Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
ocio que consiste en visitar aquello que se ha vuelto banal” (La sociedad del espectáculo). O con
a la relación de intercambio (se emplea para esto la expresión industria turística), se ha vuelto
neutral y apologética” (Teoría estética). Por cierto que, como él mismo cuenta en sus memorias
(Panegírico), las ciudades favoritas de Debord fueron Sevilla y Florencia, objetos de deseo
preferentes del turismo de masas. Por cierto también que Adorno falleció durante unas
vacaciones en los Alpes suizos, otro clásico de la industria del viaje. Claro que también cabría
empezar con John Brinckerhoff Jackson: “Hay turistas odiosos, del mismo modo que hay
lugar ―que están en casa― hacia quienes son extranjeros sin un estatus reconocible” (La
necesidad de ruinas y otros ensayos). O, bien, con James Clifford: “Un guía del lugar [Palenque]
me cuenta que cada vez que una telenovela presenta un personaje arqueólogo, esperan una
afluencia de grupos turísticos mexicanos. Ahora acaba de terminar una titulada ‘Más allá de
la muerte’. Puede haber algo en lo que él dice, pero sus aires de entendido despiertan mi
desconfianza. Otra vez el turista como estúpido” (Itinerarios transculturales). Turista, turística,
turismo. El último término de esta familia léxica bascula en el núcleo de lo que quiero plantear
aquí, pues el turismo, fenómeno multidimensional, tanto abarca al turista como a la industria
vacaciones pagadas, impulsó el que hoy es un estandarte del capitalismo tardío. En su fase
pero cosifica la vivencia, marca coordenadas al deseo pero nunca logra capturarlo en su
nostalgia y, sin embargo, no domina del todo la memoria disruptiva. La industria turística
protege paisajes naturales que convierte en atracciones y, para que los visitantes puedan gozar
bastante al tanto de la escasa reputación que los turistas tenían a lo largo del mundo y que,
norteamericana, después de contar que había enseñado a sus estudiantes de Berkeley “cómo
ser turistas alertas y entusiastas”. Por su parte, Theodor W. Adorno, referente principal de la
Teoría Crítica, sostiene que lo bello natural convertido en ideología “deforma lo más íntimo
Pero es un hecho que los paisajes solo pueden ser profanados si a priori se les atribuyen
valores sagrados, lo que no es el caso de Jackson, fascinado por las carreteras como
sentido, y que, contra lo que dice Adorno, no todos los turistas sensibles a lo bello natural se
organizados.
continentes como Asia, África y América, donde una parte considerable de sus habitantes no
violencia, que, con el de los turistas, constituye otro de los grandes flujos humanos de la
globalización. Si estos últimos, como dice el sociólogo Zygmunt Bauman (La posmodernidad y
sus descontentos), “van de un sitio a otro porque el mundo les parece irresistiblemente
atractivo”, los primeros “van de un sitio a otro porque el mundo les parece
Turismo, los principales países receptores de turistas, Francia, Estados Unidos y España, son
dominio sexual. Es verdad que la política de visión de la industria turística presenta al mundo
como un descomunal panorama, legible al instante y sin malestares manifiestos, pero, cada
vez más, sus estragos generan protestas entre las poblaciones locales, aunque, de cuando en
banalización inherentes a la industria del viaje. Por lo demás, en su voracidad insaciable, esta
última ha encontrado nuevos nichos de mercado en lo que Hans Magnus Enzesberger llamó
como “zapatours”, viajes organizados por agencias mexicanas especializadas que ofrecen
hoy, como dice el teórico cultural Fredric Jameson (“La ciudad futura”), es “más fácil
imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”. A lomos de la fuerza ciega del
mundial vive en ciudades. Quizá, entonces, como dice el filósofo Boris Groys (“La ciudad
y turistización, sea la razón última del declive del impulso revolucionario, pues “cuando hoy
―por poco tiempo o para siempre―, para encontrar en ella lo que nos falta en la nuestra”.
Sea como fuere, lo cierto es que la industria turística debilita el pulso de las ciudades cuando
aquella expulsa de los núcleos históricos de estas a buena parte, cuando no la mayoría, de sus
pensador situacionista Guy Debord incide en ello en los pasajes elegiacos por Venecia de su
película In girum imus nocte et consumimur igni. Pero, como dice en una entrevista (Barcelona
turismo. No son los turistas los que destruyen nuestras ciudades; tal vez somos nosotros los
para evitar la completa subordinación de los valores culturales a la lógica del beneficio
económico, ahora que la economía ha llegado a un punto tal de imbricación con los sistemas
ha perdido sentido. A este respecto hay que recordar que uno de los brazos armados de la
la cultura Robert Hewison (The Heritage Industry), que provoca la anemia en los núcleos
antiguos de tantas ciudades y de muchos otros enclaves. Este proceso mediante el cual la
historia es sustituida por el patrimonio, y la vivencia local del tiempo colectivo es reemplazada
por enfoques del pasado hiperbólicos y nostálgicos para consumo de visitantes apresurados,
ya había sido analizado por el semiólogo Roland Barthes (Mitologías): “La selección de los
monumentos suprime la realidad de las tierras y la de los hombres, no testimonia nada del
presente, es decir histórico; por eso, el monumento se vuelve indescifrable, por lo tanto,
estúpido”. Por lo demás, cuando los lugares de atracción turística no son lo bastante
imponentes, pero, así mismo también, cuando lo son, los mecanismos de la industria del viaje
convierten con frecuencia los puntos de destino “en simulaciones” y los llenan de “centros
clave de la industria turística, que satura los viejos templos de las musas de multitudes con
cultural ―si es que no han sido siempre la misma―, el museo se convierte en manifestación
aunque hay ocasiones también ―la Fundación César Manrique de la isla canaria de Lanzarote
sola cara de este prisma altamente complejo que es el turismo, es necesario subrayar que la
identidad de las ciudades, y en general la de los territorios habitados, no es algo ajeno a los
avatares del tiempo. La identidad es una dimensión inventiva y móvil en la que, como dice el
antropólogo James Clifford (Dilemas de la cultura), “los individuos y los grupos improvisan
lenguajes extranjeros”. Así pues, cuando el espacio público no es transformado en una mera
burbuja para el consumo y cuando la vivencia de sus habitantes es hegemónica en los lugares,
líquido amniótico de la cultura. Un rito de los indios zuñi de Nuevo México proporciona una
cuenta de que los zuñi, una de las mayores tribus del grupo étnico pueblo, establecen en
cuatro los tipos de turistas que acostumbran a visitarlos: el texano, el hippy, el neoyorquino
o de la Costa Este y el tipo “salvad a las ballenas”. Los zuñi han incorporado a estas figuras
en sus danzas, incluso en las que ejecutan ante los turistas. Según esta taxonomía zuñi que
refiere Sweet, el tipo texano calza botas de vaquero y viaja en cadillac. El tipo hippy viste
camisetas desteñidas, intenta tomar parte en las danzas indias sin haber sido invitado y
pregunta insistentemente a los nativos por el mezcal, el peyote y cosas así. El turista de la
Costa Este, por su parte, es representado por un indio ataviado como una mujer con peluca,
tacones, abrigo de visón y bolso sin asas que hace carantoñas a los niños indios. Por último
el bailarín que interpreta al turista tipo “salvad a las ballenas” luce pantalones cortos, botas
de montaña y camiseta con mensaje, y además porta unos prismáticos tallados en madera
con los que finge que observa a los indios. Según relata Sweet, en estos bailes los zuñi
acostumbran a representar a todos estos tipos de turista decepcionados porque ellos (los
zuñi) no se ajustan al estereotipo de los indios que cazan búfalos y viven en tipis.
Debo decir que cito casi textualmente este informe de Sweet sobre las danzas zuñi
tal y como es mencionado a su vez en un libro, Lugares de encuentro vacíos, de Dean MacCannell,
antropólogo considerado por muchos como el más importante referente en la teoría social
en el ámbito del turismo. Abundan los estudios positivistas sobre este fenómeno, pero están
como ya he dicho, es, según diversos parámetros, la primera industria mundial. Con su libro
El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa, publicado en 1976, MacCannell puso de relieve
cómo el sujeto turista, hasta entonces menospreciado por casi todos los intelectuales que se
ocupan de los límites de la cultura ―con Siegfried Kracauer como gran excepción―,
Más leído por las gentes del arte ―como la historiadora del arte Lucy Lippard, quien
prologa su segunda edición―, que por los sociólogos y los antropólogos, El turista entiende
la “autenticidad”, constructo moderno que los modernos creen haber perdido con la
Más estrictamente disciplinar, el otro libro que predomina en las bibliografías sobre
la dimensión simbólica del turismo es La mirada del turista, de John Urry, aparecido en 1990.
El desaparecido sociólogo sostiene en esta obra que la principal motivación que mueve a los
despliega nuevas construcciones de la visión en este fenómeno, el turismo, que moviliza cada
turismo como hecho de la experiencia o de la consciencia, más que como sistema altamente
tecnificado ―con mutaciones notables tras la irrupción de las plataformas digitales, como
analiza Carlos Hernández Pezzi en Turismo: ¿Truco o trato?―, he dejado atrás la cuestión de la
industria turística y me cumple ahora hacerlo con el turista, que, como decía al principio, no
por converger con aquella es una realidad equivalente. Para ello, en las líneas que siguen,
quiero detenerme en esta cuestión: ¿Es, el turista, por definición, un perfecto idiota?
presenta a todos los turistas como seres carentes de gusto y de agencia ―no en la acepción
de empresa organizadora de viajes, claro está, sino de autonomía de juicio y acción―,
monitorizados por las fuerzas descomunales del mercado. Epítomes de una existencia
carente de horizonte de sentido, los turistas serían, pues, de entre todos los modernos, los
sujetos más contagiados por el nihilismo, al que Nietzsche, en una imagen que puede leerse
en clave turística, llamó “el más inquietante de los huéspedes” (La voluntad de poder).
Ernst Jünger, uno de los más grandes teorizadores del nihilismo ―recuerden su
ensayo Sobre la línea―, hace la siguiente anotación en uno de sus diarios: “Los caníbales de
vacaciones se convierten en coprófagos; es su época de ayuno” (Pasados los setenta IV, Diarios
1986-1990). Con todo, unos años antes, durante una estancia en Gran Canaria, el escritor
había señalado en otro apunte: “Hemos dedicado el día de hoy a la ‘excursión platanera’. La
guía ha sido una encantadora española que hacía unas observaciones precisas ―sobre
materna, sino también en inglés y en francés” (Pasados los setenta I, 1965-1970. Radiaciones).
Aunque es conocida la pasión de Jünger por las experiencias extremas ―desde la guerra a la
ingesta de LSD― no creo que quepa calificarle de coprófago solo porque se apuntara a un
predicado es insostenible. Pese a las fuerzas titánicas del capitalismo de consumo, la industria
de todos los turistas. Y el propio Jünger con el apunte de su “excursión platanera” ofrece
“¿Quién es el turista? ¿Quién es turista? Aunque hacer turismo sea una idea
seductora, ser turista resulta para muchos una perspectiva insoportable. Además, ¿quién de
mote. Es hiriente. Atenta contra la dignidad del viajero. El indígena la emplea con frecuencia
en este sentido, pero lo mismo hace el turista para referirse a sus semejantes”. En su libro El
idiota que viaja, el sociólogo, lingüista y etnólogo Jean-Didier Urbain describe muy bien esta
condición oscilante del turista, al que se imputan tanto todos los estragos de la industria
turística, que promueven en provecho propio también muchos nativos, como la irrupción
inoportuna de la Sociedad en la que el intitulado viajero quisiera que fuese una confrontación
Este tópico sobre el turista como idiota acostumbra a presentarlo también como
alguien que no puede refrenar su deseo de fotografiarse en los lugares que visita como prueba
de que estuvo en ellos. Pero unas sencillas búsquedas en Internet nos proporcionan fotos
turísticas de gentes en principio tan poco sospechosas de idiotez como, entre otros, Elias
Roma, Claude Lanzmann, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre en Egipto, Jorge Luis
Borges en México o Julia Kristeva en China, amén de una filmación de Martin Heidegger
Fernando Estévez González, lo que nos urge es “una nueva ontología que permita explicar
en su libro Souvenir, souvenir (editado por Pablo Estévez Hernández y José Díaz Cuyás y
prologado por Dean MacCannell). Permítanme que concluya con otra cita del mismo:
ubicuos y omnipresentes; tanto, que la ‘realidad’ se está convirtiendo en ese país extraño al
1
Véase al respecto mi ensayo icónico “Aquí estuve yo” en Revista de Occidente, nº 434-435, julio-agosto de
2017.