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En esa soledad veinteañera que solo la despedida de su última mujer le podía dar,
se reencontró con la necesidad de construir una rutina para no caer en el ocio y
perderse en los excesos. Sin embargo, Aarón, únicamente halló ligera calma en
los vicios carnales. Fue una lucha intensa porque el recuerdo de Rita no se iba por
más caras nuevas y desnudas que conocía. Sin trazar una estrategia de cómo
superar ese ciclo, volvió a refugiarse en ese tormento que heredó de su padre y su
abuelo: la bebida.
Aunque muchas veces trató de distraerse con actitudes más sanas, pocas
ocasiones tenía la suerte de encontrar a alguien que lo acompañara a correr,
escalar o nadar. Con la brisa que el clima traía cerca de las nueve de la noche,
crecía su ansiedad, pues durante esas horas, regularmente, ya estaba recostado
con ella. En esos momentos, la idea de escapar de sus recuerdos en un bar se
fortalecía, y, a diferencia de la poca disponibilidad de sus conocidos para rutinas
atléticas, consumir alcohol era más fácil de pactar y de agendar con ellos.
Entonces eliminó el ejercicio, pues sabía que eso espantaba a sus amigos más
que la oscuridad de esas calles peligrosas de la ciudad, pero, era todavía más
infortunado si quería ir al cine o a alguna exposición de arte. Para eso, la gente
tenía todavía menos disponibilidad y llegó a concluir que las personas preferían
hacer ejercicio antes que consumir cultura, algo que consideró dramático. La
lectura pudo haber sido otra forma de huir de su pasado reciente, pero prefería
dejar esa actividad para sí mismo, tratando de convencerse de que era el vicio
menos peligroso que podía coger, aunque su necesidad involuntaria de evitar
estar solo no le ayudó a consolidarlo.
En una oportunidad conoció a una mujer con la que sintió que tenía química. La
impresión inicial no fue amor a primera vista, sino más bien, la primera que vio
para el amor. A pesar de sus capacidades sociales limitadas, se atrevió a brindar
con ella a la distancia. Eso le permitía ser lo suficientemente disimulado para
evitar un contundente ‘no’ como respuesta a su flirteo. No obstante, de un
momento a otro se acercó para saludarla cuando se encontraron, por curiosa
casualidad, en el baño.
Media hora después (que dedujo porque era el promedio que tardaba en consumir
tres botellas de medias) se sentaron en la misma mesa luego de que ella despidió
al sujeto con el que estaba. El acto catapultó su ego por los cielos, por lo que su
lado más romántico y seductor salió de manera natural. Su seguridad la convenció
de irse juntos esa noche. El azar había reservado en su cartera lo suficiente para
llevarla al motel más cercano en donde al amparo de la oscuridad, tuvieron sexo.
La luna salió para anunciarle que sufriría de abulia si no se perdía en la malta. Sus
ganas de emborracharse fueron superiores a los días anteriores, por lo que visitó
una vez más el bar donde conoció a Margarita. En esa ocasión, ella no estuvo allí,
pero eso no le impidió usar una vez más la técnica empleada la noche anterior
para ver si tenía suerte. Ya no solo necesitaba distraer su mente, sino volver a
tener la sensación de superioridad que sólo te ofrece un ego alterado.
Dieron las tres de la mañana y el bar cerró. No consiguió nada. Esa noche nadie
notó su presencia. Ebrio, regresó a su casa a descansar, pero antes de dormir, le
mandó un mensaje a Margarita. Espero lo más que pudo a que le contestara, pues
sentía que tenía energías para salir una vez más si ella estaba disponible. Se
durmió a los 10 minutos. En la mañana recibió una respuesta: no se podrían ver
hasta dentro de una semana porque ella trabajaba en las noches. No indagó más.
Visitó entonces su bar preferido, pero ahora acompañado. Esa vez fue con
Margarita, quien accedió a salir con él luego de una semana, tal como lo habían
acordado con base en su disponibilidad. Antes de emborracharse y visitar el motel
en el que desnudaron sus cuerpos la primera vez, conversaron de temas triviales.
La batuta de la charla la llevó ella, platicándole sobre Dios y por qué Él la cuidaba
aunque constantemente pasara muchas horas a la semana tomando alcohol.
A partir de las primeras horas de trabajo, Aarón se tomó un tiempo para tratar de
ser más espiritual. Pensó que no tenía nada que perder, y, quizá, con la práctica
del rezo y las súplicas pudiera distraerse lo suficiente para dejar las desveladas.
En pocos días logró sentir algo que él describía como una conexión con el Padre.
Lo que no encontró en las plegarias fue la fuerza para dejar las salidas nocturnas.
Enojado, saldó la cuenta y salió del bar para realizar su práctica mundana de
encontrar con quién alimentar su ego. Ingresó a tres cantinas, las más cercanas
de donde estaba. Se intoxicó totalmente en licor, y volvió su valoración de
autoestima en un impulso sexual, por lo que su próxima visita fue a un prostíbulo.
A pesar del alto nivel de alcohol en su sangre se sentía nervioso ante esa
dramaturgia que conocía solo por lo que escuchó de sus amigos, por lo que leyó, y
por lo que intuyó unos segundos antes de decidir por qué mujer pagaría.
Se levantó tarde para ir al trabajo, pero se las arregló para llegar a penas dentro
del lapso de tolerancia que le tenían en la oficina. Sin tiempo para acomodarse,
empezó con los pendientes. Cerca de medio día, ya con todo en calma, se dio
cuenta de que tenía un mensaje Margarita, quien le pedía salir esa noche para
hablar. Quiso decirle que no, pero no tenía nada mejor que hacer, por lo que
pactaron verse.
El saludo fue de lo mejor: un abrazo fuerte y tierno, como el de una sólida pareja,
un beso pícaro, casi robado, y una mirada penetrante y coqueta. La química entre
los jóvenes era evidente, e iniciaron plática luego de que él pidió cerveza para los
dos. Después de unos minutos el semblante de ella cambió cuando reveló
aquellas cosas a las que se dedicaba.
Aarón no lo creía, pero eso explicaba la poca información que, hasta ese
momento, le había revelado, así como su comportamiento a la hora de cambiar
mensajes por celular. Estaba molesto y se sentía herido porque la seducción que
había usado la única vez que consiguió salir con alguien de un bar, le había
funcionado con una meretriz. Entonces, pensó, su ego fue estafado, no alimentado
como todo este tiempo supuso.
Con el semblante duro, cocido en rabia reprimida, Aarón salió del bar directo al
prostíbulo. Sus nervios se habían convertido en dolor que necesitaba sacar de la
manera más primitiva que pudiera. No quería beber más ni fracasar al intentar
cautivar a otra mujer. Eligió a la amante de la última ocasión, quien azarosamente,
estaba libre. Tuvo sexo con ella y se fue a su casa a dormir. Esa madrugada tuvo
problemas porque seguía airado, pero finalmente, descansó.
Despertó enojado todavía, tanto que tenía los puños apretados. Sufrió tendinitis
durante el día aunque no estuvo impedido de hacer su trabajo. Las horas pasaron
más lentas que nunca. Esa jornada no esperó el anochecer para irse a tomar. Una
vez salió del trabajo, se fue a beber. No había comido, ni cenaría, pero sí se
emborracharía. Ahora tenía más razones: la sombra de Rita que no se iba, y la ira
contra Margarita.
La rutina del día fue la misma en el trabajo, a la hora de la comida, lectura, siesta,
y la salida. Era jueves, ella debía estar libre, y lo confirmó cuando tuvo su
respuesta entrando la noche. Era negativa. Una vez más insistió, insistió toda la
noche hasta que la convenció, pero ella puso condiciones. Sería el domingo por la
tarde, en un parque, lejos de los vicios del alcohol, la luz artificial de los antros y el
ruido de música descontrolada, y sólo unos minutos porque de verdad, no tenía
ganas de verlo. A él le pareció adecuado ya que sus palabras serían sinceras y
provenientes del corazón.
Por primera vez en mucho tiempo, no salió el viernes ni el sábado. Estaba tan
convencido de lo que pasaría el domingo que no necesitaba distraerse o acumular
valor con cerveza durante las noches anteriores. El domingo llegó caminando al
parque donde sería la reunión, un par de hora antes de lo pactado. No se sentía
impaciente. Estaba animado y recorrió el lugar sintiendo felicidad y confianza.
Recibió un mensaje de Margarita quien le decía que estaba en camino, por lo que
fue a las bancas más cercanas de la entrada no sin antes comprarle flores.
Sonreía y miraba al cielo. Sentía que la luz de la tarde le daba energías, pero
sobre todo, felicidad. Respiraba hondo y advertía el correr del aire por sus
pulmones. Sus exhalaciones eran tan profundas que hasta sufrió un ligero mareo.
Para recuperarse parpadeó con lentitud. En su prolongado abrir y cerrar de ojos la
vio acercarse, pero no la reconoció hasta que pasó a su lado. Era Rita con quien
intercambió una mirada de asombro, pero sobre todo, de estupefacción. Su
quijada tembló con vigor, como si fuera a llorar, pero solo dejó caer su cabeza al
hombro mientras ella pasó rápidamente.