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Sinopsis y resumen de Sobre la naturaleza de los dioses

Cicerón escribió buena parte de su producción filosófica entre los años 45 y 44. Apartado
de la lucha política y sumido en la depresión que le causó la muerte de su hija, buscó el
antídoto, como él mismo afirma, en la filosofía. Sobre la naturaleza de los dioses pertenece
a este período en el que un hombre de acción ?casi, y sin saberlo, al final de su vida? busca
refugio en el pensamiento filosófico. Esta obra conserva hoy en día su actualidad en tanto
que fuente de estudio de la teología de la Antigüedad. A través de tres personajes, y
siguiendo la clásica estructura dialógica de la Academia, Cicerón da cuenta
comparativamente de los sistemas teológicos defendidos por los epicúreos ?encarnados en
las posiciones que defiende el personaje Veleyo? y por los estoicos ?cuyas tesis sostiene el
personaje Balbo?, y muestra sus propias tesis neoacadémicas ?en el tratado, defendidas por
Cotta.

- Al comienzo de su De Natura Deorum, Cicerón nos dice de sí mismo que empezó a


interesarse de la filosofía desde su juventud y que en sus discursos públicos y en su
actuación como ciudadano uso de los preceptos que enseñan la razón y la teoría (I,3.7);
siendo a causa del advenimiento de una forma autocrática de gobierno y del peligro para la
República que consideró su deber adoptar tardíamente la función de explicar la filosofía a
sus compatriotas (I,4.7) a través de sus escritos, vertiendo en latín lo aprendido de los
griegos (I,4.8). Para ello nada piensa mejor que la exposición de los diversos métodos o
doctrinas, considerando que una de las características de la filosofía es que sus elementos se
entrelacen entre sí formando un sistema (I,4.9). Desecha dar a conocer su opinión personal
dado que en la discusión no hay que tener en cuenta el peso de la autoridad, que estorba el
aprender, sino la fuerza de la argumentación y de la razón (I,5.10). Afirma a continuación
que cuando los hombres mueren sus doctrinas no mueren con ellos, y como prueba nos
remite a un método filosófico bien conocido en su época, la dialéctica puramente negativa y
que rehusa pronunciar ningún juicio positivo, método que afirma, nació con Sócrates, pero
que fue continuado por Arcesilao y Carnéades hasta llegar a su tiempo. Si bien lo que él
pretende es dominar todos los sistemas filosóficos para hallar la verdad al contrastarlos
(I,5.11), motivo de que se le haya denominado ecléctico. Se separa del escepticismo y
declara abiertamente que considera que lo probable, a falta de lo verdadero, es suficiente
para guiar al sabio (I,5.12). Cicerón se reunía con personajes versados en distintos sistemas
filosóficos que discutían entre sí, como ejemplifica al mencionar su asistencia a una reunión
en la que su amigo Cayo Cotta (académico), debatía con el senador Cayo Velleio (epicúreo)
y con Quinto Lucilio Balbo (estoíco); ante lo cual nuestro filósofo echaba de menos a un
representante peripatético, como pudiera ser Marco Pisón (I,6.15-16). Muestra de que en su
investigación sobre la naturaleza de los dioses se propone manejar y confrontar tan diversos
sistemas de pensamiento, personalizándolos en boca de sus amigos. Pero antes de pasar al
comienzo de la investigación intersistemática de Cicerón es de resaltar sobre la misma, algo
de caracter general: las enormes discrepancias que existen respecto a la cuestión planteada.
No pueden ser verdaderas las religiones que discrepan entre sí. Con sólo aceptar el
principio de no contradicción y lo que los propios creyentes afirman de sus doctrinas,
vemos que ni entre ellos pueden aceptarse, pues procuran regir con lógica sus
imaginaciones, ni nosotros podemos aceptarlos, puesto que empleamos la lógica,
precisamente, para precavernos contra las fantasías y atender a la realidad. Por eso dice
Cicerón respecto a la naturaleza de los dioses: “No hay, de hecho, ninguna cuestión sobre la
cual exista una divergencia tan enorme de opiniones, no solamente entre las personas
ineducadas sino también entre los hombres instruidos; y las opiniones planteadas son tan
diversas y tan discrepantes entre sí que, si bien existe sin duda la alternativa posible de que
ninguna de ellas sea verdadera, es ciertamente imposible que sea verdadera más de una”
(I,2.5). Y añade: “Sin duda una tan gran diversidad y discrepancia entre los hombres más
doctos fuerza incluso a los que creen estar en un conocimiento cierto a dudar” (I,6.14).
Podemos glosar lo antedicho clarificándolo con un silogismo de contenido actual: Las tres
grandes religiones monoteístas del planeta (judaísmo, cristianismo e islamismo) dicen que
hay una sola y única verdad, afirmando cada una de ellas poseerla, y puesto que discrepan,
hemos de concluir, que la mayor parte de los creyentes del planeta han de estar
necesariamente equivocados, si es que no todos. Como ejemplo de que judíos, cristianos e
islámicos discrepan en puntos inconciliables que hacen inviable el ecumenismo, baste
mencionar, a modo de ejemplo, que Jesús de Nazaret es un impostor para los primeros, es
decir, un falso pretendiente a Mesías, mientras que para los segundos es el Cristo, Hijo de
Dios y Mesías, siendo para los terceros un profeta más entre muchos otros. La lógica
impide aceptar que los tres tengan razón y como mínimo dos de ellos tienen que estar
equivocados, aunque también es probable que todos ellos yerren y que el tal Jesús no fuese
más que un hombre. Establecido el principio de la imposibilidad de que tanto las diversas
opiniones, como las diversas respuestas sistemáticas sobre el problema, que trata Cicerón,
sean todas ellas verdaderas, comienza exponiendo y examinando las ideas epicúreas sobre
el asunto. Tras ridiculizar el mito platónico de la divinidad aquitecto del Timeo platónico o
la providencia estoica (comparables también al Dios creador de los dos relatos del Génesis
bíblico), como algunas de tantas ficciones sin fundamento, más propias de hombres que
sueñan que de filósofos que razonan (Libro I,8.18), se plantea la imposibilidad de que tanto
lo engendrado como lo que ha tenido un principio, sea eterno (Libro I,8.20); mostrándose
además la discrepancia entre el demiurgo platónico que hiciera el mundo eterno y la
providencia estoica que lo hacía perecedero. Añade a continuación la arbitrariedad de
considerar un ordenador en un momento puntual en el tiempo (I,9.21), la imposibilidad de
considerar una divinidad perfecta que se ocupase de los humanos imperfectos (I,9.23) o la
estupidez de pensarla dotada de forma esférica, o de cualquier otra, y además con
cualidades como la felicidad y la inmortalidad (I,10.24).

- Marco Tulio Cicerón escribió hacia el final de su vida, entre el 45 y el 44 a.C., una docena larga
de tratados de contenido filosófico. Con esta actividad, que le procuró alivio en una época de gran
angustia personal, realizó un propósito albergado durante largo tiempo: crear un corpus filosófico
extenso en latín dotado de calidad literaria, según su ideal de combinar sapientia y eloquentia, pues
creía que la pragmática sociedad romana necesitaba pulir un tanto su espíritu con cierta dosis de
reflexión sistemática. La tarea era ardua, puesto que el latín carecía de una tradición literaria
filosófica y era todavía rudo para la expresión de contenidos abstractos.
Sobre la naturaleza de los dioses (De natura deorum) forma parte de este grupo de tratados (como
Disputaciones tusculanas y Sobre la adivinación, también publicadas en Biblioteca Clásica Gredos).
Junto con esta última y con De fato forma la llamada "teología" de Cicerón. En ella compone el
autor una pequeña enciclopedia del pensamiento filosófico y religioso de la Antigüedad, pero no
con la asepsia del mero anticuario, sino como estudioso vivamente interesado en la materia y en su
proyección social y política, en una época en que los romanos ya experimentaban desapego e
indiferencia hacia la religión tradicional que tanta fuerza había conferido al Estado. La obra se sitúa
en Roma hacia el 76 a.C. y consiste en la sucesión de cuatro monólogos extensos –de un epicúreo,
un estoico y un académico escéptico, éste por dos veces–, donde se pasa revista, con cierto talante
polémico, a las diversas concepciones sobre lo divino y su relación con lo humano, desde la
perspectiva de las distintas escuelas filosóficas. Cicerón se pronuncia personalmente, al final de la
obra, a favor de las tesis estoicas sobre una providencia divina que rige el devenir, de un universo
identificado con la divinidad.

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