Sie sind auf Seite 1von 104

ALEXANDER PUSHKIN

05-026-231
104 cop

CAPITULO I
L A H I J A D E L EL SARGENTO DE LA GUARDIA
C A P I T A N
-Si mañana pudiera ser capitán de la guardia...
A L E X A N D R P U S H K I N -No hay necesidad; que sirva en el ejército.
-¡ Bien dicho! Que sepa lo que es bueno...
..........................................................................................
-¿Y quién es su padre?
KNIAZHMIN1

Mi padre, Andréi Petróvich Griniov, de joven


sirvió con el conde Münnich y se jubiló en el año
17... con el grado de teniente coronel. Desde enton-
ces vivió en su aldea de la provincia de Simbirsk,
donde se casó con la joven Avdotia Vasílevna Yu.,
hija de un indigente noble de aquella región. Tuvie-

1 Epígrafe de la comedia El fanfarrón.


1/104
4
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
ron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron de aunque frívolo y ligero de cascos en extremo. Su
pequeños. Me inscribieron de sargento en el regi- debilidad principal era su pasión por el bello sexo;
miento Semionovski gracias al teniente de la guar- no pocas veces sus efusiones le valían golpes que le
dia, el príncipe B., pariente cercano nuestro, pero hacían quejarse días enteros. Además, no era (según
disfruté de permiso hasta el fin de mis estudios. En su propia expresión) «enemigo de la botella», es de-
aquellos tiempos no nos educaban como ahora. A cir (hablando en ruso), le gustaba beber más de la
los cinco años fui confiado a Savélich, nuestro ca- cuenta. Pero, en vista de que en casa el vino se ser-
ballerizo, al que hicieron diadka2 mío porque era vía sólo en la comida y no más de una copa, y gene-
abstemio. Bajo su tutela hacia los doce años aprendí ralmente se olvidaban del preceptor, mi Beaupré no
a leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien ins- tardó en acostumbrarse al licor ruso, y hasta llegó a
truido sobre ello, las cualidades de un lebrel, Enton- preferirlo a los vinos de su país, por ser aquél mu-
ces mi padre contrató para mí a un francés, monsieur cho más sano para el .estómago. En seguida hicimos
Beaupré, que fue traído de Moscú con. la provisión buenas migas y, aunque según el contrato tenía que
anual de vino y de aceite de girasol. Su llegada no enseñarme -francés, alemán y todas las ciencias»,
gustó nada a Savélich. «Gracias a Dios -gruñía éste prefirió que yo le enseñara a chapurrear el ruso y
para sus adentros -, parece que el niño está limpio, luego cada uno se dedicó a sus cosas. Vivíamos en
peinado y bien alimentado. ¿Para qué gastar dinero amor y compañía. Yo no deseaba otro mentor. Pero
y traer a un musié, como si los señores no tuvieran pronto nos separó el destino , y fue por lo siguiente:
bastante gente suya?» Un día la lavandera Palashka, una moza gorda y
En su patria Beaupré había sido peluquero- lue- picada de viruelas, y Akulka, la tuerta que cuidaba
go fue soldado en Prusia y después llegó a Rusia de las vacas, se pusieron de acuerdo y se arrojaron a
pour étre ,«Outchitel»3, pero sin comprender bien el los pies de mi madre confesando su vergonzosa de-
significado de esta palabra. Era un buen hombre, bilidad y quejándose entre sollozos del musié, que
2 Siervo encargado de cuidar a los hijos de una familia noble.
3 Preceptor.
2/104
5 6
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

había abusado de su inocencia. A mi madre no le Yo hacia vida de niño, persiguiendo las palomas
gustaban esas cosas, por lo que se quejó a mi padre. y jugando al paso con los hijos de nuestros criados.
Él hacía justicia rápidamente. En seguida mandó Entre tanto cumplí dieciséis años, y entonces cam-
llamar al granuja francés. Le dijeron que musié estaba bió mi destino.
dándome una clase, Entonces mi padre se dirigió a Un día de otoño mi madre estaba haciendo dul-
mí habitación. A todo esto, Beaupré estaba dur- ce de miel en el comedor y yo, relamiéndome, mira-
miendo en la cama con el sueño de la inocencia. Yo ba la espuma que se levantaba. Mi padre, junto a la
estaba muy ocupado. Es de saber que habían adqui- ventana, leía el «Almanaque de la Corte», que recibía
rido para mí, en Moscú, un mapa geográfico. Estaba todos los años. Este libro ejercía sobre él una gran
colgado en la pared sin ninguna utilidad y hacía influencia; nunca lo leía sin un interés especial y su
tiempo que me tentaba con su tamaño y buena cali- lectura le producía un fuerte acceso de bilis. Mi ma-
dad del papel. Decidí fabricar una cometa y, aprove- dre, que conocía de memoria sus manías y costum-
chando el sueño de Beaupré, puse manos a la obra. bres, siempre trataba de meter el desdichado libro lo
Mi padre entró precisamente en el momento en que más lejos posible y, gracias a ello, a veces el «Alma-
yo estaba pegando una cola de estropajo al cabo de naque de la Corte. no caía en sus manos durante
Buena Esperanza. Al ver mis ejercicios de geografía, meses enteros. Pero, cuando, por casualidad, lo en-
mi padre me tiró de una oreja; luego se acercó co- contraba, ya no lo soltaba durante horas y horas.
rriendo a Beaupré, le despertó con bastante poco -Como decía, mí padre estaba leyendo el «Al-
miramiento y le reprochó su descuido. Beaupré, manaque de la Corte» encogiéndose de hombros de
confundido, quiso incorporarse, pero no pudo; el vez en cuando y repitiendo a media voz: «¡ Teniente
pobre francés estaba completamente borracho, Era general! ¡ Era sargento en mi compañía!... ¡ Caballero
demasiado. Mi padre le levantó de la cama por las de ambas órdenes rusas!... Parece que fue ayer cuan-
solapas, le echó de la habitación a empujones y do nosotros dos ... » Por fin mi padre tiró el «Alma-
aquel mismo día le despidió, con gran satisfacción naque» al sofá y se quedó absorto en un
de Savélich. Así terminó mi educación.
3/104
7 8
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
pensamiento profundo que no presagiaba nada -No te olvides, Andréi Petróvich -dijo mi madre
bueno. de saludar de mi parte al príncipe B., y dile que no
De pronto se dirigió a mi madre: deje a Petrusha sin protección.
-Avdotia Vasílevna, ¿cuántos años tiene Pe- -¡ Qué tontería! -contestó mí padre frunciendo el
trusha? – entrecejo-. ¿Por qué crees que voy a escribir al prín-
-Ya ha cumplido dieciséis- contestó mi madre- cipe B?
Petrusha nació el mismo año en que la tía Nastasia -¿No habías dicho que ibas a escribir al jefe de
Guerásimovna se quedó tuerta y, además... Petrusha?
-Bueno -interrumpió mi padre -, ya es hora de -¿Y eso que viene que ver?
que empiece su servicio. Ya está bien de correr por -Que el jefe de Petrusha es el príncipe B: Pe-
los cuartos de las criadas y de subirse a los paloma- trusha está inscrito en el regimiento Semionovski.
res. -Está inscrito! ¿Y qué me importa que esté ins-
La idea de una próxima separación sorprendió crito? Petrusha no irá a Petersburgo. ¿Qué puede
tanto a mi madre, que dejó caer la cuchara en la ca- aprender sirviendo en Petersburgo? A gastar dinero
cerola y le corrieron lágrimas por la cara. En cam- y a divertirse. No, que sirva en el ejército, que sepa
bio, seria difícil describir mi entusiasmo. La idea de[ lo que es el trabajo, que huela a pólvora y sea un
servicio iba unida para mí a la idea de la libertad y soldado y no un tunante. ¡ inscrito en la guardia!
de los placeres de la vida de Petersburgo. Ya me ¿Dónde está su pasaporte? Tráemelo.
veía oficial de la guardia, lo cual me parecía el má- Mi madre buscó mi pasaporte, que tenía guar-
ximo de la felicidad humana. dado en una caja junto a la camisa con que me había
A mi padre no le gustaba cambiar de intención bautizado, y se lo dio a mi padre con mano temblo-
ni aplazar su cumplimiento. Quedó decidido el día rosa. Mi padre lo leyó detenidamente, lo puso en la
de mi partida. La víspera, mí padre anunció que mesa y empezó la carta.
pensaba darme una carta para mi futuro jefe y pidió La curiosidad me devoraba. ¿Adónde me man-
papel y pluma. daría, si no era a Petersburgo? No quitaba el ojo de
4/104
9 10
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

la pluma de mi padre, que se movía, para mi deses- cuando está nueva y el honor desde joven. -Mi ma-
peración, con bastante lentitud. Por fin la terminó, dre, entre lágrimas, me pedía que cuidara mi salud y
metió la carta en un sobre con el pasaporte, cerró ordenaba a Savélich que vigilara al niño. Me pusie-
éste, quitóse los anteojos, me llamó y me dijo: ron un tulup5 de conejo y encima un abrigo de piel
-Aquí tienes una carta para Andréi Kárlovich, de zorro. Emprendimos el camino, yo sentado en la
mi viejo amigo y camarada. Vas a Oremburgo a ser- kíbítka junto a Savélich y llorando amargamente.
vir a sus órdenes. Aquella misma noche llegué a Simbirsk, donde
¡ Todas mis brillantes esperanzas se derrumba- pensaba pasar un día para comprar varias cosas, ta-
ban? En lugar de la alegre vida de Petersburgo, me rea que encargué a Savélich. Me instalé en una hos-
esperaba el aburrimiento en una región remota y os- tería. Desde por la mañana, Savélich se fue de
cura. El servicio, que hacía un minuto había des- compras. Aburrido de mirar por la ventana a una
pertado mi entusiasmo, ahora me parecía una callejuela sucia, me dediqué a recorrer todas las ha-
verdadera desgracia. ¡ Pero no había nada que hacer! bitaciones. M entrar en la sala de biliar, vi a un se-
A la mañana siguiente trajeron a la puerta de casa ñor alto, de unos treinta y cinco años, con un largo
una kibitka4 de viaje y colocaron en ella una maleta, bigote negro, en bata, con el taco en una mano y una
un pequeño baúl, en el que se introdujo todo lo que pipa entre los dientes. Estaba jugando con el mozo,
hacía falta para el té, y varios bultos con bollos y que al ganar se tornaba una copa de vodka y al per-
empanadillas, últimas muestras de los mimos case- der se metía a cuatro patas debajo de la mesa. Me
ros. Mis padres me bendijeron. Mi padre me dijo: puse a observar el juego. A medida que proseguía,
-Adiós, Piotr. Sé fiel al que hayas jurado fideli- los paseos a cuatro patas iban siendo más frecuen-
dad; obedece a tus superiores; no persigas sus favo- tes, hasta que por fin el mozo se quedó debajo de a
res; no busques trabajo, pero no lo rehúyas mesa. El señor pronunció varias palabras fuertes a
tampoco, y recuerda el proverbio: «Cuida la ropa modo de oración fúnebre y me propuso jugar una

4 Carro cubierto. 5 Abrigo de piel vuelta.


5/104
11 12
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
partida. Rehusé diciendo (que no sabía. Por lo visto, puso que jugáramos dinero, no más de un grosh6, no
esto le pareció extraño. Me miró con cierta lástima, por ganar, sino sólo por no jugar de balde, lo cual,
pero nos pusimos a hablar. Me enteré de que se lla- según él, era una de las peores costumbres. También
maba Iván Ivánovich Surin, que era capitán del regi- accedí a ello, y Surin pidió ponche y me convenció
miento de húsares, que se encontraba en Simbirsk de que lo probara, repitiendo que había que acos-
reclutando soldados y que vivía en la hostería. Surín tumbrarse al servicio y que sin ponche no hay servi-
me invitó a comer con él lo que hubiera, corno sol- cio. Le hice caso. Entre tanto, nuestro juego seguía
dados. Accedí con gusto. Nos sentarnos a la mesa. adelante. Cuanto más sorbía de mi vaso, más va-
Surin bebía mucho y me hacia beber diciendo que liente me sentía. A cada instante las bolas volaban
había que acostumbrarse al servicio, me contaba por encima del borde de la mesa; yo me acaloraba,
anécdotas militares que me hacían retorcer de risa, y reñía al mozo, que contaba según le parecía, cons-
cuando nos levantarnos de la mesa éramos ya muy tantemente subía la apuesta... ; en una palabra, me
amigos. Entonces se ofreció a enseñarme a jugar al portaba como un chiquillo recién liberado de la tu-
billar. tela familiar. El tiempo pasó sin que me diera cuen-
-Es indispensable -me dijo- para los que somos ta. Surin miró el reloj, dejó el taco y me anunció que
militares. Por ejemplo, llegas en una marcha a un yo había perdido cien rubios. Esto me azoró un po-
pueblecito. ¿Qué vas a hacer? No va a ser todo pe- co: mi dinero lo guardaba Savélich. Empecé a dis-
gar a los judíos. Quieras que no, tienes que ir a una culparme, pero Surin me interrumpió:
hostería a jugar al billar; y para eso hay que saber -¡ Por favor! No te preocupes. No me corre nin-
hacerlo. guna prisa, y mientras tanto vamos a ver a Arinush-
Yo quedé completamente convencido y me de- ka.
diqué al aprendizaje con gran aplicación. Surin me ¿Qué iba a hacer? El final del día fue tan inde-
animaba con voz fuerte; se sorprendía de mis rápi- coroso corno el principio. Cenamos en casa de Ari-
dos progresos y al cabo de varias lecciones me pro-
6 Antigua moneda equivalente a dos kopeks, es decir, 2 cén-
6/104
13 14
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

nushka. Surin me servía vino constantemente, repi- blar: en su vida no ha probado otra cosa que kvas7.
tiendo que había que acostumbrarse al servicio. Al ¿Y quién tiene la culpa? El maldito musié. No hacía
levantarme de la mesa, apenas podía tenerme en pie. más que ir a ver a Anripievna: Madame je vous príe,
A media noche Surin me llevó a la hostería. vodka8. ¡ Ahí tienes el je vous príe!. Mucho bien te ha
Savélich nos recibió en la puerta y se quedó bo- hecho el hijo de perra! Y todo por hacer outchitel a
quiabierto a ver las inequívocas señales de mi celo ese descreído, ¡ como si el señor no tuviera bastante
por el servicio. gente suya!
-¿Qué te ha pasado, señor? -preguntó con voz Me sentía avergonzado. Me volví de espaldas y
acongojada -. ¿Dónde te has puesto así? ¡ Dios mío dijo a Savélich:
de mi vida, nunca te había pasado nada igual! -Vete; no quiero té.
-¡ Cállate, viejo chocho! -pronuncié con dificul- Pero no era fácil parar a Savélich cuando se po-
tad -. Estarás borracho; vete a la cama... y acuésta- nía a sermonear.
me. -Ya vez, Piotr Andréyevich, ya ves lo que es la
Al día siguiente me desperté con dolor de cabe- bebida. Te pesa la cabeza, no puedes comer. Un
za, recordando vagamente las peripecias del día an- hombre que bebe no sirve para nada... Toma sal-
terior. Mis pensamientos fueron interrumpidos por muera de pepino con miel, y lo mejor para despe-
Savélich, quien entró en mi habitación con una taza jarte es una copita de licor. ¿Quieres que te lo sirva?
de té. En aquel momento entró un chico y me dio una
-Pronto empiezas, Piotr Andréyevich - dijo mo- carta de 1.1. Surin. La abrí y leí lo siguiente:
viendo la cabeza -, pronto empiezas a divertirte. ¿A Querido Piotr Andréyevich, ten la amabilidad
quién habrás salido? Ni tu padre ni tu abuelo han de mandarme con este chico los cien rubios que me
sido unos borrachos; de tu madre no hay ni que ha- debes desde ayer. Me hace mucha falta ese dinero.
Queda a tu disposición.
7 Bebida alcohólica rusa hecha a base de cebada.
timos de rublo.
7/104
15 16
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
Iván SURIN Savélich quedó tan perplejo al oír mis palabras,
que se limitó a sacudir las manos mirándome fija-
No había nada que hacer. Adopté una actitud mente.
indiferente y, dirigiéndome a Savélich, quien era -¿A qué esperas? -grité enfadado.
«guardián de mi dinero, mi ropa y todos mis asun- Savélich se echó a llorar.
tos», le ordené que diera al chico cien rubios. -Hijo mío, Piotr Andrévich -pronunció con voz
-¿Cómo? ¿Para qué? -preguntó sorprendido Sa- temblorosa -, no me hagas morir de] disgusto. Haz
vélich. caso de] viejo: escribe a ese bandido y dile que todo
-Se los debo -contesté con toda la frialdad posi- fue una broma, que nunca hemos tenido ese dinero.
ble. ¡ Cien rubios! ¡ Dios misericordioso! Dile que tus
-¡ Se los debes! -repuso Savélich, cada vez más padres te han prohibido jugar a todo lo que no sea a
sorprendido -. ¿Y cuándo has podido dejárselos a las nueces.
deber? Aquí hay algo que no está claro. Digas lo que - Cállate de una vez -le interrumpí severamente-
digas, no pienso dárselo. dame ahora mismo el dinero o te echo a la calle.
Pensé que si en aquel momento decisivo no lle- Savélich me miró con gran tristeza y fue en bus-
gaba a dominar al obstinado viejo, en el futuro me ca de mi deuda. Me daba pena el pobre viejo, pero
sería muy difícil liberarme de su tutela; por lo que, quería liberarme y demostrar que ya no era un niño.
mirándole con arrogancia, le dije: Mandamos el dinero a Surin. Savélich se apresuró a
-Soy tu señor y tú eres mi criado. El dinero es sacarme de la dichosa hostería. Volvió con la noticia
mío. Lo he perdido porque me ha dado la gana. Haz de que los caballos ya estaban preparados. Con la
el favor de no ser impertinente y cumple lo que te conciencia intranquila y un mudo arrepentimiento
mandan. salí de Simbirsk sin haberme despedido de mi
maestro y seguro de no volver a verle.
8 Señor, Vodka por favor. (En francés, en el original).
8/104
17 18
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

cuanto antes, pero no sabía cómo empezar. Al fin le


dije:
-Ya está bien, Savélich; hagamos las paces; ya sé
que tengo la culpa. Ayer me porté mal y te ofendí
sin razón. Te prometo que en adelante seré mas
sensato y te obedeceré, No te enfades, hagamos las
paces.
CAPITULO II -¡ Ay, Piotr Andréyevich! -respondió con un
EL GUIA hondo suspiro -. Estoy enfadado conmigo mismo:
yo tengo la culpa de todo. ¿Qué iba a hacer? El dia-
Tierra nueva, tierra desconocida, blo me confundió: se me ocurrió ir a casa de la mu-
No he venido aquí por mi propio pie, jer del sacristán a ver a mi comadre. Por algo dicen:
Ni he traído mi caballo fiel, «En casa de la comadre, como en la cárcel.» ¡ Qué
Han sido mí valor y bravura, desgracia! ¿Qué dirán los señores? ¿Qué dirán,
Más la embriaguez quiénes me han vencido. cuando sepan que el niño se ha dado a la bebida y al
(Canción antigua). juego?
Para consolar al pobre Savélich le di palabra de
Durante el viaje mis pensamientos no fueron no volver a disponer de mi dinero sin su permiso.
agradables. El dinero perdido era bastante conside- Poco a poco se fue calmando, aunque de tarde en
rable en aquel tiempo. No podía dejar de reconocer tarde gruñía moviendo la cabeza:
que mi comportamiento en la hostería de Simbirsk -¡ Cien rublos! ¡ Se dice pronto!
fue estúpido y me sentía culpable ante Savélich. To- Me acercaba al lugar de mi destino. A mi alre-
do esto me atormentaba. El viejo iba sentado en el dedor se extendían sombríos desiertos surcados por
pescante volviéndome la espalda, callado, suspiran- montes y barrancos. Todo estaba cubierto de nieve.
do de vez en cuando. Quería hacer las paces con él Se ponía al sol. Nuestra kíbítka avanzaba por un
9/104
19 20
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
camino estrecho, o más bien por unas huellas que po a la próxima estación y mandé al cochero que
habían dejado los trineos de los campesinos. De acelera la marcha.
pronto el cochero se puso se puso a mirar a un lado El cochero puso los caballos a galope, pero no
y por fin, quitándose el gorro, se volvió hacia mí y dejaba de mirar al este. Los caballos iban a buena
dijo: marcha. Entre tanto, el viento iba siendo más fuerte
-Señor, ¿no quiere que volvamos? por momentos. La nubecilla se había convertido en
-¿Y eso por qué? una nube blanca que se levantaba lentamente y cre-
-El tiempo está revuelto, se está levantando cía hasta cubrir poco a poco todo el cielo. Empezó
viento; mire qué remolino hace la nieve. a caer una nieve menuda, y de repente cayeron
-Eso no es nada. grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la
-¿No ve lo que hay allí? tormenta. En un instaste, el cielo se juntó con el mar
El cochero señaló con el látigo hacia el este. de nieve. Todo desapareció.
azul. -No veo nada más que la estepa blanca y el -¡ Señor! -gritó el cochero ¡ Estamos perdidos!
cielo azul. ¡ La tormenta!
-Más allá; mire esa nube. Me asomé a la ventanilla de la kibitka todo era
Efectivamente en el límite mismo del horizonte oscuridad y remolinos. El viento aullaba con una
vi un punto blanco que había tornado por un monte expresión tan feroz, que parecía un ser vivo; la nieve
lejano. El cochero me explicó que la nubecilla pre- nos cubría a Savélich y a mi; los caballos se pusieron
sagiaba una gran tormenta. al paso y luego se pararon.
Ya había oído hablar de las tormentas de aque- -¿Por qué no sigues? -pregunté impaciente al
llas tierras y sabía que a veces la nieve dejaba sepul- cochero.
tadas a caravanas enteras. Savélich, de acuerdo con -¿Y para qué quiere que siga? -respondió bajan-
el cochero, insistía en que volviéramos. Pero el do del pescante-. No sé ni dónde estamos; no hay
viento no me pareció fuerte; esperaba llegar a tiem- camino, todo está oscuro.
Me puse a reñirle, pero Savélich le defendió:
10/104
21 22
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-Todo ha sido por no hacernos caso --decía -¡ Eh, buen hombre! -le gritó el cochero-. ¿Sabes
malhumorado-. Ya estaba en la posada, habrías to- dónde está el camino?
mado té y dormido hasta mañana; la tormenta se -El camino está aquí mismo, estoy pisando algo
habría calmado y podríamos seguir adelante. ¿Qué firme -contestó el viajero-; pero, ¿de qué nos sirve?
prisa tenemos? Ni que fuéramos a una boda. -Escúchame -le dije-: ¿conoces bien esta región?
Savélich tenía razón. No había nada que hacer. ¿Serías capaz de llevarnos a algún sitio donde pu-
La nieve caía sin parar. junto a la kíbítka había ya un diéramos pasar la noche?
montón. Los caballos estaban con las cabezas ga- -La región la conozco -contestó el hombre-;
chas, estremeciéndose de vez en cuando. El cochero gracias a Dios, la he recorrido de arriba abajo mu-
daba vueltas alrededor de la kíbítka, arreglando los chas veces. Pero ya ves el tiempo que hace, justo pa-
arneses por hacer algo. Savélich gruñía. Y yo miraba ra perdernos. Más vale quedarse aquí y esperar; a lo
a todas partes tratando de descubrir alguna señal de mejor se calma la tormenta y se despeja el cielo, y
vivienda o de camino, pero no veía más que el tor- entonces podremos encontrar el camino por las es-
bellino turbio de la nevasca... trellas.
-¡ Oye, cochero! -grité-. ¿Qué es eso negro que Su tranquilidad me animó. Ya estaba decidido a
se ve por allí? encomendarme a Dios, a pasar la noche en medio
El cochero escudriñó el horizonte. de la estepa, cuando el hombre subió ágilmente al
-Dios lo sabrá, señor --dijo sentándose en su si- pescante y dijo al cochero:
tio-. No parece un carro, pero tampoco es un árbol, -Gracias a Dios, tenemos cerca una vivienda;
y creo que se mueve. Debe de ser un lobo o un tuerce a la derecha y sigue adelante.
hombre. -¿Por qué tengo que torcer a la derecha?
Mandé que nos acercáramos al extraño objeto, -preguntó malhumorado el cochero-. ¿Donde ves el
que inmediatamente empezó a avanzar hacia noso- camino? Como los caballos no son tuyos, arreas sin
tros. Al cabo de dos minutos nos encontramos con miedo.
un hombre. Me pareció que el cochero tenía razón:
11/104
23 24
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Realmente -dije-, ¿por qué crees que hay una con él en las vagas imágenes del duermevela. Me pa-
casa cerca? recía que la tempestad seguía con la misma furia y
-Porque el viento viene de allí -contestó el viaje- nosotros estábamos todavía dando vueltas por el
ro -y trae olor a humo; esto quiere decir que hay desierto de nieve... De pronto vi una puerta y entré
cerca una aldea. en el patio grande de nuestra casa. Mi primer pen-
Me quedé asombrado de su sagacidad y de la samiento fue el temor de que m¡ padre se enfadara
Finura de su olfato. Mandé al cochero que se pusie- conmigo por mi regreso involuntario al redil fami-
ra en marcha. Los caballos avanzaban con dificultad liar y lo tomara por una desobediencia intencionada.
por la nieve profunda. La kibitka se movía lenta- Salí intranquilo de la kibitka y vi a mi madre, que me
mente; tan pronto subía a un montículo como des- recibía en la puerta con una expresión muy afligida.
cendía a una hondonada, balanceándose de un lado Habla bajo -me dice-; tu padre está moribundo y
a otro. Parecía el movimiento de un barco sobre un quiere despedirse de ti.» Sobrecogido por el miedo,
mar revuelto. Savélich suspiraba, empujándome a la sigo al dormitorio. Veo que la habitación está dé-
cada instante. Bajé la cortina, me arropé en mi abri- bilmente iluminada y que junto a la cama hay gente
go de pieles y me dormí, arrullado por el canto de la con expresión triste. Me acerco a la cama sin hacer
tormenta y el vaivén de la kíbítka. ruido, mi madre levanta la cortina y dice: «Andréi
Tuve un sueño que nunca pude olvidar y en el Petróvich, ha llegado Petrusha; ha vuelto al enterar-
que hasta ahora veo algo profético, cuando compa- se de tu enfermedad; dale tu bendición.» Me arrodi-
ro con él las extrañas circunstancias de mi vida. El llé y levanté los ojos hacia el enfermo. Entonces, en
lector me perdonará, porque seguramente sabe por lugar de mi padre, vi que en la cama estaba un
experiencia que es muy propio del hombre entregar- muzhik con barba negra que me miraba alegremen-
se a la superstición por mucho desprecio que tenga te. Me volví desconcertado hacia mi madre dicién-
a los prejuicios. dole: -¿Qué significa esto? Este no es mi padre.
Me encontraba en aquel estado de ánimo en que ¿Por qué voy a pedir la bendición de un muzho?
la realidad, cediendo el paso al ensueño, se funde «No importa, Petrusha -respondió mi madre-, es tu
12/104
25 26
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

padrino; bésale la mano y que te bendiga.- Yo me minada por un candil. En la pared colgaban un fusil
resistía. Entonces el hombre se levantó de la cama y un gorro alto de cosaco.
de un salto, sacó un hacha y se puso a agitarla. Qui- El dueño, un cosaco del Vaik que parecía tener
se echar a correr..., pero no pude; la habitación se unos sesenta años, era todavía un hombre fuerte y
llenó de muertos; yo tropezaba con los cuerpos y vivo. Savélich trajo el baúl y pidió fuego para hacer
resbalaba en los charcos de sangre... El terrible el té. que nunca me había parecido tan necesario
muzhik9 me llamaba con voz cariñosa diciendo: como entonces. El dueño salió para preparar algu-
«No tengas miedo, acércate para que te dé la bendi- nas cosas.
ción ... » El miedo y la sorpresa se apoderaron de -¿Donde está el guía? -pregunté a Savélich.
mi. En ese momento me desperté. -Aquí estoy señoría -me contestó una voz que
Los caballos estaban parados; Savélich me tira- venía desde arriba.
ba de la mano y me decía: miré a los Polatí y vi una barba negra y dos ojos
-Ya puede salir, señor. hemos llegado. brillantes.
-¿adónde? –Pregunté, frotándome los ojos. -¿Qué? Estarás helado, ¿no?
A una posada- A Dios gracias, hemos tropezado -¿Cómo quiere que no pase frío con este ar-
con la misma valla. Sal de prisa y podrás entrar en miak10 tan finito? Tenía un tulup, pero, ¿para qué le
calor. voy a mentir?, lo empeñé ayer en una hostería; me
Bajé de la kibitka Seguía la tormenta, pero ya pareció que no hacía mucho frío.
con menos fuerza. Todo estaba completamente os- En ese momento entró el dueño de la posada
curo. El dueño de la posada nos recibió en la puer- con el samovar y yo ofrecí una taza de té a nuestro
ta, tapando el farol con el abrigo, y me condujo a guía; el hombre bajó de los polati. Su aspecto me
una habitación pequeña, pero bastante limpia, ilu- pareció singular. Tenía unos cuarenta años y era de
mediana estatura, más bien delgado y ancho de

9 Campesino, aldeano 10 Abrigo de paño.


13/104
27 28
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
hombros. En su barba negra había ya algunas canas, conde el hacha en el cinto: está cerca el guardabos-
y sus ojos, vivos y grandes, no paraban ni un ins- ques. ¡ señoría , a su salud!.
tante. Su expresión era agradable pero pícara. Lle- Con estas palabras, cogió el vaso, se santiguó y
vaba el pelo cortado en redondo; vestía un armiak se tomó el vodka de un trago. Luego me hizo una
roto y unos pantalones bombachos tártaros. Le profunda reverencia y volvió a los polati.
ofrecí una taza de té, lo probó e hizo una mueca. Entonces no pude entender nada de aquella
conversación de ladrones, pero más tarde com-
-Señoría, hágame un favor: dígale que me dé un prendí que se trataba de los asuntos del ejército del
vaso de vodka; el té no es bebida de cosacos-cumplí Yaik, recién apaciguado después del levantamiento
gustoso su deseo. El dueño sacó de un armario una de 1772. Savélich escuchaba la conversación con
botella, se le acercó Y, mirándole a la cara, le dijo: aire receloso; miraba con desconfianza al dueño y al
-¡ Conque otra vez por aquí, ¿De dónde te trae guía. La posada, o, como decían allí, el umet, se en-
Dios? contraba aislada en la estepa, lejos de poblado algu-
El guía le guiñó el ojo de un modo significativo no y se parecía mucho a una cueva de ladrones.
y contestó con un refrán: Pero no había nada que hacer. No podíamos ni
-He volado en la huerta, he picado cáñamo, una pensar en seguir el viaje. La intranquilidad de Savé-
viejecita me tiró una piedra y no me dio. ¿y los lich me divertía. Entretanto me dispuse a dormir y
vuestros? me acosté en un banco. Savélich decidió subirse a la
-¡ Los nuestros! -contestó el dueño, siguiendo la estufa; el dueño se acomodó en el suelo. Pronto to-
conversación alegórica- Empezaron a tocar a misa, da la isba empezó a roncar y yo me dormí profun-
pero la mujer del pope no lo permitió: el pope esta- damente.
ba de visita y los diablos en el cementerio. Al despertarme a la mañana siguiente vi que era
-Cállate, hombre -repuso mi vagabundo - ; bastante tarde. y que la tormenta ya se había calma-
cuando haya lluvia, habrá setas, cuando haya setas, do. Brillaba el sol. La nieve cubría con un Manto
habrá cesta. Y ahora -de nuevo guiñó un ojo-. Es- reluciente la interminable estepa. Estaban ya prepa-
14/104
29 30
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

rados los caballos. Pagué al dueño, que nos pidió un -Eso, viejecito, no es cosa tuya --dijo mi vaga-
precio tan moderado, que ni Savélich se puso a dis- bundo-, si lo cambio por vodka o no. Su señoría me
cutirlo ni regateó, según tenía por costumbre, y las concede un tulup de su propiedad: ésa es su volun-
sospechas de la noche anterior se le borraron com- tad de señor, y tu deber de siervo es obedecer sin
pletamente de la imaginación. Llamé al guía, le di las rechistar.
gracias por la ayuda que nos había prestado y dije a -¡ No tienes temor de Dios, bandido! -le con-
Savélich que le diera una propina de cincuenta ko- testó Savélich con voz enfadada-. Ves que el niño
peks. Savélich frunció el ceño. no sabe nada y te aprovechas para robarle valiéndo-
-¡ Cincuenta kopeks de propina! -dijo-. ¿Y eso se de su candidez. ¿Para qué quieres el tulup) del
por qué? ¿Porque tú tuviste a bien traerle hasta la señor. Ni siquiera podrás ponértelo sobre tus mal-
posada? Tú veras, señor, pero no nos sobran los ditos hombros.
rublos. Si te pones a dar propinas a cualquiera, no -No seas impertinente -dije a mi diadka-; trae
tardarás en pasar hambre. ahora mismo el tulup.
No podía discutir con Savélich. Según mi pro- -¡ Dios misericordioso! -gimió Savélich-. ¡ Un
mesa, el dinero estaba a su completa disposición. tulup de conejo casi nuevo! ¡ Y a quién se lo regala!
No obstante, me molestaba no poder manifestar mi ¡ A ese borracho perdido!
agradecimiento a un hombre que me había salvado, A pesar de todo, apareció el tulup de conejo. El
sí no de una desgracia, sí de una situación muy mo- muzbík empezó a probárselo inmediatamente. Co-
lesta. mo era de esperar, el tulup, que a mí me quedaba
-Bien -dije fríamente-, si no quieres darle cin- justo, le estaba estrecho. Sin embargo, se las arregló
cuenta kopeks, dale algo de mi ropa. Lleva muy po- para ponérselo, haciendo estallar las costuras. Savé-
co abrigo. Sácale mi tulup de conejo. lich casi se puso a aullar cuando oyó el ruido de los
-¡ Pero, Piotr Andréyevich, por favor! -exclamó hilos que se rompían. El vagabundo parecía feliz
Savélich-. ¿Para qué quiere tu tulup de conejo? ¡ Si lo con mi regalo. Me acompañó hasta el kibítka y me
cambiaría por vodka en la primera taberna! dijo con una profunda reverencia:
15/104
31 32
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Gracias, señoríta. Dios le pague su bondad. escribir a un viejo Kamerad12 ... ¿ «Vuestra excelen-
Nunca olvidaré sus favores. cia no habrá olvidado ... » ¡ vaya ... ! «Y... cuando... el
Se fue por su lado y yo seguí mi camino sin ha- futuro mariscal de campo Min... en la marcha... y
cer caso del enfado de Savélich; pronto olvidé la también... a Carolina.» ¡ Ah, Bruder, todavía se
tormenta de la noche anterior y dejé de pensar en acuerda de nuestras calaveradas! «Y ahora hablemos
mí guía y mi tulup de conejo. de asuntos... Le mando a mi tunante ... » ¡ Vaya ... !
Al llegar a Oreniburgo fui directamente a ver al «Tenerle bien sujeto...» ¿Qué quiere decir tenerle
general. Vi a un hombre alto, pero ya encorvado por bien sujeto? Debe de ser un proverbio ruso... ¿Qué
los años. Sus largos cabellos eran, completamente es tenerle bien sujeto»? -repitió volviéndose hacia
blancos. Su uniforme, viejo y desteñido, recordaba mil.
al de un militar de los tiempos de Ana loánovna11. y Quiere decir -contesté con el aire más inocente
al hablar se le notaba un fuerte acento alemán. Le di que pude- tratar con cariño, no ser demasiado seve-
la carta de mi padre. Al leer su nombre, me echó ro, dar mucha libertad...
una rápida mirada: -¡ Ah!, comprendo... «Y no darle mucha liber-
-¡ Dios mio! -dijo-. Parece que fue ayer cuando tad...No; ya veo que -tener sujeto» quiere decir otra
Andréi Petróvich era como tú; y ahora ¡ qué hijo tie- cosa... «Adjunto... su pasaporte ... » Bien, bien; se
ne! ¡ Ah, el tiempo, el tiempo! hará. -Me permitirás que te dé un abrazo sin hacer
Abrió la carta y se puso a leerla a media voz ha- caso de los grados y... tu viejo amigo y camarada.»
ciendo observaciones: ¡ Ah!, por fin se le ha ocurrido... etcétera, etcétera.
-Estimado señor Andréi Kárlovich, espero que Bien, hijo mío -dijo al terminarla carta y poniendo
vuestra excelencia ¿A qué vienen estas ceremonias? mi pasaporte a un lado-, todo se hará: con el grado
¡ Huy? ¿Como no le da vergüenza? Claro está que la de oficial pasarás al regimiento; y, para no perder
disciplina es lo primero, pero ¿es ésa la manera de tiempo, ve mañana mismo a la fortaleza Belogór-
12 Camarada,compañero. (En alemán en el original.) Más
11 Sobrina de Pedro el Grande, reinó de 1730 a 1740.
16/104
33 34
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

skaya, donde estarás bajo el mando del capitán Mi-


rónov, un hombre bueno y honrado. Allí verás en
qué consiste el verdadero servicio y la disciplina. No
tienes nada que hacer en Oremburgo: la disipación
es perniciosa para un hombre joven. Y hoy te pido
que me hagas el honor de comer en mi casa.
¡ Todo iba de mal en peor, pensé. ¿De qué me
servía el que, estando todavía en las entrañas de mí CAPITULO III
madre, ya fuera sargento de la guardia? ¿Dónde ha- LA FORTALEZA
bía ido a parar? ¡ Al regimiento y a una fortaleza re-
mota en la frontera de las estepas de Vivimos en un fuerte,
Kirguis-Kaisats! Comí en casa de Andréi Kárlovich Comiendo pan y agua,
con su viejo ayudante. Una severa economía alema- Si viene el enemigo
na reinaba en su mesa, y creo que el temor de en- Pidiendo nuestro rancho
contrarse de cuando en cuando con un invitado a Un buen cañón cargamos
las horas de comer fue, en parte, lo que determinó Y a él le convidamos
que me enviara tan precipitadamente a la guarnición. (Canción de soldado.)
Al día siguiente me despedí del general y me dirigí al
lugar de mi destino. Gentes a la antigua, hijo mío

NEDOROSL13

abajo Bruder, (hermano), también en alemán. 13 El Menor, comedia de Denis Fonvizin (1745-1792).
17/104
35 36
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
La fortaleza Belogórskaya se encontraba a cua- -¿Dónde está la fortaleza? -pregunté sorprendi-
renta verstas de Oremburgo. El camino seguía la do.
orilla acantilada del Yaik. El río todavía no estaba -Esta es -dijo el cochero señalando hacia la al-
helado, y sus olas plomizas tenían un brillo negro y dea, y con estas palabras entramos en ella. junto a la
triste entre las orillas monótonas, cubiertas de nieve. puerta vi un viejo cañón de hierro fundido; las calles
Detrás se extendían las estepas de Kirguisia. eran estrechas y tortuosas; las isbas, pequeñas y casi
Estaba absorto en mis pensamientos, melancóli- todas cubiertas con paja. Dije al cochero que me lle-
cos en su mayor parte. La vida de guarnición tenia vara a casa del comandante, y al cabo de un minuto
para mí poco atractivo. Trataba de imaginarme al la kibitka se paró delante de una casita de madera
capitán Mirónov, mi futuro jefe, y me parecía un situada en un alto, junto a la iglesia, también de ma-
viejo severo, malhumorado, que sólo se preocupaba dera.
del servicio y que estaba dispuesto a meterme en el Nadie salió a recibirme. Entré en la casa y abrí la
calabozo a pan y agua por cualquier tontería. primera puerta. Un viejo inválido, sentado encima
Anochecía. Avanzábamos bastante de prisa. de la mesa, estaba cosiendo un remiendo azul en el
-¿Está lejos la fortaleza? -pregunté al cochero. codo de una guerrera verde. Le dije que anunciara
-No, ya se ve desde aquí -contestó. mi llegada.
Miré alrededor esperando encontrarme con te- -Pasa, hijo mío; están en casa -contestó el invá-
mibles baluartes, torres y un terraplén, pero no vi lido.
más que una aldea rodeada de una valla de madera. Entré en una habitación limpia y puesta a lo an-
En un extremo se veían tres o cuatro almiares de tiguo. En una esquina, un armario con vajilla; en la
heno medio cubiertos de nieve; en el otro, un moli- pared, en un marco con cristal, un título de oficial;
no torcido con unas aspas de liber14 que caían lán- junto a él, viejas estampas que representaban la to-
guidamente. ma de Kistrín y Ochakov, la elección de la novia y el
entierro del gato. junto a la ventana se sentaba una
14 Tejido conductor de las plantas vasculares anciana con chaqueta guateada y un pañuelo en la
18/104
37 38
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

cabeza. Estaba devanando una madeja que sostenía -Seguramente habrá sido por algunos actos im-
con las manos separadas un viejecito tuerto vestido propios de un oficial de la guardia --continuó el in-
con uniforme de oficial. cansable inquisidor.
-¿Qué desea? -preguntó ella sin abandonar su -Anda, no digas más tonterías -intervino la capi-
ocupación. tana-. ¿No ves que el joven está fatigado del viaje?
Contesté que venía a hacer el servicio y, según No tendrá ganas de contestarte... (No bajes las ma-
era mi deber, quería presentarme al señor coman- nos). Y tú, hijo mío -prosiguió dirigiéndose a mí-,
dante, y con estas palabras me volví hacia el vieje- no te pongas triste por haber llegado a parar a este
cito tuerto, tomándole por el comandante; pero la sitio tan perdido. No eres el primero ni el último. Ya
dueña de la casa interrumpió mi discurso, aprendido te irás acostumbrando. Alexéi Ivánich Shvabrin lle-
de memoria. va aquí más de cuatro años por un asesinato. Sabe
-Iván Kusmich no está en casa -me dijo-; ha ido Dios qué le habría pasado, pero dice que salió de la
a ver al padre Guerásim; pero no importa, hijo mío: ciudad con un teniente, los dos llevaban espadas, se
soy su esposa. Bienvenido seas. Siéntate, hijo. Lla- pusieron a pelear y Alexéi lváních mató al teniente,
mó a una chica y le mandó que avisara al suboficial. ¡ delante de dos testigos' ¿Qué se le va a hacer? El
El viejecito me miraba con su único ojo con mucha pecado es ciego.
curiosidad. En esto entró el suboficial, un cosaco joven y
-Permítame una pregunta -me dijo-. ¿En qué re- bien parecido.
gimiento ha servido usted? -Maxímich -le dijo la capitana-, búscale al señor
Satisfice su curiosidad. oficial una casa, pero que sea limpia.
-¿Y por que, entonces -continuó-, tuvo a bien -Como usted diga, Vasilia Yegórovna -contestó
pasar de la guardia a la guarnición? el suboficial-. ¿No podría quedarse su señoría en
Contesté que ésa era la voluntad de mis superio- casa de Iván Polezháyev?
res. -Tonterías, Maxímich -dijo la capitana-... Po-
lezháyev tiene bastante con los suyos; además, es mi
19/104
39 40
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
compadre, y nunca se olvida de que somos sus jefes. gallinas. Una vieja, de pie junto a una puerta, llama-
Lleva al señor oficial... ¿Cómo se llama, hijo mío? ba a unos cerdos, que le respondían con un gruñido
-Piotr Andréyevich. amistoso. ¡ Y en un lugar como éste estaba yo desti-
-Lleva a Piotr Andréyevich. a casa de Semión nado a pasar m¡ juventud! La tristeza se apoderó de
Kuzov. mí; me aparté de la ventana y me acosté sin cenar a
El muy bandido ha soltado a su caballo en mi pesar de las protestas de Savélich, que repetía alar-
huerta. Bueno, Maxímich, ¿cómo van las cosas? mado:
-Todo va bien, gracias a Dios -respondió el co- -¡ Dios todopoderoso! ¡ No quiere comer! ¿Que
saco-; sólo que en la casa de baños el cabo Prójorov dirá la señora si el niño se pone malo? A la mañana
se ha peleado con Ustinia Negúlina por una palan- siguiente, cuando me estaba vistiendo, se abrió la
gana de agua caliente. puerta y apareció un oficial joven, más bien bajo de
-lván Ignátich -dijo entonces la capitana al vieje- estatura, de cara morena y muy fea, pero con una
cito tuerto-, ve a ver quién tiene la culpa, si Ustinia o expresión extraordinariamente viva.
Prójorov, y castígalos a los dos. Y tú, Maxímich, -Espero que me perdone -me dijo en francés
vete con Dios. Piotr Andréyevich, Maxímich le por venir sin haberle sido presentado. Ayer me en-
acompañará a su casa. teré de su llegada, y el deseo de ver por fin un rostro
Me despedí. El suboficial me condujo a una isba humano ha sido tan fuerte, que no he podido resis-
situada en la orilla alta del río, en el extremo mismo tirlo. Podrá comprenderme cuando lleve aquí más
de la fortaleza. Una mitad de la isba estaba ocupada tiempo.
por la familia de Semión Kuzov, la otra era para mí. Pensé que seria el oficial destituido de la guardia
Consistía en una habitación bastante grande dividi- por causa del duelo. En seguida nos pusimos a ha-
da en dos por un tabique. Savélich se puso a colocar blar. Shvabrin no era nada tonto. Su conversación
las cosas y yo me quedé mirando por una ventana era viva, entretenida. Muy jovialmente me describió
angosta. Delante de mí se extendía la triste estepa. la familia del comandante, la gente que se reunía en
Se veían varias isbas; por una calleja vagaban unas
20/104
41 42
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

su casa Y el país donde me había llevado mi desti- Masha? Entró una joven de unos dieciocho años, de
no. cara redonda y sonrosada, y pelo rubio peinado ha-
Me estaba riendo con toda el alma cuando apa- cia atrás dejando ver sus orejas que parecían arderle.
reció el mismo inválido que remendaba en casa del A primera vista no me gustó demasiado. La miraba
comandante y me invitó a almorzar de parte de Va- con prevención: Shvabrin me había descrito a
silia Yegórovna. Shvabrin se ofreció a acompañar- Masha, la hija del capitán, como muy tontita.
me. María Ivánovna se sentó en un rincón y se puso
Ya cerca de la casa del comandante vimos, en a coser. Entretanto sirvieron la sopa. Vasilisa Ye-
una plazoleta, a unos veinte viejecitos inválidos con górovna, al ver que su marido no llegaba, mandó a
largas trenzas y sombreros de tres picos. Estaban Palashka que le llamara por segunda vez.
formados en fila. Frente a ellos estaba el coman- -Di al señor que los invitados le esperan, que la
dante, un vicio alto y vivo, vestido, con gorro de sopa se está quedando fría-, los ejercicios no se le
dormir y bata de seda china- Al vernos, se acercó, van a escapar, ya tendrá tiempo de gritar todo lo que
me dijo varias palabras cariñosas y continuó dando quiera.
órdenes. Nos pararnos a ver los ejercicios, pero él No tardó en aparecer el capitán acompañado
nos pidió que nos fuéramos a reunir con Vasilisa por el viejecito tuerto.
Yegórovna, prometiendo no tardar nada. -¿Qué es esto, hijo mío? -le dijo su mujer- La
-Aquí -añadió- no tienen nada que ver. comida está servida hace rato, y no hay manera de
Vasilisa Yegórovna nos recibió con llaneza y hacerte venir.
amabilidad y me trató corno si nos conociéramos de -Es que estaba ocupado, Vasilisa Yegórovna
toda la vida. El inválido y Palashka estaban ponien- -contestó Iván Kusmich-. Estuve enseñando a los
do la mesa. soldados.
-¿Qué le pasa hoy a Iván Kusmich, que no -¡ Vamos hombre! -repuso la comandanta-. To-
puede dejar los ejercicios? -exclamó la comandanta-. do eso no es más que un cuento; ni los soldados
Palashka, llama al señor a comer. ¿Y dónde está aprenden nada ni tú tienes nada que enseñarles. Más
21/104
43 44
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
te valdría estar en casa rezando. Queridos invitados, -Eso me dijeron en Oremburgo -contesté.
pueden pasar a la mesa. -Tonterías -replicó el comandante-. Nosotros
Empezamos a comer. Vasilisa Yegórovna no hace tiempo que no hemos oído nada de eso. Los
callaba ni un instante y me acribilló a preguntas: bashkiros son gente acobardada, y los kirguises16
quiénes eran mis padres, si vivían, cuándo dinero están escarmentados. No, con nosotros no se atre-
tenían... Al oír que mi padre tenía trescientas almas verán; y si se atreven, les daré tal lección, que no
de campesinos, exclamó: volverán a moverse en diez años.
-¡ Se dice Pronto! ¡ Hay gente rica en este mundo! -¿Y usted no tiene miedo -continué dirigiéndo-
Y nosotros, hijo mío, no tenernos más que un alma, me a la capitana- de quedarse en la fortaleza, ex-
la de Palashka, y no nos quejamos: vamos tirando, a puesta a tales peligros?
Dios gracias. Lo único malo es Masha: ya está para -Esta costumbre, hijo mío-respondió ella-. Hace
casarse, ¿y qué dote puede tener? Un peine, un ce- unos veinte años, cuando nos trasladaron del regi-
pillo para ir a la casa de baños y una moneda de tres miento aquí, ¡ válgame Dios, qué miedo tenía a esos
kopecks (y que Dios me perdone). Si tiene Suerte, anticristos! En cuando veía sus gorros de lince, en
encontrará a algún hombre bueno; sí no, se pasará cuanto oía sus chillidos, se me paraba el corazón. Y
toda la vida de novia. ahora estoy tan acostumbrada que, si me dicen que
Miré a María Ivánovna; estaba colorada y unas los bandidos están rondando la fortaleza, ni me
lágrimas le cayeron en el plato. Me dio lástima de muevo.
ella y me apresuré a cambiar de conversación: -Vasilisa Yegórovna es una dama intrépida
-He oído -dije bastante inoportunamente- que -indicó con aire importante Shvabrin-. Iván Kus-
los bashkiros15 piensan atacar su fortaleza. mich puede atestiguarlo.
-¿Quién se lo ha dicho, hijo? -preguntó Iván -Pues sí -dijo Iván Kusmich-: no es nada miedo-
Kusmich. sa.
15 Tribu turco-mongola que vivía al norte de Oremburgo. 16 Tribu nómada que habitaba al este del río Ural.
22/104
45 46
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-¿Y Marta Ivánovna? -preguntó-. ¿Es tan va-


liente como usted?
-¿Si es valiente Masha? -contestó su madre. No
Masha es muy miedosa. Hasta ahora no puede oír
un disparo: se pone a temblar. Hace dos años a Iván
Kusmich se le ocurrió, el día de mi santo, disparar
con nuestro cañón, y ella, pobrecíta mía, por poco
se nos va al otro mundo del susto. Desde entonces CAPITULO IV
hemos dejado en paz el maldito cañón. EL DUELO
Nos levantamos de la mesa. El capitán y su mu-
jer se fueron a dormir la siesta, y yo me encaminé a -Haz el favor, toma posición.
casa de Shvabrin, donde pasé toda la tarde. Ya verás como te atravieso el cuerpo.

KNIAZHNAIN17

Pasaron semanas y mi vida en la fortaleza Belo-


górskaya no sólo resultó soportable, sino que llegó a
ser grata. En la casa del comandante me recibían
como si fuera de la familia. El marido y la mujer
eran gente de lo más respetable. Iván Kusmich, que
ascendió hasta oficial habiendo sido hijo de solda-
do, era un hombre inculto y sencillo, pero bueno y
honrado. Su mujer le manejaba a su antojo, lo que

17 Epígrafe procedente de Los raros, comedia de Kniazhnaín


23/104
47 48
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
iba perfectamente con la despreocupación de mari- pero cada día su conversación me resultaba más de-
do. Vasilisa Yegórovna consideraba los asuntos del sagradable. Sus bromas habituales sobre la familia
servicio como los de su hogar y dirigía la fortaleza del comandante no me gustaban nada, especial-
de la misma manera que su propia casa. María lvá- mente las mordaces observaciones acerca de María
novna pronto dejó de evitarme. Nos hicimos ami- lvánovna. Esta era toda la sociedad de la fortaleza y
gos. Sin darme cuenta me encariñé con toda la yo no deseaba otra.
familia, hasta con Iván Ignátich, el teniente tuerto de A pesar de las predicciones, los bashkiros no se
la guarnición, el cual, según Shvabrin, mantenía re- sublevaron. La tranquilidad reinaba en torno a
laciones impropias con Vasilisa Yegórovna, cosa nuestra fortaleza. Pero un conflicto repentino per-
que ni remotamente se acercaba a la realidad; pero turbó la paz.
ello no le preocupaba a Shvabrin. Ya he dicho que me dedicaba a la literatura. Mis
Me hicieron oficial. El servicio no me pesaba ejercicios, para aquellos tiempos, eran de mérito, y
demasiado. En aquella pacífica fortaleza no había ni varios años después los elogió Alexandr Petróvich
revistas, ni instrucción, ni guardias. A veces el co- Sumarokov. Un día conseguí escribir una canción
mandante enseñaba a los soldados, pero no había que me gustó. Es sabido que a veces los autores,
conseguido que aprendieran a distinguir la derecha con el pretexto de pedir consejos, buscan a un
de la izquierda. Shvabrin tenía varios libros france- oyente benévolo. Así pues, copié la canción y se la
ses. Empecé a leerlos y se me despertó el interés por llevé a Shvabrin, el único de toda la fortaleza que
la literatura. Por las mañanas leía, me ejercitaba en la podía apreciar la creación de un poeta. Después de
traducción y a veces en la versificación. Solía almor- un pequeño preámbulo, saqué del bolsillo mi cua-
zar en casa del comandante, donde habitualmente derno y le leí los siguientes versos:
pasaba el resto del día y adonde llegaba por las tar-
des el padre Guerásim con su esposa Akulina Pa- ¡ Cuán vano el intento
mfilovna, correveidile principal de toda la región. De olvidar a mi amada!
Naturalmente, veía todos los días a A. I. Shvabrin, ¡ Qué triste recuerdo
24/104
49 50
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

De la libertad pasada! -Ya veremos si cumples tu palabra -dijo-; el


Su hermosa mirada poeta necesita al oyente como Iván Kusmich su ga-
Mi corazón adormece rrafa de vodka antes de comer. ¿Y quien es esa
Afligiéndose el alma, Masha a la que declaras tu tierna pasión y tu tor-
Perturbando mi paz. mento amoroso? ¿No será María lvánovna?
Al saber mí desgracia, -A ti no te importa -dije frunciendo el ceño-
Masha, ten piedad de mí, quién es esta Masha. No necesito tu opinión ni tus
Pon fin al cruel tormento, conjeturas.
Pues sólo vivo por ti. -¡ Ah! ¡ El orgulloso poeta y modesto amante!
-continuó Shvabrin, irritándose cada vez más-. Es-
-¿Qué te parece? -pregunté a Shvabrin, esperan- cucha mi consejo amistoso: si quieres tener éxito, te
do sus elogios como si fuera un tributo que me de- recomiendo que no le vayas con cancioncitas.
bía. ¿Qué significa esto? Haz el favor de explicarte.
Pero, con gran despecho mío, Shvabrin, que so- -Con mucho gusto. Esto significa que, si quieres
lía ser indulgente, declaró muy resuelto que mi can- que Masha Mironova vaya a verte a la hora del cre-
ción era mala. púsculo, en lugar de versos enternecedores, regálale
-¿Por qué? -le dije disimulando mi irritación. un par de pendientes.
-Porque estos versos son dignos de mi maestro, Me hirvió la sangre en las venas:
Vasili Kirilich Trediakovski, y me recuerdan mucho -¿Y por qué tienes esta opinión de ella?-
sus coplas amorosas. pregunté conteniendo a duras penas mi indignación.
Cogió mi cuaderno y se puso a analizar despia- -Es que -contestó con una sonrisa diabólica-
dadamente cada verso y cada palabra, burlándose de conozco por experiencia su carácter y sus costum-
mí de la manera más mordaz. No pude resistirlo, le bres.
arrebaté el cuaderno y le dije que nunca más le vol- -¡ Mientes, canalla! -grité enfurecido-. ¡ Mientes
vería a enseñar mis obras. Se rió de esta amenaza. de la manera más desvergonzada!
25/104
51 52
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
Shvabrin cambió de expresión. espaldas. Le ha ofendido a usted, así que usted le
-Esto no te lo consiento --dijo agarrándome de insulta: la da usted en la jeta y le pega en la oreja,
la mano-. Tendrás que darme una satisfacción. después en la otra, después en la tercera; y luego se
-Cuando quieras -respondí complacido. separan y nosotros ya les ayudaremos a hacer las
En aquel momento estaba dispuesto a hacerle paces. Pero, ¿es que le parece bien matar a su próji-
pedazos. mo? Si por lo menos fuera usted el que le matara...
Inmediatamente fui a ver a Iván Ignátich y le Al fin y al cabo, tampoco me hace mucha gracia
encontré con una aguja en la mano: por orden de la Alexéi Ivánich, Pero, ¿y si él le ensarta a usted?
comandanta, estaba ensartando unas setas para se- ¿Qué pasará entonces? ¿Quién habrá hecho el ton-
carlas para el invierno. to?
-¡ Ah, Piotr Andréyevich! -dijo al verme-. ¡ Bien- Los razonamientos del juicioso teniente no con-
venido! ¿Qué le trae por aquí? ¿Algún asunto, si se siguieron disuadirme. Seguí con la misma intención.
puede saber? -Usted verá -dijo Iván Ignátich-; haga lo que le
Le expliqué en pocas palabras que me había pe- parezca conveniente. Pero, ¿para qué voy a hacer de
leado con Alexéi¡ Ivánich y que le pedía a él, Iván testigo? ¿A santo de qué? Dos hombres peleándose,
Ignátich, que fuera mi testigo en el duelo. Iván Ig- ni que fuera una novedad. Gracias a Dios, he pelea-
nátich me escuchó con atención y desorbitando su do con el sueco y con el turco: he visto de todo.
único ojo: Intenté explicarle el papel del testigo, pero Iván
-Si no me equivoco -dijo-, ¿ha dicho usted que Ignátich era incapaz de comprenderme.
quiere matar a Alexéi¡ Ivánich y desea que yo sea el -Como usted quiera -dijo-. Ya que tengo que
testigo de ello? ¿No es eso? intervenir en este asunto, podría ir a ver a Iván
-Exactamente. Kusmich y darle, por obligación de servicio, el parte
-Pero, ¡ por Dios, Piotr Andréyevich! ¡ Qué ocu- de que en la fortaleza se está tramando un crimen
rrencias tiene usted! ¿Se ha peleado con Alexéi Ivá- contrario al interés del Estado, por si el señor co-
nich? ¡ Vaya problema! La pelea no pesa en las mandante tiene a bien tomar las medidas oportunas.
26/104
53 54
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Me asusté y pedí a Iván Ignátich que no dijera -Ya era hora -dijo con aire satisfecho-; una mala
nada al comandante; me costó mucho trabajo con- paz es mejor que una buena pelea; y si no es honra-
vencerle, pero me dio su palabra y entonces decidí da, es sana.
dejarle. -¿Qué dices, Iván Ignátich? -preguntó la mujer
Pasé la tarde, como de costumbre, en casa del del comandante, que estaba echando las cartas en un
comandante. Trataba de parecer indiferente y alegre rincón-. No te he oído.
para no infundir sospechas y evitar preguntas fasti- Iván Ignátich, al ver las señales de reprobación
diosas, pero confieso que no tenía esa sangre fría de que yo le hacía y acordándose de su promesa, se
la que se jactan todos los que se han encontrado en azoró y no supo qué contestar. Shvabrin se apresuró
mi situación. Aquella tarde me sentía inclinado a la a ayudarle.
emoción y la ternura. ¡ María Ivánovna me gustaba -Iván Ignátich se alegra de nuestra pronta re-
más que nunca. La idea de que probablemente la conciliación.
veía por última vez la hacía ante mis ojos especial- -¿Y con quién te habías peleado, hijo mío?
mente enternecedora. Shvabrin apareció en seguida. -Piotr Andréyevich y yo hemos tenido una riña
Nos apartamos y le puse al corriente de mi conver- bastante seria.
sación con Iván Ignátich. -¿Por qué?
-¿Para qué necesitamos testigos? -dijo seca- -Fue una verdadera tontería, Vasilisa Yegóro-
mente-. Podemos pasarnos sin ellos. vna: por una canción.
Convinimos en que el duelo sería detrás de las -¡ Vaya razón para pelearse! ¡ Una canción! ¿Y
hacinas que se encontraban junto a la fortaleza y que cómo fue?
los dos estaríamos allí hacia las siete de la mañana -Ocurrió lo siguiente: Hace unos días Piotr An-
del día siguiente. Al parecer, hablábamos tan amis- dréyevich compuso una canción y hoy se ha puesto
tosamente, que Iván Ignátich, de la alegría, se fue de a cantarla delante de mí; entonces yo he entonado
la lengua. mi canción favorita:
Hija del capitán,
27/104
55 56
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
No salgas a media noche. Nos quitamos los dormanes, nos quedamos
-Así ha empezado la discordia. Piotr Andréye- kamzol18 y desenvainamos las espadas. En aquel
vich se ha enfadado conmigo, pero luego ha decidi- momento, de detrás de la hacina aparecieron Iván
do que cada uno puede cantar lo que quiera. Este es Ignátich y unos cinco inválidos. Iván Ignátich dijo
el final de la historia. que el comandante exigía nuestra presencia. Le obe-
La desvergüenza de Shvabrin me indignó; pero decimos de mala gana; los soldados nos rodearon y
nadie, excepto yo, comprendía sus groseras alusio- nos dirigimos a la fortaleza siguiendo a Iván Igná-
nes; por lo menos, nadie se fijó en ellas. De las can- tich, quien nos condujo triunfante, caminando con
ciones, la conversación pasó a los poetas, y el sorprendente aplomo.
comandante declaró que todos ellos eran unos li- Entramos en la casa del comandante. Iván Ig-
cenciosos y borrachos perdidos, y me aconsejó nátich abrió las puertas y anunció solemnemente:
amistosamente que abandonara la poesía, como -¡ Aquí los traigo!
ocupación contraria al servicio y que no podía con- Nos recibió Vasilisa Yegórovna:
ducir a nada bueno. ¡ Dios mío' ¿Qué es esto? ¿Cómo? ¡ Tramar un
La presencia de Shvabrin me resultaba inso- crimen en nuestra fortaleza! lván Kusmich! ¡ A
portable. No tardé en despedirme del comandante y arrestarlos inmediatamente! ¡ Piotr Andréyevich!
de toda su familia. Al llegar a casa, examiné mi es- ¡ Alexéi¡ Ivánovich! ¡ Dadme ahora mismo vuestras
pada, probé la punta y me acosté ordenando a Savé- espadas, ahora mismo! Palashka, lleva estas espadas
lich que me despertara pasadas las seis de la a la despensa. ¡ Piotr Andréyevich! No esperaba esto
mañana. de ti. ¿No te da vergüenza? Que sea Alexéi Iváno-
Al día siguiente, a la hora convenida, estaba de- vich, se comprende: le echaron de la guardia por in-
trás de las hacinas esperando a mi adversario, quien fame y, además, no cree en Dios; ¡ pero tú! ¿Quieres
no tardó en aparecer. tú hacer lo mismo?
-Aquí, nos pueden encontrar -me dijo-; tenemos
que darnos prisa. 18 Especie de chaleco sin mangas.
28/104
57 58
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Iván Kusmich estaba completamente de acuerdo Salimos de la casa del comandante aparentemente
con su esposa y repetía: reconciliados. Nos acompañaba Iván Ignátich.
-Escucha, Vasilisa Yegórovna tiene razón. Los -¿No le dio vergüenza -le dije enfadado- denun-
duelos están terminantemente prohibidos por el re- ciarnos al comandante después de haberme prome-
glamento militar. tido que no lo haría?
Entretanto Palashka cogió nuestras espadas y se _Le juro por Dios que no dije nada a Iván
las llevó a la despensa. No pude contener la risa. Kusmich -contestóme-. Vasilisa Yegórovna me lo
Shvabrin conservaba su aire solemne. sacó todo. Ella decidió sin que lo supiera el coman-
-con todo el respeto que le tengo, señora -dijo dante. Aunque, gracias a Dios, ya ha terminado to-
tranquilamente, no puedo dejar de decirle que se do.
molesta inútilmente sometiéndonos a su juicio. Dé- Con estas palabras torció hacia su casa y Shva-
jelo para Iván Kusmich, que es de su incumbencia. brin y yo nos quedamos solos.
-¡ Hijo mío! -respondió la comandanta-. ¿Es que -Lo nuestro no puede terminar de esta manera
el marido y la mujer no son un alma y un cuerpo? -le dije.
lván Kusmich! ¿En qué estás soñando? Sepáralos -Naturalmente- contestó Shvabrin- tendrá que
inmediatamente y déjalos a pan y agua para que se responderme con su sangre por su insolencia; segu-
les pase la tontería; y que el padre Guérasim los ramente van a vigilarnos. Tendremos que fingir al-
obligue a hacer una penitencia para que rueguen a gunos días. ¡ Adiós!
Dios que los perdone y se arrepientan públicamente. Y nos separamos como si nada hubiera pasado.
Iván Kusmich no sabía qué partido tomar. Ma- Cuando volví a casa del comandante, me senté
ría lvánovna estaba extraordinariamente pálida, Po- como de costumbre con María lvánovna. Iván
co a poco la tempestad se calmó; la mujer del Kusmich estaba fuera y Vasilisa Yegórovna estaba
capitán se tranquilizó y nos obligó a que nos diéra- ocupada con los quehaceres de la casa. Hablábamos
mos un beso. Palashka nos trajo nuestras espadas. a media voz. María Ivánovna me reprochaba con

29/104
59 60
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
ternura la preocupación que había causado a todos -El año pasado. Unos dos meses antes de que
mi pelea con Shvabrin. llegara usted.
-Pensé que me moría -me dijo-, cuando nos en- -Y usted no aceptó.
teramos de que pensaban batirse con espadas. ¡ Qué -Ya lo ve. Alexéi Ivánich es un hombre inteli-
extraños son los hombres! Por una palabra que ol- gente y de buena familia, además, tiene fortuna; pe-
vidarían seguramente en una semana, están dis- ro, cuando Pienso que tendría que darle un beso en
puestos a pelear y a sacrificar no sólo su vida, sino la iglesia delante de todo el mundo... ¡ Nunca! ¡ Por
la conciencia y el bienestar de aquellos que... Pero nada del mundo!
estoy segura de que no fue usted el que inició la riña. Las palabras de María Ivánovna me abrieron los
Creo que el culpable es Alexéi Ivánich. ojos y me explicaron muchas cosas. Comprendí por
-¿Por que lo cree, María Ivánovna? qué Shvabrin la perseguía con su maledicencia obs-
-Pues es que... ¡ es tan burlón! No me gusta Ale- tinada. Por lo visto, había notado la inclinación que
xéi Ivánich. Me es muy antipático; pero es curioso: teníamos el uno por el otro y trataba de alejarnos.
por nada del mundo me gustaría serle tan desagra- Las palabras que causaron nuestra pelea me parecie-
dable como él a mí. Esto me preocuparía muchísi- ron todavía más infames, cuando, en lugar de una
mo. burla grosera y obscena, vi en ellas una deliberada
-¿Y qué cree usted, María Ivánovna? ¿Le gusta calumnia. Mi deseo de castigar al insolente calum-
usted a Shvabrin, o no? niador fue aún más fuerte y me puse a esperar con
María lvánovna se azoró y se puso colorada. impaciencia una ocasión propicia.
-Me parece -dijo- que le gusto. La espera no fue larga. Al día siguiente , cuando
-¿Y por qué se lo parece? estaba sentado a la mesa escribiendo una elegía y
-Porque ha querido casarse conmigo. mordiendo la pluma en espera de una rima, Shva-
-¡ Casarse! ¡ Ha querido casarse con usted! brin llamó a mi ventana. Dejé la pluma, cogí la es-
¿Cuándo? pada y salí a la calle.
30/104
61 62
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-¿Para qué aplazarlo? -me dijo Shvabrin-. Ahora


no nos ve nadie. Bajemos hacia el río. Allí no nos CAPITULO V
podrán molestar. EL AMOR
Echarnos a andar callados. Bajamos por un ca-
minillo empinado, nos paramos junto al río mismo Muchacha, muchacha bonita,
y desenvainamos las espadas. Shvabrin era más há- No te cases, note cases joven,
bil que yo, pero yo más fuerte y más valiente; ade- Pregúntale a tu padre y a tu madre,
más, monsieur Beaupré, que en sus tiempos fue A tu padre, a tu madre y a tu familia;
soldado, me había dado varias lecciones de esgrima Atesora juicio y sentido,
que aproveché entonces. Shvabrin no esperaba en- Inteligencia y buena dote.
contrar en mí a un adversario tan peligroso. Du-
rante mucho rato no nos pudimos hacer ningún (Canción popular.)
mal; al fin, viendo que Shvabrin se estaba quedando
sin fuerzas, empecé a atacarle con viveza y le hice Al volver en mí, durante algún tiempo no pude
retroceder casi dentro del río. De pronto oí mi recordar qué había sucedido y no comprendía qué
nombre pronunciado en voz alta. Me volví y vi a me había pasado. Estaba tumbado en la cama en
Savélich, que bajaba corriendo por el sendero de la una habitación desconocida y sentía una gran debi-
orilla... En aquel mismo instante sentí en el pecho lidad. Delante de mí estaba Savélich con una vela en
un fuerte pinchazo, más abajo del hombro derecho; la mano. Alguien desataba cuidadosamente las ven-
caí y perdí el sentido. das que me ceñían el pecho y un hombro. Poco a
poco se me aclararon las ideas. Me acordé del duelo
y comprendí que estaba herido. En aquel instante
chirrió la Puerta.
-¿Qué? ¿Cómo está? -se oyó el susurro de una
voz que me hizo temblar.
31/104
63 64
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Sigue igual -respondió Savélich suspirando-, angelical me saludó. No puedo expresar el dulce
lleva cinco días sin recobrar el conocimiento. sentimiento que se apoderó de mí en aquel instante.
Quise volverme, pero no pude. Le cogí la mano y acerqué mi cara a ella, cubrién-
-¿Dónde estoy? ¿Quién está aquí? -pregunté con dola de lágrimas enternecidas. María no la apar-
un esfuerzo. taba... y de pronto sus labios tocaron mi mejilla y
María Ivánovna se acercó a la cama y se inclinó: sentí un beso fresco y apasionado. Una llamarada
-¿Cómo se siente? -dijo. me recorrió el cuerpo.
-¡ Gracias a Dios! -contesté con voz débil-. ¿ -Querida, dulce María Ivánovna -le dije-, sea mi
usted María lvánovna? Dígame... -no tuve fuerzas esposa, consienta en hacerme feliz.
para continuar y me callé. María Ivánovna volvió en sí.
Savélich suspiró aliviado. Su cara expresaba ale- -¡ Cálmese, por Dios! -dijo apartando la mano --
gría. -¡ Ha vuelto en sí, ha vuelto en sí! -repetía-. Todavía está en peligro, puede abrírsele la herida.
¡ Gracias, Señor! Piotr Andréyevich, ¡ qué susto me Cuídese, aunque sólo sea por mí.
has dado! ¡ Se dice pronto, cinco días! Y con estas palabras se fue, dejándome embria-
María lvánovna le interrumpió. gado por la dicha. La felicidad me resucitó. «¡ Será
-No le hables mucho, Savélich -le dijo-, que to- mía! ¡ Me quiere¡ Esta idea llenaba todo mi ser.
davía está débil. Aquel día empecé a mejorar. Me trataba el bar-
Salió y cerró la puerta con cuidado. Yo estaba bero del regimiento, porque en la fortaleza no había
profundamente conmovido. Entonces, me encon- otro médico, y éste, gracias a Dios, no complicaba
traba en casa del comandante; Maña Ivánovna había demasiado las cosas. Mi juventud y la naturaleza
entrado a verme. Quise hacer varias preguntas a Sa- aceleraron la convalecencia. Toda la familia del co-
vélich, pero el viejo movió la cabeza y se tapó los mandante me cuidaba. María Ivánovna no se sepa-
oídos. Cerré los ojos despechado y no tardé en raba de mí. Naturalmente, a la primera ocasión
dormirme. Al despertar, llamé a Savélich, pero en propicia, volví a mi explicación interrumpida, y
lugar de él apareció ante mí María lvánovna y su voz Marta lvánovna me escuchó con más paciencia. Me
32/104
65 66
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

confesó la inclinación de su corazón sin hacer me- Yo era demasiado feliz para guardar en el cora-
lindres y me dijo que sus padres, sin duda alguna, se zón un sentimiento de enemistad. Empecé a inter-
alegrarían de su felicidad. ceder por Shvabrin, y el buen comandante, con el
-Pero piénsalo bien -añadió--. ¿No habrá algún consentimiento de su esposa, accedió a liberarlo.
obstáculo por parte de su familia? Shvabrin vino a verme; expresó su profundo
Me quedé pensativo. No dudaba del cariño que sentimiento por lo que había pasado entre nosotros,
tenía mi madre, pero, conociendo el carácter y la reconoció que él era el culpable de todo y me pidió
manera de pensar de mi padre, sentía que mi amor que olvidara lo ocurrido. Poco rencoroso por natu-
no le iba a enternecer demasiado y que lo considera- raleza, le perdoné sinceramente nuestra pelea y la
ría una locura juvenil. Le confesé todo esto a Marta herida que me había hecho. En su calumnia veía el
Ivánovna, pero me decidí a escribir a mi padre una despecho del amor propio ofendido y de su senti-
carta, lo más elocuente posible, pidiéndole la bendi- miento rechazado, y perdonaba magnánimamente a
ción paterna. Enseñé la carta a Marta lvánovna y la mi infortunado rival.
encontró tan conveniente y enternecedora, que no Pronto mejoré y pude trasladarme a mi casa.
dudó de su éxito y se entregó a los sentimientos de Esperaba con impaciencia la respuesta a mi carta,
su tierno corazón con toda la confianza de la ju- sin atreverme a abrigar una esperanza y tratando de
ventud y el amor. acallar los oscuros presentimientos. Todavía no ha-
Hice las paces con Shvabrin uno de los prime- bía hablado con Vasilisa Yegórovna y su marido,
ros días de mi mejoría. Iván Kusmich, reprendién- pero mi proposición no los sorprendería. Ni yo ni
dome por el duelo, me dijo: María Ivánovna tratábamos de ocultar nuestro
-¡ Ah, Piotr Andréyevich! Tendría que arrestarte, amor, y estábamos convencidos de su consenti-
pero ya has tenido tu castigo. Pero Alexéi Ivánich miento.
está en la panadería bajo vigilancia y su espada la Por fin, una mañana Savélich entró en mi habi-
tiene encerrada Vasilisa Yegórovna. Que reflexione tación con una carta. La cogí temblando. La direc-
y se arrepienta. ción estaba escrita con letra de mi padre. Esto me
33/104
67 68
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
preparó para algo importante, porque generalmente será de tí? Ruego a Dios que te corrijas, pero no me
me escribía mi madre y él ponía al final varias líneas. atrevo a esperar su gran misericordia.
Tardé mucho en abrir la carta, releyendo la solemne Tu padre
inscripción. «A mi hijo Piotr Andréyevich Griniov, A. G.
provincia de Oremburgo, fortaleza Belogórskaya.»
Trataba de comprender por la letra en qué estado de La lectura de esta carta despertó en mil senti-
ánimo había sido escrita la carta; por fin me decidí a mientos diversos. Las expresiones crueles que
abrirla y desde las primeras líneas comprendí que abundaban en ella me ofendieron profundamente.
todo se iba al diablo. La carta decía lo siguiente: El desprecio con que se refería a María Ivánovna
me parecía tan indigno como injusto. La idea de mi
¡ Mi hijo Piotr! El 15 del presente mes recibirnos traslado de la fortaleza Belógorskaya me horroriza-
tu carta en la que pides nuestra bendición y nuestro ba, pero más que nada me disgustó la noticia de la
consentimiento para tu boda con María lvánovna, enfermedad de mi madre. Estaba indignado con Sa-
hija de Mirónov, y no sólo no pienso darte mi ben- vélich, porque tenia la seguridad de que mis padres
dición y mi consentimiento, sino que tengo el pro- se habían enterado del duelo a través de él. Reco-
pósito de llegar hasta ti y castigarte como a un rriendo de punta a punta mi angosta habitación, me
chiquillo, sin hacer caso de tu grado de oficial, ya paré ante él y le dije con una mirada amenazadora:
que has demostrado que no eres digno de llevar la -Veo que te parece poco que por tu culpa haya
espada que te ha sido concedida para la defensa de estado herido y un mes entero al borde de la tumba;
la patria y no para duelos con calaveras como tú. también quieres matar a mi madre.
Escribo inmediatamente a Andréi Kárlovich pi- Savélich parecía fulminado por un rayo.
diéndole que te traslade de la fortaleza Belogórskaya -¡ Por Dios, señor! -me dijo llorando-. ¿Qué es-
a algún sitio más remoto para que se te pase la ton- tás diciendo? ¿Que yo fui causante de tu herida?
tería. Tu madre, al enterarse de tu duelo y de la heri- Dios es testigo de que iba a protegerte con mi pecho
da, ha enfermado del disgusto y está en cama. ¿Qué
34/104
69 70
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

de la espada de Alexéi¡ Ivánich. La maldita vejez me Era evidente que Savélich tenía razón, que yo le
lo impidió. ¿Y qué he hecho yo a tu madre? había ofendido injustamente con mis reproches y
-¿Qué le has hecho? -contesté-. ¿Quién te man- sospechas. Le pedí perdón, pero el vicio estaba des-
dó que escribieras denuncias? ¿Es que estás para consolado.
espiarme? -A lo que he llegado -repetía- ¡ Así me pagan mis
-¿Que yo he escrito una denuncia? ¡ Bendito sea señores al cabo de los años! Soy un perro viejo, soy
Dios! -contestó Savélich con lágrimas en los ojos- un porquero, ¿y encima tengo la culpa de tu herida?
Pues haz el favor de leer qué me escribe el señor: ¡ No, Piotr Andréyevich! No soy yo, es el maldito
verás cómo te he denunciado. musié el que tiene la culpa de todo: él te enseñó a
Sacó del bolsillo una carta y leí lo siguiente: pinchar con asadores de hierro y a dar patadas, co-
mo si pinchando y dando patadas se pudiera uno
Vergüenza te debería dar, perro viejo, que a pe- guardar de una mala persona. ¡ Para eso había que
sar de mis órdenes no me has dicho nada de las tra- contratar al musié y gastar dinero!
vesuras de mi hijo Piotr Andréyevich y unas Pero ¿quién se había tomado la molestia de ha-
personas extrañas tengan que comunicármelo. ¿Así cerle saber a mi padre mi conducta? ¿El general? Al
es como cumples tus obligaciones y la voluntad de parecer, éste no se ocupaba de mí demasiado, e Iván
tus señores? Kusmich no había creído necesario mandarle un in-
Pero ocultarme la verdad y por connivencia con forme del duelo. Me perdía en conjeturas. Mis sos-
el joven, te mandaré, a cuidar cerdos, ¡ perro viejo! pechas recayeron sobre Shvabrin. Era el único que
Te ordeno que al recibir la presente me escribas in- podía sacar algún beneficio de la denuncia, cuyo re-
mediatamente el estado de su salud, que va mejor, sultado podía ser mi alejamiento de la fortaleza y mi
según me dicen, y en qué partes está herido y cómo ruptura con la familia M comandante. Fui a comuni-
le han curado. carlo todo a Mafia Ivánovna. Me recibió en la en-
trada.

35/104
71 72
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-¿Qué le ha pasado? -dijo al verme-. ¡ Está usted acompañe, Piotr Andréyevich, por vosotros dos,
muy pálido! yo... -rompió a llorar y me dejó.
-Todo ha terminado -le contesté dándole la Quise seguirla, pero incapaz de dominarme me
carta de mi padre. fui a casa.
Palideció a su vez. Después de leerla, me la de- Estaba sumido en una profunda meditación
volvió con mano temblorosa y dijo con una voz cuando de pronto Savélich interrumpió mis pensa-
trémula también: mientos.
-Veo que éste es mi destino... Sus padres no -,Mire, señor --dijo alargándome una hoja de
quieren que yo entre en su familia. ¡ Hágase la vo- papel escrita-, si he querido denunciar a mi señor y
luntad del Señor! Dios sabe mejor que nosotros qué enemistar el padre con el hijo.
es lo que nos conviene. No hay nada que hacer, Cogí el papel de sus manos: la respuesta de Sa-
Piotr Andréyevich; sea feliz... vélich a la carta recibida. Aquí está, de la primera
-¡ Nunca! -exclamé cogiéndola de la mano-. Tú palabra a la última:
me quieres; estoy dispuesto a todo. Vamos a arro-
jarnos a los pies de tus padres; son gente sencilla, no
son orgullosos con el corazón endurecido... Nos Mi señor, Andréi Petróvich:
bendecirán, nos casaremos... y, con el tiempo, estoy
seguro de que mi padre nos perdonará, mi madre He recibido su benévola carta, donde tiene a
estará de nuestra parte-. bien enfadarse conmigo, su siervo de usted, porque
-No, Piotr Andréyevich -respondió Masha-, no no me da vergüenza de no cumplir sus órdenes de
me casaré contigo sin la bendición de tus padres. señor; y yo no soy un perro viejo, sino su fiel criado,
Sin su bendición no podrías ser feliz. Hay que con- obedezco a las órdenes del señor y siempre le he
formarse con la voluntad de Dios. Si encuentras a servido con celo y así he llegado a tener canas. So-
otra que te sea destinada, si la quieres, que Dios te bre la herida de Piotr Andréyevich no le he escrito
nada a usted para no asustarle inútilmente, y tengo
36/104
73 74
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

entendido que la señora, nuestra Avdotia Vasílevna, Desde entonces mi situación cambió. María
se ha enfermado del susto, y rogaré a Dios por su Ivánovna apenas me hablaba y hacia todo para evi-
salud. Piotr Andréyevich fue herido bajo el hombro tarme. La casa del comandante perdió para mí todo
derecho, en el pecho, debajo del mismo hueso, a un su atractivo. Poco a poco me acostumbré a estar
vershok19 y medio de profundidad, y estuvo en ca- solo. Al principio Vasilisa Yegórovna me lo repro-
ma en casa del comandante, y le cuidó el barbero de chaba, pero ante mi insistencia me dejó en paz. A
aquí, Stepán Paramónov; y ahora Piotr Andréyevich Iván Kusmich le veía sólo cuando lo exigía el servi-
está sano gracias a Dios y no se puede decir de él cio. Con Shvabrin me encontraba muy rara vez y de
nada malo. Los comandantes dicen que están con- mala gana. Además, sentía en él antipatía oculta ha-
tentos con él y para Vasilisa Yegórovna es como un cia mí, lo que confirmaba mis sospechas. Mi amor
hijo. se enardecía en mi aislamiento y cada día se volvía
Y que le haya ocurrido aquel percance, para un más doloroso. Perdí el interés por la lectura y por
joven, no es una vergüenza: el caballo tiene cuatro mis ejercicios literarios. Tenía miedo de volverme
patas y a veces también tropieza. Y de lo que dice loco o de caer en libertinaje. Pero ciertos aconteci-
que me quiere mandar a guardar cerdos, para eso es mientos inesperados, que influyeron fuertemente en
su voluntad. Con esto le saludo humildemente. toda mi vida, ejercieron sobre mi alma una conmo-
Su fiel siervo ción violenta y beneficiosa.
Arjip Savélich

No pude menos de sonreír varias veces al leer la


carta del pobre viejo. No me sentía capaz de con-
testar a mi padre, y para tranquilizar a mi madre la
carta de Savélich me pareció suficiente.

19 Antigua medida de longitud equivalente a 4,4 centímetros.


37/104
75 76
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
inconsciencia y la crueldad exigían una vigilancia
constante por parte del gobierno para mantenerlos
en obediencia. Las fortalezas se construyeron en lu-
gares considerados cómodos y fueron pobladas por
cosacos en su gran mayoría, antiguos dueños de las
orillas del Yaik. Pero los cosacos del Yaik, que te-
nían que guardar la paz y la seguridad de aquella re-
CAPITULO VI gión, al poco tiempo resultaron ser ellos mismos
TIEMPOS DE PUGACHOV unos súbditos turbulentos y peligrosos para el go-
bierno.
Y Vosotros, muchachos escuchad En el año 1772 hubo una sublevación en la ciu-
Lo que nosotros, los viejos, vamos a contar. dad principal de los cosacos, provocada por las me-
didas que tomó el teniente general Traubenberg20
(Canción.) para conseguir del ejército la debida sumisión. La
consecuencia fue el bárbaro asesinato de Trauben-
Antes de dar comienzo a la descripción de los berg, la implantación de un gobierno por los cosa-
extraños acontecimientos de los que fui testigo, ten- cos de la región y, por último, el aplastamiento de la
go que decir algunas palabras sobre la situación en revuelta a sangre y fuego.
que se encontraba la provincia de Oremburgo a fi- Todo esto ocurrió algún tiempo antes de m¡ lle-
nales del año 1773. gada a la fortaleza Belogórskaya. Todo estaba tran-
Esta vasta y rica provincia estaba habitada por quilo, o lo parecía. El gobierno había creído con
numerosos pueblos medio salvajes que hacía poco demasiada facilidad en el falso arrepentimiento de
tiempo habían reconocido la dominación de los so- los astutos rebeldes, los cuales, llenos de rencor, es-
beranos de Rusia. Sus continuas sublevaciones, la
falta de costumbre a las leyes y a la vida cívica, la
38/104
77 78
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

peraban tina ocasión propicia para reanudar la insu- Le comunico por la presente que el cosaco del
rrección. Don y raskóImik21, Yemelián Pugachov, evadido de
Vuelvo a mi relato. la prisión, habiendo cometido el desafuero im-
Una tarde (esto ocurrió a primeros de octubre perdonable de usurpar el nombre del difunto em-
del año 1773) me encontraba solo en casa escu- perador Pedro III22, ha reunido una banda de fora-
chando el aullido del viento de otoño y mirando por jidos, ha suscitado la rebelión en los poblados del
la ventana las nubes que corrían delante de la luna. Yaik y ya ha devastado varias fortalezas, Perpetrado
Me avisaron que el comandante quería verme. Me robos y asesinatos. En consecuencia, al recibir la
dirigí a su casa inmediatamente. Allí encontré a presente, señor capitán, tiene que tornar inmediata-
Shvabrin, a Iván Ignátich y al suboficial cosaco. En mente las medidas oportunas para repeler a dicho
la habitación no estaban Vasilisa Yegórovna ni Ma- maleante y, si es posible, exterminarlo completa-
ría lvánovna. mente, en el caso de que se dirija a la fortaleza a us-
El comandante me saludó con aire preocupado. ted encomendada.
Cerró las puertas con llave, nos hizo sentar a todos -¡ Tomar las medidas oportunas! -exclamó el
menos al suboficial, que se quedó junto a la puerta, comandante quitándose los anteojos y doblando el
sacó un papel del bolsillo y nos dijo: papel- ¡ Qué fácil de decir! Se ve que el maleante es
-Señores oficiales, una noticia importante. Pres- fuertes; y nosotros no tenemos más que ciento
ten atención a lo que escribe el general. treinta personas, sin contar a los cosacos, que no
Se caló los anteojos y leyó lo siguiente: son de fiar, y no lo digo por ti, Maxímich -el subofi-
Al señor comandante de la fortaleza Belogór- cial sonrió,-. ¡ No hay nada que hacer, señores ofi-
skaya, capitán Mirónov.
Secreto. 21 Miembro de una secta perteneciente al Raskil, cisma reli-
gioso en Rusia en el siglo XVII.
22 Pedro III, nieto de Pedro el Grande, reinó de enero a julio
20Conocido por su crueldad con los cosacos y asesinado du- de 1762, momento en que abdicó del trono; más tarde fue
rante la rebelión de Pugachov. estrangulado por uno de los seguidores de Catalina II
39/104
79 80
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
ciales! Estén dispuestos a todo, organicen la guardia Yegórovna quiso ir inmediatamente a vera la mujer
y las patrullas nocturnas; en caso de ataque, cierren del pope y, obedeciendo al consejo de Iván Kus-
las puertas de la fortaleza y saquen a los soldados. mich, se llevó a Masha para que no se aburriese sola
Tú, Maxímich, vigila bien a tus cosacos. Hay que re- en casa.
visar el cañón y limpiarlo como es debido. Pero lo Iván Kusmich, al quedarse dueño absoluto de la
más importante es que guarden el secreto, para que casa, mandó llamarnos y encerró a Palashka en el
nadie de la fortaleza pueda saberlo antes de tiempo. cuarto trasero para que no pudiera escuchar nuestra
Después de dar todas estas órdenes, Iván Kus- conversación.
mich nos dejó marchar. Salí junto con Shvabrin, Vasilisa Yegórovna volvió a casa sin haberle
comentando lo que acabábamos de oír. sonsacado nada a la mujer del pope y se enteró que
-¿Qué te Parece? ¿Cómo va a terminar esto? -le durante su ausencia Iván Kusmich había tenido una
pregunté. reunión y Palashka había estado encerrada con lla-
-¡ Sabe Dios! -respondió-. Ya veremos. Por aho- ve. Comprendió que su marido le había mentido e
ra no me parece ver nada importante. Pero si... -se inició el hábil interrogatorio.
quedó pensando y, distraído, empezó a silbar un Pero Iván Kusmich estaba preparado para el
aria francesa. ataque. No se azoró en absoluto y contestó a su cu-
A pesar de todas nuestras precauciones, la noti- riosa cónyuge:
cia de la aparición de Pugachov recorrió la fortaleza. -Es que nuestras mujeres han decidido encender
Iván Kusmich, aunque respetaba profundamente a las estufas con. paja; y como esto puede originar
su esposa, por nada del mundo le hubiera descu- grandes desgracias, he ordenado que de ahora en
bierto el secreto confiado oficialmente. Al recibir la adelante las estufas se enciendan sólo con ramas y
carta del general, echó a Vasilisa Yegórovna de un leña seca.
modo bastante hábil, diciéndole que el padre Gue- -¿Y para qué tuviste que encerrar a Palashka? -le
rásim había tenido unas noticias extrañas de Orem- preguntó la mujer del comandante-. ¿Por qué la po-
burgo que guardaba en gran secreto. Vasilisa
40/104
81 82
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

bre chica ha tenido que estar en el cuarto trasero tienen relación directa con el asunto, tratando de
hasta que llegáramos nosotras? adormecer la vigilancia del acusado. Luego, después
Iván Kusmich no estaba preparado para esta de estar callada unos minutos, suspiró profunda-
pregunta; se azoró y balbució algo muy incoherente. mente y dijo, moviendo la cabeza:
Vasilisa Yegórovna se dio cuenta de la perfidia de -¡ Dios mío! ¡ Qué noticia! ¿Cómo va a terminar
su marido, pero, sabiendo que no llegaría a conse- todo esto?
guir nada de él, abandonó sus preguntas y se puso a -¡ Ay, madre mía! -contestó Iván Ignátich-. Dios
hablar de los pepinillos salados que Akulina Pamfi- es misericordioso: tenemos suficientes soldados,
lovna preparaba de una manera especialísima. Vasi- mucha pólvora, y he limpiado el cañón. Podremos
lisa Yegórovna no pudo dormir en toda la noche, aguantar el golpe de Pugachov. Si Dios nos ayuda,
intentando adivinar qué había en la cabeza de su no nos puede pasar nada malo.
marido que ella no debía saber. -¿Y quién es ese Pugachov? -preguntó la mujer
Al día siguiente, al volver de misa, vio a Iván del comandante.
Ignátich que sacaba del cañón trapos, piedrecitas, Iván Ignátich comprendió que había hablado
trozos de madera, huesos y toda clase de basura más de la cuenta y se mordió la lengua. Pero ya era
metida allí por los chiquillos. «¿Qué significarán tarde. Vasilisa Yegórovna le obligó a confesárselo
estos preparativos militares? -pensó la comandanta-. todo, prometiéndole que no diría nada a nadie.
¿No será que se espera el ataque de los kirguises? Vasilisa Yegórovna cumplió su promesa y no
No creo que Iván Kusmich sea capaz de ocultarme dijo ni una palabra a nadie, sólo a la mujer del pope,
una tontería semejante.» Llamó a Iván Ignátich con y únicamente porque la vaca de ésta pacía en la es-
el firme propósito de sonsacarle el secreto que tanto tepa y podía ser robada por los maleantes.
atormentaba su curiosidad femenina. Al poco tiempo todos hablaban de Pugachov.
Vasilisa Yegórovna le hizo varias observaciones Lo rumores eran muy diversos. El comandante
acerca de los problemas domésticos, como un juez mandó al suboficial a que se enterara bien en los
que empieza la investigación con preguntas que no pueblos y en las fortalezas de los alrededores. El
41/104
83 84
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
suboficial volvió a los dos días y comunicó que ha- comandante, oyó cómo decían: «¡ Ya verás, rata de
bía visto en la estepa, a unas seiscientas verstas de la guarnición» El comandante pensó interrogar al
fortaleza, muchas hogueras, y que había oído decir a arrestado aquel mismo día, pero el suboficial esca-
los bashkiros que se estaba acercando una fuerza pó, seguramente con ayuda de sus correligionarios.
nunca vista. Por lo demás, no pudo decir nada de Una nueva circunstancia aumentó la intranquili-
importancia,, porque tuvo miedo de seguir más le- dad del comandante. Detuvieron a un bashkiro con
jos. papeles sediciosos. Con este motivo el comandante
En la fortaleza empezó a notarse una gran in- decidió reunir de nuevo a sus oficiales y para esto
quietud entre los cosacos; formaban grupos en to- quiso alejar a Vasilisa Yegórovna con un pretexto
das las calles, hablaban entre ellos por lo bajo y se plausible. Pero como Iván Kusmich era un hombre
separaban al ver a un dragón o a un soldado de la simple y franco, no encontró otra manera de hacerlo
guarnición. Les mandaron a varios espías. Yulái, un que la utilizada anteriormente.
calmuco23 bautizado, dio al comandante un impor- -Oye,Vasilisa Yegórovna -le dijo carraspeando-
tante informe. Según él, las palabras del suboficial dicen que el padre Guerásim ha recibido de la ciu-
eran falsas: al volver, el calmuco cosaco había con- dad.,.
tado a sus camaradas que había estado con los re- -Déjate de mentiras, Iván Kusmich -le inte-
beldes, se había presentado al mismo jefe y éste le rrumpió su mujer-; veo que quieres hacer una reu-
había permitido que le besara la mano y estuvo lar- nión para hablar sin mí de Yemelián Pugachov;
go rato conversando con él. El comandante arrestó pues no, a mí no me engañas.
inmediatamente al suboficial, haciendo que Yulái Iván Kusmich desorbitó los ojos:
ocupara su puesto. Esta noticia fue recibida por los -Bueno hija mía; ya que lo sabes todo, quédate si
cosacos con evidente disgusto. Protestaban sin di- quieres; hablaremos delante de ti.
simulo, e Iván Ignátich, el ejecutor de la orden del -Así me gusta -contestó ella-. Y no intentes ha-
certe el pillo; manda llamar a los oficiales.
23 Natural de cierto distrito de Mongolia.
42/104
85 86
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Nos reunimos de nuevo. En presencia de Vasi- -Ahora veremos su fuerza verdadera --dijo el
lisa Yegórovna, Iván Kusmich nos leyó el llama- comandante-. Vasilisa Yegórovna, dame las llaves
miento de Pugachov, escrito por algún cosaco del granero. Iván Ignátich, trae al bashkiro y dile a
analfabeto. El maleante comunicaba su propósito de Yulái que traiga unos látigos.
atacar inmediatamente nuestra fortaleza; invitaba a -Espera, Iván Kusmich -dijo la comandanta le-
los cosacos y a los soldados a unirse a su banda, y a vantándose-. Déjame que me lleve a Masha de casa:
los comandantes los conminaba a que no se resistie- si oye gritos, se asusta. Y a mí, a decir verdad, tam-
ran, amenazándolos con la muerte en caso contra- poco me gusta la tortura. Que lo pasen bien.
rio. El llamamiento estaba escrito con expresiones Antaño la tortura estaba tan arraigada en la
groseras pero enérgicas y tenía que causar una peli- práctica judicial, que la ley benefactora24 que la abo-
grosa impresión en las mentes de la gente sencilla. lía quedó durante mucho tiempo sin ninguna aplica-
-¡ Qué farsante! -exclamó la comandanta-. ¡ Có- ción. Pensaban que la confesión de culpabilidad del
mo se atreve a proponernos semejante cosa! ¡ Que delincuente era indispensable para su desenmasca-
salgamos a su encuentro y que coloquemos las ban- ramiento total, una idea no sólo infundada, sino
deras a sus pies! ¡ Hijo de perra! ¿Es que no sabe completamente contraria al sentido común jurídico;
que ya llevamos cuarenta años de servicio y que, porque, si la negación de culpabilidad del acusado
gracias a Dios, hemos visto de todo? ¿Acaso algún no se admite como prueba de su inocencia, menos
comandante se ha dejado atemorizar por un malhe- aún puede servir la confesión corno prueba de su
chor? culpabilidad. Hoy mismo oigo a veces a viejos jue-
-No lo creo -contestó Iván Kusmich-. Aunque ces lamentarse de la abolición de la bárbara cos-
dicen que el muy bandido se ha apoderado de mu- tumbre. En nuestros tiempos nadie dudaba de la
chas fortalezas. necesidad de la tortura, ni los jueces ni los acusados.
-Debe de ser realmente fuerte -intervino Shva- Por eso mismo la orden del comandante no asustó
brin.
24 Ley benefactora-, promulgada por Catalina II.
43/104
87 88
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
ni alarmó a nadie. Iván Ignátich fue a buscar el -¿No dices nada? -continuó Iván Kusmich-. ¿Es
bashkiro, que estaba encerrado en el granero de la que no comprendes ruso? Yulái, pregúntale en
comandanta, y a los pocos minutos trajeron al dete- vuestro idioma quién le ha mandado a nuestra for-
nido. El comandante ordenó que se acercara. taleza.
El bashkiro atravesó la puerta con dificultad Yulái repitió en tártaro la pregunta del coman-
(llevaba un cepo) y, quitándose un gorro alto, se dante. Pero el bashkiro le miraba con el mismo
quedó a la entrada. Le miré y me estremecí. Nunca gesto y no contestaba ni una palabra.
olvidaré a ese hombre. Tenía más de setenta años. - Yakshí26 -dijo el comandante-, ya hablarás. A
Le faltaban la nariz y las orejas. Llevaba la cabeza ver, vosotros, quitadle esa estúpida bata de rayas y
afeitada; en lugar de la barba, tenía varios pelos calentadle bien el lomo. Y tú, Yulái, Házlo como es
blancos; era bajo, delgado y encorvado; pero sus debido.
pequeños ojos despedían fuego. Dos inválidos empezaron a desnudar al bashki-
-¡ Ajá! -dijo el comandante reconociendo por ro. Ahora el rostro del infeliz expresaba inquietud.
aquellas espantosas señales a uno de los rebeldes Miraba alrededor como una fierecilla atrapada por
castigados en 1741-25. Veo que eres un lobo viejo-, unos niños. Pero, cuando uno de los inválidos le
ya has estado en nuestra trampa. No es la primera cogió las manos y colocándolas junto a su cuello,
vez que te sublevas, ¿eh? Por eso tienes la cabeza subió al viejo a sus espaldas y Yulái cogió el látigo y
tan bien cepillada. Acércate más; dime, ¿quién te ha llevó la mano hacia atrás, entonces el bashkiro em-
mandado? pezó a gemir con una voz débil y suplicante, y me-
El vicio bashkiro permanecía callado y miraba al neando la cabeza abrió la boca, en la que en lugar de
comandante con un aire completamente ausente. la lengua se movía una corta porción de músculo.
Cuando me acuerdo de que esto ha sucedido en
mis tiempos y de que he llegado a ver el apacible
25 En 1735-40 en el distrito de Bashkiria se produjeron
violentas sublevaciones, que fueron aplastadas con gran
crueldad. 26 Bueno.. (tártaro).
44/104
89 90
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

reinado del emperador Alejandro, no puedo dejar La inesperada noticia me sorprendió sobrema-
de asombrarme de los rápidos éxitos de la instruc- nera. Conocía al comandante de la fortaleza, un jo-
ción y de la difusión de leyes humanistas. joven! Si ven silencioso y modesto. Hacía dos meses había
estas líneas caen en tus manos, acuérdate de que los estado en casa de Iván Kusmich con su joven espo-
cambios más beneficiosos y profundos son aquellos sa, volviendo de Oremburgo. La fortaleza Nizhneo-
que ocurren como consecuencia del mejoramiento sernaya estaba a unas veinticinco verstas de la
de las costumbres, sin ninguna conmoción violenta. nuestra. De un momento a otro podíamos ser ata-
Todos estaban estupefactos. cados por Pugachov. Me figuré el destino de María
-Bueno -dijo el comandante-, veo que con éste Ivánovna y se me encogió el corazón.
no sacaremos nada en limpio. Yulái, lleva al bashki- -¡ Iván Kusmich, escúchame! -dije al coman-
ro al granero. Y nosotros, señores, todavía tenemos dante-. Nuestro deber es defender la fortaleza hasta
que tratar algo más. el último aliento; sobre esto no hay ni que hablar.
Nos pusimos a discutir nuestra situación, cuan- Pero tenemos que pensar en la seguridad de las
do de pronto entró Vasilisa Yegórovna, sofocada y mujeres. Mándalas a Oremburgo, si el camino toda-
con aire extraordinariamente alarmado. vía está libre, o a una fortaleza lejana y segura, don-
-¿Qué pasa? -preguntó sorprendido el coman- de los bandidos no hayan tenido tiempo de llegar.
dante. Iván Kusmich se volvió hacia su mujer y le dijo:
-¡ Qué desgracia, Dios mío! -respondió Vasilisa -Pues es verdad; ¿qué te parece si os mandamos
Yegórovna-. La fortaleza Nizhneosernaya ha sido bien lejos mientras arreglamos cuentas con los ban-
tomada esta mañana. El criado del padre Gerásim didos?
acaba de volver de allí. Ha visto como la tomaban. -Tonterías! -dijo la comandanta-. ¿Dónde está la
Han ahorcado al comandante y a todos los oficiales. fortaleza que no alcancen las balas? ¿Qué tiene la
Todos los soldados están presos. En menos de na- Belogórskaya de poco segura? A Dios gracias, lle-
da los maleantes estarán aquí. vamos aquí veintiún años. Hemos visto a bashkiros
y a kirguises; aguantaremos a Pugachov.
45/104
91 92
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Bueno, hija mía -repuso I . Iván Kusmich-, -Está en casa de Akulina Pamfilovna -contestó
quédate si tienes tanta confianza en nuestra fortale- la comandanta-. En cuanto se enteró de la toma de
za. Pero, ¿qué hacemos con Masha? Si podemos re- la fortaleza Nizhneosernaya, se desmayó; tengo
sistir o llega ayuda, muy bien, pero, ¿y si los miedo de que se nos ponga mala. ¡ Dios mío, a lo
bandidos toman la fortaleza? que hemos llegado!
-Entonces... -y Vasilisa Yegórovna se calló muy Vasilisa Yegórovna se fue a preparar el viaje de
perturbada. su hija. Siguió la conversación, pero yo no interve-
-No, Vasilisa Yegórovna -continuó el coman- nía en ella y no escuchaba lo que decían. María lvá-
dante, notando que sus palabras habían causado novna vino a cenar pálida y con los ojos llorosos.
impresión, probablemente por primera vez en su Cenamos en silencio y nos levantamos de la mesa
vida-, Masha no puede quedarse: allí hay bastantes antes que de costumbre; después de despedirnos de
soldados y cañones y la muralla es de piedra. Te toda la familia, nos dirigíamos a nuestras casas. Me
aconsejo que tú también vayas con ellas; aunque dejé a propósito mi espada y volví a buscarla: tenía
eres vieja, ya verás lo que te pasa si asaltan la forta- el presentimiento de que me iba a encontrar a María
leza. Ivánovna sola. En efecto, me recibió en la puerta y
-Bueno -dijo la comandanta-, como quieras; me entregó la espada.
mandaremos a Masha. Pero a mí no me lo pidas: no -¡ Adiós, Piotr Andréyevich! -dijo con lágrimas
pienso irme. No tengo por qué separarme de ti a la en los ojos-. Me mandan a Oremburgo. Sea feliz. A
vejez y buscar una tumba solitaria en tierras extra- lo mejor, si Dios quiere, nos volveremos a ver algún
ñas. Hemos vivido juntos y juntos moriremos. día; si no... -y se echó a llorar.
-Tienes razón -respondió el comandante-. No -¡ Adiós, ángel mío! -le dije-. ¡ Adiós, amor mío!
hay tiempo que perder. Vete y prepara a Masha para Pase lo que pase, créeme que mi último pensamiento
el viaje. Mañana se pondrá en camino al amanecer, y mi ultima oración serán para ti.
le daremos una escolta, aunque no nos sobre gente.
¿Y dónde está Masha?
46/104
93 94
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Masha sollozaba con la cabeza apoyada en mi


pecho. La besé ardientemente y salí presuroso de la
habitación.

CAPITULO VII
EL ASALTO

Cabeza, cabeza mía,


Cabeza de soldado;
Me ha servido mí cabeza
Treinta y tres añitos justos
Y no ha merecido la pobre
Ni provecho ni alegría,
Ni una palabra halagüeña,
Ni un grado alto en el servicio ,
Sólo ha merecido mí cabeza
Dos altos postes de arce,
Dos postes y un travesaño,
Y una cuerda de seda.

(Canción popular.)

47/104
95 96
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
Aquella noche la pasé sin dormir y sin desnu- -¿Se ha marchado María Ivánovna? -pregunté
darme. Tenía la intención de ir al amanecer hacia la estremeciéndome.
puerta de la fortaleza, de donde iba a salir María -No le ha dado tiempo -contestó Iván Ignátich.
Ivánovna, para despedirme de ella por última vez. Han cortado el camino de Oremburgo; la fortaleza
Sentía que se había producido en mí un gran cam- está cercada. ¡ Qué desastre, Piotr Andréyevich!
bio: mi emoción era mucho menos triste que el aba- Nos dirigimos al baluarte, un alto formado por
timiento en que estaba sumido hacía poco tiempo. la naturaleza y reforzado por una empalizada. En el
La tristeza de la separación se mezclaba con vagas baluarte ya se habían agrupado todos los habitantes
pero dulces esperanzas, con la espera impaciente del de la fortaleza. La guarnición se hallaba sobre las
peligro y con el sentimiento de una noble ambición. armas. La víspera habían traído el cañón. El co-
La noche se me hizo corta. Me disponía a salir de mandante iba y venía al frente de su exigua forma-
mi casa cuando se abrió la puerta y apareció el cabo ción. La proximidad del peligro había infundido al
para informarme de que por la noche nuestros co- viejo guerrero una animación extraordinaria. En la
sacos habían salido de la fortaleza llevándose a la estepa, a poca distancia de la fortaleza, se veían unas
fuerza a Yulái, y que junto a la fortaleza había mo- veinte personas a caballo. Parecían cosacos, pero
vimiento de gente desconocida. La idea de que a entre ellos había también bashkiros, que se recono-
María Ivánovna no le daría tiempo para abandonar cían fácilmente por sus gorros de lince y los gol-
la fortaleza me horrorizó; apresuradamente di varias dres27. El comandante recorrió sus tropas y dijo a
órdenes al cabo y corrí a casa del comandante. sus soldados:
Estaba amaneciendo. Iba corriendo por la calle -Bueno, hijos míos, ha llegado la hora de defen-
cuando oí que alguien me llamaba. Me paré. der a nuestra madre la emperatriz y de demostrar a
-¿Adónde va? -me dijo Iván Ignátich alcanzándo- todo el mundo que somos gente brava y fiel.
me-. Iván Kusmich está en el baluarte y me ha man-
dado a avisarle. Ha llegado Pugachov.
27 Carcaja o aljaba en que se llevan las saetas.
48/104
97 98
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Los soldados expresaron su entusiasmo con vo- Imaginándome su caballero, estaba ansioso por de-
ces fuertes. Shvabrin estaba a mi lado mirando fija- mostrar que era digno de su confianza y esperaba
mente al enemigo. Al notar la inquietud que reinaba con impaciencia el momento decisivo.
en la fortaleza, los hombres que se movían por la En aquel momento, de detrás de un alto que es-
estepa se reunieron en un grupo y empezaron a dis- taba a una media versta de la fortaleza, surgieron
cutir. El comandante ordenó a Iván Ignátich que nuevas multitudes y pronto toda la estepa se cubrió
apuntara el cañón al grupo y él mismo encendió la de una masa de hombres armados con lanzas y ar-
mecha. La bala pasó silbando por encima de los cos. Entre ellos, en un caballo blanco, avanzaba un
hombres sin causarles daño alguno. Los jinetes se hombre vestido de rojo y con el sable desenvainado
dispersaron inmediatamente y desaparecieron, de- en la mano: era el propio Pugachov. Se paró, le ro-
jando desierta la estepa. dearon y, seguramente obedeciendo a sus órdenes,
En el baluarte apareció Vasilisa Yegórovna cuatro hombres se separaron del grupo y a toda
acompañada de Masha, que no quería quedarse marcha se acercaron a la fortaleza. Reconocimos en
atrás. ellos a nuestros traidores. Uno llevaba en alto un
-¿Qué? -dijo la comandanta-. ¿Cómo va la bata- papel, otro, la cabeza de Yulái pinchada en la punta
lla? ¿Y dónde está el enemigo? de la lanza, y nos la tiró por encima de la empaliza-
-El enemigo no está lejos -contestó Iván Kus- da.
mich- Si Dios quiere, todo saldrá bien. ¿Tienes mie- La cabeza del pobre calmuco cayó a los pies del
do, Masha? comandante. Los traidores gritaban:
-No, papá -respondió María Ivánovna-; tengo -No disparéis: salid a recibir al soberano. ¡ El
más miedo cuando estoy sola en casa. soberano está aquí!
Me miró y sonrió forzadamente. Sin querer, -¡ Ahora veréis! -exclamó Iván Kusmich-. ¡ Fue-
apreté el puño de mi espada, recordando que la vís- go!
pera la había recibido de sus manos, como si fuera Nuestros soldados dispararon. El cosaco que
para la defensa de mi amada. Mi corazón ardía. llevaba la carta se tambaleó y cayó del caballo; los
49/104
99 100
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
otros escaparon al galope. Miré a María Ivánovna. veces; luego la levantó, le dio un beso y pronunció
Impresionada por la cabeza ensangrentada de Yulái, con voz alterada:
aturdida por la descarga, parecía desmayada. El co- -Masha, sé feliz. Ruega a Dios y no te abando-
mandante llamó al cabo y le ordenó que cogiera la nará. Si encuentras a un buen hombre, que Dios os
hoja de papel de las manos del cosaco muerto. El dé amor y entendimiento, y que viváis como hemos
cabo salió al campo y volvió trayendo de las riendas vivido Vasilisa Yegórovna y yo. ¡ Adiós, Masha! Va-
al caballo del cosaco. Entregó la carta al coman- silisa Yegórovna, llévatela cuanto antes.
dante. Entre tanto, parecía que los rebeldes se esta- Masha se le echó al cuello y empezó a sollozar.
ban preparando para la acción. Pronto las balas -Dame un abrazo también a mí -dijo llorando la
empezaron a silbar muy cerca de nuestros oídos y comandanta-: ¡ Adiós, mi Iván Kusmich! Perdóname
varias flechas se clavaron en tomo nuestro y en la si alguna vez te he hecho daño.
valla. -¡ Adiós, hija! -dijo el comandante abrazando a
-Vasilisa Yegórovna -dijo el comandante-, esto su vieja-. Basta ya, id a casa; y, si tienes tiempo, pon
no es cosa de mujeres; llévate a Masha, ¿no ves que a Masha un sarafán28.
está medio muerta de miedo? La comandanta y su hija se alejaron. Seguí con
Vasilisa Yegórovna, intimidada por las balas, la mirada a María Ivánovna; ella se volvió y me sa-
miró hacia la estepa, donde se percibía un gran mo- ludó con una inclinación de cabeza.
vimiento; luego se volvió hacia el marido y le dijo: Iván Kusmich tornó hacia nosotros y toda su
-lván Kusmich, la vida y la muerte están en ma- atención se concentró en el enemigo. Los rebeldes
nos de Dios; dale a Masha tu bendición. Masha, se agrupaban alrededor de su jefe y de pronto em-
acércate a tu padre. pezaron a apearse de los caballos.
Masha, pálida y temblorosa, dio unos pasos ha- -Ahora, a resistir todo lo que se pueda -dijo el
cia Iván Kusmich, se arrodilló y le hizo una profun- comandante-; empieza el asalto.
da reverencia. El viejo comandante la santiguó tres
28 Traje de campesina.
50/104
101 102
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

En aquel momento se oyeron gritos estridentes tregara las llaves Í Me apresuré hacia él para ayu-
y alaridos; los rebeldes echaron a correr hacia la darle; varios cosacos robustos me agarraron y me
fortaleza. Nuestro cañón estaba cargado con metra- ataron con sus cinturones, diciéndome:
lla. El comandante dejó que se acercaran lo más po- -¡ Ya verás lo que es desobedecer al soberano!
sible y disparó. La metralla dio en el centro mismo Nos arrastraron por las calles; los habitantes sa-
de la multitud. Los rebeldes se dispersaron hacia los lían de las casas con el pan y la sal29 . Repicaban las
lados y retrocedieron. El jefe quedó solo delante de campanas. De repente alguien en gritó en la muche-
todos... Agitaba el sable y parecía estar hablándoles dumbre que el soberano estaba en la plaza esperan-
acaloradamente... Surgieron de nuevo los gritos y do a los presos y que iba a tomarles juramento. La
alaridos que habían cesado por un instante. gente se abalanzó a la plaza, adonde nos condujeron
-Vamos, muchachos -exclamó el comandante-, también a nosotros, fuertemente custodiados.
¡ abrid las puertas, tocad los tambores! ¡ Adelante, Pugachov estaba sentado en un sillón en la en-
seguidme! trada de la casa del comandante. Llevaba un bonito
En un momento, el comandante, Iván Ignátich y caftán30 de cosaco, cubierto de galones, y un gorro
yo nos encontramos más allá del baluarte; pero los alto de cibelina con borlas doradas, calado hasta los
soldados de la guarnición, asustados, no se movie- ojos, muy brillantes. Su cara me pareció familiar. Le
ron. rodeaban los jefes cosacos. El padre Guerásim, tré-
-¿Qué hacéis, hijos míos? -gritó Iván Kusmich-. mulo y pálido, estaba junto al porche con un cruci-
Si tenemos que morir, moriremos: es nuestro deber. fijo en las manos y parecía implorarle en silencio
En ese momento los rebeldes nos alcanzaron y por las futuras víctimas. En la plaza colocaban a to-
penetraron en la fortaleza. El tambor calló, los sol- da prisa una horca. Cuando nos aproximamos, los
dados arrojaron los fusiles; me tiraron al suelo, pero
29 Manera tradicional de dar la bienvenida a un invitado de
me levanté y entré en la fortaleza junto con los re-
honor.
beldes. El comandante, herido en la cabeza, estaba 30 Vestimenta abierta por delante, usada por turcos, moros y
rodeado por los maleantes, que exigían que les en- cosacos.
51/104
103 104
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
bashkiros nos abrieron paso entre la multitud y nos -No eres nuestro soberano -contestó Iván Igná-
formaron delante de Pugachov. Cesó el repique de tich repitiendo las palabras del comandante-, ¡ eres
las campanas; reinó un profundo silencio. un ladrón y un impostor!
-¿Quiénes el comandante? -preguntó el impos- Pugachov agitó de nuevo el pañuelo y el buen
tor. teniente se alzó en el aire, junto a su viejo capitán.
Nuestro suboficial se separó de la muchedum- Me había llegado el turno. Miraba valientemente
bre y señaló a Iván Kusmich. Pugachov echó al a Pugachov preparándome para repetir la respuesta
viejo una mirada amenazadora y le dijo: de mis valerosos camaradas. Entonces, con indes-
-¿Cómo te has atrevido a oponerme resistencia criptible asombro, vi entre los jefes rebeldes a
a mí, tu soberano? Shvabrin, con el pelo cortado en redondo y vestido
El comandante, desfallecido por la herida, reu- con una caftán de cosaco. Se acercó a Pugachov y le
nió sus últimas fuerzas y respondió con voz firme: dijo al oído unas palabras.
-No eres el soberano, eres un ladrón y un im- -Que le ahorquen -dijo Pugachov sin mirarme.
postor, ¿me oyes? Me echaron el nudo al cuello, empecé a rezar
Pugachov frunció el entrecejo y agitó un pa- ofreciendo a Dios un sincero arrepentimiento de
ñuelo blanco. Varios cosacos agarraron al viejo ca- todos mis pecados y rogándole que salvara a todas
pitán y le arrastraron hacia la horca. Montado en el las personas queridas. Me arrastraron hacia la horca.
travesaño, apareció el bashkiro mutilado, al que ha- -No tengas miedo -repetían mis verdugos, pro-
bíamos interrogado la víspera. Tenía la soga en la bablemente queriendo animarme.
mano y al minuto vi al pobre Iván Kusmich colgado De pronto oí un grito:
en el aire. Entonces cogieron a Iván Ignátich y lo -¡ Esperad, malditos! ¡ Esperad!
acercaron a Pugachov. Los verdugos se pararon. Me volví y vi a Savé-
-Presta juramento al soberano Piotr Fédorovich lich a los pies de Pugachov.
-le ordenó Pugachov. -¡ Señor! -decía mi pobre díadka-. ¿De qué te
sirve la muerte del señorito? Suéltalo; te darán por él
52/104
105 106
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

un rescate. Y si quieres ahorcar a alguien para es- Los habitantes de la fortaleza empezaron a
carmiento de la gente, di que me ahorquen a mí, que prestar juramento. Se acercaban uno tras otro, besa-
soy un viejo. ban el crucifijo y luego hacían una reverencia al im-
Pugachov hizo una señal y en seguida me desa- postor. Los soldados de la guarnición estaban allí
taron y me soltaron. mismo. El sastre de la compañía armado con sus
-Nuestro señor te perdona -me dijeron. tijeras romas, les cortaba las coletas. Sacudiéndose,
No puedo decir que en aquel momento me ale- se acercaban a besar la mano a Pugachov, que les
grara de mi liberación, aunque tampoco diría que lo comunicaba su perdón y los admitía en su cuadrilla.
lamentara. Mis sentimientos eran demasiado confu- Todo esto duró unas tres horas. Por fin Pugachov
sos. De nuevo me llevaron hacia el impostor y me se levantó del sillón y se alejó del porche acompa-
pusieron delante de él de rodillas. Pugachov me ñando por los jefes de su banda. Le acercaron un
alargó su mano nudosa. caballo blanco enjaezado con lujosos arneses. Dos
-Bésale la mano, bésale la mano -decían a mi al- cosacos le cogieron del brazo y le ayudaron a subir
rededor. a la silla. Pugachov anunció al padre Guerásim que
-Andréi Petróvich, por favor -susurraba Savé- iría a comer a su casa.
lich empujándome por detrás-, no seas terco, ¿qué En aquel momento se oyó un grito de mujer.
trabajo te cuesta? No te importe, besa la mano a este Varios bandidos sacaron al porche de la casa a Va-
maldi..., iuf!, bésale la mano. silisa Yegórovna, despeinada y completamente des-
Yo seguía sin moverme. Pugachov bajó la mano nuda. Uno de ellos ya se había puesto su blusa.
y dijo con una media sonrisa: Otros iban sacando colchones, baúles, juegos de té,
-Su señoría está atontado de felicidad. Que le le- ropa de casa y otros objetos encontrados en el inte-
vanten. rior.
Me levantaron y me dejaron en libertad. Me pu- -¡ Dios mío! -gritaba la pobre vieja-. ¡ Dejadme
se a observar la continuación de la terrible comedia. morir en paz! Hijos míos, llevádme con Iván Kus-
mich!
53/104
107 108
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
De pronto miró hacia la horca y reconoció a su
marido.
-¡ Malditos! -gritó horrorizada ¿Qué le habéis
hecho? lván Kusmich, soldado noble y valiente! ¡ No
te han alcanzado las bayonetas prusianas ni las balas
turcas; no has perdido la vida en una lucha honrosa,
has tenido que morir por culpa de un forajido!
-¡ Que hagan callar a esa bruja! -gritó Pugachov. CAPITULO VIII
Entonces un cosaco joven le pegó con el sable EL HUÉSPED NO INVITADO
en la cabeza y ella cayó muerta en las escaleras de la
casa. Pugachov se alejó; la gente corrió detrás de él. Un huésped no invitado
es peor que un tánaro.
(Proverbio ruso.)
La plaza se quedó desierta. Yo seguía en el
mismo sitio, sin poder ordenar mis ideas, alteradas
por tan terribles impresiones. Lo que más me ator-
mentaba era la falta de noticias María Ivánovna.
¿Dónde estaba? ¿Qué le había pasado? ¿Le habría
dado tiempo de esconderse? ¿Era seguro su refu-
gio? Lleno de inquietud, entré en la casa del co-
mandante... Todo estaba vacío; las sillas, las mesas y
los baúles estaban destrozados, la vajilla rota, todo
robado. Subí corriendo por una pequeña escalera
54/104
109 110
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

que conducía a un cuarto y por primera vez en m¡ llegaban gritos, risotadas y canciones... Pugachov y
vida me encontré en la habitación de María lváno- sus camaradas estaban en plena fiesta. Palashka me
vna. Vi su cama revuelta por los bandidos; el arma- siguió corriendo hasta la casa del pope. La mandé a
rio estaba destruido y vaciado; una lamparilla ardía que hiciera salir disimuladamente a Akulina Pamfi-
levemente delante del marco vacío de icono. Tam- lovna. Al minuto la mujer del pope apareció en la
bién habia, quedado un espejo colgado en la pared... entrada de la casa con una botella vacía en la mano.
¿Dónde estada la dueña de aquella celda humilde y -¡ Por Dios! ¿Dónde está María lvánovna?
solitaria? Una idea espantosa me pasó por la mente: -pregunté con emoción indescriptible?
imaginé que estaba en manos de los bandidos... Se -Está acostada en mi cama, la pobrecita, detrás
me encogió el corazón... Me eché a llorar amarga- del tabique -contestó la mujer del pope- ¡ Ay, Piotr
mente pronunciando en alto el nombre de mi ama- Andréyevich!, por poco ocurre una desgracia; pero,
da... En aquel instante se oyó un ruido ligero y de gracias a Dios, todo ha pasado: en cuanto el bandi-
detrás del armario salió Palashka, pálida y tembloro- do se sentó a la mesa, la pobre volvió en si y se pu-
sa. so a quejarse. Me quedé sin habla. El lo oyó: -Oye,
-¡ Ay, Piotr Andréyevich! -dijo levantando las vieja, ¿quién está allí gimiendo?» Le hice una reve-
manos- ¡ Qué día! ¡ Qué horror! rencia y le contesté: -Es mi sobrina, señor; está mala:
-¿Y María lvánovna? -pregunté impaciente-. lleva más de dos semanas en cama.» «¿Y es joven tu
¿Qué ha pasado con María Ivánovna? sobrina?» «Sí, señor» -Pues enséñamela., -Me dio un
-La señorita está viva --contestó Palashka-. Se vuelco el corazón, pero no había nada que hacer.
ha escondido en casa de Akulina Pamfilovna. «Como usted quiera, señor -le dije-, pero la chica no
-¡ En casa del pope! -exclamé aterrorizado-. puede levantarse y acercarse a su señoría.» «No im-
¡ Dios mío! ¡ Si Pugachov está allí! porta, vieja, yo mismo iré a verla.» Y el muy maldito
Salí corriendo de la habitación, en un instante se levantó, fue detrás del tabique y... ¿qué crees? -
me encontré en la calle y me precipité a casa del po- corrió la cortina, la miró con sus ojos de gavilán y...
pe sin ver ni sentir nada a mi alrededor. De la casa ¡ Dios nos ayudó! ¿Querrás creer, hijo mío, que ya
55/104
111 112
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
me estaba preparando para una muerte atroz? Fe- dignación, porque comprendía que intentar interve-
lizmente, la pobre no le reconoció. ¡ Dios misericor- nir sería total y absolutamente inútil. Los malhe-
dioso! ¡ Qué días nos ha tocado vivir! ¡ Pobre Iván chores corrían por toda la fortaleza saqueando las
Kusmich! ¡ Quién lo hubiera pensado! ¿Y Vasilisa casas de los oficiales. Por todas partes se oían gritos
Yegórovna? ¿Y qué me dice de Iván Ignátich? ¿Qué de los insurrectos borrachos.
culpa tenía? ¿Y cómo es que se han apiadado de Llegué a mi casa. Savélich me recibió en la
usted? ¿Y qué me dice de Alexéi Ivánich Shvabrin? puerta.
¡ Se ha cortado el pelo en redondo y ahora está em- -¡ Gracias a Dios! -exclamó al verme . Ya estaba
borrachándose con ellos! ¡ Hay que ver, qué vivo! pensando que los bandidos te habían cogido otra
Cuando dije lo de la sobrina enferma, me miró co- vez, ¡ Ay, Piotr Andréyevich! Todo nos lo han roba-
mo atravesándome con un cuchillo, pero no me do los canallas: la ropa, las mantas, la vajilla, todo lo
descubrió; algo es algo. que había; no han dejado nada. ¡ Qué le vamos a ha-
En aquel instante se oyeron gritos de los hués- cer! No me canso de agradecer al Señor que te ha-
pedes borrachos y la voz del padre Guerásim. Los yan dejado con vida. ¿Has reconocido al jefe de la
huéspedes pedían más vino y el dueño de la casa banda?
llamaba a su mujer. Akulina Pamfilovna se alarmó. -No; ¿quién es?
-¡ Váyase a casa, Piotr Andréyevich! -me dijo-. -Pero, ¿cómo?, ya te has olvidado de aquel bo-
No puedo seguir con ustedes, los bandidos no han rracho que te hizo regalarle el tulup de conejo? Un
parado de beber, y si le pescan a usted borrachos, tulup nuevecito, y el animal lo rompió al ponérselo.
puede ocurrir una desgracia. ¡ Adiós, Piotr Andréye- Savélich tenía razón: realmente, el parecido de
vich! Pase lo que pase, ¡ Dios nos ayudará! La mujer Pugachov con mi guía era sorprendente. Me con-
del pope se fue. Algo más tranquilo, me dirigí a mi vencía de que Pugachov y el guía eran la misma per-
casa. Al pasar junto a la plaza, vi a varios bashkiros sona y entonces comprendí la causa de la
que se agrupaban alrededor de la horcas botas a los magnanimidad demostrada por mi verdugo. No po-
ahorcados. A duras penas conseguí contener mi in- día dejar de asombrarme del extraño encadena-
56/104
113 114
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

miento de las circunstancias: el tulup infantil regala- ahora está descansando. En seguida se ve que es
do a un vagabundo me salvaba de la horca, y el bo- una persona importante: a la hora de comer se tomó
rracho que andaba de posada en posada asaltaba dos cochinillos fritos, y en la casa de baños mandó
fortalezas y ponía en conmoción el Estado. que soltaran tanto vapor, que ni siquiera Tarás
-¿No quieres comer? -preguntó Savélich, fiel a Kúrochkin pudo resistirlo; dió el cepillo a Fomka
sus costumbres- No tenemos nada en casa; voy a Bikbáyev y le tuvieron que echar agua fría para que
ver si puedo encontrar algo y te lo preparo. volviera en sí. No hay nada que decir: es alguien
Cuando Savélich me dejó solo, me quedé pen- muy poderoso... Dicen que en el baño enseñó sus
sando. ¿Qué iba a hacer? Permanecer en la fortaleza marcas imperiales en los pechos: en uno, un águila
gobernada por el impostor o unirse a su banda era de dos cabezas del tamaño de una moneda de cinco
indigno de un oficial. El deber exigía que yo me pre- kopeks; y, en el otro, él mismo en persona.
sentara en aquel lugar donde mi servicio podía ser Me pareció innecesario discutir la opinión del
útil a la patria, que se encontraba en circunstancias cosaco y fui con él a la casa del comandante, imagi-
tan difíciles... Pero el amor me decía que tenía que nándome la entrevista con Pugachov y tratando de
quedarme cerca de María lvánovna y ser su defensor figurarme cómo iba a terminar. Fácilmente com-
y protector. Y aunque presentía un cambio próximo prenderá el lector que no estaba del todo tranquilo.
e indudable de las circunstancias, no podía dejar de Cuando me acerqué a la casa del comandante, estaba
estremecerme al pensar en el peligro de su situación. anocheciendo. Se destacaba la terrible silueta de la
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la horca Y de los ahorcados. El cuerpo del coman-
llegada de uno de los cosacos, que apareció corrien- dante seguía junto a la puerta, donde había dos co-
do para anunciarme que «el gran soberano exigía mí sacos haciendo guardia. El cosaco que me había
presencia». acompañado fue a anunciar mi llegada; regresó en
-¿Donde está? -pregunté, dispuesto a obedecer. seguida y me condujo a la habitación donde la vís-
-En casa del comandante -contestó el cosaco-. pera me habia despedido tan tiernamente de Maña
Después de comer, el señor fue a la casa de baños y Ivánovna.
57/104
115 116
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
Un extraño cuadro apareció ante mis ojos. Al- Oremburgo una acción audaz, y poco faltó para que
rededor de una mesa, cubierta con un mantel y llena se coronara con un éxito asolador. La marcha estaba
de botellas y vasos, estaban Pugachov y unos diez prevista para el día siguiente.
jefes cosacos, vestidos con camisas de colores y go- -Bueno amigos --dijo Pugachov---, antes de
rros, acalorados por el vino, con las caras conges- acostarnos vamos a cantar mi canción favorita. Em-
tionadas y los ojos brillantes. Faltaban nuestros pieza Chumakov.
traidores recientes: Shvabrin y el suboficial. Mi vecino entono con voz aguda una canción
-¡ Ah, señoría! -dijo Pugachov al verme-. Bien- triste de burlak31, y todos le respondieron a coro.
venido seas; siéntate.
Sin decir una palabra, me senté al extremo de la No hagas ruido, verde robledal,
mesa. Mi vecino, un cosaco joven, esbelto y bien Déjame pensar mi triste pensamiento:
parecido, me sirvió un vaso de vino corriente, que Porque mañana me van a interrogar
no toqué. Me puse a observar la reunión con mucha Ante el juez cruel, ante el mismo zar.
curiosidad. Pugachov, sentado a la cabecera, apoya- Me preguntará el zar-emperador:
ba la negra barba en su enorme puño. Sus rasgos, «Dime, dime tú, hijo de labrador,
correctos y bastante agradables, no revelaban cruel- ¿Con quién has robado, quién te ha ayudado?»
dad alguna. A menudo dirigía a un hombre de unos Te diré entonces, zar-emperador,
cincuenta años, llamándole conde, Timoféich y, al- Te diré entonces la verdad de todo:
gunas veces, tío. Todos se trataban como camaradas Que mis camaradas fueron sólo cuatro,
y nadie mostraba especial deferencia hacía su jefe. El primer amigo fue la noche oscura;
La conversación versaba sobre el asalto de la maña- El segundo amigo, mi puñal de acero;
na, los éxitos de la rebelión y las acciones futuras El tercer amigo, mi veloz caballo;
Todos presumían, expresaban su opinión y discutía El cuarto amigo, un arco muy tenso,
libremente con Pugachov. Precisamente en aquel
extraño consejo de guerra se decidió avanzar hacia
58/104
117 118
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Y los emisarios, mis flechas templadas. cuando el ojo izquierdo con un curioso aire de
Me dirá entonces el zar-emperador: astucia e ironía. Por fin se echó a reír con una ale-
«¡ Gloria a tí, hijo de labrador; gría tan natural, que, al verle, sin saber por qué, me
Has sabido robar y sabes contestar! puse a reír yo también.
Te daré un palacio en medio del campo, -¿Qué, señor? -me dijo-. Confiesa que te asus-
Un gran palacio con dos buenos postes, taste cuando mis muchachos te echaron la soga al
Con dos buenos postes y un travesaño.» cuello. ¿A que el cielo se te juntó con la tierra? Pues,
no fuera por tu criado, estarías meciéndote en la
Imposible describirla impresión que me produjo horca. Conocí en seguida al vejestorio. Y ahora di-
esta sencilla canción sobre la horca, cantada por me, señoría: ¿pensaste entonces que el hombre que
unos hombres que estaban condenados a teminar en te llevó hasta el umet era el mismo soberano? -al de-
ella. Las caras severas, las voces afinadas y el tono cir esto adoptó un aire importante y misterioso-.
lúgubre que daban a las palabras, ya de por sí expre- Eres culpable -continuó-, pero te he perdonado por
sivas, me hicieron estremecer con un especie de ho- tu bondad, porque me hiciste un favor cuando yo
rror poético. estaba obligado a ocultarme de mis enemigos. Pero
Los invitados tomaron otro vaso de vino, se le- esto no es más que el comienzo. ¡ Ya verás lo que
vantaron de la mesa y se despidieron de Pugachov. hago por ti cuando tenga todo el reino en mis ma-
Quise seguirlos, pero Pugachov me ordenó: nos! ¿Prometes servirme fielmente?
-Quédate; quiero hablar contigo. Nos quedamos La pregunta del impostor y su audacia me pare-
cara a cara. cieron divertidas y no pude evitar una sonrisa.
Nuestro silencio mutuo duró varios minutos. -¿De qué te ríes? -preguntó frunciendo el entre-
Pugachov me miraba atentamente, entornando de cejo- ¿O no crees que soy el gran soberano? Con-
vez en téstame la verdad.
31 Obreros que desde la tierra llevaban las embarcaciones a la
sirga.
59/104
119 120
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
La pregunta me desconcertó. No podía recono- nó Grishka Otrépiev32? Piensa de mí lo que quieras,
cer como soberano a un usurpador: me parecía una pero no te apartes de nosotros. ¿Qué te importa to-
cobardía imperdonable. Llamarte en la cara impos- do lo demás? Se puede ser alguien sin ser pope.
tor era condenarme a muerte; y aquello a lo que es- Sírveme con lealtad y fidelidad y te haré mariscal de
tuve dispuesto junto a la horca, delante de todo el campo y príncipe. ¿Qué te parece?
mundo y en el primer arrebato de indignación, aho- -No -contesté firmemente-. Soy noble de estirpe
ra me parecía una presunción inútil. Estaba indeci- y he jurado fidelidad a la emperatriz: no puedo ser-
so, Pugachov esperaba la respuesta con aire virte. Si realmente quieres ayudarme, déjame mar-
sombrío. Por fin (todavía recuerdo ese momento char a Oremburgo.
con satisfacción), el sentido del deber triunfó sobre Pugachov se quedó pensativo.
la debilidad humana, Contesté a Pugachov. -Y, si te dejo marchar, ¿me prometes, por lo
-Te voy a decir toda la verdad. Piénsalo tú mis- menos, no pelear contra mí?
mo: ¿cómo puedo admitir que seas el emperador? -¿Como quieres que te lo prometa? -le contesté-
Eres un hombre inteligente: tú mismo comprendes Tú mismo sabes que esto no depende de mí: si me
que te estaría mintiendo. mandan a pelear contra ti, tendré que hacerlo. Tú
-Entonces, ¿quién crees que soy? mismo eres ahora jefe, y tú también exiges obedien-
¡ Sabe Dios! Pero, sea quien fueres, estás jugan- cia a los tuyos. ¿Qué pasaría si me negara a cumplir
do un juego peligroso. con mi deber cuando se necesitaran mis servicios?
Pugachov me echó una rápida mirada. Mi vida está en tus manos: si me dejas marchar, gra-
-Entonces -me dijo-, ¿no crees que soy el em-
perador Piotr Fédorovich? Bueno, pero ¿es que el
valiente no tiene suerte? ¿Es que en tiempos no rei- 32 Monje del monasterio Chúdov que se hizo pasar por el
príncipe Dimitri, hijo de Iván el Terrible, asesinado a los
nueve años de edad. Aprovechando la muerte de Boris Go-
dunov, el Falso Dimitri- tomó el poder en Moscú en 1605.
Fue muerto en 1606.
60/104
121 122
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

cias; si me matas, que Dios te juzgue; pero yo te he


dicho la verdad.
Mi sinceridad sorprendió a Pugachov.
-Bueno -me dijo dándome unas palmadas en el
hombro-. Cuando se perdona, hay que hacerlo de
verdad. Tienes camino abierto; puedes hacer lo que
quieras. Mañana ven a despedirte de mí, y ahora
vete a la cama que ya tengo sueño.
Abandoné a Pugachov y salí a la calle. Era una
noche silenciosa y fría. La luna y las estrellas ilumi-
naban la plaza y la horca. En la fortaleza todo esta-
ba tranquilo y oscuro. Sólo en la taberna había luces
y se oían fuertes gritos de borrachos trasnochado-
res. Miré hacía la casa del pope. La puerta y las
contraventanas estaban cerradas.
Todo parecía estar en silencio.
Llegué a mi casa y encontré a Savélich, entriste-
cido por mi ausencia. La noticia de mi libertad le
alegró indeciblemente.
-¡ Alabado sea Dios! --exclamó santiguándose-.
En cuanto amanezca, abandonaremos la fortaleza y
nos iremos adonde sea. Te he preparado algo: co-
me, hijo mío, y duérmete tranquilo.
Seguí su consejo, cené con mucho apetito y me
dormí en el suelo, cansados el alma y el cuerpo.
61/104
123 124
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
banderas. Varios cañones, entre los cuales reconocí
el nuestro, estaban colocados sobre las cureñas de
campo. A la espera del impostor había acudido toda
la población. En la entrada de la casa del coman-
dante, un cosaco sostenía las riendas de un hermoso
caballo blanco de raza kirguisa. Busqué con los ojos
el cuerpo de la comandanta; estaba apartado y cu-
CAPITULO IX bierto con una estera. Por fin apareció Pugachov.
LA SEPARACION Todos se descubrieron. Pugachov se paró en la en-
trada y saludó a la gente. Uno de los jefes le dio una
Qué dulce nuestro encuentro, bolsa de dinero de cobre y Pugachov empezó a ti-
Que dulce, hermosa mía; rarlo a puñados a la multitud. La gente, gritando se
Es triste la separación, lanzó a recogerlo, y no faltaron algunos lisiados.
Como sí abandonara mi alma. Los cómplices principales de Pugachov rodearon a
su jefe. Entre ellos se encontraba Shvabrin. Nues-
JERÁSKOV33 tras miradas se cruzaron: en la mía pudo leer el des-
precio, pero volvió la cabeza con una expresión de
Por la mañana temprano me despertó el redoble rabia sincera e ironía fingida. Pugachov, al verme
de un tambor. Me dirigí al lugar de reunión. Allí ya entre la muchedumbre, me llamó con una inclina-
se estaban formando los grupos de Pugachov alre- ción de cabeza.
dedor de la horca, donde todavía colgaban las víc- -Escucha lo que te digo -me dijo- vete ahora
timas de la víspera. Los cosacos estaban montados a mismo a Oremburgo y comunica de mi parte al go-
caballo; los soldados, bajo las armas. Ondeaban las bernador y a los generales que me esperen la sema-
33 Epígrafe procedente de La separación, poema de M. M.
62/104
125 126
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

na que viene. Aconséjales que me reciban con amor -¿Qué manera tan complicada tienes de escribir?
y obediencia filial, porque, si no es así, no podrán -dijo por fin-. Nuestros claros ojos no entienden
escapar de una muerte sangrienta. ¡ Buen viaje, seño- nada. .Dónde está nuestro secretario?
ría! Un joven con uniforme de cabo se acercó a Pu-
Luego se volvió hacia la multitud y dijo, seña- gachov.
lando a Shvabrin: -Lee en voz alta -ordenó el impostor dándole el
-Y éste, hijos míos, será vuestro nuevo jefe. Ha- papel.
cedle caso en todo, y él tendrá que responder ante Yo tenía mucha curiosidad por saber qué se le
mí por la fortaleza y por todos vosotros. había ocurrido a mí díadka El secretario, con voz
Escuché estas palabras con horror: Shvabrin se estentórea, empezó a silabear el escrito:
hacia cargo de la fortaleza, ¡ María Ivánovna queda- -Un batín de algodón y otro de seda a rayas,
ba en sus manos! ¡ Dios mío, qué sería de ella! siete rublos.»
Pugachov bajó las escaleras de la casa. Le acer- -¿Qué quiere decir esto? -preguntó Pugachov
caron el caballo. Lo montó con mucha agilidad, sin con un gesto de mal humor.
esperar a los cosacos que querían ayudarle. -Dile que siga leyendo -respondió Savélich tran-
En aquel momento vi que de la muchedumbre quilamente.
se separó Savélich, se acercó a Pugachov y le entre- El secretario continuó la lectura:
gó una hoja de papel. No se me ocurría qué podía -Un uniforme verde de paño fino, siete rublos.
significar aquello. Un pantalón de paño blanco, cinco rublos. Doce
-¿Qué esto? -preguntó Pugachov con aire im- camisas holandesas con puños, diez rublos. Un baúl
portante. con un juego de té, dos rublos cincuenta ... »-¿Qué
-Cuando lo leas, lo verás -contestó Savélich. disparate es éste? -interrumpió Pugachov. ¿Qué me
importan los baúles y los pantalones con puño?
Savélich suspiró e intentó explicarse:
Jeráskov (1733-1807).
63/104
127 128
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Verás, esto es la lista de los bienes del señorito, salud y por la de mis muchachos, porque gracias a
robados por los maleantes... nosotros no estáis tú y tu señorito colgados entre
-¿Qué maleantes? -preguntó amenazador Puga- todos estos desobedientes? ¡ Un tulup de conejo!
chov. ¡ Ya te enseñaré yo lo que es un tulup de conejo!
-Perdona, ha sido una equivocación -contestó ¿Sabes que puedo mandar que te desuellen vivo pa-
Savélich-. Maleantes o no, tus muchachos han he- ra hacer un tulup.
cho una buena limpieza en nuestra casa. No te enfa- -Tú puedes hacer lo que quieras -contestó Savé-
des: el caballo tiene cuatro patas y también tropieza lich-, pero yo no soy un hombre libre y tengo que
a veces. Dile que termine de leer. responder por los bienes de mi señor.
-Termínalo -dijo Pugachov. Al parecer, aquel día Pugachov se sentía muy
El secretario siguió: magnánimo. Volvió la espalda a Savélich y se alejó
-Una manta de pecal y otra de tafetán con forro sin decir una palabra más. Shvabrin y los jefes le si-
de algodón, cuatro rublos. Un abrigo de piel de zo- guieron. La banda salió de la fortaleza en un orden
rro cubierto de raúna, cuarenta rublos. Y también perfecto. El pueblo se dirigió a acompañar a Puga-
un tulup de conejo, regalado a vuestra merced en la chov. En la plaza nos quedamos solos Savélich y yo.
posada, quince rublos.»-¡ Bandido! -gritó Pugachov Mi díadka tenía en las manos su lista y la miraba con
con los ojos brillantes de indignación. una expresión que reflejaba una gran pena.
Confieso que tuve miedo por mí pobre díadka, Al observar mi buen entendimiento con Puga-
que intentó entrar de nuevo en explicaciones, pero chov, decidió sacar de éste algún provecho, pero su
Pugachov le interrumpió: sabia intención no dio resultado positivo. Intenté
-,Cómo te atreves a molestarme con estas tonte- reñirle por su diligencia inoportuna, pero no pude
rías? -exclamó arrancando el papel de las manos del contener la risa.
secretario y tirándoselo a Savélich a la cara-. ¡ Viejo -Ríete, señor -contestó Savélich-, ríete; pero,
imbécil! Os han robado. ¡ Vaya desgracia! ¿No com- cuando tengamos que procurarnos de nuevo todas
prendes que tendrás que rezar eternamente por mi esas cosas, veremos si te ríes.
64/104
129 130
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Me dirigí a casa del pope para ver a María Ivá- que ya consideraba mi mujer. Cogí la mano de la
novna. La mujer del pope me recibió con una noti- pobre muchacha y se la besé, rociándola de lágri-
cia triste: desde la noche, María Ivánovna estaba mas.
con mucha fiebre, había perdido el conocimiento y -¡ Adiós -me dijo la mujer del pope acom-
deliraba. La mujer del pope me llevó a su habita- pañándome hasta la puerta-, adiós, Piotr- Andréye-
ción. Tratando de no hacer ruido, me acerqué a su vich Quizá nos volvamos a encontrar en otros
cama. El cambio que había sufrido su rostro me tiempos mejores. No se olvide de nosotros y escrí-
consternó. La enferma no llegó a conocerme. Per- banos a menudo. A la pobre María Ivánovna ya no
manecí largo rato a su lado sin oír al padre Guerá- le queda más consuelo ni protección que usted.
sim ni a su buena mujer, quienes, al parecer, Ya en la plaza, me detuve un instante, miré hacia
trataban de consolarme. Estaba abrumado de pen- la horca, me incliné ante ella, luego salí de la fortale-
samientos sombríos. Me horrorizaba el estado de la za y eché a andar por el camino de Oremburgo,
pobre huérfana indefensa, rodeada de peligrosos acompañado por Savélich, que me seguía de cerca.
insurgentes, y mi propia impotencia. El que más Caminaba absorto en mis pensamientos, cuando
atormentaba mi imaginación era Shvabrin. de pronto oí detrás el trote de un caballo. Me volví y
Investido de poder por el impostor, mandando vi a un cosaco que se acercaba cabalgando desde la
en la fortaleza donde se quedaba la pobre mucha- fortaleza, llevando de las riendas a un caballo bash-
cha, objeto inocente de su odio, Shvabrin era capaz kiro y haciéndome señas. Me paré y reconocí a
de todo. ¿Qué podía hacer yo? ¿Cómo ayudar a nuestro suboficial. Al alcanzarnos, bajó de su caba-
Masha? ¿Cómo liberarla del malhechor? Soló había llo y me dijo, dándome las riendas del otro:
una solución: decidí marcha a Oremburgo inme- -Señoría, nuestro bienhechor le concede un ca-
diatamente para acelerar la liberación de la fortaleza ballo y su propio abrigo de pieles -llevaba un tulup
Belogórskaya y participar en el intento en la medida de cordero atado a la silla-. Y, además -balbució-, le
de lo posible. Me despedí del pope y de Akulina manda a usted... cincuenta kopecks... pero los he
Pamfilovna, encomendándoles calurosamente a la
65/104
131 132
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
perdido por el camino; perdóneme, por lo que más
quiera.
Savélich le miró de reojo y gruñó:
-¿Conque los has perdido por el camino? ¿Y
qué te suena en el bolsillo? ¡ Sinvergüenza!
-¿Qué me suena en el bolsillo? -repuso el subo-
ficial sin turbarse lo más mínimo-. Por Dios, vieje-
cito; es el bridón, no el dinero.
-Bueno -dije interrumpiendo la discusión-, dale
las gracias al que te haya mandado, trata de encon-
trar por el camino los cincuenta kopecks perdidos y
quédate con ellos para vodka.
-Se lo agradezco mucho, señoría -contestó vol-
viendo su caballo-; rezaré por usted toda mi vida.
Con estas palabras se puso en marcha hacia la
fortaleza con la mano metida en el bolsillo, y al mi-
nuto le perdimos de vista.
Me puse el tulup y monté a caballo- Savélich se
colocó detrás de mí.
-Habrás visto, señor -me dijo el viejo-, que mi
petición no ha sido inútil: el ladrón se ha avergon-
zado, aunque este rocín escuálido de Bashkiria y el
tulup de cordero no valen ni la mitad de lo que esos
bandidos nos han robado y de lo que tú mismo le
regalaste; pero nos servirá de algo.
66/104
133 134
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

basura que llenaba el foso y otros levantaban la tie-


rra con palas; en el baluarte los albañiles acarreaban
ladrillos y arreglaban la muralla de la ciudad. En la
puerta nos pararon los centinelas y nos pidieron los
pasaportes. En cuanto el sargento se enteró de que
yo llegaba de la fortaleza Belogórskaya, me llevó di-
rectamente a casa del general.
CAPITULO X Le encontré en el jardín. Estaba examinando los
EL SITIO DE LA CIUDAD manzanos, despojados por el aliento del otoño, y
con ayuda de un viejo jardinero los envolvía cuida-
Ocupó las praderas y los montes dosamente en paja. Su cara expresaba tranquilidad,
Y desde un alto, como un águila, observaba la ciu- salud y buen humor. Se alegró al verme y empezó a
dad. preguntarme por los terribles acontecimientos de
Detrás del campo mandó hacer una rampa
los cuales había sido testigo. Se lo conté todo. El
Y de noche acercarlos cañones a la ciudad.
anciano me escuchó con atención mientras cortaba
JERASKOV34
las ramas secas de los manzanos.
-¡ Pobre Mirónov! -dijo cuando terminé mi triste
Cerca de Oremburgo vimos un grupo de presos relato-. Es una lástima, era un buen oficial. Madame
con las cabezas afeitadas y las caras desfiguradas Mirónov también era una buena señora, ¡ y con qué
por las tenazas de los verdugos. Estaban trabajando arte preparaba setas saladas! ¿Y qué ha sido de
junto a las fortificaciones, vigilados por los inváli- Masha, la hija?
dos de la guarnición. Unos sacaban en carritos la Contesté que se había quedado en la fortaleza en
manos de la mujer del pope.
34Epígrafe procedente de La rossiada, poema épico de Jerá-
skov
67/104
135 136
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-¡ Ay! -exclamó el general-. Esto está muy mal. glasé35. Empezó a preguntarme sobre la suerte de
No nos podemos fiar de la disciplina de los bandi- Iván Kusmich, al que llamaba «compadre», y a me-
dos. ¿Qué le pasara a la pobre muchacha? nudo me interrumpía con preguntas suplementarias
Le contesté que la fortaleza Belogórskaya estaba y observaciones moralizadoras, las cuales, si no re-
cerca y que seguramente su excelencia no tardaría en velaban en él a un conocedor del arte militar, por lo
mandar un ejército para liberar a sus infortunados menos descubrían una gran sagacidad e inteligencia
habitantes. El general meneó la cabeza con gesto de natural. Entre tanto fueron llegando los demás in-
desconfianza. vitados. Cuando todos estábamos sentados y nos
-Ya veremos -dijo-. Ya tendremos tiempo de habían servido una taza de té, el general expuso el
hablar de eso. Te espero esta tarde a la hora del té: asunto de una manera bastante clara y prolija.
se va a reunir el consejo de guerra. Tú podrás con- -Y ahora, señores -continuó-, tenemos que deci-
tarnos datos fidedignos sobre el farsante Pugachov dir qué actitud hay que tomar con respecto a los in-
y su ejército. Mientras tanto, puedes descansar. surgentes: ¿ofensiva o defensiva? Cada uno de estos
Fui a la casa que me habían asignado, donde Sa- procedimientos tiene sus ventajas y sus inconve-
vélich ya había empezado a organizar nuestra vida, y nientes, La acción ofensiva da más posibilidades de
me puse a esperar con impaciencia la hora conveni- una rápida exterminación del enemigo; la acción de-
da. El lector puede imaginarse fácilmente que no fensiva es más segura y supone menos riesgo... Bien,
falté al consejo, que había de tener una gran influen- señores, empecemos a recoger votos de acuerdo
cia en mi suerte. A la hora prevista, ya estaba en casa con el orden jerárquico, es decir, empezando por
del general. los grados inferiores. Señor alférez -añadió diri-
Encontré allí a uno de los funcionarios de la giéndose a mí-, tenga la bondad de exponernos su
ciudad; recuerdo que era el jefe de la aduana, un opinión.
viejecito gordo y colorado vestido con un caftán de
35 Tela de seda brillante con ligamento de tafetán
68/104
137 138
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Me levanté y, después de describir en breves -Excelencia, existe también la acción sobornati-


palabras a Pugachov y a sus secuaces, afirmé que no va, je, je. Su opinión es muy razonable. Los movi-
estaba en condiciones de resistir el ataque de un mientos sobornativos están previstos por la táctica y
ejército regular. podemos aprovechar su sugerencia. Podríamos
Mi punto de vista fue recibido por los funciona- ofrecer por la cabeza del sinvergüenza... unos se-
rios con abierta desconfianza. Veían en él la impru- tenta... o hasta cien rublos... de los fondos secretos...
dencia y la audacia de un joven. Se levantó un -Y entonces -interrumpió el jefe de la aduana-, o
rumor y pude oír la palabra «mocoso» pronunciada yo soy un carnero de Kirguisia y no un consejero
por alguien a media voz. El general se volvió hacia colegiado, o estos bandidos nos entregan a su cabe-
mí y dijo con una sonrisa: cilla atado de pies y manos.
-Señor alférez, en los consejos militares los pri- -Esto ya lo pensaremos y lo hablaremos
meros votos suelen ser a favor de una ofensiva; es el -contestó el general-. Pero, en cualquier caso, tene-
orden tradicional. Ahora vamos a continuar la vota- mos que tomar medidas militares. Señores, hagan el
ción. Señor consejero colegiado, díganos por favor favor de expresar su opinión por el orden estableci-
su opinión. do.
El viejecito del caftán de glasé terminó apresu- Todas las opiniones resultaron contrarias a la
radamente su tercera taza de té, mezclado -con ron mía. Los funcionarios hablaban de que el ejército no
en una proporción considerable, y contestó al gene- era de fiar, de la incertidumbre de la victoria, de
ral: prudencia y de otras cosas por el estilo. Todos opi-
-Yo creo, excelencia, que no nos conviene ni la naban que era más razonable quedarse al amparo de
ofensiva ni la defensiva. los cañones, detrás de una sólida muralla de piedra,
-Entonces, ¿qué podemos hacer? -repuso asom- que probar suerte con las armas en campo abierto.
brado el general-. La táctica no nos ofrece más po- Por fin, una vez oídas las consideraciones de los
sibilidades: o es acción defensiva o es acción ofen- presentes, el general sacudió la ceniza de su pipa y
siva... pronunció el siguiente discurso:
69/104
139 140
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Señores, tengo que comunicarles que, por mi pesar de su convicción, se dejó llevar por las deci-
parte, estoy completamente de acuerdo con la opi- siones de hombres incompetentes e inexpertos.
nión del señor alférez, ya que este punto de vista Algunos días después de aquel famoso consejo
está basado en las reglas de la táctica más razonable, nos enteramos de que Pugachov, fiel a su promesa,
que casi siempre prefiere la acción ofensiva a la de- estaba acercándose a Oremburgo. Vi el ejército de
fensiva. los rebeldes desde lo alto de la muralla de la ciudad.
Aquí se detuvo y se puso a llenar su pipa. Mi Me pareció que su número había aumentado unas
amor propio estaba plenamente satisfecho. Eché diez veces desde el último asalto del que fui testigo.
una mirada orgullosa a los funcionarios, que empe- Tenían artillería, tomada en las pequeñas fortalezas
zaron a hablar entre sí a media voz con aspecto ya sometidas por Pugachov. Al recordar la decisión
descontento y alarmado. del consejo, preví una larga reclusión entre las mu-
-Sin embargo, señores míos -continuó el general rallas de Oremburgo y casi lloré de despecho.
haciendo una profunda inspiración y luego exhalan- No voy a describir el cerco de Oremburgo, que
do una nube de humo-, no me atrevo a asumir una pertenece a la historia y no a unas notas familiares.
responsabilidad tan grande cuando se trata de la se- Diré solamente que este cerco, por culpa de la im-
guridad de las provincias a mí encomendadas por su prudencia de las autoridades locales, fue desastroso
alteza, nuestra señora la zarina. Por lo tanto, estoy para la población, que sufrió hambre y otras muchas
de acuerdo con la mayoría de los votos, que ha de- calamidades. Es fácil imaginarse que la vida en
cidido que lo más razonable y seguro es esperar el Oremburgo era insoportable. Todos esperaban
cerco dentro de la ciudad y rechazar los ataques del tristemente a que se decidiera su suerte; todos se
enemigo por medio de la artillería y, si nos resulta quejaban de la carestía, que, realmente, era espanto-
posible, haciendo algunas salidas. sa. Los habitantes llegaron a acostumbrarse a las
Ahora los funcionarios me miraron con aire balas de cañón que entraban en sus patios; hasta los
burlón. Terminó el consejo. No pude menos de la- asaltos de Pugachov dejaron de provocar la curiosi-
mentar la debilidad del respetable guerrero, quien, a dad general. Yo me moría de aburrimiento. Pasaba
70/104
141 142
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

el tiempo. No me llegaban cartas de la fortaleza -¡ Hola, Piotr Andréyevich! ¿Cómo está usted?
Belogórskaya. Todos los caminos estaban cortados. Le miré y reconocí en él a nuestro suboficial. Mi
La separación de María Ivánovna me resultaba insu- alegría fue indecible.
frible. Me atormentaba no saber nada de su suerte. -¡ Hola, Maxímich! -le dije---. ¿Hace mucho que
Mi única distracción consistía en salir de la ciudad. has estado en Belogórskaya?
Gracias a Pugachov, tenía un buen caballo, que -No, señor, he vuelto anoche. Tengo una carta
compartía mis escasos alimentos y me sacaba todos para usted.
los días fuera de la ciudad para cruzar algunos tiros -¿Donde está? -exclamé ansioso.
con los jinetes del impostor. En estos tiroteos la -Aquí la tengo -contestó Maxímich metiéndose
ventaja estaba generalmente por parte de los rebel- la mano en el pecho-. He prometido a Palashka en-
des, bien alimentados, borrachos y con buenos ca- tregársela a usted pasara lo que pasara.
ballos. A veces salía al campo nuestra hambrienta Me dio un papel doblado y desapareció en se-
infantería, pero la profundidad de la nieve le impe- guida. Desplegué la hoja y leí tembloroso las si-
día maniobrar contra los jinetes dispersados. Nues- guientes líneas:
tra artillería tronaba en vano desde lo alto del
baluarte, y en el campo se hundía en la nieve y no se Dios ha querido dejarme de repente sin padre ni
movía, porque los caballos estaban agotados. ¡ Esta madre; no tengo en el mundo ni parientes ni pro-
era nuestra acción militar! ¡ Y esto es lo que los fun- tectores. Acudo a usted sabiendo que siempre me ha
cionarios de Oremburgo llamaban prudencia y buen deseado el bien y que está dispuesto a ayudar a cual-
juicio! quiera que lo necesite. ¡ Dios quiera que le llegue esta
Una vez que conseguimos dispersar un grupo carta! Maxímich ha prometido llevársela. También
bastante grande e íbamos persiguiéndolo, me tope Maxímich ha dicho a Palashka que a menudo le ve a
con un cosaco que había quedado rezagado, y ya usted de lejos en las salidas al campo y que usted no
estaba dispuesto a pegarle con mi sable turco, cuan- se cuida nada y no piensa en aquellos que rezan por
do de pronto se quitó el gorro y gritó: usted con lágrimas en los ojos. Estuve enferma mu-
71/104
143 144
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
cho tiempo y, cuando mejoré, Alexéi Ivánovich, que María Mirónova
manda en la fortaleza en lugar de mi difunto padre,
obligó al padre Guerásim a que me entregara a él, Al terminar la carta estuve a punto de enloque-
amenazándole con Pugachov. Vivo en nuestra anti- cer. Me apresuré a volver a la ciudad, espoleando
gua casa, vigilada por centinelas. Alexéi Ivánovich sin compasión a mi pobre caballo.
me obliga a que me case con él. Dice que me ha sal- Por el camino estuve intentando hallar maneras
vado la vida al ocultar el engaño de Akulina Pamfi- de salvar a la pobre muchacha, pero nada se me
lovna, que había dicho a los maleantes que yo era su ocurría. Al llegar a la ciudad me dirigí a casa del ge-
sobrina. Prefiero morir a tener que casarme con un neral y entré corriendo en su despacho.
hombre como Alexéi Ivánovich. Me trata con mu- El general estaba andando de arriba abajo por la
cha crueldad y me amenaza con que, si no cambio habitación y fumaba en pipa de espuma. Cuando
de parecer y no le obedezco, me llevará al campa- entré, se detuvo. Al parecer, mi aspecto le había
mento del impostor, y que me pasará lo mismo que sorprendido; me preguntó amablemente la causa de
a Lisaveta Járlova36. He pedido a Alexéi Ivánovich mi aparición, tan apresurada.
que me dé tiempo para pensar. Me ha concedido -Excelencia -le dije al general-, acudo a usted
tres días, pero si dentro de tres días no me caso con como si fuera mi padre; por el amor de Dios, no me
él, ya no tendrá piedad conmigo. ¡ Piotr Andréye- niegue su ayuda; se trata de la felicidad de toda mi
vich! Usted es mi única esperanza; le pido, por lo vida.
que más quiera, que me ayude. Ruegue al general y a -¿Qué pasa, hijo mío? -preguntó sorprendido el
todos los comandantes que nos manden ayuda lo anciano---. ¿Qué puedo hacer por ti? Dímelo.
más pronto posible, y venga usted mismo, si puede. -Excelencia, ordéneme que con una compañía
Su humilde y desdichada amiga. de soldados y medio centenar de cosacos vaya a li-
berar a la fortaleza Belogórskaya.
36 Viuda del comandante Járlov muerto por los rebeldes, que
se hizo concubina de Pugachov salvando la vida a su herma-
no.
72/104
145 146
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

El general me miraba fijamente creyendo que -¡ Oh! -repuso el general- Esto no es ninguna
me había vuelto loco (en lo cual no se equivocaba tragedia: por ahora, es mejor que sea la mujer de
mucho). Shvabrin: puede servirle de protección. Y cuando le
-¡ Qué dices! ¿Liberar la fortaleza Belogórskaya? fusilemos, si Dios quiere, ya encontrará algún novio.
-articuló al fin. Las viuditas agraciadas no se quedan mucho tiempo
-Estoy completamente convencido del éxito sin marido; quiero decir que una viuda encuentra
--contesté acaloradamente-. Permítame que lo haga. novio antes que una muchacha soltera.
-No, joven --dijo meneando la cabeza-. A esta -¡ Antes prefiero morirme -dije enfurecido- que
distancia tan grande el enemigo podría fácilmente dejar que se la lleve Shvabrin!
cortaros la comunicación con el principal punto es- -Bah, bah, bah, bah-dijo el general-; ahora com-
tratégico y obtener una fácil victoria. Una comuni- prendo: estás enamorado de María Ivánovna. ¡ Oh,
cación cortada... esto ya es distinto! ¡ Pobre muchacho! A pesar de
Me asusté al verle entusiasmado con sus consi- todo, no puedo darte una compañía de soldados y
deraciones militares y me apresuré a interrumpirle: medio centenar de cosacos. Esta expedición no se-
-La hija del capitán Mirónov -dije- me ha escrito ría razonable; no puedo asumir tal responsabilidad.
una carta: solicita mi ayuda; Shvabrin la obliga a que Bajé la cabeza; la desesperación se apoderó de
se case con él. mí. Y de pronto se me ocurrió una idea; pero cuál
-¿Qué me dices? ¡ Oh, este Shvabrin es un gran- era ésta lo verá el lector en el siguiente capítulo, co-
disimo scbelm, y, si algún día cae en mis manos, mo dicen los novelistas a la antigua.
mandaré que le juzguen en veinticuatro horas y le
fusilaremos en el parapeto de la fortaleza! Pero
mientras tanto hay que tener paciencia.
-¡ Tener paciencia! -exclamé fuera de mí-. Y,
mientras, ¡ él se casará con Marta Ivánovna!

73/104
147 148
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
menos, fueras a pelear con el turco o con el sueco,
¡ pero con ésos!
Interrumpí el discurso con una pregunta:
¿cuánto dinero tenía en total?
-Tendrás suficiente -contestó él con satisfac-
ción-. Por mucho que hurgaron los sinvergüenzas,
no pudieron encontrar lo que yo había escondido.
CAPITULO XI Con estas palabras sacó del bolsillo una larga
EL POBLADO REBELDE bolsa de punto llena de monedas de plata.
-Bueno, Savélich -le dije---, ahora dame la mitad
Aunque el león es fiero por naturaleza, y quédate con el resto. Voy a la fortaleza Belogór-
aquel día estaba harto y satisfecho skaya.
-¿A qué has venido a mi guarida.?-, -¡ Hijo mío, Piotr Andréyevich! -exclamó mi po-
Preguntó afablemente. bre diadka con voz temblorosa-. No tienes temor de
Dios: ¿cómo te vas a poner en camino en estos
A. SUMAROKOV tiempos, cuando no se puede dar ni un paso con
tanto bandido? Ten piedad de tus padres, ya que no
Dejé al general y me dirigí a mi casa. Savélich piensas en ti mismo. ¿Adónde vas a ir? ¿Para qué?
me recibió con sus reproches acostumbrados: Espera un poquito: llegará el ejército, pescarán a to-
-¡ Qué ganas tienes, señor, de mezclarte con esos dos los farsantes y entonces podrás ir a donde se te
bandidos borrachos! ¿Te parece cosa de un boyar- ocurra.
do?37 Algún día puedes morir por nada. Si por lo Pero mi decisión era firme.
-Ya es tarde para discutir -contesté al viejo-.
Tengo que ir. No puedo dejar de hacerlo. No te
37 Señor ilustre, antiguo feudatario de Rusia o Transilvania. pongas triste, Savélich- nos volveremos a ver, si
74/104
149 150
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Dios quiere. Pero hazme caso y no seas tacaño. -Por Dios, señor, ve más despacio. Mi condena-
Cómprate todo lo que necesites, aunque sea muy ca- do penco no puede ir al paso de tu demonio patilar-
ro. Este dinero te lo regalo. Si no estoy de vuelta go. ¿Qué prisa tienes? Ni que fuéramos a una fiesta;
dentro de tres días... a lo mejor lo que nos espera es un hacha... ¡ Piotr
-¿Pero qué dices, señor? -me interrumpió Savé- Andréyevich ... ; hijo mío, Piotr Andréyevich! ¡ No
lich- ¿crees que voy a dejar que te marches solo? Ni me mates! ¡ Dios misericordioso, va a morir el hijo
lo sueñes. Si has decidido marcharte, te seguiré aun- de mi señor!
que sea a pie, pero no te abandonaré. ¿Qué quieres No tardaron en brillar las luces de Berda. Lle-
que haga sin ti, detrás de esta muralla de piedra? gamos a unos barrancos que eran las fortificaciones
¿Crees que estoy loco? Digas lo que digas, no te de- naturales del poblado. Savélich me seguía sin inte-
jaré solo. rrumpir las súplicas quejumbrosas. Esperaba atrave-
Sabía que era inútil discutir con Savélich y le sar tranquilamente el poblado, pero de pronto vi en
permití que hiciera los preparativos para el viaje. la oscuridad, delante de mí, a cinco hombres arma-
Media hora después monté mi buen caballo, y Savé- dos con garrotes. Era la guardia avanzada de Puga-
lich un penco cojo y escuálido, regalado por un ha- chov. Nos estaban llamando. Como no conocía la
bitante de Oremburgo que no tenía medios para consigna, quise pasar de largo sin decir una palabra,
alimentarlo. Llegamos a la puerta de la ciudad, los pero me rodearon en seguida y uno de ellos agarró
centinelas nos dejaron pasar y salimos de Orembur- mi caballo de las riendas. Saqué el sable y le di en la
go. cabeza; le salvó el gorro, aunque empezó a tamba-
Estaba oscureciendo. El camino pasaba por el learse y soltó las riendas. Los demás se asustaron y
poblado de Berda, donde había acampado Puga- echaron a correr. Aproveché el momento para es-
chov. La carretera estaba cubierta de nieve, pero en polear mi caballo y escapar.
toda la estepa se veían huellas de caballo, renovadas La oscuridad de la noche podía salvarme de
cada día. Yo iba a buen trote. Savélich me seguía a cualquier peligro, cuando de pronto miré hacia atrás
bastante distancia y gritaba a cada instante: y vi que Savélich no me seguía. El pobre viejo, en su
75/104
151 152
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
caballo cojo, no pudo escapar de los bandidos. de dos calles. En la puerta había varios barriles de
¿Qué iba a hacer? Después de esperar varios minu- vino y dos cañones.
tos y convencido de que Savélich estaba detenido, -Aquí está el palacio -dijo uno de los hombres-;
volví mi caballo y me dirigí a socorrerle. ahora avisaremos de que habéis llegado.
Al aproximarme al barranco, oí ruido, gritos y la Entró en la isba. Miré a Savélich: se santiguaba
voz de mi díadka. Avancé más de prisa y pronto me rezando por lo bajo. Tuvimos que esperar mucho
encontré de nuevo entre los hombres de la guardia rato; por fin regresó el muzbík y me dijo:
que me habían parado hacía unos minutos. Savélich -Puedes pasar, nuestro señor ha ordenado que
estaba entre ellos. Habían bajado al viejo de su pen- entre el oficial.
co y se disponían a atarlo. Mi llegada los animó. Co- Penetré en la isba o en el palacio, como decía el
rrieron hacia mí gritando y en un abrir y cerrar de muzbík. La alumbraban dos velas de sebo y las pa-
ojos me bajaron del caballo. Uno de ellos, al parecer redes estaban cubiertas de papel dorado; sin embar-
el más importante, nos anunció que nos iba a llevar go, la mesa, el aguamanil colgado de una cuerda, la
inmediatamente ante el soberano. toalla de un clavo, en un rincón las tenazas de meter
-Y nuestro señor -añadió- ya decidirá: si ahor- las ollas en el horno y el ancho estante lleno de pu-
caros ahora o esperar la luz de Dios. cheros, todo era como en una isba corriente. Puga-
No opuse resistencia; Savélich siguió mi ejem- chov estaba sentado debajo de los ¡ conos; vestía un
plo y los guardianes, con aire triunfante, nos con- caftán rojo y un gorro alto y tenía una expresión
dujeron al poblado. arrogante. Le rodeaban sus compañeros mas im-
Atravesamos el barranco y entramos en Berda. portantes, con un gesto de falso servilismo. Se veía
En todas las isbas había luz. Por todas partes se oí- que la noticia de la llegada de un oficial de Orem-
an ruidos y gritos. Nos cruzamos con mucha gente, burgo había despertado en los rebeldes una gran
pero en la oscuridad nadie se fijó en nosotros ni re- curiosidad y estaban dispuestos a recibirme como
conoció en mí a un oficial de Oremburgo. Nos lle- triunfadores. Pugachov me reconoció a primera
varon directamente a una casa que estaba en el cruce vista. Su fingida arrogancia desapareció de repente.
76/104
153 154
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-¡ Ah, señoría! -me dijo vivamente-. ¿Cómo es- rodov; el segundo, Afanasi Sokolov (apodado Jlo-
tás? ¿Qué te trae por aquí? pusha), un delincuente deportado que se había fu-
Contesté que iba a resolver un asunto particular gado tres veces de las minas de Siberia. A pesar de
y que sus hombres me habían detenido. los sentimientos que me perturbaban, la compañía,
-¿Y qué asunto era? -preguntó. en la cual me había encontrado tan inopinadamente,
No sabia qué decirle. Pugachov, suponiendo impresionaba mi imaginación. Pugachov me hizo
que yo no quería hablar ante testigos, se dirigió a sus volver a la realidad con una pregunta:
camaradas y les mandó que salieran. Todos le obe- -Dime, ¿por qué has venido de Oremburgo?
decieron, excepto dos hombres que no se movieron Una extraña idea me pasó por la mente: pensé
de su sitio. que la providencia, que por segunda vez me ponía
-Puedes hablar tranquilamente -me dijo Puga- frente a Pugachov, me daba la oportunidad de llevar
chov-; no tengo secretos para ellos. a la práctica mi propósito. Decidí aprovecharla y,
Miré de reojo a los confidentes del impostor. sin pararme a pensar en el peligro que corría, con-
Uno de ellos, un viejecito encorvado y enjuto, con testé a su pregunta:
barba blanca, no tenia nada de extraordinario, salvo -Me dirigía a la fortaleza Belogórskaya a salvar a
una cinta azul pasada por el hombro a través de su una huérfana maltratada.
armiak gris. Pero nunca podré olvidar a su camara- A Pugachov le brillaron los ojos.
da. Era alto, corpulento y ancho de hombros, y me -¿Quién de mis hombres se atreve a maltratar a
pareció que tenía unos cuarenta y cinco años. La es- una huérfana? -gritó-. Sea quien sea, no escapará a
pesa barba roja, los ojos grises y brillantes, la nariz mi castigo. Dime quién es el culpable.
sin ventanas y unas manchas rojizas en la frente y en -Shvabrin -contesté-. Tiene secuestrada a aquella
las mejillas daban a su rostro una expresión indes- muchacha que viste enferma en casa del pope y
criptible. Llevaba una camisa roja debajo de la túni- quiere casarse con ella a la fuerza.
ca de kirguís y unos pantalones cosacos. El primero
era (como supe más tarde) el cabo desertor Belodo-
77/104
155 156
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Castigaré Shvabrin -dijo Pugachov con tono -¿Qué dices, señoría? -me interpeló guiñándome
amenazador-. Verá lo que es obrar a su antojo y un ojo-. Creo que mi capitán general tiene razón.
maltratar a la gente. Lo ahorcaré. La ironía de Pugachov me devolvió la presencia
-Permíteme una palabra -dijo Jlopusha- con voz de ánimo. Le contesté tranquilamente que estaba en
ronca-. Te apresuraste en nombrar a Shvabrin co- su poder y que él podía hacer conmigo lo que qui-
mandante de la fortaleza y ahora te apresuras en siera.
ahorcarlo. Ya has ofendido a los cosacos ponién- -Bien -dijo el impostor-. Ahora dime en qué es-
doles de jefe a un noble; ahora no asustes a los no- tado se encuentra vuestra ciudad.
bles matándolos por una calumnia. -Gracias a Dios -contesté-, todo va bien.
-¡ No hay por qué cuidarlos ni mimarlos! -dijo el -Todo va bien? -repitió Pugachov-. ¡ Y la gente
viejecito de la cinta azul-. No pasa nada si matamos muriéndose de hambre!
a Shvabrin; y tampoco vendría mal interrogar como El usurpador tenía razón, pero yo, riel al jura-
es debido al señor oficial: ¿para qué habrá venido? mento, insistí en que eso no era más que habladurías
Si no te reconoce como soberano, no tiene por qué y que en Oremburgo había bastantes provisiones.
pedirte justicia; y, si te reconoce, ¿qué ha estado ha- -No ves -intervino el viejecito- que te está min-
ciendo hasta hoy en Oremburgo con tus enemigos? tiendo sin ningún reparo. Todos los que huyen de
¿Qué te parece si le llevamos al cuarto de las tortu- Oremburgo dicen que la gente se muere de hambre
ras y hacemos un poco de fuego? Tengo la impre- y que comen carroña como si fuera un manjar; y su
sión de que su señoría es un espía de los jefes de señoría asegura que hay de todo. Si quieres ahorcar
Oremburgo. a Shvabrin, cuelga en la misma horca a este joven,
Los razonamientos del malvado viejo me pare- para que nadie le tenga envidia.
cieron bastante convincentes. Al pensar en qué ma- Las palabras del maldito viejo hicieron vacilar a
nos me hallaba, un escalofrío me recorrió por todo Pugachov. Afortunadamente, Jlopusha replicó en-
el cuerpo. Pugachov notó mi turbación. tonces a su camarada.
78/104
157 158
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-Basta ya, Naúmich -le dijo-. Para ti, todo es -¡ Señores generales! -pronunció gravemente Pu-
ahorcar y matar. ¡ Ni que fueras un bogatír!38 Al mi- gachov-. Basta de discutir. No hay nada malo en que
rarte, no se sabe en qué se te sostiene el alma. Estás todos los perros de Oremburgo estén pataleando en
con un pie en la tumba y quieres matar al que se te la misma horca; lo que sí es malo es que todos los
antoja. ¿Todavía tienes poca sangre sobre la con- nuestros se muerdan entre sí. Hagan las paces.
ciencia? Jlopusha y Beloboródov no dijeron ni una pala-
-¡ Miren a este santo! -repuso Beloboródov,-. bra y siguieron mírándose con aire sombrío. Vi que
¿De dónde habrás sacado tanta compasión? había que cortar una conversación que podía tener
-También yo soy un pecador -contestó Jlopusha, para mí consecuencias muy desagradables; así que,
y esta mano -apretó su puño huesudo, se subió la volviéndome hacia Pugachov, dije con animación:
manga y descubrió un brazo cubierto de vello ha -¡ Ah!, por poco me olvido de darte las gracias
derramado sangre de cristianos. Pero yo mataba al por el tulup y el caballo. Sin eso no podía haber lle-
enemigo y no al huésped; en una encrucijada libre y gado hasta la ciudad y me habría helado por el ca-
en el bosque oscuro, pero no en casa, sentado junto mino.
a la estufa; con el cuchillo y un hacha, y no con ca- Me salió bien la astucia. Pugachov se alegró
lumnias de mujer. -Amor con amor se paga -dijo parpadeando y gui-
El viejo, mirando a otro lado, gruñó: ñando los ojos-. Y ahora cuéntame por qué te im-
-¡ Narices roídas! porta tanto la muchacha que maltrata Shvabrin. ¿No
-¿Qué estás diciendo, viejo chocho? .-gritó será un asunto del corazón? ¿Eh?
-Jlopusha- Vas a ver tú, -narices roídas-; ya llegará tu -Es mi prometida- contesté, viendo un favorable
hora; verás lo que son las tenazas del verdugo... ¡ Y cambio de atmósfera y no pareciéndome necesario
mientras ten cuidado de que no te vaya a arrancar la ocultarle la verdad.
barba! -¡ Tu prometida! -exclamó Pugachov-. Pe-
ro,¿cómo no lo has dicho antes? ¡ Te casaremos y
38 Héroe de la epopeya rusa, sinónimo de fuerza y valor. celebraremos tu boda! -luego se dirigió a Beloboró-
79/104
159 160
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
dov-: Oye, capitán general, su señoría y yo somos kíbúka con tres caballos tártaros. La gente se aglo-
viejos amigos, cenaremos juntos. Por la mañana to- meraba en las calles. En la puerta me encontré con
do se ve mejor; ya veremos qué hacer con él. Pugachov; estaba vestido de viaje, llevaba un abrigo
Me hubiera gustado rechazar aquel honor, pero de pieles y un gorro kirguís. Le rodeaban los inter-
no había nada que hacer. Dos cosacas jóvenes, hijas locutores de la víspera, de nuevo con aire servil, que
del dueño de la isba, cubrieron la mesa con un contrastaba con todo lo que yo había observado la
mantel blanco, trajeron pan, sopa de pescado y va- noche anterior. Pugachov me saludó alegremente y
rias botellas de vino y de cerveza, y por segunda vez me ordenó que me sentara con él en la kibitka.
me encontré comiendo con Pugachov y sus temibles -A la fortaleza Belogórskaya --dijo al tártaro an-
compañeros. cho de espaldas, que guiaba de pie la troika39 .
La orgía de la que fui testigo involuntario duró El corazón empezó a palpitarme fuertemente.
hasta altas horas de la noche. Por fin la embriaguez Los caballos echaron a andar, sonaron los cascabe-
fue venciendo a los comensales. Pugachov se quedó les, la kibitka avanzó rápidamente...
amodorrado en su sitio, sus compañeros se levanta- -¡ Espera! ¡ Espera! -gritó una voz que yo cono-
ron y me hicieron una señal para que los siguiese. cía demasiado bien; y vi a Savélich, que corría a
Salí con ellos. Un centinela, cumpliendo la orden de nuestro encuentro.
Jlopusha me llevó a la casa del escriba, donde en- Pugachov mandó parar los caballos.
contré a Savélich, y nos dejaron encerrados. Mi -¡ Hijo mío, Piotr Andréyevich! -gritaba mi dí-
diadka estaba tan sorprendido por todo lo que veía, adka-. No me dejes después de tantos años entre
que no me hizo ni una pregunta. Se acostó a oscuras estos sinver...
y estuvo suspirando largo rato; por fin empezó a -¡ Ah, viejo chocho! -le dijo Pugachov-. Otra vez
roncar y yo me abandoné a mis pensamientos, que ha querido Dios que nos encontremos. Anda, sube
no me dejaron conciliar el sueño en toda la noche. al pescante.
Por la mañana vinieron a buscarme de parte de
Pugachov. Fui a verle. junto a su puerta había una 39 Vehículo o trineo tirado por tres caballos.
80/104
161 162
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-Gracias, señor, Dios te lo pague --dijo Savélich tonces de María lvánovna? Sentí escalofríos y se me
acomodándose en el pescante-: Dios te dé cien años erizaron los cabellos...
de vida por haber socorrido y amparado a un pobre De pronto Pugachov interrumpió mis pensa-
viejo como yo. Rezaré por ti y no volveré a acor- mientos con una pregunta:
darme del tulup de conejo. -¿Por qué están tan pensativo, señoría?
Este tulup podía despertar la ira de Pugachov; -Tengo razones para estarlo -contesté- Soy ofi-
afortunadamente, no oyó, o no quiso fijarse en la cial y noble; ayer mismo peleé contra ti y hoy me
inoportuna insinuación. Los caballos se pusieron en encuentro contigo en la misma kibítka y la felicidad
marcha. La gente se paraba y hacia profundas reve- de mi vida depende de tí.
rencias. Pugachov respondía a los saludos. Un mi- -¿Y qué? -preguntó Pugachov- ¿Tienes miedo?
nuto después salimos del poblado y corríamos por Respondí que, perdonado por él una vez, tenia
el camino. esperanzas de obtener no sólo su clemencia, sino su
Es fácil imaginarse lo que yo sentía en aquel ayuda también.
momento. Unas horas después iba a encontrarme -¡ Y tienes razón' -dijo el impostor-. Habrás
con María Ivánovna, a la que ya había creído perdi- visto que mis muchachos te miraban con malos
da para mí. Veía el momento de nuestro encuentro... ojos; hoy mismo, el viejo insistía en que eras un es-
Pensaba también en el hombre que tenía en sus ma- pía y en que había que torturarte y ahorcarte; pero
nos mi destino y que por una serie de extrañas coin- yo no lo consentí -añadió bajando la voz, para que
cidencias estaba misteriosamente ligado a mí. Savélich y el tártaro no pudieran oírle-, acordándo-
Recordaba la crueldad irreflexiva, las sanguinarias me de tu vaso de vino y del tulup de conejo. Como
costumbres de aquel que se había ofrecido a ser el ves, no soy tan despiadado como dicen tus amigos.
libertador de mi amada. Pugachov ignoraba que ella Recordé la toma de la fortaleza Belogórskaya,
era la hija del capitán Mirónov: el resentido Shva- pero no me pareció oportuno discutir con él y no
brin podía descubrírselo; el impostor podía también contesté- ¿Qué dicen de mí en Oremburgo?
conocer la verdad de otra manera... ¿Qué sería en- -preguntó Pugachov después de un silencio.
81/104
163 164
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Dicen que es difícil acabar contigo; te has dado -¿Ves? -le dije-. ¿No sería mejor dejarlos antes
a conocer, no hay duda. de que sea tarde y acogerte a la clemencia de la em-
La cara del impostor expresó una gran satisfac- peratriz?
ción. Pugachov sonrió amargamente.
-¡ Pues sí! --dijo alegremente-. Sé pelear. -Cono- -No, ya es tarde para arrepentirse. No habrá
cen en Oremburgo la batalla de Yuséyevaya? Cua- perdón para mí. Continuaré lo que he empezado.
renta generales muertos, cuatro ejércitos prisione- ¡ Quién sabe! ¡ A lo mejor lo consigo! También
ros. ¿Qué te parece: se atrevería conmigo el rey de Grishka Otrépiev reinó sobre Moscú.
Prusia? -¿Y sabes cómo acabó? ¡ Le tiraron por una
La jactancia del malhechor me pareció divertida. ventana, le acuchillaron, quemaron su cuerpo, carga-
-Y tú ¿que piensas? -le dije-. ¿Podrías con Fede- ron un cañón con sus cenizas y dispararon!
rico? -Escucha -dijo entonces Pugachov, con una es-
vuestros generales y ellos le han vencido más de pecie de inspiración salvaje-: te voy a contar un
una vez. Hasta ahora mis armas han sido afortuna- cuento que en mi infancia le oí a una vieja calmuca.
das. Ten paciencia, ya verás lo que pasa cuando lle- Una vez un águila preguntó a un cuervo «Dime
gue a Moscú. cuervo: ¿por qué tu vives en este mundo trescientos
-¿Piensas llegar hasta Moscú? años y yo sólo treinta y tres?» El cuervo le contestó:
El impostor se quedó pensativo y luego respon- «Porque tú bebes sangre viva y yo me alimento de
dió a media voz: carroña.» El águila pensó«Voy a intentarlo yo tam-
-¡ Sabe Dios! El camino me resulta estrecho: bién.- Volaron juntos el águila y el cuervo. Vieron
tengo poca libertad. Mis muchachos están haciendo de pronto un caballo muerto, bajaron y se posaron
muchas tonterías. Tengo que tener los ojos muy encima de él. El cuervo empezó a dar picotazos y a
abiertos: al primer revés, salvarán su pellejo a costa alabar la comida. El águila dio un picotazo, luego
de mi cabeza. otro, después agitó un ala y dijo al cuervo: «No,
amigo mío; mejor que alimentarse de carroña tres-
82/104
165 166
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

cientos años, prefiero saciarme una vez de sangre


viva y luego sea lo que Dios quiera.» ¿Qué te parece
el cuento de la calmuca?
-Es ingenioso -contesté-. Pero vivir del crimen y
del robo es para mí alimentarse de carroña.
Pugachov me miró sorprendido y no respondió.
Nos callamos los dos, absortos en nuestros pensa-
mientos. El tártaro entonó una triste canción; Savé- CAPITULO XII
lich, adormilado, se balanceaba en el pescante. La LA HUÉRFANA
kibitka corría por el suave camino de invierno... De
pronto vi en la orilla abrupta del Yaik una aldea ro- Como nuestro manzano
deada de una valla y un campanario, y un cuarto de Que no tiene hojas ni brotes,
hora después entrábamos en la fortaleza Belogór- Nuestra princesíta
skaya. No tiene padre ni madre
No hay quien la aconseje,
No hay quien la bendiga.

(Canción de boda.)

La kíbítka se acercó a la entrada de la casa del


comandante. La gente había reconocido el sonido
de la campanilla de Pugachov y nos seguía corrien-
do. Shvabrin recibió a Pugachov en la puerta. Vestía
como un cosaco y se había dejado la barba. El trai-
dor ayudó a Pugachov mientras éste bajaba de la ki-
83/104
167 168
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
bitka y manifestó su alegría con las expresiones más Shvabrin. se puso pálido como un muerto.
viles. Al verme se azoró, pero se dominó en seguida -Señor -dijo con voz temblorosa-, señor, no está
y me alargó la mano diciendo: secuestrada.... está enferma.... está acostada en otra
-También tú estás con nosotros? Ya era hora. habitación.
Le volví la espalda sin contestar una palabra. -Llévame a verla -dijo el usurpador levantándo-
El corazón se me encogió cuando entramos en se de su asiento.
la habitación que tanto conocía, donde colgaba to- No había manera de evitarlo. Shvabrin acompa-
davía el diploma del difunto comandante, como un ñó a Pugachov a la habitación de María Ivánovna.
triste epitafio del tiempo pasado. Pugachov se sentó Los seguí, Shvabrin se detuvo en la escalera.
en el mismo diván donde antaño se quedaba Iván -¡ Señor! -dijo a Pugachov-. Usted tiene derecho
Kusmich, adormecido por los sermones de su espo- de exigirme todo lo que le plazca, pero no haga que
sa. Shvabrin le ofreció una copa de vodka. Puga- un extraño entre en el dormitorio de mi mujer.
chov la bebió y dijo a Shvabrin, señalándome a mí: Me puse a temblar.
-Convida también a su señoría. -Entonces, ¡ te has casado con ella! -grité a Shva-
Shvabrin se me acercó con la bandeja, pero yo brin, dispuesto a hacerle pedazos.
le volví la espalda por segunda vez. El traidor pare- -¡ Callad! -me interrumpió Pugachov-. Esto es
cía completamente confundido. Con su sagacidad asunto mío. Y tú -continuó dirigiéndose a Shvabrin-
acostumbrada, comprendió que Pugachov estaba no te pases de listo y no hagas melindres: no me
descontento de él. Tenia miedo y me miraba con importa si es tu mujer o no, llevo a su cuarto a quien
desconfianza. Pugachov le preguntó por el estado me apetece. Señoría, sígueme.
de la fortaleza, por los rumores que había sobre el junto a la puerta de la habitación, Shvabrin se
ejército enemigo, y de pronto le preguntó inespera- paro de nuevo y dijo con voz entrecortada:
damente: -Señor, le advierto que está con fiebre y lleva
-Oye, ¿quién es esa muchacha que tienes se- tres días delirando sin cesar.
cuestrada? Enséñamela. -¡ Abre! -ordenó Pugachov.
84/104
169 170
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Shvabrin se puso a revolver en sus bolsillos y un noble que se arrastraba a los pies de un forajido
dijo que no había cogido la llave. Pugachov dio una cosaco.
patada a la puerta; el candado saltó, se abrió la Pugachov se ablandó.
puerta y entramos. -Esta vez te perdono -dijo a Shvabrin- Pero
Miré y me quedé horrorizado. Sentada en el acuérdate de que a la primera falta te volveré a re-
suelo, con un traje de campesina roto, estaba Marta cordar ésta.
Ivánovna, pálida, delgada, con el cabello despeina- Luego se volvió hacia María lvánovna y le dijo
do. Delante de ella había una jarra de agua, cubierta cariñosamente a la muchacha:
con un trozo de pan. Al verme se estremeció y dio -Puedes salir, muchacha, te regalo la libertad.
un grito, No recuerdo qué me ocurrió entonces. Soy el emperador.
Pugachov miró a Shvabrin y le dijo con una María Ivánovna le echó una rápida mirada y
amarga sonrisa: comprendió que tenía ante ella al asesino de sus pa-
-¿Este es tu hospital? -luego, acercándose a dres. Se tapó el rostro con las manos y cayó sin sen-
Marta Ivánovna, continuó-: Dime: hija mía, ¿por tido.
qué tu marido te castiga de esta manera? ¿Qué le has Corrí hacia ella, pero en aquel instante entro en
hecho? la habitación, con aire muy decidido, mi antigua co-
-¡ Mi marido! -repitió ella- No es mi marido. ja- nocida Palashka, quien se puso inmediatamente a
más seré su esposa! Prefiero morir y moriré, si nadie atender a su señorita. Pugachov salió del dormitorio
me salva. y los tres nos dirigimos al comedor.
Pugachov miró a Shvabrin con aire amenaza- -¿Qué, señoría? -dijo Pugachov riéndose --
dor. ¡ Hemos salvado a la muchacha! ¿Qué te parece si
-¡ Te has atrevido a mentirme! ¿Sabes qué te me- mandamos por el pope y le hacemos que te case con
reces, sinvergüenza? su sobrina? Yo sería el padrino y Shvabrin el testigo;
Shvabrin cayó d desprecio ahogó en mí el sen- cerramos las puertas de la ciudad y hacemos una
timiento de odio y la ira. Miraba con repugnancia a buena fiesta.
85/104
171 172
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
Ocurrió lo que tanto temía. Al oír la propuesta Lo único que te pido es que no me exijas nada que
de Pugachov, Shvabrin perdió la cabeza y gritó en- sea contrario a mi honor y a mí conciencia cristiana.
loquecido: Eres mi bienhechor. Termina igual que empezaste;
-¡ Señor! Soy culpable ante usted, le he mentido, déjame marchar con la pobre huérfana por el cami-
¡ pero Griniov también le está engañando! Esta mu- no que Dios nos señale. Y nosotros, estés donde
chacha no es la sobrina del pope, es la hija de Iván estés, y sea lo que sea de ti, rezaremos por la salva-
Mirónov, ejecutado durante la toma de la fortaleza. ción de tu alma pecadora...
Pugachov clavó en mi sus ardientes ojos. Parecía que el alma de Pugachov se había con-
-¿Qué es esto? -preguntó desconcertado. movido.
-Shvabrin te ha manifestado la verdad -le con- -Sea lo que tú desees -dijo-. Cuando se castiga o
testé con firmeza. se perdona, hay que hacerlo bien. Aquí tienes a tu
-Tú no me lo habías dicho -repuso Pugachov, y prometida, llévala a donde quieras y que Dios os dé
su rostro se nubló. amor y entendimiento.
-Piénsalo tú mismo -respondí-. ¿Crees que de- Luego se volvió hacia Shvabrin y le mandó que
lante de tus hombres podía decir que la hija del ca- nos diera un pase para todos los puestos de vigilan-
pitán Mirónov estaba viva? La habrían destrozado. cia y todas las fortalezas que estaban en sus manos.
No habría tenido salvación. Shvabrin, abatidisimo, parecía petrificado. Puga-
-Pues tienes razón -dijo Pugachov con una son- chov se dirigió a ver la fortaleza y Shvabrin lo
risa-. Mis borrachos no habrían perdonado a la po- acompañó. Yo me quedé con el pretexto de tener
bre muchacha. Hizo bien la mujer del pope en que prepararme para el viaje.
esconderla. Volví corriendo a la habitación de María Iváno-
-Escúchame -dije entonces, al verlo en tan bue- vna. La puerta estaba cerrada. Llamé.
na disposición-: no sé cómo llamarte ni quiero sa- -¿Quién es? -preguntó Palashka.
berlo..., pero Dios es testigo de que seria. capaz de Contesté y oí la encantadora voz de Marta Ivá-
pagarte con mi vida todo lo que has hecho por mí. novna.
86/104
173 174
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-Espere un momento, Piotr Andréyevich. Me bía aconsejado a María Ivánovna que me escribiera
estoy vistiendo. Vaya a casa de Akulina Pamfilovna; la carta, etc.
yo iré en seguida. A mi vez, tuve que contarle brevemente mi his-
Obedecí y fui a casa del padre Guerásim. Él y su toria. El pope y su mujer empezaron a santiguarse al
mujer salieron corriendo a mi encuentro. Savélich ya oír que Pugachov conocía el engaño.
les había advertido. -¡ Dios nos proteja! -decía Akulina Pamfilovna-.
-Hola, Piotr Andréyevich -dijo la mujer del po- ¡ Dios nos libre de esta nube! Y ¡ vaya pájaro, ese
pe. Dios ha querido que nos veamos de nuevo. Alexéi Ivánovich!
¿Cómo está? Le hemos recordado todos los días. Y En este momento se abrió la puerta y entró Ma-
la pobre Marta Ivánovna, ¡ cuánto ha pasado sin ría Ivánovna con una sonrisa en su pálida cara. Ha-
usted! Dígame, hijo mío, ¿cómo ha logrado enten- bía abandonado su traje de campesina y vestía,
derse con Pugachov? ¿Cómo es que no le ha mata- como antes, de una manera sencilla y graciosa.
do a usted? Hay que agradecérselo al bandido, a Estreché su mano y estuve largo rato sin poder
pesar de todo. articular palabra. Los dos permanecimos callados, el
-Basta, mujer -interrumpió el padre Guerásim-. corazón desbordado por los sentimientos. Nuestros
Cállate de una vez. La locuacidad es enemiga de la anfitriones comprendieron que estorbaban y nos
virtud. Piotr Andréyevich, entre, por favor. ¡ Cuánto dejaron solos. Todo estaba olvidado. Empezamos a
tiempo sin verte! hablar y ya no podíamos pararnos. María lvánovna
La mujer del pope empezó a ofrecerme lo que me contó todo lo que le había pasado desde la toma
había en la casa. Hablaba sin parar. Me contó cómo de la fortaleza; me describió su terrible situación y
Shvabrin les había obligado a entregarle a María todas las humillaciones a las que la había sometido
Ivánovna; cómo lloraba María lvánovna al no que- el infame Shvabrin. Recordamos los felices tiempos
rer separarse de ellos; cómo tenían contacto con ella pasados... Ambos llorábamos... Al fin, le expliqué
a través de Palashka (moza muy despabilada, que mis proyectos. Era imposible que ella se quedara en
había conseguido dominar al suboficial); cómo ha- la fortaleza tomada por Pugachov, que, además, es-
87/104
175 176
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
taba gobernada por Shvabrin. No se podía ni pensar malvado con todos, menos conmigo. ¿Por qué no
en Oremburgo, que sufría todos los horrores del decir la verdad? En aquel momento una fuerte
cerco. No tenía ni un solo pariente en todo el mun- compasión me atraía hacia ese hombre. Deseaba ar-
do. Le propuse que fuera al pueblo de mis padres. dientemente liberarlo de los miserables que él dirigía
María Ivánovna vaciló primero: la mala disposición y salvarle la vida antes de que fuera demasiado tar-
de mi padre, que ella conocía, la asustaba. La tran- de. Shvabrin y la gente que nos rodeó me impidie-
quilicé. Estaba seguro de que mi padre consideraría ron expresarle todo lo que tenla en mi corazón.
un honor y una obligación acoger a la hija de un Nos despedimos como amigos. Pugachov, al ver
viejo soldado muerto por la patria. entre la muchedumbre a Akulina Pamfilovna, la
-¡ Querida María lvánovna! -dije por fin-. Te amenazó con el dedo y le guiñó el ojo; luego subió a
considero mi mujer. Unas circunstancias milagrosas la kibitka y dijo que se dirigían a Berda, y, cuando ya
nos han unido para siempre y nada en el mundo los caballos se habían puesto en marcha, se asomó
podrá separarnos. de nuevo por la ventanilla y me gritó:
Marta lvánovna me escuchó con naturalidad, sin -¡ Adiós, señoría! A lo mejor nos volveremos a
falso azoramiento ni rubor fingido. Comprendía que ver.
su destino estaba ligado al mío. Pero volvió a asegu- Efectivamente, nos vimos, pero ¡ en qué cir-
rar que sólo seria mi mujer con el consentimiento de cunstancias!
mis padres. No quise contradecirla. Nos besamos Pugachov se alejó. Durante largo rato estuve mi-
apasionadamente, y de este modo todo quedó deci- rando la blanca estepa por la que corría su troika. La
dido. gente se fue marchando. Shvabrin desapareció. Re-
Una hora más tarde el suboficial me trajo el pa- gresé a casa del pope. Todo estaba dispuesto para
se firmado con el garabato de Pugachov y me dijo nuestro viaje, y no quise perder más tiempo. Habían
que éste me estaba esperando. Le encontré prepara- cargado nuestro equipaje en el viejo carro del co-
do para partir. No puedo expresar lo que sentía al mandante. Los cocheros engancharon rápidamente
separarme de aquel hombre terrible, el monstruo, el los caballos. María Ivánovna fue a despedirse de las
88/104
177 178
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

tumbas de sus padres, que estaban enterrados detrás


de la iglesia. Quise acompañarla, pero me pidió que
la dejara sola. Al cabo de unos minutos, volvió con
la cara bañada en lágrimas silenciosas. El carro es-
taba preparado. El padre Guerásim y su mujer salie-
ron a la puerta de su casa. Nos instalamos en la
kibitka los tres: María Ivánovna, Palashka y yo. Sa-
vélich subió al pescante. CAPITULO XIII
-¡ Adiós, María lvánovna! ¡ Adiós, hija mía! EL ARRESTO
¡ Adiós, Piotr Andréyevich, querido! -decía la buena
mujer-. ¡ Que tengan buen viaje y sean muy felices! -No se enoje, señor; cumpliendo mí deber;
Nos pusimos en marcha. En la ventana de la ca- Tengo que mandarte ahora mismo a la cárcel.
sa del comandante vi a Shvabrin. Su cara expresaba -Muy bien, estoy dispuesto; pero tengo la esperanza
una ira lúgubre. No quise humillar al enemigo ven- De que antes me dejen dar una explicación.
cido y aparté la mirada. Al fin traspasamos la puerta
y dejamos para siempre la fortaleza Belogórskaya. KNIAZENIN

Unido tan inesperadamente a mi amada, cuya


suerte me inquietaba aquella misma mañana, no da-
ba crédito a mis ojos y me figuraba que todo lo ocu-
rrido era un simple sueño. María lvánovna,
pensativa, tan pronto me miraba a mí como al ca-
mino y parecía no haber vuelto en sí. Estábamos
callados. Nuestros corazones seguían fatigados. Sin
darnos cuenta, al cabo de dos horas nos encon-
89/104
179 180
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
tramos en una fortaleza que también estaba domi- -¡ Bien poco nos ha valido lo del compadre del
nada por Pugachov. Cambiamos los caballos. Por la soberano! ¡ Vamos de mal en peor! Dios mio, ¿qué
rapidez con que los enjaezaron, por la cortesía ato- será de nosotros?
londrada de un barbudo cosaco nombrado coman- La kíbítka nos seguía al paso.
dante por Pugachov, comprendí que, gracias a la Cinco minutos después nos acercamos a una ca-
locuacidad de nuestro cochero, me habían tomado sa iluminada. El sargento me dejó con los centinelas
por un favorito de la Corte. y entró a anunciarme. Regresó inmediatamente y me
Seguimos nuestro camino. Empezaba a oscure- dijo que su excelencia no tenía tiempo para recibir-
cer. Nos acercábamos a un poblado donde, según me y había ordenado que me llevaran al calabozo y
las palabras del comandante barbudo, se encontraba que la señora fuera a verle.
un destacamento importante que avanzaba para -¿Qué significa esto? -grité furioso-. ¿Estás lo-
unirse con el impostor. Los centinelas nos hicieron co?
parar. A la pregunta «¿Quién es?», el cochero res- -No puedo saberlo, señoría -contestó el sar-
pondió con voz estentórea: gento-. Sólo sé, señoría, que su excelencia ha orde-
-El compadre del soberano con su señora. nado que lleve a su señoría al calabozo, y a su
De pronto nos vimos rodeados de un grupo de señora esposa a su excelencia.
húsares que gritaban con voces enfurecidas: Entré corriendo en la casa. Los centinelas no
-¡ Sal de ahí, compadre del demonio! -me dijo un pensaban detenerme, por lo que penetré directa-
sargento bigotudo-. ¡ Ahora veréis lo que es bueno, mente en la habitación donde seis oficiales húsares
tú y tu señora! jugaban a la banca. El comandante había puesto una
Bajé de la kíbítka y exigí que me llevaran ante el carta. ¡ Cuál no seria mi sorpresa cuando reconocí
jefe. Al ver a un oficial, los soldados dejaron de en él a Iván Ivánovich Surin, que en tiempos me
gritar. El sargento me acompañó a casa del coman- había ganado en una hostería de Simbirsk!
dante. Savélich no se quedaba atrás, repitiendo por -¡ No es posible! –exclamé-. ¡ Iván Ivánovich!
lo bajo: ¡ Tú aquí!
90/104
181 182
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

-¡ Cómo, Piotr- Andréyevich! ¿Qué haces tú por -¡ Cómo! Entonces ¿eres tú el hombre del que
estas tierras? ¿De dónde vienes? ¡ Hola, amigo! me acaban de hablar? ¿Qué quieres decir?
¿Quieres poner una carta? -Ya te lo contaré. Y ahora tranquiliza a la pobre
-Muchas gracias. Prefiero que me des una casa muchacha, que la han asustado tus húsares.
para pasar la noche. Inmediatamente Surin dio varias órdenes. El
-¿Para qué quieres una casa? Quédate conmigo. mismo salió a la calle para pedir excusas a María
-No puedo, no estoy solo. Ivánovna por el involuntario error y ordenó al sar-
-Pues trae también a tu amigo. gento que la acompañara a la mejor casa de la ciu-
-No es un amigo, es... una dama. dad. Yo me quedé a dormir en casa de Surin.
-¡ Una dama! ¿Dónde la has pescado? ¡ Vaya, va- Cenamos todos juntos y, cuando nos quedamos
ya! solos, conté a Surin todas mis peripecias. Me escu-
Al decir estas palabras, Surin lanzó un silbido chó con mucha atención. Cuando terminé mi relato,
tan expresivo, que todos se echaron a reír, y yo me meneó la cabeza y dijo:
azoré por completo. -Todo esto está muy bien; lo que no comprendo
-Bueno... -continuó Surín-. Como tú quieras. es por qué demonios quieres casarte. Soy un hom-
Tendrás casa. ¡ Qué lástima ... ! Nos hubiéramos di- bre honrado y no quiero engañarte: el matrimonio
vertido como en otros tiempos. ¡ Oye, muchacho! es una tontería. ¿Qué necesidad tienes de cargar con
¿Qué pasa con la comadre de Pugachov? ¿Es que se una mujer y unos chiquillos? Déjalo. Hazme caso:
resiste a venir? Dile que no tenga miedo: que el se- despréndete de la hija del capitán. He despejado el
ñor es muy bueno, que no hace mal a nadie, y tráela camino hasta Simbirsk y no hay ningún peligro.
cuanto antes. Mándala mañana mismo a casa de tus padres y qué-
-Pero ¿qué dices? -repliqué a Surin-. ¿Qué co- date conmigo. No tienes nada que hacer en Orem-
madre de Pugachov? Es la hija del difunto capitán burgo. Además, si caes otra vez en manos de los
Mirónov. La he liberado y ahora la llevo al pueblo rebeldes, me parece muy difícil que te suelte. Así se
de mis padres, donde pienso dejarla.
91/104
183 184
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
te irá pasando la locura amorosa y todo se arreglará -Estarán de acuerdo; seguro que les parece bien
perfectamente. -contesté- en cuanto conozcan a María lvánovna.
Aunque no estaba de acuerdo con Surin, com- Tengo esperanza en tu ayuda: mis padres confían en
prendí que el honor exigía mi presencia en el ejér- ti y tú intercederás por nosotros, ¿no es así?
cito de la emperatriz. Decidí seguir su consejo: El viejo estaba emocionado.
mandar a María lvánovna al pueblo de mis padres y -¡ Ay, hijo mío, Piotr Andréyevich! Es pronto
quedarme en aquel destacamento. para que te cases, pero María lvánovna es una seño-
Entró Savélich a desnudarme; le dije que al día rita tan buena, que seria un verdadero pecado des-
siguiente estuviera preparado para ponerse en cami- perdiciar la ocasión. ¡ Sea lo que tú quieras!
no con María Ivánovna. Al principio se resistía: Acompañaré a ese ángel y diré humildemente a tus
-Señor, ¿qué dices? ¿Cómo quieres que te aban- padres que una nuera como María lvánovna no ne-
done? ¿Quién te va a cuidar? ¿Qué dirán tus pa- cesita dote.
dres? Di las gracias a Savélich y me acosté en la misma
Conociendo la terquedad de mi diadka, me pro- habitación que Surin. Emocionado y exaltado, yo no
puse convencerlo con cariño y sinceridad. paraba de hablar. Al principio, Surin me contestaba
-Amigo mio, Arjip Savélich -le dije-, no te nie- de buena gana, pero poco a poco sus respuestas
gues a hacerme este favor; no necesito que me cuide iban siendo más raras e incoherentes, hasta que por
nadie; y, en cambio, no estaré tranquilo si María fin, en lugar de respuestas, oí ronquidos. Me callé y
lvánovna hace el viaje sin ti. Sirviendo a ella, me sir- pronto seguí su ejemplo.
ves a mí, porque estoy decidido a casarme con ella A la mañana siguiente fui a ver a María Iváno-
en cuanto me lo permitan las circunstancias. vna. Le conté todos mis planes. Le parecieron razo-
Savélich alzó los brazos con expresión de gran nables y en seguida se mostró de acuerdo conmigo.
asombro. El destacamento de Surin tenía que salir de la ciu-
-¡ Casarte! -repitió- ¡ El niño quiere casarse! ¿Y dad aquel mismo día. No había tiempo que perder.
qué dirá tu padre? ¿Qué pensaría tu madre? Me separé de María lvánovna encomendándola a
92/104
185 186
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Savélich y le di una carta para mis padres. María El príncipe Golitsin no tardó en derrotar a Pu-
lvánovna se echó a llorar. gachov junto a la fortaleza Tatisheva; dispersó sus
-¡ Adiós, Piotr Andréyevich! -me dijo con voz bandas, libertó Oremburgo y, con esto, pareció dar
débil-. Dios sabe si nos volveremos a ver, pero el ultimo y decisivo golpe a la rebelión. En aquellos
nunca te olvidaré y no habrá nadie más en mi cora- días, Surin fue destinado a combatir a un grupo de
zón hasta la muerte. bashkiros rebeldes, que se dispersaron antes de que
No fui capaz de contestarle. Nos rodeó la gente. los hubiéramos visto. La primavera nos sorprendió
Delante de ellos no quería abandonarme a unos en un pueblecito tártaro. Los ríos se habían desbor-
sentimientos que tanta emoción me causaban. Por dado y los caminos estaban intransitables. Lo único
fin, María lvánovna se marchó. Volví triste y silen- que nos consolaba, en medio de nuestro aburri-
cioso a casa de Surin. Éste quiso animarme, y como miento e inactividad, era el próximo final de aquella
yo también quería distraerme, pasamos el día con guerra mezquina contra maleantes y salvajes.
mucho ruido y barullo, y hacia la noche emprendi- Pero Pugachov no habría sido capturado. Apa-
mos la marcha. reció en las fábricas de Siberia, reclutó un nuevo
Estábamos a finales de febrero. El invierno, que ejército y otra vez empezó a devastar fortalezas y
dificultaba las operaciones militares, llegaba a su fin, pueblos. De nuevo corrió el rumor de sus éxitos.
y nuestros generales se preparaban para una acción Nos enteramos de que estaba destruyendo las for-
coordinada. Pugachov seguía cerca de Oremburgo. talezas de Siberia. La noticia de la toma de Kazán y
Entre tanto, varios destacamentos iban reuniéndose de la marcha de Pugachov hacia Moscú empezó a
alrededor de él, acercándose más y más al nido de inquietar a los altos mandos del ejército, que habían
los rebeldes. Los pueblos sublevados, al ver nuestro permanecido en una despreocupación total, confia-
ejército, se rendían inmediatamente; las bandas de dos en la debilidad del despreciable rebelde. Surin
maleantes escapaban y todo prometía un fin próxi- recibió la orden de cruzar el Volga.
mo y feliz. No voy a describir nuestra marcha ni el final de
la guerra. Diré solamente que la miseria era espanto-
93/104
187 188
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
sa. El desorden reinaba por doquier; los dueños de -¡ Yemelián, Yemelián! -pensaba con disgusto-. ¿Por
las tierras se habían refugiado en los bosques. Los qué no te habrán alcanzado las bayonetas o la me-
jefes de algunos destacamentos castigaban y perdo- tralla? No te podría haber ocurrido nada mejor.»
naban a capricho; el estado de aquella rica región, ¿Qué iba a hacer? El recuerdo de aquel hombre era
arrasada por los incendios, era sobrecogedor... para mí inseparable del de la clemencia con que me
¡ Dios nos libre de ver una insurrección rusa, absur- trató en uno de los momentos más terribles de su
da y despiadada! vida y de la liberación de mi prometida de las ma-
Pugachov huía, perseguido por Iván Mijelson40. nos del malvado Shvabrin.
Pronto nos llegó la noticia de su derrota definitiva. Surin me concedió varios días de permiso.
Por fin, Surin recibió la comunicación de la captura Pronto me encontraría entre mi familia, vería a Ma-
de Pugachov y la orden de no seguir la marcha. La ría Ivánovna... De pronto, me sorprendió una tor-
guerra había terminado. ¡ Ya podía reunirme con menta.
mis padres! La idea de que pronto podría abrazar- El día fijado para mi marcha, en el mismo mo-
los, y ver a María lvánovna, de la que no había teni- mento en que me disponía a emprender el viaje, Su-
do noticias, me llenaba de alegría. Daba brincos rin entró en mi isba con un papel en la mano. Tenía
como un niño. Surin se reía y se encogía de hom- un aire sumamente preocupado. Me dio un vuelco el
bros: corazón. Me asusté sin saber de qué. Hizo salir a mi
-¡ De ésta no te escapas! ¡ Vas a echarlo a perder ordenanza y me dijo que quería hablar conmigo.
todo por nada! -¿Qué pasa? -pregunté intranquilo.
Sin embargo, un extraño pensamiento envene- -Es una pequeña contrariedad -contestó dán-
naba mi alegría: la imagen del rebelde, manchado de dome el papel-. Lee esto; acabo de recibirlo.
sangre de tantas víctimas inocentes, y la de la ejecu- Empecé a leerlo: era una orden secreta, a todos
ción que le esperaba, me inquietaba a pesar de todo. los jefes de destacamento, de arrestarme estuviera
40 General ruso responsable de la derrota definitiva de
94/104
189 190
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

donde estuviera y mandarme inmediatamente, bajo


vigilancia, a Kazán, donde se encontraba la Comi-
sión de investigación del caso Pugachov.
Me faltó poco para dejar caer el papel.
-No hay nada que hacer -dijo Surín-. Mi deber
es obedecer la orden. Seguramente ha llegado de al-
guna manera al gobierno el rumor de tus viajes
amistosos con Pugachov. Espero que el asunto no CAPITULO XIV
tenga consecuencias y puedas justificarte ante la EL JUICIO
comisión. No te preocupes y ve a Kazán.
Mi conciencia estaba tranquila; no temía el jui- El decir de la gente
cio, pero la idea de tener que aplazar el dulce en- es como las olas del mar.
cuentro, probablemente por varios meses, me
aterrorizaba. El carruaje estaba preparado. Surin se (Refrán.)
despidió de mí como un buen amigo. Subí al ca-
rruaje acompañado por dos húsares con los sables Estaba seguro de que mi culpa consistía en ha-
desenvainados y nos pusimos en camino. berme ausentado de Oremburgo sin permiso. Po-
dría justificarme fácilmente: las salidas individuales
contra el enemigo no sólo no habían estado prohi-
bidas nunca, sino que se fomentaban continuamen-
te. Podían acusarme de excesiva temeridad, pero no
de desobediencia. Por otra parte, mucha gente podía
atestiguar mis relaciones amistosas con Pugachov, y
tenían que parecer, por lo menos, bastante sospe-
Pugachov en agosto de 1774. chosas. Durante todo el camino estuve pensando en
95/104
191 192
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
los interrogatorios que me esperaban, imaginaba me acompañaron a la casa del comandante, se detu-
mis respuestas y decidí decir ante el tribunal toda la vieron en la puerta y me dejaron entrar solo.
verdad, considerando que esta forma de justifica- Entré en una sala bastante espaciosa. Detrás de
ción era la más sencilla y, al mismo tiempo, la más una mesa cubierta de papeles había dos hombres:
segura. un general de edad, con aire severo y frío, y un jo-
Llegué a Kazán, devastada y quemada. En las ven capitán de la guardia, de unos veintiocho años,
calles, en lugar de casas, había montones de escom- de aspecto muy agradable, ágil y desenvuelto. junto
bros y se levantaban muros ennegrecidos sin tejados a la ventana se sentaba en otra mesa el secretario,
ni ventanas. ¡ Esta era la huella de Pugachov! Me lle- con una pluma detrás de la oreja, inclinado sobre el
varon a un fuerte que había quedado indemne en papel y dispuesto a apuntar mis declaraciones. Em-
medio de la incendiada ciudad. Los húsares me en- pezó el interrogatorio. Me preguntaron mi nombre y
tregaron al oficial que estaba de guardia. Éste man- mi grado. El general preguntó si era hijo de Andréi
dó llamar al herrero, y el herrero me puso en los Petróvich Griniov. Al oír mi respuesta, dijo severo:
pies una cadena y la remachó. Luego me condujeron -¡ Qué lástima que un hombre tan respetable
al calabozo y me dejaron en una celda estrecha y os- tenga un hijo tan indigno!
cura, con las paredes desnudas y una ventanilla en- Contesté tranquilamente que, cualesquiera que
rejada. fueran las acusaciones que pesaban sobre mí, espe-
Este comienzo no prometía nada bueno. Sin raba disiparlas con una explicación sincera de lo
embargo, no perdí el ánimo ni la esperanza. Recurrí ocurrido.
al consuelo de todos los dolientes y, después de go- Mi seguridad no le gustó.
zar de la dulzura de la oración, vertida por un cora- -¡ Qué listo eres, amigo! -dijo frunciendo el en-
zón puro, aunque desgarrado, me dormí trecejo-. ¡ Hemos visto a otros, no creas!
tranquilamente sin preocuparme de mi futuro. El joven me preguntó en qué circunstancias y
A la mañana siguiente me despertó el carcelero cuándo me había puesto al servicio de Pugachov y
diciendo que la comisión me esperaba. dos soldados qué tareas me habían sido encomendadas.
96/104
193 194
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

Contesté indignado que, como oficial y noble, «A la pregunta de su excelencia referente al te-
no podía haber entrado al servicio de Pugachov ni niente Griniov, que parece haber estado implicado
aceptado ninguna tarea. en la actual rebelión y tenido contactos con el
-¿Cómo, entonces -repuso el capitán-, un oficial malhechor, inadmisibles para un oficial y contrarias
y noble es perdonado por el impostor, mientras que al juramente, tengo el honor de comunicarle que di-
todos sus camaradas son ejecutados cruelmente? cho teniente Griniov ha prestado servicio en
¿Cómo este mismo oficial y noble asiste a una cena Oremburgo desde principios de octubre del pasado
amistosa con los rebeldes y recibe del cabecilla re- año 1773 hasta el 24 de febrero del presente, au-
galos, un abrigo de pieles, un caballo y cincuenta sentándose de la ciudad en esta fecha y no habiendo
kopeks? ¿Cómo ha surgido esta extraña amistad y aparecido desde entonces bajo mis órdenes.
en qué está basada, si no es en la traición o, por lo »Según declaraciones de los fugitivos, ha estado
menos, en una cobardía despreciable y delictiva? en el poblado de Pugachov y, junto con él, ha ido a
Me sentí profundamente herido por las palabras la fortaleza Belogórskaya, donde prestó servicios
del oficial de guardia y empecé a justificarme acalo- anteriormente; por lo que se refiere a su comporta-
radamente. Conté cómo había comenzado mi trato miento, puedo ... »Interrumpió la lectura y me pre-
con Pugachov en la estepa, durante la tormenta; guntó con frialdad: -Y, ahora, ¿qué puedes decir en
cómo el día de la toma de la fortaleza Belogórskaya tu defensa?
me reconoció y perdonó. Confesé haber aceptado el Quise continuar cómo había empezado y expli-
tulup y el caballo, pero dije que había defendido la car mi relación con María Ivánovna con la misma
fortaleza hasta el último instante. Por fin, me referí a sinceridad con que había relatado todo lo anterior.
mi general, que podía atestiguar mi celo durante el Pero de pronto sentí una repugnancia invencible.
desastroso cerco de Oremburgo. Pensé que, si la nombraba, la comisión exigiría su
El severo viejo cogió de la mesa una carta y se testimonio, y la idea de mezclar su nombre con las
puso a leerla en voz alta: despreciables declaraciones de los bandidos y de

97/104
195 196
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
que podían obligarla a un careo con ello me horro- ciado el nombre de María Ivánovna, bien porque su
rizó tanto, que me callé confuso. amor propio sufría al pensar en aquella que le había
Mis jueces, que por fin parecían escuchar mis rechazado con desdén, o bien porque en su corazón
respuestas concierta benevolencia, al observar mi ardía el mismo sentimiento que a mí me hacía callar;
turbación, se mostraron de nuevo predispuestos sea lo que fuere, el nombre de la hija del coman-
contra mí. El oficial de la guardia exigió que me dante de Belogorsk no fue pronunciado ante la Co-
confrontaran con el acusador principal. El general misión. Esto afianzó todavía más mi propósito; así
mandó llamar al «bandido de ayer». Me volví rápi- que, cuando los jueces preguntaron cómo podía re-
damente hacia la puerta esperando la aparición de futar las declaraciones de Shvabrin, contesté que me
mi acusador. A los pocos minutos sonaron las ca- atenía a mi primera declaración y no podía decir na-
denas, se abrió la puerta y entró Shvabrin. Me sor- da más para justificarme. El general nos mandó sa-
prendió ver cómo había cambiado. Estaba terrible- lir. Salimos juntos. Miré a Shvabrin tranquilamente,
mente delgado y pálido. Tenía el pelo, poco antes pero no le dije ni una palabra. Sonrió con una son-
negro como el azabache, completamente blanco; y la risa vengativa, levantó sus cadenas, me adelantó y
barba, larga y enmarañada. Repitió la acusación con aceleró sus pasos. De nuevo me llevaron al calabo-
voz débil, pero decidida. Según él, Pugachov me zo y desde entonces no volvieron a llamarme para
había mandado a Oremburgo como espía; partici- otro interrogatorio.
paba diariamente en los tiroteos para transmitir no- No fui testigo de todo lo que me falta por contar
ticias escritas de todo lo que ocurría en la ciudad; al lector, pero he oído relatos sobre ello con tanta
estaba vendido al impostor y viajaba con él de una frecuencia, que hasta los detalles más insignificantes
fortaleza a otra, procurando hundir a todos mis se me han grabado en la memoria como si yo mis-
compañeros traidores con el fin de ocupar sus mo lo hubiera presenciado.
puestos y recibir los premios que daba el impostor. Mis padres acogieron a María Ivánovna con la
Le escuché en silencio y quedé satisfecho de una llana cordialidad que distinguía a la gente del siglo
cosa: el despreciable malhechor no había pronun- pasado. Consideraron una gracia de Dios tener la
98/104
197 198
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

oportunidad de amparar y rodear de cariño a la po- las consabidas fórmulas, comunicaba que, desgra-
bre huérfana. Pronto se encariñaron con ella since- ciadamente, las sospechas de mi participación en la
ramente, porque era imposible conocerla y no conspiración de los rebeldes se había confirmado;
profesarle un verdadero afecto. Mi amor ya no le que mi castigo tendría que ser la pena capital, pero
parecía a mi padre una locura; y mi madre soñaba que la emperatriz, en consideración a los méritos y
día y noche con que su Petrusha se casara con la en- la avanzada edad de mi padre, había decidido in-
cantadora hija del capitán. dultar al hijo criminal y, liberándole de una muerte
La noticia de mi arresto sorprendió a toda mi vergonzosa, solamente lo desterraba a un lugar re-
familia. María Ivánovna había hablado a mis padres moto de Siberia por el resto de sus días.
con tanta sencillez de mis relaciones con Pugachov, Este golpe inesperado estuvo a punto de costar
que no sólo no se asustaron, sino que se rieron de la vida a mi padre. Perdió la firmeza acostumbrada y
buena gana. Mi padre no quería creer que yo estu- su dolor (mudo de ordinario) se derramó en amar-
viera implicado en la vil rebelión, la cual se propo- gos lamentos.
nía el derrocamiento del trono y la aniquilación de -¿Es posible? -repetía fuera de sí-. ¡ Mi hijo ha
la nobleza. Interrogó severamente a Savélich, que conspirado con Pugachov! ¡ Dios mío, a lo que he
no ocultó que el señor había estado en casa de Pu- llegado! ¡ La emperatriz le perdona la vida! ¿Acaso
gachov y el maleante le trataba bien, pero juró que es esto un consuelo? Lo terrible no es la muerte: mi
no había oído nada de una traición. Mis viejos se retatarabuelo murió en el patíbulo defendiendo lo
tranquilizaron y se pusieron a esperar impaciente- que consideraba la santidad de su conciencia, mi
mente buenas noticias. María Ivánovna estaba alar- padre sufrió junto con Volinski y Jrushov. ¡ Pero un
mada, pero no dijo nada, porque tenía el don de la noble que ha traicionado el juramento, que se ha
modestia y la discreción. juntado con bandidos, con asesinos, con siervos!
Pasaron varias semanas. De pronto mi padre re- ¡ Qué vergüenza para toda nuestra familia.
cibió una carta de Petersburgo de nuestro pariente Mi madre, asustada por su desesperación, no se
el príncipe B... La carta trataba de mí. Después de atrevía a llorar delante de él y procuraba devolverle
99/104
199 200
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
la presencia de ánimo hablándole de la falsedad del Mi padre agachó la cabeza; cualquier palabra
rumor y la inconstancia de la opinión de la gente. que le recordara el supuesto crimen de su hijo era
Pero mi padre estaba inconsolable. penosa para él y le parecía un reproche.
María lvánovna sufría más que nadie. Estaba se- -Vete, hija mía -dijo suspirando-. No queremos
gura de que yo podía haberme justificado en cual- ser obstáculos para tu felicidad. Que Dios te dé un
quier momento, adivinaba la razón de mi silencio y buen marido y no un traidor deshonrado.
se considerable culpable de mi desgracia. A todos Se levantó y salió de la habitación.
ocultaba sus lágrimas, y mientras tanto pensaba en María lvánovna, ya a solas con mi madre, le ex-
la manera de salvarme. plicó en parte sus propósitos. Mi madre la abrazó
Una tarde mi padre estaba pasando las hojas del llorando y rogó a Dios que sus planes se cumplie-
-Almanaque de la Corte-, pero tenía el pensamiento ran. Prepararon el viaje de María Ivánovna y varios
lejos y la lectura no le hacia el efecto habitual. Esta- días después se puso en camino con la fiel Palashka
ba silbando una marcha antigua. Mi madre tejía en y el fiel Savélich, quien, separado de mí a la fuerza,
silencio una chaqueta de lana rociándola de lágrimas se consolaba con la idea de servir a mi prometida.
de vez en cuando. De pronto María Ivánovna, que María Ivánovna llegó sin ningún contratiempo a
también estaba allí con su labor, dijo que tenía nece- Sofía y, al enterarse de que la Corte se encontraba
sidad de ir a Petersburgo y pidió que le proporcio- entonces en Tsárskoye Seló, decidió quedarse allí.
naran un medio para llegar hasta la capital. Mi La instalaron en una pequeña habitación detrás de
madre se disgusto mucho. un tabique. La mujer de¡ maestro de postas, que en-
-¿Por qué quieres ir a Petersburgo? -preguntó-. seguida entabló conversación con ella, le dijo que
¿Acaso también quieres abandonarnos? era sobrina de¡ fogonero de la Corte y le confió to-
María Ivánovna contestó que todo su porvenir dos los secretos de la vida cortesana.
dependía de aquel viaje, que iba en busca de ayuda y Contó a qué hora solía despertarse la empera-
protección de gente importante, como hija de un triz, cuándo tomaba el café y daba un paseo, qué
hombre que había sufrido por su lealtad. cortesanos la acompañaban, qué había dicho el día
100/104
201 202
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

anterior durante la comida, a quién había recibido Y María Ivánovna vio a una dama sentada en un
por la tarde; en una palabra, la conversación de Ana banco frente al monumento. Se sentó en el otro
Vlásievna podría constituir varias páginas de unas borde del banco. La dama la observaba fijamente, y
notas históricas y seria un tesoro para las futuras María Ivánovna, con varias miradas oblicuas, tuvo
generaciones, María lvánovna la escuchaba con tiempo de examinarla de pies a cabeza. Vestía traje
atención. Fueron al jardín. Ana VIásievna le contó blanco de mañana, gorro de dormir y esclavina.
la historia de cada paseo y cada puente, y, después Aparentaba unos cuarenta años. Su rostro, lleno y
de pasear un buen rato, regresaron a la casa de pos- sonrosado, expresaba gravedad y calma, y sus azules
tas muy satisfechas una de la otra. ojos y ligera sonrisa tenían un encanto indecible. La
A la mañana siguiente, María lvánovna se des- dama fue la primera en interrumpir el silencio.
pertó muy temprano, se vistió y salió tratando de no -Usted no será de aquí, ¿verdad?
hacer ruido. Hacía una mañana espléndida, y el sol -No, señora- llegué ayer de provincias.
iluminaba las cimas de los tilos, amarillentos al pri- -¿Ha venido sola o con sus padres?
mer soplo del otoño. El gran lago brillaba comple- -No, señora; he venido sola.
tamente inmóvil. Los cisnes, recién salidos de su -íSola! íPero si es usted todavía muy joven!
sueño, surgían majestuosos de los arbustos que ro- -No tengo padre ni madre.
deaban la orilla. María lvánovna pasó junto a una -¿Seguramente habrá venido a algún asunto?
hermosa pradera, donde acababan de erigir un mo- -Sí, señora: he venido para entregar una instan-
numento en honor de las recientes victorias de Piotr cia a la emperatriz.
Alexándrovich Rumiántsev, De pronto, un perrito -Es usted huérfana: sin duda se quejará de una
de raza inglesa empezó a ladrar y salió corriendo a injusticia o de una ofensa.
su encuentro. María lvánovna se asustó y se detuvo. _No, señora: vengo a pedir gracia, no justicia.
En aquel momento se oyó una agradable voz de -Permítame que le pregunte: ¿quién es usted?
mujer. -Soy la hija del capitán Mirónov.
-No tenga miedo: no muerde.
101/104
203 204
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-¡ Del capitán Mirónov! ¿El mismo Mirónov que -¿Cómo que no es verdad? -repuso la dama en-
fue comandante de una de las fortalezas de Orem- rojeciendo.
burgo? -¡ No es verdad; le juro por Dios que no es ver-
-Sí, señora. dad! Lo sé todo, se lo contaré todo. Solo por mi se
La dama parecía conmovida. expuso a cuanto le ha ocurrido. Y si no se ha justifi-
-Perdóneme -dijo con voz todavía cariñosa- que cado ante el tribunal es solamente porque no ha
interfiera en sus asuntos, pero voy a menudo a la querido mezclarme a mí.
Corte, y si usted me explicara de qué se trata, a lo Y le contó con gran emoción todo aquello que
mejor puedo ayudarla. ya conoce el lector.
María lvánovna se levantó y le dio las gracias La dama la escucho atentamente.
respetuosamente. Todo en la dama desconocida la -¿Dónde se ha hospedado? –preguntó y al ente-
atraía y le infundía confianza. Sacó de bolsillo un rarse de que era en casa de Ana VIásievna, continuó
papel y lo alargó a su desconocida protectora, quien con una sonrisa-. ¡ Ah, sí, ya sé quién es! Adiós, y no
empezó a leerlo. hable con nadie de nuestro encuentro. Creo que no
Al principio leía con aire atento y bien dispues- tendrá que esperar mucho tiempo la respuesta a su
to, pero de pronto su expresión cambió, y María carta.
Ivánovna, que seguía con la mirada todos sus mo- Con estas palabras se levantó y dirigióse a un
vimientos, se asustó del gesto severo de aquel rostro paseo cubierto; María Ivánovna regresó a casa de
que poco antes era tan agradable y tranquilo. Ana VIásievna con el corazón lleno de esperanza.
-¿Intercede usted por Griniov? -preguntó la La dueña de la casa la reprendió por el paseo
dama fríamente-. La emperatriz no puede perdo- matutino, que según ella, era perjudicial en otoño
narle. Se pasó al lado de Pugachov no por ignoran- para la salud de una joven. Trajo el samovar, sirvió
cia o credulidad, sino porque es un ser inmoral y dos tazas de té y empezó sus interminables relatos
miserable. sobre la Corte, cuando de pronto un coche de pala-
-¡ Eso no es verdad! -exclamó María Ivánovna. cio se paró junto a la puerta y entró un lacayo di-
102/104
205 206
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN

ciendo que la emperatriz estaba esperando a la jo- parándose delante de unas puertas cerradas, le dijo
ven Mirónov. que iba a anunciarla, y la dejó sola.
Ana Viásievna se asustó. La idea de encontrarse cara a cara con la empe-
-¡ Dios mío de la vida! -exclamó- La señora la ratriz asustaba tanto a María Ivánovna, que apenas
llama a palacio. ¿Y cómo se ha enterado de su llega- podía tenerse en pie. Al minuto se abrió la puerta y
da? la muchacha se encontró en el gabinete de la empe-
¿Cómo va a poder usted, hija mía, presentarse ratriz.
ante la emperatriz? Me figuro que de ceremonias de Esta estaba sentada frente a su tocador, rodeada
la Corte no sabe nada... ¿Quiere que la acompañe? de varios cortesanos que respetuosamente dieron
Algo podré aconsejarle. ¿Y cómo puede ir con este paso a María Ivánovna. La soberana le saludó con
vestido de viaje? ¿Quiere que vaya a casa de la co- una frase cariñosa y María Ivánovna reconoció en
madrona para que le preste su vestido amarillo? ella a la misma dama con la cual había hablado tan
El lacayo dijo que la emperatriz deseaba que claramente hacía un rato. La emperatriz la invitó a
María Ivánovna fuera sola y con el traje que llevaba que se acercara y le dijo con una sonrisa:
puesto. No había nada que hacer: María Ivánovna -Me alegra cumplir mi palabra y poder satisfacer
subió al coche y se dirigió a palacio acompañada su petición. Tu caso está resuelto. Estoy convencida
por los consejos y las bendiciones de Ana VIásie- de la inocencia de tu prometido. Espero que tengas
vna. la bondad de llevar tú misma esta carta a tu futuro
La muchacha presentía que se iba a decidir su suegro.
suerte; le palpitaba el corazón y a veces le parecía María Ivánovna cogió la carta con mano tem-
que se le paraba. A los pocos minutos, el coche se blorosa y, llorando, cayó a los pies de la emperatriz.
detuvo delante del palacio. María Ivánovna subió La soberana la levantó, le dio un beso y siguió ha-
temblando las escaleras. Las puertas se abrieron blando con ella.
frente a ella de par en par. Atravesó una serie de
suntuosas salas desiertas guiada por el lacayo. Al fin,
103/104
207 208
LA HIJA DEL CAPITÁN ALEXANDER PUSHKIN
-Sé que no eres rica, y yo tengo una deuda con la nece a diez propietarios. En la casa de uno de ellos
hija del capitán Mirónov. No te preocupes de tu siempre enseñan una carta, con marco y cristal, es-
futuro. Yo me encargaré de tu fortuna. crita por Catalina 11. Está dirigida al padre de Piotr
Después de dar muchas muestras de cariño a la Andréyevich y contiene la rehabilitación de su hijo y
pobre huérfana, la soberana la dejo marchar. María elogios al corazón y la inteligencia de la hija del ca-
Ivánovna se fue en el mismo coche de palacio. Ana pitán Mirónov. Un nieto de Piotr Andréyevich Gri-
VIásievna, que esperaba su regreso, la acosó a pre- niov, al enterarse de que estábamos preparando un
guntas, que María Ivánovna contestó de manera trabajo sobre los tiempos descritos por su abuelo,
muy poco explícita. Ana Vlásievna, aunque descon- nos entregó el manuscrita. Hemos decidido, con el
tenta de su falta de memoria, lo atribuyó a su timi- permiso de su familia, editarlo aparte, tratando de
dez de provinciana y la perdonó de todo su buscar un epígrafe adecuado para cada título y per-
corazón. Aquel mismo día, María Ivánovna, que no mitiéndonos cambiar algunos nombres propios.
tuvo curiosidad de ver Petersburgo, regresó al pue- El editor
blo. 19 de octubre del año 1836.
Aquí se interrumpen las memorias de Piotr An-
dréyevich Griniov. Se sabe, por las leyendas familia-
res, que fue liberado de la prisión a fines del año
1774 por orden de la emperatriz- que presenció la
ejecución de Pugachov, el cual le reconoció entre la
multitud y le saludó con una inclinación de cabeza,
una cabeza que, un minuto después, mostró el ver-
dugo muerta y ensangrentada. Al poco tiempo Piotr
Andréyevich se casó con María lvánovna. La des-
cendencia que tuvieron prospera en la provincia de
Simbirsk. En ella se encuentra un pueblo que perte-
104/104
209 210

Das könnte Ihnen auch gefallen