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La democratización del arte

Julieta Lomelí Balver

Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte posee la eternidad.


Únicamente el busto sobrevive a la ciudad.
(Théophile Gautier)

Es evidente que gran parte del arte ha servido de medio para lograr ciertas finalidades que van
más allá de la prístina actitud de l'art pour l'art. Gautier creía que el artista no tenía ningún compromiso
con la ética y que su única obligación era alcanzar la perfección estética. Sin embargo nuestra
consciencia histórica, nos demuestra lo contrario. El arte griego y romano alguna vez sirvió de vehículo
para alcanzar fines éticos y políticos. En cierto momento ayudó a instaurar una polis habitada por
ciudadanos virtuosos, e incluso heredaría representaciones para el futuro cristianismo. Por su parte el
arte medieval servía a fines eclesiásticos; las grandiosas catedrales góticas con todo y sus majestuosos
vitrales son prueba de ello. Posteriormente el arte en épocas modernas estaba al servicio del rey y la
burguesía. Y en la actualidad parte del arte contemporáneo está al servicio de la mercadotecnia,
responde a las tendencias, a la moda, y a todo lo que es suministrado por el poder de compra. De tal
modo que, bien podríamos imputar una arqueología de los designios utilitaristas a los que el arte ha
correspondido a lo largo de la historia, sin embargo, no es ésta la intención. Lo que interesará rastrear,
dentro de la arqueología estética de occidente, será lo que yo entenderé como “la democratización del
arte”.

A pesar del arribo de tiempos modernos y con ello del renacimiento, los artistas no lograban
su total autonomía, gran parte de ellos seguían dependiendo en su mayoría de las demandas del rey, la
Iglesia, la burguesía, decorando castillos, residencias campestres, capillas y algunas otras edificaciones
sublimes. Miguel Ángel, bajo la orden del Papa Julio II, pintaría la bóveda de la Capilla Sixtina.
Mientras que la vida de Leonardo Da Vinci sería una travesía entre Florencia, Milán y Roma, ofreciendo
su labor artística al servicio de César Borgia, y asistiendo en sus últimos días, la corte de Francisco I en
Francia. Sin duda alguna el renacimiento concedió al artista un lugar privilegiado dentro de la sociedad,
dejó de ser una ocupación artesanal para convertirse en una profesión aparte. Es en tal época cuando
nacen las academias de arte, donde se enseñaba a los jóvenes creadores el estudio de las obras maestras
del pasado y la tradición de la técnica clásica. Sin embargo, la ruptura del gremio artístico con la
aristocracia se daría paulatinamente, no sería una emancipación brusca.
Los temas clásicos pronto se vieron envueltos en el ocaso, los refritos no resultaban tan buenos
como las obras magnas del pasado. La aristocracia prefería comprar piezas de los grandes pintores y
escultores antiguos, antes que encargarlas a sus contemporáneos. Era necesario levar el ancla para
cambiar de rumbo. Es así como a finales del siglo XVII se forman los salones, reuniones anuales en las
que el artista se afanaría por sobresalir, el triunfo generalmente lo conseguirá la novedad, de tal modo
se iría olvidando la tradición para dar paso a la originalidad. Tras el nacimiento de los salones, el artista
acudirá a colores y temas estridentes para impresionar y atraer la atención del mayor público posible,
dejando de lado las demandas de la aristocracia y los clientes particulares. Es entonces cuando se insinúa
la casi total autonomía del artista y una sutil “democratización del arte”.

En el siglo XVIII nacerían los primeros museos, a finales de la misma centuria, el fenómeno
museístico se habría extendido por todo el mundo. En el siglo XIX existirían ya varios de estos recintos
públicos, conformados de las colecciones adquiridas a lo largo del tiempo por personajes de la
monarquía, del mundo eclesiástico, aristócrata, y burgués. En el siglo XX, y hasta la fecha, el arte ya no
es un lujo, o algo de acceso limitado a unos cuantos. El arte se desinhibe en sí mismo olvidando su
exclusividad y elitismo de épocas pasadas, para reivindicarse del modo más afortunado a la mayoría.
Al fin el arte se libera, pertenece y habita en el poder del pueblo, se masifica. Y es entonces cuando resulta
valido reconocer una verdadera “democratización del arte”.

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