Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Junio 2019
Con los primeros versos de una preciosa canción que hace muchos, muchos años
escribieron dos amigos míos seminaristas que se despedían, también yo os quiero
anunciar mi despedida de la misión de Gode.
En la partitura de mi vida, esa melodía única e irrepetible que el Buen Dios ha escrito
desde toda la eternidad para cada uno de nosotros, tenia escrito el inesperado
pentagrama de mi paso por la región somalí de Etiopía… Este gigantesco pedazo de
desierto donde he vivido en perpetuo enmudecido asombro, ante tanta bondad del Buen
Dios y de estas pobres gentes. A mí se me concedió la gracia inmerecida de llegar aquí
hace ya un puñado de años, el primero.
Nadie había llegado antes que yo a estas tierras tan sedientas de agua de lluvia y del
rocío refrescante del Espíritu. Llegué solo. Llegué enviado. Llegué solo con Jesucristo,
“a solas con su amistad…”, Él, mi amigo y compañero de mis soledades, de mis
andanzas y sucesos… La primera Santa Misa que se celebraba en esas tierras desde que
Jesús instituyó la santa Eucaristía la noche del jueves santo… ¡Dios mío, que honor, qué
privilegio! No me cabe duda que cuando pasen los años y el tiempo recubra de polvo
mis recuerdos, para siempre quedará en la memoria de mi corazón esas muchísimas
Misas celebradas en la soledad de mi capillita… bien recuerdo que, cuando llegaba el
momento de la paz y la liturgia eucarística y decía: “Daos fraternalmente la paz…”, yo
mismo me contestaba mirando por la pequeña ventana del oratorio: “La paz contigo
Etiopía, la paz contigo Somalia…”
En esta hora de “adioses” y despedidas desgarradoras por las amistadas forjadas, lo que
queda en mi corazón es una honda gratitud al Buen Dios, a su Bendita Madre, a la santa
Iglesia Católica y a tantos obispos, sacerdotes, religiosas y centenares de voluntarios
que han pasado por esta misión. Una gratitud abrumadora a todos los que de los cinco
continentes (¡literalmente!) nos han ayudado con sus oraciones, sacrificios y
generosísimos donativos.
Hace doce años la Iglesia solicitó del gobierno local un terreno para poder establecer su
presencia y desarrollar su misión de servicio, a esta porción de humanidad doliente de la
región somalí de Etiopía. Durante tres años, todos mis esfuerzos y desvelos misioneros
se concentraron en construir una pared, un muro gigantesco, interminable, de casi tres
kilómetros de longitud, para cercar y asegurar la propiedad del terreno en nombre de la
Iglesia.
Bien recuerdo todos esos días, de pie a pie de obra, con mi sombrero de paja, con una
botella de agua en una mano y mi viejo rosario, de cuentas desgastadas en la otra,
rodeado de toneladas de pedruscos de basalto, cemento, grava, arena… Soñando que un
día la Iglesia pudiese ofrecer a las gentes del entorno, los tesoros de su caridad
evangelizadora. Fueron días de sol agotador, implacable, inmisericorde, sol que todo los
abrasaba… y al llegar a casa con la última luz del crepúsculo, caía derrumbado en el
duro suelo de la capilla… Y le miraba a Él, en la certeza de que Él siempre me mira a
mí y le venía a decir, con mi torpe oración: “Aquí estoy Jesús, un día más derrotado por
la labor y la brega en estos mares de polvo y arena, pero no te preocupes por mí que,
CON TU GRACIA Y SOLO POR TU GRACIA, no daré jamás un paso atrás, ni para
tomar impulso, porque como dije tantas veces en aquellos cañaverales inolvidables de
la República Dominicana ‘este carro no tiene reversa’ [este coche no tiene marcha
atrás]…”
Mis amigos, mis hermanos, el mundo es enorme y ¡quedan aún tantas gentes que no
tienen lo que, en gran parte gracias a vosotros, tienen las gentes de Gode!! Me apropio
humildemente las palabras de Jesús a sus apóstoles: “Os conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, no vendrá a vosotros…” ¡otros misioneros, religiosas,
voluntarios…!
Muchos me habéis preguntado – con toda razón - qué va a ser de la misión después de
que yo haya salido de Gode. A este respecto quisiera aclarar que los envíos de
misioneros los hacen los obispos, no los mismos sacerdotes que son enviados. Un
obispo confía un territorio, una misión, a un sacerdote concreto; es por tanto
responsabilidad del obispo proveer de sacerdotes de recambio cuando un sacerdote
termina su tiempo en dicha misión. No es responsabilidad de un sacerdote buscar su
reemplazo, eso es responsabilidad y competencia exclusiva del obispo.
Gode, los sucesivos obispos del Vicariato Apostólico de Harar lo han repetido
constantemente. es una misión más de este Vicariato y por tanto merece el mismo
cuidado y las mismas atenciones que las demás misiones y parroquias a su cargo.
Este verano tendrá Gode la visita de más voluntarios además de un equipo que llega de
Nueva York, para llevar a cabo un campamento de verano. El equipo los conforman
frailes sacerdotes, religiosas y laicos. También regresará, esperamos en Dios, la
hermana que ya estaba allí.
Ahí quedan las escuelas que nos habéis ayudado a construir en Gode y en Kalafo, su
programa de TAMARA para mujeres enfermas de SIDA, tuberculosis… y sus hijos;
jardín de infancia, escuela para niños más mayores, con sus programas de alimentación,
los vehículos todoterreno, un autobús estupendo, almacenes, sistemas de luz eléctrica
que garantiza la energía 24 horas al día; nuestro impresionante sistema de purificación
de agua del río; nuestra huerta enorme con plátanos, papayas, sandías, calabazas…;
queda un convento para religiosas precioso, los enormes almacenes; un proyecto de
ganadería con cabras y ovejas de cuya carne nos hemos alimentado todos; quedan las
magníficas máquinas de coser industriales que nos habéis ayudado recientemente a
comprar; queda la casa Tabor, que construimos para traer a los moribundos a morir
entre nosotros con amor y dignidad.
Atrás quedan, por encima de todo, las vidas de tantas gentes – en su mayoría
musulmanes somalíes -, transfiguradas por la caridad cristiana, esas gentes irrelevantes,
inexistentes para los que se creen que son algo en este mundo. Decía el Papa Francisco
en estos días: “Miremos a los pobres directamente para dejar de fijarnos solamente en
nosotros mismos. Dios no habita en la grandeza de lo que hacemos, sino en la pequeñez
de los pobres que encontramos…” Cuánta sabiduría y cuánta verdad.
Si bien es verdad que, en el contacto con la Iglesia en Gode, las vidas de muchísimas
gentes se han transformado, no es menos verdad que el contacto con estas mismas
personas me han ayudado a mí a cambiar y a tantos otros que han venido a colaborar
conmigo.
Salgo de Gode con el hatillo al hombro, rumbo a una nueva misión. En los próximos
días marcho repleto del soplo del Espíritu, enyugado a Cristo mi Señor, cobijado en el
regazo de la santísima Virgen a Sudan del Sur, al sur del país, a escasos kilómetros de la
frontera con La República Democrática del Congo, a la Diócesis de Tambura-Yambio.
Por tanto, esta es la última “Carta desde el Desierto” que escribiré. Las nuevas cartas se
llamarán de otra manera…
A todos los que durante tantos años de misión en Gode han colaborado conmigo y
mientras se cierra esta etapa de mi vida sacerdotal y misionera, expreso mi más sincera
gratitud por todo cuanto me han ayudado; a la vez que expreso mi deseo de que nos
sigáis ayudando con vuestras oraciones, vuestros sacrificios y vuestros donativos
económicos.
Padre Christopher
Cantidad: _______________________€_