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Construyendo al predicador criollo:

una a proximació n a l Arte de sermones


de fray Martı́n de Velasco
Juan Vitulli
University of Notre Dame

resumen Este ensayo estudia la conexión entre el surgimiento de ma-


nuales de oratoria escritos en el mundo colonial y su particular interés por
construir la figura del predicador criollo. Se analiza aquı́ el libro Arte de
sermones para hacerlos y predicarlos (1677), escrito por el criollo neograna-
dino fray Martı́n de Velasco. Este texto me permite demostrar cómo en las
últimas décadas del siglo XVII el grupo criollo está en proceso de crear la
figura de un agente cultural inédito, el predicador criollo, a través de ciertas
estrategias de negociación discursiva entre su lugar de enunciación y la
autoridad peninsular. En mi lectura, destaco cómo el Arte de sermones per-
mite observar la compleja construcción ideológica que enmarca y funda-
menta el espacio epistemológico desde el cual surge el predicador criollo.

La función de la predicación en la cultura barroca colonial y su vı́nculo


con la consolidación del sector criollo durante la segunda mitad del siglo
XVII son cuestiones poco estudiadas por la crı́tica académica. Si bien se des-
taca la importancia que la oratoria sagrada tuvo en la cultura barroca y,
en particular, en el territorio americano —al entenderla como una de las
herramientas simbólicas y materiales cruciales utilizadas para diseñar, reglar
y disciplinar los espacios y sujetos coloniales—, son pocos los estudios que
se aproximan a la predicación desde una perspectiva cultural amplia que
interrogue el estatus de esta eficaz práctica discursiva integrándola con el

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fortalecimiento del complejo sector criollo.1 Hasta el momento, los estudios


en torno a la predicación durante el siglo XVII han descrito las caracterı́sticas
estructurales de la oratoria en su carácter de género literario practicado asi-
duamente en el mundo barroco. Sin embargo, esta perspectiva ha omitido
una serie de cruces culturales entre los discursos en torno a la predicación y
otros saberes, sujetos y lugares que también formaron parte de la ciudad
letrada barroca. Resulta curioso que, frente a uno de los géneros más debati-
dos, reglamentados, practicados y publicados durante el siglo XVII ameri-
cano, aún hoy se carezca de acercamientos crı́ticos que busquen desentrañar
el rol que la oratoria sagrada jugó al momento de construir uno de los nú-
cleos de poder más destacados del mundo colonial: el heterogéneo grupo
criollo.2
Es por eso que este ensayo interrogará la conexión entre el surgimiento de
manuales de oratoria escritos en el mundo colonial y el particular deseo de
construir la figura del predicador criollo que estos expresan. Para ello, voy a
analizar un manual de oratoria escrito por un autor criollo en la segunda
mitad del siglo XVII, el Arte de sermones para hacerlos y predicarlos (1677),
del neogranadino fray Martı́n de Velasco. En este texto se percibe un interés
por utilizar saberes ligados a lo sagrado en plena vinculación con lo público
y lo polı́tico desde el espacio de enunciación criollo. Fundamentalmente, me
dedicaré a analizar el modo en que Velasco busca de manera explı́cita cons-
truir la figura del predicador criollo como un agente cultural inédito. Como
consecuencia de este objetivo, se puede observar en su manual la creación de
un lugar de enunciación diferencial que intenta definirse a través de una sutil
estrategia discursiva que utiliza ciertas particularidades geográficas y cultura-
les como medio para distinguir al sujeto criollo tanto de los letrados peninsu-
lares como de los otros presentes en la ciudad barroca americana.
En el Arte de sermones, Velasco muestra que posee una idea de la retórica

1. En general, la bibliografı́a sobre el sermón barroco y su intersección con el sector criollo se


enfoca, principalmente, en casos particulares de sermones u oradores famosos del mundo virrei-
nal. Entre ellos destaca el caso del cuzqueño Juan de Espinosa Medrano, cuyo sermonario titulado
La novena maravilla (1695) fue parcialmente estudiado por Luis Jaime Cisneros y José Antonio
Rodrı́guez Garrido.
2. Para una clara exposición de los orı́genes, cambios y transformaciones de este sector a través
de la historia americana, sigo fundamentalmente lo expuesto por Bernard Lavallé en Las promesas
ambiguas. Una visión complementaria de este fenómeno cultural se encuentra también en la
introducción al volumen Agencias criollas, editado por José Antonio Mazzotti. Sobre el posiciona-
miento ambiguo de lo criollo y los diferentes lugares que el grupo asume dentro del mundo
colonial, son fundamentales los estudios de Anthony Pagden, David Brading y J. H. Elliott.

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cristiana barroca y también un programa ideológico que busca destacar


cómo lo sagrado de la palabra del predicador se asienta en un conjunto de
reglas, códigos y saberes enmarcados en una situación particular e inédita: el
marco epistemológico de donde surge el discurso criollo. A partir de este
contexto situacional, el manual busca organizar la palabra, el cuerpo y las
acciones del predicador criollo en tanto mediador cultural mediado por dis-
ciplinas propias de la episteme barroca.3 Pero en el texto de Velasco no solo
es posible encontrar la perspectiva criolla relativa a la figura del predicador,
sino que además se incluye un paratexto escrito por un letrado español que
busca responder a ciertas afirmaciones de Velasco. En el cruce de miradas
desde puntos de vista alternativos en torno al mismo objeto (la predicación)
es donde encuentro la oportunidad de interpretar este diálogo trasatlántico
como un microcosmos de las relaciones entre criollos y peninsulares durante
la segunda mitad del siglo XVII. Mi lectura del Arte de sermones me permitirá
demostrar cómo, en las últimas décadas de ese siglo, el grupo criollo está en
proceso de crear la figura de este agente cultural, el predicador, a través de
ciertas estrategias de negociación discursiva que tienden a establecer de
forma material y simbólica el espacio del sector criollo en la ciudad barroca
americana. Al mismo tiempo, este ensayo permitirá también observar cómo
esa construcción discursiva es observada por las autoridades culturales
peninsulares.

Construyendo al predicador criollo

En su Rhetoric in the New World, Don Paul Abbott intenta dilucidar la rela-
ción existente entre el saber retórico europeo renacentista y la influencia que
el contacto con América pudo haber tenido en esta disciplina. El crı́tico uti-
liza la obra del predicador y tratadista Luis de Granada (1504–1588) como
una clara muestra de los efectos que el nuevo escenario mundial provocaba
en aquellos que se dedicaban a reflexionar en torno a la naturaleza de la
predicación. Abbott sostiene que es posible analizar dos tratados de oratoria

3. Una explicación del complejo espacio cultural que el fenómeno de la predicación ocupó en la
cultura del Barroco puede encontrarse en los trabajos de Miguel Ángel Núñez Beltrán y Fernando
de la Flor y en los estudios de Francis Cerdan. Estos autores complementan y discuten la perspec-
tiva propuesta por José Antonio Maravall en La cultura del Barroco. Los estudios de Gwendolyn
Barnes y de Hilary Smith también son de utilidad para la descripción general de la función de la
predicación en el siglo XVII.

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escritos por Granada como ejemplos del antes y el después de la conquista


europea de los territorios americanos. El crı́tico analiza tanto el Ecclesiasticae
rhetoricae (1576) como el Breve tratado en que se declara de la manera que se
podrá proponer la de doctrina nuestra santa fe y religión cristiana a los nuevos
fieles (1583). El primer libro es para Abbott un producto cultural que debe
su aparición sobre todo a las directivas emanadas del Concilio de Trento
(1545–1563), ya que en sus páginas se encuentran distintas reglas que buscan
disciplinar a los predicadores bajo las nuevas coordenadas discursivas del arte
oratorio sagrado (11). Frente a este reforzamiento de la corriente militante y
masiva de la Iglesia católica, Granada responde creando un manual que in-
tenta reflexionar y hacer ver a los futuros predicadores la importancia del
conocimiento de la retórica clásica y sus posibles usos en el púlpito. El
segundo libro que Abbott expone es el Breve tratado, manual que apareció
primero como una sección del más famoso Introducción al sı́mbolo de la fe
(1583) y se presenta como un arte de elocuencia que busca instruir a los
misioneros en el Nuevo Mundo acerca de las mejores formas oratorias para
propagar el cristianismo. Estos textos son para Abbott los extremos que le
permiten elaborar la premisa básica que estructura su estudio: a saber, que
muchos pensadores españoles del Barroco tuvieron la necesidad de adaptar
los mecanismos representativos del tradicional sermón al nuevo panorama
histórico, polı́tico y étnico de los territorios conquistados. Abbott asevera
que estos autores creyeron necesario crear una fusión del saber retórico tradi-
cional europeo con discursos, saberes y creencias del Nuevo Mundo, expo-
niendo a estos nuevos sujetos al discurso dominante para ası́ lograr la tan
ansiada conversión espiritual por medio de la predicación (20).
La solución que propone Abbott se establece dentro de un marco teórico
que basa su sustentabilidad crı́tica en una oposición binaria inicial
(europeos–indı́genas). Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo
XVII, con el desarrollo de lo que Ángel Rama llamó la ‘‘ciudad letrada’’ y el
surgimiento de los criollos como nuevos actores sociales, esta oposición no
podrá dar cuenta de la compleja y heterogénea variedad discursiva del
mundo americano.4 El lugar de enunciación inestable y móvil que irá asu-
miendo el heterogéneo grupo criollo (si bien nunca del todo coordinado,
debido a las distintas temporalidades y situaciones que los individuos experi-
mentan) presenta un obstáculo a la propuesta de Abbott, ya que la predica-
ción perderá en parte su objetivo evangélico y funcionará principalmente

4. Lavallé ha descrito y explicado con claridad las distintas y ambiguas caracterı́sticas del colectivo
criollo bajo el dominio de la monarquı́a de los Austrias (15–43).

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como un medio representacional. Ası́, fusionará el orden lingüı́stico, el tea-


tral, el musical, el pictórico y el religioso en un evento comunicativo contro-
lado que, como afirma Eugenia Bridikhina, junto con el teatro, los desfiles,
las misas y las fiestas, busca transmitir, celebrar y dramatizar el discurso
imperial ibérico en las ciudades americanas (135–64). Al mismo tiempo,
como ha señalado Stephanie Merrim a través de su concepto de spectacular
city, lo urbano en la cultura barroca americana aparece como una compleja
intersección de múltiples discursos que operan no solo ideologizando el
espacio, sino también dejando marcas de las constantes tensiones y fisuras
que afloran en la ciudad barroca, en tanto signos ostensibles de disputas
sociales que no pueden ser totalmente contenidas por el planeamiento
urbano (25–28; 92–93). La intervención criolla sobre la oratoria que prese-
ntaré a continuación será buen ejemplo donde indagar los alcances y los
lı́mites de este orden.
Ante el nuevo escenario, la primera pregunta que se impone para suple-
mentar la propuesta de Abbott debe enfocarse sobre la posibilidad de exis-
tencia de la figura del predicador criollo; es decir, es preciso interrogarse
acerca de la presencia de manuales de predicación escritos en los territorios
americanos que se concentren en crear diferentes dispositivos textuales y
busquen incorporar el particular espacio de la enunciación criolla dentro del
tema más amplio de la oratoria barroca y la creación del sujeto de la prédica.
Para responder a esto último, es necesario acercarse a una obra fascinante de
un letrado criollo de Nueva Granada, publicada en 1677 en Cádiz: me refiero
al Arte de sermones para hacerlos y predicarlos, de Martı́n de Velasco.
A finales de 1676, un sacerdote franciscano de cincuenta y seis años, nacido
y criado en Santa Fe de Bogotá, en la Nueva Granada, entrega a la imprenta
un manuscrito titulado Arte de sermones para hacerlos y predicarlos por el
R. Padre Predicador Fray Martı́n de Velasco, de la regular observancia de
N. seráfico padre San Francisco. Padre de la Santa Provincia de Santa Fee
del Nuevo Reyno de Granada en las Indias. Hijo de la misma Provincia, y
ciudad de Santa Fee de Bogotá. Casi un año después, el libro será publicado
en Cádiz por Bartolomé Núñez de Castro.5 Si bien el Arte de sermones no es
hoy ampliamente conocido, fue un texto de lectura asidua durante el perı́odo
colonial. Su circulación en los territorios americanos está documentada a
través de copias manuscritas, refundiciones y, por último, una reimpresión

5. Mauricio Beuchot es uno de los pocos investigadores que menciona a Velasco como ejemplo
de la influencia de la retórica en los virreinatos.

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hecha en México cincuenta años después de la primera edición española,


hechos que afirman su popularidad, carácter modélico y representatividad
(Osorio 160–66).6
Las veintinueve secciones del Arte comienzan definiendo el sermón como
‘‘un todo artificioso, que la Retórica Cristiana dispone para persuadir a las
virtudes, y aborrecimiento de los vicios, pena, y gloria con brevedad de
palabras. La dificultad no nace de que sea todo, ni retórico, ni Cristiano, sino
de que sea artificioso’’ (19–20).7 Esta primera cláusula señala el camino que
se seguirá en este manual, ya que a lo largo de los apartados será posible
notar una constante apelación a la idea de la práctica y el ejercicio como
claves en la composición y predicación de los sermones. Desde un punto de
vista retórico, se observan en el Arte ecos de polémicas presentes durante la
cultura del Barroco en torno a la estructura y la funcionalidad del sermón.
Me refiero a la constante tensión entre los tratadistas que defienden el estilo
sublime y cargado de ornato, por una parte, y quienes exigen un lenguaje
distanciado del lenguaje poético y de la declamación teatral, por la otra. El
letrado bogotano demuestra fidelidad a esta última corriente, ya que en su
libro propone mantener en un mı́nimo la complejidad lingüı́stica de la
superficie retórica del sermón, en pos de una mayor simpleza y claridad del
mensaje a transmitir (13). La ‘‘fábrica del sermón’’ (20), como a Velasco le
agrada llamar su tarea, conlleva un número amplio de saberes y prácticas que
deben ejercitarse para complementar las dotes naturales del sujeto que desea
adquirir este arte. El aprendiz de este método debe comprender la necesidad
de crear un balance entre lo doctrinal y lo artı́stico en busca del tan ansiado
efecto en su auditorio. Para eso, expresa Velasco, se necesita pensar la orato-
ria como un todo coherente hecho de partes distintas y por momentos casi
antagónicas que, sin embargo, bajo la experta mirada del predicador, mantie-
nen una visible armonı́a:

¿Qué importa que todas las piezas de un Reloj sean de por sı́ todas pulidas,
limadas, y bruñidas, si en tus manos las tienes, y no sabes ajustarlas a sus

6. Como muestra de esta fama puede leerse el ‘‘Parecer’’ de la edición mexicana de 1728 donde
Joseph López, calificador del Santo Oficio, afirma que el Arte ‘‘ha corrido, y aun volado, por uno
y otro Reino, seguro, con las plumas de cuatro aprobaciones, en alas de la notoria fama de su
autor, desde el año de mil seiscientos y setenta y siete, que hasta el presente son cincuenta y un
años’’ (7).
7. Para facilitar la lectura, he modernizado la grafı́a en todos los casos en que cito el Arte de
Velasco. Utilizo para las citas la edición gaditana de 1677.

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lugares, poniendo la Campana en lugar de las Ruedas? (20, mayúsculas en


el original)

Este método de aprendizaje afirma que es necesaria una experta atención por
parte del orador, ya que él será el mediador entre el auditorio y la doxa
eclesiástica; además, sostiene que debe mantenerse un balance extremo entre
el artificio y lo doctrinal. Estos cuidados reposan sobre la figura del predica-
dor que Velasco va construyendo a lo largo del Arte de sermones y que se
propone como una encrucijada de saberes globales y regionales que se con-
jugan, en este caso, con la experiencia lograda a través de años de práctica en
tierras americanas.
El libro presenta una estructura argumental similar a la de muchos otros
manuales de oratoria. Los primeros capı́tulos (del I al III) se detienen en
analizar la función de la oratoria y destacan las caracterı́sticas del sermón en
tanto composición retórica que busca la persuasión de su auditorio. Una vez
explicado esto último, prestando especial atención tanto a la dimensión tex-
tual como a la doctrinal, Velasco continúa proponiendo los elementos que
constituyen el sermón (las llamadas partes esenciales, integrales y materiales)
y establece además que este debe cumplir, de acuerdo con la antigua retórica,
con tres requisitos: ser fundado (el fundamento de la oración), lucido (la
exornación, los tropos y figuras) y provechoso (21–25). Estas primeras carac-
terizaciones de la estructura textual del sermón dan paso a otras reflexiones
del autor sobre elementos tales como la pronunciación, el tono de la voz, los
efectos sonoros desde el púlpito (45–46) y su conexión con el objetivo de la
prédica, para llegar a la tradicional clasificación de los distintos estilos em-
pleados en sus tiempos (el remiso, el blando y el magnı́locuo), que para
Velasco se presentan como opciones estilı́sticas que es posible combinar den-
tro de un mismo sermón, siempre y cuando no se confundan sus lugares
(47). Señala asimismo que el predicador debe prestar extrema atención a los
movimientos del cuerpo en el púlpito, y sobre todo a los gestos realizados
con las manos (87–90). El semblante, por ejemplo, debe estar en plena
armonı́a con el entorno donde se predica y el auditorio al cual el predicador
se enfrenta, para no desentonar con el objetivo final de la oración (88). Ense-
ñar, deleitar y mover al auditorio son los ejes conceptuales que organizan el
tratado.8

8. En el capı́tulo final, Velasco sintetiza su tarea de la siguiente manera: ‘‘Hasta aquı́ has visto que
solo tres artificios han inspirado y conspirado a la fábrica y forma total del sermón. El primer
artificio fue el orden de la ciencia para la forma fundamental. El segundo, el orden de la retórica,

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Uno de los aspectos más relevantes del texto de Velasco es el constante


interés por reflexionar tanto sobre las cualidades retóricas del sermón como
también en torno a la construcción del sujeto que deberá emplearlas, lo que
demuestra una conexión indivisible entre los aspectos textuales y teatrales
del evento oratorio. En las páginas del manual no vamos a encontrar un
nuevo modo de predicación, sino una sı́ntesis de obras previas, tanto del
humanismo renacentista como de la contemporaneidad del autor, al tiempo
que este construye su figura como la del predicador criollo ideal que se dis-
pone a presentar su saber frente a las autoridades metropolitanas.9 Lo que sı́
vamos a hallar, entonces, es una serie de reflexiones sobre su propio lugar de
enunciación diferencial y la relación entre esta alteridad geográfica y la metró-
polis. Velasco pone en primer plano su condición de criollo que escribe un
arte de sermones desde un peculiar lugar de enunciación y que será evaluado
por las autoridades peninsulares. Esta inclusión del estatus del predicador cri-
ollo en las Indias va a presentarse en tres instancias textuales especı́ficas que
vinculan la idea de saber, práctica y lugar de enunciación. La primera mención
se da cuando Velasco discute en la sección VII los diferentes estilos de la orato-
ria, junto con los vicios que muchas veces están presentes en esta y la necesidad
de corregirlos. Allı́ el autor introduce una referencia a un predicador criollo
como ejemplo acabado de aprendizaje y enseñanza del arte oratoria:

Débense conocer estos malos estilos para evitarlos, procurando obrar con
perfección en los otros, como lo hizo en nuestros tiempos en la ciudad de
Tunja, tan conocida por su nobleza como por los ingenios que produce, el
Fénix de ellos y mayor talento de su siglo, el Bachiller Pedro de Barajas,
cura doctrinero de Soraká. (62–63)

La mención de Pedro de Barajas tiene un significado importante, ya que ası́


no solo se incluye dentro del manual una referencia a la formación material
del predicador (el estilo) sino que además se establece una conexión con las

por el lado de sus partes integrales, para la forma de exornación. Y el tercero, el orden de la misma
retórica según sus partes esenciales para la forma de provecho’’ (226).
9. De la Flor ha analizado cómo los saberes presentes en estas obras se conectan con otros campos
culturales del Barroco, tales como la fisiologı́a, la arquitectura, la medicina y la retórica. En su
documentado ensayo, el académico español señala el grado de cohesión que la episteme barroca
presenta, señalando las intersecciones entre fenómenos que en el pasado se pensaban como ais-
lados o con escasa conexión. Para este crı́tico, es posible hallar en los manuales de predicación del
siglo XVII el mismo tipo de compleja situación cultural presente en la sociedad barroca (123–26).

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coordenadas témporo-espaciales (el presente, Tunja) que contextualizan el


discurso producido por Velasco. Es Barajas un ejemplo del predicador criollo
que refuerza la idea misma del Arte de Velasco como formador de subjetivi-
dades que habitan y practican la oratoria desde un espacio excéntrico. La
segunda mención a la actuación de los predicadores criollos aparece en la
sección XVII del Arte, donde se recrea una discusión en torno al estilo y la
finalidad persuasiva del sermón. Especı́ficamente, Velasco afirma la necesidad
de elaborar con mayor artificiosidad retórica los finales de los sermones y de
evitar un cierre breve o casi trunco (134–35). Para Velasco, ‘‘en esto fue
insigne el Doctor Don Juan González, Cura Rector de esta Catedral de Santa
Fe, bastantemente conocido en todo el Nuevo Reino, por sus letras, virtud y
talentos’’ (134). Resulta claro que la mención de estos dos predicadores busca
destacar la idea de construcción de una comunidad letrada con intereses y
localizaciones afines. No es casual que Velasco dé como ejemplos de grandes
predicadores a dos letrados americanos que representan todo el espectro cul-
tural que la oratoria barroca abarca: desde el cura doctrinero (Barajas) hasta
el rector de la catedral de Santa Fe de Bogotá (González), todos forman parte
de un heterogéneo colectivo que pugna por insertar sus intereses situacio-
nales dentro del marco de la discusión y reflexión en torno a la predicación.
Barajas y González son dos figuraciones ejemplares de la funcionalidad del
predicador criollo que Velasco defiende y busca construir desde su propio
texto.
Pero probablemente el ejemplo que mejor explique la compleja situación
enunciativa de Velasco se halle en el apartado ‘‘Al lector’’, donde el bogotano
dirige la palabra a un imaginario receptor de su obra. En esta sección se
encuentran referencias explı́citas a su condición de letrado indiano y además
se presenta un tipo de queja reivindicatoria afı́n a lo expresado por diferentes
autores criollos del siglo XVII. En este paratexto, Velasco busca establecer un
vı́nculo preciso entre el saber, el espacio de enunciación y el deseo de reivin-
dicar a su propia comunidad intelectual criolla. Dialogando con su lector,
reafirma la necesidad de escribir otro arte de sermones a finales del siglo
XVII:

Dirás que en esta materia hay muchos Artes, y que el mı́o se vuelva, pues
viene tarde. A que respondo: Que muchos de ellos he leı́do, pero todos me
dan licencia para que el mı́o se imprima (quizás será de algún provecho) y
con licencia suya, y ruegos de mis amigos lo doy a la estampa, para dárselo

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impreso, por no poder trasladarlo para todos los que piden. (9–10, mi
subrayado)

El retardo temporal aparece aquı́ transformado en algo positivo, ya que es el


tiempo transcurrido lo que le permite al activo letrado criollo estudiar los
distintos artes de sermones e incorporar en sus enseñanzas las experiencias
de un nuevo sujeto social que ha tenido que lidiar con escenarios inexistentes
cuando escribieron los tratadistas anteriores. En otras palabras, sin mencio-
narlo explı́citamente, Velasco se refiere en este párrafo a su contexto social
americano en toda su complejidad: es consciente de su situación no privile-
giada en el circuito de producción y distribución del saber, pero frente a ese
marco de desventaja señala las singularidades que harı́an su tratado indispen-
sable. Construye un individuo capaz de evaluar lo escrito anteriormente y
concluir que es necesario (aun a finales del siglo XVII) imprimir un arte de
sermones desde las márgenes del imperio, para poder crear un tipo de predi-
cador afı́n a este territorio. Es debido a la suma de la experiencia individual,
el conocimiento del archivo previo y la aprobación de un grupo social que
se nombra difusamente (los anónimos ‘‘amigos’’ de la cita de Velasco) por lo
que el libro reclama su espacio en el mapa cultural. Los libros del pasado,
leı́dos, interpretados y estudiados con detenimiento por este letrado criollo,
dan licencia al nuevo predicador, mientras que el grupo social al que per-
tenece y con el que siente afinidad opera como el factor que permite la con-
creción del libro, y este deja el espacio privado del claustro y se vuelca al
público de la ciudad barroca.
Siguiendo este razonamiento, Velasco comienza a expresar de manera más
enfática y explı́cita su situación particular a través de una serie de quejas que
buscan desestimar ciertos prejuicios peninsulares hacia la producción cultu-
ral criolla. En este caso, el bogotano continúa el diálogo con su lector, al que
le pide que refrene su ánimo crı́tico y que tenga en cuenta el eje de enuncia-
ción del Arte:

Para este fin te ofrezco mi Arte. Lector, déjame pasar sin vejación, que una
buena intención no es ropa de contrabando: si gustas de entretenerte, cas-
tiga en mı́ los vicios, que tendrás en ellos diversión para muchos dı́as, pero
mira, que esta que ofrezco, es virtud, no me la muerdas. Advierte, que sé
algunas Historias (como lo has visto en las ya citadas) y podré tocarte
algunas que sean tecla. Lo que hay en el Arte, que puede ser sea para ti de
misterio, es que este libro se escribe En, y sale De (es mi obligación decirlo)

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Las Indias. Buscando en los Reinos de España, no el aplauso, sino la prensa,


prevenido, y amonestado. (15, itálicas en el original, mi subrayado)

En primer lugar, Velasco establece el marco cultural preciso de producción


del Arte a través de la creación y delimitación de un espacio enunciativo
diferente, y esto se refuerza también al señalar esta singularidad mediante la
tipografı́a misma con que se remarca el carácter austral de la producción
discursiva para construir un lugar alternativo de enunciación (‘‘Las Indias’’).
A su vez, el predicador establece que es necesario confesar esto (‘‘es mi obli-
gación decirlo’’) frente a un auditorio (el peninsular) que, según saben los
criollos debido al manejo que los peninsulares hacen de los destinos ultrama-
rinos, descree de la capacidad intelectual de los nacidos en tierras america-
nas.10 La empresa que Velasco, como letrado criollo, quiere llevar a cabo es
doblemente riesgosa, ya que implica brindarle a la autoridad metropolitana
la oportunidad de evaluar su libro negativamente y continuar con la serie de
estereotipos que marginan al criollo. Este escenario riesgoso promueve en el
criollo un sentimiento ambiguo, en la medida en que aquello que lo va a dar
a conocer en el campo letrado (la publicación en España) lo expondrá al mal
recibimiento por parte de los metropolitanos. Velasco describe esta situación
de la siguiente manera:

Y es tanto el aborrecimiento, que algunos tienen a las Indias, que por


maldecirlas se revisten, una y otra vez, de Fariseos. Con los antiguos (qué
no les toca) dicen: Numquid potest a Nazareth, boni aliquid esse? Y con los
modernos (estos sı́ que les toca, y esta es la historia y la tecla) ¿sabes quié-
nes fueron? ¿No has oı́do aquello de los Comuneros? Pues estos fueron los
Fariseos, que a un tiempo despedazaron a Castilla, y entablaron el aborreci-
miento a las Indias. ¿Miren, qué dos cosas, y miren quiénes? Di ahora lo
que quisieres, que no faltará quien te conozca, pues en lo que hablaste te
manifiestas, y si quieres que no te descubran en Castilla, calla, no ladres
hacia las Indias, que eso más es descubrir el corazón que desahogar el
pecho. (16, mi subrayado)

10. La desconfianza en la capacidad intelectual criolla ha sido claramente documentada por


Lavallé en el capı́tulo ‘‘Del indio al criollo. Evolución de una imagen colonial’’. Allı́ el investigador
francés resume el conjunto de prejuicios de natura y polı́ticos que las autoridades ibéricas utiliza-
ban al momento de disputar el poder administrativo en los territorios virreinales (45–61).

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Según Velasco, el hecho de ‘‘aborrecer’’ y ‘‘maldecir’’ a las Indias es un signo


propio de aquellos que van en contra de la grandeza de la Monarquı́a espa-
ñola, no solo desde el orden polı́tico sino además en la dimensión religiosa,
que incluye mediante la analogı́a fariseos/comuneros. En ese sentido, cons-
truye un mito de origen del descrédito hacia América basado en el levanta-
miento de los comuneros en contra de Carlos V y ası́ une el afianzamiento
del destino imperial español con la expansión ultramarina. A través de un
certero razonamiento retórico, el predicador neogranadino invierte la valora-
ción de los prejuicios contra los criollos, ya que en realidad son aquellos
que los critican quienes se muestran como enemigos del orden monárquico
señorial (son los herederos de los comuneros). De esta manera, lo que hace
Velasco no es rechazar lo metropolitano, sino establecer un vı́nculo entre la
colonia y la metrópolis que se funda en una mitologı́a compartida: Castilla y
los criollos se enfrentan a un mismo tipo de enemigo que desea ver la derrota
de la casa Habsburgo.
Velasco negocia el espacio de enunciación criollo dentro de las redes del
poder imperial, no a través de una oposición binaria, sino por medio del
denominador común de la amenaza interna que puede contribuir a la ruina
del status quo, reconociendo elementos intermedios tanto en los virreinatos
como en la Penı́nsula. Con su particular construcción de su lugar de enun-
ciación, Velasco asume frente a la autoridad metropolitana un carácter ul-
traortodoxo que lo hace heredero y continuador de quienes sostuvieron el
poder imperial desde sus inicios mismos, mientras que, ante sus pares india-
nos, sus palabras resuenan como una defensa apologética del sector criollo.
Justamente eso hará hacia el final de la sección, donde el criollo decide incluir
la referencia a su naturaleza de autor y su alteridad geográfica como otro de
los elementos que irı́an en detrimento de su creación ante los ojos de los
‘‘comuneros’’:

Fue el artificio de San Pablo el ocultar su nombre en el Prólogo a los


Hebreos, porque aborrecı́an su nombre los Hebreos. Por no leer los
comuneros un libro escrito en Las Indias, no quisieran que hubiese inge-
nios en las Indias. Si a ellos dirigiera yo el mı́o, no me faltará artificio para
esconder la Patria, y el nombre de Las Indias, que tanto los ofende; pero
siendo pragmática tan justa, que el libro salga con el nombre, y Patria de
su dueño, hágolo como se manda, logrando en esta obediencia, un artificio
para mı́ de mucho provecho: y es este, pongo en inscripción el nombre,

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para abrir en muchos el deseo de la doctrina, y para cerrar con él la puerta
a los Comuneros. (16–17, mi subrayado)

En primer lugar, la presencia del nombre propio funciona aquı́ como una
sinécdoque del grupo criollo que se ha adueñado del derecho a representar
el significante ‘‘Indias’’. En segundo lugar, se vuelve a destacar el grado de
desarrollo intelectual americano al demostrar que un autor nacido en el
Nuevo Mundo ha escrito un tratado de oratoria sagrada que será impreso en
la metrópolis y que desmiente el deseo de aquellos que desprecian a América
(‘‘no quisieran que hubiese ingenios en las Indias’’). A su vez, el uso del
nombre propio es también una señal dual de la obediencia de este sector
(‘‘hágolo como se manda’’) hacia las autoridades y del orgullo de su pro-
cedencia, algo que Velasco define como ‘‘un artificio para mı́ de mucho pro-
vecho’’.
Como puede deducirse de los fragmentos analizados, Velasco reflexiona
sobre su espacio de enunciación y las relaciones con el discurso peninsular
creando un marco narrativo que le permite incluir, simultáneamente, crı́tica
y fidelidad hacia sus pares españoles. Esta ambivalencia discursiva implica
proponer la necesidad de la figura del predicador criollo como un rol que ha
sido y será, gracias al Arte de sermones, de extrema importancia en el mundo
barroco. Sus quejas pretenden desagraviar a los creadores criollos por medio
de la escritura misma de un volumen que será prueba cabal de la capacidad
intelectual de estos, sin romper de manera radical con el orden imperial.
De manera complementaria a la sección ‘‘Al lector’’, en el Arte de sermones
se encuentra también un texto escrito por una autoridad española que busca
responder a las acusaciones de Velasco: me refiero a la ‘‘Aprobación del doc-
tor don Agustı́n de Velasco, capellán en el Oratorio de la Magdalena de la
villa de Madrid’’, incluida en los preliminares. Esta inédita respuesta va a
revelar algo que poco se ha discutido en torno a la intersección cultural entre
cultura barroca y subjetividad criolla: la forma en que una autoridad espa-
ñola interpretaba estas quejas criollas dentro del marco polı́tico imperial.
Existe cierto consenso crı́tico acerca del valor de este tipo de quejas y su
papel en el establecimiento de una identidad criolla, pero poco se ha investi-
gado sobre las reacciones que pudieron tener los letrados ibéricos ante estas
vindicaciones. Será interesante ver, pues, hasta qué punto se puede seguir
hablando de cierto carácter contrahegemónico (Chang-Rodrı́guez), reivindi-
catorio protonacional (Moraña) o aun anticolonial (Parkinson Zamora) de

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la cultura barroca americana, cuando un funcionario español aprueba y


comenta las, desde un punto de vista superficial, radicales quejas de Velasco.
La ‘‘Aprobación’’ de Agustı́n de Velasco retoma, punto por punto, los di-
chos del predicador criollo; comienza destacando la importancia del Arte de
sermones y sugiere que el de Velasco posiblemente ha superado a muchos de
los manuales anteriores. El Velasco español nombra primero a una serie de
autores que, antes que el americano, han compuesto manuales de oratoria y
ubica el nuevo arte dentro de esta serie literaria. Cita los trabajos de Hugo
Sueto y de Terrones del Caño. En su opinión, Velasco ha logrado superar a
sus antecedentes en la preparación de un arte de sermones, tarea bastante
compleja, ya que escribir un manual de este tipo presenta como dificultad
máxima la variedad de sujetos que predican, es decir, la heterogeneidad de
los caracteres de los individuos que tendrán como tarea la predicación. Luego
de continuar alabando el contenido retórico y doctrinal del volumen, el autor
de la ‘‘Aprobación’’ decide mencionar uno de los elementos más interesantes
para leer a Velasco dentro de las tensiones entre criollos y peninsulares: me
refiero a la queja contra los prejuicios que los españoles usan para desacre-
ditar a los americanos que el autor del Arte de sermones introduce en el
prólogo al lector que ya he analizado. El Velasco español afirma:

Pero no puedo dejar de admirar la queja de los ingenios Españoles que


forma el autor en su prólogo, a que satisficiera despacio si la censura no
me llamara de prisa, pero no ignora que con el oro, la plata y perlas, aún
con el desaliño de su natural brutez, se conoce su valor y se estima su
fineza, y si viene pulido a diligencias del martillo, o del taladro, agrada el
arte y convida su hermosura, tierra en que lo insensible es tan precioso,
bien conoce España que lo sensible será más calificado. (s/n)

Las palabras amargas del predicador bogotano suenan estridentes para el


oı́do del peninsular, quien se encuentra al menos admirado por el tipo de
queja que el americano introduce en su manual de oratoria sagrada. Frente
a la aseveración de que los peninsulares desestiman a los criollos, el español
se propone, dentro de los lı́mites genéricos de la aprobación, contradecirla.
En primer lugar, hace referencia a un elemento tópico en este tipo de dis-
curso trasatlántico: la imagen de América como tierra rica en minerales y
tesoros naturales que deben ser extraı́dos y transformados por el saber
europeo. Las riquezas en bruto, continúa el letrado peninsular, ya hacen a

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América una tierra de gran valor y aun más se ennoblece esta ante los ojos
ibéricos si a estos metales preciosos se les añade el trabajo especializado (mar-
tillo, taladro) que transforma lo bruto en bien suntuario. La analogı́a con los
metales preciosos le permite introducir la figura del individuo letrado criollo
que puebla estas tierras y que Velasco representa. De la misma manera en que
las riquezas materiales son extraı́das y transformadas por el trabajo humano
(martillo, taladro), los ingenios de las Indias son pulidos y hermoseados por
las instituciones educativas (universidades, colegios, academias y conventos)
que se han establecido en los nuevos territorios, y envı́an los productos del
intelecto a las imprentas de la metrópolis como prueba de esta capacidad:

que no habı́a de tener más privilegio una piedra o un metal que una racio-
nal criatura y más cuando la aliñan y hermosean tantas Universidades,
Colegios, Academias y Conventos, en donde a porfı́a lucen los ingenios
desempeñando su patria y ennobleciendo las ajenas, de infinitos sujetos
indianos tengo noticia (que reducirlos a número fuera imposible) que han
ilustrado con sus personas y escritos nuestra España. (s/n, mi subrayado)

La autoridad española reconoce el campo cultural colonial estableciendo una


clara conexión entre las instituciones coloniales y su función como formado-
ras de los letrados criollos, quienes a través de sus obras serán la confirma-
ción del éxito de esta actividad educativa. Pero es interesante analizar la
selección léxica que el español realiza al momento de describir el efecto que
la producción intelectual americana produce tanto en sus tierras como en la
Penı́nsula Ibérica, ya que su afirmación intentará apropiarse de la ventaja
discursiva del criollo para desarticular su potencial significado crı́tico.
En primer lugar, el Velasco español utiliza la palabra ‘‘indianos’’ en lugar
de ‘‘criollos’’, algo que Bernard Lavallé ya ha comentado como diferenciador
entre la metrópolis y las colonias. El historiador francés señala que en los
textos ibéricos se halla la palabra ‘‘indiano’’, hecho que podrı́a demostrar el
grado de desconfianza que los funcionarios españoles tenı́an ante este
vocablo en la segunda mitad del siglo XVII, ya que se estaba transformando
en un significante que agrupaba a sectores diversos que buscaban competir
en la administración imperial (15–22). En segundo lugar, el uso del verbo
‘‘desempeñar’’ acompañando la actividad intelectual indiana (‘‘lucen
desempeñando su patria’’) recoge en su significación la idea de recobrar algo
que se ha perdido, ya que este significante valı́a en su tiempo como recuperar
o liberar de los empeños las deudas contraı́das (Real Academia Española) y

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también incluı́a en su campo semántico la idea de cumplir con lo prometido


(Covarrubias). Es posible entonces leer este elogio bajo la idea de cumplir
con las obligaciones que el letrado criollo tiene con el fin de demostrar su
calidad intelectual. Al componer una obra que recoge y sintetiza el canon
peninsular (como el Arte de Velasco), los letrados criollos recuperarán el
crédito para su patria, la harán ver como lo que es, un espacio donde el saber
puede producirse como en la metrópolis, y se lo demostrarán a sus pares
peninsulares. A su vez, este hecho tiende a engrandecer su propia tierra y a
ennoblecer las ajenas, en este caso a España, que mantiene el dominio polı́-
tico y económico del espacio americano. Lucir el ingenio es, en la cultura de
la época, una forma de intervención polı́tica tanto hacia afuera como hacia
adentro de la ciudad barroca: el letrado criollo se ubica en un espacio de
enunciación intermedio e inestable, asumiendo diferentes posicionamientos
de acuerdo con el contexto de enunciación y generando una deixis compleja
para relacionarse con los funcionarios metropolitanos, con sus pares criollos
y con las masas subalternas/subyugadas (indios, negros, etc.). De este modo
produce, como señaló Bolı́var Echeverrı́a, un discurso que busca sacudir,
despertar y cuestionar el status quo a través de una apropiación y reelabora-
ción de las formas de representación de la autoridad imperial, sin mostrar un
disenso explı́cito, pero cuestionando de forma velada las bases de su dominio
(89–95).
La capacidad proteica del letrado bogotano es, curiosamente, captada por
el religioso español quien, sin censurar de manera abierta, demuestra ser un
inteligente lector de las negociaciones simbólicas y materiales entre ambos
lados del océano. Las palabras del español descubren dos elementos fun-
damentales de la retórica criolla que Velasco utiliza: en primer lugar, señalan
lo que llamo el carácter performativo del Barroco de Indias (en cuanto es un
intento por demostrar con la práctica de la escritura la altura intelectual del
letrado criollo y ası́ construirse como autoridad); y en segunda instancia,
localizan una compleja deixis que el criollo presenta al construir su yo, su
tiempo y su espacio de acuerdo con negociaciones transitorias y claramente
ligadas con su situación particular en el marco de la ciudad letrada. Además,
el mismo Agustı́n de Velasco se incluye como un individuo que conoce el
campo de producción a través de un paciente estudio de lo escrito al otro
lado del Atlántico (‘‘de infinitos sujetos indianos tengo noticia’’) que, en
definitiva, va a engrandecer e ilustrar ‘‘nuestra España’’. Este uso del nosotros
inclusivo es tan ambiguo como interesante, ya que busca desactivar o neutra-
lizar cualquier tipo de lectura disidente de la producción letrada americana

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por medio de su reelaboración de la deixis: ‘‘nuestra España’’ aparece


disimulada como un espacio de inclusión del sector indiano, pero es, al
mismo tiempo, el lugar de la enunciación, la posesión y la autoridad
peninsulares.
Esta compleja relación jerárquica que combina la producción del saber
desde un espacio al menos excéntrico con la interpretación de ese mismo
saber desde el centro del poder imperial será explicada por el español en la
última sección de su aprobación. Afirma el letrado ibérico que

y teniendo nosotros estos libros, y habiendo hecho el aprecio que merecen


tantos sujetos, no sé a qué mira el autor de este libro, cuando pone tan de
rebozo a la queja, lo que aseguro que no es inferior a los demás y que su
libro le da a conocer por grande y digno de que se den a la estampa tan
útiles escritos. (s/n, mi subrayado)

En esta cita se introduce una nueva figuración del ‘‘nosotros’’, que en este
caso representará al grupo de autoridades peninsulares que lee, interpreta,
juzga y evalúa ‘‘estos libros’’ escritos en territorios americanos. El reproche
del americano, entonces, aparecerá como algo fuera de lugar para la mirada
peninsular que dice desconocer las razones por las cuales el autor ‘‘pone
tanto rebozo a la queja’’, ya que ‘‘su libro le da a conocer por grande y digno
de que se den a la estampa tan útiles escritos’’. En otras palabras, la respuesta
del peninsular tácitamente asume lo que el americano desea afirmar: que el
libro mismo es un acto del ingenio que demuestra la capacidad letrada de
los criollos. No es necesario buscar en estos textos elementos temáticos que
especifiquen una naturaleza puramente americana, o referencias a cierto
exotismo ahistórico que enmarque la obra barroca colonial y la haga
emblema de un estilo americano, sino que se hace crucial prestar atención a
los espacios de enunciación presentes en este diálogo intelectual ultramarino
para poder reconstruir el contexto de producción de este tipo de discursos.11
Lo que el Velasco español ha afirmado (‘‘su libro le da a conocer por
grande’’) es precisamente el efecto buscado por el Velasco bogotano. Los

11. Me refiero fundamentalmente a las lecturas propuestas por Parkinson Zamora acerca del
carácter anticolonial de las producciones culturales americanas durante el siglo XVII. Este tipo de
interpretación, si bien presenta una innovadora lectura del campo cultural, carece de un acerca-
miento histórico sólido que la fundamente.

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libros de los criollos pueden definirse como una performance, como una dra-
matización de su saber y su valor en tanto individuos capaces de demostrar
el grado de perfeccionamiento alcanzado en tierras remotas y que se sienten
capaces de dialogar con sus pares metropolitanos de igual a igual.12
Al escribir una aprobación tan precisa e interesante, el religioso español
permite ver el complejo campo de negociación material y simbólica en el que
estaban inscriptos tanto el letrado peninsular como el criollo. Además, al
analizar la forma en que el español interpreta la queja del autor del Arte de
sermones, cobra mayor visibilidad el significado de esta pose criolla, es decir,
la estrategia discursiva que autoriza al letrado criollo como interlocutor
válido frente a la autoridad imperial. Al mismo tiempo, el lugar que el criollo
consigue afianzar por medio de su producción cultural contribuirá a generar
una mayor cohesión dentro del núcleo duro de la ciudad barroca americana.
Velasco, el español, lee el efecto buscado por el americano, que es la idea de
mostrar el conocimiento propio para autorizarse dentro del mapa del poder
ultramarino y formar parte del diagrama de poder barroco del siglo XVII.
En definitiva, las palabras de los dos Velascos parecen reproducir en minia-
tura las polémicas, las discusiones y los pactos que los criollos y los peninsu-
lares sostuvieron durante todo el siglo XVII en ámbitos y saberes tan alejados
como semejantes. El valor de estos textos se basa no solo en que el Arte de
Velasco puede entenderse cabalmente como un arte de predicar criollo, sino
en que, además, en la inclusión de la palabra del peninsular se hace mucho
más visible el grado de similitud y las diferencias entre los dos campos cultu-
rales. La polémica en torno a la singular situación del predicador criollo, la
validez de su persona y las distintas figuraciones discursivas que él asumirá,
es una consecuencia de este contexto histórico y permite ası́ interpretar la
oratoria sagrada como un lugar donde es posible detectar las tensiones y los
pactos que atraviesan a los letrados de la segunda mitad del XVII. Al mismo
tiempo, en el análisis del Arte de sermones de Velasco, busqué ilustrar con

12. Esta situación ambigua ha sido muy bien analizada por Antony Higgins en relación con el
proceso de construcción del archivo criollo en territorios mexicanos. Higgins explica que ‘‘[i]n
New Spain and the other viceroyalties, the structure of an imperial and, at least nominally, theo-
cratic regime remains largely in place, albeit marked by a potentially destabilizing contingency
and heterogeneity vis-à-vis subsisting indigenous and African belief systems. Instead, the salient
features of a conjunctural tension are located in the domains of authority and knowledge: first, in
the spheres of literature and culture; and, second, in the modes of scientific knowledge that can
be articulated within the traditional regime, so long as they do not threaten its own authority and
order’’ (15).

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nitidez el largo y por momentos contradictorio proceso a partir del cual se


crea el discurso criollo, un discurso en donde se pueden leer las negocia-
ciones de un grupo social clave para entender la singularidad de la historia
americana y su intersección con la cultura barroca. Este intento por fundar
las bases para la construcción de la subjetividad criolla a través de la reflexión
sobre la oratoria puede pensarse como una anticipación a otros momentos
en la historia colonial americana en que también se percibe la intersección
entre espacio de enunciación, autoridad y saber. Fundamentalmente me
refiero, salvando las diferencias contextuales, a lo que Antony Higgins señaló
en torno a la creación del ‘‘archivo criollo’’ en Nueva España o a lo que
Jorge Cañizares-Esguerra ha argumentado en relación con la creación de una
‘‘patriotic epistemology’’ llevada a cabo por una elite criolla durante el siglo
XVIII.13 Velasco se inscribe en un momento previo al analizado por estos
investigadores, intentando fundar desde su propia esfera de acción discursiva
la validez del predicador criollo.
En la introducción a este ensayo, destaqué la necesidad de revisar el texto
de Velasco como exponente cabal de la intersección cultural entre el discurso
barroco y el grupo criollo, buscando aquellos elementos que participan en la
construcción de una figura de autoridad intelectual creada a partir del uso
de lo que llamo la organización discursiva del tiempo, del espacio y de los
vı́nculos con los otros (en todas sus variantes: español, indio, negro) dentro
de la creación letrada. La creación de una pose criolla se basa en la ubicación
del letrado criollo como intermediario entre cosmovisiones contrapuestas, es
decir, sostiene su identidad en tanto es la autoridad intelectual que se encuen-
tra en un lugar privilegiado para relacionarse con los agentes del poder me-
tropolitano y con el heterogéneo tejido social americano. Por momentos,
Velasco asumirá en su palabra un espacio geográfico alternativo vinculado
indudablemente con la realidad austral; pero también, en ocasiones, su deseo
de participar de la cultura europea lo llevará a buscar tropos que conecten
estos dos espacios sin ir en detrimento de ninguna de las coordenadas locati-
vas. Esto le permitirá ubicarse siempre en un espacio epistemológico privile-
giado: frente a los peninsulares, asumirá el rol del sujeto nativo que, debido
a su origen geográfico, posee el conocimiento necesario para administrar su

13. Según Cañizares-Esguerra, ‘‘patriotic epistemology was a discourse of the ancien régime that
created and validated knowledge in the colonies along lines that mimicked and reinforced wider
public principles of socio-racial estates and corporate privileges’’ (206).

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espacio; frente a sus pares criollos, usará una figuración discursiva que busca
contribuir a un afianzamiento social y cultural del grupo; por último, frente
a los indı́genas, retomará una posición que lo iguala con sus pares europeos,
al señalarlos como lo otro que debe subsumirse ante el discurso imperial
colonizador. El letrado criollo utilizará esta ventaja posicional para afianzar
su espacio de poder, ya que se define como el más apto para lidiar con la
realidad de las Indias sin ser ni la pura otredad indı́gena ni la externa visión
europea.
En definitiva, Velasco construye su imagen de letrado criollo como sus-
tento y base de su autoridad cultural, autoridad que oscila entre la aceptación
de la jerarquı́a y el orden imperiales y la progresiva conformación de un lugar
enunciativo distinto, en constante construcción, que transita zonas culturales
diversas. Este nuevo lugar de enunciación no representa en su totalidad el
espacio americano (como se ha pretendido interpretar de manera recurrente
la producción del Barroco de Indias), sino que afirma y sustenta el dominio
del grupo criollo ante la heterogeneidad del ‘‘Nuevo Mundo’’. Es posible ver
en este ejemplo del discurso criollo del siglo XVII cómo este sector se apropia
por momentos del significante ‘‘americano’’ y le impone una significación
suplementaria, creando un efecto retórico que utiliza una falsa relación
sinonı́mica entre dos palabras (criollo / americano) cuando dirige su discurso
a la autoridad peninsular, mientras no duda un instante en trazar las diferen-
cias entre los dos significantes cuando debe demarcar su dominio territorial
y cultural dentro de la ciudad barroca americana.

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