Sie sind auf Seite 1von 7

La virtud del exceso

En esa soledad veinteañera que solo la despedida de su última mujer le podía dar,
se reencontró con la necesidad de construir una rutina para no caer en el ocio y
perderse en los excesos. Sin embargo, Aarón, únicamente halló ligera calma en
los vicios carnales. Fue una lucha intensa porque el recuerdo de Rita no se iba por
más caras nuevas y desnudas que conocía. Sin trazar una estrategia de cómo
superar ese ciclo, volvió a refugiarse en ese tormento que heredó de su padre y su
abuelo: la bebida.

Su juvenil fuerza le permitía recuperarse cada mañana de las deambuladas


nocturnas y los fondos de las botellas de cerveza. Sin mucho esfuerzo hizo de sus
salidas, casi diarias, una costumbre para intentar escapar del perfume de Rita que
recordaba penetrantemente, y que, cada mañana volvía a oler sobre su brazo,
como si ella hubiese descansado en él, como casi siempre lo hacía.

Aunque muchas veces trató de distraerse con actitudes más sanas, pocas
ocasiones tenía la suerte de encontrar a alguien que lo acompañara a correr,
escalar o nadar. Con la brisa que el clima traía cerca de las nueve de la noche,
crecía su ansiedad, pues durante esas horas, regularmente, ya estaba recostado
con ella. En esos momentos, la idea de escapar de sus recuerdos en un bar se
fortalecía, y, a diferencia de la poca disponibilidad de sus conocidos para rutinas
atléticas, consumir alcohol era más fácil de pactar y de agendar con ellos.

Entonces eliminó el ejercicio, pues sabía que eso espantaba a sus amigos más
que la oscuridad de esas calles peligrosas de la ciudad, pero, era todavía más
infortunado si quería ir al cine o a alguna exposición de arte. Para eso, la gente
tenía todavía menos disponibilidad y llegó a concluir que las personas preferían
hacer ejercicio antes que consumir cultura, algo que consideró dramático. La
lectura pudo haber sido otra forma de huir de su pasado reciente, pero prefería
dejar esa actividad para sí mismo, tratando de convencerse de que era el vicio
menos peligroso que podía coger, aunque su necesidad involuntaria de evitar
estar solo no le ayudó a consolidarlo.

Después de un tiempo, finalmente logró hacerse de una rutina. Rita se perdía


cada vez más durante esas mañanas de trabajo ligero y tardes de lecturas de diez
minutos que se convertían en siestas de dos horas. La noche le pesada porque la
cortina de oscuridad caía con los recuerdos de Rita, a quien extrañaba
inconscientemente. Confundía esa sensación con ansiedad de bebida, misma que
lo llevaba a cualquier cantina o bar de la zona. Lo cierto es que no era adicto a la
cebada, sino a ella.

En una oportunidad conoció a una mujer con la que sintió que tenía química. La
impresión inicial no fue amor a primera vista, sino más bien, la primera que vio
para el amor. A pesar de sus capacidades sociales limitadas, se atrevió a brindar
con ella a la distancia. Eso le permitía ser lo suficientemente disimulado para
evitar un contundente ‘no’ como respuesta a su flirteo. No obstante, de un
momento a otro se acercó para saludarla cuando se encontraron, por curiosa
casualidad, en el baño.

Media hora después (que dedujo porque era el promedio que tardaba en consumir
tres botellas de medias) se sentaron en la misma mesa luego de que ella despidió
al sujeto con el que estaba. El acto catapultó su ego por los cielos, por lo que su
lado más romántico y seductor salió de manera natural. Su seguridad la convenció
de irse juntos esa noche. El azar había reservado en su cartera lo suficiente para
llevarla al motel más cercano en donde al amparo de la oscuridad, tuvieron sexo.

Imitando el consejo de seducción de una publicidad, la llenó de sobrenombres


‘tiernos’, pues no preguntó más de una vez cómo se llamaba. A esas alturas de la
madrugada ya había olvidado su nombre, el cual solo le dijo una ocasión. No
usaron la recámara para amanecer. Después de un rápido baño y sueño de
sesenta minutos, ambos se fueron dos horas antes del alba. Él despertó en su
cama con la hoja en la que ella escribió ‘Margarita’ y su contacto. Cuando guardó
su teléfono, una sepulcral autocorrección de su teclado lo dejó inquieto al separar
su nombre: Marga Rita. Rita, Rita, Rita, leyó una y otra vez.

Pasó el día intranquilo. Afortunada, o desafortunadamente, nada en el trabajo


resultó fuera de lo usual, por lo que su atención no se vio comprometida para
olvidar el incidente, y por tanto, no se apartó de esa fulminante inestabilidad. Las
típicas llamadas para preparar pedidos y movimientos, el computador para graficar
y registrar logística de transporte, y otras llamadas de confirmación o de orden, fue
de lo más normal. Esto, lo orilló a seguir pensado, ahora, en esas dos mujeres.

La luna salió para anunciarle que sufriría de abulia si no se perdía en la malta. Sus
ganas de emborracharse fueron superiores a los días anteriores, por lo que visitó
una vez más el bar donde conoció a Margarita. En esa ocasión, ella no estuvo allí,
pero eso no le impidió usar una vez más la técnica empleada la noche anterior
para ver si tenía suerte. Ya no solo necesitaba distraer su mente, sino volver a
tener la sensación de superioridad que sólo te ofrece un ego alterado.

Dieron las tres de la mañana y el bar cerró. No consiguió nada. Esa noche nadie
notó su presencia. Ebrio, regresó a su casa a descansar, pero antes de dormir, le
mandó un mensaje a Margarita. Espero lo más que pudo a que le contestara, pues
sentía que tenía energías para salir una vez más si ella estaba disponible. Se
durmió a los 10 minutos. En la mañana recibió una respuesta: no se podrían ver
hasta dentro de una semana porque ella trabajaba en las noches. No indagó más.

Los cuatro días siguientes regresó al bar a intentar alimentar su soberbia


utilizando la misma fórmula: sin compañía, cerveza de una marca específica, la
misma mesa y brindando de lejos con alguna chica. Los resultados fueron
negativos. La noche lo tenía castigado, Margarita recluido y Rita como
espectadora de sus desventuras. Para la quinta, decidió ir a la segura y visitó un
club de caballeros.
A diferencia de las chicas de los bares, las mujeres de ahí eran mucho más
accesibles para conversar. Por el precio de una copa, eran capaces de
transformar a cualquier persona callada y retraída en un hablador, no siempre
coherente, pero sí activo. Con todas había química, pero tampoco se podía
engañar porque las palabras y caricias que fluían en la plática eran fingidas.

Si bien no sacó a ninguna para terminar de pasar la noche, se fue satisfecho.


Continuaba con su objetivo de olvidar su pasado reciente y cerrar sus heridas a la
fuerza. La única desventaja que le surgió fue el dinero, pues a diferencia de las
noches de bar, las noches de club de caballeros eran más caras, por lo que debía
resolver el problema mejorando su técnica de ligue y no descargar su sed de ego
en donde le resultara más costoso.

Visitó entonces su bar preferido, pero ahora acompañado. Esa vez fue con
Margarita, quien accedió a salir con él luego de una semana, tal como lo habían
acordado con base en su disponibilidad. Antes de emborracharse y visitar el motel
en el que desnudaron sus cuerpos la primera vez, conversaron de temas triviales.
La batuta de la charla la llevó ella, platicándole sobre Dios y por qué Él la cuidaba
aunque constantemente pasara muchas horas a la semana tomando alcohol.

Esa ocasión amanecieron y despertaron casi al mismo tiempo. Recibieron los


primeros rayos de luz teniendo sexo, y después se bañaron juntos. Tuvieron
tiempo de conocerse un poco más; incluso, Margarita lo convenció de pensar más
en Dios como una forma de alejarse, aunque sea un poco, de su vicio diario de
alcohol. Él aceptó, puesto que ella condicionó la siguiente cita erótica a cambio de
que ese próximo encuentro le platicara cómo le había ido en la semana con sus
oraciones.

A partir de las primeras horas de trabajo, Aarón se tomó un tiempo para tratar de
ser más espiritual. Pensó que no tenía nada que perder, y, quizá, con la práctica
del rezo y las súplicas pudiera distraerse lo suficiente para dejar las desveladas.
En pocos días logró sentir algo que él describía como una conexión con el Padre.
Lo que no encontró en las plegarias fue la fuerza para dejar las salidas nocturnas.

La semana pasó en medio de oraciones y cerveza. La hora de la cita con Rita se


perfilaba a las nueve, como la semana pasada, por lo que preparaba las palabras
que le había pedido acerca de sus experiencias celestiales. No obstante, en la
tarde, la muchacha canceló la reunión. No indagó más y llegó al bar sólo. Esa
noche platicó consigo mismo. Estableció un diálogo imaginario entre él y
Margarita, porque no dejaría pasar la oportunidad de dejarle en claro, aunque
fuera en una tertulia irreal, que espiritualmente se sentía mejor, aunque
emocionalmente no, y por eso bebía.

En esos arrabales perniciosos continuó con su reflexión espiritual, aunque a nivel


filosófico, cercano a las razones del hombre y su conciencia, más que a la
búsqueda del lazo que lo debía conectar con la Fuente Divina. En medio de las
botellas de cerveza decía: - perdóname señor -. Lo decía con sinceridad,
buscando una señal de redención, sin embargo, lo que recibió como respuesta fue
un mensaje de Margarita: “son las acciones y los pensamientos los que te
condenan, no lo que el Señor piense de ti; Él no piensa, sólo siente, y siente por ti
amor eterno.”

El texto lo dejó intrigado, y definitivamente lo sintió como una contestación.


Percibió, desde que empezó a orar, algo que describía como iluminación y esta
vez sí indagó.

- ¿Dónde estás? -, le preguntó.

Espero una respuesta durante lo que le duraron 6 botellas más. No la tuvo.

Enojado, saldó la cuenta y salió del bar para realizar su práctica mundana de
encontrar con quién alimentar su ego. Ingresó a tres cantinas, las más cercanas
de donde estaba. Se intoxicó totalmente en licor, y volvió su valoración de
autoestima en un impulso sexual, por lo que su próxima visita fue a un prostíbulo.
A pesar del alto nivel de alcohol en su sangre se sentía nervioso ante esa
dramaturgia que conocía solo por lo que escuchó de sus amigos, por lo que leyó, y
por lo que intuyó unos segundos antes de decidir por qué mujer pagaría.

El encuentro duró unos 30 minutos. Se sintió satisfecho en ese momento, pero en


las próximas horas experimentó algo que definió como una especie de deshonra.
Lo sentía para sí, para su vida, para Dios. Para Rita, para Margarita. En silencio
llegó a su casa, apagó la luz, y con el estómago revuelto, y su mundo girando
vomitivamente, cayó como una piedra en su cama. Se despertó antes del
amanecer con dolor de cabeza. Se puso de pie para tomar agua y volvió a dormir.

Se levantó tarde para ir al trabajo, pero se las arregló para llegar a penas dentro
del lapso de tolerancia que le tenían en la oficina. Sin tiempo para acomodarse,
empezó con los pendientes. Cerca de medio día, ya con todo en calma, se dio
cuenta de que tenía un mensaje Margarita, quien le pedía salir esa noche para
hablar. Quiso decirle que no, pero no tenía nada mejor que hacer, por lo que
pactaron verse.

El saludo fue de lo mejor: un abrazo fuerte y tierno, como el de una sólida pareja,
un beso pícaro, casi robado, y una mirada penetrante y coqueta. La química entre
los jóvenes era evidente, e iniciaron plática luego de que él pidió cerveza para los
dos. Después de unos minutos el semblante de ella cambió cuando reveló
aquellas cosas a las que se dedicaba.

Se educaba en una institución de enseñanza a distancia 4 horas los lunes,


miércoles y viernes. Ayudaba a un amigo veterinario los martes, jueves y sábados
hasta la tarde. Las noches del lunes, martes y miércoles, atendía a los clientes
que conocía los viernes y sábados siendo la bailarina estrella de La Palma…
Table Dance. Descansaba la noche del jueves y todo el domingo, exceptuando la
mañana cuando acudía a una casa de oración para sentirse más en comunión
consigo misma y con Dios.

Aarón no lo creía, pero eso explicaba la poca información que, hasta ese
momento, le había revelado, así como su comportamiento a la hora de cambiar
mensajes por celular. Estaba molesto y se sentía herido porque la seducción que
había usado la única vez que consiguió salir con alguien de un bar, le había
funcionado con una meretriz. Entonces, pensó, su ego fue estafado, no alimentado
como todo este tiempo supuso.

La noche pasó rápido. Él ya no habló mucho e ignoraba a Margarita. Ella entendió


que él no quería estar ahí, por lo que temprano se despidió no sin antes decirle
que no debía sentirse timado. Si la primera vez había decidido irse con él, era por
que, precisamente, a diferencia de casi todos los hombres que conocía, no la
había visto con ojos de lujuria y satisfacción, sino con inocencia, y, porque en
lugar de un trago de trescientos pesos, había usado un patético, pero ingenuo,
intento de seducción. – Encontré un hombre sincero, despreocupado por fuera
pero pasional por dentro cuando estuvimos solos. Tu sencillez me llamó la primera
vez, pero tu llamativa vanidad me trajo de vuelta – le dijo.

Con el semblante duro, cocido en rabia reprimida, Aarón salió del bar directo al
prostíbulo. Sus nervios se habían convertido en dolor que necesitaba sacar de la
manera más primitiva que pudiera. No quería beber más ni fracasar al intentar
cautivar a otra mujer. Eligió a la amante de la última ocasión, quien azarosamente,
estaba libre. Tuvo sexo con ella y se fue a su casa a dormir. Esa madrugada tuvo
problemas porque seguía airado, pero finalmente, descansó.

Despertó enojado todavía, tanto que tenía los puños apretados. Sufrió tendinitis
durante el día aunque no estuvo impedido de hacer su trabajo. Las horas pasaron
más lentas que nunca. Esa jornada no esperó el anochecer para irse a tomar. Una
vez salió del trabajo, se fue a beber. No había comido, ni cenaría, pero sí se
emborracharía. Ahora tenía más razones: la sombra de Rita que no se iba, y la ira
contra Margarita.

En la soledad de la primera cantina reflexionó sobre su enojo. Se dio cuenta que


no era tal, sino decepción y tristeza. Brindó por ello. En medio del volumen
saturado del segundo bar descubrió que su rabia se debía a que había unido la
vida de Rita y de Margarita. Se explicó que conectó con Margarita porque
sustituyó el amor de Rita por la química que percibió con Margarita. Desde que la
conoció, su inconciencia todo el tiempo transfirió la presencia de Rita a Margarita,
por eso cuando se enteró de sus ocupaciones, sintió rabia contra su expareja. Eso
fue lo que lo hirió y lo hizo sentir decepcionado. Brindó por el descubrimiento.

Ya calmado, en el tercer bar filosofó acerca de su espiritualidad. Más tranquilo,


concluyó que tenía que perdonarse él mismo, perdonar a Rita, y ofrecer disculpas
a Margarita. Brindó por ello y continuó tomando. Dejándose llevar por el efecto
depresivo del alcohol, sintió que se conectaba con Dios, algo que no era más que
un efecto de ligera intoxicación etílica, como las que siempre tenía, pero ahora, lo
hacía conducido por sus deducciones religiosas. Le parecieron tan convincentes
que las apuntó, ya que esos serían los argumentos para volver a contactar con
Margarita y ofrecerle disculpas.

Concluyó que creía en Dios, en su presencia en potencia, esencia y conciencia.


Se sintió en libertad al creer, con devoción, en un paraíso supra terrenal que se
podía alcanzar con deseo y amor al Padre, y no exactamente siguiendo algún
camino dogmático ni sacramental. Aumentó su juicio en aquello que lo dañaba, y
tuvo valor para, en cualquier momento, decidir que podía luchar contra sus
adicciones.

Pese a tener la voluntad de pelear contra esos impulsos de autodestrucción, se


dio tiempo para seguir experimentando y justificando sus flaquezas, pues
reflexionó que culparse y pedir perdón por algo que todavía no iba a corregir, era
un contratiempo para experimentar los pecados de manera auténtica y no como
producto de la tentación humana. La paz que sentía le permitió decidir que era
hora de marcharse, así que pagó y se fue a casa.

Un sueño lúcido le permitió seguir dilucidando sobre sus aspectos inmateriales y


Dios. Debatió con sus culpas el concepto del mal y del Diablo, pero los rechazó
simplemente porque, a pesar de ser muy consciente de lo que los mandamientos y
el comportamiento moral expresan, consideraba que mientras fuera prudente con
lo que hacía, sin dañar a terceros, esa condena infernal se reservaba para quienes
sí lastimaban a los demás sin arrepentimiento alguno.

Junto a la mañana, sus ánimos renovados le inspiraron a mandar un mensaje a


Margarita, quien no le contestó ese día. No sintió desesperación, pero se dio
tiempo de volver a salir en la noche a ese bar donde la conoció. Obtuvo su
respuesta ahí, y era clara: no quería verlo. Convencido de que debía ofrecerle
disculpas insistió, pero no obtuvo más contestación. Se fue tranquilo y regresó a
casa para esperar un nuevo mensaje.

La rutina del día fue la misma en el trabajo, a la hora de la comida, lectura, siesta,
y la salida. Era jueves, ella debía estar libre, y lo confirmó cuando tuvo su
respuesta entrando la noche. Era negativa. Una vez más insistió, insistió toda la
noche hasta que la convenció, pero ella puso condiciones. Sería el domingo por la
tarde, en un parque, lejos de los vicios del alcohol, la luz artificial de los antros y el
ruido de música descontrolada, y sólo unos minutos porque de verdad, no tenía
ganas de verlo. A él le pareció adecuado ya que sus palabras serían sinceras y
provenientes del corazón.

Por primera vez en mucho tiempo, no salió el viernes ni el sábado. Estaba tan
convencido de lo que pasaría el domingo que no necesitaba distraerse o acumular
valor con cerveza durante las noches anteriores. El domingo llegó caminando al
parque donde sería la reunión, un par de hora antes de lo pactado. No se sentía
impaciente. Estaba animado y recorrió el lugar sintiendo felicidad y confianza.
Recibió un mensaje de Margarita quien le decía que estaba en camino, por lo que
fue a las bancas más cercanas de la entrada no sin antes comprarle flores.

Sonreía y miraba al cielo. Sentía que la luz de la tarde le daba energías, pero
sobre todo, felicidad. Respiraba hondo y advertía el correr del aire por sus
pulmones. Sus exhalaciones eran tan profundas que hasta sufrió un ligero mareo.
Para recuperarse parpadeó con lentitud. En su prolongado abrir y cerrar de ojos la
vio acercarse, pero no la reconoció hasta que pasó a su lado. Era Rita con quien
intercambió una mirada de asombro, pero sobre todo, de estupefacción. Su
quijada tembló con vigor, como si fuera a llorar, pero solo dejó caer su cabeza al
hombro mientras ella pasó rápidamente.

Aarón estaba anonadado, frío y conmocionado. Su saliva se hizo más espesa y le


costaba respirar. Toda la energía, felicidad y confianza se desvaneció velozmente
y sus ojos estaban tan abiertos como aquel que ve algo que no puede explicar. Su
boca se resecó porque la tenía entreabierta y los músculos de sus dedos se
tensaron tanto que no podían sujetar las flores. Su shock no se acabó cuando ella
se sentó a su izquierda, ni cuando lo llamó. Al oír su nombre la volteó a ver
girando lenta y tétricamente la cabeza. Algo le preguntó, pero Aarón no pudo
hablar. Un viento inusual le arrancó las flores de las manos. De sus dedos brotó
sangre mientras el aire desbarataba las rosas y esparcía sus pétalos por el lugar.

Das könnte Ihnen auch gefallen