Sie sind auf Seite 1von 15

1

(algunas) Reflexiones en Torno al Derecho a no Auto Incriminarse como


parte del Debido Proceso en Materia Penal y su Relación con la Prueba
Ilícita

Ignacio Castillo Val


2

Antes que todo, y a modo de poder entender la expresión “debido proceso1”,


parece conveniente desglosar dicho concepto en los dos elementos que lo componen. Así
entonces, debemos entender por proceso, o “juicio”, aquel mecanismo constituido por la
actividad de las partes o interesados –que se puedan ver afectados por sus resultados- y
del tribunal en pos del juicio jurisdiccional2. Este mecanismo es, sin lugar a dudas, el más
perfecto y sofisticado instrumento para resolver los conflictos sociales, pues permite
evitar la autotutela dentro de una sociedad organizada. Sin embargo, el establecimiento
del proceso o juicio como método para resolver los conflictos sociales, y en especial los
derivados de conductas penalmente sancionadas, carecería de todo sentido y lógica -más
que un simple revestimiento de legitimidad- si no se incorporan condiciones
indispensables y esenciales que hagan de éste, un proceso “justo” o “debido”. Por lo
mismo, debemos entender como debido, o justo, aquel procedimiento que cumple con
múltiples y exigentes elementos que permiten considerar que la condena es legitima
porque es resultado de un enjuiciamiento que se desarrolló respetándolos
razonablemente.
Estas condiciones, a saber, las que permiten determinar que el proceso, y en
especial el proceso penal, cumple con los estándares mínimos necesarios para poder
considerarlo como “debido” o “justo”, se encuentran establecidas, por regla general, en
las constituciones. Sin embargo, lo cierto es que en el caso chileno, ante la exigua y
ambigua determinación de esas condiciones en nuestra constitución3, resulta fundamental
remitirnos a los tratados internacionales, en especial a Convención Americana de
Derechos Humanos y al Pacto de Derechos Civiles y Políticos4, a fin poder otorgar a los
individuos el más amplio abanico de garantías que los protejan frente al poder estatal,
cuya manifestación más clara se encuentra en la persecución penal llevada a cabo por un

1
Con todo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la Opinión Consultiva 9/1987 sobre Suspensión
de las Garantías en Estados de Excepción , ha definido el debido proceso como el “Conjunto de condiciones
que deben cumplirse para la adecuada defensa de aquellos cuyos derechos y obligaciones están bajo
consideración judicial”.
2
Carocca P. Alex, Nuevo Proceso Penal, ps 35
3
Constitución Política de la República de Chile, art. 19 n°3
4
Convención Americana de Derechos Humanos art. 8
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos art.14
3

juez, o como en el nuevo proceso penal chileno, por un órgano autónomo como es el
Ministerio Público.
Ahora bien, en virtud de estas condiciones mínimas que debe tener un proceso,
para considerarse “justo” o “debido”, la doctrina procesal penal a proscrito la posibilidad
de obligar a quien es señalado como imputado de un delito a declarar contra sí mismo, e
incluso más, a poder utilizar al imputado como órgano de prueba en materia procesal
penal. De no ser asi existiría un atentado insalvable a la presunción de inocencia, toda vez
que ella se extiende en la idea de que quien es imputado de haber cometido un delito no
ha de hacer nada para demostrar su inocencia, y es en cambio el órgano encargado de
llevar la persecución penal, con todo el poder del estado que tiene, quien debe soportar la
carga de la prueba, y demostrar la veracidad de su imputación.
Esta garantía a no declarar contra sí mismo (nemo tenetur se ipsum accusare) ha
tenido históricamente tres consecuencias para el imputado dentro del proceso penal, a
saber, la facultad del imputado de abstenerse de declarar, la voluntariedad de la
declaración del imputado y por ultimo, la libertad de decisión del imputado durante su
declaración que no puede ser coartada por ningún acto o situación de coacción, física, o
moral, por la promesa ilegitima de una ventaja o por el engaño, salvo que la coacción esté
prevista específicamente en una ley constitucionalmente valida (ej. Privación preventiva
de libertad)5. En ese sentido, toda declaración del imputado prestada vulnerando las
reglas recién señaladas no puede ser, ni a pretexto que sirva para conocer la “verdad” de
los hechos, utilizada para fundar una sentencia condenatoria por cuanto esa prueba no
podría sino considerarse como una prueba obtenida ilícitamente. Cosa distinta sucede si
tal declaración le favorece, puesto que en ese caso, por el sentido de la carga de la prueba,
el poder del órgano persecutor de la acción penal y la presunción de inocencia, parece de
toda lógica poder utilizarla a su favor. Esto último, no obstante parecer contradictorio, no
lo es, ya que es lógico que en un sistema procesal en donde las garantías son básicamente
un limite al poder punitivo del estado, estas se entiendan como un limite a éste, y no en
perjuicio del imputado.
Respecto a la garantía motivo del presente estudio, a saber, la garantía de no auto
incriminarse han existido dos discusiones históricas tendiente a establecer o a asegurar el

5
Maier Julio B.J. Derecho Procesal Penal, T I, ps. 666
4

funcionamiento efectivo de la misma, de modo de excluir, por prueba ilícita, toda


declaración que se obtengan en virtud de vulneración a la misma, y además, a establecer
situaciones en que sí sería posible admitirlas, a condición de que favorezcan al imputado.
La primera de dichas discusiones dice relación con un conflicto practico derivado
de las distintas posibilidades en que el imputado pueda prestar declaración, entre otros a
carabineros o al Ministerio Público, lo cual presenta el problema de establecer cuales han
de ser las exigencias para que se presten dichas declaraciones y el valor probatorio de
ellas en caso de que sean desfavorables para el imputado, e incluso más, verificar la
procedencia de las declaraciones en el desarrollo del juicio oral de los policías que
intervinieron en la misma a fin de declarar sobre ella.
Esta discusión, que en un principio parece bastante irrelevante, toda vez que la
mayoría de las legislaciones hace décadas han establecido valor de confesión solo a la
prestada ante autoridad judicial, deja de serlo en la medida que valoremos las confesiones
prestadas ante carabineros o el Ministerio Público como indicios o presunciones, por
cuanto ello no es más que darle una nueva vestidura a procedimientos oscuros y
desconfiables que al final igual tendrán un importante valor a la hora de fundamentar una
sentencia condenatoria6.
Por lo mismo, lo importante no es establecer dentro de un sistema formal de
prueba legal el valor probatorio de la confesión ante la policía o el Ministerio Público,
sino definir claramente los requisitos o condiciones mínimas que se requieren para su
realización sin las cuales dicha declaración ha de considerarse necesariamente ilícita. En
ese sentido resulta absolutamente clara la sentencia dictada por la Corte Suprema de
Argentina en el caso “Francomano Alberto Daniel s/inf. Ley 2.840; Recurso de Hecho”
donde citando el celebre caso norteamericano que dio origen al Miranda´s Warning,
señalo que la confesión del acusado ante funcionarios policiales, no verificada
posteriormente en el procedimiento por las vías que por él corresponde, carece de todo
valor probatorio, inclusive a titulo de indicio. Más aún, dos de los jueces que suscriben el
fallo, señalan la necesidad de la presencia del defensor del imputado en la declaración, o
bien, que en caso de que no haya estado el defensor, se pruebe fehacientemente la
voluntad libre del imputado de prestar dicha declaración.

6
Maier, op. cit. P. 667
5

En conclusión, lo que se trata es de establecer una diferencia clara entre lo que


constituye una actividad licita y productiva –la obtención de una declaración del
imputado prestada voluntariamente- y lo que constituye el terreno de lo absolutamente
prohibido e ilícito –obtener una declaración no voluntaria en cualquier sentido7. En base
a esa idea, creemos que existen dos posibles mecanismos para lograr esto, en un primer
lugar y preferentemente, la participación del abogado defensor en el acto de la
declaración, sin importar ante quien se realiza y permitiéndole que se pueda entrevistar
con su defendido previamente, y en segundo lugar, generar mecanismos transparentes y
claros, como filmaciones de las declaraciones controladas por empresas externas a la
policía que permitan asegurar que la declaración se dio con todos los presupuestos y
condiciones necesarios para estimarla como licita8.
El otro tema en discusión, referente al derecho a no declarar contra sí mismo y su
conexión con la prueba licita, dice relación con la prohibición del uso de ciertos medios
científicos y técnicos (psicofármacos, “sueros de la verdad”, hipnosis, “detector de
mentiras”) durante la declaración del imputado, por cuanto dichos medios tienden a
anular la voluntad del individuo, o al menos restringen claramente su libertad de decisión
sobre lo que se quiere declarar.
Parece importante, para lograr un correcto tratamiento de la discusión doctrinal,
efectuar una distinción previa respecto del tema motivo del análisis, toda vez que ello nos
permitirá un diagnostico más preciso del mismo y presentar ciertas hipótesis donde sí se
podría aceptar el uso de estos métodos dentro del proceso penal. En efecto, y como lo
sostiene Jiménez de Asúa, existen diversas situaciones en que estos métodos se pueden
aplicar y lo cierto es que cada una de ellas ha de ser considerada particularmente, puesto
que de lo contrario, se corre el riesgo de confundir las cuestiones.
En primer lugar encontramos el uso de estos métodos (psicofármacos, hipnosis,
etc.) empleados con fines terapéutico, de diagnóstico, anestésico, etc., por el facultativo
competente, en función de su profesión y que por cierto está plenamente justificado y su
uso es diario 9. Respecto de este uso, lo cierto es que no existen dudas de su legitimidad

7
Duce J. Mauricio y Riego R. Cristián, Nuevo Proceso Penal, ps. 111
8
ídem, ps. 112.
9
Jimenez de Asúa, Tratado de Derecho Penal, t. IV, ps. 711
6

toda vez que presentan un avance en sus respectivas áreas, vale decir, en el campo para
lo cual se usan.
Por el contrario, el uso de estos mecanismo, y en especial los de naturaleza
química, se torna más discutible cuando su empleo tiene como objetivo un fin de peritaje
medico. Esto es lo que la doctrina ha denomina el narcodiagnostico, que sirve
principalmente para determinar el estado físico o psíquico del imputado a la hora de
cometer el delito, o bien, su capacidad de ser sujeto de un procedimiento penal. La
discusión se torna interesante, toda vez que existen quienes señalan que dicho
tratamiento, en la medida que se le efectúa directamente al imputado, limitándole el
control sobre su conciencia sin su consentimiento, se transforma en un acto denigrante
para él, y que por lo mismo, solo debiera ser relevante en el procedimiento cuando le
favorezca. Para esta parte de la doctrina, cualquier mecanismo que vulnere el estado
consiente de una persona, y que contra su voluntad, lo someta a tratamientos que
pudieran serle desfavorables debe proscribirse completamente, pues pareciera ser
bastante difusa la línea entre demostrar por medio de estos mecanismos que la persona no
estaba demente al momento de cometer un delito y, lisa y llanamente, reconocer
participación en el mismo, en ambos casos se afectaría irremediablemente el derecho a la
defensa.
Sin embargo, creemos que no ha de confundirse el narcodiagnostico con el
narcoanálisis, puesto que mientras los dos importan el uso de medios que suprimen o
limitan la voluntad y la conciencia del imputado, el primero intenta establecer las
condiciones físicas o psíquicas de éste a fin de determinar sus condiciones o aptitudes
para ser sometido a proceso y, en cambio, el segundo busca determinar, mediante la
confesión, la responsabilidad en los hechos que se le imputa. Por lo anterior, creemos que
debiera aceptarse el narcodiagnostico en la medida que sea realizado por peritos
calificados y bajo la autorización del juez. Y puesto que sus resultados son un diagnostico
pericial, su incorporación al proceso debe estar sometida a las reglas periciales, es decir,
incorporadas por alguna parte, y bajo la posibilidad de ser rebatidas en un contraexamen,
o bien con la posibilidad de confrontar dicho peritaje con otro perito.
Respecto al nacodiagnostico queda todavía un último asunto que analizar, y dice
relación con determinar el valor judicial que ha de dársele, si se le da alguno, a la
7

confesión de responsabilidad de los hechos que pudiera dar el imputado durante el


tratamiento. Esto es, si ha de incorporarse dentro del juicio oral, por medio del perito, el
reconocimiento de responsabilidad en los hechos que hubiera dado el imputado mientras
se sometía al narcodiagnostico. Creemos que la respuesta sobre este punto debiera ser
unívoca y sin discusión, ya que encontrándose el imputado privado, o bien limitado de su
conciencia, su confesión no puede considerarse libre y espontanea y por lo mismo
admitirse dentro del proceso, además que dicha situación atentaría contra la garantía de
no auto incriminarse. En conclusión, si durante la investigación el perito toma
conocimiento por parte del imputado acerca de su participación en los hechos motivos de
la investigación, debe prohibírsele determinantemente incluir dicha información en su
informe, e igualmente, hacer mención a ella durante su declaración en el desarrollo del
juicio oral10.
Lo anterior es sin perjuicio de que durante el desarrollo del examen pericial el
imputado haya manifestado o reiterado su inocencia en los hecho que se le imputan, por
cuanto creemos que esa situación, al serle favorable al imputado, debe incorporarse por el
perito al proceso en la forma establecida para el tratamiento de los ellos. Esto último se
entiende como manifestación de la idea de que las garantías, y los principios de
protección del imputado, han de ser medios para garantizar, o bien proteger al imputado
del poder punitivo, y no en cambio, limites inherentes y anteriores al proceso que se
aplicarían indistintamente al órgano de persecución penal y al imputado.
El tercer y último caso referente a estos medios científico y técnicos resulta del
empleo judicial o policial de estos mecanismos con un fin de investigación que tienda a
conseguir una declaración o una confesión. Ahí existen absolutas discrepancias respecto
del uso de éstos.
Son pocos los que han aceptado el uso indiscriminado de estos mecanismos
supresores o limitadores de la voluntad y de la conciencia como medios lícitos para
obtener una declaración, destacándose entre ellos el alemán Guillermo Sauer, para quien

10
Lo mismo sucede, claramente, cuando el perito esta realizando un informe de facultades mentales para
determinar la posible inimputabilidad del sujeto (como eximente o atenuante de su responsabilidad penal).
Además de ser francamente cuestionable desde el punto de vista del secreto profesional, esas conductas son
diametralmente opuestas a la lógica del nuevo proceso, pues buscan obtener información condenatoria
vulnerando (diríamos psicológicamente forzada) la posibilidad del imputado de no autoincriminarse. O sea, el
8

el proceso penal era el enfrentamiento de dos bienes, la verdad y la libertad del individuo.
Ante dicha colisión, él prefería la merma del segundo, por ser absolutamente necesario
para el equilibrio del primero, siempre que no se cayera en el total sacrificio de la libertad
individual porque ahí se rompía nuevamente el preciado equilibrio.
De otra parte están aquellos, entre los que se cuentan Jiménez de Asúa y Raúl
Poviña, para quienes el uso de estos mecanismos, incluso en el hipotético caso de ser
métodos eficaces y certeros, debiera ser absolutamente prohibidos y bajo toda
circunstancia, por cuanto obtener información del imputado de esta forma importaría
tratar al imputado como objeto del proceso y no como un sujeto del mismo 11. En el
mismo sentido se señala por esta parte de la doctrina que el consentimiento no aparece
como relevante en esta materia, toda vez que el imputado, si pretende confesar, puede
hacerlo en forma normal y sin ayuda de los narcóticos. En cambio, si su intención es
utilizar estos métodos como apoyo para reafirmar su inocencia, una vez que todas las
pruebas y las presunciones apuntan en su contra, nada hace pensar que ello afecte la
decisión del juez, simplemente porque nada indica, según ellos, que el juez o los jueces
vayan a creerle más a la declaración bajo estado de inconsciencia o coaccionada que a la
declaración en estado normal. En este sentido Kranz señala que “Difícilmente seria
concebible en enjuiciamiento criminal que las declaraciones de un sujeto con el cerebro
alterado o las de un embriagado, fueran valoradas, como concluyentes y de
responsabilidad”. Algo más matizada es la postura de Binder respecto al tema, pues
señala que si bien la aplicación de estos métodos ante un imputado que los consiente libre
y consentidamente no se asemeja en modo alguno a la tortura, pareciera inconveniente la
aplicación general de éstos porque pueden degenerar rápidamente en un abuso
absolutamente peligroso y perjudicial para el imputado12.
En conclusión, como dice Jiménez de Asúa, la idea es proscribir rotundamente el
narcoanálisis13 como medio de investigación judicial, tendiente a conseguir una
declaración o una confesión; es decir, como método de descubrir a los delincuentes14.

sujeto se somete al examen psicológico para poder determinar si es o no imputable, y el perito más que eso
intenta obtener información condenatoria que sea de utilidad del aparato persecutor.
11
idém, ps. 712
12
Binder Alberto, Introducción al Derecho Procesal Penal, ps. 193
13
no obstante que él se refiere al narcoanálisis su criterio es extenso al resto de los mecanismos estudiados
14
Jimenez de Asúa, Tratado de Derecho Penal, t. IV, ps 715
9

En último término nos encontramos aquellos que creemos, como Maier, que la
voluntad del imputado, salvo prohibiciones absolutas como la tortura y otros medios de
coerción tradicional, juega un rol preponderante en estos mecanismos como medios de
prueba, más aún si se piensa que lo que el imputado arriesga en el proceso penal no es
otra cosa que su propia libertad. Por lo anterior, creemos que la utilización de
mecanismos científicos o técnicos, que además son de uso frecuente en otras áreas
sociales y por lo mismos legítimos, seria plenamente aceptable bajo la autorización del
imputado, sí, y solo sí, es él quien determina su uso como medio para reafirmar su
inocencia, o simplemente, para lograr una mayor convicción en quien ha de juzgarlo. Eso
en nada afectaría su dignidad como persona, ni menos aún, lo transformaría en un objeto
del juicio, sino por el contrario, le reafirmaría su condición de sujeto ya que en cualquiera
de sus estados psíquicos, consiente e inconsciente, intentaría reafirmar su inocencia o su
distinta participación en los hechos por los cuales se le acusa. El tema no es menor, toda
vez que si creemos que el imputado tiene el legitimo derecho a defenderse, como el
Ministerio Publico a acusarlo y como el juez a sentenciarlo 15, ha de concebírsele a él, y
solamente a él, la posibilidad de demostrar su inocencia por los medios que estime
conveniente. No hacerlo constituiría una vulneración seria al derecho defensa y sería
además una inconsistencia del sistema, ya que los derechos y garantías son siempre
establecidos para proteger al imputado y no para perjudicarlo.
A la opinión dominante, que como señalamos, es contraria al uso de estos
mecanismos científicos y técnicos en la declaración del imputado, nos parece que es
posible hacerles, al menos, tres criticas.
Por una parte, la prohibición absoluta de la aplicación de estos mecanismos en la
declaración del imputado no hace más que oprimir absolutamente la voluntad, el
consentimiento de éste, por cuanto se le prohibe, prima faccie, la posibilidad de
determinar libremente y en sentido amplio su defensa. De alguna manera eso importaría
tratarlo como un objeto y no como un sujeto del proceso, lo que se explica basicamente
porque si entendemos que el imputado es sujeto de la investigación y que por lo tanto
puede hacer uso de todos los medios de prueba que estime pertinentes, amparado por un
conjunto de garantías y principios que tienden a otorgarle una esfera de resguardo ante el

15
Maier Julio B.J. Derecho Procesal Penal, T I, ps. 564
10

poder punitivo estatal, no parece sino un oculto resabio del viejo sistema inquisitivo
pretender, a pretexto de proteger la integridad del imputado, prohibirle medios de prueba
que pueden resultar fundamentales para su defensa y que incluso más, pueden demostrar
su inocencia.
Por otra parte existe, según Maier, una diferencia cultural notable entre estos
mecanismos científicos y técnicos, que son utilizados diariamente con el consentimiento
de las personas, pacientes etc., y otros medios como la tortura, que no tienen uso social
alguno, y donde la libre voluntad de la persona es ciertamente cuestionable.
Por último, incluso en el hipotético caso de que permitiéramos la tortura y el
imputado declarara su inocencia, y más aún, señalara los medios de prueba para
demostrarla, parecería lógico que ha de valorarse la declaración y los medios de prueba
que por ella se consigue. De ser asi ¿por qué entonces no permitir el uso del “suero de la
verdad”, la hipnosis y el “detector de mentiras” cuando de ellos puedan surgir elementos
beneficiosos para el imputado? La respuesta parece clara, más aún, si como señalábamos
antes, las garantías y derechos del imputado establecidas como limite al estado, operan y
actúan para protegerlo y no para perjudicarlo.
Queda claro que el elemento esencial, requisito sine qua non de la aplicación de
estos mecanismos, es el consentimiento libre y expreso del imputado. Por lo mismo,
creemos que esta declaración debe ser siempre objeto de una autorización judicial, que
controle la voluntad del imputado, y que además, controle el desarrollo, la duración y los
medios de éste. Además, creemos que dicha declaración debe ser siempre presenciada
por el defensor del imputado, quien debe tener plena libertad para impugnar y objetar
preguntas subjetivas que se hagan durante el desarrollo del mismo, o bien cualquiera
situación que a su juicio merme la libertad en el contenido de las declaraciones del
imputado, que pretenda guiarla hacia un sentido que pudiera ser perjudicial para él o que
vulneren sus garantías constitucionales.
Ahora bien, establecido que el consentimiento, libre y expreso del imputado, es
requisito fundamental para aplicar los mecanismos científicos o técnicos en la
declaración que él preste, y establecido además, que dichos mecanismos deben ser
permitidos en ultima instancia (ultima ratio), previa autorización judicial y con presencia
del abogado defensor, cabe entonces entrar a dilucidar el valor probatorio del resultado
11

de dicha declaración. Dicho de otro modo, si aceptamos la declaración del imputado bajo
los efectos de estos mecanismos científicos y técnicos, a saber, el “suero de la verdad”, la
hipnosis y el “detector de mentiras”, si y solo si, ha sido precedida de la petición del
imputado por cuanto no existía otro medio para probar su inocencia, y que dicha
declaración fue objeto de control y autorización judicial, con la participación activa y
obligatoria del abogado defensor, entonces, cabe determinar en que casos a de
considerarse o no dicha declaración y en caso de serlo, que valor probatorio ha de tener.
Debido al mismo principio motivo del análisis, a saber, la no auto incriminación
del imputado, creemos que la única solución posible a lo señalado anteriormente es que
dicha declaración, y los medios de prueba que de ella surjan, solo han de considerarse si
es que son favorables para el imputado, o bien, que no obstante ser perjudiciales, sean
ratificados por él en un acto posterior de manera libre y sin ningún mecanismo que pueda
coaccionarlo. Esto último se entiende porque para un debido respeto de la garantía antes
señalada la única manera que una información proporcionada por el propio imputado
opere en su contra, es que la voluntad que preside su manifestación debe ser libre y
desprovista de toda influencia coactiva16. Por lo mismo, creemos que una sentencia
condenatoria que se fundamente en una declaración prestada mediante mecanismos
científicos y técnicos, no ratificada posteriormente por el imputado encontrándose este
libre de toda coacción, adolecería de un vicio de nulidad insubsanable, toda vez que lo
que esta en juego ahí es una garantía constitucional.
Ahora bien, siguiendo el sentido del análisis anterior creemos que dicha
declaración (aquella realizada bajo estos mecanismos de coacción) debiera prestarse ante
el juez que la autorizo, quien por cierto no ha de integrar el tribunal que después ha de
dictar sentencia. De lo contrario, dicho juez carecería de toda imparcialidad, presupuesto
básico de todo juicio, por estar ciertamente influido por los resultados obtenidos en ella.
Por todo lo anterior creemos que las declaraciones que se den bajo el uso de estos
mecanismos científicos y tecnológicos, que han de realizarse ante un juez que las autorice
y controle -pero que no integra el tribunal del debate-, deban incorporarse necesariamente
en el juicio por medio de la ratificación libre de toda coacción del imputado, para lo cual
habrá que darles un tratamiento análogo a la de las pruebas periciales. Vale decir, solo si

16
idem, ps. 566
12

él inculpado decide ratificar en el juicio todo lo que declaro mediante el uso de estos
mecanismos se podría abrir contradictoriedad sobre dicho relato, pudiendo el Ministerio
Público presentar peritos y testigos que estuvieron presente durante dicha declaración a
fin de desvirtuar el contenido y alcance de ésta.
Sin embargo, si el imputado decide no declarar en juicio sobre lo que declaro
estando bajo la sujeción de mecanismos científicos o técnicos, sea porque considere que
le son perjudiciales o simplemente porque cree que le son irrelevantes, ha de estar
completamente prohibido que otras personas, que presenciaron dicha declaración, puedan
prestar declaración en el desarrollo del juicio, de lo contrario se atentaría gravemente
contra la garantía motivo de este análisis. Por lo demás, este mecanismo podría evitar un
peligro inherente a estas situaciones y que dice relación con el hecho de que estas
declaraciones se transformen en nuevas ordalías o juicios de dios, pero reemplazadas por
la fe absoluta en el saber científico17. Lo importante es que deben ser siempre ratificadas
por el imputado en el desarrollo del juicio, rebatidas por la otra parte y bajo la absoluta
posibilidad de ser anuladas por medio de otros medios probatorios.
Por ultimo, y precisamente para desvirtuar cualquier amenaza de que dicho
procedimiento pudiera ser, de alguna manera ilegal, cabe destacar que el pacto
internacional de derechos civiles y políticos autoriza expresamente el uso de estos
mecanismos cuando han sido previa y expresamente autorizados por el interesado. Dicho
pacto señala en su articulo 7 que “... nadie será sometido sin su libre consentimiento a
experimentos médicos o científicos” (las negrillas son nuestras), con lo que queda
demostrado legalmente que no existe objeción alguno y prima faccie a su utilización, sino
que solo requieren de una reglamentación y un uso adecuado.
En conclusión, si coincidimos en que en un proceso penal moderno de tipo
acusatorio, a diferencia de uno inquisitivo, el imputado es un sujeto del proceso y no un
objeto del mismo, debemos establecer claramente un conjunto de condiciones mínimas
que dicho proceso debe cumplir para que la posible condena haya cumplido con todos
aquellos estándares que la revierten de legitimidad. Esas condiciones que se erigen como
un resguardo de protección del individuo frente al poder punitivo del estado, y como tales
conforman aquello que hemos denominado debido proceso, permiten que el individuo

17
Mellor Alec, La Tortura, cap. XIV ps. 303
13

tenga una debida protección frente a abusos que pueda sufrir por parte del estado. Una de
esas garantías con que cuenta el individuo frente al poder punitivo es aquella que
denominamos la garantía a no auto incriminarse, o a no declarar contra si mismo,
garantía que se funda basicamente en la idea de que si efectivamente hemos de ser
considerados inocentes mientras no exista una sentencia que demuestre lo contrario,
entonces, no existe obligación alguna para el imputado respecto de lograr una efectiva
tutela judicial por parte del estado. Para eso existe un órgano establecido que tiene la
obligación de hacer efectiva dicha tutela, que puede ser un juez o bien un órgano
independiente como el Ministerio Público.
Pues bien, la garantía a no auto incriminarse, que no solo dice relación con no
declarar contra si mismo, sino también con no poder usar al imputado como órgano de
prueba, tiene como consecuencias básicas que el imputado puede abstenerse de declarar,
que de existir dicha declaración esta debe ser libre y voluntaria, y además, que dicha
libertad acerca de lo que se va a declarar este exenta de toda coacción. No obstante toda
esta esfera de protección, lo cierto es que esta garantía es una de aquellas que pudiéramos
denominar “de mayor posibilidad de vulneración” toda vez que siendo el imputado el
elemento más importante de la investigación siempre va a existir la tentación de usarlo
para descubrir la “verdad” de los hechos. Por lo mismo, debemos establecer claramente
aquellas circunstancias en virtud de las cuales la declaración del imputado debe
considerarse inadmisible pues vulnera dicho principio y ha de eliminarse del proceso por
tratarse de una prueba obtenida ilícitamente.
Son al menos dos las situaciones en que en virtud de este trabajo podemos
encontrar pruebas obtenidas ilícitamente, una de ellas esta dada por la declaración del
imputado realizada ante el Ministerio Público o ante carabineros, en donde no estuvo
presente su abogado defensor y donde tampoco existen otras pruebas que demuestren
fehacientemente que dicha declaración se presto libre y voluntariamente. La otra
situación, que es un tanto más compleja, dice relación con el uso de cierto mecanismo
técnicos y científicos, como el “suero de la verdad”, la hipnosis, “el detector de mentiras”
etc., como medios para lograr la declaración del imputado. Si consideramos que dichos
mecanismos suprimen la voluntad y conciencia del imputado, o lisa y llanamente la
eliminan, debemos establecer claramente, si queremos ser consecuentes con el principio
14

que inspira este ensayo, que toda declaración obtenida por esos medios y no ratificada
posteriormente por el imputado de manera libre y voluntaria debe ser considerada como
prueba ilícita. Sin embargo, dicho análisis, a nuestro juicio, debe ser matizado y
reconsiderado, toda vez que dichas declaraciones no solo pueden, sino deben ser
admitidas cuando favorezcan al imputado, basicamente porque las garantías del debido
proceso se consideran como protección del individuo y no como elementos que lo
perjudiquen. Por lo anterior, creemos que el tema más que una respuesta normativa,
requiere un tratamiento jurisprudencial en torno a la garantía de no auto incriminarse, de
modo que es trabajo del juez de control de garantía verificar que las declaraciones del
imputado sean hechas con las condiciones y bajo los requisitos necesarios y que no
lesiones su legitimo derecho a un justo y debido proceso.
15

Bibliografía

1-. Carocca P. Alex, Nuevo Proceso Penal, Editorial Conosur ltda., Santiago, ed.2001.
2-. Maier B.J. Julio, Derecho Procesal Penal, T.I, Editores del Puerto, Bs. Aires,
ed.1996.
3-. Duce Mauricio y Riego Cristián, Nuevo Proceso Penal, Editorial Conosur Stgo.
ed.2001.
4-. Jiménez de Asúa Luis, Tratado de Derecho Penal, T.IV, Editorial Losada, Bs. Aires,
ed. 1963.
5-. Binder Alberto M., Introducción al Derecho Procesal Penal, Ed. Ad-Hoc, Bs. Aires,
ed. 1993.
6-. Mellor Alec, La Tortura, Ed. Sophos, Buenos Aires, ed.1960

Das könnte Ihnen auch gefallen