
de las partes, sin ser lo mismo que su relación, comprende o más bien apela a esta,
com o siendo su consecuencia necesaria. Mi principio d e las conexiones me sirve
de brújula y me cuida del error en la investigación de los materiales idénticos.
Así, según ia naturaleza de cada órgano, el mismo tema de observación vuelve en
todos los animales, y da a luz su condición de elemento, de unidad d e composición,
y por subs^nicnte es bajo una razón n«esaria que él está situado en tales y
cu^es relaciones, es decir, bajo el imperio de conexiones constantes respecto a
los materiales que lo aproximan. Yo no veo allí ni confusión en los términos tú
oscuridad en el pensamiento,
79
í
Esitnne Geojffhy Sáhít-fíitititt

nada de io que debiera valerme. AJ igual que el señor Cuvier, que en


la actualidad hace de ello el objeto de una nueva consideración, yo
mismo había admitido en otro tiempo «que lejos de proporcionar
bases nuevas, bases desconocidas a todos los hombres más o menos
hábiles que la han cultivado hasta el presente, estas ideas de la relación
entre los seres, acotadas dentro de límites convenientes, formaban,
por el contrario, una de las bases más esenciales sobre las que descansa
la zoología desde su origen, una de las principales bases sobre la cual
Aristóteles, su creador, la ha asentado; base que todos los zoólogos
dignos de ese nombre han buscado ampliar, y aJ fortalecimiento de la
cual están consagrados todos los esfuerzos de la anatomía.»
Yo compartí desde temprano estos presentimientos; e incluso para
estar más vivamente penetrado por ellos, me contenté de creer en el
relato de Aristóteles. En primer lugar, jamás dejé de citar a Aristóteles
en mis obras, como la primera fuente de las doctrinas sobre las ana­
logías de la organización; pero también quise recibir una enseñanza
elevada de los hechos mismos. Entonces me apliqué largo tiempo
a su apreciación; he exigido aJ estudio de los detalles, a las luces de
una observación directa, elementos de una más íntima convicción.
Entonces los hechos adquiridos y meditados en ese espíritu, com ­
parados entre sí, que me revelaron relaciones cuando hasta allí no
había percibido más que diferencias absolutas, hicieron finalmente
nacer en mí este sentimiento tan nítido como profundo del que estoy
penetrado en el presente: el sentimiento de la relación de las cosas.
¿Y cómo no habría marchado sobre las huellas de tamos hábiles
maestros? Las doctrinas de Aristóteles se habhn vuelto a su vez el
presentimiento reflejo de todos los espíritus superiores que se ejer­
cieron a partir suyo sobre esta materia.
Así, Belon, en 1555. colocó en observación los esqueletos de
un hombre y de un pájaro, e intentó mostrar la correspondencia
de las mismas partes, sino ya por nombres semejantes, al menos
por letras comunes.

80

L
Principio! de fiioíofta zaoiógica.

gacon, quien nota en su N om m orgammi todo el bien práctico


quc en el estudio de la naturaleza se debe extraer del examen de la
diversidad de los seres, cree sin embargo que se penetraría mejor en
la profundidad de las cosas si pidiéramos la tazón de la composición
animal a los hechos de analogías y de similitudes. También recoraieii'
Ja, como debiendo volverse la cualidad más útil en filosofía, una
(¿erra sagacidad activa que vuelva capaz de invesdgar y de captar las
Cpnformidadcs físicas.
Ya he empleado en uno de los discursos preliminares de mí Fibsofia
m ^óm U a el recueido de una inspiración repentina de Newton. Su
genio, adentrado en la meditación de las relaciones y la uniformidad
de las masas planetarias, foc de golpe impresionado por la idea de
que las mismas visiones eran igualmente aplicables a los animales: «Y
sí, también» exclama Newton, al terminar su libro de la Ópdca; «sí,
sin la menor duda, ¡a organización animal está sometida al mismo
modo de uniformidad. In cerporihus animalium, in ómnibus fere,
mm iliterposha omnia.»
Pero en fin, la edificación de los métodos en historia natural no
^descansa sobre la idea de que los seres de un mismo grupo se en­
cadenan a través de las relaciones más íntimas y están compuestos
por órganos análogos.
Tales fueron desde su nacimiento las ideas de la zoología; yo las
recibí o concebí desde temprano. Pero sobre todo ellas me afec­
taron con una perfecta convicción hacia la mitad de mí carrera.
Es también lo que piensa realmente el señor barón Cuvier según
los términos antes citados de su informe. Según esto, habría que
concluir que nosotros estamos cerca de entendernos sobre el fondo
de las cosas.
I^ro no; debo conceder al señor Cuvier que existe desacuerdo
entre nosotros, y creo incluso que ese desacuerdo es más grande de
lo que sospecha el propio señor Cuvier. Intentemos precisar nítida­
mente el objeto.

81
£nVw»í G et^ cy Saim-HUahe

En primer lugar, d señor Cuvier sólo admite semejanzas filosóficas


analogías de órganos dentro de límites estrechos: donde él encuentra
bien restringir esas consideraciones, yo creo necesario extenderlas
sobre un número mucho mayor de animales. Ahora bien, esto mis­
mo es explicable por una doble causa, 1“ porque comporta el mejor
juicio del hecho en sí mismo; 2 ° porque decide la susceptibilidatl
de las cualidades naturales de los espíritus, algunos de los cuales se
aplican preferentemente a la extensión superficial de las cosas, y otros
a conocerlas en profundidad.
En segundo lugar, d señor Cuvier cree a ia dencia creada desde
hace dos mil doscientos años. «Aristótdes ia habría asentado desde
entonces sobre una base que sólo a los zoólogos dignos de ese nombre
les está dado ampliar», Al concederme que yo mismo había hecho
una com paradón útÜ, un descubrimiento muy real, cuando referí
las cabezas de los mamíferos en estado fetal a !a de ios anímales
ovíparos en edad adulta, y principalmente cuando descubrí la ana-
logia del hueso cuadrado de los pájaros con la caja auricular de los
mamíferos, el señor Cuvier afirma que yo solamente he sumado a
las viejas y conocidas bases de la zoología, que de ningún modo las
he cambiado, que de ningún modo he probado ni la unidad, ní ia
identidad de ninguna composición de órganos, ni nada en fin que
pueda proporcionar un nuevo principio. Entre alguna analogía más
en ciertos animales y la generalización de la aserción de que la compo­
sición de todos los animales es una, la distancia es tan grande como la
que existe entre el hombre y la mónada, y es decir todo.
Por mi parte, creo todas esas aserciones forzadas, incluso erróneas,
Pero no puedo elevarme contra ellas más que con un sentimiento de
benevolente estima, cuando pienso que hacia ia mitad de mi carrera
habían constituido de igual modo el fondo de mis propias opínío'
nes. Desde 1 8 1 2 a 1817 conocí todas las dificultades de mi tema;
durante todo ese lapso de tiempo tuve la tonta idea de considerarlas
como insuperables. En un caso sobre el que me explicaré mas tarde,

82
Principios de filo so ^ zoeUgica,

jjie creí entonces detenido por im obstácuJo que mi imaginación


jgfandaba de una manera desesperante, en el que veía una especie
¿c muralla china, A disgusto tomé el partido de no hacer ni escribir
jjada en lo tocante a dichas cuestiones.
Sin embargo, habiendo retomado coraje a través de estudios muy
obstinados sobre los pecra, e impresionado por algunas aproximacio­
nes luminosas, salí de esas dificultades: llegué a captar aclaraciones
precisas, cuyas felices influencias produjeron finalmente un om jum o
de ideas, conjunto devenido hoy mi teoría de los análogos.
Y en efecto, nada riguroso había salido aún de lo que se conve­
nía llamar, y d élo que yo mismo llamé durante mucho tiempo, la
doctrina aristotélica. Pero para permanecer en la verdad, vuelvo
sobre ese decir. Yo no debo, n¡ puedo conceder que los escritos de
Aristóteles fueran una fuente de doctrinas sobre la analogía de la
organización. Sería apartarse aún más de la verdad de los hechos
relacionar a ese gran hombre todo Jo que tienen de serios y de ver­
daderamente científicos los trabajos emprendidos en nuestra época,
atribuirle efectivamente doctrinas, una teoría, por cuya invención
la anatomía filosófica debería tomar importancia entre las ciencias
exactas. Lo que Aristóteles había presentido a priori, cediendo a la
evidencia de algunos hechos, yo lo hice emerger con certidumbre
y lo deduje en la actualidad a posteriori del estudio comparativo de
los hechos mismos: lo que él liabía dejado para la instrucción de
ks edades por venir consiste en algunas ideas complejas y confusas,
unas verdaderas y otras falsas. Aquellas excitaron la simpatía de los
espíritus superiores, y estos encontraron al mismo tiempo ecos para
^creerse con predilección en los estudios de las diferencias.
Ahora bien, ¿es digna de interesar verdaderamente una doctrina
hecha de una mezcla de datos que se excluyen mutuamente, y que,
por consiguiente, vician desde su origen el justo principio de las
analogías de organización? Es evidente que esta misma confusión
existe tanto en Aristóteles como en la argumentación que me ha sido

83
B ifn n e G eeffity Sainx-H ilaife

opuesta; pues allí se han empleado los órganos en todo Jo que ofrecen
al observador; se los ve en primer lugar como siendo inseparables
en sí mismos en cuanto a sus condiciones de elementos o i^ n k os,
y a la vez en cuanto a sus formas y sus funciones.
Ciertamente, era preciso que la idea de Aristóteles, tal como fue
comprendida durante ios siglos transcurridos a partir suyo, careciera
de lucidez. Evidentemente fue así desde el origen. Puesta en práctica
desde el principio, no conocimos mejor faro, instrumento más per­
fecto, usado comúnmente con fortuna en los trabajos zootóraicos.
Ahora bien, sucedió completamente de otra manera en un número
muy grande de casos. Abran las obras de los veterinarios y de los
ictiólogos y verán allí que esos naturalistas, en tanto creían en una
anatomía especial, hacen uso de un lenguaje aparte, como si hablaran
de órganos que fuesen conocidos sólo por ellos. La fuente de esos
errores es que, en un caso, las funciones eran puestas en primera
línea, y en otro caso, lo era la forma.
Entonces intervino un consejo, que yo daba equivocadamente o
con razón: muy lejos de ampliar y de consolidar la base antiguamen­
te admitida, la invertía enteramente; porque no se trataba de otra
cosa más que de una marcha diametralmente opuesta. En efecto, en
tanto se hablaba bajo el punto de vista filosófico de la investigación
de las analogías, yo propuse rechazar las consideraciones extraídas
de las formas y de las funciones. Las formas —dije—son fugitivas de
una especie a la otra; esta visión se aplica con mayor extensión a las
funciones, la.s cuales crecen en importancia com o los volúmenes,
todas cosas que subsisten además en el mismo estado.
No se ha pensado en los inconvenientes de hacer anatomía filo­
sófica con las considemciones de las formas; era caer en la antilogía-
Y en efecto, concluir de la observación de las diferencias hechos de
relaciones era aceptar juicios que descansaban sobre perpemas con­
tradicciones de ideas. Sin embargo estoy lejos de censurar lo que se
ha hecho de entrada; no se conocía entonces más que ese modo de-

84
Principios ée filoso fía zooló^ca.

lécnioso; preferible esa marcha irregular que un reposo funesto: pues


in o ra r sin sospecharlo no es la peor condición para la humanidad.
En cuanto a las funciones, no iremos lejos a buscar un ejemplo
que justifique la exclusión que hacemos de ellas. Efectivamente, ¿'qué
hay más perfectamente análogo que el hombre en su nacimiento y
el hombre adulto? Todos los aparatos del movimiento progresivo
están en uno como en el otro; de igual modo los órganos de la pre­
hensión, todos en definitiva. Ahora bien, hagan que ellos entren en
juego, y encontrarán que lo que aquí es fácil, allí es imposible. La
mano delicada del niño no levantará ese pesado martillo, que es la
herramienta empleada en todo momento por la mano del herrem.
Sin embargo, en cuanto a identidad de partes, se trata del mismo
aparato; la estruemra es la misma; pero su potencia es distinta, por­
que la función sigue el grado variable de toda dimensión posible.
Extendamos esto a la comparación de la última porción del miem­
bro anterior en los mamíferos. Sin que haya merecido e! reproche
de haber recurrido a una expresión empática, será entonces cuando
podre hablar de mis visiones útilmente generalizadas y concentra­
das bajo el nombre de unidad de camposición, o lo que sería largo
de explicar en esta frase alargada, bajo la denominación de unidad
de sistema eti ¡a composición de las partes examinadas; pues todo mi
pensamiento expresado a través de esos términos encuentra en este
caso una feliz y completa exposición.
En efecto, la estruemra del ultimo cuarto del miembro anterior es
la misma: igual empleo de las falanges, iguales ajuste y disposición
para producir sus dedos, igual aparato muscular pata extenderlos y
flexionarlos. ^Por qué entonces no hablaría de repetición uniforme
?de materiales, no vería allí una unidad indiscutible de esencia? Todo
esto es una misma cosa, sea en esta especie, sea en aquella; ven sin
embargo que la función difiere. Pues este último tramo del miem­
bro anterior es empleado de modo diverso en muchos mamíferos,
Méviniendo la pata del perro, la garra del gato, la mano del mono,

85

1
Etim ne Geoffivy Saim -H i¡aúe

un ala en el murciélago, un remo en ia foca, en fin una parte de


pierna en Jos rumiantes.
Ahora mostremos que la teoría de los análogos no es una repe­
tición disimulada de la doctrina aristotélica, que no es su simple
amplificación, que reconoce principios propios, que posee un fin
preciso, que deviene un instrumento de descubrimientos, y
ateniéndose rigurosamente al objeto en consideración bajo la
relación de su existencia, es decir al hecho anatómico, introduce
en los estudios de los sistemas de los animales el único elemento
científico apropiado para permitir captar todas las conformidades
físicas del mismo rango.
I" No es una repetición disimulada de las antiguas ¡deas sobre
las analogías de la organización: pues la teoría de los análogos se
prohíbe las consideraciones de la forma y de las funciones como
punto de partida.
2 ° No amplía únicamente las antiguas bases de la zoología, las in­
vierte a través de su recomendación de atenerse a un único elemento
de consideración como primer tema de estudios.
3 ° Ella reconoce otros principios; pues para ella no son los órganos
los que son análogos en su totalidad, lo que no obstante ocurre en
animales casi semejantes, sino los materiales de los que los órganos
están compuestos.
Este punto es fundamental en mi nueva doctrina. Voy a procurar
hacerlo concebir. Un órgano se entiende por la reunión de varias
partes que, asociadas por un mismo destino, concurren simultá­
neamente a la producción de los actos y de las sensaciones de los
animales. Planteado esto, sucede que cuando algunas de las partes
componentes cambian por aumento o disminución, o incluso llegan
a faltar enteramente, ese órgano, lo suficientemente conservado en
su conjunto, se ve sin embarga afectado por una sensible variación.
Sucede igual si algunas partes, sin ser sustraídas enreramente, se
desprenden de é] para unirse a otros órganos vecinos.

86
P rin d jfioj íÍí fik io fia so o íó ^ a.

ffero evitemos toda abstracción, y expliquémonos a través de


éjempfos. El hioides del hombre está compuesto de cinco huesillos;
el dcl nueve: en un órgano como en el otro, se ha dado
e! jnismo nombre, y es justo, se dirá, en tanto que uno y el otro
un mismo uso. ¿Son análogos? La doctrina aristotélica
jtísponderá afirmativamente, en razón de que los dos hioídes con-
¿uerdan en una relación elevada. La reori’a de los análogos por el
■^ntrario se niega a ver allí una analogía completa, porque hay
fpás partes en uno de los híoidcs y menos en eí otro. Esta última
deberá en primer lugar dar satis&cción a su esencia investigadora;
pues no puede pronunciarse con seguridad más que si hubiese
eíicontrado los cuatro huesillos ausentes en el hioides humano, o
reconocido, al menos, motivos de su completa desaparición. Así,
para los adeptos de la filosofía aristotélica, basta que la función
sea percibida; para ellos, todo el aparato, sea con cinco, sea con
nueve huesillos, constituye un órgano análogo. Por el contrario, la
teoría de los análogos busca cuáles son, entre las nueve piezas de!
-Órgano completo, los análogos de los cinco huesillos en el hioides
reducido a ese número; pues ella refiere !a analogía solamente sobre
los materiales.
4 ° Su fin preciso es otro; pues exige un rigor matemático en la
ítéterminación de cada cipo de materiales tomado aparte.
5 “ Ella deviene un instrumento de descubrimientos.
Para mostrarlo, retomemos el ejemplo que acabamos de citar.
En efecto, la teoría de los análogos deberá consagrarse aj espíritu
fiíivesti^dor: deberá indagar sobre ios cuatro huesillos que, ausentes
en e! hioides del hombre, privan a este aparato de estar completo
del todo. Si no tiene motivos para creerlos enteramente desapare­
cidos, los buscará cerca, pero fuera del ó r^ n o reducido; y si quiere
H reclamar esos elementos anatómicos sin ningún tanteo, encontrarlos
■ sin difíciles búsquedas, podrá recurrir a orro principio, su socio, su
guía fiel; es el principio de las conexiones, suerte de hilo de Aríadna

87
Etiínnc Gsaffircy Sm m -H ihin

que man nene en el verdadero camino, y que lleva necesariamcnrp


a un final feliz, ^
El liioides de los mamíferos llegado al máximo de composición
está formado de nueve piezas, dispuestas en dos cadenas cruzadas
una longitudinal, establecida en tres piezas, entre la lengua y la ¿
tinge; y otra transversal, compuesta de seis: tres a la derecha v
a la izquierda.
Comparen lo que se conserva en el hioides humano con esos
hioides de piezas completas, con ese aparato de nueve pequeños
huesos; encuentran que iguales materiales están presentes de m anera
idéntica en los dos ejemplos, a saber;
En medio de Jas piezas de la cadena longitudinal y entre la
lengua y la laringe hay, del lado de Ja lengua un hueso impar, o d
arco medio: es el principal cuerpo del hioide; y atrás, del lado de la
laringe, huesos pares, o losgraa^ies cuernos en el hombre.
2 “ Para formar la cadena transversal, no existen más que los pe-
(jueños cuernos, el cuerpo en el centro.
Y en total, esas son las cinco piezas del hioides en el hombre: d
hueso medio, el par de los grandes cuernos y el par de los pequeños
cuernos,
(A dónde llega la teoría con esta búsqueda? A constatar que en el
hombre la cadena transversal está incompleta; que está reducida, a
derecha e izquierda del cuerpo medio, a un hueso pequeño, incluso
atrofiado.
Sin e m b a r^ , dado el hioides del gato y de los otros mamíferos,
el hioides completo en cuanto al número de las piezas, el hioides de
nueve piezas, ¿existirían en el hombre, para formar ese número, por
iI
fuera y a continuación de los pequeños cuernos, por consiguiente
hacia el cráneo, otros dos huesillos completando la cadena trans­
versal de la que se ha hablado más arriba? Sí, he aquí lo que da a
luz la observación. Así, hay dos piezas a la derecha, otras dos piezas
semejantes a la izquierda que faltan en el hioides del hombre. Existe
88
P rincijiios de filoso fía zooU ^ca.

yita causa para este efecto: la parada verticaJ de la especie produjo ese
jgsultado. Esa es sin dudas una grave anomalía si juzgamos la regla
de admisión para esta clase de animales a partir dei conjunto de los
mamíferos. La posición recta de ia columna, principalmente de las
yónebras cervicales, que son su primera porción, y la amplitud muy
grande de la base del cráneo, son el impedimento que ha privado
a la cadena de estar completa, y de poder meterse, como ocurre en
los demás mamíferos, detrás de la oreja.
He llamado, como sigue, a la cadena transversal completa de
siete piezas:

Estilohial, ceratohial, apohial, BASIHIAL, apohial, ceratohial,


estüohial.

Esta cadena se compone, en el hombre, de las tres piezas sigulenrcs:

Apohial, BASIHIAL, apohial

En este cuadro, vemos qué piezas existen de más en el gato y


en los demás mamíferos que se apoyan por igual sobre sus cuatro
extremidades, y cuales faltan en el hombre que se sostiene y camina
sobre sus dos extremidades posteriores.
Pero sin embargo, ¿está el hioides del hombre absolutamente
privado de apoyo hacia las partes laterales del cráneo? No es así. Un
ligamento, proveniente de cada pequeño cuerno o del apohial, se
pmlonga latetaímeme y alcanza la extremidad de la apófisis estiloíde.
Pero esta es una circunstancia nueva para la investigación de la
teoría de los análogos: los mamíferos, en los cuales toda la cadena
transversal es enteramente ósea, carecen de ese largo ligamento
óseo, solamente característico del hombre. En la primera etapa,
ese ligamento no alcanza aún el cráneo; es entonces un hueso de
la cadena, como en los mamíferos; pero además la observación

89
í Etiennt Gcqffriry Saint-hiiaire

dirigida por los principios de la teoría me han hecho descubrir


allí dos huesos primitivos. Encontrar en el hombre el estilohia] y
el ceratohial devino la obra de la teoría de los análogos; pues toda
intuición es el hecho y el fin de las teorías. Tales éxitos constatan
la utilidad de su invención.
No es en este informe, en el que sólo trato una cuestión general,
que debo Insistir más sobre este hecho parricuJar. Más desarroUos, que
por otra parte ya he ofrecido en el primer volumen de mí Filosofia
anatómica, serían en este lugar excesivos; me basta con añadir que la
anatomía humana ya había percibido y descrito los materiales hioides
que faltaban en el hombre; pero no los había observado más que
como una dependencia del cráneo. En su observación sín doctrina,
no vio allí más que una saliente puntiaguda, soldada al conducto
auditivo; lo que le había bastado para dar a ese desmembramiento
del aparato híoldeo el nombre de apófisis estibide.
6° Por último la teoría de los análogos, para devenir en todas partes
igualmente comparativa, se aliene en ese caso a la observación de
un único orden de hechos.
En ese sentido ella es necesariamente exclusiva. No puede ser
a la vez anatómica y fisiológica. Antes de preguntar qué hará ese
cuerpo, es preciso ante todo que él mismo sea establecido, y que
lo sea independientemente de su forma y de sus usos. Todas las
ventajas de la nueva teoría le son procuradas por esto; que en el
comienzo de sus trabajos ella consiste en ser anatómica, que en
primer lugar refiere su examen únicamente sobre el objeto en
consideración, sobre él como existente, y que deja para un estudio
distinto la investigación de sus propiedades. De este modo, siendo
tomado en consideración este único elemento, se lo determina con
rigor; se lo sigue en todas sus metamorfosis, y luego que se lo ha
confrontado en todos los seres, se llega a conocerlo analógicamen­
te; es decir, a comprenderlo en la unidad filosófica, sin mezcla de
ninguna consideración accesoria.

90
Principiéis de fiio so jia zeoiápea.

{^curram os también a un ejemplo para establecer este hecho. Si


je habla de una uña, las nociones que la teoría de los análogos se
aplicará a recoger sobre este elemento orgánico son todas las que
conciernen a su esencia y a sus propiedades comunes, pero sobre
iodo eso se hará independientemente de su forma y de sus usos, cuya
(Xjnsideración sólo tiene una importancia relativa en cada especie
tomada por separado. Si no se trata de un hecho particular, y si de­
bemos mantenemos en el punto de vista más genera!, los diferentes
volúmenes que puede adquirir no podrían formar para nosotros
una consideración de ningún interés. Pues se llame una UNA a
una capucha epidérmica mínima y pequeña, como en los animales
unguiculados, o devenga una masa espesa de callosidad, como en los
caballos, los rumiantes, los animales angelados, masa para la cual el
uso consagra en ese caso el nombre de PEZU Ñ A , la teoría de los
análogos, viendo esas capuchas de la última feiange de los dedos,
desde su punto de vísta filosófico, las considera como una única y
misma cosa; no hace allí ninguna diferencia.
Si en un segundo momento llega al estudio de las formas y de
las funciones, la atención se apoya sobre las metamorfosis de esos
elementos idénticos, para admitir sus diferentes volúmenes y para
conocer sus diversos usos.
Este no es solamente un punto teórico sensible a la vista del espíri-
m. La naturaleza, en sus extravíos, que nosotros llamamos hechos de
monstruosidad, da a nuestros ojos una demostradón compleu de ello.
La regla, es decir, el hecho general para todos los animales que
tienen cuatro extremidades, se muestra en la subdivisión digital de
la última porción del miembro. Si hay cinco dedos bien distintos,
ellos sólo llegan a una dimensión poco considerable y más o me­
nos igual respectivamente; las uñas son también pequeñas, y por
consiguiente de un volumen tal que no son más que uñas, según la
acepción más restringida del término. Pero si sucede que los dedos
laterales son sacrificados, porque la parte principal de la alimentadón

91
i ^ a tn f Smnt-Híiairc

Sé sirve de los dedos intermedios, como en los rumiantes, en los


cuales dos dedos se desarrollan con hipertrofia, mientras los otros
dos permanecen afectados de atrofia, o bien como en el caballo, las
uñas experimentan el mismo desarrollo excesivo, y se vuelven uñas
espesas, o pezuñas^ ocurriendo en el primer caso para un dedo, y en
el segundo para dos.
El pie de un rumiante, y más aún el de un caballo, son casos de
excepción, son lo que por deferencia para con la aptitud y los hábitos
prácticos de nuestro espíritu, llamamos casos de anomalía. Es en esas
circunstancias que yo he visto la regia repetirse en aig;uno$ caballos
monstruosos. El honesto y sabio señor Verdín, director de la escuela
veterinaria de Lyon, me ha mostrado un caballo nacido con tres dedos
adelante y cuatro atrás. Vuelto a París en 1826, publiqué ese hecho,
recordando que existían otros en los anales de la ciencia, a saber; un
caballo didáctilo que, segdn Suetonlo, vivió en las caballerizas del
César; otro caballo semejante que perteneció a León X , etc.
Ahora bien, en todos esos caballos a los que la monstruosidad ha
llevado de este modo a la regla com ún, a la pluralidad de los dedos,
las uñas han permanecido uñas mínimas y pequeñas, auténticas uñas,
en la más estricta acepción del término.

Me atengo, en este primer informe, a las consideraciones generales


que acabo de presentar; y declaro que apenas he iniciado este tema
de una fecundidad inagotable. No he dicho nada de mis trabajos
sobre el críneo; de aquellos destinados a reconducir los peces a la
organización de los animales que respiran en el aire; y sin embargo,
son esos trabajos los que me hicieron recurrir a varías reglas, algmias
de las cuales aún no han sido mencionadas.
Ahí estaban todas las dificultades del tema; allanarlas era mostrar
nuevas relaciones; era ^neralizar, adquiriendo tales resultados para
componer con ellos el dominio de la ciencia; es decir abrazar todas
las verdades particulares dentro de las consideraciones comunes y

92
Principios áefiÍM ofiét zociágica.

¿levadas de las que, en definitiva, la teoría de los análogos no es más


que una de las expresiones.
JEn el Informe siguiente entraré mas en el fondo de la cuestión,
y^íexaminaré este punto particular sobre el que se apoyan nuestros
debates; saber si hace falta, con el señor barón Cuvier, restringir cada
vez más o, por el contrario, según mi parecer, aumentar cada vez
más el campo dé las consideraciones filosóficas.
H oy me basta haber mostrado que he correado, renovado y pre­
cisado las antiguas ideas sobre la analogía de la organización, y que
he sustituido a la ignorancia de las opiniones reinantes, una marcha
clara y cierta, que ha devenido un método útilmente aconsejable
para una rigurosa determinación de los órganos.
Para tetmínar, lamento y expreso todo mí dolor por el hecho de
que haya habido un choque de opinión entre el más viejo de mis
amigos y yo; pero no pude evitarme elevar la voz. Pues no es en mi
provecho que lo hice; sino para ofrecer el desarrollo de una doarina
que creo destinada en el presente a un alto grado de utilidad. H a­
biendo adquirido, por el empleo de mi vida y la persecución de un
Único fin, el carácter dél homo unitts libri de San Agustín, expresión
que ese sabio obispo aplicaba a aquellos que recomendaban una
idea principal, he debido aprovechar la ocasión que me fue ofrecida
de exponer cómo exmeibo esta única cosa en la cual YO PIENSO
SIEM PRE.

93
De la teoría de los análogos
Aplicada al conocimiento
de la organización de los peces
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)

El sistema de la argumentación que me ha sido opuesta en la sesión


del 2 2 de febrero último estuvo compuesto de dos partes distintas,
;)|s dos objeciones siguientes:
PRIM ERA O B JE C IÓ N : S i a l imistir sobre ios analogías de los
m es usted se mantiene en ¡imites acotados, no dice más ^ue una cosa
verdadera, conocida desde hace 2 2 0 0 años y planteada p or Aristóteles.
He respondido en mi informe, leído el primero de este mes, que mi
adoctrina llamada teoría de ¡os análogos, descansando sobre los únicos
datos de ia anatomía y bajo todos los puntos de vista sobre principios
diferentes, no era una repetición de la doctrina aristotélica.
SEG U N D A O B JE C IÓ N : Para llegar a un principio de unidad.
Usted sale del campo de ¡os hechos realmente comparables, le da una
óxtensión que haría falta en cambio restriñir, a fin de contenerse en
Umites más estrechos. Este es el punto que voy a examinar boy en lo
que concierne a la organización de los peces.

95
De la teoría de los análogos
Aplicada al conocimiento
de la organización de los peces
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)

El sistema de la argumentación que me ha sido opuesta en la sesión


del 2 2 de febrero último estuvo compuesto de dos partes distintas,
;)|s dos objeciones siguientes:
PRIM ERA O B JE C IÓ N : S i a l imistir sobre ios analogías de los
m es usted se mantiene en ¡imites acotados, no dice más ^ue una cosa
verdadera, conocida desde hace 2 2 0 0 años y planteada p or Aristóteles.
He respondido en mi informe, leído el primero de este mes, que mi
adoctrina llamada teoría de ¡os análogos, descansando sobre los únicos
datos de ia anatomía y bajo todos los puntos de vista sobre principios
diferentes, no era una repetición de la doctrina aristotélica.
SEG U N D A O B JE C IÓ N : Para llegar a un principio de unidad.
Usted sale del campo de ¡os hechos realmente comparables, le da una
óxtensión que haría falta en cambio restriñir, a fin de contenerse en
Umites más estrechos. Este es el punto que voy a examinar boy en lo
que concierne a la organización de los peces.

95
til, I

E titn n í Saittt-JJilain í

Luego examinaré además el valor de esta objeción; una primera


vez, en lo que concierne a las anomalías de los desarrollos orgánicos
en cada animal, anomalías que constituyen los hechos de la mons.
truosidad; otra vez, dando un resumen preciso de mis investigaciones
sobre la composición de la cabeza ósea; y finalmente en un tercer
informe, evocando lo que hay de concordancias adquiridas por ¡a
ciencia entre ios animales superiores y los crustáceos, los insectos, y
en general rodos ios animales articulados*'’.

Siempre me da gusto ocuparme de estas consideraciones; tal com o las


concibo, serán una revisión de mis antiguos trabajos, a los cuales tendría mucho
que añadir. Demasiado extensos en su objeto, ninguno pudo encontrar lugar en
esta primera pubbcadón.
Espero que se me permita presentar aquí un pensamiento de una relación muy
elevada. Arriesgo mucho sin dudas, privándolo del apoyo de un gran número de
bechps indispensables para su despliegue.
Los insectos y los mol úseos, si sé tiene por primeros a los seres dél centro de cada
serie, son muy diferentes, y presentan sobre todo importantes rasgos a constatar,
aún rnenos ¡x>r su extrema precisión, que por un carácter muy curioso de relaciones
recíprocamente inversas. Pues por otra parte, si juzgan las dos ramificaciones
por sus animales de los confines de cada serie, se ve a estos entrar en una común
Gonformadón, y confundirse a tal punto que el limíte de demarcación entre las
dos grandes Em ilias es difícil de situar.
La com posición del animal solo se produce de manera útil por medio de una
dbiribitdón proporcional, regular y armónica de los dos principales sistemas, uno
para la circulación de los fluidos, y cl otro para la excitación nerviosa. Cae bajo
los sentidos que, en los desarrollos sucesivos y progresivos de la organización, el
sistema sanguíneo y d sistema nervioso están entre sí en una razón nccesarb.
Sin embargo, corresponde a la observación determinar en qué medida. Abofa
bien, lo que mdos han podido notar com o un hecho particular, lo que cada uno
lograra saber tan pronto com o sea en lindada en su generalidad, es la posidón
respectiva de esos dos sistemas en los insectos y en los moluscos; es su equilibrio
inverso respecto a la cantidad: de donde cada grupo recibe su espeeifieidad. En
los moluscos, d sistema sanguíneo está desarrollado en exceso y, por el contrario,
d sistema nervioso está afectado de atrofia; sucede a la inversa en los insectos.
Eso explica d amplio hiato que se ha notado entre esas familias, especialmente
respecto de los seres de la mitad de cada serie, y también las concordancias tan
96
Principios defih so jia zoolá^ca^

En efecto, ^es preciso esforzarse en extender cada vez más las apli­
caciones del principio de la semejanza filosófica de los seres, o debe­
dlos más bien, por el contrario, contenerlo en límites restringidos?
Sin embargo, antes de abordar este tema, presento y no pretendo
de ningún modo aparrar una objeción que podría serme hecha y que
planteo del modo siguiente: «Es de moluscos y no de peces que se ha
hablado al comienzo de estos debates: negarse a llegar al terreno de
ja lucha al mismo tiempo, es colocarse bajo la prevención inevitable
de un fallo ya proferido, bajo el golpe de una decisión firmemente
pronunciada y que está consignada en la ciencia de la manera si­
guiente: Loí cifalópodosno son elpasaje de ?iada; no habiendo resultado
del desarrollo de otros animales, y no habiendo tampoco producido su
propio desarrollo algo superior a ellossl^^.

munerósas que muestran en sus extremos; pues que haya moluscos con ei sistema
nervioso proporcional mente más desarrollado, y paralelamente insectos con exceso
de desarrollo en cuanto al sistema sanguíneo, son otras tantas condiciones que
convergen hacia el mismo punto, pata confluir hada una común conformación.
Pero ese vaiidn de una oiganizadón aquí más rica y allí mucho menos, proporciona
sus hechos para hiatos más o menos amplios, sin comprometer en algo el principio
de ta unidad de composición orgánica.

“ Se me reprocha hacer rodeos para evitar responder categóricamente sobre los


b ^ ó p o d o s . al decir de muchos, verdadero terreno de la controversia.
1" M e he explicado sobre la intención que tenía de dejar a ios jóvenes autores
del Inform e sobre los moluscos ei esmero y cl mérito de una respuesta.
2® Establezco aquí que no puedo dispensamie de estudiar en primer lugar b
o i^ n izad ó n de los peces.
No se trata con esto de rechazar cl combate sobre el terreno de los moluscos.
Q u e d campo aún esté libre cuando haga aparecer mi segunda publicación, habré
hecho investigaciones, y las daré a conocer enronces con una perfecta seguridad.
Sin embargo, si desde este momento me hiciera falta obrar, bastaría una nota
para mostrar cómo lleva a falsedad d andamiaje de los razonamientos y de las
itiitcnClones en b s que se ha creído poder apoyarse. Todo descansa sobre b siguiente
objeción; «Nosotros admitiríamos en rigor la hipótesis de los señores Laurencet
97
Etienne Geoffi'oy Saint-H ilain

La teoría de los análogos adopta en sus reglas un carácter de ins,


piración y de porvenir. El tono dogmático, aplicado al juicio de los
casos diferenciales, repugna sobre todo a sus hábitos. Aunque ha)^
permanecido silenciosa respecto a la determinación de los órganos
de los ceíálópodos, no habiéndose consagrado a ello hasta este día,
¿sena justo valerse de ello para una condena definitiva? Ciertamente
no. ¿Qué importa que sólo baya hechos adquiridos para los resulta­
dos que siguen, y que reconozco de buen grado? Los cefalópodos,
que ocupan un lugar elevado entre los animales inferiores, sólo han
sido estudiados bajo el punto de vista de los amplios intervalos, de
su distancia respecto a los grupos a los que má.s se aproximan. Sí no
existen entonces otros antecedentes sobre este tema, sólo la ciencia
está en falta; pues nada prueba aún que, en la cuestión que ha sido
planteada, el futuro de la teoría dé los análogos sea, en lo que arañe
3 los moluscos, lo menos comprometido del mundo.
Por el contrario, existen esperanzas de que en lo sucesivo sean
finalmente explicadas y expuestas las verdaderas afinidade.s de los
moluscos. Para eso sólo se necesita proseguir, a través de otro andar
y en una medida conveniente, con las investigaciones segfin el espí­
ritu de nuestro nuevo método para la determinación de los órganos;
sobre todo que sólo se le pida a los hechos su parte posible y relativa
al grado de organización en el que son observados. Pues se trata de
animales descendidos de varios grados en la escala zoológica, y por
consiguiente esto equivale a considerar seres que pertenecen a una de

y Meyranx y la comparación a la cual da lugar, si no fiicta porque ellos ubican el


cerebro por delante del cuello.»
A partir de las bellas investigaciones del señor Serres sobre el sistema nervioso
de los animales, sabemos que no hay ni médula espinal, ni cerebro en los moluscos,
tampoco en ios insectos. Yo he creído y dicho lo contrario en un momento; la
argumentación ha tomado nota de ello. Entonces yo estaba, com o codos los
nanualistas, bajo el imperio de las opiniones y de los errores de la infancia de la
ciencia, he comerido ese error: lo reconozco sin pena.
98
Prií¡cipios eUfih s e fia noolbgjca.

^ etapas de los desarrollos variables de la organización. Y en efecto,


cs justo considerar a los moluscos como realizando por siempre uno
de los grados inferiores del orden progresivo de los desarrollos orgá­
nicos, y a ese efecto, verlos como detenciones en ese punto, en tanro
aún no han proporcionado tal tipo de órgano, o en tamo este apenas
comienza a despuntar, no habiéndolo producido aún por entero.
He aquí por qué no debo ni puedo comparar inmediatamente
entre sí grados extremos de la escala. Ante todo tendría que prestar
atención a los eslabones intermedios; de otro modo sería tomar la
dirección contraria al orden lógico de las ideas, y comenzar realmente
por donde en cambio conviene terminar.
De la misma manera, es lo que haría si debiera demostrar que el
brote que aparece en primer lugar pertenece, aunque en un grado
inferior de organización, al mismo sistema de composición que la
rama que debe provenir de él. Apliquemos esto, por ejemplo, al brote
de donde provendrá la cepa de una vid, abundantemente cargada y
adornada de racimos colgando. Tampoco sería ni razonable, n¡ lógico,
intentar una explicación al respecto omitiendo e! examen de todas
las etapas intermediarias de la rama, la consideración de los grados
sucesivos del desarrollo.
Sucede igual para cada familia retenida en los grados de la mitad
de la escala: cada una corresponde a una de esas etapas que el brote
deberá recorrer, para que acabe por producir su rama y sus frutos
coiíipletamente.
Planteado esto, no podríamos apartarnos de una situación dada.
Los peces vienen después de los reptiles y antes de los moluscos; los
peces son entonces necesariamente este eslabón intermediario que
el orden lógico de las ideas nos llama a examinar previamente.
Pero ante todo, ¿qué se encuentra establecido al respecto por
Aristóteles, en las obras de este fundador de la anatomía comparada,
fuente invocada de todas las luces? Existe allí alguna confusión; lo
vamos a ver: «Los moluscos no son peces», nos enseña su historia

99
Eticnne Geojffrey Sairti-H ilaire

de los animales, en el libro 4 , capítulo I, porque no tienen sangre;


luego, más adelante, en el libro 9, capítulo II, se diíx que forman
parte de ellos. Al menos Aristóteles coloca entre ellos al calamar. No
viendo en esta cita más que el efecto de un error, concluyo al menos
que Aristóteles creía a los moluscos ubicados junco a los peces.
Otra cuestión merece un poco más de atención, la de saber sí los
peces han estado, en visca de sus materiales constituyentes, relaciona­
dos con los animales a los que han precedido, y jumo a los cuales sin
embargo y por siempre se los ha clasificado. Si todavía es un hecho
dejado en duda, se comprende que deba ser tratado en primer lugar;
pues no podríamos dejar este punto de la discusión atrás, sin privarlo,
en provecho de Ja cuestión general, de los hechos más necesarios y
de la acción de su potencia. Y en efecto, pasar legítimamente de los
peces contenidos eo la ramificación de los animales vertebrados, de
los peces perfectamente relacionados con los animales superiores
por la identidad dé todos los detalles de sus órganos, a los seres de
la segunda serie que viene después, es procurarse el apoyo de una
transición natural, es preparar un porvenir para conocer mejor esos
animales de los grados inferiores, a los que un hiato manifiesto, se
dice, separa absolutamente y que por consiguiente habría que atribuir
a un plan distinto.
Situemos aquí una nota; si la lucha que se emprende hoy hubiera
tenido a los peces por objeto hace quince años, nos hubiera encon­
trado mucho más desprevenidos de lo que estamos hoy a propósito
de los moluscos; pues entonces nadie se había aplicado ex prefesso
en la carrera de la determinación filosófica de los órganos. Pero en el
presente, eo lugar de una especie de tanteo y del auxilio de un instinto
más o menos bien dirigido, poseemos en la teork de los análogos un
cuerpo de principios. Así, hace quince años, hubiéramos dicho con
mucha naturalidad, lo habríamos probado fiícilmente fundándonos
en ia d o arin a aristotélica, que no había ninguna relación apreciable
y precisa entre los animales de respiración atmosférica y los de respí-

100
Prinápioi defihfsofia zooUpea.

pación acuática respeao de sus órganos respiratorios. Efectivaniente


^ a hábil argumentación, que poseyera los hechos como existían en­
tonces dentro de la ciencia, sin verse interrumpida por las decisiones
de los metodistas, por los datos de las clasificaciones aprobadas desde
iaitonces, no hubiera dejado de pronunciarse a Jávor de la existencia
de un tipo ictiológico aparte. Para quien estudiaba hace quince años
Jos órganos de la respiración, las diferencias se encontraban por todas
partes, mientras que la analogía de los materiales consrimyentes no
aparecía en ninguna.
Pero finalmenre, luego de la época en que se estudiaron los hechos
bajo ei punto de vista de sus diferencias, llegó aquella de la búsqueda
de sus relaciones; he empleado de quince a veinte años en estas Íii-
ryestigadones en relación a los peces; y fue bastante tardé que llegué
a pensar, a admitir con total confianza, que no hay materiales espe­
cialmente creados para un ripo ictiológico; y que por consiguiente,
ai igual que en los animales superiores y en el hombre, sólo existe en
los peces un número cualquiera de partes idénticas para componer
sus órganos respiratorios y otros, absolutamente las mismas en lo
esencial, pero que susceptibles de variar en su volumen específico,
extraen la razón de sus modificaciones en tanto formas y en tamo
fimcioncs de la influencia de los medios en donde esas mismas partes
están llamadas a desarrollarse.
Voy a volver mi pensamiento sensible citando un ejemplo apre-
dable por todo el mundo. La rosa que ha conservado sus etaminas
interesa al botánico bajo la relación del mantenimiento de sus acon-
team ientos de familia, y la rosa que Jos ha perdido, a través de una
tcasformación en pétalos, sólo agrada más al jardinero, cuyo jardín
embellece. Pero para el filósofo que escapa a las inducciones de esas
posiciones especiales, esos dos tipos de rosas son un mismo y único
vegetal, variable bajo la influencia de los medio ambientes; pues esta
fo rce a está compuesta de partes, las mismas en tanto sustancias,
idénticas en tanto elemento constituyente. La forma y las funciones

lOI
Erífnne Geoffioy Saim -H ilüüe

de esas partes no tienen ninguna importancia desde este punto de vU-


ta; sólo en tanto disponen la in f lu e n c ia y las reacciones de su mundo
exterior, este elemento es una etamina, o bien un pétalo; pero antes
de toda cualidad adquirida, cada elemento es ante todo él mismo,
luego capaz de todos los volúmenes posibles, es decir, susceptible
de mantenerse en un médium, de restringirse al mínimo, o en fin de
ser llevado al máximo de su desarrollo; algunas veces hasta sufrir los
extravíos de la más extraña metamorfosis,
¿Qué ha habido tan hábilmente combinado desde el origen de
las cosas para que aceptemos oponernos ai commsus omnium que
parece dar a las determinaciones de los órganos sus denominaciones
actuales? ¿Qué habría fundado efeaivamente la doctrina aristotélica,
varios siglos antes de la era cristiana, para que nos valgamos de ella
hoy en día y tengamos el derecho de declarar que es preciso atenerse
a ella? A favor del pasado sólo hay de real una única razón, la cual
no es buena, es que no se han sometido a revisión los antiguos usos,
y que nos hemos mantenido largo tiempo en opiniones que no obs­
tante no han permanecido siempre estacionarias. Nosotros somos los
primeros en publicar que durante siglos, y prinápalmente por los
cuidados del Autor de las lecciones sobre la anatomía comparada^',
un saber muy extendido, los auxilios dé una sagacidad exquisita, y
la fortuna de laboriosos esfuerzos han hecho descubrir un gran nú­
mero de preciosas relaciones, todas desapercibidas en la infancia de
la ciencia. Los trabajos de Perrault, de Daubenton, de Vicq-d’Azír,
etc., pero parricularmente aquellos de 1795 y años siguientes, han
comenzado a hacer de la anatomía comparada una ciencia positiva.
Sin embargo, ¿cuáles habían sido las inspiraciones y Jos procedi­
mientos de Aristóteles? ¿Cómo comprendía tamo las concordancias
como los rasgos diferenciados de ios seres? Yo distingo, escribió.

Cf. Georges Cuvicr, Le^om d'atiaiom ie com parée, Baudouin, París, 1805-
(N.deT.)
102
Principios de filosofia zoológica.

¿OS tipos eU animales, unos que tienen san^e, y otros que no la tienen.
Esta división y la idea sobre la cual descansa han sido reproducidas
siempre: en el tiempo de Linneo, se decía animales de sangre roja y
gnimales de sangre blanca-, Lamarck recomendó e hizo adoptar esta
otra fórmula; animales vertebrados y anímales invertebrados.
Para Aristóteles, había entonces animales de dos especies; pero
noten, él no dice de dos tipos, los hace salir por el contrario de un
tipo primordial. Hay en primer lugar, según esre filósofo, animales:
éonsiiderándolos así de modo abstracto, adopta esta visión general
para un primer hecho, y sólo es de manera secundaria que percibe
en ellos cualidades distintas. La organización animal está fundada
entonces en las ideas de Aristótele.s sobre algo esencial y primitivo,
que desgraciadamente no ha especificado; al añadir «sobre un mismo
sistema de composición para los órganos», nosotros completamos
su pensamiento.
En esta primera parte de las visiones de Aristóteles, no diferimos
en absoluto: la prioridad de esas visiones quedan por consiguiente
adquiridas por éi; pero en cuanto a la scg;unda parte de su antigua
doctrina, diíérimos completamente. A íálta de haber comprendido
que esta composición de los ó r ^ o s , en el fondo una, esencialmente
la misma, en tanto que reside únicamente en la consideración dei
edemento anatómico, era alterable en una medida cualquiera por
parte del mundo exterior, el filósofo griego ha creído que las analogías
de la organización presentidas, percibidas por su genio, descansaban
enteramente sobre la consideración de las formas y de las funciones.
Allí se ve el error introducido en su doctrina; error que se ha perpe­
tuado durante tantos siglos. Es de este error que nos protege hoy la
teoría de los análogos, la que, habiéndose fundido con un principio
verdadero, ha causado a parrir de entonces tantos disentimientos.
Aquel principio viciado en su aplicación, y el error que oscurecía
su útil reflejo, obraron simultáneamente para inspirar igualmente
tanto a los naturalistas que se atem'an a una realidad de diferencias

103
Etirnne Gesffiñpy &imt-Hiiaíiv

absolutas, como a aquellos que pretendieron inscribir y conducir


los hechos de variación a la unidad de relaciones. Tales son las ideas
confusas que han penetrado más o menos profimdamente en todos
los trabajos de la escuela precedente, y de ios que se puede encontrar
un ejemplo notable en el pasaje siguiente; «No existe semejanza entre
los órganos de los peces y los de (as demás clases, más que en tanto las
hay en susfioiciones» Cuvier, Historia d e los peces, tomo I, pág, 550.
Semejanza absoluta, sin la menor duda; ¿quién podría dudar de
ello? Sin embargo, como está situada en esta frase, la palabra seme­
janza es equívoca, pudlendo ser extendida en un caso a semejanza
filosófica, luego en otro caso reducida a similitud perfecta.
Desde entonces quizás sería útil al despliegue de mi tesis que, a
través de un resumen histórico preciso de lo que fiie practicado, haga
destacar codas las inconsecuencias de los prócedimientos usuales en
la imposición de los nombres que fueron atribuidos a los órganos
supuestos idénticos. Cuando se pasaba de una familia bfen conocida
a otra situada a muy grandes intervalos existía dificultad en operar.
Las consideraciones extraídas de la forma y de la función formaban
el punto de partida; los cefalópodos y los crustáceos trepan o reptan
en la superficie del suelo; los apéndices que se emplean para ello están
dados como pies. En los crustáceos decápodos, esos apéndices, los
mismos esencialmente hablando, son tres tipos relativos a su uso;
los anteriores se emplean en captar el alimento; los del medio para
marchar; y finalmente los posteriores no traen a la mente más que
la idea de su inutilidad, sea en la locomoción, sea de cualquier otra
rnanera. Ahom bien, tales son sus nombres; patas-quijadas, patas
ambulatorias y falsas patas^ De este modo la función es colocada
siempre en el primer lugar de las consideraciones invocadas: aunque
existiera ese motivo para decidirse, es demasiado para arribar por ello
a un nombre común; dudar para juzgar mejor esa consideración, para
justificar esa toma de partido, seria no ir a lo más urgente. Bastaba
entonces con que la función se presentara bajo un nuevo aspecto.

104
Trinctpios d e jHoSojut zopU pca.

En esos casos, no se tíene ningún escrúpulo; se hacen intervenir


nuevos nombres. Así han sido imaginados para varios materiales de
Ij organización de los peces, los nombres de opérenlo, preopérculo,
interopérculo, subopérculo, radios branquiostegos, arcos branquiales,
^branquias, etc., inusitados en los otros animales vertebrados. Sin
■embargo la función invocada en este caso no significa más que uso,
servicio, etc. Pero entonces pregunto; ¿uso de qné, servido de qué?
¿Qué parte corporal tendría o resultaría tener esta función? ¿Qué
son en sí mismos, de modo intrínseco, estos materiales? Esto es lo
que ustedes dejan, sin incluso haber reflexiónado en ello, entre los
elémen tos desconocidos de vuestro problema: no han dado más que
un nombre provisorio al objeto de vuestras consideradones.
Pero ningún ¡CTÍólogo pensó en producir este testimonio preciso,
que debía tener la ventaja de presentar el estado actual de la ciencia;
de donde resulta que cualquier omisión al respecto equivale a una
declaración pronunciada de manera implícita de que existen en los
peces algunos materiales apartados del plan común, creados especí­
ficamente para ellos; que finalmente es la novedad de esas partes la
: que hizo recurrir a nuevas denominadones.
Ahora bien, yo discuto terminantemente semejante especifici­
dad, Voy más lejos, la rengo por imposible, Y en efecto, mientras
los peces corresponden a las clases superiores por la casi totalidad
de sus órganos, habría que admitir sobre un único punto que esta
correspondencia estaría en falta, el aparato respiratorio. Pero hacer
*ima suposidÓQ semejante, ¿no es creer posible la alianza de cosas
heterogéneas? ¿No es derrámente retirar su principio de existencia a
un compuesto orgánico, e) que no existe y no puede existir más que
por las relaciones recíprocas y ja armonía de sus partes constituyentes?
Pero dejemos de ocupamos de lo que se ha hecho en la infancia
de la denda, de lo que hay de vicioso en ios términos de ios que nos
■hemos servido para expresar ideas aún no sufidentemente elaboradas:
y veamos desde más alto nuestro tema.

105
fifííT JW f Gcoffroy Saint-H iiairf

Sólo hay oi^anización animal por la iniervendón necesaria y bajo


la potencia del fenómeno de la respiración. Ahora bien, el ejercicio
de este fenómeno sólo es posible en dos medios diferentes, el aire y d
agua. Con las diferencias de su densidad respectiva, estos dos Buidos
habrían podido recibir igualmente otras condiciones de existencia
y, por ejemplo, actuar con una entera y recíproca independencia en
relación a los animales.
En principio, habiendo sido hechos mis primeros trabajos bajo la
inspiración de las ideas aristotélicas, no me di esta hipótesis. Pero,
alcanzada la mirad de mi carrera, ju^;ué necesario recurrir a ella
para examinar a fondo la cuestión de saber si los dos medios, cu)^
potente intervención y fuerza de reacción no podía desconocer, o
bien tenían el poder de exigir que la organización animal estuviese
previamente dotada de las condiciones de un ripo apane, o bien re­
sultaran lo suficientemente apropiadas a las condiciones de existencia
de un único ripo, preexistente en este caso a toda función; pero que
<^da medio tuviera el recurso de modificarse, es decir, de adecuarse
al carácter de su densidad específica.
Lacépéde debió creer en la primera de estas hipótesis, suponer
la acción de un doble dato primitivo, considerar a fin de cuentas
la organización animal como sometida al desarrollo de dos planos
distintos, cuando en el discurso preliminar de su historia de los
peces llegó a proponer una nueva teoría respiratoria para los ani­
males provistos de branquias. Según los principios de esta teoría,
es el agua pura, y de ningún modo e! aire diseminado entre las
moléculas de agua, lo que los peces respiran directamente. La
descomposición del agua sería producida por su acción vital; un
mecanismo aparte, otro tipo de aparato respiratorio tendrían ese
poder y darían ese resultado. En la hipótesis dada, se siguen los
dos elementos del líquido luego de su separación; cada uno se in­
corpora a su manera en la sustancia de los órganos. Sin embargo
no resultó que los efectos respondiesen, en cuanto a los grados de

106
Principios de fih so fia zeoiógica.

diferencia, a la diversidad de la causa. Seres que se desarrollan bajo


la influencia de semejante régimen debían justificarlo a través de
formas aún más singulares de lo que son las de los peces, debían
dar a luz productos completamente extraños, relieves que rebasaran
todas las previsiones, las suposiciones más exageradas.
Interrogados los hechos, la segunda hipótesis ha parecido la
verdadera expresión; nadie duda hoy de ello. Así no habría, no hay
más que un único sistema de composición orgánica, un único de­
signio primitivo para regular la disposición de sus partes, un único
plan, finalmente, único respecto de lo que forma la esencia y el
encadenamiento de los elementos comprendidos en toda formación
orgánica. Pero este sistema es alterable en sus parces, a través de los
medio ambientes, de donde extrae elementos asimilables y la razón
de su variación sobre cada punto; diferencia introducida a través de
la diversidad de los volúmenes respectivos.
(Q ué hechos habrían dado estas respuestas con tanta precisión?
! ¿Qué investigaciones me autorizan a fiarme enteramente de ello?
Para explicarlo, bastará con relatar lo que me ha sucedido. De 1804
a 1812, he actuado bajo las inspiraciones de la ciencia tal como
existía entonces. Ante todo tuve necesidad, al describir un pez del
género tetrodón para la gran obra sobre el Egipto^, de determinar
una pieza de una magnitud desmesurada, la cual juega un rol muy
notable en el m^ranísmo de esta especie. Se trata de un hueso largo,
que toma el lugar de las cx>stUias fallantes. Sobre este hueso llegan
y se unen, de una parte, los músculos de la espalda, y de la otra, los
músculos intercostales; aquellos lo empujan por delante, y estos por
detrás; [xjsición variable a la cual se relacionan los curiosos fenó­
menos de inflamiento de ios tetrodones, y por la cual pasan de una

^ Gcofíroy Saiot-Hilaire se refiere a la expedición or^nizada al Egipto por


Napoleón Bonaparte a la qué fiic invitado junto con otros sabios de b época en
el año 1798. CN. d cT .)

107
Etienne G tí^ o y Saint-H iU ite

forma alargada a otra enteramente esferoidal, A este hueso, sobre la


existencia del cual descmisan tantos hechos curiosos de una fabrica­
ción individual, había que llamarlo por su nombre, pero ese nombre
faltaba. En lugar de crearlo para esta circunstancia particular y de
modo arbitrario, prefiero preguntarle a la ciencia, obtenerlo de las
deducciones de ia analogía; y es de esa épocaque datan mis primeras
investigaciones sobre la semejanza filosófica de los órganos. Me fijé a
la idea de que era una parte de ia espalda, y di a luz su determinación
bajo el nombre de huesa coracoide.
De este aparato así reducido, pasé a las piezas adyacentes, aplicán­
dome a recorrer de a poco todas las regiones anatómicas. En tanto
formas, era para mí un espectáculo nuevo: pues nada, o casi naHa
de! aspeao que muestran los otros animales vertebrados estaba con­
servado en los peces. A medida que las dificultades se multiplicaban,
tenía ia esperanza de triunfar sobre ellas por un trabajo perseverante,
cuando resulté interrumpido definirivamente.
Fue al abordar esta pregunta: ¿Q ué es el opércuiol ¿Qué parte
de ia organización de las clases superiores deberá proporcionar
su análogo? De 1809 a 1812, hice inútiles esfuerzos para saberlo.
Después de muchas hipótesis, que resultaron falsas especulacio­
nes, me resigné; me detuve frente a este obstáculo, que consideré
decididamente insuperable.
Mis investigaciones, proseguidas al principio de modo tan ar-
dienre, ya no estaban entonces vivificadas por el principio que las
había inspirado; nunca más la esperanza de hacer su aplicación a la
totalidad de los órganos: y lo que volvía a esta crisis aún más penosa
es que el obstáculo que me detenía me hacía dudar de la realidad
de las relaciones halladas precedentemente. Volvía mj pensamiento
sobre tantas labores inútiles con un sentimiento muy vivo de tristeza.
Sin embargo, en 1817, un despertar del espíritu me advirtió que
los cinco años de mi involuntario descanso no habían transcurrido
infructuosamente. Creí finalmente en la solución de esta pregunta:

108
Principios de ftlosofia zooU ^ca.

•Qué « O pérenlo ele los pecesl, cuando llegué a saber que los tres
huesos de k placa de los oídos son análogos a la cadena de los hue-
jjllos, llamados especialmente en el hombre y en los mamíferos los
pequeños huesos de la oreja.
Desde ese momento volví a tomar coraje y recomencé mis trabajos
para no abandonarlos más. Mis ideas, fijadas desde entonces, adqui­
rieron extensión. Los propios obstáculos que me habían detenido,
examinados en lo que tenían de importante, fiieron apreciados. Al
volver mi pensamiento sobre las faltas que había cometido, esos
.recuerdos se volvían para mí una fíjente tan útil de instrucción, que
comprometido en profundas meditaciones sobre el tema, fii¡ llevado
de manera imperceptible hacia el ensamble de los hechos: habiendo
captado su conjunto, los vi desembocar finalmente en altas e im­
portantes generalizaciones, en el establecimiento de algunas reglas y
en k revelación de principios, que son el fundamento de mi teoría
de los análogos.
Ahora se enriende que, volviéndome a colocar sobre un apoyo
semejante, sobre una teoría deducida de ese modo de un gran
número de hechos y de proposiciones generales suministrando sus
justificaciones, ya no me sorprenda de las transformaciones que
sufren las parres empleadas en el acto de k respiración. Necesaria­
mente las mismas en lo fundamental, pues deben existir en armonía
con los otros sistemas orgánicos, cuyos vínculos comunes no son
discutidos; necesariamente las mismas en el fondo, digo, ellas llegan
precisamente al estado de transformación en el que es preciso esperar
encontrarías. Pues ellas deben ser, y son efectivamente modificadas
y acomodadas en ia naturaleza diversa de los dos medios, el aíre y
el agua, donde están llamadas a entrar en función. Sería incluso un
hecho Inexplicable, un efecto que carece de causa, el hecho de que
esas partes del órgano respiratorio no respondiesen 3 través de una
variación de formas proporcional a la diversidad de densidad de los
dos medios. He aquí cómo las grandes metamorfosis de las partes

109
Etienne G e ^ o y S^ant-ÍIiklre

respiratorias devienen para mí un hecho simple, como la consecuen­


cia de premisas descubiertas.
Planteado esto, me pregunté en qué se aanverdrían los materiales
puestos en juego en los fenómenos de la respiración si hiciera falta
que entraran en función sucesivamenK en los dos medios, y hallé que
el hecho mismo respondía perentoriamente. 1“ En cuanto aJ medio
atmosférico, sólo es preciso, en efecto, acrecentar las superficies del
aparato, aumentarlo en longitud, emplazarlo en el centro del animal,
pues el aire elástico puede insinuaj^e en los confines más profundos
si se le ha preparado una salida a dicho efecto. 2° En cuanto al medio
acuático, sólo hay necesidad de aproximar rodas las partes del aparato,
concentrarlas y conducirlas hacia fuera del animal para que puedan
estar continuamente sumergidas en el medio ambiente, líquido sin
elasticidad en el cual cada molécula de la sangre no tiene más que eJ
auxilio de un contacto inmediato para vencer varias resistencias, la
cohesión del aire con el agua y la de ios dos ciernen tos del aire mismo.
Ahora bien, esto es lo que investigaciones aposteriori y proseguidas
durante veinte años de mí vida me han hecho conocer como siendo
lo existente, como dando a luz la verdadem relación de los animales
con sus medio ambientes.
Sí, sin Ja menor duda, todo el aparato respiratorio sólo es modi­
ficado en dos sistemas^; las formas que esos dos sistemas afeaan
y las funciones que cumplen son variadas como lo son las propias
resistencias de los medio ambientes; pero en cuanto a la esencia y a
la disposición de sus elementos, el aparato sigue siendo en el fondo
el mismo. Y en efecto no cae, en el sentido de que es en un aparato

“ Q uince días después de la iecrura de este informe, la Academia ha recibido


dcl señor Flourens una comunicación en la cual el mecanismo de la respiración
de los peces es expuesto y explicado de modo muy ingenioso, í ag íiinciones
remitidas a la similitud de acción parecen formar el fin principal de este trabajo.
Esta coincidencia ha impresionado a algunos espíritus; Cf. anteriormente nota
17, página 74.
no
Principios de fih so fia zoológica.

Único, en un órgano Idéntico, que le corresponde producir Jo que


en ambos casos no es más que el mismo fenómeno; e¡ cua! consiste
en la combustión de una parre de ¡a sangre a través de la absorción
del oxígeno del aite^'*.
Así lo han percibido de una manera vaga y lo han declarado
implícitaménfe en SUS clasificaciones los naturalistas metódicos,
cuando sin la menor duda alinean los peces en la ramificación de los
vertebrados. Pero, ai acceder a estas vistas de relaciones, ¿no habrían
cedido estos naturalistas a otra cosa más que a la necesidad de alinear,
ajustar y aislar los seres dentro de clasificaciones? Estamos ciertamente
tentados de creerlo, puesto que apenas esos trabajos han alcanzado
algunos frutos, son pronto desmentidos en la ejecución. Muy pronto

En la gran obra sobre el Egipto, mi hijo {Isidorc Gcoffroy Saint-Hiiaire),


tratando sobre Ja hcteroÍTitntfuia harm out, especie de pez del Niio, hizo resaltar,
com o percibiéndolo deducido de mis trabajos precedentes, la nota siguiente;
"Todos los animales poseen de maneta cicmencai dos apararos respiratorios: uno
brancfnial, rudimentario en las especies que viven en el aire, muy desarrollado en
aquellos que respiran en el agua; d otro pulm onar, rudimentario en las especies
que respiran en d agua, y muy desarrollado en aqudios que respiran en el aire.
A la primera de esas dos divisiones pertenecen esendáimenre los mamíferos, los
pájaros, etc.; a la s^im da, los peces y vacias familias de inTCrtcbrados, Pero los
dos sistemas de organización que presentan esas dos divisiones no son los Únicos
que se pueden encontrar en la serie animal; pues, dd mismo modo en que existen
« re s que poseen ia facultad de respirar en el medio aéreo, como en d medio
lújuido, existen seres en los cuales se encuentran a la vez, en un grado medio de
desarrollo, tamo d aparato pulmonar como d aparato branquial: así es en varios
reptiles, como la sirena, d proteo y los renacuajos de los otros batracios; y así
parecen set también varios crustáceos, y particularraenic el género b ir^ s. Estas
ideas que mi padre ha comunicado a la Academia de las ciencias en sepñembrc de
1 8 2 5 , lo han conducido a observar, en las heterobranqutas, el órgano designado
en otra ocasión bajo d nombre de branquia supernumeraria, com o un órgano de
respiradón aérea, como un auténtico pulmón. Y parece en efecto no solamente
que d harmout puede vivir varios días fuera dd agua, sino que in d u a j él mismo
abandona algunas veces d río, y avanza reptando en d frngo de los canales que
desembocan en d Nilo.n
111
Etim ar Cíoffn^ Sdifít-Hihirr

se distinguen en los peces partes que son remitidas a sus análogos


en los animales superiores y otras que no lo son: aquellas rienen un
nombre común, y estas por el contrario un nombre especial, como
si íúeran un producto nuevo de la creación.
Expliquemos. Nosotros no podríamos dudar de esto: no nos he­
mos entregado alegremente a esta contradicción manifiesta; hemos
sido llevados por la necesidad de tr rápido en los trabajos de la ictio­
logía propiamente dicha. La 2xiología, en su necesidad de actividad,
no pudo esperar los trabajos más reflexivos y lentos de la zootomía.
Esta no había podido entregar a tiempo sus consideraciones filosó­
ficas. Eran necesarios nombres, hizo falta satisfecer dicha necesidad.
Han sido imaginados y acogidos nombres provisorios para ayudar a
describir las especies. Si esto es así, este establecimiento provisorio no
constituye una legítima posesión dé estado, y no podría Ser invocado
como un resultado que presenta el último término de la ciencia:
esta adopción de nn lenguaje especial solamente da testimonio de
los hábitos irreflexivos.
Según mi parecer, en la recientemente publicada Historia natural
d f los pecer^, las partes de la cabeza de los peces sólo son remitidas
a sus verdaderos análogos respecto de poco más del tercio de su
número, 13 sobre 3 2 . La diferencia en el punto de partida explica
un disentimiento tan grande. En la opinión donde solamente son
remitidas 13 partes, se cuentan las relaciones que se apoyan a la vez
sobre el objeto, sus formas y sus funciones; en el sistema contra­
rio, aquel en el que la determinación de 3 2 partes es posible, nos
atenemos a la sola consideración del elemento anatómico. Vuelvo
sobre la preferencia que creí deber dar a este único punto de vista
para notar que obrar de otro modo es reconocer en los peces dos
naturalezas distintas: una, que se relaciona a la organización común

I
G corgcj Cuviei', & A, Vaícnciennes, H istoire NaturelU des Poissom, 23
volúmenes, F.G, Levrault, París, 1 8 2 8 -1 8 4 9 , (N. d e X )
112

!
Principios defilo so fia zoológica.
T
de los animales vertebrados; y otra, que habría conseguido escapar
enteramente de ella. Sólo entonces se puede decir que las determi­
naciones de los órganos, que todos los esfuerzos para remitirlos a
una misma conformación son improbables, en razón de que no son
hallados, que son intentados inútilmente; recordaría que el primer
I volumen de mi Filosojut anatómica se consagró a mostrar que, parte
■ por parte, no existe región anatómica que no ofrezca el carácter de
^ - la similitud filosófica de organización, que de hecho no sea remitida
i decididamente a sus relaciones comunes.
Toda esta discusión define de manera nítida el punto de nuestra
controversia. El campo de las consideraciones filosóficas está ne­
cesariamente restringido en el caso en que tres elementos, que no
coinciden siempre juntos, son llamados a concurrir; y por el contra­
rio, este principio deviene un tema de observación indefinidamente
extenso al descansar únicamente sobre la consideración del elemento
anatómico. En el primer caso, el tema, sus formas y sus funciones,
son tres condiciones que no pueden encontrarse todas a la vez y
sólo se encuentran reunidas en los anímales de una misma ciase; en
el segundo caso, el elemento anatómico permanece comparable en
todas partes, aún cuando desaparece; pues quedan entonces, aún
para la observación, rastros indicativos de su desaparición.
Pero hay más, y es por esra última reflexión que voy a terminar:
la función misma, al abarcarla en su enunciado general, realmente
no falta: ella se encuentra entera en los casos que acabo de señalar.
Efixtivamente, ¿dónde afectan los hechos diferenciales? Es solamente
en regiones y partes cuyo conjunto se llama el órgano respiratorio,
partes aquí adecuadas al medio atmosférico, y allí al medio acuático.
Veamos la función: ¿cniles deben ser en definitiva el empleo y el
'f uso de este conjunto de partes? Producir la oxigenación de la sangre
venosa. Pero es a esto a lo que se aplican igualmente los dos tipos
de órgano respiratorio. Y en efecto, en un caso, el aire se precipita

j
en el fondo de una bolsa sanguínea; en ello consiste todo el aparato

113
Eríffmr Saii>t~HtIdÍTe

pulmonar. Y en el otro, esta misma bolsa, que pierde su condición


de saco con una sola abertura, puesto que está varias veces abierta
en su fondo, reacciona sin embargo sobre el aire metido y retenido
entre las moléculas de agux este órgano así transformado se encuentra
con el elemento respirable, allí gira com o si hubiera sido rechazado,
repelido, mandado fueni a la manera de un dedo de guante dado
vuelta; bajo esta otra forma, es llamado apnmto branquial. Así, aún
en lo que tespeaa a las funciones, si se las juzga desde arriba y en el
final definitivo de la organización, la analogía es conservada.

De los hechos expuestos en este informé, extraigo la conclusión


de que no hace íálta encerrar en límites can restringidos, com o en los
casos planteados por la argumentíición del 22 de febrero, las cues­
tiones de la semejanza filosófica de los seres, y que por consiguiente
pude y debí entender en un sentido más amplio de lo que se había
hecho antes de mí las ideas de identidad, los hechos de analogía de
los órganos,
y en definitiva, se trata de ofrecer este mismo pensamiento bajo
una expresión más general, considerar como llegada la hora de una
saludable reforma en tos estudios y el lenguaje de ios hechos de
la organización animal. ¿Sería sabio en efecto pretender que haga
falta dejarse dominar para siempre por hábitos no suficientemente
justificados, no satisfacer las necesidades del momento más que a
través de inspiraciones a tientas o concebidas en la ignorancia de
los hechos; y preferir en fin la vaguedad y las oscilaciones de un
pasado sin doctrina a las enseñanzas de los tiempos presentes, ricas
en elevados hechos de filosofía? Por el contrario, debemos recurrir
a las inducciones de tantas nuevas proposiciones, cuyo conjunto
deviene una suerte de método, en tanto que proporciona el apoyo
de una guía segura, y en tanto que es ciertamente un instrumento de
descubrimiento que se puede aplicar útilmente a la determinación
de los sistemas orgánicos,

114
Principios de fiio so fia w oló^ea.

En otros términos, ¿es preciso rechazar o ¡xir el contrario admitir la


idea de una nueva época científica en lo que atañe a ¡a organización
animal? ¿Debemos permanecer irrevocalalemente comprometidos
en las rutas transitadas sucesivamente y de modo tan diverso por la
anatomía, o bien intentar abrir otras nuevas, bajo el arrastre y en la
dirección de los descubrimientos recientes?

115
Segunda argumentación
del Señor Barón Cuvier
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)

El joven escritor, redaaor de la parte científica en los Debates, abre


el anículo que incluyó en el número del 2 3 de marzo de su diario a
l. ! I .través de las siguientes reflexiones:
Muchas personas se preguntan todavía lo que se entiende en his­
toria natural por unklad de composición, unidad de plan. Es verdad
que esos términos un poco vagos jamás habían sido bien definidos;
pero sin dudas no tardarán en serlo, gracias a una circunstancia
imprevista que debe llevar forzosamente a una explicación clara y
jí^ipositiva de pane de dos hombres igualmente interesados en defender
Su opinión. Uno, aplicando su genio a la observación de los hechos
I tal como Aristóteles, ha elevado el monumento que ese gran hombre
había fundado sobre bases hasta el presente inconmovibles; el otro,
pleno de imaginación, pretendiendo abrir nuevas vías a la zoología,
ha abrazado la naruraleza en una teoría abstracta y filosófica. Eos
seguiremos con gusto en nna discusión de donde la verdad debe

117
Segunda argumentación
del Señor Barón Cuvier
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)

El joven escritor, redaaor de la parte científica en los Debates, abre


el anículo que incluyó en el número del 2 3 de marzo de su diario a
l. ! I .través de las siguientes reflexiones:
Muchas personas se preguntan todavía lo que se entiende en his­
toria natural por unklad de composición, unidad de plan. Es verdad
que esos términos un poco vagos jamás habían sido bien definidos;
pero sin dudas no tardarán en serlo, gracias a una circunstancia
imprevista que debe llevar forzosamente a una explicación clara y
jí^ipositiva de pane de dos hombres igualmente interesados en defender
Su opinión. Uno, aplicando su genio a la observación de los hechos
I tal como Aristóteles, ha elevado el monumento que ese gran hombre
había fundado sobre bases hasta el presente inconmovibles; el otro,
pleno de imaginación, pretendiendo abrir nuevas vías a la zoología,
ha abrazado la naruraleza en una teoría abstracta y filosófica. Eos
seguiremos con gusto en nna discusión de donde la verdad debe

117
Etienne Geoffroy Ssint-Hihirt Pñttdfitos d ejü osofia saológica.

finalmente surgir; nos abstendremos de mezclar allí nuestras propias 2 “ Por el hecho de que la analogía reside únicamente en la iden­
reflexiones, no pudtendo hacer otra cosa mejor que poner bajo los tidad de los elementos consatuyentes, y que dicha analogía no
ojos de nuestros lectores los elementos de este proceso^*. reconoce límites.
Estamos persuadidos por otra parte que comprenderán perfecta­ Sobre el primer punto, no insistiré mucho; en el fondo poco im-
mente la cuestión después de haber leído el siguiente Informe que ponaría que una doctrina fuese nues'a si fuera falsa: diré solamente
el señor Cuvier leyó en la sesión de hoy. que no conozco un solo anatomista, uno sólo que haya deKrminado
los órganos únicamente por sus fiinciones, menos aún por sus formas.
C O N SID ER A C IO N ES SO BRE EL H U ESO H IO ID ES. Gertarocnte nadie ha sido aún tan audaz para decir que una mano
de mujer no es una mano; e incluso, hace quince días, habría creído
«Nuestro sabio colega, en su último Informe, ha comenzado por que nadie osaría decir que una mano de mujer no cumple las mismas
convenir con una gran lealtad que por unidad de composición él no funciones que una mano de hombre; pero esas son aserciones que
entendió identidad de composición, sino solamente analogía, y que escapan en el calor de la dispura, y sobre las que un adversario de
su teoría debe llamarse más bien teoría de los análogos. Esto es, de buena fe debe tener la generosidad en no insistir.
hecho, un gran paso. Aquellas palabras equívocas, y que sólo servían Lo que es cierto es que el anatomista sobre el que se han dirigido
para embrollar las ideas de los iniciados, de unidad de composición, de los ataques, que se ve obligado a repeler finalmente con tanto desagra­
unidad ele plan, desaparecerán de la historia natural, y aunque .sólo do, es uno de los que más ocasiones ha tenido de hacer ver que las
hubiese brindado ese servicio a la ciencia, creería no haber perdido funciones del mismo órgano cambian según las circunstancias en las
mi tiempo^L cuales está colocado; pero, lo repito, poco importan estas discusiones
Pero nuestro colega asegura sin embargo, aJ menos en lo que he de amor propio; lo que interesa a los amigos de verdad es saber si la
podido comprender, que su teoría de los análogos es algo particular; teoría, que su autor llama de los análogos, es universal com o él dice,
1 “ Por el hecho de que descuida las formas y las funciones para o si, como piensan otros naturalistas, existen analogías de todo tipo,
atarse solamente a tos materiales de los órganos; peto todas son limitadas, y cuáles son sus límites,
^Pero cómo discutir una cuestión cuando no se quieren situar
sus términos?
Al respecto yo había hecho demandas claras y positivas. ¡Usted
;^ Los argumentos que tienden a la condcdación de m ñ ideas son casi los
se apega a los elementos! Y bien, ¿entiende que existen siempre
únicos elementos del proceso que se hayan puesto bajo ios ojos de los lectores de
los D ebata, y eso era inevitable con el actual redaaor para la sen ió n científica.
los mismos elementos^, ¿entiende que esos elementos están siempre
No teniendo ni los estudios ni el discernimiento necesarios para emprender un en la misma disposición mutual', en fin, ¿qué enciende por vuestras
resumen, se ha limitado a llevar a los ímptenteros los informes que le habían analogías universaled^l
sido confiados: nos hemos nutrido de ellos según la exigencia de los l u ^ e s que
quedaron disponibles. G . S . H.
^ Yo no hice ni debí hacer ninguna concesión; me he limitado a declarar inexactas Analogías untvenales. No he escrito nada semejante: esos términos asodados
algunas liases y denas confusiones de ideas que me eran atribuidas. G . S. H. encierran im no-scntído,
118 119
Etienne Geoffroy Ssint-Hihirt Pñttdfitos d ejü osofia saológica.

finalmente surgir; nos abstendremos de mezclar allí nuestras propias 2 “ Por el hecho de que la analogía reside únicamente en la iden­
reflexiones, no pudtendo hacer otra cosa mejor que poner bajo los tidad de los elementos consatuyentes, y que dicha analogía no
ojos de nuestros lectores los elementos de este proceso^*. reconoce límites.
Estamos persuadidos por otra parte que comprenderán perfecta­ Sobre el primer punto, no insistiré mucho; en el fondo poco im-
mente la cuestión después de haber leído el siguiente Informe que ponaría que una doctrina fuese nues'a si fuera falsa: diré solamente
el señor Cuvier leyó en la sesión de hoy. que no conozco un solo anatomista, uno sólo que haya deKrminado
los órganos únicamente por sus fiinciones, menos aún por sus formas.
C O N SID ER A C IO N ES SO BRE EL H U ESO H IO ID ES. Gertarocnte nadie ha sido aún tan audaz para decir que una mano
de mujer no es una mano; e incluso, hace quince días, habría creído
«Nuestro sabio colega, en su último Informe, ha comenzado por que nadie osaría decir que una mano de mujer no cumple las mismas
convenir con una gran lealtad que por unidad de composición él no funciones que una mano de hombre; pero esas son aserciones que
entendió identidad de composición, sino solamente analogía, y que escapan en el calor de la dispura, y sobre las que un adversario de
su teoría debe llamarse más bien teoría de los análogos. Esto es, de buena fe debe tener la generosidad en no insistir.
hecho, un gran paso. Aquellas palabras equívocas, y que sólo servían Lo que es cierto es que el anatomista sobre el que se han dirigido
para embrollar las ideas de los iniciados, de unidad de composición, de los ataques, que se ve obligado a repeler finalmente con tanto desagra­
unidad ele plan, desaparecerán de la historia natural, y aunque .sólo do, es uno de los que más ocasiones ha tenido de hacer ver que las
hubiese brindado ese servicio a la ciencia, creería no haber perdido funciones del mismo órgano cambian según las circunstancias en las
mi tiempo^L cuales está colocado; pero, lo repito, poco importan estas discusiones
Pero nuestro colega asegura sin embargo, aJ menos en lo que he de amor propio; lo que interesa a los amigos de verdad es saber si la
podido comprender, que su teoría de los análogos es algo particular; teoría, que su autor llama de los análogos, es universal com o él dice,
1 “ Por el hecho de que descuida las formas y las funciones para o si, como piensan otros naturalistas, existen analogías de todo tipo,
atarse solamente a tos materiales de los órganos; peto todas son limitadas, y cuáles son sus límites,
^Pero cómo discutir una cuestión cuando no se quieren situar
sus términos?
Al respecto yo había hecho demandas claras y positivas. ¡Usted
;^ Los argumentos que tienden a la condcdación de m ñ ideas son casi los
se apega a los elementos! Y bien, ¿entiende que existen siempre
únicos elementos del proceso que se hayan puesto bajo ios ojos de los lectores de
los D ebata, y eso era inevitable con el actual redaaor para la sen ió n científica.
los mismos elementos^, ¿entiende que esos elementos están siempre
No teniendo ni los estudios ni el discernimiento necesarios para emprender un en la misma disposición mutual', en fin, ¿qué enciende por vuestras
resumen, se ha limitado a llevar a los ímptenteros los informes que le habían analogías universaled^l
sido confiados: nos hemos nutrido de ellos según la exigencia de los l u ^ e s que
quedaron disponibles. G . S . H.
^ Yo no hice ni debí hacer ninguna concesión; me he limitado a declarar inexactas Analogías untvenales. No he escrito nada semejante: esos términos asodados
algunas liases y denas confusiones de ideas que me eran atribuidas. G . S. H. encierran im no-scntído,
118 119
Etimne Geoffri^ Saint-fíiiairr

Si nuestro colega hubiera dado a mis demandas una respuesta clara


y precisa, secía un buen punto de partida para nuestra discusión;
pero en su larga deducción no ha respondido a ellas, pues no es
responder decir que todos los animales son e/producto de un mis>no
sistema de composición', es volver a decir ló mismo en otros términos,
y en términos mucho más vagos, mucho más oscuros.
Parecería haber una respuesta más positiva en esas palabras, que
bs animales resultan de un ensamblaje de partes orgánicas que se repiten
de manera uniforme.
Pero expriman un poco una respuesta semejante; verán que to­
mándola al pie de la letra ella se derrumba por sí misma. ¿Quién se
animará a decirnos que la medusa y lAjira/it, que el elfa n tey la estrella
de mar^, residían de un ensamblaje departes orgánicas que se repiten de

Si se me Jiiibiese exigido ima Tesptmta clara y precisa empleando otra firm a,


hubie.íe respondido enseguida: pero por lo demás, publicar el presente opúsculo
es haber accedido a esas áem andas claras y positivas. G , S. H.
” Esta objed ón concerniente a la medusa y la jira fa , e l elefante y ¡a estrella de
m ar ha causado mucho asombro, y lo causará más, yo creo, en Aiemania. Allí se
ocupan de una d en a filosofia d e la naturaleza, de la que quizás París sólo tendría
que censurar las exageraciones. Sea lo que sea, no es en el ju id o de la rdadón
de los seres situados a grandes distan das que esta filosofía se habría equivocado.
Tal com o esta objeción está asentada, nadie que yo sepa puede interesarse en
ella, ¿Quién dijo alguru vez que ios anim ales resultan d e un mismo ensam blaje de
pan es orgánicas que se repisen d e manera uniforme^. La filosofía alemana expuso
muy bien que las parres orgánicas arriban en núm eroy se complican en la sucesión
de las edades, o en la progresión de ja escala zoológica, según el orden y en razón
direem a los diversos grados de la organizadón. Pcrdbimos una organización más
simple en la medusa y la estrella de mar, animales cuyos débiles desarrollos ios han
dejado en los grados inferiores de la escala, y por el contrarío, una oiganización
considerable y complicada en la jirafa y el elefante, que una acríón más prolongada
de los dcarrollos ha impulsado hada los primeros lugares. Sigan esta aedóti en
una única especie, en la cual los modos del desarrollo estén marcados a intervalos
por algún reposo. La rana en su estado perfecto goza de una organización más
consida:able en número de partes y en potencia vital que la rana en estado de
120
P tin tipios defilo so fa zeolágica.

pjanera unifarméi Ciertamente no seránuestro ojlega, él es demasiado


instruido; conoce demasiado bien a los animales; sabe demasiado bien
no solamente que ciertas partes no se repiten con uniformidad, sino
que ima mulrimd de panes no se repiten en absoluto.
Todavía en otro lugar afirma que la analogía no descansa sobre los
Ó ranos en su totalidad, sino sobre los materiales de los que están
compuestos los órganos, y alega un ejemplo, el del hueso hioldes,
según el cual, a juzgar por los desarrollos en los que entra, parece
dar a entender que es el número de las parres lo que constituye
su regla principal. De algunas de las frases que siguen se podría
OJncluir que añade allí sus conexiones, y en efeao, puesto que en
el comienzo de su Informe excluyó las funciones y las formas, sólo
quedan las conexiones y los números. No veo una quinta relación,
una quinta categoría sobre Ja cual se podría imaginar hacer apoyar
esta analogía universal,
Y bien, puesto que a falta de proposición clara, a falta de regla
general inteligible, estoy obligado a captar esta teoría en los ejemplos
que de ella se dan, me apropio de este. Como vulgarmente se dice,
tomo a nuestro sabio colega sobre el mismo terreno en el que se ha

I I
ifenacuajo: sucede lo mismo con el renacuajo respecto del huevo del que provendrá,
y en hn con eí huevo mismo que se altera bajo lá influencia solar respecto del
hue^'o en su primera edad que no consiste más que en un liquido homogéneo y
trans paren re.
Estos hechos de desarrollos sucesivos por los cuales los anímales crecen en número
y en «implicación de panes, deben a un mismo principio de formación e! hecho de
repetirse indefinitiamente en la serie zoológica; estos son los hechos que nosotros
decimos analógicos, que decimos que se repiten de manera uniforme, que buscamos
'llevar hacia generalidades, a expresar en filosofia. Pero ciertamenre nadie ha tenido
en mente que si la medusa estuviera compuesta, suponem os, en tamo matérialcs,
de las veinticuatro letras del alfabeto, esas mismas veinticuatro letras Uegarian en el
momento justo, y se repetirían para componer la estructura de! elefante,
¡De qué suposiciones es pteciso que procuremos defendernos! G . S. H,
121

éL
£íientíf Geí^oy Sai»t-Hilair<

colocado, y es así que me ocupo de adoptar cualquier otro ejemplo


que quiera escoger.
Voy a examinar pues el hueso hloides de los diversos animales,
y voy a probar por los hechos, como anuncié que lo haría siempre:
1 “ Que el hueso hioides cambia de número, de parres, de un
género igual a un género próximo;
1 ° Que cambia de conexiones;
3 ° Que de cualquier manera que se entiendan los términos vagos
empleados hasta el presente, de analogía, unidad de composición,
unidad de plan, no se los puede aplicar de una manera general;
Que hay animales, ima muírirud de anímales, que no tienen
el menor indicio de hueso hioides, que por consiguiente no hay
siquiera analogía en su existencia.
Habiendo de esté modo aniquilado completamente los principios
que al respecto él da a la vez como nuevos y universales y en cualquier
sentido que se los aplique, haré la aplicación de otros principios, de
aquellos principios sobre los que lá zoología ha repmsado hasta el
presente, y sobre los que reposará, espero, todavía mucho tiempo
más. Y mostraré:
1 ° Que en la misma clase, el hueso hioides, aunque variable por
el número de sus elementos, está dispuesto sin embargo de igual
modo por relación a las partes circundantes;
2 “ Que de una clase a otra él varía, ya no solamente en composi­
ción, sino en disposiciones relativas;
3° Que de esos dos tipos de variaciones y de sus variaciones de
formas combinadas, resultan las variaciones de sus funciones;
4 “ Que pasando de la ramificación de los vertebrados a Jas demás
ramificaciones, él desaparece de manera de no dejar incluso huella-
Así las ramificaciones difieren unas de otras por la desaparición
total de ciertos órganos.
En cada ramificación las clases difieren por las conexiones y la
composición de los órganos de igual naturaleza.

122
l^mcipios defilosofía zoológica.

En la misma clase, las familias e incluso los géneros difieren sola­


mente por la composición y por las formas de sus órganos.
He aquí principios^^ que al menos tienen el mérito de la claridad;
pero sobre todo el de la verdad; es sobre ellos que descansan, dígase
lo que se diga, la zoología y la anatomía comparada. Es de acuerdo
con ellos que se ha formado ese gran edificio que se llama e! sistema
del reino animal,
Y toda vez que se quiera impulsar más lejos las generalidades, con
algún nombre que las decore, con alguna retórica que las sostenga,
sólo las personas que no conocen los hechos podrán adoptarlas mo­
mentáneamente bajo palabra, pero para ver disipar su ilusión desde
el momento en que se ocupen de buscar sus pruebas.
En mis siguientes Informes daré la demostración de esto, en re­
lación a cada tipo de órganos en particular.
Com o lo he dicho, hoy me detengo en el hueso hioides.
Para probar, aJ respeao, los pretendidos nuevos principios, haría
falta que se pudiese sostener que los huesos hioides están compues­
tos de las mismas piezas, que están en las mismas conexiones, que
existen en todos los animales.»

“ P rin cipio no es sinónim o de resultado. De los trabajos zoológicos ya


Cónsurhados, resulta que los animales son finalmente apreciados hábilmente en
sus afinidades naturales. El hecho de algunas especies uña mayor simplicidad
en el número y en la disposición de las partes orgánicas, y al contrario otros
ánimaies son el producto de la ag rc^ d ón de un mayor número de órganos, y de
una coordinación más complicada: añado que entre los rerminos extremos están
todos los grados de la escala zool«%ica. La observación atenta de esto constituye
la base de estimables trabajos y, en definnrva, de las sabias clasificaciones que
han ayudado en la redacción de! c a t á l t ^ razonado de los séfes. Sin embargo,
hablarnos de ramificaciones, de cíises, d e fam ilias, de géneros y de especies, es tratar
a la zoología bajo un punto de vista que nadie discute. ¿Q ué hacen estos hechos
en la presente argumentación? Ellos le son extraños. N o hagamos que sean un
velo que se oponga a que podamos percibir la debilidad de ios reproches que se
nos dirigen, G . S. H.
123
Etiennr Gceffrtiy SairttrHUaire

La Academia va a juzgar si semejantes aserciones soportarían el


menor examen.
El señor Cuvier dividirá su trabajo en dos partes; el hueso hioides
en los animales que respiran el aíre namral, el hueso hioides en los
animales que respiran por intermedio del agua. Estos últimos exigirán
una discusión previa sobre el esternón.

«Todos saben que en los animales que respiran el aire, e] hueso


hioides es im aparato suspendido bajo la garganta, que hacia delante
da con las ligaduras de ia lengua, que por detrás sostiene la laringe
y que tiene la faringe por encima suyo.
Su nombre proviene del hecho de que en el hombre su pane
principal o su cuerpo está en forma de arco de círculo, como k letra
épsilon cursiva de los griegos.»

El señor Cuvier da una descripción exacta de este hueso, que


examina en primer lugar en los monos.

«El cuerpo del hueso hioides de los monos varia mucho de forma,
lo que no implica nada para nuestra discusión; sus cuernos posterio­
res permanecen más o menos conformados y dispuestos como en el
hombre; los anteriores son generalmente más largos, pero también de
una sola pieza, e incluso el ligaiiiento que los suspende al peñasco no
se osifica jamás en ninguna de sus partes, de manera que los monos
más viejos nunca tienen ni la apófisis estiloide, ni el hueso separado
que pasa por su reemplam en otros cuadrúpedos.
Esta es una primera diferencia, en verdad poco ¡mponante aún.
He aquí una más grande;
Ene) mono alouatta, cuyo cuerpo del hueso hioides está, como se
sabe, hinchado en forma de calabaza, no hay ni vestigio de cuernos
anteriores, ni ligamento estiloideo, ni nada que recuerde la apófisis
estiloide; el hueso hioides está fijado por otros medios. ¿Cómo es

124
Principios de fihsofiA zoológica.

que líi unidad de composición y la analogía se desmienten tan rá­


pido? Nuestra propia respuesta, naturalistas ordinarios, sería muy
jjmple: es que el hueso hioides, comando en el alouatta un destino
especia!, volviéndose en él un instrumento potente de la voz, tenía
necesidad de otras ligaduras; la teoría de los análogos no se escapará
tan fácilmente de allí, Pero dejémosla^*.»

Pero dejémosla... Yo voy en cambio a deienerme sobre este parágrafo, e


invito a ios espíritus reflexivos a hacerlo a la par conmigo. Las visiones que nos
dividen se nuiestian allí de modo muy manifiesto: damos su explicación rigurosa
éon hechos precisos,
S O B R E £ L H IO ID E S D E L ALOUATTA. Mucho tiempo ames de los días
de nuestra controversia, es decir en 17 7 8 , la cuesrión concerniente al hioides del
alouana era ya cosa juzgada: lo fue por el más grande anatomista de esa época,
:d célebre ílamper, Espiricu vasto, tan cultivado como reflexivo, él tenía sobre las
analogías de los sistemas orgánicos un presentimiento can vivo y tan profundo,
que invesúgabá con predilección todos los casos extraordinarios, donde sólo veía
una clase de problemas, una ocasión piara ejercer su sagacidad, empleada en reducir
pretendí das anomalías a la regla. La publicación del h ío id s cavernoso del alouatta,
en el volumen número quince de la H istoria natural, tuvo ese efecto sobre é!, y
lo preocupó vivamente. V icq d‘Azir le había mostrado en París, en 1777. dos
■hioides de alouatta. D e retorno a Holanda, recorrió todas las ricas colecciones
Lpiibiicas y particulares; y lu ^ o de búsquedas por mucho tíempto inúdlcs, encuentra
.finalmente en casa del señor Klokner un alouatta conservado en líquido, que
obdene y que lleva a su campo piara disecarlo allí $Ín retraso.
Terminado su trabajo, hizo de él la maieria dé una cana que con fecha 15 de
Aoviembre de 1778 escribió a Buffon,
Camp>er había sido kvorccldo en su previsión; redujo fácilmente todaslas panes
dcl hioides del alouatta a las deJ hioides del hombre. En 17 7 8 , estando en París
en casa de Vicq d'Azir, escribía; «Ya había notado que la caja ósea, aunque muy
delgada, era la base de la lengua; incluso había distinguido allí las articulaciones
que habían servido a los cuernos dé este hueso; sin embargo, no comprendía nada
de su situación y de ia conexión de sus partes ptóxirnas.»
El gabinete de ia Facultad de las ciencias de París piosee dos huesos hioides
de alouatta rodeados de sus músculos, glándulas, memhtanas, c a r r illo s y piartes
laríngeas que se ligm a él: una de esas preparaciones proviene de un macho y la
otra de una hembra, E! señor Hydc de Ncuviile, siendo ministro de la marina,
125
Eñenne Gtoffiíty Ssim-Hilairí

los íiabja traído de Cayena para nuestro gabinete de Ja Facultad de las cien cías.
Yo me he servido de esas preparaciones para volver a ver y comprender (con esas
piezas bajo los ojos) los dibujos y la descripción que Camper había enviado a
BufFon; preciosos malcríales que sólo han sido grabados e impresos en 1789,
en Jos suplementos, volumen VTI. C in co Gguias ofreciendo las piezas, unas
vistas de frente, y las otras de perfil, no dejan nada que desear, y presentan una
déteripinación tal como se la debía esperar del gran talento de Camper, es decir,
perfectamente exacta. Todas las panes descritas y representadas son la.s mismas que
las del aparato hioideo en el hombre, con la diferencia aproximada de su volumen
respecdvD. 1 a*; visiones analógicas del sabio anatomista de Holanda estuvieron
plenamente justificadas. Él vio que las diferencias de los dos órganos análogos
consistían en el excesivo desarrollo de la pane media, llamada el cuerpo del hioide.
En el hom bre, esta pane media es hueca, y posee la forma de una cápsula más
ancha que alta: en el alouatta, la concavidad gana en profundidad, de forma que
la pieza es poco ancha y se extiende en cambio de manera considerable bajo la
lengua: es una larga bolsa ósea, o bien, com o lo índica el señor Cuvicr, una base
hinchada en forma de calabaza.
El señor Cuvier, en sus LeccioTies d e aTiatoinia com parada, describiendo este
hueso de la lengua del alouatta, confirma todas las invescijpcíones y visiones
del célebre Camper, En el capítulo sobre los huesos híoidcs de su obra, tomo
III, p. 2 3 0 , mi sabio colega sólo se ocupa del hioides de los alouanas «como
presentando una particularidad extremadamente notable en el hecho de que ese
punto sirve para explicar los alaridos que producen esos animales: el cuerpo es
com o insuflado para formar la caja ósea. Los grandes cuernos existen, etc,* Sin
embargo el señor Cuvier, dando un mayor curso al espíritu de invesiigaeión que
había guiado hasta allí a Camper, piensa en encontrar algunas partes que pueda
juzgar corréspondienres a los cuernos anteriores, ios cuales en efecto faltan. Doi
pequefias apófisis (¡Hf se elevan de cada iodo de la gran aberiura de la caja son sin
duda, según el señor Cuvier, d rudimento de esos cuernos, que sólo habrían sido
desconocidos porque están privados de uno de los caracteres de esos huesos, su
separación de la pieza media. Yo acabo de ver también esas apófisis. No puedo
tampoco dudar de la jusceza de la determinación dada en 1S05; tengo por motivos
otros caraaeies que son manifiestos: l» so n apófisis mucho más largas en el hioides
de las hembras, y 2 " dan atadura al ligamento y al músculo esiilo-hioídeos, que
llegan a la cara estiloidea del cráneo.
Habiendo citado ios trabajos de dos célebres zootomistas de ese tiempo, además
habiéndolos vuelto a ver y confirmado, ya no es necesario que insista sobre es^

126
Principios de fiio so fia zoológica.

deducción presentada mas arriba; ¿cómo rs que ¡a nnidad de com posicióny la analogía
se desm ienten tan rápido?
Se trata pues de vestigios de los cuernos anteriores. Se encuentran así tanto
el ligamento como el músculo que lo acompaña y que constituyen juntos esc
cordón que liga el aparato hioideo a los costados del cráneo. Debemos también
declarar inexacta esa otra deducción de la argumentación, la cual, más abajo (ver
pág. 132), se expresa como sigue: «Emendemos que el enorme tambor formado
por el hueso hioides del alouatta, sujetado por ligamentos y de una manera »~aci
inmóvil a la mandíbula inferior, no tenia necesidad de una atadura tan fuerte
ai cráneo.» No ignoramos que algunas piezas que formaji parte de la colección
anatómica del Jardín tic! rey han proporcionado un pretexto a este decir, pero
¡se han examinado con la suficiente atención los pretendidos ligamentos de los
que se ha argumentado? Se han visto preparaciones endurecidas, en tanto yo he
observado piezas enteras, móviles, perfécramente conservadas en líquido. De ios
hechos que tengo bajo los ojos, resulta una determinación rigurosa de las panes
que fijan el hioides a la mandíbula inferior. Afirmo que ellas no son ligamentosas;
aseguro que son músculos, y precisamente los músculos que la analogía estuvo
inspirada de ir a buscar en sus lugares acostumbrados: tal es el genÍD-hioid«j,
que Camper designó adelante, en sus dibujos publicados en los suplementos de
Btiffon, a través de las letras A. G. {Ver H istoria n atu ral^ n eraiy particular, sup.
7> pl. 2 7 , Ég. 1). Sobre los flancos están los miiohíoideos, Camper también hizo
representar perfectamente el músculo decisivo para la cuestión aquí agitada, a
saber: el esálü-hioídeo (ver a B, fig 3).
Todos estos hechos son presentados por el señor Cuvier de manera diferente:
de algunos estoy obligado a decir que son referidos de manera inexacta. Se vuelve
pues inúdl debatir una explicación que es su consecuencia. De otro modo, si
hubiera que ir a buscar en esta explicación todo lo que conlleva de valor y de
in clu s io n e s justas, sería el caso de teproducir las protestas que he presentado en
I Ja nota 34 situada más arriba, página 63. Si, sin dudas, no es filosófico explicar
la producción de un nuevo medio oigánico, a causa de nuevos hábitos, y para
^aosíácet nn destino especial. Y tenemos de esto una prueba perentoria en la esj>edc.
■Se ha dicho; es porque el hioides del aJoitatia se vuelve un instrumento pótem e pura
la vos:, que tenía necesidttdde otras atadum s.A cdaím osáeyctc^ M cesiss pretendidas
ataduras son un hecho inexacto.
Es en ese momento que la argumentación cree terminar con esto en los hioides
de los monos, a través de estas palabras; ¡la teoría de ¡os análogos no se escapará de
a llí tan fácilm ente! No puedo impedirme notar que ese momenro es escogido de
!2 7

ÉL
Eríenne Geofffoy Sahtt-H iiam

manera no feliz. N o hay ligamentos que aten, y tampoco era necesario que hubiese
ligamentos para atar el cueipo hioideo a la mandíbula infctioi.
Pero hasta el presente sólo hem os em pleado las observaciones y los
razonamientos tal com o la d oarin a aristotélica y los métodos perfeccionados de
los últimos anatomistas hubiesen podido sugerirlas; hagamos que la teoría de los
análogos que hasta el momento sólo ha figurado en esta nota como blanco de
ataques, inrervenga útilmente aqm para algo.
Las dos principales diferencias del hioides del alouacta, comparado al hioides del
hombre, sobre las cuales los trabajos de 1778 y de 1805 han insistido lo suficiente,
son: ] ^ el volumen muy considerable dcl cuerpo del aparato, y 2 “ la ausencia de
los cuernos anteriores, o al menos el hecho de su articulación por sinartrosis.
Sobre el primer punto, la respuesta es simple: el volumen de las partes sevuelvc
una circunstancia muy importante en cada especie tomada aparte, pues regula
su función procurando a los órganos todo lo que pueden adquirir de potencia;
pero esta es una consideración que los estudios filosóficos desatienden y deben
desatender.
Sobre el segundo punto, la teoría de los análogos no podría conformarse con
entera satisíácción de la nota, por otra parte juiciosa, simada en las Lecciones
de nneitomÍA cemparadü', no basta con adm itir com o un hecho cierto que la
articulación del pequeño cuerno establecida por diarirosis en el hombre, se
transforma en una articulación por sinartrosis, a causa de la soldadura de este
mismo cuerno al cuerpo medio. He aquí por qué. Es que el hombre mismo, en
relación a su órgano hioideo, no reúne las condiciones generales de la clase de
los mamíferos. Ahora bien, la teoría de los análogos no puede dejar de asignar las
causas de esta diferencia.
En el alouatta, en el mona araña e incluso también en esos monos del viejo
mundo, de cara repugnante, conocidos bajo el nombre de babuinos, la cadena
estiloidca sólo consiste en un ligamento, mientras que en los mamíferos que se
paran sobresus cuatro patas, ella está formada de tres huesillos en serie transversal.
Si la teoría falló en su previsión en cuanto a ese número de piezas, recurrió
a otra de sus reglas, a un resultado dísrinio y no menos eficaz para una segunda
previsión: admite que tina de las piezas habrá sido alimentada a expensas de su
vecina; esta regla conocida bajo el nombre de balance {entre e! volumen) de ios
órganos explica la hipertrofia de uno de los materiales, por la atrofia de uno o de
varios de los otros.
¿Quién habrá podido contribuir a! enorm e crecimiento dei cuerpo hiodeo!
"Ncceariaineme un sacrificio impuesto sobre las piezasveanas. Ahora bien, aquellas

128
Principios deJU asofia zoolágiea.

Nosouos no podemos, dice el señor seguir al autor en todos


ios detalles que da sobre otras especies de animales con una mara­
villosa claridad.

Luego de esta inrerrupción, la argyunentación es retomada como


sigue; «Vemos pues que, aún en una sola clase, la de los mamíferos,
el número de los elementos de un solo órgano, del hioides, no tienen
nada de constante; hay lo que yo llamo variaciones de clases, es decir
diferencias de número y diferencias mucho más grandes de forma,
pero también una semejanza casi absoluta de coneidones.
¡Si pasamos a la dase de los pájaros, es completamente otra cosa;
gran y seitsible hiato^*!

cuya posición llamn a soportar tocios los efectos del sacrifido son nccesarianjcnre
todos los huesillos que forman parre de las cadenas estiloideas: afectadas esas
cadenas de atrofia hasta el grado cero de las moléculas óseas, no queda más que
su periosto o tejido celular bajo la forma de un ligamento.
Así, lo que la teoría de los análogos no encuentra en número de parres, s^ ú n

I la previsión de la que extrae su presentimiento en la mayor pane de los animales


en el marco de sus observaciones, lo halla en jusiificadoncs, en compensactottes que
dia sabe discernir, en rudimentos que dicen el porqué y el cómo de la desaparidón
de ciertos materiales. G . S. H.
No es sobre este terreno que me dan temor los esfuerzos de la argumentación.
Es muy cierto que existe allí un hiato, es decir que existe un hioides verdaderamente
éspcécial en ia clase de los pájaros: pero ese hecho sólo es vuelto a decir aquí luego
de que yo lo he establecido en mi Füosefia anatóm ica. No es c! momento de añadir

I que yo no creo haber producido directamente nada más úril a la teoría de los
análogos que mi escrito particular sobreestá materia. Antes de rnis investigaciones,
se sostenía que la lengua de los pájaros era ósea, o al menos que intervenían de
manera súbita y extraordinaria huesillos pata proporcionarle un soporte cuyo
análogo no existía en los mamíferos, como el pecho cncucnira su soporte en la
columna vertebral. He abundado tanto en la nota precedente, y tengo tanto que
añadir a mis viejos escritos, debiendo extenderlos con la corrección de ciertos
errores, que me impongo el deber de detener aquí estas refiexiones. Pero es para
probar en un informe exprafrsio rodos los hechos y b s correcciones que acumulé
129
Erímne GtQffroy Saim-HUam

No hay más suspensión al temporal; yA no hay cuerno posterior;


un cuerpo dispuesto a lo largo, terminándose hacia atrás en una
producción alargada, una especie de cola sobre la que se apoya la
laringe, y que a menudo forma un hueso aparte; solamente dos cuer­
nos, formado cada uno de dos piezas, que se articulan por debajo, al
costado del cuerpo, en el mismo sitio donde se articula con su cola,
contorneándose alrededor de! occipucio, llegando incluso hasta la
base del pico en el pájaro pico verde; y el cuerpo lleva hacía delante
un hueso, o dos huesos pegados a los lados del otro, articulados a
la extremidad anterior de ese cuerpo, y que forma el esqueleto de la
lengua; pues la lengua de los pájaros posee un esqueleto óseo cuya
huella no existía en los mamíferos.
Para ojos comunes, para la apariencia tal como la capta un habitual
buen sentido, no había réplica posible; he aquí un gran cambio de
composición; un cambio bastante considerable de conexión. Vemos
que se ha pasado de una clase a otra.
¿Qué hizo nuestro sabio colega com o último recurso?
Supuso que el hueso htotdes de los pájaros, tirado de una parte
por los músculos de la lengua, de otra parte por la laringe, experi­
mentó una rotación sobre sus cuernos anteriores, y que sus cuernos
posteriores resultaron conducidos por ello hacía delante, se volvieron
huesos de la lengua.
Esta es sin dudas una voltereta posible a concebir en un esqueleto
cuyos huesos sólo se sostienen con alambre, y en el que solamente
hay huesos. Pero le pregunto a cualquiera que tenga la más ligera
idea de anatomía: ¿es esto admisible cuando se piensa en todos los
músculos, en todos ios huesos, en todos Jos nervios, en todos los vasos
que se ligan al hueso hioides? Haría falta que... ¡Pero me detengo!
La sola idea asustaría a la imaginación. Para conservar una identi-

desde hace algunos años sobre estos primeros trabajos de mi juventud. Este infom ie
apareceiáen !a entrega que seguirá a la publicación de este opúsculo. G , S. H .
130
Principios fiiosojsa zooiápea.

' dad aparente en el número de las piezas óseas, habríamos cambiado


todo en las conexiones y en las partes blandas. ¿En qué se habría
convertido entonces el principio de unidad de pian? Peto en fin, no
prejuzguemos nada, admiramos por un momento una hipótesis tan
extraña; veamos si nos lleva muy lejos.»

El señor Cuvier pasa a una tercera clase, los repriles^^. y tomando


la tortuga como ejemplo, siguiendo el mismo andar, refuta toda idea
de analogía entre el hioides de este animal, el de los mamíferos y el de
los pájaros. Luego añade: «las personas que a d m iren una deg;radadón,
una simplificación insensible de los seres, principio absolutamente
contrano, dicho sea de paso, al de la identidad de composición, y que
sin embargo w alía con él en ciertos espíritus —tantas rarezas existen
en algunas cabezas-, van a suponer que los otros saurios tienen los
hioides tanto o más simples que el cocodrilo; no ocurre nada de ello.
En los lagartos de lengua protráctü, el hueso hioides es más com­
plicado en sus formas, más singularmente replegado en sus diversas
partes que en ninguno de los animales precedentes.
Todos estos hechos son indiscutibles; cada uno puede dar garantía
de sí en todo momento; ¿a través de qué esfuerzo de razonamiento
se nos hará creer que hay identidad de elementos, repetición uni­
forme, identidad de conexiones, en fin codas esas otras expresiones
que se emplean cada una a su turno, entre huesos hioides que no
tienen más que dos piezas, otros que tienen tres, otros cuatro,
mientras que hay otros que tienen siete, nueve, e incluso más?
En la tortuga trionix, se pueden contar hasta diecisiete y más. ¿A
través de qué arte se logrará convencernos de que hay identidad
de conexión entre huesos de ios cuales unos se suspenden a una

Los reptiles no forman una dase natura}, sobre rodó del upo de la dase de
los pájaros. He deseado siempre explicarme al respecto, y me reservo de escribir
sobre este tema, el cual exigirá de muy importantes desarrollos. G . S. H . ,

131
E tienm G eoffioy Saint-H U airt

parte del hueso tem poral, mientras otros contornean el cráneo y


penetran hasta en el pico, y mientras otros permanecen incluso
absolutamente ocultos bajo la garganta y como hundidos en los
músculos? ¿Quién verá otra cosa más que lo que todos nosotros
vemos allí desde hace siglos? Una cierta semejanza de estructura
del órgano, semejanza cuyo grado es proporcionado a las rela­
ciones de los animales entre sí, y diferencias determinadas por
el empleo que la naturaleza hace de este órgano, o si se quiere
evitar toda sombra de recurso a causas finales, diferencias que
determinan ese empleo.
Para nosotros, naturalistas ordinarios, esas relaciones, esas funcio­
nes, esas diferencias, se explican muy bien, porque constituyen al
animal como lo que es, porque se llaman o se excluyen mutuamente.
Entendemos que el enorme tambor formado por el hueso hioides
del aiouatta, sujetado por ligamentos y de una manera casi inmóvil a
la mandíbula inferior, no tem^a necesidad de una atadura tan fuerte
al cráneo^.
Entendemos que los huesos estilotdeos laicos y móviles de los
rumiantes o de los solípedos, debían tener músculos propios que no
podían existir para la apófisis estiloide inmóvil del hombre.
Entendemos que la lengua poco flexible de los pájaros debía
poder ser empujada hada delante por otro mecanismo disanto al
de ios cuadrúpedos, que puede contraerse en todo sentido; que no
teniendo su laringe cartílago tiroides, los cuernos posteriores de su
hioides podían faltar; pero no entenderíamos cómo habrían ido a
alojarse en la lengua, a través de un movumento bascular que habría
desgarrado todos los músculos y todos los vasos, etc.
Pero si se desatienden todas estas consideraciones para no ver más
que pretendidas identidades, pretendidos análogos que sí tuvieran la

^ He incluido los desarrollos de este parágrafo entre los de la gran nota


precedente. Ver pág. 127.
132
Principias de fiiesofia zoaiégica.

menor realidad reducirían la naruraleza a una suerte de esclavitud, en


la que felizmente su autor está muy lejos de haberla encadenado, no
se entiende ya nada de los seres, ni en sí mismos ni en sus relaciones;
el mundo mismo se vuelve un enigma Indescifrable.
Sé bien que es más cómodo para un estudio en historia natural
creer que todo es uno^^ que todo es análogo, que a través de un ser
se pueden conocer todos los otros; así como es más cómodo para un
estudiante de medicina creer que todas las enfermedades no hacen
más que una o dos; confieso incluso que el error en el que se induciría
al primero no sería tan funesto como el otro, pero sería finalmente
un error; se le echaría delante de los ojos un velo que le ocuJtaría
la verdadera naturaleza, y el deber de los sabios es por el contrario
correr ese obstáculo al conocimiento de la verdad.
En la segunda parte de este Informe, que tendré el honor de leer
en breve a la Academia, trataré del hueso hioides en Jas ranas, en
las salamandras y en los peces, y mostraré que es a través de tras­
posiciones y volteretas aún más extrañas que la de los pájaros, que
se ha creído poder encontrar allí identidades de números, que aún
admitiendo todas las suposiciones, tampoco estarían.
A continuación, haré ver que el hueso hioides felta de manera
absoluta en una multitud ímnensa de animales; de suerte que, cual­
quiera sea el sentido que se dé a la teoría de los análogos, es imposible
hacer de ella una aplicación general.
Repiro que es con mucha pena que me he visto obligado a romper
un silencio al cual estaba muy decidido, si no se hub^iera llegado a
presionarme en mis últimas trincheras; pero, finalmente, los natu­
ralistas tendrían el derecho de acusarme sí abandonara una causa
tan evidente.

El Discurso preliminar, en ía pág, 3 1 , ha respondido 3 esta pane de la


argumentación.

133
Eríenne Geaffhy Saint-Hikire

Lo que sobie todo es esencial volver a decir es que no es ni para


atenerme a las antiguas ideas, ni para rechazar las nuevas, que he
tomado esta defensa. Nadie, más que yo, piensa que hay una in­
finidad de descubrimientos por hacer todavía en historia natural.
Tuve la dicha de hacsr algunos de ellos, y he proclamado un gran
número de descubrimientos hechos por otros; pero también pienso
que si algo pudiera impedir que se hicieran en el futuro auténticos
descubrimientos sería el hecho de pretender retener los espíritus en
los estrechos límites de una teoría que no es verdadera más que en lo
que tiene de antigua, y que no tiene de nuevo más que la extensión
errónea que se le atribuye.»

Luego de la lectura de este Informe que ha excitado, en el más


alto grado, el interés de la Academia, la palabra ha sido dada al señor
GeofFroy Saint-Hilaire. Este sabio naturalista ha leído la segunda
parte del Informe (ver pág. 95) en el que desarrolla su teoría de ¡os
análogos. Lamentamos no poder reproducirla hoy; compensaremos
próximamente de ello a nuestros lectores^.

Nota'. La tercera argumentación del señor barón Cuvier que gira


como la segunda sobre las modificaciones del hioides, es del 5 de
abril de 1 8 30. N o la reproduzco en este opúsculo; lo haré en una
entrega siguiente.
Respondiendo el 2 9 al escrito del 2 2 de marzo, he distinguido la
cuestión general de sus hechos particulares; ya había tratado aquello
en mi prím era réplica siguiente, cuando me di cuenta que razones de

^ Esta promesa no se ha cumplido: no se ofreció resumen ni de esc mfomtc.


ni de mi lectura de! 2 9 de maizo; pero en dicha ocasión, y en el resumen de otra
sesión académica, se hizo el auxiliar del Sistmut de las Jijh m cia s, no viendo en mis
trabajos más que consideraciones abnractas en dem asía, demostrando repugnancia
por sm prinH pio filosófico a l cual h abría que creer como por sentimiento, como en u ^
verdad m ela d a . O tras hojas públicas me han tratado con mayor favor. G . S . H-

134
Pñncipw í de fU oiofia zoológica.

conveniencia moral (ver el exordio adjunto) redamaban Ja interrup­


ción de nuestra discusión a través de alegatos verbales. Me queda
entonces tratar hechos particulares; y ya se ha podido ver, en una
nota precedente, que sólo el disico hioides de los pájaros formará
la materia de un Informe aparte.

135
Sobre los huesos hioides
Primera réplica
a la última argumentación
(Sesión del 2 9 de marzo)

Creo de la dignidad de las ciencias el conservar respecto a


las personas un tono de decencia y maneras de estima y be­
nevolencia. Expuesto al peligro de error, al extender tan lejos
mis investigaciones, soy indulgente para con cualquier error
concebido y producido de buena fe: pues, aunque infructuosos,
los esfuerzos restan siempre estimables, com o un hom enaje in­
directo a ia verdad y com o un testim onio de celo y abnegación.
Creo tam bién que es preciso evitar transform ar una reunión
de los discípulos del Pórtico en un patio teatral que aplaude
las comedias ultrajantes de Aristófanes. Frente al público serio
que me escucha, y teniendo que tratar cosas serias, seré serio
y jam ás astuto. Apunto m¿s alto que a un éxito m om entáneo,
deseando Introducir en el dom inio del pensam iento público
Una verdad de un orden elevado, com pletam ente fundam ental.
En consecuencia, m e guardaré m ucho de apresurar el m om ento

137
Sobre los huesos hioides
Primera réplica
a la última argumentación
(Sesión del 2 9 de marzo)

Creo de la dignidad de las ciencias el conservar respecto a


las personas un tono de decencia y maneras de estima y be­
nevolencia. Expuesto al peligro de error, al extender tan lejos
mis investigaciones, soy indulgente para con cualquier error
concebido y producido de buena fe: pues, aunque infructuosos,
los esfuerzos restan siempre estimables, com o un hom enaje in­
directo a ia verdad y com o un testim onio de celo y abnegación.
Creo tam bién que es preciso evitar transform ar una reunión
de los discípulos del Pórtico en un patio teatral que aplaude
las comedias ultrajantes de Aristófanes. Frente al público serio
que me escucha, y teniendo que tratar cosas serias, seré serio
y jam ás astuto. Apunto m¿s alto que a un éxito m om entáneo,
deseando Introducir en el dom inio del pensam iento público
Una verdad de un orden elevado, com pletam ente fundam ental.
En consecuencia, m e guardaré m ucho de apresurar el m om ento

137
Etienrte G eaffit^ Sasnt-H iLtirí

en que esta verdad podrá hacerse a la luz y aparecer en todo su


esplendor; lo que sólo advendrá cuando ella sea indiscutible-
m ente probada.
He hallado algunos pretendidos conciliadores que se jactan de
haber penetrado el secreto de nuestros disentimientos; de haberlos
entendido, van a enseñamos ese punto ignorado por nosotros, y
ponernos de acuerdo, «pues finalmente», dicen, «cada uno sigue un
camino particular: éste, cuando persigue ios hechos en el carácter de
sus diferencias, y aquél, en e! carácter de sus relaciones; desde ambos
lados se actúa en pos de lo mejor si desde ambos lados se permanece
igualmente fiel a su punto de partida.»
Por desgracia, no puedo admitir ni esa conciliación, ni ese razo­
namiento: yo sólo tengo fe en una exploración de los hechos, sólo
confío en un conocimiento profundo de las cosas, en tanto que las
investigaciones se hayan agotado simultáneamente y con iguales
esfuerzos tanto sobre las diferencias como sobre las relaciones. Des­
atender una cara de su tema para prestar toda su atención sobre la
otra es el medio para conocer sólo imperfectamente. Por tanto si no
se puede separar el estudio de las relaciones del de las diferencias,
y viceversa, todo el problema de la determinación de los órganos
consiste en la elección de un método que dispondrá y coordinará los
hechos, tanto para un punto de vista como para el otro.
Se me pide dar más tiempo a mi descanso: donde creo ser útil, se
me encuentra. Arrastrado por un movimiento europeo, lo secundo
de la mejor manera; los antiguos caminos de la zootomía son aban­
donados en la medida de lo posible: los anatomistas buscan abrirse
nuevos; hagamos que en Francia no quedemos atrás.
Pero acabo con este entremés para llegar decididamente a los
hechos de la argumentación del 2 2 de marzo. Tantos detalles sobre
ios hioides son imponentes: el público se debe dejar tomar por
ellos com o por la prueba de un vasto saber; pero numerosos como
son, yo no les temo, e incluso los tendría de buen grado por muy

138
Principios de jilosefia zaslógica.

■ exactos, sí no existiera sin embargo ese maravilloso alambre capaz


M de ejecutar, en un esqueleto, una maniobra tan hábil. Una broma
I H no se comenta; continúo.
■ Y bien, es de una discusión leal haber llegado a estudiar ja cuestión
^ general en una aplicación particular; y sobre todo la elección del
hioides es una elección feliz para hacerlo con alguna profundidad. Al
respecto, los hechos en observación son tan evidentes que sólo hacen
falta, se lo ha notado y soy del mismo parecer, ojos comunes para
I verlos, un buen sentido ordinario para captarlos; por consiguiente
ellos son, al menos la mayoría, para mis ojos y las facultades de mi
e^írini, tales como la argumentación los ha dispuesto y presentado.
Dicho eso y acordado, uno se preguntará sí queda todavía luego
de esta confesión un disentimiento entre nosotros sobre el carácter
de los hioides; sí, sín la menor duda. Pues de lo que se trata es de
una aplicación científica de esos mismos hechos. Es una cuestión
de filosofía la que nos divide, no sin embargo en un grado tan alto
como uno parece creerlo y como se lo ha dicho. Para tenemos a
distancia, no hay mas que el intervalo que separa las ideas de la
doctrina aristotélica de las ideas de la teoría de los análogos. Esto es
lo que hace falta explicar.
No es sin haber reflexionado con madurez que he rechazado hace
un momento la vía de conciliación ofrecida. La proposición hubie­
se sido igualmente ofensiva para ambos; pues ni uno de nosotros
exclu>-e las relaciones para aplicarse sólo a la consideración de las
diferencias, ni el otro entiende tampoco desatender las diferencias
para ocuparse sólo de las relaciones. ¿No habría otra cosa que estu­
diar más que las diferencias? ¿Tiene un gran mérito llegar con los
sentidos sobre algunos materiales que sólo se trata de contar, o sobre
órganos de los que se desea tomar el peso o la longitud? Conocemos
algunos naturalistas, se los calificará como se quiera, que se atienen
a esos trabajos ligeros, también útiles, y que no hay que desdeñar.
’Y no puedo ni entiendo incluir entre esos trabajos las Lecciones de

I 139
E iierm t G taffrvy S airtt-tíikttK

anatomía c0mpara¿U. Ciertam cm e, respeto la observancia de las


reglas, el deseo de ser justo para permitirme esto, aún a través de
11 P rincipios d efiioso fta soolágica.

se pasa de una clase a otra, el hioides se ve modificado de manera


más profunda en razón misma de que los anímales son descendidos
una alusión indirecta. en algunos grados. ¿Qué concluir de lo expuesto? Que esos hechos
Sin embargo nuestras visiones difieren. ¿En qué consiste pues esta son perfectamente conocidos, sin duda, ninguna otra cosa más que
diferencia de método, o de filosofía? Si sucede, llegado el caso, que la eso. Se insiste mucho sobre el hioides del aJouatta, sobre este enorme
atención se posa con predilección sobre el carácter de las diferencias, tambor en forma de calabaza. Hubiera esperado que se nos llegara a
desafortunadamente las relaciones se admiten antes, y no después ensenar algo nuevo sobre ello; si es este un hueso excavado de igual
de un estudio txprofesso. Se presentan dichos vínculos, se los tiene modo que la caja craneana. ¿Se lo ha examinado en una primera etapa
al menos por instintivamente adquiridos. En algunos casos, pero no para conocer si esta formado de igual modo de partes? Lo que se ha
siempre, se retiene la evidencia pata sí. Uno está en efecto autorÍ2ado pretendido decir es que es una dificultad para codo el mundo. Yo
a decir, y completamente dispensado de probar, por ejemplo, que no admito eso, y remito a lo que escribí, en mi décimo sexta lección
el ojo del buey es en todos los casos un órgano idéntico en compo­ sobre ios mamíferos^^. en relación al hioides cavernoso del alouatta.
sición al ojo del hombre; del mismo modo que en la ciencia de tos Sin embargo, ¿habría pretendido ía argumentación, al agran­
números se declara y no se prueba que dos y dos son cuatro. Pero, lo dar esas diferencias para hacerlas salir de los casos de alteraciones
repito, no es siempre con ese carácter de aislamiento, no es siempre proporcionales al grado de organización de cada familia, decir que
con una revelación tan evidente de sus relaciones comunes que se las diferencias son tan fuertes que solamente ellas dominan, y que
presentan los aparatos comparables de la organización animal. Si las relaciones no están en ninguna parte? ¿No es lo que habría que
una concepción instintiva los persuade de que los ojos del hombre concluir de la frase: Lleven sobre estos hechos ojos comunes, no pueden
y del buey son en el fondo un único y mismo órgano, es completa­ más que atenerse a la evidencia; ven que eso no se asemeja'^ Pero yo d i ^
mente simple que puedan pasar de inmediato a la comparación de a mi turno: «Lleven sobre esos hechos el espíritu de combinación y
todos los detalles, que examinen todas sus diferencias. Cada parte de búsquedas, lleguen sobre ellos con una sagacidad capaz de captar
puede ser más o menos mag¿ra, más o menos voluminosa, y la suma los puntos comunes, ocultos bajo la máscara de algunos excesos
de todas esas diferencias parciales da a luz la expresión diferencia! y en el volumen de las panes, disimulados por formas que habrían
característica de cada ojo en particular, sido alteradas profundamente por casos de hipertrofia o de atrofia.
Pero, por un caso tan simple, ¿cuántos otros que ofrecen una
complicación muy grande, y que constituyen curiosos problemas
a desentrañar? En tanto que escribí sobre el hioides exprofetso, he
Esa fúe mi primera respuesta, hecha entonces s ^ ú n mis recuerdos: aquí está
pensado que estaba situado en esta segunda condición. tal como la he comunicado a ia Academia. Sin embargo, cumpliendo ei deber de
La argumentación a la cual respondo me parece descansar sobre tin corrector de prueba en cuanto al ariículo precedente, be podido retomar « t e
una continua asntradicción. Dice que el hioides del hombre difiere mismo tema, reverlo interrogando nuevamente los hechos, y terminarlo a través de
del hioides del mono, que el del mono es distinto al del lémur, dis­ Una extensa discusión sobre este punto particular de nuestra controversia. He aquí
cómo la cuestión relativa al hioides del alouatta se halla reproducida por segunda
tinto al del león, etc. ¿Pero qué alumno de zoología ignora eso? Si
vez en esta obra, y también empleada ya más arriba; ver pá?. 125.

140 141
E iierm t G taffrvy S airtt-tíikttK

anatomía c0mpara¿U. Ciertam cm e, respeto la observancia de las


reglas, el deseo de ser justo para permitirme esto, aún a través de
11 P rincipios d efiioso fta soolágica.

se pasa de una clase a otra, el hioides se ve modificado de manera


más profunda en razón misma de que los anímales son descendidos
una alusión indirecta. en algunos grados. ¿Qué concluir de lo expuesto? Que esos hechos
Sin embargo nuestras visiones difieren. ¿En qué consiste pues esta son perfectamente conocidos, sin duda, ninguna otra cosa más que
diferencia de método, o de filosofía? Si sucede, llegado el caso, que la eso. Se insiste mucho sobre el hioides del aJouatta, sobre este enorme
atención se posa con predilección sobre el carácter de las diferencias, tambor en forma de calabaza. Hubiera esperado que se nos llegara a
desafortunadamente las relaciones se admiten antes, y no después ensenar algo nuevo sobre ello; si es este un hueso excavado de igual
de un estudio txprofesso. Se presentan dichos vínculos, se los tiene modo que la caja craneana. ¿Se lo ha examinado en una primera etapa
al menos por instintivamente adquiridos. En algunos casos, pero no para conocer si esta formado de igual modo de partes? Lo que se ha
siempre, se retiene la evidencia pata sí. Uno está en efecto autorÍ2ado pretendido decir es que es una dificultad para codo el mundo. Yo
a decir, y completamente dispensado de probar, por ejemplo, que no admito eso, y remito a lo que escribí, en mi décimo sexta lección
el ojo del buey es en todos los casos un órgano idéntico en compo­ sobre ios mamíferos^^. en relación al hioides cavernoso del alouatta.
sición al ojo del hombre; del mismo modo que en la ciencia de tos Sin embargo, ¿habría pretendido ía argumentación, al agran­
números se declara y no se prueba que dos y dos son cuatro. Pero, lo dar esas diferencias para hacerlas salir de los casos de alteraciones
repito, no es siempre con ese carácter de aislamiento, no es siempre proporcionales al grado de organización de cada familia, decir que
con una revelación tan evidente de sus relaciones comunes que se las diferencias son tan fuertes que solamente ellas dominan, y que
presentan los aparatos comparables de la organización animal. Si las relaciones no están en ninguna parte? ¿No es lo que habría que
una concepción instintiva los persuade de que los ojos del hombre concluir de la frase: Lleven sobre estos hechos ojos comunes, no pueden
y del buey son en el fondo un único y mismo órgano, es completa­ más que atenerse a la evidencia; ven que eso no se asemeja'^ Pero yo d i ^
mente simple que puedan pasar de inmediato a la comparación de a mi turno: «Lleven sobre esos hechos el espíritu de combinación y
todos los detalles, que examinen todas sus diferencias. Cada parte de búsquedas, lleguen sobre ellos con una sagacidad capaz de captar
puede ser más o menos mag¿ra, más o menos voluminosa, y la suma los puntos comunes, ocultos bajo la máscara de algunos excesos
de todas esas diferencias parciales da a luz la expresión diferencia! y en el volumen de las panes, disimulados por formas que habrían
característica de cada ojo en particular, sido alteradas profundamente por casos de hipertrofia o de atrofia.
Pero, por un caso tan simple, ¿cuántos otros que ofrecen una
complicación muy grande, y que constituyen curiosos problemas
a desentrañar? En tanto que escribí sobre el hioides exprofetso, he
Esa fúe mi primera respuesta, hecha entonces s ^ ú n mis recuerdos: aquí está
pensado que estaba situado en esta segunda condición. tal como la he comunicado a ia Academia. Sin embargo, cumpliendo ei deber de
La argumentación a la cual respondo me parece descansar sobre tin corrector de prueba en cuanto al ariículo precedente, be podido retomar « t e
una continua asntradicción. Dice que el hioides del hombre difiere mismo tema, reverlo interrogando nuevamente los hechos, y terminarlo a través de
del hioides del mono, que el del mono es distinto al del lémur, dis­ Una extensa discusión sobre este punto particular de nuestra controversia. He aquí
cómo la cuestión relativa al hioides del alouatta se halla reproducida por segunda
tinto al del león, etc. ¿Pero qué alumno de zoología ignora eso? Si
vez en esta obra, y también empleada ya más arriba; ver pá?. 125.

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Eríenne Geoffivy Saint-H ihiire

percibirán muy pronro la analogía de estos hechos; darán a luz las


relaciones de modo tan seguro como sencillo.^
No injuriaré a la argumentación diciendo que desconoce de hecho
las proposiciones generales que resultan de esas relaciones; pues ella
me respondería; ¿Es que no doy en todas partes el mismo nombre ge-
nérko a los hioüles, tanto al aparato asi nombrado en el hombre, como
al de todas lasfam ilias de Jas cuatro clases de animales vertebrados?; y
d ar un mismo nombre a una cosa, ¿no es declarar implicttamente que
se cree, en elfondo, en su carácter de una misma cosa?
Así es preciso que sea 70 quien se come el trabajo de ir a descubrir
en los razonamientos de la argumentación el hecho de que ella se ha
plegado definitivamente a mi parecen y que por consiguiente ella y
yo creemos ambos en un hioides, el mismo bajo la relación filosófica.
Pero entonces puedo replicar: ¿por qué haber gastado tanto esfuerzo
en ocultar en cierto modo esta verdad, en haberla sepultado bajo
una masa tan grande de casos diferenciales, todos muy buenos pata
evocar si se los restringe a su alcance en tanto hechos particulares?
Al menos hay contradicción en los razonamientos de la argumen­
tación cuando sostiene que no hay hioides esencialmente iguales
respecto a su composición íntima, mientras se sirve de la misma
palabra para designarlo. Pues pienso que la arg^amentación habrá
querido ahorrarse el trabajo de enseñarme, a mí que he escrito ex
pTofesso sobre los hioides, que hay realmente diversidad de hioides
de una familia a la otra, diversidad mayor de una ciase a otra, al exa­
minarlos en sus modificaciones secundarias. De otro modo, entrare
yo también en los detalles, y mostraré que habiendo estudiado este
aparato ante todo en sus relaciones, he llegado a un conocimiento
más profundo de las diferencias; mostraré sobre todo que no me he
limitado a decir el peso y la longitud de cada pane, lo que forma Í3
porción más considerable de cualquier descripción de las formas,
sino que explico por qué y cómo intervienen las diferencias. Pues, el
principio det balance de los órganos da la explicación del hecho de

142
Prinápios dejih sü fid eesoió^ca.

que un elemento esté ausente; es decir, que esta ausencia se muestra


enseguida compensada y revelada por un acrecentamiento que toma
otro órgano próximo; sucede a fin de cuentas que no hay, como ya
se lo ha visto, diferencias mejor apreciadas que las diferencias cons­
tatadas por una exploración completa de los hechos, Ja que antes
habría dado a luz sus relaciones comunes.
No podemos callarlo; hay una confusión manifiesta en los razo­
namientos de la argumentación; y esta confusión me parece incluso
llevada a su último término cuando, no aplicándose a discernir los
diversos grados de la organización, la argumemación exige que se
le suministren ipso facto las relaciones inmediatas de ¡a medusa y de
la jirafa, del elfa nte y de ¡a estrella de mar. Semejante afartiori no
llega sin dudas allí como última recurso. Lamento realmente recordar
esta expresión. Este a fo rtio ri no es probablemente más que una
negligencia escapada de la pluma de mi sabio colega. La frase hizo,
creo, sonreír a alguno en la asamblea; pero, al menos lo supongo,
no habrá llevado convicción a ningún espíritu.
Atribuyo la confusión que acabo de señalar a la diferencia de
nuestros dos métodos. La doctrina aristotélica, aún cuando estaba
recientemente perfeccionada, abandona también por demasiado
arbitrarios los datos de su punto de partida en la búsqueda de los
órganos análogos. Le basta con que entre los órganos que tiene por
comparables haya alguna relación de forma o de función que im­
presione los sentidos; ella capta dicha relación sin otra justificación.
De este modo su destino [ííjw], y podría decir más, su error [tort]^^
es admitir el hecho analógico antes de su estudio, para pasar inme­
diatamente a las consideraciones de las modificaciones accesorias, al
carácter de los casos diferenciales. Empleándola, he prestado muchas
veces atención en estudiar sus posibilidades, y he visto que uno es
arrastrado siempre por esta doctrina aún más allá de la meta que se

^ Juego de palabras que se pierde en castellano. (N . de T.)

143
Etim nf Geaffrvy Saínt-fíiíaire Príncipioí de fih sa jh zooldpea.

propone. Efectivaniente, cuando se recorren los niveles de las diversas íunciones. Le respondo igualmente por otro corolario de mi obra
familias, y al descender algunos grados de la escala, las diferencias de 1818, donde el hecho de esas relaciones de conexión es puesto
aumentan en intensidad, se olvida verificar si no han sobrevenido como un carácter principal; en toda ocasión, escribí, el hioides forma
cambios graves y proporcionales en tas condiciones primitivas del la armazón sólida de un tabique que separa elfondo de la boca de Id
hecho analógico. entrada del órgano respiratorio.
Por el contrario, la teoría de los análogos se prohíbe esa vaguedad, Y continuando por el reproche de la falta de proposición clara, de
previene toda confusión por su rigurosidad en el punto de partida. la carencia de regla general inteligible, la argumentación pretende
Si un aparato está compuesto de varios materiales, ella está satisfecha probar a través de los hechos,
sólo si conoce cada uno en su esencia,' refiriéndose a las diferencias, I Que el hueso hioides cambia en número de partes de un género
no pierde jamás de vista los hechos del punto de partida; se informa a otro-, yo he dicho, he establecido, había probado ya eso en otra
sobre si los materiales desaparecen por soldadura, porque habría ocasión. Cada clase, no comprendida la de los reptiles que es ar­
fusión de una pieza con otra, o por una atrofia llevada a su último tificialmente formada, ve manifestarse en sí un número dado de
término. Pues la teoría de los análogos no prejuzga la conservación materiales, nueve, ocho y siete; si eso no ocurre siempre respeao
invariable de los materiales, sino que interviene para hacer su lista y de algunas familias, la excepción viene a confirmar la regla. Pues la
para regular su cuenta. Así, es luego de un estudio exprojésso de los causa perturbadora se muestra entonces con evidencia, y presenta
materiales que, resultado de las relaciones previamente esmdiadas, el motivo del aparente desorden.
ella reserva coda su aptitud a la consideración de las diferencias. 2® Que el hioides cambia de conexiones. He aquí lo que anuncia la
Aquello que evoca la argumentación no son ni estos principios ni argumentación; y ese terreno de batalla lo ocupo yo mismo para no
ninguno de los corolarios de mí trabajo exprofesso sobre los hioides; a^andonaiio: me explicaré más claramente en un momento.
pero ha concebido prejuicios que luego combare completamente a su 3° Que de cualquier manera (transcribo) que se entiendan los
antojo. Vuestra principal regla, me opone, sólo reconoce el número de términos vagos empleados hasta el presente de anahgia, de unidad de
Impartes. No obstante no hay nada de eso. Se juzgará de ello a través eompasición, de unidad de plan, no se lospuede aplicar de una manera
de los dos corolarios siguientes, de mí informe impreso en 1818: general al hioides.
1° ¿7 aparato hiodeo es en el fondo el mismo en todos los animales He respondido más arriba a esta aserción, y creo que he de­
vertebrados. mostrado de manera suficiente que esta objeción, combinada
2 ° E l hioides, hablando generalmente, está compuesto de nueve pie' con el empleo de la palabra hioides, encierra un no sentido. En
zas en los peces, de ocho en los pájaros, y de siete en los mamifiros, no efecto, se niega la ¡dea de la generalidad de un aparato hioídeo,
comprendidos los huesos estiloides. siendo en el fondo el mismo para todos los animales vertebrados,
Sin embargo la argumentación añade que de algunas frases de precisamente en una disertación en la que se lo llama genérica­
mis últimos informes, puede incluso concluir que me apoyo tam­ m ente de ese modo. Cualquier cosa que se diga de él, se trata
bién sobre el orden de las conexiones, pues esas fiases pronuncian de un órgano suigeneris, y ciertam ente, el hioides preexíste a las
claramente la exclusión de la consideración de la forma y de las focultades que le serán posteriorm ente reconocidas, a esa dispo-

144 145
Etim nf Geaffrvy Saínt-fíiíaire Príncipioí de fih sa jh zooldpea.

propone. Efectivaniente, cuando se recorren los niveles de las diversas íunciones. Le respondo igualmente por otro corolario de mi obra
familias, y al descender algunos grados de la escala, las diferencias de 1818, donde el hecho de esas relaciones de conexión es puesto
aumentan en intensidad, se olvida verificar si no han sobrevenido como un carácter principal; en toda ocasión, escribí, el hioides forma
cambios graves y proporcionales en tas condiciones primitivas del la armazón sólida de un tabique que separa elfondo de la boca de Id
hecho analógico. entrada del órgano respiratorio.
Por el contrario, la teoría de los análogos se prohíbe esa vaguedad, Y continuando por el reproche de la falta de proposición clara, de
previene toda confusión por su rigurosidad en el punto de partida. la carencia de regla general inteligible, la argumentación pretende
Si un aparato está compuesto de varios materiales, ella está satisfecha probar a través de los hechos,
sólo si conoce cada uno en su esencia,' refiriéndose a las diferencias, I Que el hueso hioides cambia en número de partes de un género
no pierde jamás de vista los hechos del punto de partida; se informa a otro-, yo he dicho, he establecido, había probado ya eso en otra
sobre si los materiales desaparecen por soldadura, porque habría ocasión. Cada clase, no comprendida la de los reptiles que es ar­
fusión de una pieza con otra, o por una atrofia llevada a su último tificialmente formada, ve manifestarse en sí un número dado de
término. Pues la teoría de los análogos no prejuzga la conservación materiales, nueve, ocho y siete; si eso no ocurre siempre respeao
invariable de los materiales, sino que interviene para hacer su lista y de algunas familias, la excepción viene a confirmar la regla. Pues la
para regular su cuenta. Así, es luego de un estudio exprojésso de los causa perturbadora se muestra entonces con evidencia, y presenta
materiales que, resultado de las relaciones previamente esmdiadas, el motivo del aparente desorden.
ella reserva coda su aptitud a la consideración de las diferencias. 2® Que el hioides cambia de conexiones. He aquí lo que anuncia la
Aquello que evoca la argumentación no son ni estos principios ni argumentación; y ese terreno de batalla lo ocupo yo mismo para no
ninguno de los corolarios de mí trabajo exprofesso sobre los hioides; a^andonaiio: me explicaré más claramente en un momento.
pero ha concebido prejuicios que luego combare completamente a su 3° Que de cualquier manera (transcribo) que se entiendan los
antojo. Vuestra principal regla, me opone, sólo reconoce el número de términos vagos empleados hasta el presente de anahgia, de unidad de
Impartes. No obstante no hay nada de eso. Se juzgará de ello a través eompasición, de unidad de plan, no se lospuede aplicar de una manera
de los dos corolarios siguientes, de mí informe impreso en 1818: general al hioides.
1° ¿7 aparato hiodeo es en el fondo el mismo en todos los animales He respondido más arriba a esta aserción, y creo que he de­
vertebrados. mostrado de manera suficiente que esta objeción, combinada
2 ° E l hioides, hablando generalmente, está compuesto de nueve pie' con el empleo de la palabra hioides, encierra un no sentido. En
zas en los peces, de ocho en los pájaros, y de siete en los mamifiros, no efecto, se niega la ¡dea de la generalidad de un aparato hioídeo,
comprendidos los huesos estiloides. siendo en el fondo el mismo para todos los animales vertebrados,
Sin embargo la argumentación añade que de algunas frases de precisamente en una disertación en la que se lo llama genérica­
mis últimos informes, puede incluso concluir que me apoyo tam­ m ente de ese modo. Cualquier cosa que se diga de él, se trata
bién sobre el orden de las conexiones, pues esas fiases pronuncian de un órgano suigeneris, y ciertam ente, el hioides preexíste a las
claramente la exclusión de la consideración de la forma y de las focultades que le serán posteriorm ente reconocidas, a esa dispo-

144 145
Btienne G eoffroy Ssint-H ilaire

sición de las partes de las que querría hacer el único tem a de las
consideraciones a aplicarle.
4'* p£?r último, que hay animales, una m ultitud de animales que no
tienen la menor apariencia de hueso hioides, que en consecuencia no
hay siquiera analogía en su existencia.
No puedo creer que esta objeción esté escrita para mí, para los
sabios versados en los estudios zootómicos. Hace falta que llegue
la hora, la edad conveniente para que en un embrión cualquiera,
de hombre, de mamífero, de pájaro, etc., el hioides aparezca; antes
él no es compatible con el grado de organización de esa etapa. Del
mismo modo, en los anímales que pertenecen a ese mismo grado
de los desarrollos orgánicos no hay, no puede haber bioides; <Qué
hay de asombroso en esto?
¿Llegaré a añadir algunas reflexiones sobre la formación de todos
los tejidos óseos? No me expondré al ridículo de parecer enseñar algo
sobre este punto teórico a mi sabio colega. Y en efecto, ¿a quién se
necesita convencer de que el hioides, tanto como las demás partes
óseas, ha pasado por el estado cartilaginoso antes de haber tomado
consistencia y carácter de hueso; que antes de eso, existía en el estado
fibroso, y que, más antiguamente aún, estaba representado por una
membrana aponeurótica?
Me hubiera negado a creer que se me hubiese presentado como
lina objeción y com o uiia proposición nueva el hecho de que los
materiales del hioides desaparecen, que no hay hioides en los ani­
males del grado de desarrollo que caraaeríza a los órganos de la
vida embrionaria. ¿No escribí, también a propósito de los hioides,
que un órgano es destruido, enteramente desaparecido, antes que
transpuesto?
Ahora bien, la argumentación continúa: H e aniquilado, aniquilado
completamente los principios que se dan a la vez como nuevos y como
universales; no me queda otra cosa más que aplicar otros principios,

146
prin cipios d e JH osojia zooíógüa.

sobre los acales la zoología ha descansado hasta el presente, y sobre los


qtte descamará aún largo tiempo.
Esta anugua base dé la zoología es la consideración de las formas
y de las funciones; esto es lo que la argumentación va a intentar re­
tomar, pero haciendo im gran paso en retroceso. Existe un ingenio
sin límites en la elección de una palabra de la que uno se sirve por
primera vez; pues, con su doble sentido, resulta colocarse comple­
tamente a mitad de la distancia que separa las dos doctrinas, la de
Aristóteles y la teoría de Jos análogos; es ia palabra disposidón, que
eiertameme es de hábil invención; pues se prestará, según la ocu­
rrencia, a significar posición de partes, en el estudio aristotélico, y
relación de las fundones, para los estudios fisiológicos.
i Hasta ahora eran cuatro objeciones las que han aniquilado, ani­
quilado completamente mis principios. He aquí que llegan cuatro
proposiciones numéricamente correspondientes, que contendrán
principios verdaderos en reemplazo de Jos fidsos principios. Helos
aquí textualmente; las reflexiones vendrán después.
I El hueso hioides, en una misma clase, aunque variable por el
número de sus elementos, está no obstante dispuesto dé igual manera
por relación a las partes circundantes.
2 ° De una clase a otra, varía, ya no solamente en composición,
sino en disposiciones relativas.

I 3 “ De sus dos órdenes de variaciones y de sus variaciones de formas


combinadas, resultan las variaciones de sus funciones.
4® Por último, si se pasa de la ramificación de los venebrados
a otras ramificaciones, desaparece de manera de no dejar incluso
rastros.
Por mi parte, que comprendo el sentido de estas palabras, veo con
placer que ya no tengo adversario en lo que concierne a los hioides
bajo la relación de las generalidades; quizás aún lo tendré siempre
sobre un único punto, el capítulo de las conexiones.

147
Etinim Garffiüy Sains-Hikirt

He dicho más arriba que ía elección de los hioídes en la presenté


discusión era afortunada, porque presentía ya el actual resultado.
El número de las piezas es limitado; y tan conocidas como lo son
de ambos, debían hablar igualmente con autoridad a uno como a]
otro; finalmente, otro motivo debía ocasionar la mncUiación de las
dos opiniones; es que bajo la acción de una inspiración como de la
otra, extrayendo motivos de cada punto de partida, considerando
en fin las piezas, sea anatómicamente, sea fisiológicamente, sólo se
podía llegar a juzgarlas de la misma forma.
¿Qué contienen las cuatro objeciones o los nuevos principios
emitidos por mí para sustituirlas?
1° Se admite que el hioides está compuesto de un número cualquiera
de elementos, y que está D ISPU ESTO de la misma manera p or rela­
ción a las partes circundantes. Con exclusión del nuevo empleo de la
palabra dispuesto, ya que en esta frase es ciertamente sinónimo de
los adjetivos situado, colocado, este es uno de mis corolarios. Antes
de m í. ¿quién había pensado que hubiera condición de aparato en el
hueso hioides, y que ese aparato esmviese compuesto de elementos,
cada uno determinable por separado?
2® ¿Cómo se entiende que de una clase a otra la variación m se
refere solamente a ¡a composición sino a las disposiciones relativas^ Si
busco captar el sentido un poco oscuro de esta frase, creo que dis­
posición relativa está allí para tomar el lugar de la expresión función
relativa. Ahora bien, no soy yo quien reclamaría contra el trabajo
de una investigación concerniente a la función; pido solamente que
tenga lugar con^aitivam ente a la determinación del cuerpo hioideo,
o mejor, de los diversos elementos hioideos.
3» Las variaciones de las fundones son resultantes de las otras cau­
sas de variación. Adopto, sin la menor dificultad, esta proposición
general, que concuerda con el encadenamícntD de mis ideas. Hace
largo tiempo que, negándome a las enseñanzas de las causas finales,
he dicho: tal es el órgano, tal será su función.

J
148
P tin cip iof dejU osefia zoológica.

4 “ En fin , si se pasa de la ramificación de los vertebrados a ios otras


ramifiauaones, el hioides desaparece. Creo haber señalado que persistía
aun en los crustáceos: pero dejemos eso: no hay nada aquí a lo que
no haya respondido antes enteramente y caregóricamcnte.
Hemos reconstituido pues el tema que yo había producido en mi
informe ex professo sobre los hioides. Hemos retrocedido con des­
treza, sin dejarlo parecer demasiado, algunos pasos viniendo hacia
mí; pero, es preciso decir la verdad, no es aún toda la distancia que
nos había separado.
La falta cometida, según mí, es tomar el hioídes como un ser
abstracto antes del estudio de sus relaciones, para desarrollar luego
todas sus caras diferenciales, mientras que, por el contrario, yo sólo
voy sobre esos casos de diferencias luego de haber reducido codos
los elementos del aparato hioideo a sus verdaderos análogos. Desde
el momento en que estos elementos varían en número según las fa­
milias o las especies, y siendo que antes de comparar pretendo saber
lo que debo comparar, pregunto: ¿cuántos materiales son empleados
en la función y la composición del hioides?, ¿cuántos y cuáles son
conservados en particular para formar parte del aparato?
Ahora bien, en otros aspectos, no es habilidad lo que alabaría en
la argumentación. Ella hubiera podido hallar dónde atraparme si
hubiera discutido las aplicaciones que yo había hecho del principio
de las conexiones; la argumentación no lo hizo con fortuna; pro-
dujo alegatos en general, pero ninguna explicación positiva basada
en una demostración. Para hacerlo mejor, hubiera sido preciso que
atribuyera al carácter de las conexiones tanta importancia como yo:
eso no ocurre,
1 Tendré que volver a ver algunos viejos trabajos: algunos errores
eran inevitables en una empresa continuada durante tantos años.
Esas feJtas son reparables y casi todas borradas sobre las indicaciones
mismas del principio de las conexiones; es decir, que no hace falta
que me aparte de él de ninguna manera.

149
Eríennf Gfefffiüy Satm-HilaÍK

Cuando tomé la valiente resolución de lanzarme exprofisso sobre la


determinación de cada sistema orgánico, rodo estaba por investigar,
por crear, principios y vía de experimentación; pero sobre todo fal­
taba defenderse de hábitos viciosos que no permitían marchar hacia
delante. Debía hacer aparecer a la vez todos los desconocidos del
problema para valerme de unos en provecho de otros. Es eso lo que
habíamos hecho, y sin grandes avances. Tomo, por el contrario, el
partido de ocuparme sólo de un único sistema, intentar compararlo
aisladamente y parte por parte dentro de toda la serie de los seres.
Elijo el sistema óseo. Despejado en primer lugar este desconocido,
los otros desconocidos, al menos así lo esperaba yo, es decir, los otros
sistemas orgánicos, sistema nervioso, circulatorio, muscular, etc.,
no podían dejar de ser iluminados con una viva luz por los hechos
estudiados del desconocido despejado, o del órgano determinado.
Sin embargo, para dar a luz todas las generalidades deseables,
para pronunciarse con igual seguridad sobre todas las dificultades
del tema, la ciencia de la organización no tem'a aún a su disposición
ortos recursos en los que luego pudo apoyarse la determinación de
los órganos. ¡Oh, si ese auxilio nos hubiese venido del extranjero,
de Alemania por ejemplo, cuyos trabajos en esa dirección son tan
recomendables a los amigos de las ciencias, qué diligencia y entu­
siasmo hubiésemos puesto en el testimonio de nuestra gratitud!
¡Qué satisfacción experimentaríamos al celebrar éxitos tan grandes!
Fiero esta obligación nosotros la tenemos con uno de los nuestros,
con un anatomista situado en nuestras filas^^; y otro sentimiento,
que es a su vez el cumplimiento de un deber, nos impone hablar
con reserva del auxilio tan potente que, en estos últimos tiempos,
la doctrina de la unidad de composición ha recibido de la teoría del
desarrollo excéntrico.

^ El docto c Serres.

[
150
Prmcipwi defilosofía zooláfica.

Otro aimlio inesperado, que de igual modo ha llegado también a


asegurar mi marcha, me fiie proporcionado por mis estudios sobre
las monstruosidades. Todos los hechos de variación que Ja serie de
los seres me había ofrecido, me los ha dado la monstruosidad en una
correspondencia constante y en cieno modo regular, mediante sus
anomalías que se repiten bajo tamas formas diversas en eJ círculo de
los desarrollos de una única especie.
He aquí por qué y cóm o encuentro necesario hacer algunas
rectiíÍMCÍones, en relación a mis antiguas determinaciones de Jos
materiales del hioides. Anunciar dichas reaifieaciones consiste en
prometer un nuevo trabajo: lo reservo para otra sesión.
No tuve el tiempo de seguir a la argumentación del 2 2 de marzo
sobre los huesos hioides en roda su extensión, es decir retomar todos
los detalles que ella ha acumulado. Me pareció que era necesario en
primer Jugar tratar los hechos generales; los detalles no son ya, en
un segundo plano, más que hechos consecuentes, que se vuelven
luego muy fáciles de disponer cada uno en su lugar y de apreciar
exactamente en su especificidad.

Refiexwnes diversas y últimas.

Pero hay más; aún cuando me hubiese equivocado sobre todos


estos hechos de detalle. la argumentación no tendría aún el derecho
de concluir contra el principio de mis doctrinas filosóficas. Pues no
^ ría k primera vez que una generalidad sería considerada como
Jegíri mámente ingresada en el tesoro de las concepciones del espíritu
humano, aunque hubiese estado basada al principio sobre algunas
consideraciones particularmente inexactas, sobre pruebas tenidas en
la actualidad por inadmisibles.
Así Buffon erige en ley zoológica la proposición deque los animales
de las tierras ecuatoriales habitan uno de los continentes con exclu­
sión del otro; Uvoisier da a luz su teoría de la fermentación vinosa;

Í51
& ien n f Geojjroy Satnt^Hilairt
1
y Lamarck, con la misma seguridad de espírim y de juicio, afirma
que hay en el mundo exterior causas de influencia y de excitación
suficientes para modificar en razón de sus acciones la organización
de los animales; suficientes para alterar sus formas, para hacer variar
sus funciones. Pero sin embargo estas proposiciones concebidas con
lina gran potencia de inteligencia y de porvenir, probadas hoy en
día universalmeate, habían sido sugeridas en su primera aparición
por demostraciones y fundadas sobre hechos cuya inexactitud ha
revelado la experiencia de los últimos años. Se dirá: ¿cómo serian
verdaderas estas proposiciones generales si luego los hechos son falsos,
de dónde habrían sido deducidas? Es que para esos hombres de genio
existía aún otra cosa más allá de los hechos observados. Tales eran,
en efeao, el derecho y lo propio de su superioridad de inteligencia
que ellos concebían como existiendo realmente lo que, en su fuerza
de concepción, habían estimado com o deber ser. Así es para estas
altas capacidades; ellos habían presentido, previsto, concluido que
los hechos fueran necesarios^'’.

¿Quieren ustedes otro ejempio de esta om nipotencia del genio? Escuchen a


Montaigne, luego de que ha desento un niño monstruoso dcl género keten u it^ .
Apoyándose siempre sobre la razón de las cosas, M ontaigne conoce pero rechaza
las explicaciones de los antiguos sobre la monstruosidad. Aristóteles sólo vela un
tema de condenación de U naturaleza que veta con sus leyes; y Piinio, remozando
éste pensamiento por un abuso del espíritu, había dicho: ELLA Q U IE R E
A SO M B R A R N O S Y D IV E R T IR S E ; m iraaü a m b h . iudibrúi sihi fic it natura.
Del mero hecho que tiene bajo los ojos, M ontaigne se eleva a todas las alturas
de la cuestión; juzga fenómenos de la monstruosidad de acuerdo a sus causas y
condiciones necesarias, y concluye de este modo: ¡o tptf ¡lam am os m om tm os no
¡o son para Dios, tjue ve tn ¡a irjmensúlael d e su obra ¡a htjin idad d e las form as sjut
hay comprendidas.
Este pensamiento de M o n ta i^ e será desarrollado. Ya Hérholdc, célebre médico
de Copenhague, considera la monstruosidad com o casos constantes de anaiomta
patológica, como una fuente fecunda de enseñanzas que muestran otros posibles
ordenamientos diversos en cuanto a la circulación de los fluidos.

152
P rincipios d e JO osofia zoológica.

La aig;iini en ración ha descuidaiio estos altos modvos de filosofía.


Sin embargo le estoy agradecido de que, proponiéndose invertir mi
doctrina, haya pensado en reemplazarla por otro orden de encade­
namiento de causas y efectos. «Tal es su principio de las condiciones
de existencia, de la conveniencia de las partes, de su coordinación
por el rol que e! animal D EB E jugar en la naturaleza.»
Sin embargo está en dicha d oarina sustituir a las consideraciónes
del hecho ia de las necesidades. De cualquier manera que se pretenda
disimular esta intención, no obstante manifiesta, ella implica resolver
atenerse a las fáciles y decepcionantes explicaciones de las causas
finales. No vuelvo sobre lo que dije más arriba (ver nota 14 pág. 63)
en io que atañe a esta filosofía. No puedo más que creerla en general
abandonada, leyendo estas palabras que me parecen de una profun­
didad y una fuerza de verdad que deberán ser muy pronto captadas
por todos los espíritus reflexivos: *sLas causasfinales no son, a pesar de
su nombre, más que los efectos evidentes, o las propias condiciones
de la exismneia de cada objeto, y bajo esa relación, quizás se habría
hecho mejor en llamarlas causas n e c e s a ria s. Es siempre cierro que
jamás se ha probado nada a través de ellas, más que su impotencia
misma de probar nada.» Revue Encyclopédi^ue, tomo V, pág, 2 3 1.
Estas últimas reflexiones sobre la ligazón de los hechos, sobre sus
causas necesarias, parecen sólo relacionarse de manera indirecta a
las cuestiones agitadas en la presente controversia; pero su común
conexidad no podría escapar a la sagacidad del lector.

No hay duda de que los hechos reunidos y razonados de la monstruosidad


no se vuelven para los estudios de la organización animal una suerte de ciencia
aparte de mayor utilidad. Sus Elem entos, donde los hechos conocidos estén
convenientemente reunidos, es un libro hoy en día necesano: mi hijo (Isidorc
G .S .H .) se ocupa de redactar esta obra: ha anticipado esto a través de una tesis
que ha fijado en él la atención de tos fisiólogos, a través de su tesis inaugural
com o médico, intitulada: Proposiciones sobre ¡a monstruosidad, considerada en el
hom bre y los animales.

153
I E tifnn r Gtffffivy Saínt^H ilaire

Que efectivamente el lector tenga confianza en los progresos


del pensamiento publico; que sea hombre de su tiempo, que use
su íácultad de juicio, y que no se deje prevenir por este principio,
reproducido a m enudo intencionadam ente, de que U historia
natural es la ciencia de los hechos particulareSt por la idea de que
sólo hay filosofía con hechos numerosos, por ellos y con ellos,
sabiamente dispuestos, calificados y sugeridos bajo el nombre de
los hechos positivos^K

El señor Cuvier cuenta m ucho con el poder tic influencia de esta expresión,
y la opone a una tendencia de algunos cspi'rims, en su opinión enojosa. Así cuando
el 12 de octubre de ] 8 2 9 da a luz. ante !a Academia real de las ciencias, la historia
natura! de un nuevo tipo de parásito, hectocotylus octopedis [informe que fiic luego
impresoen los Anales de las dendas naturales, t. X V IIl, p, 149), no dejó de insistir
sobre el señalamiento de que otro en su lugar se habría apresurado, para explicar
esta novedad, a elaborar un sistema: esas fueron sus palabras, que la elevación de
la voz y la indicadón de una mirada llevaron de mi lado: Nosotros, que desde hace
mucho tiem po hacemos profesión d e atenem os a ¡a exposición d e los hechos positivos,
nos lim itarem os a describir.
Yo respondí a esta inslnuadón en la sesión siguiente, el 19 del mismo mes. Fue
en mi ssscúto sobre dos herm anos siameses, ligados p or el vientre desde su nacim iento.
Habiendo presentado en ese informe mis visiones sobré la ley de form adón de
los órganos, proseguí en estos términos:
«Ahora bien, esto no es un vano producto de !a imaginación, sino un punto
consumado deiios destinos y de los debetes científicos, uno de esos corolarios a los
que llaman las necesidades de la época, que llegan en su momento, alumbrados
como están por los progresos del espíritu humano; para que no se me maleniienda
sobre el sentido de estas palabras, añadiremos que luego del establecimiento de los
hechos positim si es preciso que advengan sus consecuendas científicas; así como
lu ^ o de la culminación de la calla de piedras es preciso que llegue su utilizauón.
De otro modo, ¿qué fruto extraer de estos materiales? Verdadera decepción si ellos
son inútiles, si no se los reúne y se los utiliza en un edifido.
La vida délas dcncias posee sus períodos com o la vida humana; ellas se artasttao
ai principio en una pesada infancia, brillan ahora en los días de su juventud; ¿quién
quisiera prohibirles los de la virilidad? La anatomía fue durante mucho tiempo
descriptiva y particular: nada la detendrá en su tendencia a devenir general y
154
Principios dejilosofia zooU^ca.

¿Es qué se conocerían hechos a los cuales no puede aplicarse


esta calificación?, ¿se querría insinuar que hay naturalistas que
desconocen su necesidad? No hace falta exprimir demasiado este
punto de la argumentación: sería cargar demasiado sobre ella. 1.a
insinuación cae apenas comienza la labor de una acusación tan seria
Pero sin embargo existe cierta escuela que abusa del método a
prior i, a la que la imaginación arrastra hasta el nivel de la poesía,
y que, formada principalmente por los filósofos de la naturaleza,
hace de su confianza en sus presentimientos un medio de explica­
ción para la solución de las más elevadas y difíciles cuestiones de
la física. Pero, diremos a nuestro turno, pensemos también en esta
otra escuela, que pretende que uno se atenga demasiado aJ mero
registro de los hechos. O más bien, hagamos algo mejor: evitemos
ambos de estos escollos, pensando en aquello a lo que debemos
confianza en el sentido de este adagio: in medio stat virtus.
¿Quién se acuerda hoy que en los primeros años de la revolución,
algunos clasificadores según el método de ü n n eo , naturalistas
ocupados solamente en especies, vinieron al Jardín de! Rey a ubicar
bajo el más antiguo de nuestros cedros del Líbano, un busto de
lin n eo? Ellos querían mucho menos honrar al mayor naturalista
de ios tiempos modernos, que protestar contra el desarrollo de la
escuela de Buffon, al cual reprochaban abandonarse demasiado a la
seducción de la imaginación y de la poesía; ¡esfuerzos desdichados
que la posteridad no ha tomado para nada en cuenta! Es que el
Público, en el que desembocan todos los sentimientos diversos, en
e] que se concentran todas las necesidades de las clases, y que se
beneficia así de una visión instintiva tan segura como extendida,
rechaza como erróneas todas esas condenas del espíritu de partido.
1.a fuerza y la elevación del pensamiento se Impregnan necesa-

filosófica,!' Ver Repone a ¡a A cadem ia, etc. Este reporte está impreso en el M onitor
del 2 9 de octubre de 1829-

155
Etienne G eqffrty Saittí^H ilain

riameme de imaginación y de poesía: los escritos de BufFon son


hechos desarrollados que lo prueban indiscutiblemente. Se lo sabe
ahora, hoy que tantas ediciones de la Historia natural se suceden
tan rápidamente; suerte de monumentos que repiten a su manera
y que sancionan ese juicio de sus contemporáneos, ese grito de
admiración que BuiTon oyó en vida, que vio trazada debajo de su
estatua; majestatí naturae p a r ingenium .

156
Primer resumen
de las doctrinas relativas a la
semejanza filosófica de los seres,
por los redactores del Tiempo^^
(número del 5 de marzo de 1830)

La solemne discusión que acaba de iniciarse en la Academia de


las Ciencias entre ios señores Cuvier y Geoffroy Saint-Hilaire, fija
la atención de todos los hombres instruidos. Intentemos presentar
una idea de los argumentos sobre los cuales cada uno de estos dos
sabios apoyó su opinión.

Dos hojas diarias, consagradas más específicamente a constatar los progresos


de las ciencias y de la literatura que a seguir las discusiones de la política, el Tiempo
y el N acional, no se han limitado a dar reporte en el orden cronológico de las
, sesiones, de los hechos debatidos en el seno de la Academia real de las ciencias, a
propósito de la teoría de los análogos: los aurores de estos diarios pensaron que si
se servían de expresiones menos técnicas, llevarían al conocim iento de un público
más numeroso los puntos comprendidos con difieulrad en estas serías cuestiones
de la ciencia. Es a su delicada atención para con el mayor número de sus lectores,
que el público debe rtóúmenes daros y luminosos sobre el rema. No veo que
hayan podido hacer mejor; las cuestiones son recorridas de diversas formas, y en
electo con una supetiorídad tal que pensé con gusto en reprodudt esos resúmenes,
dándolos aquí textualmente. C .S .H .
157
Eiienne Geaffiroy Saint^iLdre

Desde hace unos diez años, los naturalistas se ocupan mucho de


lina teoría propuesta por el señor GeofEroy Saint-Hilaire, bajo el
T
nombre de teoría de los análogos, y que ese sabio presenta como
debiendo ofrecer bases nuevas a la zoología. El principio fundamental
sobre el cual esta teoría descansa consiste en admitir que todos los I
animales, cualquiera sea la diversidad de sus formas, son el producto I
de un mismo sistema de composición, y corporaimente el ensamblaje
de partes que se repiten de manera uniform e. Este principio ha sido
acogido « )n favor en Francia y en algunos países extranjeros. Sabias
investigaciones parecieron ofrecer confirmaciones más o menos
positivas de esta doctrina.
La teoría propuesta por el señor Geoffroy SaÍnt-Hilaire no obtuvo
I
sin embargo el asentimiento general: fue incluso rechazada desde el
principio por un naturalista cuyos trabajos honran al mundo erudito,
el señor Cuvier, que no ha cesado de prote.star contra su admisión,
pero que se abstuvo de combatirla dircaam ente hasta el momento
en que una circunstancia particular lo decidió finalmente a entrar
en la arena.
Los moluscos en general, y particularmente los cefalópodos, se
distinguen por tener una organización extremadamente rica, y un
número muy grande de visceras análogas a las de las clases superio­
res. EUos tienen un cerebro, a menudo ojos que, en los cefalópodos,
son más complicados aún que en los otros vertebrados; algunas
veces orejas, glándulas salivales, estómagos múltiples, un hígado
muy considerable, bilis, una circulación completa y doble provista
de aurículas, de ventrículos; en una palabra, fuerzas de impulsión
muy vigorosa, sentidos distintos, órganos machos y hembras muy
complicados, y de allí salen huevos en los cuales el feto y los medios
de aUmentadón están dispuestos como en muchos vertebrados.
El señor Cuvier, desde sus inicios en la carrera de las dencias, se
ocupó de una manera especial de estos animales, y fiie el primero
que hizo sentir la necesidad de sacarlos de la clase de los zoofiros,

158
Principios d efih sofia zoolé^ca.

en la cual se Jos había oonfiindido. para colocarlos a un grado más


elevado de la escala animal. Sus visiones sobre este tema han sido
adoptadas desde entonces por todos los naturalistas.
Sin embargo, el señor Cuvier estuvo lejos de pensar que a estos
animales de organización tan complicada se los pudiera ver como
formados sobre el plan que parece, hasta cierto punto, común a
todos los vertebrados. Incluso declaró terminantemente que estos
animales ie parecen ofrecer el ejemplo de un sistema de composición
c^ncialmente diferente, y a través de este señalamiento, hizo por
anticipado una objeción contra el principio de la unidad de com ­
posición que, si fuera fundada, lo revocaría completamcrrte, puesto
que aquellos que lo proclaman lo ven como absoluto y no pudíendo
sufrir ninguna excepción.
Hasta estos últimos tiempos, ninguno de los adeptos aJ principio
de la unidad de composición orgánica había intentado mostrar
cómo la organización de Jos moluscos podría ser reducida a la de
los vertebrados.
Los señores Laurencet y Mcyranx han sido los primeros en tomar
a cargo esta difícil tarea. Ellos han pensado haber resuelto el proble­
ma al considerar los moluscos como animales vertefcuados plegados
hacia atrás a la altura del ombligo, de manera laJ que las partes de
la columna vertebral fuesen puestas en contacto.
El informe de estos jóvenes naturalistas, sometido al juicio de la
Academia de las Ciencias, fue el objeto de un reporte muy favorable
del señor Geoffroy Saint-Hilaire, quien, ai dar su aprobación al punto
de vista de los autores, hizo notar que era directamente contraria a la
aserción enunciada antaño por el señor Cuvíer, y que proporcionaba
una curiosa confirmación del gran principio sobre el cual no duda
que la zoología debe de ahora en más asentarse.
Fue en respuesta a esta afirmación del señor Geoffroy Saint-Hilaire
que eJ señor Cuvier leyó, en la sesión del 22 de febrero, su informe
Sobre la organización de bs moluscos, en la cual se entrega aJ examen

159
Erícntie Geoffivy Saint-Hilaire

del principio de la unidad de composición orgánica. Dice Cuvier:


«En primer lugar, hace falta precisar los términos; hace falta saber lo
que usted entiende por dichas expresiones, unidad de composición,
unidad de plan. Si usted toma los términos en su acepción mas
rigurosa, no podrá decir que existe unidad de composición en dos
tipos de animales, así como que están compuestos de los mismos
órganos. Del mismo modo, para poder afirmar que hay unidad de
plan en su organización, habría que poder mostrar que esos órganos
idénticos están dispuestos en el mismo orden en unos y en otros.
Ahora bien, es imposible que se entiendan las cosas así; que haya
pretendido sostener que todos los animales se componían de los
mismos órganos dispuestos de la misma manera. Nadie diría que
el hombre y el pólipo tienen en ese sentido una composición «na.
un plan uno.
Así pues, por unidad usted no enriende identidad', pero al dar a esa
palabra un sentido diferente del que debería suponerle naturalmente,
usted se sirve de ella para significar semejanza, anaio^a.
Así definidos los términos, vuestro principio de la unidad, con­
finada a límites precisos, parece de una verdad indiscutible; peto
entonces está lejos de ser una novedad. Form a, por el contrarío, una
de las bases sobre las que descansa la zoología desde su origen, sobre
las que Aristóteles, su creador, la ha colocado; y todos los esfuerzos de
la anatomía no han dejado de estar consagrados, desde hace siglos,
a su fortalecimiento.
Así, cada día, se puede descubrir en un animal una parte suya
que no se conocía, y que permite captar alguna analogía más entre
ese animal y aquellos que perteneren a géneros y clases diferentes.
Puede haber incluso conexiones iguales, relaciones percibidas de
manera novedosa. Los trabajos emprendidos en esa dirección son
eminentemente útiles, y los de! señor Geoflfroy Saint-Hilaire en
particular son dignos de toda la estima de los naturalistas; son
otros rasgos que él ha añadido a semejanzas de diversos grados

J60
Principios 4e filo so fía zoológica.

que existen entre la composición de tos diferentes animales. Pero


no ha hecho más que extender las antiguas y conocidas bases de ía
zoología, y no parece haber probado la unidad o la identidad de esta
composición, nada en fin que pueda dar lugar a la determinación
de un nuevo principio.
Así, en resumen, si por unidad de composición usted enriende
identidad, dice una cosa contraria al más simple testimonio de Jos
sentidos; si usted enriende por ello semejanza, analogía, enuncia
una proposición verdadera en ciertos límites, pero tan vieja en su
principio como la zoología misma.»
Por lo demás, el señor Cuvier, y es sobre todo en esto que difiere
de los zoólogos que combate, está lejos de adoptar como único este
principio tan importante y antiguo; por el contrario, lo ve como
subordinado a otro mucho más elevado y mucho más fecundo; el
de las condiciones de existencia, de la conveniencia de las partes, de su
coordinación para el rol e¡ue el animal debeju ga r en la naturaleza. Ese
es el verdadero principio filosófico de donde deriva la posibilidad
de ciertas semejanzas, la imposibilidad de algunas otras, el principio
racional de donde se deduce el de las analogías de plan y de com ­
posición, y en el cual, al mismo tiempo, encuentra límites que en
vano se querrían desconocer.
Así, luego de haber combatido de una manera general el principio
de la unidad de composición, el señor Cuvier muestra que la aplica­
ción que han querido hacer de él los señores Laurencet y Meyranx
no puede ser admitida. Para probarlo, toma de un lado un animal
venebrado, que ha plegado como lo exigía la hipótesis de estos
namralistas (la pelvis hacia la nuca), y del otro lado, un molusco
puesto en posición; luego él compara la situación respectiva de las
partes. De este examen resulta que la semejanza señalada por los
autores es completamente imaginaria. Quizás sería un poco menos
difícil establecer alguna analogía de posición, suponiendo al animal
plegado en sentido inverso de la hipótesis (la pelvis hacia ia parte

161
Etienne Gecffroy Saint^HiíáiTe

anterior de la cabeza^^). Pero, aún en dicha suposición, el problema


esm ía lejos de ser resuelto. El señor Cuvier va más lejos: cree poder
afirmar que es imposible que alguna vez lo sea de manera alguna, y
apoya su afirmación sobre la consideración de ntunerosas y enormes
diferencias, en más y en menos, que presentan los vertebrados y los
moluscos.
El señor Geofifroy Saint-Hilaire Inició la defensa de su doctrina
en la sesión del lunes 1 dé marzo. Señaló con precisión cuál es el

Esto es precisameme lo que forma, según los señores Laurenccc y Mcyranx,


el caráeter específico de la segunda Em ilia de ios moluscos, \o%gasterópodoi. Para
no atenuar en nada ei mérito de estos anatomistas, me había guardado de decir
en mi repone que yo había tenido, en 1823, una idea más o menos semejante a
!a suya: pero en estos días de viva discusión, me reúno a ellos para tomar parce
de los peligros de la lucha.
En efecto yo he colocado en las selecciones de! célebre m edico Broussais, rinn,,
etc., I. n i, p. 2 4 9 . un escrito bajo este título: S 'aiam in n a-v tru brald e los smectos,
en el que se encuentra lo que sigue: «Por m i parce, jamás he podido considerar una
torruga encerrada en su doble caparazón, sin pensar que e! caracol está de igual
modo encerrado también dentro de su concha, y que esos animales, por grande
que sea la diferencia de las dos organizaciones, perseveran por el empleo de los
mismos medios, por la puesta en ju i^ o de órdenes análogos.
La caja pectoral o, para hablar de manera analógica, la concha de la tortuga
está abierta por sus dos extremidades; por consiguiente, no hay obstáculo a que
el canal de las vías digestivas tenga sus dos puertas de entrada y de salida, cada
uria en cada extremo. Pero en los moluscos con conchas univalvas, donde la caja
no tiene más que una abertura para la boca y el ano, ambas puertas de entrada y
de salida están próximas y dispuestas una al lado de la otra; las retías compuestas
{d iacom y distojna) están en esc caso. E s que los dos canales de las vías digestivas
se han desviado, y luego finalmente replegado sobre sí mismos, para llegar a
desembocar cerca de su punto de panída. N o hago allí una pura suposición, en
lo que concierne a los elevados animales vertebrados. Y en efecto, en ei lenguado
ven el ano abrirse detrás de los huesos fitrculares; es muy cerca de estos que las
visceras abdominales son repelidas hacia lo alto y en parte vueltas a lanzai hacia
atrás, cavando bajo el dermis una casilla a derecha c izquierda de la aleta anal.
No crean sin embargo en un cambio de conexión: esta metástasis es más aparente
que real. Etc., ete.w. G . S , H .
162

L
Principios de filo so fía zoológica.

principio que ha sostenido hasta aquí. En primer lugar, jamás hizo


la distinción entre estas dos ideas: unidad de composición, unidad
de plan; y se apoya en falso todo lo que se pretendió inducir de las
consecuencias exageradas a las cuales podría conducir su vinculación.
Su principio sólo lleva a reconocer a través de la observación
que todos los animales están formados según un mismo sistema de
composición: él Damó al principio que expresa esta visión «principio
de la unidad de composición»; y no ve lo que se podría objetar de
razonable a esta expresión, Pero se ha dicho, «¿habla usted de iden­
tidad absoluta o simplemente de analogías, de semejanzas?» El señor
Gcoffroy responde: Yo jamás he entendido nada más allá de lo que
estas últimas palabras expresan. «Entonces usted no ha dicho nada
nuevo; y lejos de haber colocado a la zoología sobre bases nuevas,
como pretende, no ha hecho más que repetir una verdad conocida
desde Aristóteles.»
¿Es exacta esta afirmación? He aquí lo que el señor Geoffroy se
propone examinar en su primer informe. Él no niega que Aristó­
teles haya tenido un presentimiento dd principio de la unidad de
composición, que ese principio haya sido entrevisto luego de igual
modo por varios hombres superiores, por Belon, Bacon e induso
Newton; es sobre la idea de analogía de composidón que descansa
todo ei andamiaje de los métodos en historia natural.
De este modo, prosigue Geoffroy, si no hubiera hecho más que
percibir analogías semejantes, tanto como indicar algunas nuevas,
no tendría ningún derecho a redamar prioridad al seguir el método
adoptado hasta aquí.
Pero no es así: en primer lugar, d señor Geoffroy no se limitó a
redbir sus inspiraciones de Aristóteles; las ha extraído en la naturaleza
misma. Interrogó ios hechos, aplicándose con ardor y perseverancia a
la búsqueda de la verdad. Descendió en d examen de los detalles más
minudosos, y su convicción es el fruto de sus estudios personales.

163
Etíenrte Geoffny Sa¡m-Hi¡aÍTe

Pero no es solameate porque persiguió sus ¡deas con una perseve­


rancia poco común que el señor GeofFroy llegó a reconocer analogías
allí donde hasta él sólo se habían reconocido diferencias. Sus éxitos
los ha debido sobre todo a un método que le es propio, y sobre la
invención del cual funda sobre todo el derecho que cree tener de
presentarse com o fundador de una nueva docirina. En efecto, hasta
él aquello que había guiado casi exclusivamente a los natumlistas en
la búsqueda de las analogías era la consideración de las formas y de
las funciones.
Lejos de seguir la misma vía, el señor Geoífroy rechaza toda
deducción fundada sobre la consideración de las formas y de las
funciones, y proclama el principio de que roda investigación zooló­
gica no puede tener otra base sólida que la anatomía. Así, de los tres
tipos de consideraciones sobre las que se apoyaban los naturalistas
en la búsqueda de las analogías, el señor Geofffoy descarta dos dé
ellas en tanto completamente insuficientes. Según él, una sola debe
ser observada com o teniendo un valor real; pero aquella basta no
solamente para establecer la realidad de las analogías reconocidas
precedentemente, sino también para permitir percibir lo que nadie
hasta aquí había sospechado, para fundar sobre pruebas concluyentes
el gran principio de la unidad de composición orgánica.
En la vieja filosofía lo que se consideraba eran las funciones de los
órganos tomados en su totalidad; en la teoría del señor GeofFroy la
semejanza se debe buscar entre los materiales constitutivos de esos
órganos.
Tomemos un ejemplo; el hueso hioides del hombre está compuesto
de cinco huesillos; el del gato, de nueve. Esas dos partes, designadas
por un mismo nombre, ¿son análogas en una especie y en la otra?
En la vieja doctrina bastará que ellas estén consagradas al mismo uso
para responder afirmativamente a dicha pregunta; pero en la doctrina
de! señor GeofFroy no es así, y el hioides del hombre proporciona
únicamente el análogo de cinco de las partes del hioides del gato.

164
Principios de jHosofla zonJogica.

Faltan entonces cuatro partes al hioides del hombre, y esas partes,


en la doctrina de los análogos, deben necesariamente encontrarse
en algún lado. El naturalista, advertido de ello, las buscará entonces
en el entorno del órgano que está desprovisto de ellas, y guiado por
un principio diferente de la nueva doctrina, el de las conexiones, no
tardará en reconocerlas en esas salientes en forma de agujas, situadas
a los dos costados del conducto auditivo del hombre, y a las que los
naturalistas que desconocen su origen dieron el nombre de apófisis
estiloides. Así, esas partes de formas enteramente diferentes, despro­
vistas de las funciones que cumplen en el hioides del gato, son los
auténticos análogos de una paite de ese órgano.
En resumen, 1° el señor Geofifoy ha llegado a la teoría que pro­
clama por investigaciones que le son propias.
1 ° La vieja escuela, con el señor Cuvier, no admite el principio
de la analogía más que dentro de ciertos límites; el señor Geof&oy,
por el contrario, no reconoce excepción a su principio de com po­
sición orgánica.
5 ° La marcha que sigue el señor Geoffroy en los estudios
zoológicos es esencialmente diferente de la que habían adoptado
sus predecesores. Estos buscaban establecer sus analogías según
la consideración de las formas, de las funciones, y finalmente
según la consideración que proporciona la anatom ía. £1 señor
Geoffroy pretende que coda investigación zoológica esté fun­
dada únicam ente sobre la anatom ía; y con ese único elemento
de investigaciones empleado de manera conveniente, llega a
consecuencias m ucho más extendidas que aquellas a las que
estaban limitados sus antecesores. Nada está menos fundado
entonces que el reproche que se le ha dirigido de no haber
hecho más que ampliar las bases antiguas. El señor Geoffroy
ha intentado indiscutiblemente invertir las bases colocadas por
sus predecesores y establecer otras nuevas. Puede haberse equi­
vocado, puede haber tenido razón; no es eso lo que se trata de

165
& tm nt G fo^hy Saint-Hilaire

exam inar en este instante. Pero, bueno o m alo, el cam ino que
ha seguido le pertenece de m anera esencial.
El señor Cuvier no creyó tener que responder al informe del se­
ñor Geoífioy Saint-Hilaíre; se limitó a hacer notar que todo lo que
acababa de decir su sabio colega [x>dría ser cierto, sin que se pudiese
concluir nada sobre lo que él había adelantado en la última sesión
en relación a la imposibilidad de reducir la organización de ciertos
seres de las clases inferiores, en particular la de la sepia, al plan que
parece común a todos los vertebrados. «El señor GeofFroy», añadió,
«anuncia que abordará más tarde esta cuesrión: nosotros podremos
entonces discutirla».
Nos parece que el señor Geoflfroy debió por su lado hacer notar
que él había establecido de una manera indiscutible todo lo que se
había propuesto probar por el momento; a saber: que el principio
de la unidad de composición orgánica, tal como lo entiende, difiere
esencialmente de lo que hasta aquí se había adoptado sobre las ana­
logías que existen entre los seres organizados, y que había llegado a
esas nuevas ideas siguiendo una marcha que le es propia.
El honorable académico anuncia que atacará el fondo de la
cuestión. Nosotros continuaremos teniendo al corriente a nuestros
lectores de las discusiones a las que podrán dar lugar estos informes
subsiguientes.

166
Segundo resumen
de las doctrinas relati\^ a la
semejanza filosófica de los seres,
por los redactores del Nacional
(número del 2 2 de marzo de 1830)

Cuestiones del más alto interés son en este momento e) objeto


de una discusión pautada, en el seno de la Academia de las ciencias,
entre dos naturalistas del primer orden, el señor Cuvier y el señor
Geofifroy Saint-Hilaire. Se trata nada menos que de saber si la filoso­
fía zoológica, tal como k ha producido Aristóteles, tal como la han
proseguido los trabajos de veintidós siglos, finalmente tal como el
señor Cuvier la ha consagrado a través de admirables trabajos, que
lo han situado sin discusión a la c a b ^ de los naturalistas de nuestra
época; si esta filosofía, decimos, demostrada insuficiente e incom­
pleta, cederá el lugar a las doctrinas recientemente introducidas en
la zoología y k anatomía comparada en Alemania y en Francia por
rarios sabios célebres, entre los cuales el señor Geoflhoy ocupa un
rango muy elevado. Cuando las discusiones científicas sólo giran en
torno a trabajos de detalle, quedan encerradas en el recinto de las
Academias y de las sociedades sabias. Pero cuando se refieren a las

167
Et¡enríe Genffroy Saint-Hilaire

generalidades más altas de toda una ciencia, cuando de su choquen i


debe resultar una de esas revoluciones que cuentan en la historia
del espíritu humano, cuando son emprendidas y sostenidas por
hombres cuyo nombre es europeo, entonces la curiosidad pública
se despierta y se concentra en ellas. Por consecuencia, todas las cien­
cias son puestas en tela de juicio, y se tiene un Interés mayor en su
resultado. La elevada controversia entre el señor Cuvier y el señor
Geofíroy Saint-Hilai te ofrece todos estos caracteres. El público no
podría permanecer indiferente. Las cuestiones en litigio son tales
que independientemente de su interés puramente científico, ellas
son de naturaleza cal de captar la imaginación de cualquier hombre
que piensa, y de apoderarse fuertemente de rodas las inteligencias
para las cuales el espectáculo de la naturaleza animada es una fuente
fecunda de emociones, poéticas, filosóficas o religiosas. Ahora bien,
no existe alma un poco cultivada y bien dispuesta que no experimente
a menudo cosas semejantes.
Nosotros no tenemos la pretensión, al escribir sobre este tema,
de sustituir a nuestros sabios en la exposición de sus ideas. Los dos,
cada uno con su talento, hablan una lengua que ambos encienden,
frente a un público que la enciende también. Queremos solamente, a
través de algunas explicaciones preliminares y menos técnicas, darlas
3 escuchar y comprender por un público más numeroso.
Intentaremos dar una ¡dea tan clara com o sea posible a cualquiera
que no haya hecho estudios especiales de la doctrina anatómica-
fílosófica del señor Geoffroy, conocida bajo el nombre de Teoría de
los análogos. Sin este conocimiento previo, no se podría seguir la
discusión que se ha abierto sobre este tema, a propósito del primer
informe del señor Cuvier, leído en la sesión del 22 de febrero, y que
contiene su crítica. Estos dos naturalistas, en efecto, dirigiéndose a
un público perfectamente instruido de lo que se habla, descuidan
con razón muchos antecedentes y explicaciones necesarias para la
mayor parte de nuestros lectores.

168
Piincipios eUfih so fia zoalúgica.

El sistema dei señor Geofíroy, muy vasto, muy complejo, es dedu­


cido de una infinidad de observaciones anatómicas tan difíciles que
es imposible evocarlas e incluso citarlas en este corto análisis. Sólo
presentaremos entonces los resultados más generales, que todo el
mundo puede captar, porque, como todas las teorías, esta se reduce
en definitiva a tres o cuatro proposiciones muy simples.
El número de los animales desplegados sobre nuestro planeta,
que viven en el aire o en el agua, en e! interior de la tierra o sobre
su superficie, es inmenso. Es Incluso indefinido para nosotros, pues
cada nue\'o instrumento, sumado a nuestros órganos, nos descubre
nuevos. Un potente microscopio permite ver distintamente miles de
ellos en algunas onzas de líquido. La más simple atención muestra
que estos seres innumerables se parecen bajo ciertas relaciones, y
difieren bajo otras. Todas las lenguas de todos los pueblos consagran
esta observación. Las primeras clasificaciones fueron hechas proba­
blemente por pescadores y cazadores: ellos están aún consagrados
al lenguaje usual, y lo estarán siempre. Sé apoyan sobre los carac­
teres más evidentes y tajantes de las analogías y de las diversidades
de organización, y les alcanza para las necesidades de la vida y la
utilidad. Pero la ciencia es más exigente. Pretende más rigor en sus
clasificaciones, y reglas que no sufran excepción. La anatomía com ­
parada ha descubierto en la estructura de los animales una multitud
de relaciones y de variedades. De esas observaciones multiplicadas
han nacido los métodos zoológicos, que consisten en clasificar los
animales en varios grupos, designados por los nombres de géneros,
órdenes, clases, especies, variedades, etc., y en distinguirlos entre sí por
ios caracteres físicos que poseen los unos por exclusión de los otros.
Las más simples, tanto como las más sabias clasificaciones, son
puras abstracciones del espíritu que, olvidando las diferencias, no
considera más que los puntos de analogía. La naturaleza, como se
lo ha dicho con profundidad, no crea más que individuos; somos
nosotros los que creamos las especies, por la abstracción de las diver-

169
Etienne Geofffoy Saint-Hiiaire

sidades y la combinación de las semejanzas, combinación a la cual


imponemos un nombre colectivo. La dificultad consiste en marcar
los límites de las analogías y de las variedades, y esta dificultad es lo
suficientemente grande como para hacer llegar a resultados diversos
a los naturalistas que se ocupan de ellas; a su vez las clasificaciones
son muy numerosas y a menudo están basadas en principios opues*
tos. No obstante hay algunas de ellas que, aunque muy antiguas,
reaparecen siempre en la ciencia, y están todavía hoy en vigor. Tal
es la de Aristóteles, consagrada por Linneo, y adoptada en nuestros
días por los señores Cuvíer y Lamarck, aunque bajo otros nombres.
El gran trabajo de los naturalistas de todos los tiempos ha sido
entonces lograr una clasificación perfecta: es decir una clasificación
fundada sobre el completo conocimiento de las semejanzas y de las
diferencias de todos los seres de la escala animal, y de determinar
sus relaciones con precisión y nitidez.
La anatom ía com parada, la única que puede proporcionar ios
elementos de este problem a, ha tom ado una nueva dirección
hacia el com ienzo de este siglo. Los naturalistas habían pensado
siempre, y un gran número lo creen aún hoy. que cada una de las
especies animales ha sido provista por la naturaleza de órganos
particulares, especiales, conformes al rol final que están destinadas
a cumplir. Admiten que todos los seres de esta gran escala ofrecen
algunas semejanzas generales; pero las diferencias entre ciertas
clases son tan enormes, tan decisivas, según su parecer, que es
imposible adm itir que hayan sido creadas sobre el mismo plan.
Así, por ejem plo, e! pájaro, que respira en el aire y vuela, posee
órganos y aparatos distintos que el pez, que respira en el agua
y nada. La vida de esos seres es tan diferente que, para volverla
posible, ha sido precisa una organización también diferente. Si se
desciende hasta ios animales sin vértebras, y si se los com para a
los animales vertebrados, toda apariencia de analogía desaparece.
Son seres nuevos, construidos sobre un modelo especial, com -

170
P rincipios iiefiio sofiís zooU gica.

puestos de órganos particulares, que ellos poseen por exclusión


a todos los otros.
Esta doctrina ha sido adoptada en general por los naturalistas
filósofos desde Aristóteles hasta nuestros días.
Alrededor de treinta años atrás, otros principios son introducidos:
en Alemania, a través de los trabajos de Kielmayer, Oken, Spix,
Tieddeman, F. Meckel, etc., y también por las especulaciones de la es­
cuela de la naturalem\ en Francia, por los escritos del señor Geoffiroy
Saint-HUaire, y por nuestras comunicaciones con .^emania.
Estas nuevas ¡deas de filosofía anatómica no son completamente
las mismas en Francia que en Alemania; pero se puede reconocer
que poseen vínculos bastante fuertes, y desembocan más o menos en
los mismos resultados teóricos. Es al analizar la propia d oarina del
señor Geoffroy que señalaremos el espíritu, el fin y los principios de
esta filosofía; pues el señor Geoffroy es, en Francia, su más potente
propagador, y le ha impreso una originalidad y un carácter notable.
La doctrina del señor Geoffroy es conocida de manera particu­
lar y designada por él bajo el nombre de Teoría de los anáiogQS, En
efecto, reside por entero en la idea que se ha hecho de las relaciones
de analogía establecidas entre todos los seres de la creación animal.
Definiendo claramente lo que él entiende por ese término analogia^ y
explicando los medios por los cuales la constata, tendremos nosotros
también una ¡dea suficiente de todo su sistema.
Según el señor Geoffroy, ios naturalistas clasificadores se ocuparon
mucho más de las diferencias que de las analogías en sus estudios
comparativos; y la razón es que no han comparado los órganos de
los animales más que bajo la relación de su form a y desús usos\ sólo
veían la analogía cuando estaba caracterizada de modo manifiesto
por las semejanzas de estructura y de funciones de las partes. Desde
el momento en que esa semejanza les faltaba y se borraba, cosa que
sucede muy pronto apenas se pasa de una especie a otra, se creían
en presencia de objetos nuevos, y por consiguiente, les imponían

17¡
Elienne Geojfray Sáim~HiUñn

también nombres nuevos. Esra diferencia en los nombres hizo ver


por todas partes una diferencia en las cosas, y la analogía fue perdida
de vista. Así el veterinario, viendo el miembro anterior de un buey, y
notando que su form a difiere considerablemente de la del bra2o del
hombre, designa también de manera diferente todas las partes que lo
componen. Llama hueso cañón, espolones, pezuñas, alas partes que
en el hombre llevan el nombre de metacarpo, dedos rudimentarios,
uñas. La extremidad inferior dei miembro anterior de ese buey, o de
otro modo el pie, comparado a la extremidad del mismo miembro
en el mono, ya no es un p ie si sólo se presta atención a la forma y al
uso, sino un órgano completamente diferente, que se llama también
con nombre diferente al de mano. En el león, ese pie es una garra;
en los murciélagos, un ala; en la ballena, una aleta: de suene que
poniendo un nombre diferente a ese mismo órgano, y ligando una
idea diferente a cada diferencia de nombre, el principio de analogía
se oscurece y termina por ser olvidado completamente,
Por canto no es sobre consideraciones de formas y de funciones
que la zoología hubiera podido hallar analogías entre las especies,
y reducir la organización animal a un tipo común. Si esa analogía
existe, existe en otra parte que ahí. Las formas y los usos de las partes
cambian no solamente en cada especie, sino también en cada indi­
viduo; es incluso sobre estas dos circunstancias de la organización
que se apoyan todas las variedades aparentes de los animales; son el
principio mismo de la variedad. El principio de analogía o de unidad
está en otra pane. El señor Geoffroy lo ha llamado principio de las
conexiones, y he aquí en lo que consiste:
Todo cuerpo organizado está compuesto de panes distintas y
dispuestas en un cierto orden unas en relación a las otras.
Anatómicamente, en todo animal sólo hay que considerar, de un
lado, la forma y el volumen de las partes, y del otro, su número y su
disposición recíprocas. El principio de unidad y de analogía que se
busca, encontrándose hasta un cieno grado en la forma, sólo puede

172
Principios de fiio so fia zooló^A ,

encontrarse de una manera completa, si existe, en el orden establecido


entre las partes. En efecto, es en este orden que el señor Geoffroy
lo ha encontrado, revestido según él del más elevado carácter de
generalidad y de autenticidad. Por tanto no son los órganos los que
se asemejan, sino los mntermUs que los componen. Estos materiales
mismos no se asemejan ni por su forma, ni por su uso, sino por su
número, su situación, su dependencia recíproca; en una palabra,
por sus conexiones. La ley de las conexiones no admite ni capricho ni
excepciones; ella es invariable. En cada familia, en cada especie, se
encuentran los materiales orgánicos que se encuentran en las otras.
El cuerpo del mono, dei hombre, del elefante, de! pájaro, del pez,
está compuesto de un cierto número de partes situadas en ia misma
disposición unas en relación a las otras. Así el miembro anterior del
caballo, comparado al miembro superior del hombre, no ofrece más
que una analogía grosera según la consideración de la forma; pero
hay, por parte de ambos, huesos iguales, iguales arriculadones, iguales
músculos, iguales disposiciones y relaciones entre todas esas partes;
es decir iguales conexiones. La naturaleza sólo tiene, para formar
los animales, un número limitado de elementos orgánicos, que ella
puede abreviar, aminorar, eclipsar, pero no remover de sus lugares
respectivos. Es como una ciudad, por ejemplo, cuyo plan, hecho
de antemano, ha trazado las calles y contado Jas casas; el arquitecto
puede variar al infinito la forma de las habitaciones, sus dimensiones
y su fin, pero no puede invertir el orden prescrito de su disposición.
Este orden, esra disposición, estas conexiones siempre idénticas en
todos los animales. No hay entonces, propiamente hablando, muchos
animales, sino un único animal, cuyos órganos varían en la forma, el
uso y el volumen, peto cuyos materiales constitutivos permanecen
siempre iguales, en medio de esas sorprendentes metamorfosis.
Y esas mismas metamorfosis, de donde nacen las diferencias, son
explicadas por otro principio, otra ley, que el señor Geoffroy ha lla­
mado balance de los órganos. Se trata de una ley en virtud de la cual

i 73
Etjf7¡m G fífffn y S m n t-fhiaire

un órgano no toma nunca un desarrollo extraordinario sin que otro


suíra una disminución proporcional. En el estado regular y normal,
es esta desigual distribución de materia la que causa la asombrosa
variedad de las formas animales. La teoría de las monstruosidades está
fundada sobre esta ley y obedece a ella. Los monstruos, que han sido
observados tanto tiempo como extraños caprichos de la naturaleza,
no son más que seres cuyo desarrollo regular ha sido detenido en
ciertas panes; y, cosa admirable, jamás sucede a un órgano perder, en
un individuo, los caracteres normales de la especie a la que pertenece
sin que esta deformación imprima a dicho órgano los caracteres
normales de una especie inferior. Sucede igual para el desarrollo
natural de los cuerpos animados. Así el hombre, considerado en su
estado de embrión, en el seno de su madre, pasa sucesivamente por
todos los grados de evolución de las especies animales inferiores: su
organización, en sus fases sucesivas, se aproxima a la organización
del gusano, del pez, del pájaro. Presenta de manera temporaria todas
las combinaciones orgánicas de la que la naturaleza es tan pródiga;
pero no las conserva; se despoja de ellas para pasar a otras, hasta
que llega finalmente a la que le está asignada de manera especial e
irrevocable. Lo que es cierto del cuerpo animal entero, lo es también
de cada uno de sus órganos. E! cerebro humano, por ejemplo, sufre
un número bastante grande de cambios, o d a uno de los cuales posee
su modelo permanenre en el cerebro de los reptiles, de los peces, etc.
Tieddemann, en Alemania, y el señor Serres, en Francia, han notado
sobre todo estas leyes de formación.
No hay entonces, lo hemos dicho, muchos animales, sino un
único animal, cuyas piezas constitutivas son necesariamente las
mismas en todas las especies, a pesar de las numerosas variedades de
forma que su desarrollo desigual imprime a sus compuestos. Estos
mismos compuestos, es decir los órganos, no cambian de naturaleza
aJ cambiar de nombre. Sea, por ejemplo, el esternón, hueso situado,
en el hombre, en la parte delantera del piecho y cuya función es la

174

'
J^ n cifio s d e filo sa fia zm lópcü..

de servir a los movimiemos de la respiración y la de proteger a ios


órganos delicados que recubre. Si se compara este hueso, únicamente
bajo la relación de su forma general, a la pane que lo representa en
los demás animales, se perderá el hilo de la analogía, y se creerá ver
órganos diferentes. El señor Geoffiroy, fundándose sobre su posición
en relación a los órganos vecinos, enriende por esternón un cxinjunto
de piezas que forman la pane inferior dcl pecho, y que necesariamen­
te entran en su composición, sea para prestar ayuda a su mecanismo,
sea para proteger al órgano respiratorio de las afecciones exteriores.
El término esternón es así un término colectivo, que designa un
ensamblaje de diversas partes óseas, cada una de las cuales, según su
grado respectivo de desarrollo, contribu)^en de una manera especial a
los usos generales del órgano entero que constituyen por su reunión.
Somos conducidos de este modo a un tipo ideal de esternón quCj
para todos los animales vertebrados, se descompone en varias formas
secundarias, según las variaciones de los materiales constituyentes.
Sucede igual para el pie, para la mano, para el cráneo, etc. No hay
tantos cráneos, pies, manos, como animales. Así como hay un solo
animal, no hay más que un esternón, un pie, etc. Cualquiera sean,
en efecto, las metamorfosis particulares de esos órganos, no es difícil
discernir sus diversidades, percibir que se convierten unos en otros,
abrazar todos sus puncos comunes, y reducirlos a una única e igual
medida, con funciones idénticas, en fin a un único y mismo tipo.
Cada sistema orgánico que ha alcanzado, en una especie, su
máximo de desarrollo, y en consecuencia, de fundón, conserva con
fijeza el número, el lugar y los usos de sus porciones elementales,
mientras que en una especie distinta, en la que sólo existe en estado
de embrión, y completamente rudimentario, él está expuesto a perder
su importancia y sus usos, e incluso a dejar distraer algunas de sus
piezas en provecho de los órganos vecinos. Pero cualquiera sean los
medios que empica la naturaleza para efectuar engrosamicntos sobre
un punto y enflaquecimientos sobre orro, jamás, poruña ley que ella

175
r Eñennt Get^ffhy Saint-H ilaire

se ha impuesto, ima pane pasa p or encima de ia otra: im ói^ano es


más bien disminuido, eclipsado, aniquilado, que transpuesto.
A través de las conexiones, se liega a la ley de unidad y de identidad
de las formas orgánicas. A través del balance de los órganos, se explican
sus variedades y sus diferencias aparentes.
Así el principio de las conexioties y el del balance de los órganos,
explicados uno por el otro, conducen al señor Geoñroy a esta con­
clusión; que los animales están todos creados sobre e l mismo plan-,
que para el reino animal existe unidad de composición orgánica, y esta
conclusión es el corolario más general de la teoria de los análogos.
Tal es la doctrina filosófica del señor Geofffoy Saint-HilaÍre. Como
lo dice él mismo^, ella parece ser la confirmación del principio de
Leibniz que definía el universo: la unidad en la variedad.

Un reproche dirigido con mucha insistencia por las argumentaciones


precedentes contra el autor de esta doctrina es una suerte de pretcnsión por la
universalidad de las visiones. Sin embargo, ¿<jué otra conducta le estaba prescrita
a Us ¡nvcsTfgadoncs emprendidas? No está admitido en tas ciencias enunciar
una proposición abstracta, de la que enseguida se necesite enumerar los casos de
excepción. No hay regla sin excepción es sns. locución muy común; pero no es menos
una antilogía inadmisible: pues la excepción destruye la regla, o algunas veces no la
confirma más que cuando el obstáculo que la falsea aparece de modo manifiesto.
La universalidad del principio de unidad de organización es tm hecho necesario,
y esta necesidad vale ya de demostración. Y en efecto, siendo consideradas todas las
disposiciones del universo en su principio, resulta que aun número muy pequeño
de materiales se aplican, para disponer de ellos, fuerzas, numéricamente hablando,
también limitadas; fueizas que no son ellas mismas más que la acción recíproca
al mismo tiempo que simultánea de las propiedades de los cucrpios elementales.
La potencia creadora, a través de combinaciones también simples, ha producido
el orden actual del universo, en tanto atribuyó a cada cosa su cualidad propia
y su grado de acción, y en tamo que reguló que tantos elementos, salidos así
de sus manos. íiicscn ctcm am cnie abandonados a! juego, o mejor, a todas las
consecuencias de sus atracciones recíprocas. G . S. H,
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Principios def ¡asofia zoolágica.

El señor Geoffroy no ha aplicado aiin el método de determinadóo


de los órganos a través de las conexiones a todas las clases anímales,
sino solamente a las cuatro clases de los vertebrados, y a tos articuiades.
A menudo se han agitado cuestiones de prioridad en relación a
las ideas del señor GeofFroy. Algunos han pretendido que, nuevas
entre nosotros, ellas ya eran viejas en Alemania. Otros, y en parti­
cular el señor Cuvier, sostienen que no son nuevas ni en Francia ni
en Alemania, sino que datan de dos mil años, y no tienen de nuevo
más que el nombre. Las cuestiones de prioridad son siempre difíciles
de resolver. Lo que hay de cierto es que en 1796, es decir hace M
afios‘‘^ el señor GeoflFroy expresó claramente, a nuestro parecer, los
principios fundamentales que sostiene aún hoy, ahora bien, buscando

Esta reflexión hace alusión al siguiente pasaje: «Una verdad conscaitrc para
el hombre que ha observado un gran número dé las producciones del planeta
es qué existe entre todas sus panes una gran armonía, y relaciones necesarias, es
que parece que la naturaleza se ha encerrado en cienos límites, y no ha formado
todos ios seres vivientes más que sobre un plan único, esencialmente el mismo en
su principio, pero que ha variado de mil maneras en todas sus partes accesorias.
Si consideramos en particular una clase de animales, es sobre todo allí que su
plan nos parecerá evidente: hallaremos que las formas diversas bajo las cuales ella
se ha deleimdo en hacer existir cada especie derivan todas unas de otras: U hasta
cam biar alpin as d élas proporcitmes de los órganos, para volverlos apropiados a nueivtí
funcítmes, y p ara extender o lim itar sus usos.
La cavidad dei alouatta, que da a ese mono una voz estridente, y que es
perceptible por delante de su cogote por una protuberancia de un grosor muy
extraordinario, no es más que una hinchazón de la base del h roí des; la bolsa de
los didelfos, un repliegue de su piel que posee mucha profundidad; la trompa del
eleíántc, un prolon^uniento excesivo de sus fosas nasales, el cuerno del rinoceronte,
una masa considerable de pelos que se adhieren entre ellos, etc., etc.
Así todas las formas, en cada clase, por variadas que sean, resultan en d fondo
de órganos comunes a todos: la Naturaleza se niega a emplear nuevos. Así, todas
las diferencias, aún las más esenciales, que distinguen a cada familia de una misma
dase, provienen solamente de otra disposición, de otra complicación, en fin de
una modificación de esos mismos órganos.» Ver «Dissettatíon sur le Makis», en
el M agazin encyclopédiepu, romo V il, p. 20,
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Etiennt G eoffrcy Saint-H ilaire

en Alemanja, no encontramos en esa fecha ninguna obra conocida


que las contenga. Nada impide entonces ver al señor GeofFroy como
su autor, al menos entre nosotros, y si estos principios tienen alguna
grandeza £losóiica, dar a Francia el honor por ello. La cuestión de
la novctkd no debe ocupamos demasiado; píies habitualmente es
una objeción que sólo se hace cuando se han agotado muchas otras.
Por otra parte, nosotros creemos que un principio, lanzado en una
ciencia, no produciría jamás un gran movimiento si sólo difiriera
nominaimcnre de los principios aceptados. Por último, añadiremos
que un principio cualquiera puede hallarse consignado en veinte pa­
sajes de viejos libros, sin que por ello se lo deba w r como antiguo. En
efecto, un principio no es nada en tanto no es trabajado y aplicado:
es una luz, un relámpago, un presentimienro, como se dice; pero
sólo toma un valor y un carácter entre las manos del hombre que lo
h aís reconocer por lo que es, y que prueba por qué es. Únicamente
aquel puede verse a su vez com o su propietario, porque sólo él sabe
que posee, y conoce lo que posee.
Nosotros estamos lejos de haber agotado este interesante tema,
y hubiéramos querido dar un mayor grado de claridad a esta corta
exposición. Volveremos a ello, quizás en otro artículo, donde inves­
tigaremos en qué y hasta qué punto difieren las opiniones del señor
GeofFroy Saint-Hilaíie y del señor Cuvici, L

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Etiennt G eoffrcy Saint-H ilaire

en Alemanja, no encontramos en esa fecha ninguna obra conocida


que las contenga. Nada impide entonces ver al señor GeofFroy como
su autor, al menos entre nosotros, y si estos principios tienen alguna
grandeza £losóiica, dar a Francia el honor por ello. La cuestión de
la novctkd no debe ocupamos demasiado; píies habitualmente es
una objeción que sólo se hace cuando se han agotado muchas otras.
Por otra parte, nosotros creemos que un principio, lanzado en una
ciencia, no produciría jamás un gran movimiento si sólo difiriera
nominaimcnre de los principios aceptados. Por último, añadiremos
que un principio cualquiera puede hallarse consignado en veinte pa­
sajes de viejos libros, sin que por ello se lo deba w r como antiguo. En
efecto, un principio no es nada en tanto no es trabajado y aplicado:
es una luz, un relámpago, un presentimienro, como se dice; pero
sólo toma un valor y un carácter entre las manos del hombre que lo
h aís reconocer por lo que es, y que prueba por qué es. Únicamente
aquel puede verse a su vez com o su propietario, porque sólo él sabe
que posee, y conoce lo que posee.
Nosotros estamos lejos de haber agotado este interesante tema,
y hubiéramos querido dar un mayor grado de claridad a esta corta
exposición. Volveremos a ello, quizás en otro artículo, donde inves­
tigaremos en qué y hasta qué punto difieren las opiniones del señor
GeofFroy Saint-Hilaíie y del señor Cuvici, L

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