Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
principios
de fiiosofía zooiógica
discutidos en marzo de 1830 en ei seno
de la academia real de las ciencias
Cactus
serie perenne
■ /
PRINCIPES Etienne GeofFroy Saint-Hilaire
-s s
* PARIS.
riCHOW ET D ID IER , LIBRAIKES,
Qtiii DM , »• 4?:
H O nSSEA U , L IB R A IR E ,
m DI wmtmixMO, *• io3.
183a
M
PRINCIPES Etienne GeofFroy Saint-Hilaire
-s s
* PARIS.
riCHOW ET D ID IER , LIBRAIKES,
Qtiii DM , »• 4?:
H O nSSEA U , L IB R A IR E ,
m DI wmtmixMO, *• io3.
183a
M
Sobre la teoría de los análogos
Discurso preliminar
13
Sobre la teoría de los análogos
Discurso preliminar
13
Eiitnnt Geoffircy Saint-Hilaire_____________________________________________
no hay más que un paso. Si ese paso es franqueado, los dos campos
se forman: un choque apasionado es inminente.
Esto es lo que la acción, la inevitable influencia del tiempo sobre
ciertas ideas recientemente producidas y relativas a los estudios de
la anatomía comparada, acaban de acarrear, de hacer estallar en el
correr de marzo de 1830: las hojas y los diarios de medicina dieron
cuenta de este acontecimiento científico. De este modo la prensa
ha puesto en conocimiento del público que muy animados debates
acaban de resonar en la Academia de las ciencias entre el barón Cu-
vier y yo. La gran celebridad de esta compañía, la impKíriancía del
tema y el acceso de un auditorio muy numeroso, hicieron calificar
nuestra controversia de solemne, y son la causa de que se le conceda
algún interés.
Es en estas circunstancias que me propongo hacer públicos los
discursos cuya lectura ha escuchado la Academia, exponer el desarro
llo de las ideas rivales en el orden de su producción. Pero en primer
lugar habré de precisar su objeto.
Una primera lectura, que fue objeto de una réplica muy viva,
planteaba un único hecho: en todo el curso de nuestra discusión,
sólo se trató y sólo podría tratarse de dar una solución a las siguientes
proposiciones:
¿Se debía, se debe conservar religiosamente, en reconocimiento
a sus viejos y útiles servicios, aún cuando hubiera dado excelentes
frutos, un viejo método para la determinación de los órganos,
cuando ahora es insuficiente en los casos de gran complejidad? O
bien, ¿será preferible, para satisfacer nuevas necesidades, otro que dé
a luz más ciertamente y más expeditivamente esta determinación,
en tanto se reconoce como más apropiado para este oficio, como
probado, habiendo ya triunfado sobre dificultades tenidas hasta allí
por inextricables?
Contentarse con esta forma de exposición sería como intentar
obtener de improviso una decisión favorable. Por el contrario, sólo
14
Principios c¿c filosofía zoológica.
15
Etiennt GeQ^rty Sai»t-M ilahe
16
Principios d efiloso fia zoológica.
1S
Principios dejiio so fia zoológica.
19
Eñm ne Geoffroy Saint-HiLtire
20
P rin áp m de fih so fia zoológica.
(iam que puede servir de regla. Todo lo que sigue al tercer tramo de
la pierna anterior forma un conjunto de parres qué se relacionan
entre sí, tanto en el caballo como en el hombre.
De esta manera, las precauciones tomadas para no tener que
apartarse de las relaciones reales en el comienzo de las búsquedas,
se aprovechan en el segundo momento, cuando debe comenzar el
estudio de los hechos desemejantes. Así, saber en primer lugar cuáles
son las relaciones es prepararse para conocer luego mejor, para dis
cernir mejor en qué medida existen las diferencias pata un órgano
dado, sea en tal especie, sea en tal otra.
Esto remire a decir que el viejo método olvidaba tomar todas las
precauciones, y que el nuevo las agota todas; que el viejo método
se daba su punto de partida a priori, y que el nuevo no confía en el
suyo más que después de apreciarlo a través de búsquedas aposteriori-,
por último que el viejo método cree al cuarto tramo de la pierna
anterior comparable en los fisípedos, ames del estudio de algunos
elementos de convicción a dicho efecto; y que el nuevo lo hace
sólamente después de estudio^ luego de que ha sentido sus elementos
de determinación aplicarse sin inquietud sobre todas las distinciones
Características a obtener.
Ven que desde entonces ya nada implica contradicción: pues
si recurriendo a los procedimientos del nuevo método, ustedes
desean dar una expresión breve y precisa de vuestras observaciones
constatando cada diferencia, y por ejemplo cambios de funciones,
esto puede hacerse desde ahora sin la menor dificultad. Y en efecto,
ustedes pueden presentar un órgano que tiene un nombre especial,
que posee su caráaer de esencia aparte; que es siempre él mismo,
un ser idéntico, inalterable en ese punto, e independientemente de
toda consideración ulterior. Planteado esto, ¿les conviene enume
rar todos los cambios de funciones que se habrían notado, y que
no son más que hechos particulares, relativos al órgano escogido
com o ejemplo? Ustedes podrán expresarse con claridad y de esta
21
Etitnm Geaffioy Saim-Niiaire_______________________ __________________ ^
* L a ttoría de los asiAlogos, el prin cipio d e las conexiones, las afinidades electivas de
¡os elementos orgánicos, y el balance de los órganos. Para el desarrollo de esas ideas,
ver d discurso preliminar de m¡ Fiip^ofiíi tomo TI.
22
Principios de fiiosoftü za o ló ^ a.
23
Eiienne Gecffroy Saitic^Hilaire
24
Principios defilú sofia zooió^ca.
|ps ¿ecalles. Esfuerzo inútil sin dudas; pues la teoría de los análogos
jccpta todos ios números variables que le aporta la observación; no
pretende más que una búsqueda de información.
25
Etienne Geoffray Saint-Htiairc
'T res años menor que e! barón Cuvicr, yo lo precedí sin ernbargo en dieciocho
meses en la carrera de la enseñanza. Esra circunstancia, mi posición en el Jardín del
Rey, nos vincularon, incitaron nuestras relaciones. Esas relaciones han comenzado
pata nosotros con d ingreso a la vida sociab se volvieron prontamente una umón
íntima. ¡Q ué cordialidad entonces!, ¡qué cuidados entre nosotros!, ¡qué devoción
recíproca! En el presente, disentimientos sobre los hechos de la ciencia, por más
graves que puedan ser, ^deben prevalecer sobre la dulzura de esos recuerdos?
N uesaos primeros estudios de historia natura!, induso algunos descubrimientos,
los hicimos juntos; nos sostuvimos allí con el impulso más perfecto de la amistad,
hasta d punto de que observábamos, mcdiiábainos, escribíamos reciprocamente el
uno para d otro. Las compilaciones de esc tiempo condenen escritos publicados
en común por d señor Cuvier y por mí.
26
Prinrípios de fiiesofia zoológica.
27
Etienne Geoffivy Saint-Hilasre
* PcfiM iniecto profutitlo del poema L a Astronomía, obra pósnima del señor
D am . Poem a, ha dicho Lamartine, que tom a im portaneia en la A cadem ia fian eesa,
poem a que sólo e¡ pu blicado ayer, y que prom ete ilum inar su tum ba con e l rayo más
tardío, pero más brillante de su gloria.
El pasaje siguiente es la fuente y contiene el desarrollo de este pensamiento.
N aturam vero apello ¡egem Omnipotentes,
Suprem ique patris, quam prim á ab origine m undi
Cunctis imposuit rebus, jussitque tenerit
Inviolabiliter, dum m undi sócela manerent.
Marcel Palingen, Z odiaque de ¡a vie, liv. II.
28
Principios dtfU esofia zoológyca.
Nota: Doy una fecha a este primer artículo, la del día en que fue
entregado a la impresión. Aunque consolado a aclarar un punto de la
controversia, en a n to discursoprelimimr, resume algunas partes de ella.
31
Sobre la necesidad
de escritos impresos
Para reemplazar las comunicaciones verbales
por este modo de comunicación,
en las cuestiones en controversia.
33
éÉm
Sobre la necesidad
de escritos impresos
Para reemplazar las comunicaciones verbales
por este modo de comunicación,
en las cuestiones en controversia.
33
éÉm
Eríerme Geojfroy Saint-Hilaire
34
Principíús fUfilo s t^ woiógica.
35
E íífm te G roffioy Saint-HUaire__________ ___________________________ ___________
36
Principios de JU osojie zoaldgica.
37
Reporte sobre
la organización de los moluscos
hecho a la Academia Real de las Ciencias,
39
Reporte sobre
la organización de los moluscos
hecho a la Academia Real de las Ciencias,
39
Etim nf Gtoffray Saint-Hiiairc
40
Principios áe filo so jia zoológica.
41
E tím ne Geoffivy Saint~HilaÍTí
42
I, I
Príjicipios íU ’fiiosopa zooló^ca.
43
Etíftme Geoffroy Saint-MiUtirs
44
Pñnápios defihsafia zoológica.
45
Ettenne G io^ cy Saim -H tisire
46
Principios de filosofía ssaolófica.
47
Etimnf Geoffroy Sdint^Hiláirt
48
Principws de fih sajia zMUgica,
49
Etiertne Gtfffioy Saint-Hi^ire
50
Principios d f jilosofia znoUgica.
1795 y iSOf* alcanzó por fortuna dicha meta, siempre fiel al carác
ter de su esencia, a sus necesidades de expandirse y de conquistar
3 través de perfeccionamientos, que en el presente persigue otra,
la cual se halla situada más allá de la primera. Efectivamente, su
objeto hoy en día, sus mayores necesidades actuales, en tazón del
^trenam iento de los espíritus, son el conocimiento de la semejanza
filosófica de los seres.
De este modo la zoología habrá exigido en principio el mayor
rigor en las clasificaciones: en beneficio de estas, ha debido comen
zar con mano segura sobre los hechos desemejantes. Efectivamente,
intentar introducir más precisión en las distinciones caraaerísricas
era proponerse presentar con más brillo y fortuna el Cuadro ddreino
animal, todo lo que han producido de más grande y de más impo
nente para la filosofía la recensión y el registro de las producciones
de la naturaleza. Añadiremos que no es frente a esta Academia que
es necesario evocar que tal empresa ha devenido a la vez una obra
Jrancesa y uno de los mayores éxitos de nuestra época. Pero siempre
es verdad que el comienzo dei siglo X IX seguirá siendo señalable
por esta tendencia en los estudios, por la preferencia que fiie dada
b ro n ce s a la investigación de las diferencia.s.iy
51
Etienne Geoffray S aim -H iiairr
52 53
Etienne Geoffray S aim -H iiairr
52 53
B ien n c G foffity S& int-H ilsht
*
Principios deJiiosoJia woiúgica.
55
Erírrm f G eoffiíy Saim -tH laire
56
¡hincipioí defiiosofia zooió^ca.
60
Principios Jefilo jo fia zoológica.
61
Estmnf Geoffrty Saint-Hilaire
62
Príneipios defHosvfia zooléffca.
N o conozco animal que dehet jugar un rol en la namrateza. Esta idea está
lejos, según mí, de formar un principio recomendable; veo en ello g>or el contrario
un grave error contra el cual me levanto sin cesar con el sentimiento de rendir
im importante servicio a !a filosofia. Cuidado con explicar lo que es por razones
necesarias después de haber invertido los ténninosdei tazonamícnto. En este abuso
de las causas finales, se trata de hacer engendrar la causa por ci efecto. _Asi sobre la
icfowrvación de que un ave recorre las regiones de la atmósfera, ¿concluirán que le es
Itóncedida una organización para alcanzar tal destino.' Ustedes se admirarán cómo
en efecto él tiene, por el hecho de pesar menos, huesos huecos y un amplio abrigo
de plumas ligeras, cómo su extremidad anterior se encuentra en el momento justo
óttniordinariamentc agrandada, etc. He leído también, a propósito del pez, que
debido a que él vive en un medio más resistente que el aire, sus fuerzas motrices
« tá n calculadas para procurarle tal modo de progresión; que porque forma pane
de la rama de los vertebrados, debe tener un esqueleto interior. Al razonar de
ésta manera, dirian de un hombre que usa muletas que él estaba originariamente
destinado a la desgracia de tener una de sus piernas paralizada □ amputada.
Ver primero las funciones, luego tos instrumentos que las producen, es invertir
el orden de las ideas. Para un naturalista que deduce según los hechos, cada ser
ha salido de las manos del Creador con apropiadas condiciones materiales: él
puede según lo que le es dado poder: emplea sus órganos según su capacidad de
acción. G . S. H.
63
Etim at Geqffroy Saint-Hiiaire
64
Principios de fih so fia zoofágica.
M e aflige tener que responder sobre la situación del cerebro de los ccfüó[Jodós;
he sufrido mucho más cuando en el seno de la Academia, de viva voz y con
aíTOganda, fiii interpelado a explicarme sobre este punto. Sin embaigo ninguna
traba, ningún círculo de Popilio* alteraba mí espíritu: otras preocupaciones me
ocupaban: Yo dudaba en dar la verdadera respuesta. ¡Qué confusión, qué tormentas
podían seguirse de ello! M e fijare a la idea de no ofender a un antiguo amigo.
y en efecto, decir al señor Cuvier que los cefalópodos carecen de cerebro, que
la demostración de esc hecho acababa de ser dada, que la ciencia poseía nuevas
observaciones sobre el sistema nervioso de esos animales, y que él, autor clásico
Sobre la materia, permanecía por desgracia con falsas prevenciones a favor de su
tesis de 1795, cierta en varios aspectos, pero también demasiado generalizada: he
aquí !o que no me senn con el coraje de exponer frente al numeroso auditorio
que asistía a ese debate,
Al llevar con mucha razón a los moluscos algunos grados más arriba en b
escala zooló^ca, el señor Cuvier resultó arrastrado más allá de los hechos; él no
debía asignar a estos animales un l u ^ superior al de los inseaos. Este punto es
de doctrina universal en Alem anb, y los trabajos del señor Serres sobre el sistema
nervioso de los cefalópodos, ponen esta decisión fuera de duda. En cuanto al
sistema nervioso, los ceíalópodos deben ser ubicados por debajo de los insectos y de
les crustáceos; pues sus ganglios cefálicos están reunidos de la misma manera que
en los doiis, y la marcha de los cordones nerviosos está más o menos interrumpida.
^ rnsumen, dice el señor Setres, en su Anatomín com parada d el cerebro, U, p. 24,
Jos moluscos son, en cuanto a su grado de composición, seres que no superan a
las larvas de los insectos. G .S.H .
* Popilio Laetiss dibujó un círculo alrededor del rey Antíoco aan una caña
de azúcar, y le ordenó no moverse del círculo en tamo no hubiese dado una
Contestación a las exigencias romanas para evitar b guerra. (N . de X )
65
Etimní Geoffroy Salm~HilaÍrt
Es preciso encenderse sobre d valor de ios ténninos: hagamos lo que tan bien
se ha recomendado en el transcurso de la presente atgumenración. Yo admito los
hechos aquí planteados; pero ai mismo ttempo n i^ o que dios conduzcan a la
idea de otro tipo de composición animal. Los moluscos hablan sido ascendidos
demasiado alto en la escala zoológica: pero si no son más que embriones de sus
grados más bajos, si son seres en los que entran en Juego muchos menos órganos,
no se sigue de ello que sus órganos falten a las rdacloncs queridas por d poder
de tas generaciones sucesivas. El órgano A estará en una relación insólita con el
66
Principies d e ^¡asofia zooió^ca.
67
Etitmte Gtcffiaj/ Sainf-Hilairt
6S 69
Etitmte Gtcffiaj/ Sainf-Hilairt
6S 69
i E tim nr G ecg ky Saint-HiUtire
las ciencias en los que todos tos temas elevados de nuestros cono
cimientos eran sucesivamente reproducidos e iluminados por una
discusión profunda. Efectivamente es bueno que abandonemos la
nueva senda en la que estamos metidos, que rompamos el hábito
funesto de recibir o de escuchar los informes presentados o leídos
a la Academia sin discutirlos. Así, en lugar de esas discusiones que
se segman con brillo, vivacidad y provecho para cada académico,
en lugar de esos debates siempre instructivos y algunas veces fe
lizmente inspiradores, ahora existe un tiempo de sesión en el que
cada com unicación es estéril, porque cada uno pone cuidado en
contener sus sentimientos.
La admisión en las reuniones ordinarias de algunas personas
toleradas a título de oyentes, hÍ20 cambiar sucesivamente el an
tiguo uso. El número de los oyentes se ha acrecentado continua
mente, y es precisamente frente al público que se sostienen, desde
hace muchos años, las sesiones ordinarias de cada lunes. Desde
entonces, aún más reserva en las comunicaciones de miembro a
miembro; necesidad de escribir con un poco más de solemnidad:
negligencia y timidez en cuanto al aporte de esos pequeños he
chos adquiridos de la vigilia, y en los que en un tiempo se tuvo la
ocasión de percibir el germen de muy grandes descubrimientos.
Pero hoy, muy por el contrario, al aportar cada uno su informe,
no parece comunicarlo más que para fecharlo, para depositarlo en
un lugar de archivos públicos, hasta el día de su introducción en
las colecciones académicas.
Si señalo estos inconvenientes, no es porque pido su supresión
a través de una medida violenta, porque deseo que se la ejecute
declarando secretas las sesiones en el futuro.
No: otros tiempos, otras costumbres. La presencia del público tiene
bajo otros aspectos varias ventajas. El apoyo a los trabajos es más
directo y alcanza más prontamente su fin: las relaciones de miem
bro a miembro mejoran quizás por la gravitación de estas nuevas
70
Prinñpics d sfiíosojia zooló^ a .
71
Etiam e Gíoffroy Sdint-M ilairr
M e entero de que Com idíraciones sobrt los m ohucosy tn particular sobre los
cefalópodos, es decir, todo el informe al cual el presente an ío ilo ha respondido
verbalmente, se imprime el mismo día 22 de febrero en la Revista enciclopédica,
paca aparecer en el cuaderno de abril de 1830, tomo 46. No puedo Inquietarme
por esta publicación que aparece sin los alegatos que yo ie he opuesto, cuando
considero que esa vasca compilación contiene desde hace mucho tiempo los
más fuertes argumentos a favor de mi doctrina. El doctor Pariste lia dado sus
principios generales, tomo III, pág. 3 2 ; el señor Floutens consagró también allí
72
Prlnapias de filosojia zoológica.
Terminaré esta observación haciendo notar que el celo de mis amigos no seba
enfriado en estos tiempos amargos de nuestras disputas, puesto que, mostrándose
lleno de respeto para una posición científica can alta, y sobre todo de esa justa
deferencia debida a un c o l ^ al que suple en sus cursos, ei señor Flourens no
ha retrocedido frente a la dificultad de hablar por su cuenta de fa respiración de
os peces, cuyos hechos están precisamente y actualmente en discusión frente a
la Academia real de las ciencias. Juago de ello al menos según el Informe que e]
señor Flourens ha leído el 12 de abril último, y sobre ei extracto siguiente que
tom o dei relato que a la mañana siguiente, el 13 de abril, dio el A ír c iW d e las
lecturas académicas de la víspera*
«Después de la lectura de este informe, el señor Geoffroy Saint-Hilaire pidió la
palabra. Se debía pensar que era para hacer notar que su colega acababa de traducir
y de hacer para Jas fundones, lo que él había expuesto y estableado en la anteúltima
saló n , a propósito de la conformación de los peces: la unidad de fiindones resulta
efectivamente del in fo m e dd señor Flourens, así com o la unidad decom posidón
ojgánica había sido d informe dd señor Geoffroy sobre la teoría de los análogos.
Pero d honorable miembro se ha limitado a recomendar al examen de su c o i ^
el atún, scombn- thynmtí, com o ddíiendo proporcionarle nuevas y más potentes
pruebas en apoyo de su teoría. La carne roja y la vitalidad muy grande dd atún
son simultáneas a la amplitud excesiva de las branquias de ese pct.«
75
L.
Etiennf Ceqffrcy Saint HUairt
sentido me siga sin pena, y llegue a percibir, sin esftierzos así como
sin retardo, el más pequeño error, o la más ligera (alta de juicio que
podría escapárseme.
Para este fin, no tengo más que contar cuáles fueron mis su
cesivas preocupaciones, mostrarme actuando bajo el desarrollo
de mis ideas, y agrupar en con junto los motivos que han hecho
imaginar los principios de una doctrina que, muy ciertamente,
me es propia, y que he dado a conocer bajo el nombre de Teoría
de los análogos.
A mis comienzos en el profesorado, en 1793, no había existido
en París ninguna enseñanza de zoología. Obligado a crear, adquirí
los primeros elementos de la historia natural de los anímales, orde
nando y clasificando las colecciones confiadas a mis cuidados. Sin
embargo, para permanecer definitivamente fijado sobre el mejor
sistema de clasificación que tendría que seguir, tuve que darme
cuenta ante todo del valor de los caracteres', es decir, a investigar, a
través de largos y pesados ensayos, lo que estos caracteres deberían
ofrecerme de constante y de útil como diferencias apropiadas para
servir a la distinción de los seres. Ahora bien, de cada sesión que
hacía diariamente en los ^bin etes del Jardín del Rey, recibía una
impresión que, reproduciéndose siempre igual, me llevó a esta vi
sión del espíritu: que tantos anímales que yo tenía por diferentes,
y que trataba como distintos imponiéndoles mi nombre específico,
no diferían sin embargo más que por algunos ligeros atributos,
modificando más o menos una estructura general y evidentemente
igual. Efectivamente, no era más que una ligera modificación, desde
III el m óm ente en que percibía claramente que el punto diferenciado
no remitía a lo que habría podido ser llamada la condición esencial
de las parres; no afectaba más que a su dimensión respeaiva. Así, a!
observar animales próximos, cada uno de los materiales orgánicos
reaparecía en su totalidad. Para que hubiera diversidad de especies,
bastaba la más pequeña variación en e! volumen proporcional de los
76
P rin ó fm (Upiosofia zooiégica.
77
1 Etintne Gtqffhy Saint-HiiaÍj-e
lá u nidad de plan, ahora bien, hagan la suma de esas dos unidades, y he aquí coda
¿sta filosofía dada vuelta. El sistema de la naturaleza ya no es ¿ í unidadfilosáJica\
no habtia en verdad m is que un sistema de PLURALIDAD D E LAS C O SA S.
Es verdad, yo no había percibido en la discusión sobre esté tema más que un
debate‘sobre los términos puramente gramatical. Sin embargo, ¿habré enunciado
realmente, en mis expresiones, la distinción que me han adosado? Habría sido
contra mi intención. Este es, más precisamente, mi pensamiento: la composición
de las partes, sin ser lo mismo que su relación, comprende o más bien apela a esta,
com o siendo su consecuencia necesaria. Mi principio d e las conexiones me sirve
de brújula y me cuida del error en la investigación de los materiales idénticos.
Así, según ia naturaleza de cada órgano, el mismo tema de observación vuelve en
todos los animales, y da a luz su condición de elemento, de unidad d e composición,
y por subs^nicnte es bajo una razón n«esaria que él está situado en tales y
cu^es relaciones, es decir, bajo el imperio de conexiones constantes respecto a
los materiales que lo aproximan. Yo no veo allí ni confusión en los términos tú
oscuridad en el pensamiento,
79
í
Esitnne Geojffhy Sáhít-fíitititt
80
L
Principio! de fiioíofta zaoiógica.
81
£nVw»í G et^ cy Saim-HUahe
82
Principios de filo so ^ zoeUgica,
83
B ifn n e G eeffity Sainx-H ilaife
opuesta; pues allí se han empleado los órganos en todo Jo que ofrecen
al observador; se los ve en primer lugar como siendo inseparables
en sí mismos en cuanto a sus condiciones de elementos o i^ n k os,
y a la vez en cuanto a sus formas y sus funciones.
Ciertamente, era preciso que la idea de Aristóteles, tal como fue
comprendida durante ios siglos transcurridos a partir suyo, careciera
de lucidez. Evidentemente fue así desde el origen. Puesta en práctica
desde el principio, no conocimos mejor faro, instrumento más per
fecto, usado comúnmente con fortuna en los trabajos zootóraicos.
Ahora bien, sucedió completamente de otra manera en un número
muy grande de casos. Abran las obras de los veterinarios y de los
ictiólogos y verán allí que esos naturalistas, en tanto creían en una
anatomía especial, hacen uso de un lenguaje aparte, como si hablaran
de órganos que fuesen conocidos sólo por ellos. La fuente de esos
errores es que, en un caso, las funciones eran puestas en primera
línea, y en otro caso, lo era la forma.
Entonces intervino un consejo, que yo daba equivocadamente o
con razón: muy lejos de ampliar y de consolidar la base antiguamen
te admitida, la invertía enteramente; porque no se trataba de otra
cosa más que de una marcha diametralmente opuesta. En efecto, en
tanto se hablaba bajo el punto de vista filosófico de la investigación
de las analogías, yo propuse rechazar las consideraciones extraídas
de las formas y de las funciones. Las formas —dije—son fugitivas de
una especie a la otra; esta visión se aplica con mayor extensión a las
funciones, la.s cuales crecen en importancia com o los volúmenes,
todas cosas que subsisten además en el mismo estado.
No se ha pensado en los inconvenientes de hacer anatomía filo
sófica con las considemciones de las formas; era caer en la antilogía-
Y en efecto, concluir de la observación de las diferencias hechos de
relaciones era aceptar juicios que descansaban sobre perpemas con
tradicciones de ideas. Sin embargo estoy lejos de censurar lo que se
ha hecho de entrada; no se conocía entonces más que ese modo de-
84
Principios ée filoso fía zooló^ca.
85
1
Etim ne Geoffivy Saim -H i¡aúe
86
P rin d jfioj íÍí fik io fia so o íó ^ a.
87
Etiínnc Gsaffircy Sm m -H ihin
yita causa para este efecto: la parada verticaJ de la especie produjo ese
jgsultado. Esa es sin dudas una grave anomalía si juzgamos la regla
de admisión para esta clase de animales a partir dei conjunto de los
mamíferos. La posición recta de ia columna, principalmente de las
yónebras cervicales, que son su primera porción, y la amplitud muy
grande de la base del cráneo, son el impedimento que ha privado
a la cadena de estar completa, y de poder meterse, como ocurre en
los demás mamíferos, detrás de la oreja.
He llamado, como sigue, a la cadena transversal completa de
siete piezas:
89
í Etiennt Gcqffriry Saint-hiiaire
90
Principiéis de fiio so jia zeoiápea.
91
i ^ a tn f Smnt-Híiairc
92
Principios áefiÍM ofiét zociágica.
93
De la teoría de los análogos
Aplicada al conocimiento
de la organización de los peces
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)
95
De la teoría de los análogos
Aplicada al conocimiento
de la organización de los peces
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)
95
til, I
E titn n í Saittt-JJilain í
En efecto, ^es preciso esforzarse en extender cada vez más las apli
caciones del principio de la semejanza filosófica de los seres, o debe
dlos más bien, por el contrario, contenerlo en límites restringidos?
Sin embargo, antes de abordar este tema, presento y no pretendo
de ningún modo aparrar una objeción que podría serme hecha y que
planteo del modo siguiente: «Es de moluscos y no de peces que se ha
hablado al comienzo de estos debates: negarse a llegar al terreno de
ja lucha al mismo tiempo, es colocarse bajo la prevención inevitable
de un fallo ya proferido, bajo el golpe de una decisión firmemente
pronunciada y que está consignada en la ciencia de la manera si
guiente: Loí cifalópodosno son elpasaje de ?iada; no habiendo resultado
del desarrollo de otros animales, y no habiendo tampoco producido su
propio desarrollo algo superior a ellossl^^.
munerósas que muestran en sus extremos; pues que haya moluscos con ei sistema
nervioso proporcional mente más desarrollado, y paralelamente insectos con exceso
de desarrollo en cuanto al sistema sanguíneo, son otras tantas condiciones que
convergen hacia el mismo punto, pata confluir hada una común conformación.
Pero ese vaiidn de una oiganizadón aquí más rica y allí mucho menos, proporciona
sus hechos para hiatos más o menos amplios, sin comprometer en algo el principio
de ta unidad de composición orgánica.
99
Eticnne Geojffrey Sairti-H ilaire
100
Prinápioi defihfsofia zooUpea.
lOI
Erífnne Geoffioy Saim -H ilüüe
Cf. Georges Cuvicr, Le^om d'atiaiom ie com parée, Baudouin, París, 1805-
(N.deT.)
102
Principios de filosofia zoológica.
¿OS tipos eU animales, unos que tienen san^e, y otros que no la tienen.
Esta división y la idea sobre la cual descansa han sido reproducidas
siempre: en el tiempo de Linneo, se decía animales de sangre roja y
gnimales de sangre blanca-, Lamarck recomendó e hizo adoptar esta
otra fórmula; animales vertebrados y anímales invertebrados.
Para Aristóteles, había entonces animales de dos especies; pero
noten, él no dice de dos tipos, los hace salir por el contrario de un
tipo primordial. Hay en primer lugar, según esre filósofo, animales:
éonsiiderándolos así de modo abstracto, adopta esta visión general
para un primer hecho, y sólo es de manera secundaria que percibe
en ellos cualidades distintas. La organización animal está fundada
entonces en las ideas de Aristótele.s sobre algo esencial y primitivo,
que desgraciadamente no ha especificado; al añadir «sobre un mismo
sistema de composición para los órganos», nosotros completamos
su pensamiento.
En esta primera parte de las visiones de Aristóteles, no diferimos
en absoluto: la prioridad de esas visiones quedan por consiguiente
adquiridas por éi; pero en cuanto a la scg;unda parte de su antigua
doctrina, diíérimos completamente. A íálta de haber comprendido
que esta composición de los ó r ^ o s , en el fondo una, esencialmente
la misma, en tanto que reside únicamente en la consideración dei
edemento anatómico, era alterable en una medida cualquiera por
parte del mundo exterior, el filósofo griego ha creído que las analogías
de la organización presentidas, percibidas por su genio, descansaban
enteramente sobre la consideración de las formas y de las funciones.
Allí se ve el error introducido en su doctrina; error que se ha perpe
tuado durante tantos siglos. Es de este error que nos protege hoy la
teoría de los análogos, la que, habiéndose fundido con un principio
verdadero, ha causado a parrir de entonces tantos disentimientos.
Aquel principio viciado en su aplicación, y el error que oscurecía
su útil reflejo, obraron simultáneamente para inspirar igualmente
tanto a los naturalistas que se atem'an a una realidad de diferencias
103
Etirnne Gesffiñpy &imt-Hiiaíiv
104
Trinctpios d e jHoSojut zopU pca.
105
fifííT JW f Gcoffroy Saint-H iiairf
106
Principios de fih so fia zeoiógica.
107
Etienne G tí^ o y Saint-H iU ite
108
Principios de ftlosofia zooU ^ca.
•Qué « O pérenlo ele los pecesl, cuando llegué a saber que los tres
huesos de k placa de los oídos son análogos a la cadena de los hue-
jjllos, llamados especialmente en el hombre y en los mamíferos los
pequeños huesos de la oreja.
Desde ese momento volví a tomar coraje y recomencé mis trabajos
para no abandonarlos más. Mis ideas, fijadas desde entonces, adqui
rieron extensión. Los propios obstáculos que me habían detenido,
examinados en lo que tenían de importante, fiieron apreciados. Al
volver mi pensamiento sobre las faltas que había cometido, esos
.recuerdos se volvían para mí una fíjente tan útil de instrucción, que
comprometido en profundas meditaciones sobre el tema, fii¡ llevado
de manera imperceptible hacia el ensamble de los hechos: habiendo
captado su conjunto, los vi desembocar finalmente en altas e im
portantes generalizaciones, en el establecimiento de algunas reglas y
en k revelación de principios, que son el fundamento de mi teoría
de los análogos.
Ahora se enriende que, volviéndome a colocar sobre un apoyo
semejante, sobre una teoría deducida de ese modo de un gran
número de hechos y de proposiciones generales suministrando sus
justificaciones, ya no me sorprenda de las transformaciones que
sufren las parres empleadas en el acto de k respiración. Necesaria
mente las mismas en lo fundamental, pues deben existir en armonía
con los otros sistemas orgánicos, cuyos vínculos comunes no son
discutidos; necesariamente las mismas en el fondo, digo, ellas llegan
precisamente al estado de transformación en el que es preciso esperar
encontrarías. Pues ellas deben ser, y son efectivamente modificadas
y acomodadas en ia naturaleza diversa de los dos medios, el aíre y
el agua, donde están llamadas a entrar en función. Sería incluso un
hecho Inexplicable, un efecto que carece de causa, el hecho de que
esas partes del órgano respiratorio no respondiesen 3 través de una
variación de formas proporcional a la diversidad de densidad de los
dos medios. He aquí cómo las grandes metamorfosis de las partes
109
Etienne G e ^ o y S^ant-ÍIiklre
I
G corgcj Cuviei', & A, Vaícnciennes, H istoire NaturelU des Poissom, 23
volúmenes, F.G, Levrault, París, 1 8 2 8 -1 8 4 9 , (N. d e X )
112
!
Principios defilo so fia zoológica.
T
de los animales vertebrados; y otra, que habría conseguido escapar
enteramente de ella. Sólo entonces se puede decir que las determi
naciones de los órganos, que todos los esfuerzos para remitirlos a
una misma conformación son improbables, en razón de que no son
hallados, que son intentados inútilmente; recordaría que el primer
I volumen de mi Filosojut anatómica se consagró a mostrar que, parte
■ por parte, no existe región anatómica que no ofrezca el carácter de
^ - la similitud filosófica de organización, que de hecho no sea remitida
i decididamente a sus relaciones comunes.
Toda esta discusión define de manera nítida el punto de nuestra
controversia. El campo de las consideraciones filosóficas está ne
cesariamente restringido en el caso en que tres elementos, que no
coinciden siempre juntos, son llamados a concurrir; y por el contra
rio, este principio deviene un tema de observación indefinidamente
extenso al descansar únicamente sobre la consideración del elemento
anatómico. En el primer caso, el tema, sus formas y sus funciones,
son tres condiciones que no pueden encontrarse todas a la vez y
sólo se encuentran reunidas en los anímales de una misma ciase; en
el segundo caso, el elemento anatómico permanece comparable en
todas partes, aún cuando desaparece; pues quedan entonces, aún
para la observación, rastros indicativos de su desaparición.
Pero hay más, y es por esra última reflexión que voy a terminar:
la función misma, al abarcarla en su enunciado general, realmente
no falta: ella se encuentra entera en los casos que acabo de señalar.
Efixtivamente, ¿dónde afectan los hechos diferenciales? Es solamente
en regiones y partes cuyo conjunto se llama el órgano respiratorio,
partes aquí adecuadas al medio atmosférico, y allí al medio acuático.
Veamos la función: ¿cniles deben ser en definitiva el empleo y el
'f uso de este conjunto de partes? Producir la oxigenación de la sangre
venosa. Pero es a esto a lo que se aplican igualmente los dos tipos
de órgano respiratorio. Y en efecto, en un caso, el aire se precipita
j
en el fondo de una bolsa sanguínea; en ello consiste todo el aparato
113
Eríffmr Saii>t~HtIdÍTe
114
Principios de fiio so fia w oló^ea.
115
Segunda argumentación
del Señor Barón Cuvier
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)
117
Segunda argumentación
del Señor Barón Cuvier
(Sesión del 2 2 de marzo de 1830)
117
Etienne Geoffroy Ssint-Hihirt Pñttdfitos d ejü osofia saológica.
finalmente surgir; nos abstendremos de mezclar allí nuestras propias 2 “ Por el hecho de que la analogía reside únicamente en la iden
reflexiones, no pudtendo hacer otra cosa mejor que poner bajo los tidad de los elementos consatuyentes, y que dicha analogía no
ojos de nuestros lectores los elementos de este proceso^*. reconoce límites.
Estamos persuadidos por otra parte que comprenderán perfecta Sobre el primer punto, no insistiré mucho; en el fondo poco im-
mente la cuestión después de haber leído el siguiente Informe que ponaría que una doctrina fuese nues'a si fuera falsa: diré solamente
el señor Cuvier leyó en la sesión de hoy. que no conozco un solo anatomista, uno sólo que haya deKrminado
los órganos únicamente por sus fiinciones, menos aún por sus formas.
C O N SID ER A C IO N ES SO BRE EL H U ESO H IO ID ES. Gertarocnte nadie ha sido aún tan audaz para decir que una mano
de mujer no es una mano; e incluso, hace quince días, habría creído
«Nuestro sabio colega, en su último Informe, ha comenzado por que nadie osaría decir que una mano de mujer no cumple las mismas
convenir con una gran lealtad que por unidad de composición él no funciones que una mano de hombre; pero esas son aserciones que
entendió identidad de composición, sino solamente analogía, y que escapan en el calor de la dispura, y sobre las que un adversario de
su teoría debe llamarse más bien teoría de los análogos. Esto es, de buena fe debe tener la generosidad en no insistir.
hecho, un gran paso. Aquellas palabras equívocas, y que sólo servían Lo que es cierto es que el anatomista sobre el que se han dirigido
para embrollar las ideas de los iniciados, de unidad de composición, de los ataques, que se ve obligado a repeler finalmente con tanto desagra
unidad ele plan, desaparecerán de la historia natural, y aunque .sólo do, es uno de los que más ocasiones ha tenido de hacer ver que las
hubiese brindado ese servicio a la ciencia, creería no haber perdido funciones del mismo órgano cambian según las circunstancias en las
mi tiempo^L cuales está colocado; pero, lo repito, poco importan estas discusiones
Pero nuestro colega asegura sin embargo, aJ menos en lo que he de amor propio; lo que interesa a los amigos de verdad es saber si la
podido comprender, que su teoría de los análogos es algo particular; teoría, que su autor llama de los análogos, es universal com o él dice,
1 “ Por el hecho de que descuida las formas y las funciones para o si, como piensan otros naturalistas, existen analogías de todo tipo,
atarse solamente a tos materiales de los órganos; peto todas son limitadas, y cuáles son sus límites,
^Pero cómo discutir una cuestión cuando no se quieren situar
sus términos?
Al respecto yo había hecho demandas claras y positivas. ¡Usted
;^ Los argumentos que tienden a la condcdación de m ñ ideas son casi los
se apega a los elementos! Y bien, ¿entiende que existen siempre
únicos elementos del proceso que se hayan puesto bajo ios ojos de los lectores de
los D ebata, y eso era inevitable con el actual redaaor para la sen ió n científica.
los mismos elementos^, ¿entiende que esos elementos están siempre
No teniendo ni los estudios ni el discernimiento necesarios para emprender un en la misma disposición mutual', en fin, ¿qué enciende por vuestras
resumen, se ha limitado a llevar a los ímptenteros los informes que le habían analogías universaled^l
sido confiados: nos hemos nutrido de ellos según la exigencia de los l u ^ e s que
quedaron disponibles. G . S . H.
^ Yo no hice ni debí hacer ninguna concesión; me he limitado a declarar inexactas Analogías untvenales. No he escrito nada semejante: esos términos asodados
algunas liases y denas confusiones de ideas que me eran atribuidas. G . S. H. encierran im no-scntído,
118 119
Etienne Geoffroy Ssint-Hihirt Pñttdfitos d ejü osofia saológica.
finalmente surgir; nos abstendremos de mezclar allí nuestras propias 2 “ Por el hecho de que la analogía reside únicamente en la iden
reflexiones, no pudtendo hacer otra cosa mejor que poner bajo los tidad de los elementos consatuyentes, y que dicha analogía no
ojos de nuestros lectores los elementos de este proceso^*. reconoce límites.
Estamos persuadidos por otra parte que comprenderán perfecta Sobre el primer punto, no insistiré mucho; en el fondo poco im-
mente la cuestión después de haber leído el siguiente Informe que ponaría que una doctrina fuese nues'a si fuera falsa: diré solamente
el señor Cuvier leyó en la sesión de hoy. que no conozco un solo anatomista, uno sólo que haya deKrminado
los órganos únicamente por sus fiinciones, menos aún por sus formas.
C O N SID ER A C IO N ES SO BRE EL H U ESO H IO ID ES. Gertarocnte nadie ha sido aún tan audaz para decir que una mano
de mujer no es una mano; e incluso, hace quince días, habría creído
«Nuestro sabio colega, en su último Informe, ha comenzado por que nadie osaría decir que una mano de mujer no cumple las mismas
convenir con una gran lealtad que por unidad de composición él no funciones que una mano de hombre; pero esas son aserciones que
entendió identidad de composición, sino solamente analogía, y que escapan en el calor de la dispura, y sobre las que un adversario de
su teoría debe llamarse más bien teoría de los análogos. Esto es, de buena fe debe tener la generosidad en no insistir.
hecho, un gran paso. Aquellas palabras equívocas, y que sólo servían Lo que es cierto es que el anatomista sobre el que se han dirigido
para embrollar las ideas de los iniciados, de unidad de composición, de los ataques, que se ve obligado a repeler finalmente con tanto desagra
unidad ele plan, desaparecerán de la historia natural, y aunque .sólo do, es uno de los que más ocasiones ha tenido de hacer ver que las
hubiese brindado ese servicio a la ciencia, creería no haber perdido funciones del mismo órgano cambian según las circunstancias en las
mi tiempo^L cuales está colocado; pero, lo repito, poco importan estas discusiones
Pero nuestro colega asegura sin embargo, aJ menos en lo que he de amor propio; lo que interesa a los amigos de verdad es saber si la
podido comprender, que su teoría de los análogos es algo particular; teoría, que su autor llama de los análogos, es universal com o él dice,
1 “ Por el hecho de que descuida las formas y las funciones para o si, como piensan otros naturalistas, existen analogías de todo tipo,
atarse solamente a tos materiales de los órganos; peto todas son limitadas, y cuáles son sus límites,
^Pero cómo discutir una cuestión cuando no se quieren situar
sus términos?
Al respecto yo había hecho demandas claras y positivas. ¡Usted
;^ Los argumentos que tienden a la condcdación de m ñ ideas son casi los
se apega a los elementos! Y bien, ¿entiende que existen siempre
únicos elementos del proceso que se hayan puesto bajo ios ojos de los lectores de
los D ebata, y eso era inevitable con el actual redaaor para la sen ió n científica.
los mismos elementos^, ¿entiende que esos elementos están siempre
No teniendo ni los estudios ni el discernimiento necesarios para emprender un en la misma disposición mutual', en fin, ¿qué enciende por vuestras
resumen, se ha limitado a llevar a los ímptenteros los informes que le habían analogías universaled^l
sido confiados: nos hemos nutrido de ellos según la exigencia de los l u ^ e s que
quedaron disponibles. G . S . H.
^ Yo no hice ni debí hacer ninguna concesión; me he limitado a declarar inexactas Analogías untvenales. No he escrito nada semejante: esos términos asodados
algunas liases y denas confusiones de ideas que me eran atribuidas. G . S. H. encierran im no-scntído,
118 119
Etimne Geoffri^ Saint-fíiiairr
I I
ifenacuajo: sucede lo mismo con el renacuajo respecto del huevo del que provendrá,
y en hn con eí huevo mismo que se altera bajo lá influencia solar respecto del
hue^'o en su primera edad que no consiste más que en un liquido homogéneo y
trans paren re.
Estos hechos de desarrollos sucesivos por los cuales los anímales crecen en número
y en «implicación de panes, deben a un mismo principio de formación e! hecho de
repetirse indefinitiamente en la serie zoológica; estos son los hechos que nosotros
decimos analógicos, que decimos que se repiten de manera uniforme, que buscamos
'llevar hacia generalidades, a expresar en filosofia. Pero ciertamenre nadie ha tenido
en mente que si la medusa estuviera compuesta, suponem os, en tamo matérialcs,
de las veinticuatro letras del alfabeto, esas mismas veinticuatro letras Uegarian en el
momento justo, y se repetirían para componer la estructura de! elefante,
¡De qué suposiciones es pteciso que procuremos defendernos! G . S. H,
121
éL
£íientíf Geí^oy Sai»t-Hilair<
122
l^mcipios defilosofía zoológica.
«El cuerpo del hueso hioides de los monos varia mucho de forma,
lo que no implica nada para nuestra discusión; sus cuernos posterio
res permanecen más o menos conformados y dispuestos como en el
hombre; los anteriores son generalmente más largos, pero también de
una sola pieza, e incluso el ligaiiiento que los suspende al peñasco no
se osifica jamás en ninguna de sus partes, de manera que los monos
más viejos nunca tienen ni la apófisis estiloide, ni el hueso separado
que pasa por su reemplam en otros cuadrúpedos.
Esta es una primera diferencia, en verdad poco ¡mponante aún.
He aquí una más grande;
Ene) mono alouatta, cuyo cuerpo del hueso hioides está, como se
sabe, hinchado en forma de calabaza, no hay ni vestigio de cuernos
anteriores, ni ligamento estiloideo, ni nada que recuerde la apófisis
estiloide; el hueso hioides está fijado por otros medios. ¿Cómo es
124
Principios de fihsofiA zoológica.
los íiabja traído de Cayena para nuestro gabinete de Ja Facultad de las cien cías.
Yo me he servido de esas preparaciones para volver a ver y comprender (con esas
piezas bajo los ojos) los dibujos y la descripción que Camper había enviado a
BufFon; preciosos malcríales que sólo han sido grabados e impresos en 1789,
en Jos suplementos, volumen VTI. C in co Gguias ofreciendo las piezas, unas
vistas de frente, y las otras de perfil, no dejan nada que desear, y presentan una
déteripinación tal como se la debía esperar del gran talento de Camper, es decir,
perfectamente exacta. Todas las panes descritas y representadas son la.s mismas que
las del aparato hioideo en el hombre, con la diferencia aproximada de su volumen
respecdvD. 1 a*; visiones analógicas del sabio anatomista de Holanda estuvieron
plenamente justificadas. Él vio que las diferencias de los dos órganos análogos
consistían en el excesivo desarrollo de la pane media, llamada el cuerpo del hioide.
En el hom bre, esta pane media es hueca, y posee la forma de una cápsula más
ancha que alta: en el alouatta, la concavidad gana en profundidad, de forma que
la pieza es poco ancha y se extiende en cambio de manera considerable bajo la
lengua: es una larga bolsa ósea, o bien, com o lo índica el señor Cuvicr, una base
hinchada en forma de calabaza.
El señor Cuvier, en sus LeccioTies d e aTiatoinia com parada, describiendo este
hueso de la lengua del alouatta, confirma todas las invescijpcíones y visiones
del célebre Camper, En el capítulo sobre los huesos híoidcs de su obra, tomo
III, p. 2 3 0 , mi sabio colega sólo se ocupa del hioides de los alouanas «como
presentando una particularidad extremadamente notable en el hecho de que ese
punto sirve para explicar los alaridos que producen esos animales: el cuerpo es
com o insuflado para formar la caja ósea. Los grandes cuernos existen, etc,* Sin
embargo el señor Cuvier, dando un mayor curso al espíritu de invesiigaeión que
había guiado hasta allí a Camper, piensa en encontrar algunas partes que pueda
juzgar corréspondienres a los cuernos anteriores, ios cuales en efecto faltan. Doi
pequefias apófisis (¡Hf se elevan de cada iodo de la gran aberiura de la caja son sin
duda, según el señor Cuvier, d rudimento de esos cuernos, que sólo habrían sido
desconocidos porque están privados de uno de los caracteres de esos huesos, su
separación de la pieza media. Yo acabo de ver también esas apófisis. No puedo
tampoco dudar de la jusceza de la determinación dada en 1S05; tengo por motivos
otros caraaeies que son manifiestos: l» so n apófisis mucho más largas en el hioides
de las hembras, y 2 " dan atadura al ligamento y al músculo esiilo-hioídeos, que
llegan a la cara estiloidea del cráneo.
Habiendo citado ios trabajos de dos célebres zootomistas de ese tiempo, además
habiéndolos vuelto a ver y confirmado, ya no es necesario que insista sobre es^
126
Principios de fiio so fia zoológica.
deducción presentada mas arriba; ¿cómo rs que ¡a nnidad de com posicióny la analogía
se desm ienten tan rápido?
Se trata pues de vestigios de los cuernos anteriores. Se encuentran así tanto
el ligamento como el músculo que lo acompaña y que constituyen juntos esc
cordón que liga el aparato hioideo a los costados del cráneo. Debemos también
declarar inexacta esa otra deducción de la argumentación, la cual, más abajo (ver
pág. 132), se expresa como sigue: «Emendemos que el enorme tambor formado
por el hueso hioides del alouatta, sujetado por ligamentos y de una manera »~aci
inmóvil a la mandíbula inferior, no tenia necesidad de una atadura tan fuerte
ai cráneo.» No ignoramos que algunas piezas que formaji parte de la colección
anatómica del Jardín tic! rey han proporcionado un pretexto a este decir, pero
¡se han examinado con la suficiente atención los pretendidos ligamentos de los
que se ha argumentado? Se han visto preparaciones endurecidas, en tanto yo he
observado piezas enteras, móviles, perfécramente conservadas en líquido. De ios
hechos que tengo bajo los ojos, resulta una determinación rigurosa de las panes
que fijan el hioides a la mandíbula inferior. Afirmo que ellas no son ligamentosas;
aseguro que son músculos, y precisamente los músculos que la analogía estuvo
inspirada de ir a buscar en sus lugares acostumbrados: tal es el genÍD-hioid«j,
que Camper designó adelante, en sus dibujos publicados en los suplementos de
Btiffon, a través de las letras A. G. {Ver H istoria n atu ral^ n eraiy particular, sup.
7> pl. 2 7 , Ég. 1). Sobre los flancos están los miiohíoideos, Camper también hizo
representar perfectamente el músculo decisivo para la cuestión aquí agitada, a
saber: el esálü-hioídeo (ver a B, fig 3).
Todos estos hechos son presentados por el señor Cuvier de manera diferente:
de algunos estoy obligado a decir que son referidos de manera inexacta. Se vuelve
pues inúdl debatir una explicación que es su consecuencia. De otro modo, si
hubiera que ir a buscar en esta explicación todo lo que conlleva de valor y de
in clu s io n e s justas, sería el caso de teproducir las protestas que he presentado en
I Ja nota 34 situada más arriba, página 63. Si, sin dudas, no es filosófico explicar
la producción de un nuevo medio oigánico, a causa de nuevos hábitos, y para
^aosíácet nn destino especial. Y tenemos de esto una prueba perentoria en la esj>edc.
■Se ha dicho; es porque el hioides del aJoitatia se vuelve un instrumento pótem e pura
la vos:, que tenía necesidttdde otras atadum s.A cdaím osáeyctc^ M cesiss pretendidas
ataduras son un hecho inexacto.
Es en ese momento que la argumentación cree terminar con esto en los hioides
de los monos, a través de estas palabras; ¡la teoría de ¡os análogos no se escapará de
a llí tan fácilm ente! No puedo impedirme notar que ese momenro es escogido de
!2 7
ÉL
Eríenne Geofffoy Sahtt-H iiam
manera no feliz. N o hay ligamentos que aten, y tampoco era necesario que hubiese
ligamentos para atar el cueipo hioideo a la mandíbula infctioi.
Pero hasta el presente sólo hem os em pleado las observaciones y los
razonamientos tal com o la d oarin a aristotélica y los métodos perfeccionados de
los últimos anatomistas hubiesen podido sugerirlas; hagamos que la teoría de los
análogos que hasta el momento sólo ha figurado en esta nota como blanco de
ataques, inrervenga útilmente aqm para algo.
Las dos principales diferencias del hioides del alouacta, comparado al hioides del
hombre, sobre las cuales los trabajos de 1778 y de 1805 han insistido lo suficiente,
son: ] ^ el volumen muy considerable dcl cuerpo del aparato, y 2 “ la ausencia de
los cuernos anteriores, o al menos el hecho de su articulación por sinartrosis.
Sobre el primer punto, la respuesta es simple: el volumen de las partes sevuelvc
una circunstancia muy importante en cada especie tomada aparte, pues regula
su función procurando a los órganos todo lo que pueden adquirir de potencia;
pero esta es una consideración que los estudios filosóficos desatienden y deben
desatender.
Sobre el segundo punto, la teoría de los análogos no podría conformarse con
entera satisíácción de la nota, por otra parte juiciosa, simada en las Lecciones
de nneitomÍA cemparadü', no basta con adm itir com o un hecho cierto que la
articulación del pequeño cuerno establecida por diarirosis en el hombre, se
transforma en una articulación por sinartrosis, a causa de la soldadura de este
mismo cuerno al cuerpo medio. He aquí por qué. Es que el hombre mismo, en
relación a su órgano hioideo, no reúne las condiciones generales de la clase de
los mamíferos. Ahora bien, la teoría de los análogos no puede dejar de asignar las
causas de esta diferencia.
En el alouatta, en el mona araña e incluso también en esos monos del viejo
mundo, de cara repugnante, conocidos bajo el nombre de babuinos, la cadena
estiloidca sólo consiste en un ligamento, mientras que en los mamíferos que se
paran sobresus cuatro patas, ella está formada de tres huesillos en serie transversal.
Si la teoría falló en su previsión en cuanto a ese número de piezas, recurrió
a otra de sus reglas, a un resultado dísrinio y no menos eficaz para una segunda
previsión: admite que tina de las piezas habrá sido alimentada a expensas de su
vecina; esta regla conocida bajo el nombre de balance {entre e! volumen) de ios
órganos explica la hipertrofia de uno de los materiales, por la atrofia de uno o de
varios de los otros.
¿Quién habrá podido contribuir a! enorm e crecimiento dei cuerpo hiodeo!
"Ncceariaineme un sacrificio impuesto sobre las piezasveanas. Ahora bien, aquellas
128
Principios deJU asofia zoolágiea.
cuya posición llamn a soportar tocios los efectos del sacrifido son nccesarianjcnre
todos los huesillos que forman parre de las cadenas estiloideas: afectadas esas
cadenas de atrofia hasta el grado cero de las moléculas óseas, no queda más que
su periosto o tejido celular bajo la forma de un ligamento.
Así, lo que la teoría de los análogos no encuentra en número de parres, s^ ú n
I que yo no creo haber producido directamente nada más úril a la teoría de los
análogos que mi escrito particular sobreestá materia. Antes de rnis investigaciones,
se sostenía que la lengua de los pájaros era ósea, o al menos que intervenían de
manera súbita y extraordinaria huesillos pata proporcionarle un soporte cuyo
análogo no existía en los mamíferos, como el pecho cncucnira su soporte en la
columna vertebral. He abundado tanto en la nota precedente, y tengo tanto que
añadir a mis viejos escritos, debiendo extenderlos con la corrección de ciertos
errores, que me impongo el deber de detener aquí estas refiexiones. Pero es para
probar en un informe exprafrsio rodos los hechos y b s correcciones que acumulé
129
Erímne GtQffroy Saim-HUam
desde hace algunos años sobre estos primeros trabajos de mi juventud. Este infom ie
apareceiáen !a entrega que seguirá a la publicación de este opúsculo. G , S. H .
130
Principios fiiosojsa zooiápea.
Los reptiles no forman una dase natura}, sobre rodó del upo de la dase de
los pájaros. He deseado siempre explicarme al respecto, y me reservo de escribir
sobre este tema, el cual exigirá de muy importantes desarrollos. G . S. H . ,
131
E tienm G eoffioy Saint-H U airt
133
Eríenne Geaffhy Saint-Hikire
134
Pñncipw í de fU oiofia zoológica.
135
Sobre los huesos hioides
Primera réplica
a la última argumentación
(Sesión del 2 9 de marzo)
137
Sobre los huesos hioides
Primera réplica
a la última argumentación
(Sesión del 2 9 de marzo)
137
Etienrte G eaffit^ Sasnt-H iLtirí
138
Principios de jilosefia zaslógica.
I 139
E iierm t G taffrvy S airtt-tíikttK
140 141
E iierm t G taffrvy S airtt-tíikttK
140 141
Eríenne Geoffivy Saint-H ihiire
142
Prinápios dejih sü fid eesoió^ca.
143
Etim nf Geaffrvy Saínt-fíiíaire Príncipioí de fih sa jh zooldpea.
propone. Efectivaniente, cuando se recorren los niveles de las diversas íunciones. Le respondo igualmente por otro corolario de mi obra
familias, y al descender algunos grados de la escala, las diferencias de 1818, donde el hecho de esas relaciones de conexión es puesto
aumentan en intensidad, se olvida verificar si no han sobrevenido como un carácter principal; en toda ocasión, escribí, el hioides forma
cambios graves y proporcionales en tas condiciones primitivas del la armazón sólida de un tabique que separa elfondo de la boca de Id
hecho analógico. entrada del órgano respiratorio.
Por el contrario, la teoría de los análogos se prohíbe esa vaguedad, Y continuando por el reproche de la falta de proposición clara, de
previene toda confusión por su rigurosidad en el punto de partida. la carencia de regla general inteligible, la argumentación pretende
Si un aparato está compuesto de varios materiales, ella está satisfecha probar a través de los hechos,
sólo si conoce cada uno en su esencia,' refiriéndose a las diferencias, I Que el hueso hioides cambia en número de partes de un género
no pierde jamás de vista los hechos del punto de partida; se informa a otro-, yo he dicho, he establecido, había probado ya eso en otra
sobre si los materiales desaparecen por soldadura, porque habría ocasión. Cada clase, no comprendida la de los reptiles que es ar
fusión de una pieza con otra, o por una atrofia llevada a su último tificialmente formada, ve manifestarse en sí un número dado de
término. Pues la teoría de los análogos no prejuzga la conservación materiales, nueve, ocho y siete; si eso no ocurre siempre respeao
invariable de los materiales, sino que interviene para hacer su lista y de algunas familias, la excepción viene a confirmar la regla. Pues la
para regular su cuenta. Así, es luego de un estudio exprojésso de los causa perturbadora se muestra entonces con evidencia, y presenta
materiales que, resultado de las relaciones previamente esmdiadas, el motivo del aparente desorden.
ella reserva coda su aptitud a la consideración de las diferencias. 2® Que el hioides cambia de conexiones. He aquí lo que anuncia la
Aquello que evoca la argumentación no son ni estos principios ni argumentación; y ese terreno de batalla lo ocupo yo mismo para no
ninguno de los corolarios de mí trabajo exprofesso sobre los hioides; a^andonaiio: me explicaré más claramente en un momento.
pero ha concebido prejuicios que luego combare completamente a su 3° Que de cualquier manera (transcribo) que se entiendan los
antojo. Vuestra principal regla, me opone, sólo reconoce el número de términos vagos empleados hasta el presente de anahgia, de unidad de
Impartes. No obstante no hay nada de eso. Se juzgará de ello a través eompasición, de unidad de plan, no se lospuede aplicar de una manera
de los dos corolarios siguientes, de mí informe impreso en 1818: general al hioides.
1° ¿7 aparato hiodeo es en el fondo el mismo en todos los animales He respondido más arriba a esta aserción, y creo que he de
vertebrados. mostrado de manera suficiente que esta objeción, combinada
2 ° E l hioides, hablando generalmente, está compuesto de nueve pie' con el empleo de la palabra hioides, encierra un no sentido. En
zas en los peces, de ocho en los pájaros, y de siete en los mamifiros, no efecto, se niega la ¡dea de la generalidad de un aparato hioídeo,
comprendidos los huesos estiloides. siendo en el fondo el mismo para todos los animales vertebrados,
Sin embargo la argumentación añade que de algunas frases de precisamente en una disertación en la que se lo llama genérica
mis últimos informes, puede incluso concluir que me apoyo tam m ente de ese modo. Cualquier cosa que se diga de él, se trata
bién sobre el orden de las conexiones, pues esas fiases pronuncian de un órgano suigeneris, y ciertam ente, el hioides preexíste a las
claramente la exclusión de la consideración de la forma y de las focultades que le serán posteriorm ente reconocidas, a esa dispo-
144 145
Etim nf Geaffrvy Saínt-fíiíaire Príncipioí de fih sa jh zooldpea.
propone. Efectivaniente, cuando se recorren los niveles de las diversas íunciones. Le respondo igualmente por otro corolario de mi obra
familias, y al descender algunos grados de la escala, las diferencias de 1818, donde el hecho de esas relaciones de conexión es puesto
aumentan en intensidad, se olvida verificar si no han sobrevenido como un carácter principal; en toda ocasión, escribí, el hioides forma
cambios graves y proporcionales en tas condiciones primitivas del la armazón sólida de un tabique que separa elfondo de la boca de Id
hecho analógico. entrada del órgano respiratorio.
Por el contrario, la teoría de los análogos se prohíbe esa vaguedad, Y continuando por el reproche de la falta de proposición clara, de
previene toda confusión por su rigurosidad en el punto de partida. la carencia de regla general inteligible, la argumentación pretende
Si un aparato está compuesto de varios materiales, ella está satisfecha probar a través de los hechos,
sólo si conoce cada uno en su esencia,' refiriéndose a las diferencias, I Que el hueso hioides cambia en número de partes de un género
no pierde jamás de vista los hechos del punto de partida; se informa a otro-, yo he dicho, he establecido, había probado ya eso en otra
sobre si los materiales desaparecen por soldadura, porque habría ocasión. Cada clase, no comprendida la de los reptiles que es ar
fusión de una pieza con otra, o por una atrofia llevada a su último tificialmente formada, ve manifestarse en sí un número dado de
término. Pues la teoría de los análogos no prejuzga la conservación materiales, nueve, ocho y siete; si eso no ocurre siempre respeao
invariable de los materiales, sino que interviene para hacer su lista y de algunas familias, la excepción viene a confirmar la regla. Pues la
para regular su cuenta. Así, es luego de un estudio exprojésso de los causa perturbadora se muestra entonces con evidencia, y presenta
materiales que, resultado de las relaciones previamente esmdiadas, el motivo del aparente desorden.
ella reserva coda su aptitud a la consideración de las diferencias. 2® Que el hioides cambia de conexiones. He aquí lo que anuncia la
Aquello que evoca la argumentación no son ni estos principios ni argumentación; y ese terreno de batalla lo ocupo yo mismo para no
ninguno de los corolarios de mí trabajo exprofesso sobre los hioides; a^andonaiio: me explicaré más claramente en un momento.
pero ha concebido prejuicios que luego combare completamente a su 3° Que de cualquier manera (transcribo) que se entiendan los
antojo. Vuestra principal regla, me opone, sólo reconoce el número de términos vagos empleados hasta el presente de anahgia, de unidad de
Impartes. No obstante no hay nada de eso. Se juzgará de ello a través eompasición, de unidad de plan, no se lospuede aplicar de una manera
de los dos corolarios siguientes, de mí informe impreso en 1818: general al hioides.
1° ¿7 aparato hiodeo es en el fondo el mismo en todos los animales He respondido más arriba a esta aserción, y creo que he de
vertebrados. mostrado de manera suficiente que esta objeción, combinada
2 ° E l hioides, hablando generalmente, está compuesto de nueve pie' con el empleo de la palabra hioides, encierra un no sentido. En
zas en los peces, de ocho en los pájaros, y de siete en los mamifiros, no efecto, se niega la ¡dea de la generalidad de un aparato hioídeo,
comprendidos los huesos estiloides. siendo en el fondo el mismo para todos los animales vertebrados,
Sin embargo la argumentación añade que de algunas frases de precisamente en una disertación en la que se lo llama genérica
mis últimos informes, puede incluso concluir que me apoyo tam m ente de ese modo. Cualquier cosa que se diga de él, se trata
bién sobre el orden de las conexiones, pues esas fiases pronuncian de un órgano suigeneris, y ciertam ente, el hioides preexíste a las
claramente la exclusión de la consideración de la forma y de las focultades que le serán posteriorm ente reconocidas, a esa dispo-
144 145
Btienne G eoffroy Ssint-H ilaire
sición de las partes de las que querría hacer el único tem a de las
consideraciones a aplicarle.
4'* p£?r último, que hay animales, una m ultitud de animales que no
tienen la menor apariencia de hueso hioides, que en consecuencia no
hay siquiera analogía en su existencia.
No puedo creer que esta objeción esté escrita para mí, para los
sabios versados en los estudios zootómicos. Hace falta que llegue
la hora, la edad conveniente para que en un embrión cualquiera,
de hombre, de mamífero, de pájaro, etc., el hioides aparezca; antes
él no es compatible con el grado de organización de esa etapa. Del
mismo modo, en los anímales que pertenecen a ese mismo grado
de los desarrollos orgánicos no hay, no puede haber bioides; <Qué
hay de asombroso en esto?
¿Llegaré a añadir algunas reflexiones sobre la formación de todos
los tejidos óseos? No me expondré al ridículo de parecer enseñar algo
sobre este punto teórico a mi sabio colega. Y en efecto, ¿a quién se
necesita convencer de que el hioides, tanto como las demás partes
óseas, ha pasado por el estado cartilaginoso antes de haber tomado
consistencia y carácter de hueso; que antes de eso, existía en el estado
fibroso, y que, más antiguamente aún, estaba representado por una
membrana aponeurótica?
Me hubiera negado a creer que se me hubiese presentado como
lina objeción y com o uiia proposición nueva el hecho de que los
materiales del hioides desaparecen, que no hay hioides en los ani
males del grado de desarrollo que caraaeríza a los órganos de la
vida embrionaria. ¿No escribí, también a propósito de los hioides,
que un órgano es destruido, enteramente desaparecido, antes que
transpuesto?
Ahora bien, la argumentación continúa: H e aniquilado, aniquilado
completamente los principios que se dan a la vez como nuevos y como
universales; no me queda otra cosa más que aplicar otros principios,
146
prin cipios d e JH osojia zooíógüa.
147
Etinim Garffiüy Sains-Hikirt
J
148
P tin cip iof dejU osefia zoológica.
149
Eríennf Gfefffiüy Satm-HilaÍK
^ El docto c Serres.
[
150
Prmcipwi defilosofía zooláfica.
Í51
& ien n f Geojjroy Satnt^Hilairt
1
y Lamarck, con la misma seguridad de espírim y de juicio, afirma
que hay en el mundo exterior causas de influencia y de excitación
suficientes para modificar en razón de sus acciones la organización
de los animales; suficientes para alterar sus formas, para hacer variar
sus funciones. Pero sin embargo estas proposiciones concebidas con
lina gran potencia de inteligencia y de porvenir, probadas hoy en
día universalmeate, habían sido sugeridas en su primera aparición
por demostraciones y fundadas sobre hechos cuya inexactitud ha
revelado la experiencia de los últimos años. Se dirá: ¿cómo serian
verdaderas estas proposiciones generales si luego los hechos son falsos,
de dónde habrían sido deducidas? Es que para esos hombres de genio
existía aún otra cosa más allá de los hechos observados. Tales eran,
en efeao, el derecho y lo propio de su superioridad de inteligencia
que ellos concebían como existiendo realmente lo que, en su fuerza
de concepción, habían estimado com o deber ser. Así es para estas
altas capacidades; ellos habían presentido, previsto, concluido que
los hechos fueran necesarios^'’.
152
P rincipios d e JO osofia zoológica.
153
I E tifnn r Gtffffivy Saínt^H ilaire
El señor Cuvier cuenta m ucho con el poder tic influencia de esta expresión,
y la opone a una tendencia de algunos cspi'rims, en su opinión enojosa. Así cuando
el 12 de octubre de ] 8 2 9 da a luz. ante !a Academia real de las ciencias, la historia
natura! de un nuevo tipo de parásito, hectocotylus octopedis [informe que fiic luego
impresoen los Anales de las dendas naturales, t. X V IIl, p, 149), no dejó de insistir
sobre el señalamiento de que otro en su lugar se habría apresurado, para explicar
esta novedad, a elaborar un sistema: esas fueron sus palabras, que la elevación de
la voz y la indicadón de una mirada llevaron de mi lado: Nosotros, que desde hace
mucho tiem po hacemos profesión d e atenem os a ¡a exposición d e los hechos positivos,
nos lim itarem os a describir.
Yo respondí a esta inslnuadón en la sesión siguiente, el 19 del mismo mes. Fue
en mi ssscúto sobre dos herm anos siameses, ligados p or el vientre desde su nacim iento.
Habiendo presentado en ese informe mis visiones sobré la ley de form adón de
los órganos, proseguí en estos términos:
«Ahora bien, esto no es un vano producto de !a imaginación, sino un punto
consumado deiios destinos y de los debetes científicos, uno de esos corolarios a los
que llaman las necesidades de la época, que llegan en su momento, alumbrados
como están por los progresos del espíritu humano; para que no se me maleniienda
sobre el sentido de estas palabras, añadiremos que luego del establecimiento de los
hechos positim si es preciso que advengan sus consecuendas científicas; así como
lu ^ o de la culminación de la calla de piedras es preciso que llegue su utilizauón.
De otro modo, ¿qué fruto extraer de estos materiales? Verdadera decepción si ellos
son inútiles, si no se los reúne y se los utiliza en un edifido.
La vida délas dcncias posee sus períodos com o la vida humana; ellas se artasttao
ai principio en una pesada infancia, brillan ahora en los días de su juventud; ¿quién
quisiera prohibirles los de la virilidad? La anatomía fue durante mucho tiempo
descriptiva y particular: nada la detendrá en su tendencia a devenir general y
154
Principios dejilosofia zooU^ca.
filosófica,!' Ver Repone a ¡a A cadem ia, etc. Este reporte está impreso en el M onitor
del 2 9 de octubre de 1829-
155
Etienne G eqffrty Saittí^H ilain
156
Primer resumen
de las doctrinas relativas a la
semejanza filosófica de los seres,
por los redactores del Tiempo^^
(número del 5 de marzo de 1830)
158
Principios d efih sofia zoolé^ca.
159
Erícntie Geoffivy Saint-Hilaire
J60
Principios 4e filo so fía zoológica.
161
Etienne Gecffroy Saint^HiíáiTe
L
Principios de filo so fía zoológica.
163
Etíenrte Geoffny Sa¡m-Hi¡aÍTe
164
Principios de jHosofla zonJogica.
165
& tm nt G fo^hy Saint-Hilaire
exam inar en este instante. Pero, bueno o m alo, el cam ino que
ha seguido le pertenece de m anera esencial.
El señor Cuvier no creyó tener que responder al informe del se
ñor Geoífioy Saint-Hilaíre; se limitó a hacer notar que todo lo que
acababa de decir su sabio colega [x>dría ser cierto, sin que se pudiese
concluir nada sobre lo que él había adelantado en la última sesión
en relación a la imposibilidad de reducir la organización de ciertos
seres de las clases inferiores, en particular la de la sepia, al plan que
parece común a todos los vertebrados. «El señor GeofFroy», añadió,
«anuncia que abordará más tarde esta cuesrión: nosotros podremos
entonces discutirla».
Nos parece que el señor Geoflfroy debió por su lado hacer notar
que él había establecido de una manera indiscutible todo lo que se
había propuesto probar por el momento; a saber: que el principio
de la unidad de composición orgánica, tal como lo entiende, difiere
esencialmente de lo que hasta aquí se había adoptado sobre las ana
logías que existen entre los seres organizados, y que había llegado a
esas nuevas ideas siguiendo una marcha que le es propia.
El honorable académico anuncia que atacará el fondo de la
cuestión. Nosotros continuaremos teniendo al corriente a nuestros
lectores de las discusiones a las que podrán dar lugar estos informes
subsiguientes.
166
Segundo resumen
de las doctrinas relati\^ a la
semejanza filosófica de los seres,
por los redactores del Nacional
(número del 2 2 de marzo de 1830)
167
Et¡enríe Genffroy Saint-Hilaire
168
Piincipios eUfih so fia zoalúgica.
169
Etienne Geofffoy Saint-Hiiaire
170
P rincipios iiefiio sofiís zooU gica.
17¡
Elienne Geojfray Sáim~HiUñn
172
Principios de fiio so fia zooló^A ,
i 73
Etjf7¡m G fífffn y S m n t-fhiaire
174
'
J^ n cifio s d e filo sa fia zm lópcü..
175
r Eñennt Get^ffhy Saint-H ilaire
Esta reflexión hace alusión al siguiente pasaje: «Una verdad conscaitrc para
el hombre que ha observado un gran número dé las producciones del planeta
es qué existe entre todas sus panes una gran armonía, y relaciones necesarias, es
que parece que la naturaleza se ha encerrado en cienos límites, y no ha formado
todos ios seres vivientes más que sobre un plan único, esencialmente el mismo en
su principio, pero que ha variado de mil maneras en todas sus partes accesorias.
Si consideramos en particular una clase de animales, es sobre todo allí que su
plan nos parecerá evidente: hallaremos que las formas diversas bajo las cuales ella
se ha deleimdo en hacer existir cada especie derivan todas unas de otras: U hasta
cam biar alpin as d élas proporcitmes de los órganos, para volverlos apropiados a nueivtí
funcítmes, y p ara extender o lim itar sus usos.
La cavidad dei alouatta, que da a ese mono una voz estridente, y que es
perceptible por delante de su cogote por una protuberancia de un grosor muy
extraordinario, no es más que una hinchazón de la base del h roí des; la bolsa de
los didelfos, un repliegue de su piel que posee mucha profundidad; la trompa del
eleíántc, un prolon^uniento excesivo de sus fosas nasales, el cuerno del rinoceronte,
una masa considerable de pelos que se adhieren entre ellos, etc., etc.
Así todas las formas, en cada clase, por variadas que sean, resultan en d fondo
de órganos comunes a todos: la Naturaleza se niega a emplear nuevos. Así, todas
las diferencias, aún las más esenciales, que distinguen a cada familia de una misma
dase, provienen solamente de otra disposición, de otra complicación, en fin de
una modificación de esos mismos órganos.» Ver «Dissettatíon sur le Makis», en
el M agazin encyclopédiepu, romo V il, p. 20,
177
Etiennt G eoffrcy Saint-H ilaire
178
Etiennt G eoffrcy Saint-H ilaire
178