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VICENTE RODRÍGUEZ CASADO Y LA UNIVERSIDAD DE PIURA

INTRODUCCIÓN

Don Vicente Rodríguez Casado conoce a San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1935 y se
incorpora al Opus Dei a los 18 años, en abril de 1936. A la muerte de San Josemaría, en junio de
1975, Don Vicente –uno de los primeros miembros del Opus Dei- siente un gran dolor
exteriorizado en un decaimiento de ánimo y de tono vital. La conversación con un joven
universitario le despierta de este marasmo existencial. Le escribe una carta al beato Álvaro del
Portillo, entonces primer sucesor del Fundador del Opus Dei, fechada el 24 de diciembre en
donde le dice: “empiezo a sentir, con mayor fuerza si cabe, el abandono en que dejamos los
cristianos de España la lucha de las ideas. Y comprendí que también en ese campo tengo todavía
algo que hacer…”1. Y lo hizo, precisamente, entre nosotros, en este Campus de la Universidad
de Piura, desde 19742 en que empezaron sus visitas como profesor de Historia Universal. El
Campus, que por aquella época estaba signado, literalmente, por “el algarrobo verde y la arena
blanca”3 –en feliz expresión del poeta José Ramón de Dolarea-; era muy ancho, pero todavía
bastante ajeno. La Universidad, cuyas labores se iniciaron en 1969, rebosaba de promesas y
abrigaba muchas ilusiones. Teníamos juventud, muy poca experiencia, una ferviente vocación
de servicio a Piura, al Perú, al mundo. A este proyecto balbuceante se unió don Vicente con los
bríos de sus mejores tiempos.
Juventud intensa y apasionada la de don Vicente. Vivió la Guerra Civil española y pudo
superar esta prueba, “incluso intelectualmente –afirma Martínez Ferrer, uno de sus biógrafos-
Sus lecturas en la legación de Noruega y en otros lugares seguían configurando su mente como
la de un intelectual católico, preparado para dar su contribución académica y apostólica (para él
era una misma cosa) ante el drama de la civilización occidental, respondiendo a su vocación al
Opus Dei, eje mediador de su existencia4”. Esta última sentencia del prof. Martínez Ferrer me
parece de vital importancia para comprender la andadura intelectual de don Vicente Rodríguez
Casado. Amor a la verdad, talante universitario, calidez humana, afán evangelizador, promoción
de la cultura, todo ello se anuda en este eje mediador de su existencia. Si hay algo que, ahora, a
la vuelta de los años admiro y rememoro con inmensa alegría desde mi primer encuentro con
don Vicente en 1976, es su formidable unidad de vida en la que cada conversación era un
destello del entretejerse de lo humano y lo divino.
Dice un antiguo proverbio latino quod natura non dat, Salamantica non praestat. Esto
podemos decirlo con bastante acierto respecto al carácter de Don Vicente. Tenía un natural
alegre, jovial, cordial. El profesor José Luis González-Simancas conoció a don Vicente en 1934,
apenas de 16 años, en la asociación de Scouts Hispanos. Dice: “nos caía “de miedo” –una
expresión hispana de la época- ¿Por qué? Por su jovialidad, sus risotadas, su buen humor… y
porque sabía –como siempre supo- reírse de sí mismo y de sus posibles o reales limitaciones.
Por entones no estaba gordo, que conste, pero no se le veía demasiado apto para el ejercicio

1
MARTÍNEZ FERRER, Luis. “Vicente Rodríguez Casado: niñez, juventud y primeros años en el Opus Dei
(1918-1940). En Studia et documenta. Roma, Vol. 10-2016; pp. 195-257; p. 196.
2
UNIVERSIDAD DE PIURA. MEMORIA DEL AÑO ACADÉMICO DE 1974: “El Dr. Vicente Rodríguez Casado,
Catedrático de Historia de América de la Universidad Complutense de Madrid, dictó el curso de Historia
Contemporánea”. Se anota, asimismo, que dictó lecciones sobre “El Marxismo y la razón histórica de la
lucha de clases”.
3
DOLAREA, José Ramón de. Romances del algarrobo y de la arena. Piura, Ediciones Universidad de Piura,
1972; p. 29
4
MARTÍNEZ FERRER, Op. Cit,, p. 248.

1
físico, ni sabía demasiado de encender una fogata o de seguir una pista a través de los campos
y los bosques. Lo suyo era charlar con los lobatos y scouts como uno más: contarnos anécdotas,
hacernos reír y disfrutar en los “fuegos del campamento” o a lo largo de nuestras marchas”5.
Don Vicente, al igual que Chesterton, fue un hombre agradecido a la vida. Estuvo en modo fiesta
continuo. Su natural alegría fue expansiva.
Agreguemos una nueva observación que nos viene sugerida por el ilustre historiador Luis
Suárez Fernández, quien ha escrito que don Vicente “aunque fue autor de libros y artículos de
gran importancia, imprescindibles para conocer el gobierno peruano del virrey Amat, la política
de Carlos III o las raíces primordiales del capitalismo y socialismo, su magisterio oral superó, con
mucho, la herencia escrita: ante un café o una cerveza o en medio de una partida de mus era
capaz de introducir o derivar una conversación hacia los temas trascendentes que le
interesaban; nunca esta conversación quedaba envuelta en rigores de expresión o pedantería.
Él sabía muy bien que la comunicación entre personas no se produce a menos que existan lazos
de afecto muy fuertes; y conocía el modo de crearlos”6.
Nunca mejor dicho y podemos dar fe de este aserto del profesor Luis Suárez. Don Vicente
nos dejó obra escrita exquisita y toda ella se fraguó en este Campus. No obstante, lo más
grandioso de su legado lo constituye su magisterio oral, el testimonio de vida que nos mostró
cómo debe ser un universitario cabal: cuando aprende, cuando enseña, cuando investiga,
cuando asesora. Hasta ahora me pasa que, cada vez que escucho el Gaudeamus igitur en las
inauguraciones de los años académicos, siento que en ese momento la historia secular de las
universidades se hace presente y gozo de esa alegría y picardía de nuestros ancestros
universitarios del siglo XIII que con tanta gracia nos historiaba don Vicente.
Estos someros apuntes marcan la ruta para comprender el legado de don Vicente a la
Universidad de Piura: un magisterio escrito, un magisterio oral, un espíritu y un estilo
universitarios. Es mucho lo que le debe la Universidad de Piura a don Vicente. Sus largas
estancias entre los años 1974 a 1988 ayudaron a forjar la particular propuesta educativa de la
Universidad. Ideario y realidad se dieron la mano, el Cielo y la Tierra se abrazaron. No estamos
frente a una mera fórmula, se trata de un legado que ha calado hondamente en la historia y
cultura institucional de esta Universidad que intentaré glosar en las siguientes líneas.

EL MAGISTERIO ESCRITO DE DON VICENTE

El programa de lo que será el magisterio escrito de don Vicente desde aquella luz del 24
de diciembre de 1975, a sus 57 años, cuando algo abatido por la muerte de San Josemaría
pensaba que ya lo había hecho todo, lo estructuró alrededor de lo que denominó la lucha de las
ideas. Lo que escribió desde 1974 hasta el final de sus días en 1990 se gestó en las aulas, en las
bancas, en la cafetería, en los pasillos y en la biblioteca de la Universidad de Piura,
principalmente. Su interés como historiador se volcó en la comprensión de las ideas que habían
configurado la sociedad de finales del siglo XX. Ofreció a sus alumnos, amigos, colegas los
grandes trazos que caracterizaban la crisis de la sociedad occidental que él veía en el proceso de
secularización que empezó en el siglo XIV. No se quedó en el diagnóstico. Optimista como era
abogó por un nuevo humanismo social que respondiera “a la presión anti cultural del
especialismo cientifista y del profesionalismo utilitario; humanismo, asimismo, que enfrentara
a las fuerzas desintegradoras e inhumanas de las formas viejo-capitalista y marxista”. Una

5
GONZÁLEZ-SIMANCAS, José Luis. “Vicente Rodríguez Casado y la juventud universitaria” en FERNÁNDEZ
RODRÍGUEZ, Fernando (ed.) El espíritu de la Rábida. El legado cultural de Vicente Rodríguez Casado. Unión
Editorial, Madrid, 1995; p. 25.
6
SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. “La huella universitaria de don Vicente” en FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Op. Cit.
pp. 35-39; p. 35.

2
renovación cultural de esta naturaleza sería capaz de salvar al hombre en todas sus dimensiones:
la interior, la familiar y la colectiva7.
Pienso que Don Vicente no se molestaría por lo que a continuación diré. Su escrito
Técnica y nuevo humanismo social, publicado en la Colección Algarrobo N° 18 de la Universidad
de Piura en 1976, conferencia leída en la Municipalidad de Piura en agosto de 1974, es lo que
para Karl Marx fue su Contribución a la crítica de la economía política de 1859 respecto de su
obra El capital de 1867. Y ciertamente, en este algarrobito –como coloquialmente llamamos a
estos textos- don Vicente expone la línea de pensamiento que en los sucesivos años desarrollará
en los libros que continuó publicando en nuestra universidad. El más extenso e intenso de todos
ellos fue su Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo8, libro que recoge,
apretadamente, su visión de estas ideologías.
Al cabo de los años, he vuelto a releer Técnica y nuevo humanismo social. He disfrutado
su lectura y he rememorado tertulias, conferencias, coloquios en los que don Vicente hablaba
del proceso de secularización que fue cercenando el legado cristiano a la cultura occidental.
Como si estuviera viendo la última película de los Avengers, Infinity war, uno a uno se van
desintegrando los atributos divinos que la concepción cristiana encuentra presente en la
historia. Primero, el nominalismo del S. XIV niega la presencia de Dios en las acciones humanas.
Luego, el deísmo naturalista de los siglos XVII y XVIII convierte a Dios en un relojero, ya no hay
acción divina de conservación. Finalmente, Dios deja de ser creador. Al hombre le basta y le
sobra con su auto comprensión: homo homini Deus9.
De esta lectura me inquietó el siguiente texto: “El gran esfuerzo del Renacimiento
cristiano y del Barroco de la contrarreforma que reafirman los valores naturales y racionalistas,
aunque subsumidos en una concepción cristiana de la vida, va a resultar en gran parte baldío al
no llegar los pensadores católicos de la segunda mitad del XVII y del XVIII a la talla de los nuevos
adversarios. El intento de “los ilustrados cristianos”, que procuran superar la contradicción
aparente entre Fe y Ciencia carece del vigor necesario para imponerse, e incluso faltó el genio
filosófico que expresara en todo su alcance la hondura del problema planteado (…). Las
universidades del Occidente Católico se agotan en controversias estériles y en enseñanzas que
no estaban en el filo de las preocupaciones del tiempo”10.
La intelectualidad católica de esa época no estuvo a la altura de los problemas que le
planteó su tiempo. Más aún, se enredó en controversias estériles, afirma don Vicente. El
desasosiego que me causó este texto, no fue solo por lo que ya pasó, sino por lo que puede
seguir pasando hoy, ahora. Y me pregunto si una universidad como la nuestra, con un ideario
humanista y cristiano fundacional, está a la altura de los problemas profundos de la crisis moral
presente. No vaya a ser que nos entretengamos solo en el “especialismo cientifista y en el
profesionalismo utilitario”, tan rico en eficacia y tan pobre en humanidad, tan presto al éxito y
tan lento a la excelencia.
Los problemas radicales de nuestro tiempo no son, necesariamente, los que las modas
sacan a relucir de continuo. Debemos saber distinguir lo coyuntural de lo esencial y ponernos
en el lugar que nos corresponde como institución universitaria para pensar el presente
sabiamente y afrontar el futuro con originalidad sin olvidar –lo decía Miguel de Unamuno- “que
lo hondo, lo verdaderamente original, es lo originario, lo común a todos, lo humano”11.
Siendo como era don Vicente, un hombre apasionado de la vida y pronto a la
contemplación y goce de las realidades menudas en su múltiple aparecer, me parece lógico que

7
Cfr. RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Técnica y nuevo humanismo social. Piura, Ediciones Universidad de
Piura, 1976; p. 47.
8
Cfr. RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo. Piura,
ADEU, 1979. La edición española por Espasa Calpe S.A. es de 1981
9
Cfr. RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Técnica…, pp. 18-25.
10
Idem, p. 18.
11
UNAMUNO, Miguel de. La dignidad humana. Madrid, Espasa Calpe S.A., 1967, 6ta. Edición, pp. 13-14.

3
por temperamento huyera de todo intento de encorsetar la realidad a unas pocas leyes como lo
quiso hacer la modernidad racionalista. Cita a Manuel García Morente en un texto que entiendo
es una clave importante en el pensamiento de don Vicente. Dice el profesor García Morente
que, al prejuicio de los sistemas derivados del idealismo cartesiano de reducir la realidad,
“podría llamarse principio de la realidad única. Consiste en suponer que todos los objetos que
se ofrecen a la contemplación y estudio del hombre son formas en apariencia diferentes, pero
en el fondo idénticas de una y la misma realidad (…). El principio de la realidad unívoca postula,
pues, que toda la realidad es en el fondo matemática, pura extensión y movimiento, y exige que
los objetos de investigación sean estudiados y contemplados en el sentido de reducirlos lo más
posible al ideal del conocimiento matemático”12.
“En el mundo matemático del idealismo racionalista –continúa diciendo el prof. García
Morente- no habría ni colores, ni sabores, ni olores, ni variedad de cuerpos, ni diversidad de
vivientes, ni fines, ni propósitos, 13ni bondad, ni belleza, ni, en suma, eso que precisa y
justamente llamamos realidad”.
Las citas han sido largas, pero he querido ponerlas, pues don Vicente congenió con este
parecer de García Morente en su crítica a los idealismos cartesianos muy acorde, además, con
su natural vitalismo existencial, alejado de los monstruos de la razón. Disfrutó muchísimo, don
Vicente, en sus estancias piuranas y peruanas, de los diversos olores, sabores, colores de nuestro
paisaje y comida. La arena del desierto de Sechura, el mar de la costa norteña, los cangrejos de
San Pedro, los percebes de Playa Grande, las artesanías de Catacaos, la cerámica de Chulucanas,
hicieron de él un franco realista y lo liberaron del idealismo cartesiano.
Los años de estancia de don Vicente en la Universidad de Piura dieron origen a los libros
que escribió en este último periodo. Publicó aquí, además de Orígenes del capitalismo y
socialismo contemporáneo, Elogio de la libertad social (1984)14 y los tres tomos de su
Introducción a la Historia Universal (El legado de la Antigüedad15, El legado de la Cristiandad16 y
El legado de la Modernidad17, estos dos últimos fueron publicaciones póstumas).
Don Vicente fue un humanista interesado por el sentido y destino del hombre y de la
sociedad, de allí su incursión por los orígenes de las ideologías y por los temas sociales18.
Precisamente, el Elogio de la libertad social recoge sus ideas sobre la fuerza creadora de la
libertad. Con la perspectiva de los años, me parece que este libro es una buena muestra de su
talante intelectual. Don Vicente constata que la sociedad civil –“fondo social” como él lo llama-
se ve relegada y casi excluida de la vida pública; está separada de los intereses puestos en juego
por los individuos e instituciones que dirigen políticamente el Estado. Esta cobertura política
está compuesta por los partidos políticos y los sindicatos, que ya no son cauces para la real
participación de los ciudadanos, agrupados a su vez en múltiples formas asociativas menores
(familia, empresa, asociación deportiva, etc.). Esta crisis estalló en la década de los noventa y

12
GARCÍA MORENTE, Manuel. Ideas para una filosofía de la Historia de España. Madrid, Rialp, 1957; p.
214.
13
Idem, pp. 215-216.
14
RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Elogio de la libertad social. Piura, Ediciones Universidad de Piura, 1984.
15
RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Introducción a la Historia Universal. I. El legado de la Antigüedad. Piura,
Ediciones Universidad de Piura, 1988.
16
RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Introducción a la Historia Universal. II. El legado de la Cristiandad. Piura,
Ediciones Universidad de Piura, 1991.
17
RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Introducción a la Historia Universal. I. El legado de la Modernidad. Piura,
Ediciones Universidad de Piura, 1994.
18
Don Vicente participó en el equipo, coordinado por Mons. Juan Luis Cipriani y dirigido por el Dr. Federico
Prieto Celi, del libro Catecismo de doctrina social. Presentación, Vicente Rodríguez Casado; equipo de
trabajo, Jesús Alfaro... [et al.]; director responsable, Federico Prieto Celi; coordinador y editor, Juan Luis
Cipriani Thorne. Lima; Ateneo Latinoamericano, 1988. Preparé el capítulo dedicado a las ideologías
utilizando los escritos de don Vicente, quien había trabajado la llamada “cuestión social” de finales del
siglo XIX y sus relaciones con la doctrina social de la Iglesia.

4
somos testigos presenciales de que efectivamente, los partidos políticos y los sindicatos han sido
desbordados por la sociedad civil que busca otros modos de participar en la real gestión de sus
destinos: lo pequeño -la familia, la empresa, el club- se revela en contra de las aspiraciones
“macro” de la política.
De otro lado, la Introducción a la Historia Universal llena un notorio vacío en la
producción historiográfica de nuestro medio, saturada en gran parte por enfoques históricos
sesgados, repletos de planteamientos ideológicos reduccionistas y trasnochados. En los textos
de don Vicente, aparece el ser humano como actor de la Historia, cargado de sentido y de fuerza
espiritual creadora, que se alza sobre los determinismos en un camino ascendente y abierto.
Así, por ejemplo, a propósito del De Civitate Dei de San Agustín, afirma el autor que esta
obra produjo un efecto muy importante en la comprensión del sentido cristiano de la historia:
“en primer lugar, inculcó a los historiadores cristianos una visión dinámica de la historia, por ser
ahí donde se realiza el designio divino. En segundo lugar, hizo que los hombres comprendieran
hasta qué extremo la personalidad del individuo lanzado a la acción social es la fuente y el centro
de ese proceso dinámico. Y, finalmente, logró que la Iglesia Occidental tuviera conciencia de su
misión histórica y de sus responsabilidades sociales...”
Hay que advertir al lector que estos volúmenes de Historia Universal están dirigidos al
gran público, por tanto, forman parte de la cultura común y necesaria para dar cuenta de la
dimensión histórica del Occidente cristiano. Somos un país mestizo y lo que somos ahora no se
entendería sin las raíces cristianas y occidentales de nuestra Historia. No hemos nacido ayer y lo
que seremos mañana carecería de rumbo si ignorásemos los caminos que ha tomado la Cultura
Occidental.

EL MAGISTERIO ORAL DE DON VICENTE

Ha escrito el profesor Martínez Ferrer que don Vicente, “profesionalmente, fue ante todo y
sobre todo un historiador, un formador de la juventud, un creador de instituciones académicas,
aunque también se dedicó a la política y a la formación de obreros y campesinos”19. Todo esto
es verdad, sin embargo, me parece que lo más significativo de don Vicente es que fue un
verdadero maestro para los jóvenes universitarios y los jóvenes profesores de los años setenta
y ochenta, por entonces en nuestros primeros pasos.
He pensado mucho –ahora que estamos en los umbrales de las bodas de oro de la
Universidad de Piura- en el aporte de los profesores de la primera época de la universidad que,
como don Vicente, además de su magisterio escrito, dejaron un magisterio oral en el período
que va de 1974 a 1989. Para explicitar lo que deseo resaltar, tomaré prestado el modelo
antropológico organizacional de otro gran maestro, el profesor Juan Antonio Pérez López20,
quien ha señalado que la organización real está compuesta por el sistema formal y el sistema
espontáneo. El primero lo componen todos los manuales de funcionamiento, sistemas
académicos, planes de estudio, sistema de remuneración, organigrama directivo, etc. El segundo
está compuesto por las interacciones personales e interpersonales, no formalizadas y que, sin
embargo, hacen que la organización fluya y genere una verdadera comunidad de maestros,
alumnos, graduados y personal administrativo involucrados en el proyecto institucional. Es
decir, muy poco habríamos hecho si pensáramos que la universidad de Piura se reduce a sus
papeles, estatutos e inmuebles. Un profesor, un jefe, un administrativo que cumpla a cabalidad
sus funciones formales hace muy bien, pero, si su gente no lo ama ni confía en él, está
deteriorando malamente a la organización real.

19
MARTÍNEZ FERRER, op. Cit.; p. 197.
20
Cfr. PÉREZ LÓPEZ, Juan Antonio. Fundamentos de la dirección de empresas. Madrid, Rialp, 1996. En la
Universidad de Piura se hizo una edición limitada de parte de este libro, principalmente, para la docencia
con los universitarios.

5
Hecha esta necesaria digresión vuelvo a don Vicente. Su aporte al sistema espontáneo
y a la cultura institucional de la Universidad de Piura ha sido invalorable. Lo vimos, lo gozamos y
nos quedó clarísimo que aquello que aparecía en el Ideario de la universidad no era sólo letra
escrita, sino una descripción real de lo que efectivamente éramos: una comunidad de
profesionales que lo pasábamos muy bien cumpliendo con nuestro oficio de docentes
universitarios. La educación integral y personalizada que pregonábamos se cumplía. Había un
esfuerzo conjunto para vivir, cercanamente, con alumnos y colegas el proyecto de la
universidad. Don Vicente nos ayudó con su ejemplo a convertir la pequeña universidad en una
verdadera comunidad de prácticas intelectuales y valorativas. Maestros, alumnos, personal
administrativo aprendíamos el espíritu universitario en el día a día de la tarea docente. Eran
tiempos de libros y lecturas, tertulias y tazas de café, conversaciones amenas en las bancas de
los pasillos.
Había comunidad –hay que resaltarlo- no porque éramos una universidad pequeña con
pocos alumnos y profesores –aunque ayudó este factor-, sino porque lo interpersonal formó
parte estructural de la idea de Universidad que aspirábamos llegar a ser. Don Vicente fue un
catalizador que ayudó a fraguar este rasgo característico de la cultura de la Universidad de Piura.
Don Vicente fue un maestro en salida, utilizando -con algún retoque- la expresión de su
Santidad, el Papa Francisco, cuando anima a los fieles a vivir la experiencia de una Iglesia en
salida. Sí, don Vicente nos enseñó a salir en busca del alumno para acompañarlo en su
aprendizaje y, del mismo modo, nos motivó a salir al encuentro del colega. No es un deber
enojoso, es un deber gozoso cuando se ha comprendido que el oficio docente no se reduce a
enseñar unos contenidos académicos; busca, también, formar el carácter del discípulo: sin
mejores personas, no hay buenos profesionales. Para una universidad como la nuestra, una de
cuyas riquezas es la calidez de las relaciones humanas, nos viene como anillo al dedo recordar
el testimonio de don Vicente quien bordó estos vínculos interpersonales. Por donde pasaba
dejaba una estela de sana alegría, entusiasmo por cambiar el mundo, arrojo para emprender
una acción evangelizadora en diálogo sereno con la cultura contemporánea.
Quienes estuvimos en la Universidad en los años 80 aprendimos a valorar la fecundidad
de las relaciones de amistad en el buen funcionamiento de una institución. Para los que
procedíamos de otras universidades, este descubrimiento nos resultó novedoso,
acostumbrados a ser un simple código numérico del sistema académico. Nos dimos cuenta,
inmediatamente, de la gran diferencia marcada por la Universidad de Piura en este aspecto: la
cercanía, la amabilidad y la calidez humana se veía reforzada por el ejemplo de don Vicente. Fue
un claro referente de cómo tenía que ser un profesor universitario preocupado por desempeñar
muy bien su oficio. La exigencia académica se tornaba amigable y se formaba un ámbito propicio
para el nacimiento de las grandes amistades. Cada uno en su sitio y, a la vez, cada uno
naturalmente amigo de su compañero de aula o de su colega de oficina.
Su amor a las Humanidades era indudable. Lo decía oportune et importune (2Tm. 4, 2)
Su gran preocupación fue la formación del criterio del alumno, más que llenarlo de contenidos
eruditos. Justamente, por los años ochenta, el Consejo Superior de la Universidad le encargó la
elaboración de un plan de formación humanístico para todas las Facultades. Nos llamó para
trabajar en ese proyecto a la profesora Beatriz Cipriani y a mí. Lo hicimos: cursos, sílabos,
sumillas, etc. Nos decía que el profesor ha de tener criterio y más si es un profesor de
Humanidades. La selección tiene que ser exquisita: buena cabeza y buen corazón, a la vez. Todo
lo que se invirtiera en la formación del criterio de los profesores de Humanidades aseguraría
una formación de calidad y a la altura de los problemas de la época. Que sepa todo del siglo XII
es una buena cosa, pero mejor si sabe qué debe enseñar a sus alumnos hoy y ahora de ese siglo
XII para ubicarlos, cultamente, en el tiempo que le toca vivir. Asimismo, el profesor debería tener
el criterio para seleccionar la bibliografía: textos y autores pertinentes. Este esfuerzo de
selección temático se puede notar en sus tres tomos de Iniciación a la Historia Universal.
Le interesaban las ideas vivas, aquellas que coletean en la cultura que nos envuelve. Y,
del mismo modo, nos enseñó a no enredarnos en las ramas de los árboles perdiendo de vista el

6
bosque. La mera gimnasia intelectual no fue lo suyo y no daba puntada sin hilo. Así nos lo hizo
notar en una de las tantas reuniones en cafetería. Nos contó que había participado en España
en un coloquio sobre conventos medievales. Se dijeron muchas cosas, incluso de los garbanzos
que cultivaban los monjes, pero no se dijo nada del espíritu que animaba su estilo de vida. Sería
al de lamentar –agrego- que en la Universidad de Piura hagamos contabilidad de los garbanzos,
olvidándonos de la centralidad del espíritu. Sintetiza muy bien este extremo de su magisterio
aquellos versos del gaucho Martín Fierro cuando dice: "procuren, si son cantores/, el cantar con
sentimiento/ -Ni tiemplen el instrumento/ por solo el gusto de hablar/ -Y acostumbrensé a
cantar/ en cosas de jundamento”21.
La historia de la Universidad de Piura tiene en el magisterio oral de don Vicente –al igual
que de tantos otros maestros que dejaron su vida en este Campus- un hito importante que da
cuenta de su identidad institucional. Pienso que no se entendería qué es esta Universidad sin el
aporte de quiénes, como don Vicente, forjaron el sistema espontáneo y la cultura organizacional
de la institución real que somos y no debemos dejar de ser con libertad de espíritu.

ESPÍRITU Y ESTILO UNIVERSITARIO

Don Vicente fue un universitario nato. Lo fue en el aula de clases, en su despacho y en la


biblioteca, en las horas de lecturas que enriquecían sus investigaciones, en los largos ratos de
tertulias en la cafetería o en las bancas del patio central del Campus. Qué bien se estaba con él
y qué bien lo pasábamos profesores y alumnos conversando de lo humano y de lo divino. Nos
enseñó a amar nuestro oficio docente y nos enseñó, asimismo, a amar a la Universidad de Piura.
Comprendimos que formábamos parte de un proyecto educativo ambicioso para el servicio de
Piura y del Perú. Eso era bastante. Don Vicente nos hizo ver más: nos dio altura y amplió el
horizonte de esta gran aventura intelectual.
El profesor Vicente Rodríguez Casado, quien conoció y trató a San Josemaría, sabía que
los grandes proyectos fracasan, no por falta de medios económicos, sino por falta de espíritu.
Su presencia, su magisterio académico, su talente magnánimo nos dio, precisamente, espíritu.
La misión de la Universidad de Piura fue su misión y nos ayudó a comprender el valor divino que
se encierra en cada acción humana. Búsqueda de la verdad, desde luego, pero búsqueda de la
verdad en toda su altura y profundidad. En la misma línea del historiador Christopher Dawson22
nos insistía que “cuando una religión muere, como aconteció en la antigüedad mítica… la cultura
específica que crearon se desmorona con toda rapidez”23. No diríamos todo del magisterio de
don Vicente si lo desligamos de la entraña cristiana que animaba su tarea docente. Veía en
América la esperanza de la humanidad y veía a la Universidad de Piura como un foco de
irradiación cultural que sabría poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas.
Como historiador llegó al convencimiento de que “los pueblos subsisten cuando son
conscientes de su propio ser histórico y conscientes de la misión histórica que les corresponde.
Cuando se nubla el entendimiento de lo que son y en consecuencia su modo específico de
proyectarse en el concierto universal, los pueblos, por enraizados que estén en el tiempo,
empiezan a desmoronarse”24. Los cincuenta años de funcionamiento de la Universidad de Piura
que celebraremos el año entrante es una buena oportunidad para tener en cuenta esta
aseveración de don Vicente. Tenemos que tener muy clara y viva la misión histórica de nuestra

21
HERNÁNDEZ, José. Martín Fierro. Bs. As., Distribuidora Quevedo de Ediciones, 2005; p. 264.
22
Cfr. DAWSON, Christopher. The modern dilemma. London, Sheed & Ward, 1933; pp. 47 a 51. Dawson
señala en este libro y en otros que hay cuatro rasgos que configuran la cultura europea. El primero de
todos es la tradición cristiana, sin cuya presencia se produciría “un cambio fundamental en el espíritu total
de la cultura Occidental”.
23
RODRÍGUEZ CASADO, Vicente. Técnica…, p. 40.
24
Idem, p. 40.

7
institución. No es suficiente saber de memoria el Ideario fundacional, hemos de acompañarlo
con obras que afirmen positivamente su identidad institucional en el concierto universal de la
educación superior.
Don Vicente consideraba que el hombre moderno y técnico, “cuyo desarrollo de
trascendencia es mínimo, prefiere en último término la pura seguridad de los valores más
ínfimos, la inmunidad ante el dolor, el alejamiento de la muerte a los grandes valores espirituales
que son, sin embargo, el soporte de la persona humana”25. Decía: “¿No será acaso que la raíz
de nuestro problema consiste, precisamente, en activar lo más posible el proceso espiritual de
transformación del hombre a fin de lograr que se acompase el desarrollo técnico y de esta forma
salvar los valores fundamentales del espíritu y con los valores fundamentales del espíritu al
propio hombre?”26.
Han pasado 30 años desde su última vista a la Universidad de Piura y, hoy más que
entonces, cobra vigencia este clamor del historiador, el humanista, el universitario, el cristiano:
hay que salvar el espíritu del ser humano. Tarea de todos, desde luego; tarea de todas las
universidades, sin lugar a dudas; tarea de la Universidad de Piura, muy especialmente, por
mandato fundacional.
Esbozado el espíritu, fijémonos ahora en el estilo. ¿Existe un estilo universitario? Sí, y
está configurado por la conjunción del modo de hacer y el modo de ser universitario. Es una
exteriorización de la identidad esencial de un sujeto. El estilo es manifestación externa de lo que
se es. Primero es la sustancia, luego viene el estilo. El estilo muestra hacia afuera la identidad
institucional. El espíritu es el principio vivificador de la institución, el estilo es la puesta en escena
de ese espíritu. Sin manifestación, el espíritu permanecería escondido. También en este campo,
don Vicente nos dejó un testimonio de estilo universitario y, particularmente, de estilo de
profesor universitario. En términos de cultura organizacional, nos dejó un conjunto de
competencias blandas que marcan un estilo universitario muy acorde para la Universidad de
Piura.
Tono humano. Decía el profesor Angel López Amo, amigo de don Vicente y desaparecido
muy prematuramente, que la elegancia es fuerza contenida. Puedo decir que, en el porte
externo, en los modales, se percibía en don Vicente esa fuerza educada, viril y amable. Sabía
estar en clase, en una reunión informal, en una banca de los pasillos, alrededor de una mesa en
la cafetería con la dignidad de un profesor universitario. La virtud de la circunspección lo
acompañó en cada uno de sus actos: la gravedad del sabio en una conferencia, la sencillez del
amigo en una tertulia, la calidez del maestro en la conversación personal, la comprensión del
padre en el drama humano. Cultivó el buen gusto en el vestir y, también, el buen paladar.
Disfrutó grandemente de los paseos a las playas piuranas y chiclayanas. Amaba al mundo
apasionadamente en sus menudencias cotidianas. Amaba al Perú y a Piura. Con su ejemplo nos
enseñó a saber estar.
Nivel cultural. Don Vicente amaba las Humanidades y seguía los acontecimientos en su
actualidad. Los miraba con la profundidad de quien busca las raíces del acontecer. Seguía con
detenimiento los avatares de la política peruana, conocía los grandes trazos de la literatura
peruana, le tomaba el pulso a las indagaciones históricas de los investigadores peruanos que
habían pasado por la Universidad de Verano de La Rábida, conocía la polémica del pensamiento
peruano entre la Generación del 900 y la generación del Centenario. Nada de lo humano le era
ajeno27 a su interés y nos animaba a tener una cultura amplia. Como gestor de la Colección
Biblioteca Breve de temas actuales, editado por la Universidad de Piura en colaboración con la

25
Idem, p. 37.
26
Idem, p. 39.
27
Expresión popular de Terencio en TERENCIO, Publio. “El atormentador de sí mismo” en Comedias.
México, Porrúa, 1977 p. 81: ACTO PRIMERO, ESCENA 1, CREMES. — Hombre soy, y no tengo por ajenas
las cosas de los hombres. Haz cuenta que te lo amonesto, o si no, que te lo pregunto, para que si ello es
bueno, yo también lo haga, y si no, te lo desaconseje.

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Asociación de la Rábida, invitó a destacados intelectuales a que escribieran en esta Colección.
La filosofía, la economía, la literatura, la historia, la psiquiatría atrajeron su atención y fomentó
su estudio. Era consciente de la importancia de un saber troncal especializado en un profesor,
pero tenía una particular inclinación por la formación cultural que invitara a la
interdisciplinariedad. Admiraba el trabajo del erudito especializado, sin embargo, disfrutaba
más el aporte de los intelectuales quienes, sin abandonar el rigor académico, se involucraban
en los afanes de su época y orientaban el curso de la historia.
Cercanía y calidez. Con la perspectiva de los años, puedo ahora formalizar lo que vi en
los años ochenta y que constituyó uno de los rasgos más destacados de su modo de ser: la
cercanía con alumnos y colegas, la calidez de su trato. Podría decirse de él lo que el profesor
José Ramón de Dolarea decía de su arte: “soy poeta hasta cuando me amarro los zapatos”. Así
fue, en don Vicente, el oficio de profesor universitario: no conocía compartimentos estancos. Es
decir, entre la docencia, la investigación, la asesoría académica, los ratos de cafetería, las charlas
alrededor de una banca, la reflexión profunda o la risa franca no existía solución de continuidad.
Toda esta diversidad de actividades eran manifestaciones propias del quehacer universitario. No
se trataba de actividades superpuestas o cargas odiosas. Eran expresiones que fluían de la
misma fuente originaria: su ínsita vocación universitaria.
Líneas arriba señalé que don Vicente fue un profesor en salida. No se refugiaba en su
oficina, salía en busca de sus alumnos, siempre presto a entablar conversiones sabrosas de lo
inmediato y de lo mediato, de abajo y de Arriba. Solía salir unos minutos antes de que termine
la última clase de la mañana para ir, como todos, rumbo a casa y volver por la tarde. Se sentaba
en una banca, justo en el cruce de caminos hacia las dos playas de estacionamiento que existía
por aquel entonces. Allí esperaba el paso de los alumnos. Muchos se detenían y formaban un
corrillo de alumnos en conversación amena con don Vicente. En más de una ocasión nos repetía:
“un profesor debe salir a sentarse en una banca, esperar a los alumnos y conversar con ellos. Si
los alumnos no se acercan, que reflexione y se pregunte por qué no lo buscan”.
Su jovialidad, sencillez y natural encanto le abrían las puertas del corazón. Llegaba con
facilidad a los alumnos. Era, en el sentido literal de la expresión, una persona amable. Su calidez
atraía, se estaba a gusto con él. Le era fácil hacer amigos. Si Santo Tomas de Aquino afirmaba
que omnis homo naturaliter omni homini est amicus28 (todo hombre es naturalmente amigo de
todo hombre), don Vicente lo encarnaba maravillosamente bien. Hablábamos con el historiador,
con el maestro, con el amigo. Qué fácil nos resultó entender, desde este testimonio, la
centralidad de la asesoría académica y personal como expresión del trabajo universitario. La
asesoría personal, la educación personalizada no fue un ornamento o una carga que se pone
sobre los hombros del ya atareado profesor, sino que lo entendimos como proyección natural
del mismo oficio docente que enseña y forma al alumno.
Auctoritas. El profesor Álvaro D´Ors29 desarrolló las figuras de la potestas y de la
auctoritas en el derecho romano. La potestas es el poder socialmente reconocido, la auctoritas
es el saber socialmente reconocido. La potestas es una investidura formal: profesor ordinario
principal, profesor de la asignatura de Filosofía Política o de Historia Universal. La auctoritas es
una cualidad de la persona, un prestigio intelectual ganado, una integridad moral acrisolada con
el tiempo. Puede suceder que se tenga el nombramiento de profesor, por tanto, se goza de
potestas; pero se puede carecer de auctoritas, es decir, no se tiene la solvencia académica
suficiente ni la integridad moral a la altura de la dignidad conferida. Don Vicente gozaba de
auctoritas a todas luces reconocida por la Academia, por sus discípulos y alumnos.
La auctoritas se gana a pulso, horas y horas de estudio silencioso, mirada atenta a la
realidad, esfuerzo constante por ser cada vez más verdaderos. Un buen profesor exige e inspira,
anima y acompaña, semper plus ultra (siempre más allá). Va delante de sus alumnos y es amigo

28
St. Th. IIa, IIae, Art. 1, 2.
29
D´ORS, Álvaro. Derecho Privado Romano. Pamplona, EUNSA, 3ra. Edición, 1977, & 39. y DOMINGO,
Rafael. Auctoritas. Barcelona, Editorial Ariel, 1999.

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de Platón y de la verdad. Sabe de estudio serio y de lealtad sincera. En su trabajo académico, en
sus investigaciones busca que la verdad se luzca, no lucirse él a base de oscurecer la verdad. En
don Vicente hemos tenido cabal ejemplo de honradez intelectual, ojos abiertos a los problemas
de su tiempo; corazón grande, orientado al diálogo y dispuesto a dejarse sorprender por el
hallazgo de la versad allí donde se encuentre.
Optimismo vital. El optimismo es una virtud que nos lleva a mirar la realidad con
serenidad y alegría. Para el optimista el futuro no está cerrado, abre sus puertas a la esperanza
con la confianza de que lo imposible puede acaecer. Tiene alma de Quijote y se toma en serio el
sentido del humor. Se opone al optimismo, por defecto, el pesimismo; por exceso, el
voluntarismo ingenuo. Don Vicente fue mucho más que un optimista, fue un hombre que vivió
de la esperanza cristiana. Sabía que el Dios cristiano es el Señor de la Historia y que su
Omnipotencia y Bondad están presentes en las acciones humanas. De ahí su arrojo y valentía,
capaz de emprender grandes gestas. Así pensó, así vivió; magnánimo en sus actos, audaz en sus
empresas, sereno en su andar por estas tierras. Estimaba en mucho el carácter alegre de la gente
y, por donde pasó, fue un sembrador de paz y de alegría como lo aprendió de San Josemaría,
fundador del Opus Dei y primer Gran Canciller de esta Universidad.
La fortaleza de ánimo iba de la mano de su desbordante caridad. Porque tenía
esperanza, estaba siempre alegre, en lo fácil y en lo difícil. La palabra de ánimo, la voz de aliento,
la alegría por los logros de los demás coronaron su generosidad y entrega al proyecto de la
Universidad de Piura, uno de sus grandes amores, a cuyo crecimiento dedicó el último tramo de
su vida.
Como tantos profesores peruanos, estoy inmensamente agradecido a don Vicente. Bajo
su magisterio me formé en mis años de estudiante universitario y, luego, en los primeros años
de carrera docente. A él le debo mi dispersión académica. Me llevó a recorrer los diversos
jardines de las Humanidades: el derecho, la filosofía, el periodismo, la economía, la sociología,
la empresa, la política, la literatura, la poesía, la teología. El coctel resultante no es culpa suya,
asumo mi responsabilidad. Un lujo de maestro. Para mí, también han pasado los años y cada vez
estoy más convencido de que las grandes gestas requieren de hombres como Don Vicente que
combinaron el espíritu de geometría con el espíritu de fineza. Sin datos y resultados la institución
no camina. Pero para soñar y querer el Cielo falta, además, corazones enamorados dispuestos a
poner una nota de aventura novelesca en su vida. Nada más animante que la vida novelesca de
don Vicente para llevar a su plenitud la misión de la Universidad de Piura.
Coloco siempre en mi oficina una fotografía de don Vicente y lo pongo como intercesor
ante el Cielo en las aventuras académicas en las que me involucro. Con un poco de su audacia
me doy por bien pagado.

Francisco Bobadilla Rodríguez.


Lima, 3 de septiembre de 2018.

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