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En una investigación reciente sobre jóvenes que cometieron delitos, los entrevistados
manifiestan una disyuntiva central acerca de la escuela: más allá de valorar el hecho de
estar alfabetizados afirmaban -en particular sobre la escuela media- que no entienden nada
y que lo que aprenden no les sirve para nada. Sin embargo, hay un punto en que la propia
experiencia se disocia del juicio general, puesto que cuando no hacen referencia a la propia
escolaridad, valoran la educación en general como agente legítimo de socialización y
movilidad social. La escuela es importante para "ser alguien en la vida", "para conseguir
trabajo" porque "sin escuela no sos nada".
¿Cuál es la posición institucional sobre estos problemas? Se delinean dos posturas distintas.
En ciertas escuelas prima la política de separar a los chicos más violentos pues atacan a sus
compañeros, impiden el desarrollo de las clases y generan un ejemplo negativo al resto ("un
adicto produce otro adicto"decía un maestro de 7° grado), posición que es reforzada por la
presión de muchos alumnos y de sus padres. Los directivos de tales escuelas no se
justifican con un discurso abiertamente excluyente o reaccionario; sino en la carencia de
recursos, tiempos y saberes para encarar solos el problema. Los casos problemáticos exigen
mucho trabajo y atención, en detrimento del grueso de los alumnos, lo que también genera
conflictos. El resultado buscado, más que la expulsión, es negociar el pase a otro colegio, el
abandono temporario ("hasta que se calme"), o la rápida terminación del ciclo.