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I. Introducción
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Son de no hacer la no concurrencia (art. 88 LCT) y de no revelar información
sobre productos que estén bajo su control (art. 3 de la Ley 24.766).
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Cuando se trata de obligaciones pactadas por las partes.
3
Cuando al producirse la extincioó n del contrato de trabajo se cometa un acto
ilíócito que habilite la reparacioó n del danñ o moral.
Ante el incumplimiento de las obligaciones laborales, el
acreedor puede solicitar que se fuerce al deudor a cumplirlas. Esta
ejecución forzada puede consistir, en el caso de las obligaciones de
dar sumas de dinero en la realización en pública subasta de bienes
del deudor suficientes como para cubrir el valor reclamado. En las
obligaciones de hacer y de no hacer, la ejecución forzada puede
consistir en la imposición de sanciones conminatorias 4 u otros
medios compulsivos que no impliquen ejercer violencia contra el
deudor.
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Las denominadas astreintes se encuentran previstas tanto por el art. 666 bis del
Coó digo Civil como por la totalidad de los coó digos procesales locales.
con posterioridad cuando revele inequívocamente que han
abandonado la relación. Se las denomina comúnmente extinción por
la voluntad concurrente de las partes y abandono – renuncia
respectivamente.
Al comunicar el despido, sin importar de quién proviene la
decisión – trabajador o empleador – las partes pueden invocar la
existencia de una justa causa para su decisión, la cual requiere su
posterior acreditación y calificación judicial. Como veremos
posteriormente la existencia o no de una justa causa de despido,
tanto directo como indirecto, influye de modo decisivo en las
distintas obligaciones que nacen de la extinción del contrato de
trabajo.
Consideramos incluidas dentro del despido directo con
justa causa a ciertas circunstancias contempladas expresamente por
la ley como el abandono de trabajo, la fuerza mayor o falta o
disminución de trabajo no imputable al empleador, la quiebra o
concurso del empleador, la inhabilidad o la incapacidad del
trabajador y el vencimiento del plazo acordado para que el
trabajador obtenga su beneficio jubilatorio ya que su configuración
no trae aparejada de por sí la extinción del contrato de trabajo, sino
que requieren de la notificación fehaciente de la decisión del
empleador de dar por extinguido el vínculo invocando dicho motivo
para que las normas correspondientes resulten aplicables.
La LCT también regula causas objetivas de extinción del
contrato de trabajo, las cuales operan al margen de la voluntad de
las partes y sin la necesidad de ninguna manifestación adicional de
las partes. Se trata de la extinción por muerte del trabajador y por
muerte del empleador.
Existe un caso especial que es el de la extinción del
contrato de trabajo por vencimiento del plazo. Consideramos que se
trata de un caso especial porque, para que se configure, requiere
del otorgamiento efectivo del preaviso el cual, de ser omitido,
produce la reconducción del contrato de trabajo como uno por
tiempo indeterminado.
1. La liquidación final
3. La obligación de preavisar
a) Concepto y caracteres
b) Antecedentes legislativos
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El art. 635 del Coó digo Civil dispone que “obligación alternativa es la que tiene
por objeto una de entre muchas prestaciones independientes y distintas las unas de
las otras en el título, de modo que la elección que deba hacerse entre ellas, quede
desde el principio indeterminada”. Es decir que son obligaciones cuyo contenido
es de dos o maó s prestaciones independientes que se extinguen cuando el deudor
cumple una de ellas a su elección.
La obligación de preavisar tiene por antecedente inmediato
nacional al art. 157, acápite 1º y 2º de la Ley 11.729 cuyo texto
resulta similar al vigente en la actualidad.
Disponía la norma mencionada que “el contrato de empleo
no podrá ser disuelto por voluntad de una de las partes, sin previo
aviso o, en su defecto, indemnización, además de la que
corresponderá al empleado por su antigüedad en el servicio cuando
se disuelva por voluntad del principal”. A renglón seguido, la norma
disponía que los plazos de preaviso que establecía eran mínimos,
pudiendo las partes fijar de común acuerdo un plazo mayor.
Ya en el texto de la Ley 11.729 se contemplaban dos
plazos, de uno o dos meses según que la antigüedad del trabajador
fuera no mayor o superior a 5 años. Dichos plazos corrían tanto
para el empleador como para el trabajador, quien también se
encontraba obligado a preavisar, debiendo abonar en caso contrario
una indemnización a favor de su empleador. Cuando el preaviso
provenía del empleador, el plazo comenzaba a correr a partir del
último día del mes en que éste se comunicaba.
Si bien la ley no sujetaba la validez de la notificación del
preaviso a ninguna forma sacramental, disponía que éste debía
probarse por escrito.
La ley 11.729 otorgaba dos horas diarias de licencia al
trabajador preavisado para que pudiera buscar un nuevo empleo sin
que por ello disminuyera su remuneración.
Por último, la ley disponía que la omisión del preaviso
obligaba al empleador a abonar al trabajador una indemnización
equivalente a la retribución que corresponde al período legal.
Al sancionarse la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo en
1974, la figura del preaviso fue reglamentada de modo más
exhaustivo, en los arts. 252 a 260. Si bien las disposiciones de la
ley 11.729 no fueron modificadas demasiado, la nueva
reglamentación exhibió un vuelco notable a favor de los derechos
del trabajador.
En primer lugar estableció tres plazos mínimos de
preaviso, según que la antigüedad del trabajador fuera inferior a 5
años, inferior a 10 años o mayor de 10 años. Asimismo, la norma
postergaba el inicio del cómputo del plazo del preaviso al primer día
del mes siguiente a su comunicación.
En segundo lugar, y cuando el empleador ponía fin al
contrato de trabajo sin preavisar al trabajador y dicha extinción se
producía en un día que no coincidía con el fin de mes, quedaba
obligado a abonarle la remuneración correspondiente a los días del
mes que restaba transcurrir hasta su fin. Esta indemnización, que
aun rige en la actualidad, se denomina integración del mes de
despido.
En tercer lugar disponía que una vez otorgado el preaviso
el trabajador podía dar por extinguido el contrato de trabajo en
forma inmediata renunciando al plazo faltante, sin derecho a cobrar
el salario correspondiente. Por otra parte autorizaba al empleador a
relevar al trabajador de trabajar durante el plazo del preaviso,
debiendo, en tal caso, abonarle las remuneraciones
correspondientes.
En cuarto lugar, y en relación con la licencia diaria, la LCT
disponía la posibilidad de que el trabajador elija las dos primeras o
las dos últimas horas del día, o bien acumularlas en una o más
jornadas íntegras.
Por lo demás, el texto de la Ley no modificaba demasiado
las disposiciones de la ley derogada.
En 1976 y con la toma del poder por el nefasto Proceso de
Reorganización Nacional, la Ley de Contrato de Trabajo sufrió
modificaciones de consideración mediante el dictado de la Ley
21.297 y el posterior Decreto ordenatorio 390/76. Las normas, si
bien no modificaron demasiado el instituto del preaviso, produjeron
un cambio en el articulado, quedando regulado a partir de ese
momento en los arts. 231 a 239, numeración que subsiste en la
actualidad.
La norma de facto, modificando el inc. b) del viejo artículo
252, eliminó el plazo especial de preaviso para los trabajadores con
una antigüedad mayor de 10 años.
En 2008 se dictó la Ley 25.013 la cual, si bien no
modificaba la LCT, resultaba aplicable solo a los contratos de
trabajo celebrados a partir de su entrada en vigencia, establecida
en el día 3 de octubre (cfr. art. 5). Esta norma, que contenía
disposiciones especiales que alteraban la normativa aplicable a la
extinción del contrato de trabajo, modificó los plazos mínimos de
preaviso y la forma de cómputo. A partir de su entrada en vigencia
el trabajador debía preavisar con una antelación no inferior a 15
días, mientras que en igual plazo debía hacerlo el empleador
cuando el trabajador poseyera una antigüedad mayor de 30 días y
hasta 3 meses, de un mes cuando tuviera una antigüedad mayor de
3 meses y hasta 5 años y de dos meses cuando fuera mayor.
Cabe destacar que los contratos de trabajo celebrados con
anterioridad a la entrada en vigencia de la Ley 25.013 continuaban
rigiéndose por la LCT, con el texto ordenado por el Decreto 390/76.
En 2004, y mediante la Ley 25.877 de Ordenamiento
Laboral, se derogó el art. 6 de la Ley 25.013 y se sustituyó el texto
de los arts. 231 y 233 de la LCT con el texto que hoy se encuentra
vigente.
c) Normativa vigente
Dispone el art. 233 de la LCT que “los plazos del art. 231
correrán a partir del día siguiente al de la notificación del preaviso”.
En forma novedosa, y cuando es el empleador quien
decide poner fin a la relación laboral, la reforma de la Ley 25.877
constituyó un mix entre el texto de la LCT original y el de la Ley
25.013. Si el empleador efectivamente preavisa la extinción del
contrato al trabajador, el plazo corre a partir del día siguiente a la
notificación. Pero si el empleador omite preavisar la extinción del
contrato de trabajo y éste no se encuentra en período de prueba, el
inicio del plazo se difiere al primer día del mes siguiente, quedando
obligado el empleador a abonar el salario correspondiente a los días
transcurridos entre el preaviso y el último día del mes.
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La indemnizacioó n sustitutiva del preaviso y la integracioó n del mes de despido
deben calcularse teniendo en cuenta la incidencia del sueldo anual
complementario.
Dividiendo la base de cálculo por 30 (correspondiente a los
días promedio del mes) y multiplicando dicha suma por los días que
faltan desde que se produjo la extinción del contrato de trabajo
hasta el último día del mes. En el caso que venimos utilizando el
trabajador debiera percibir, en concepto de integración del mes de
despido, $ 1.666,67.
La percepción de las indemnizaciones mencionadas es
compatible con las restantes indemnizaciones que correspondería
percibir al trabajador como consecuencia de la extinción del
contrato de trabajo.
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Salvo en los casos de justas causas previstas por la ley, a las cuales referiremos
posteriormente.
denuncia el contrato de trabajo, fundado en una justa causa,
estamos frente a un despido indirecto.
¿Cuándo se está frente a una justa causa de despido?
Cuando existe algún incumplimiento grave del trabajador o del
empleador que resultan injuriantes para la otra parte e impiden la
continuidad del vínculo. También hemos dicho que en algunas
ocasiones el empleador se encuentra habilitado para extinguir el
contrato de trabajo fundado en ciertos hechos o circunstancias
determinadas de antemano por la ley que constituyen justas causas
de despido.
La valoración de la causa invocada como justificativa del
despido, siempre y cuando ella fuera debidamente acreditada,
queda siempre a cargo de los jueces. Para la correcta valoración de
la causa y a fin de garantizar la posible contradicción, la ley impone
a quien pone fin al contrato fundado en una justa causa la carga de
expresar por escrito y en forma suficientemente clara los motivos
en que se funda la decisión de extinguir el contrato de trabajo (cfr.
art. 243 LCT).
Por otra parte y como dijimos anteriormente, la ley
considera especialmente como justa causa de despido al abandono
de trabajo, la fuerza mayor o falta o disminución de trabajo no
imputable al empleador, la quiebra o concurso del empleador y la
incapacidad o inhabilidad del trabajador.
b.2.1. La remuneración
b.2.2. La antigüedad
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OJEDA RAUL HORACIO, en “Ley de Contrato de Trabajo”, 1ª Edicioó n, Tomo III,
paó gs. 280 y 281, Editorial Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2005.
A pesar de la manda constitucional sobre el dictado de una
ley especial sobre bancarrotas, la legislación sobre la materia fue
incluida en el Libro IV del Código de Comercio, donde se mantuvo
hasta la actualidad, a pesar de las sucesivas reformas (fueron
modificadas en 1889, sustituidas por la ley 4156 de 1902 y
reemplazadas nuevamente en 1933 por la ley 11.719). En ninguno
de los casos, las leyes hicieron referencia a los créditos de
naturaleza laboral.
Recién la ley 11.729 contuvo dos disposiciones relativas a
los créditos laborales y la quiebra:
En caso de quiebra el trabajador era acreedor a la
indemnización común por extinción del contrato de trabajo
que preveía el art. 157, inc. 3º (art. 157, inc. 5º);
Las indemnizaciones por despido y preaviso gozaban de
privilegio especial (art. 157, inc. 7), que era irrenunciable.
En 1972 el texto de la Ley 11.719 fue reemplazado por el
de la Ley 19.551.
Similares a las disposiciones de la ley 11.729, la ley
19.551 presentaba el siguiente régimen en relación con los
contratos de trabajo:
La quiebra no producía la disolución del contrato de trabajo,
sino su suspensión de pleno derecho por sesenta días
corridos. Vencido ese plazo sin que se decidiera la
continuación de la explotación de la empresa el contrato
quedaba disuelto y los créditos debían ser verificados.
De decidirse la continuación de la explotación, el síndico debía
elegir el personal y la ejecución de sus contratos de trabajo
se reanudaba inmediatamente. El pago de los salarios debía
realizarse dentro de los plazos legales e imputarse a gastos
del concurso. Los trabajadores que continuaban prestando
servicios eran considerados acreedores del concurso y eran
pagados con preferencia a los acreedores del deudor.
Extinguido este contrato de trabajo, el trabajador debía
verificar los créditos anteriores a la declaración de quiebra,
mientras que los derivados de la continuación de la
explotación gozaban del privilegio señalado anteriormente;
La finalidad del proceso de quiebra era la realización de los
bienes, la cual podía llevarse adelante mediante la
enajenación de la empresa como unidad, la enajenación del
conjunto de bienes que integran el establecimiento o la
enajenación singular de todo o parte de los bienes del deudor;
Cuando un tercero adquiriera la empresa cuya explotación
continuó se lo consideraba sucesor del fallido y del concurso
respecto de todos los contratos de trabajo existentes a la
fecha de la transferencia. Los créditos anteriores debían ser
verificados;
Los salarios correspondientes a los seis meses anteriores a la
apertura del concurso, indemnizaciones por despido, preaviso,
accidentes de trabajo, vacaciones y SAC gozaban de privilegio
general.
La Ley 20.744 de Contrato de Trabajo contuvo una serie
de normas aplicables a los créditos laborales en los procesos
concursales:
Una relativa al despido por causa de concurso o quiebra del
empleador (art. 272), la cual disponía que “si la quiebra del
empleador motivara la extinción del contrato de trabajo y
aquélla fuera debida a causas no imputables al mismo, ni
inherentes al riesgo propio de la empresa, la indemnización
correspondiente al trabajador será la prevista en el artículo
268 (o sea la del actual art. 247). En cualquier otro supuesto
dicha indemnización se calculará conforme a lo previsto en el
artículo 266 (o sea la del actual art. 245). La determinación
de las circunstancias a que se refiere este artículo será
efectuada por el juez con competencia en lo laboral”;
Otras relativas a los privilegios de los créditos laborales (arts.
285 a 298), las cuales establecían que: el trabajador tenía
derecho a ser pagado, con preferencia a otros acreedores del
empleador, por los créditos que resulten del contrato de
trabajo; los privilegios de los créditos laborales se transmitían
a los sucesores del trabajador; los privilegios laborales eran
irrenunciables; el juez del concurso debía autorizar el pago de
las remuneraciones debidas al trabajador, las
indemnizaciones por accidente y sustitutiva del preaviso y por
extinción del contrato de trabajo, previa comprobación de sus
importes por el síndico, los que debían ser satisfechos
prioritariamente con el resultado de la explotación, con los
primeros fondos que se recauden o con el producto de los
bienes sobre los que recaigan los privilegios especiales que
resulten de la propia LCT; las remuneraciones del trabajador
y las indemnizaciones que le correspondan en razón de la
antigüedad, u omisión de preaviso, debidas en virtud de
servicios prestados después de dispuesta la continuación de la
explotación de la empresa, se consideraban gastos de justicia
sin que ellos requirieran verificación, y debían abonarse en los
plazos legales, y con iguales garantías que las conferidas a los
créditos por salarios y otras remuneraciones; los créditos por
remuneraciones debidos al trabajador por 6 meses y los
provenientes de indemnizaciones por accidente de trabajo,
antigüedad o despido, falta de preaviso y fondo de
desempleo, gozaban de privilegio especial sobre las
mercaderías, materias primas y maquinarias que integren el
establecimiento donde haya prestado sus servicios, o que
sirvan para la explotación del que aquél forma parte, sobre el
fondo de comercio, el dinero, títulos de créditos o depósitos
en cuentas bancarias o de otro tipo que sean directo
resultado de la explotación, salvo que hubiesen sido recibidos
a nombre y por cuenta de terceros; estos créditos gozaban de
preferencia sobre cualquiera otro respecto de los mismos
bienes, con excepción de los acreedores prendarios por saldo
de precio, y de lo adeudado al retenedor por razón de las
mismas cosas, si fueren retenidas; el privilegio especial se
trasladaba de pleno derecho sobre los importes que sustituían
a los bienes sobre los que recaía, sea por indemnización,
precio o cualquier otro concepto que permitiera la
subrogación real; los créditos por remuneraciones y subsidios
familiares debidos al trabajador por 6 meses y los
provenientes de indemnizaciones por accidente del trabajo,
por antigüedad o despido y por falta de preaviso, vacaciones
y sueldo anual complementario, los importes por fondo de
desempleo y cualquier otro derivado de la relación laboral,
gozaban de privilegio general, siendo preferidos a cualquier
otro crédito, salvo los alimentarios.
La reforma de la Ley 21.297 modificó la numeración de las
normas indicadas precedentemente (pasaron a ser los arts. 261 a
274 de la LCT), sin producir otros cambios sustanciales salvo el
agregado del pronto pago.
La Ley 24.522 de 1995 que sustituyó al texto de la Ley
19.551, tuvo por objetivo dar un tratamiento especial a los créditos
laborales. A partir de su sanción quedó bien en claro que la
impotencia patrimonial del empleador no tenía por qué traer
aparejada la privación a los trabajadores de sus puestos de trabajo.
Por ese motivo la ley prevé la continuidad de la ejecución de los
contratos de trabajo que unan al deudor con sus trabajadores, con
algunas modificaciones.
Una vez decretada la apertura del concurso preventivo
disponía la inaplicabilidad en el establecimiento de los convenios
colectivos de trabajo, por un plazo máximo de tres años o el del
cumplimiento del acuerdo preventivo, el que fuera menor. Durante
ese plazo, las relaciones laborales se regían por lo pactado entre el
trabajador y empleador en cada contrato individual o, en su
defecto, por las disposiciones de la LCT. De todos modos, la ley
autorizaba al concursado y a la asociación sindical con personería
gremial a celebrar un convenio colectivo de crisis el cual regía hasta
los mismos plazos señalados precedentemente. Concluido el
proceso concursal por cualquier otra causa o vencido el plazo de
duración del convenio de crisis, volvían a ser aplicables los
convenios colectivos de trabajo que habían quedado sin efecto al
momento del inicio. Estas cuestiones relativas al contrato de trabajo
y al concurso preventivo fueron derogadas por la Ley 26.684.
En cuanto a los efectos de la declaración de quiebra sobre
el contrato de trabajo, nos referimos a ellos posteriormente.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
COLOTTI, JULIO E. y FEITO BENIGNO, “Patrones, empleados
y obreros ante la Ley 11.729”, 5° Edición, Editorial Pulso,
Buenos Aires, 1948
“Ley de Contrato de Trabajo”, Dir. VÁZQUEZ VIALARD,
ANTONIO; Coord. OJEDA, RAÚL HORACIO; 1° Edición,
Editorial Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2005
“Tratado de Derecho del Trabajo”, Dir. DEVEALI, MARIO, 1°
Edición, Editorial La Ley, Buenos Aires, 1964
“Tratado de Derecho del Trabajo”, Dir. VÁZQUEZ VIALARD,
ANTONIO, 1° Edición, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1982
“Tratado de Derecho del Trabajo”, Dir. ACKERMAN, MARIO;
Coord. TOSCA DIEGO M., 1° Edición, Editorial Rubinzal
Culzoni, Santa Fe, 2005
GRISOLÍA JULIO A., “Derecho del Trabajo y de la Seguridad
Social”, 8° Edición, Editorial Lexis Nexis Depalma, Buenos
Aires, 2003