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Acerca de la sofística:

«Los grandes sofistas no son: Primero, raros arlequines intelectuales que anuncian ideas abstrusas;
antes bien, representan un nivel formal que realiza el último grado posible de perfección. Los
historiadores tienen razón cuando hablan de los fundadores de la cultura formal en Occidente.
Werner Jaeger ha llamado a los sofistas los “primeros humanistas”. Hegel dice: “los sofistas
incorporan el 'razonador culto por excelencia'”. Por tanto, quien busque analogías actuales para el
fenómeno sofística tendría que hacerlo entre los representantes modernos de la haute littérature.
»Segundo punto: corresponde a la naturaleza de la sofística su difícil identificación; lo destructivo
es especialmente difícil de reconocer en ella. Platón no cesa de intentarlo a lo largo de su vida; en
un Diálogo tardío, titulado “El Sofista”, empieza preguntando qué es en realidad un sofista. Es
conocido que Sócrates pasaba por sofista para un hombre tan genial como Aristófanes, o sea, que
fue justamente confundido con lo que había de más opuesto a su ser. Pero ello significa a su vez,
que Aristófanes no supo reconocer a los sofistas. Aristóteles tiene siempre una definición para la
sofística, y especialmente, el nombre “pseudosabiduría”. El intérprete americano de Platón, John
Wilde, dice: el sofista “tiene la misma apariencia de un filósofo, habla exactamente igual que un
filósofo, se puede decir: se parece mucho más a un filósofo que el filósofo mismo”.
»La sofística es -en tercer lugar- un fenómeno que, como dice Hegel, “reaparece en todos los
tiempos”, y con el que hay que contar en todas las épocas. A la naturaleza de la sofística pertenece
el ser vanguardista; siempre pretende ser lo “ahora” necesario y justo, lo actual, lo moderno.» (Josef
Pieper, Entusiasmo y delirio divino. Sobre el diálogo platónico “Fedro”. Ediciones Rialp, S.A.;
Madrid, 1965; págs.23 y ss.)

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«Si se piensa bien lo que ha dicho Platón sobre los sofistas y cómo los ha descrito, se apercibe
encontes que ha visto, ostensiblemente, en ellos lo peligroso en todas las épocas y que lo ha
denunciado como tal. Existen algunos puntos en la temática de los sofistas que son tan actuales hoy
como en la Atenas del siglo IV. Por ejemplo, después de que Sócrates, acompañado del joven
Hipócrates, ha penetrado en la casa de Protágoras, le pregunta aquél a este hombre qué es lo que se
puede aprender con él. La respuesta reza: conmigo se aprende la manera de ir con éxito por la vida
como hombre privado y como ciudadano, y: esta habilidad es areté, virtud (Protágoras 318 e). El
modelo del hombre se ve, pues limitado a la sola facultad para el éxito; ser justo es tener éxito.
¿Pero está esta representación sofística del ser justo del hombre muy alejada de la idea del hombre
en un mundo en el que se erige a la utilidad en el criterio para cada acción humana y en el que,
expresado menos totalitariamente, es la eficiencia el valor máximo? Bien entendido, se trata en
ambos casos, no de una valoración fáctico-práctica, sino de una programática: todo lo que sirve al
éxito es bueno, todo lo que es un obstáculo malo. Mas, ¿qué es lo que se interpone al éxito? Por
ejemplo, la teoría filosófica, es decir, aquel modo de inclinación hacia el mundo que sólo persigue
una cosa: hallar su referencia para con la realidad; la teoría filosófica sólo persigue la verdad y
“ninguna otra cosa”. La palabra teoría ha sido traducida al latín por Cicerón y Séneca; y la palabra
latina se llama contemplatio. Basta con pronunciarla para que quede claro cuán actual es la tesis
sofística.» (Josef Pieper, Entusiasmo y delirio divino. Sobre el diálogo platónico “Fedro”.
Ediciones Rialp, S.A.; Madrid, 1965; págs.25 y ss.)

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