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EL SER IMAGINARIO

¿Qué es la religión para mí? Es un sistema al que adhieren personas inseguras de su propio discernimiento,
es el estandarte de quienes son incapaces de entender el mundo de manera racional, y es también un
síntoma de pereza intelectual. Es, en pocas palabras, un mal social que puede y debe ser erradicado con el
pensamiento crítico.

“La razón por la cual los mortales están tan sujetos al miedo, es que ven toda clase de cosas que suceden
en la tierra y en el cielo sin causa discernible, y las atribuyen a la voluntad de un dios.” – Lucrecio, poeta y
filósofo romano. (99 – 55 AEC)

ÍNDICE

Prólogo
Capítulo 1: Negación de la razón
Capítulo 2: El sistema de la creencia
Capítulo 3: La mentira más grande jamás contada
Capítulo 4: El Diseño Inteligente
Capítulo 5: Evidencias de inexistencia
Capítulo 6: La farsa más infame
Capítulo 7: El fraude de la fe
Capítulo 8: Moral sin Dios
Capítulo 9: La muerte de Dios (1859)
Capítulo 10: El placebo mental y las pruebas de la insensatez
Capítulo 11: ¿Quién es el ser imaginario?
Capítulo 12: Sobre moral
Capítulo 13: Lucifer, el emancipador
Capítulo 14: El mito reemplaza a la realidad
Capítulo 15: Un misterio basado en ausencias
Capítulo 16: Un sistema manipulador y corrosivo
Capítulo 17: Sobre el ateísmo
Capítulo 18: Comportamientos diferenciados
Capítulo 19: Conclusiones

PRÓLOGO

“El hombre piensa, debe utilizar todos sus sentidos; debe examinar; debe razonar. El hombre que no
puede pensar es menos que un hombre; el hombre que no quiere pensar es un traidor a sí mismo; el
hombre que teme pensar es un esclavo de la superstición.” – Robert Green Ingersoll, veterano de la Guerra
Civil Estadounidense, líder político y orador. (1833 – 1899)

Dios: Ser supremo en las religiones monoteístas. En las politeístas, cada uno de los seres superiores que
actúan sobre la Naturaleza y los seres humanos.

Las leyes de la razón, son al mismo tiempo cualidades de nuestra naturaleza. La lógica es fundamental para
comprender la realidad, ya que funciona como nuestro parámetro de discriminación entre concreto y
abstracto, verdadero y falso, real e irreal, etc. Es también la base del pensamiento no contradictorio y el
medio de la razón. Sin ella nos sería imposible dar sentido a lo que nos rodea. La lógica es también nuestra
herramienta para desarrollarnos como seres pensantes. (1) En ella encontramos nuestra principal virtud y
la guía para el entendimiento de los hechos.

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Pero la razón y las fórmulas lógicas no son nuestro único parámetro, también debemos lidiar con las
pasiones y los paradigmas culturales heredados de ellas. Tal es el caso del pensamiento religioso y la idea
de lo sobrenatural que el adoctrinamiento ha impreso en nuestras mentes. Hemos perpetuado antiguos
mitos e interpretado erróneamente a la Naturaleza y sus procesos, enalteciendo la mediocridad intelectual,
la negación y la credulidad. Hemos entendido como reales a seres devenidos de la ignorancia y el
salvajismo, criaturas imaginarias que violan las leyes biológicas y físicas, sin que eso represente mayor
obstáculo para sostener su existencia.

En este punto podemos preguntarnos: ¿Qué es real y cómo lo definimos?

Existen diferentes interpretaciones de acuerdo al contexto filosófico en que se formule la pregunta. En


reglas generales, podemos decir que hablamos de todo aquello que es corroborable. Hoy sabemos que lo
existente puede ser clasificado en dos categorías: materia o energía. Cuando afirmamos que algo existe,
estamos diciendo que se ajusta a una de las dos condiciones, sino ambas. Los efectos de la existencia
pueden también ser comprobados, de manera que provean información adicional. El viento, por ejemplo,
no es visible, pero sus efectos son cuantificables. Entonces, aquello que pretendemos existente debe ser
materia, energía y/o poder comprobarse los efectos de su existencia. (2)

Si de indagar sobre la existencia de algo se trata, deberíamos, en primer lugar, evaluar qué tan lógico es
como posibilidad. No tenemos conocimiento de ningún ser sobrenatural, salvo por el ideario religioso, que
es, en su totalidad, de origen humano. ¿Qué otro dato poseemos al respecto? ¿Existe algún otro motivo
para considerarlo posible? En mi opinión, no. La idea del dios creador está relacionada con la visión del ser
humano primitivo y su anhelo de explicar aquello que no comprendía de la Naturaleza. La idea de dios no
es sino el resultado del primer intento humano por alcanzar la explicación suprema. Podemos incluso
pensar en este ser incomprobable como un sustituto ante el desconocimiento: una representación en las
mentes de quienes ignoran o niegan los mecanismos físicos y biológicos que dieron origen a nuestro
universo y a la vida en la Tierra.

Las investigaciones actuales eliminan cualquier posible origen sobrenatural para lo existente. Sin embargo,
ni siquiera esto ha destruido la idea de lo sobrenatural, ya que las convicciones religiosas suelen invalidar la
evidencia y enaltecer la credulidad.

Sobre las implicaciones de nuestra existencia en relación a dios, sólo podemos referirnos a los atributos que
se supone definen a dicha entidad: omnisciencia, omnipotencia y omnibenevolencia son las principales. (3)
Los interrogantes que surgen de considerar estas cualidades en el contexto de nuestro universo son
muchísimos:

¿Qué motivaciones podría tener un ser todopoderoso para crearnos, si no posee necesidad alguna? ¿De
dónde proviene esta conciencia eterna, si no es producto de ninguna biología, forma de energía o fuente de
cualquier tipo? ¿Por qué crearía un universo basto pero inhabitable en su mayoría? ¿Qué tan realista es la
hipótesis de su existencia basándonos en nuestra experiencia sobre la Tierra? Estas preguntas han sido mis
motivadores para efectivizar el análisis y evaluar la lógica de atribuirle a una entidad incomprobable la
creación de cualquier cosa.

¿Por qué tomar al cristianismo como referente?

Todas las religiones se basan en ideas no demostradas, ya que su doctrina no se fundamenta en verdades
objetivas. Por ello, ninguna es más verídica que el resto. No se puede afirmar que el verdadero dios sea
Jehová; eso es pura adaptación cristiana; dios es Ala, Odín, Isis, etc. Todo depende de dónde y cuándo
hayamos nacido. Sin embargo, he tomado al cristianismo como el mejor referente actual tanto del
pensamiento mitológico que fomenta la creencia en seres supra terrenales como de los sistemas

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manipuladores a los que dicha creencia da origen. Además, es el modelo religioso más difundido en el
mundo, siendo que tres cuartas partes del planeta se identifican con su doctrina. En Occidente, es
prácticamente la única creencia reconocida oficialmente por los Estados. Es también la doctrina que afecta
nuestras vidas en mayor medida. Por otro lado, desde un punto de vista histórico, tanto Europa como
América han sufrido por su accionar de diferentes maneras.

El SER IMAGINARIO pretende tratar a estos puntos desde mi perspectiva y analizar los métodos utilizados
por la religión, el sistema de pensamiento más falaz y dañino que el ser humano ha creado y padecido.
¿Cuál será es el método de análisis? La razón. ¿Qué me lleva a escribirlo? La firme convicción que desde
siempre he tenido:

“El ser humano debe dejar de buscar apoyos imaginarios e inventar aliados indemostrables; debe
reconocerse y funcionar como la maquina racional más perfecta sobre la faz de la Tierra.”

Se debe entender a la lógica como un parámetro inalienable de la realidad objetiva.


A pesar que los seres sobrenaturales son factibles de ser entendidos como insensatos en términos lógicos,
si pretendemos efectivizar el argumento al respecto de su inexistencia, debemos recurrir a los parámetros
científicos y valernos de la imposibilidad de evidenciarlos a través de lo fáctico, empírico.
Desde Epicuro -filósofo atomista- se ha utilizado la imposibilidad de las características definitorias de los
hipotéticos seres sobrenaturales como pauta para la negación de su existencia

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 1

“Dios, o más bien la ficción de Dios, es pues, la consagración y la causa intelectual y moral de toda
esclavitud sobre la Tierra, y la libertad de los hombres no será completa más que cuando hayan aniquilado
completamente la ficción nefanda de un amo celeste.” – Mijaíl Alexándrovich Bakunin, pensador
revolucionario ruso. (1814 – 1876)

Razón: La facultad del ser humano que consiste en pensar de un modo coherente, el complemento de la
experiencia y la guía para las acciones deliberadas.

El cuestionamiento, en su faceta más primaria, es la base del entendimiento. Somos seres pensantes,
inquisitivos y, por ende, seres racionales. Somos diferentes de otras criaturas que habitan este planeta
porque nuestra naturaleza racional nos separa de las bestias. Sin embargo, hay quienes desconocen esta
cualidad y sostienen ideas engendradas en el desconocimiento y alimentadas por la superstición. Estas
personas se encuentran absolutamente abstraída de la razón, obnubiladas por la idea de una divinidad, de
falsos ideales o de absurdos prejuicios. ¿Por qué hay quienes explican eventos naturales a través de
paradigmas basados en la fe y extrapolados como interpretaciones abstractas sin demostración posible? Tal
vez porque creer es más fácil que pensar; he ahí también porqué hay más creyentes que pensadores. (1)

Gracias a la Termodinámica hoy sabemos que la materia que compone el Universo sólo cambia de forma,
no surge ni desaparece. Por lo tanto, prescinde de un creador para existir. Los científicos están de acuerdo
en que el Big Bang tuvo lugar hace unos catorce mil millones de años. Básicamente, fue el momento en que
una singularidad produjo que toda la materia se expandiera desde un punto de densidad infinita.
Encontramos en este modelo la explicación más aceptada por la Ciencia actualmente y el fundamento físico
del inicio del Universo como lo conocemos. Tampoco tenemos dudas sobre el origen de la vida en la Tierra,
ya que podemos afirmar que el concepto de origen de la vida a través de procesos naturales aleatorios, o
Abiogénesis, es la más acertada y realista explicación al respecto. (2) Incluso la Evolución no es ya una
hipótesis; se han hallado cientos de fósiles no sólo de seres humanos en distintas etapas de evolución, sino
también de muchos otros animales en sus periodos intermedios de desarrollo.

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Si hay quienes explican estos mismos acontecimientos de una manera absolutamente fantástica, debemos
pensar que desconocen y, en consecuencia, crean sus propias estructuras imaginarias. De tal modo,
podemos entender que la necesidad de explicar el mundo por medio de seres sobrenaturales es, entre
otras razones, un síntoma del desconocimiento sobre los procesos naturales y, a grandes rasgos, una
negación de la propia capacidad intelectual.

La razón es la herramienta más efectiva que poseemos para el desarrollo tecnológico, social y cultural. La
Ciencia nos ha brindado el conocimiento para alcanzar ese desarrollo, mismo que nos permitió comprender
sobre la Naturaleza y sobre nosotros mismos. La Ciencia ha construido nuestro entendimiento con base en
el escepticismo, se ha cuestionado la naturaleza de las cosas y nos ha permitido surgir como especie
dominante en este planeta. El pensamiento religioso, en cambio, se sustenta en un conocimiento que se
supone revelado, carente de bases objetivas y orientado a la veneración de seres incomprobables. También
es necesario señalar que la religiosidad jamás ha contribuido con un mejoramiento para nuestras
condiciones. Guerras santas, inquisiciones y demás atentados contra la integridad de las personas, son los
tristes recuerdos de las masacres que este sistema de pensamiento oscurantista y totalitario ha legitimado
durante su historia. (3)

¿Qué tenemos entonces? Una creencia evidentemente infundada, un dios indemostrable, principios
inmorales y contradictorios con nuestra naturaleza. En resumen, una fórmula pensada para personas
desinformadas o intelectualmente rezagadas.

Protágoras de Abdera, filósofo griego, afirmaba que de los objetos conocemos, no lo que son, sino lo que
nos parecen; no la esencia, sino la apariencia. De lo cual se deduce que las interpretaciones no son más que
proyecciones subjetivas construidas a partir de nuestra percepción del mundo. En pocas palabras, no se
infiere lo objetivo a partir de lo subjetivo, o, lo que es lo mismo, no se interpreta la realidad a partir de una
concepción que sólo se desprende de nuestra interpretación. Y la religión hace justamente eso. El sistema
religioso propone la existencia de seres que no podemos percibir o evidenciar de manera alguna; todo
desde el absoluto desconocimiento. Las religiones pretenden inferir lo objetivo a partir de la absoluta
subjetividad.

Toda creencia religiosa es igualmente carente de fundamentos y dañina para el intelecto. El cristianismo, en
particular, ha sido el perpetrador histórico de las más efectivas herramientas de limitación del
pensamiento. Éstas le han permitido subsistir e imponerse:

La fe:

Supongamos que un menor preguntase a sus progenitores sobre el origen de nuestro mundo, e
imaginemos la respuesta que recibiría en una familia asimilada al cristianismo:

“Todo comenzó hace aproximadamente seis mil años. Dios creó la Tierra, al ser humano y a todos los
animales y plantas que habitan en ella, tal como los conocemos hoy. Lo hizo en seis días y al séptimo
descansó.”

Evidentemente esta explicación es pura fantasía y apela a la ingenuidad del menor para obtener credulidad.
Si él no hubiese escuchado semejante historia de pequeño, muy probablemente la misma no tendría efecto
alguno en la adultez. También vemos que en ningún momento se hace referencia a la Evolución o a la edad
real de la Tierra; siendo que hay vida en este planeta desde hace 600 millones de años y que el mismo
existe desde hace unos 4650 millones. Se trata de un argumento propiamente mitológico y carente de
fundamentos, según el cual aparecimos mágicamente hace seis mil años, descartando a Darwin y a toda
evidencia evolutiva desde los primeros homínidos hasta el Homo Sapiens.

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Por otro lado, si los humanos estamos en la Tierra desde hace apenas seis mil años y quienes poblamos el
planeta somos descendientes directos de los creados por dios en un único lugar físico, ¿cómo es posible
que todos los continentes estén poblados, si Pangea, el súper continente que agrupaba América, Europa,
Asia, África y Oceanía, comenzó a separarse hace unos 200 millones de años? Obviamente no podemos ser
descendientes de una única rama de humanos, ya que no habría manera que éstos se hubieran diseminado
a través de los continentes ya separados. La realidad es que cada continente albergó a varios grupos
humanos con disímiles niveles evolutivos.

Comencé afirmando que nuestra naturaleza inquisitiva nos diferencia de las bestias, sin embargo, el
ejercicio de la fe nos hace menos analíticos y nos aleja de la realidad para situarnos en un contexto
supersticioso plagado de imágenes falsas que se apoderan de la cordura. ¿Y qué es la fe después de todo,
sino creer en algo sin necesidad de comprobar nada? Siempre he pensado que la fe es la más grande
excusa para no pensar, el paradigma de la ausencia de cuestionamiento y el principal enemigo del
raciocinio.

La fe se ha transformado en la antítesis del método científico. La Ciencia se basa en el cuestionamiento y la


comprobación, por ello no pregona su verdad, más bien la busca incansablemente. Los conceptos
religiosos, en cambio, no son objeto de análisis; sus bases son inexistentes y no se permiten los
cuestionamientos. Por lo tanto, ubica a las personas en una situación de estancamiento intelectual, en la
que se prescinde del análisis crítico y las respuestas más insignificantes cobran estatus de verdades
incuestionables. El sistema religioso, con sus dogmas y misterios, no ha hecho más que destruir la razón en
nombre de la superstición, tornando retorcidas las más evidentes verdades e imponiendo una versión
desfigurada de la realidad.

La fe no es una virtud, es más bien un inmenso defecto. Mientras menos evidencias se poseen de la
existencia de algo, más fe se requiere para creer en ello. En consecuencia, se es más crédulo, menos
inquisitivo y, en definitiva, más manipulable. Básicamente, la fe limita a las personas y, en mi opinión, las
sitúa en un estado de ausencia de madurez intelectual. Es como si el creyente reafirmara lo que aprendió a
los seis años de edad y no se hubiese cuestionado nada desde entonces.

Debemos reemplazar la credulidad de la infancia por el escepticismo constructivo de la adultez. La fe es


inversamente proporcional al conocimiento y al uso de la razón, por lo tanto, es opuesta a nuestra
naturaleza. No necesitamos inventar un dios en el cual creer, necesitamos creer en nosotros mismos. [Ver
Capítulo 7]

El temor de dios:

“Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal.
“Proverbios 16:6:

El temor lleva al dolor del corazón por el pecado, nos diría San Agustín. Se trata de una advertencia para
quienes pretendan transgredir la ley de dios, pero implica más que temor en el sentido literal, se refiere a
consciencia y reflexión acerca de nuestros actos en presencia de dios.

El cristianismo entiende que sin temor de dios, o consciencia de estar siendo observados, nos sentiríamos
libres de pecar constantemente, ya que nadie ejercería juicio ético sobre nuestro actuar. Esto
implícitamente significa que el libre albedrío es impracticable, yai dios es el la medida del buen actuar, mas
no hay en él sino ánimos de imponer una moral objetiva e incuestionable, estamos entonces frente a una
desnaturalización de las libertades y, por tanto, en ausencia de cualquier posible criterio de autonomía
intelectual. El mensaje es claro: Cuando el amor no funciona, el temor debe inspirarnos respeto.

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Encontramos entonces que la contradicción por oposición entre el temor de dios y el libre albedrio es
evidente. Para el cristianismo, no es el ser humano quien define un criterio ético, sino el parámetro
religioso que determina su moralidad.

Nuestro verdadero sentido del bien y del mal nada tiene que ver con religión. La propia moral se desprende
de nuestras experiencias, no de mitos ancestrales que nada nos dicen de nosotros mismos. No existe
negación más infame ni criterio más perverso que optar por minimizar los valores humanos con el único fin
de promover la insignificancia del intelecto. Y esto es precisamente lo que el cristianismo busca a través de
la fe y el temor de dios: seguidores fácilmente influenciables. [Ver Capítulo 8, 12]

Pero la verdad es que tenemos la potestad sobre este planeta, nuestra capacidad cognitiva nos pone en
superioridad de condiciones con respecto a toda forma de vida en él. Incluso podemos concluir que somos
la mayor autoridad de este mundo. No existe nada superior a nosotros. Ya no estamos en el oscurantismo,
en la ignorancia de creer que todo es atribuible a dioses y demonios. La Ciencia existe, y el conocimiento
está al alcance de la mano. ¿Por qué entonces no tomar las riendas de nuestro propio destino e ignorar los
criterios absurdos? Tal vez porque esto es lo que la religión nos cercena en primera instancia. No nos
equivoquemos, el peor daño que la religión provoca, además de impedir la maduración intelectual, es el
transmitir ideas que no son analizables, dado que se entienden como sagradas. No se permite ir más allá de
estas ideas, ya que se estaría negando el principal precepto: la fe.

La manera en que el cristianismo interpreta el relato bíblico se basa en su propia necesidad de subsistencia.
Conceptos como la fe y el temor de dios, son el resultado de dichas interpretaciones. Estos criterios se
transmiten con el único fin de inculcar la necesidad de reverenciar a hipotéticas fuerzas sobrenaturales que
se supone actúan sobre nosotros. Tal necesidad impuesta, resulta ser el factor determinante para la
adopción de creencias y la consecuente abstracción del contexto real que las mismas representan. Y
precisamente como resultado de este proceso, cuando la negación es asimilada y se afianza en el individuo,
toda situación de índole cotidiana pasa a ser entendida como el resultado de la voluntad de un dios; y así,
gracias a la asimilación, las razones de todo a nuestro alrededor se asumen como ajenas al entendimiento
humano, lo que indefectiblemente deviene en la anulación del cuestionamiento.

¿Qué puede ser más apropiado para sostener un fraude que apelar al accionar de seres cuyo propósito nos
es desconocido? En esta minimización intencional del pensamiento crítico se evidencia una de las
principales causas del estancamiento intelectual que las religiones fomentan y legitiman en nombre de su
propia subsistencia.

No podemos tampoco olvidar que el cristianismo es, en todo el planeta, uno de los más efectivo placebos
sociales y la principal razón por la cual muchos conflictos se han llevado a cabo. Por otro lado, la Biblia ha
pasado a ser el pretexto para los más inmorales actos realizados en nombre de lo intangible, así como el
más difundido de los textos dogmáticos en la Historia.

La Biblia resulta ser una compilación de 66 libros, escritos por más de 40 diferentes autores. Fue realizada y
recopilada a lo largo de aproximadamente 1500 años, comenzando en el año 1513 AEC, y finalizando
alrededor del año 98 de la era común. Hoy en día, el 90 por ciento de la población mundial tiene acceso a
ellas, gracias a la inmensa difusión del cristianismo.
Cabe destacar el vuelco que las Biblias actuales han dado para ajustarse a una explicación más realista de la
creación. Las versiones actuales reconocen el tiempo que fue necesario para que se formara la Tierra, así
como también para que pudieran explicarse los restos fósiles de animales que desaparecieron hasta la
actualidad -como los dinosaurios y muchos animales marinos prehistóricos. Así, las Biblias actuales dejaron
de lado los tradicionales seis mil años, para referirse a millones de años o a miles de millones de años. Con
estas aclaraciones y adaptaciones, la Biblia se destruye a sí misma, peca de contradictoria e inverosímil.

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Pero más allá de las imprecisiones y contradicciones bíblicas, la explicación más realista que tenemos sobre
el origen del Universo sigue siendo el Big Bang. Ahora bien, supongamos que existiese un ser sobrenatural
que lo hubiera originado -teoría creacionista del Diseño Inteligente. [Ver Capítulo 4] Simplemente, no
podríamos saberlo; y éste es el punto precisamente. De existir, dicha entidad sería absolutamente
irrelevante para nosotros, ya que no poseemos evidencia alguna de su existencia. La idea del dios
verdadero y creador de todo es mera palabrería de sus propios artífices. ¿Y quiénes son éstos sino los
mismos seres humanos? No es dios quien crea al ser humano, sino el ser humano quien fantasea que lo
sobrenatural existe.

Lamentablemente vemos a diario cómo la superstición sigue invadiendo cada rincón de este mundo.
Inunda de mitos nuestras vidas, fomentando criterios contradictorios y abstractos que se presentan como
la explicación suprema a todos los interrogantes y terminan por impedir cualquier cuestionamiento.

El ser humano que no es movido por la razón, sino por una motivación banal y absolutamente opuesta a su
naturaleza, se destruye a sí mismo y aniquila su esencia pensante. La superstición únicamente sirve para
transformarnos en defensores del sometimiento y adoradores de la falsedad.

En el año 1950, Albert Einstein escribió en su obra “Out of My Later Years”: “Creer es más fácil que
pensar. He ahí la razón de que haya más creyentes.” Reseña: (New York: Biblioteca filosófica, 1950), p. 27.

Existen diferentes teorías acerca del origen de la vida en la Tierra. Una de ellas implica a factores bióticos
que llegaron al planeta en los primeros estadios de su desarrollo. De todas formas, no existe otra
explicación científica para la existencia de dichas formas primigenias, más que la vida desde la no vida.

La ética cristiana sostiene una moral objetiva e incuestionable, producto del entendimiento de los
designios divinos. Todo acto contrario a lo que se entiende por mandato de dios es condenable, mientras
que la fe implica un actuar consensuado.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 2

“La superstición y la tiranía han invadido el mundo; hacen de él un calabozo tenebroso, en el cual el
silencio no es turbado más que por los clamores de la mentira o los sollozos que la opresión arranca a los
cautivos. Estas dos furias, siempre vigilantes, impiden que la luz se abra paso en su sombría morada; no
soportan de ningún modo que se esclarezca o conforte a los esclavos, a quienes la ignorancia, el terror y la
credulidad mantienen encadenados a sus pies. Por orden de ellas, la impostura, sentada en la entrada de
esta cárcel, embriaga a sus víctimas desde la infancia, con el brebaje del error; estos desgraciados quedan
toda su vida bajo los efectos del filtro venenoso; subsiste en ellos, para siempre, una debilidad o una
demencia habituales, de las cuales se aprovecha la autoridad para encadenarlos.” – Paul Henry Dietrich
(Thiry) barón d’Holbach, filósofo materialista francés. (1723 – 1789)

Libre Albedrío: Criterio según el cual los seres humanos tienen el poder de elegir y tomar sus propias
decisiones. Es la potestad de actuar por elección y decisión.

El creyente entiende que los mandamientos de dios son una expresión necesaria de su naturaleza, no como
designios arbitrarios, sino como un reflejo de su carácter y el fundamento de su actuar. Se basa también en
la convicción de que esto brinda una base adecuada para afirmar la existencia de valores y deberes morales
implícitos. La idea de una moral objetiva e incuestionable de origen divino suele ser el fundamento de la
posición absolutista que el cristianismo demuestra frente a los factores de cambio social. Es precisamente
en este concepto que se basa el sistema de adoctrinamiento religioso, en no dejar posibilidad alguna al
libre albedrío, en crear una idea de moralidad por pertenencia y coincidencia, no por nuestras acciones. A

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los ojos del religioso, es moralmente correcto quien cree en dios, pero no necesariamente quien hace el
bien absteniéndose de venerar a seres sobrenaturales.

Si el ser humano fuese incapaz de comprender sus propios actos y responsabilizarse por las consecuencias
de los mismos, entonces no existiría motivación alguna para hacer el bien. Pero, ¿es tal la situación de la
humanidad? ¿Escapa nuestro accionar al entendimiento? ¿Es imposible para nosotros encontrar una ética
personal?

Pienso que todos poseemos una ética personal definida y única, independiente de cualquier criterio
ideológico. Los planteos de moral objetiva que pretenden ser el paradigma del buen actuar no son más que
una estructura de fondo para delinear estándares éticos engendrados en la necesidad primaria del sistema
religioso: perpetuar su propia estructura jerárquica dentro de la sociedad. Aquí comenzamos a percatarnos
que, evidentemente, la imposición encubierta y la negación de nuestros instintos son constantes en dicha
estructura. Veamos, por ejemplo, los pecados capitales:

Los pecados definidos por el cristianismo son rasgos que hacen a la naturaleza humana; no tienen la más
mínima calidad de malignos. Avaricia, envidia, gula, ira, lujuria, pereza y soberbia, son todas conductas o
inclinaciones muy humanas, y las experimentamos a menudo. Estos lineamientos, tratados como
definiciones de lo que no debería ser, no son sino un medio para desnaturalizarnos y ubicarnos en una
situación que se contradice con nuestra esencia, (1) lo que equivale a vivir con temor de actuar en
consecuencia con nuestros instintos.

La religión es un sistema manipulador que crea en las personas la necesidad de algo que realmente no
necesitan. No hay en nuestra realidad cotidiana dilemas de naturaleza sobrenatural, y todas las respuestas
que la religión pretende darnos suponen pertenecer a esa esfera precisamente. La religión cristiana es
particularmente contradictoria, ya que establece criterios irreales, irracionales e inmorales. Sin embargo,
sostiene un discurso que pareciera reflejar un compromiso con el bien común; algo que, evidentemente y
salvo contadas excepciones, dista de ser la pauta de comportamiento para la gran mayoría de creyentes.
Esto dificulta comprender la inmoralidad que muchos de ellos implican en los ateos, alegando que éstos no
poseen restricciones éticas, cuando, como sabemos, el ser humano obtiene los límites de sus actos al
considerar las consecuencias de los mismos; sólo así se determina la propia moral.

Pero más allá de las contradicciones de la filosofía cristiana, es sorprendente que luego de miles de años
bajo el temor y el adoctrinamiento, los creyentes no intenten ir más allá de las imposiciones y continúen
trasmitiendo ideas inertes que nada tienen que ver con nuestra realidad. No hay manera más contundente
de negar nuestra naturaleza que optar por no pensar, porque el pensamiento es nuestra principal
herramienta de supervivencia; negarla es negarnos a nosotros mismos. (2)

Los argumentos religiosos no pueden ser una guía objetiva, ya que se basan en dogmas, en argumentos de
fe; mismos que, de por sí, no remiten significado, ya que es imposible desmentirlos o demostrarlos
empíricamente. Siguiendo un razonamiento lógico, podemos concluir que la mejor explicación para algo, si
es que hay más de una, es siempre la más sencilla de ellas; por lo tanto, la explicación más razonable sobre
si existe o no alguna entidad que pudiera habernos creado, teniendo en cuenta la nula evidencia al
respecto, será siempre que no. (3)

Irónicamente, se suele afirmar que la existencia de dios es la explicación más razonable para todo lo
existente. En realidad, este argumento es una falacia. Para que cualquier cosa se transforme en la mejor
explicación de algo debe, en primer lugar, cumplir el requisito de explicar aquello en cuestión. La existencia
de una entidad sobrenatural no explicaría nada en particular. La existencia de tal ser plantearía, en
definitiva, más interrogantes que respuestas. Sostener una convicción, no habiendo analizado la naturaleza
de las cosas, equivale a pereza intelectual.

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Sobre el dios de la Biblia:

Si analizamos objetivamente las Escrituras, especialmente los textos que corresponden al Antiguo
Testamento, nos encontramos con la descripción de un dios vengativo y capaz de un extraordinario
despliegue de criminalidad. El creador que plantea el cristianismo se puede clasificar en dos categorías
posibles: Es un ser sádico, que disfruta de observar nuestros intentos de auto represión por temor a un
castigo, o bien, se trata de un creador inepto, que censura en su obra las imperfecciones que son su
falencia en primera instancia. De haber sido creados, nosotros no pedimos serlo, no tuvimos elección, y
cada falencia nuestra sería la suya propia.

Una de las más significativas muestras de maldad deliberada del dios bíblico es, sin lugar a dudas, la idea
del Infierno. Se trata de un lugar de tormentos y penurias, donde se infligiría sufrimiento de manera
intencional, y dios nada haría por detenerlo. De eso se trata el Infierno, de causar dolor por el dolor mismo,
de atormentar a los condenados sin posibilidad alguna de absolución. Me pregunto: ¿Qué pecado es tan
grave como para justificar un tormento semejante? Después de todo, cuesta imaginar que un ser humano
pudiese cometer actos tan malvados como los perpetrados por mismo dios bíblico. Éste, sobre todo en el
Antiguo Testamento, promueve acciones aberrantes y censura actividades totalmente banales en nombre
de una doctrina absurda y totalitaria, así como un muy marcado desprecio por la mujer:

Zacarías 14:1-2

“Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y serán
saqueadas las casas, y las mujeres violadas.”

2 Samuel 12:11

“He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomare las mujeres delante de tus ojos y las
daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres en la cama a plena luz del día.”

Éxodo 21:20-21

“Y si alguno hiriere a su ciervo o cierva con palo, y muriere bajo su mano, será castigado, más si sobrevive
por un día o dos no será castigado porque es de su propiedad.”

Deuteronomio 25,11-12

“Cuando dos hombres peleen uno con otro, y se acercase la mujer de uno para librar a su marido de los
golpes del otro, y alargando su mano asiere sus partes vergonzosas, le cortarás entonces la mano. No le
tendrás ninguna lástima.”

Deuteronomio 21,15-17

“Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales ama y a la otra no, y ambas le dan hijos, si resulta que
el primogénito es de la mujer a quien no ama, el día que reparta la herencia entre sus hijos no podrá dar el
derecho de primogenitura al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del hijo de la mujer que no ama, que es
el primogénito.”

Oseas 1,2-3

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“Dios dijo a Oseas: Ve, y toma por esposa a una de esas mujeres que se entregan a la prostitución sagrada y
ten hijos de esa prostituta; porque el país se está prostituyendo al apartarse de Dios. Fue, pues, y tomó por
esposa a Gomer hija de Diblain, la cual concibió y le dio un hijo.”

Salmo 137:9

“Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña.”

Jeremías 19:9

“Y les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y cada uno comerá la carne de su amigo.”

Levítico 12,2-8

“Cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará inmunda durante siete días; será inmunda como
en el tiempo de sus reglas. Permanecerá 33 días purificándose de su sangre, pero si da a luz una niña,
quedará inmunda dos semanas y permanecerá 66 días purificándose. Al cumplirse los días de su
purificación, sea por niño o por niña, presentará al sacerdote un cordero de un año como holocausto, y un
pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado, Y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura.”

Zacarías 14:1-5

“He aquí, el día de Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos. Porque yo -Jehová- reuniré
a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y
violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, más el resto del pueblo no será cortado de la
ciudad.”

Deuteronomio 22:28-29

“Cuando algún hombre hallare a una joven virgen que no fuere desposada, y la tomare y se acostare con
ella, y fueren descubiertos; entonces el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta
piezas de plata, y ella será su mujer, por cuanto la humilló; no la podrá despedir en todos sus días.”

Deuteronomio 22:13-21

“Cuando alguno tomare mujer, y después de haberse llegado a ella la aborreciere, y le atribuyere faltas que
den que hablar, y dijere: A esta mujer tomé, y me llegué a ella, y no la hallé virgen; […] Mas si resultare ser
verdad que no se halló virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la
apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en casa de su
padre; así quitarás el mal de en medio de ti.”

Deuteronomio 22:22

“Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se
acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.”

Deuteronomio 22:23-24

“Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con
ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no

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dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en
medio de ti.”

Es un hecho que la mayoría de los relatos bíblicos tienen que ver con guerras, muerte, violaciones y
asesinatos. Sin embargo, dios no aparece en el relato como un ser amoroso que intenta apalear estos
males, al contrario, resulta ser quien los promueve en mayor medida. En la fábula del diluvio universal, por
ejemplo, aniquila a toda la humanidad sólo por imponer su criterio ético, al estimar que la maldad humana
era demasiada o que no había en las personas intenciones de aceptar su doctrina. ¿No es esto ausencia de
madurez, autoritarismo y egocentrismo? Este relato nos describe a un dios inmoral, que castiga a muchos
por los pecados de pocos, que incluso promueve la tortura y el maltrato, que elimina sin miramientos a
quienes no le rinden culto, tan solo porque posee el poder de hacerlo.

¿Cómo podemos reconciliar la violencia bíblica con la idea de un dios misericordioso? ¿Debemos ver
bondad en la monstruosa crueldad de una entidad despiadada? Jehová nos propone una existencia terrenal
plagada de penurias e injusticias, jamás ofrece solución alguna a tales males, sino tan solo una promesa;
pero la misma está condicionada a que adoptemos la fe como medio, a que encontremos virtud en la
inmoralidad, gozo en la ausencia y regocijo en la credulidad.

Algunas personas toman muy en serio esta promesa y suponen que sus almas disfrutarán de una eternidad
en el Cielo junto a dios; otros, ante la duda, optan por fingir creer. De eso se trata el siguiente planteo:

Sobre la apuesta de Pascal:

Blaise Pascal fue un filósofo, matemático y científico francés, considerado una de las mentes más
prodigiosas de la Historia. Él formuló un argumento en el cual analizaba las consecuencias de creer o no en
dios. Lo ideó para utilizarlo cuando se diese alguna discusión en la que su creencia fuese cuestionada. Su
planteo era el siguiente:

“Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su
voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el
error y la calamidad. Su razón no está más dañada, eligiendo la una o la otra, puesto que es necesario
elegir. He aquí un punto vacío. ¿Pero su bienaventuranza? Vamos a pesar la ganancia y la pérdida, eligiendo
cruz para el hecho de que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si usted gana, usted gana todo; si usted
pierde, usted no pierde nada. Apueste usted que él existe, sin titubear.”

De lo que se sigue:

Si se cree en dios y no existe, tras la muerte no se pierde ni gana nada.


Si se cree en dios y existe, tras mi muerte se gana la vida eterna.
Si se duda de dios y no existe, tras la muerte no se gana ni pierde nada.
Si se duda de dios y existe, tras la muerte se gana la tortura eterna en el Infierno.

Si bien es un planteo lógico, es igualmente falaz:

El primer inconveniente es que no contempla el verdadero sentimiento o convicción del hipotético


creyente. Nadie puede optar por creer en algo, ya que no estaría creyendo realmente; además, ¿cuál sería
la motivación? Absolutamente ninguna, salvo el temor a represalias por no hacerlo. Por otro lado, el plateo
implica la anulación de una de las condiciones definitorias de dios: la omnisciencia. El hecho de optar por
creer sin estar sinceramente persuadido por el objeto de dicha creencia, equivale a fingir una convicción, y
esto requiere no ser desenmascarado para así evadir el consecuente castigo. No es posible creer en lo que

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se considera absurdo; esto equivaldría a un autoengaño, y no sería, en efecto, un acto de creencia, sino tan
solo una pueril especulación.

Podemos también entender este proceso como una paradoja moral, ya que implicaría la aceptación del
engaño para sostener una postura legítima ante los ojos de dios. Entonces, si bien, uno podría suponer que
un individuo especulador merecería más un castigo que una recompensa, este argumento sostiene la
legitimidad del método especulativo, incuso como basamento para ser recompensado. Esto es, tal como si
no existiesen diferencias entre una convicción y la actuación de la misma. Por último, el razonamiento sólo
tiene validez desde el punto de vista creyente, ya que un escéptico lo descartaría de plano, dado que, al no
creer en dios, toda consecuencia del actuar divino, ya sea para bien o para mal, le sería absolutamente
indiferente.

Así como no se puede elegir creer, tampoco se puede creer sin un fundamento, y muchos creyentes hacen
justamente eso. Hay quienes dicen creer en dios porque nadie puede probar que el mismo no existe. Desde
ya, este razonamiento es inválido, dado que la carga de la prueba siempre recae sobre quien la sostiene, no
sobre quien la niega. (4)

Sobre el pensamiento circular:

El razonamiento rudimentario e inconsistente es la herramienta que el creyente posee para comprender la


realidad. Las interpretaciones de estas personas suelen estar basadas en la fe, la imaginación y los deseos,
pero excluyen el análisis crítico.

El pensamiento circular consiste en volver al punto de partida sin indagar absolutamente nada, pero
creyendo haber fundamentado un hecho. Es algo así como sustentar un argumento en la auto afirmación
de quien lo realiza. Si esta lógica fuese correcta, deberíamos tomar por cierta cualquier afirmación que se
auto proclamase como tal, incluso si sólo fuera la opinión de quien argumenta. Se trata de uno de los
errores más comunes que quienes se basan en la fe cometen. Ejemplo:

A – ¿Cómo sabes que la Biblia es verídica?

B – Porque es la palabra de dios.

A – ¿Y cómo sabes que es la palabra de dios?

B – Porque la Biblia así lo dice.

Cuando los sistemas de pensamiento no son coherentes, mal podemos esperar una respuesta razonable de
quienes los practican. El pensamiento religioso está en contradicción con el normal desempeño de nuestro
proceso cognitivo, porque niega la posibilidad de la conclusión, impidiendo así que los eslabones de la
cadena analítica avancen y retrotrayendo la idea hasta su punto de partida, una y otra vez.
El cristianismo y su influencia:

Las teorías son verificadas al ponerse en conexión con su demostración; la imposibilidad de la misma no
implica una segunda explicación infundada. Si no se posee una aproximación científica para un
determinado suceso, es ilógico concluir que una explicación imaginada sea probable sólo por carecer de la
primera. Todo lo afirmado está sujeto a verificación; quien afirma un hecho está obligado a fundamentarlo.
Pero esta fundamentación precisa bases de algún tipo, no basta el no tener un mejor argumento. Por ello
no podemos sostener la existencia de un ser sobrenatural basados en la ausencia de respuestas o en la
simplificación del proceso deductivo acerca de nuestro origen. Nada que se pueda considerar sobrenatural
ha sido verificado jamás y tampoco poseemos elementos de juicio válidos para afirmar su existencia.

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Podemos entender que la suposición de tales seres se basa en un análisis incompleto, intuitivo y alejado de
la razón.

Otro aspecto que deja en evidencia el planteo defectuoso del cristianismo, es el hecho de que para ser
considerado moralmente correcto no es necesario ser caritativo, afectuoso o una persona de bien, sino
simplemente alguien funcional al sistema que el credo propone. Es como si creer en dios preservara al
creyente de las consecuencias de sus propios actos, ya que el Juicio Final, el Infierno y otros tantos,
parecieran sólo acarrear consecuencias negativas para quienes descreen o desconocen la doctrina bíblica,
sin importar las características éticas que estas personas puedan poseer.

Todas las religiones fueron, desde que las sociedades desarrollaron una organización política y jurídica, el
sustento de los Estados; mismos que, a su vez, fortalecieron a las religiones. Este sistema reciproco
fundamenta la legitimidad del soberano, los derechos de propiedad y muchos otros mecanismos y
convenciones sociales. El cristianismo, en particular, ha ido mucho más allá, monopolizando la educación, el
arte y las libertades individuales; imponiendo hipotéticas leyes universales incuestionables; clasificando lo
bueno, lo malo y lo punible; haciendo de juez y verdugo. [Ver Capítulo 6] Más aún, la religiosidad
transforma a los seres humanos en criaturas insignificantes que no poseen mérito propio ni valor alguno
frente a una entidad sobrenatural de improbable existencia. Es común oír frases como “si dios quiere” o “el
hombre propone, dios dispone”. Este tipo de enunciados, sólo enfatizan que el ser humano no pone nada
de sí, no decide, no hace, no piensa; se trata de verdaderas declaraciones de conformismo. El mérito de los
logros es propio, al igual que el esfuerzo, la astucia y la planificación. En todos los aspectos el ser humano
hace, deshace y transforma su propia vida en un reflejo de sus inquietudes y anhelos. Atribuir dichos logros
a un ser insostenible desde la razón, denota una inequívoca abstracción del contexto real.

Es también necesario recordar el odio exacerbado hacia el conocimiento que el cristianismo ha demostrado
históricamente. El daño que la religión cristiana ha provocado es inmenso. Gracias al catolicismo se han
atrasado investigaciones científicas desde la época de Copérnico hasta la actualidad. Sólo basta con
imaginar cuántas invenciones científicas serían hoy una realidad si la censura al conocimiento no hubiese
existido. Por otro lado, es indisimulable el apego al poder que el catolicismo ha demostrado desde sus
inicios. La Inquisición, así como guerras santas y colonizaciones, han sido métodos para la expansión
geográfica o ideológica, llevadas a cabo en complicidad con los gobernantes de turno. Poco tenían que ver
con la difusión basada en verdades o el hipotético bien común que profesaron como fundamento para tales
campañas. Toda crítica o ánimo de cambio fueron siempre silenciados, demostrando un autoritarismo y
absolutismo ideológico pocas veces visto en la historia de la humanidad.

Los personajes más perversos imaginables: papas, obispos y cardenales, así como una inmensa variedad de
representantes de la política íntimamente relacionados con los mismos, han demostrado una inmoralidad
extrema; misma que la Iglesia no dudó en avalar, camuflar e incentivar en nombre del inmenso rédito
económico y político que dichas prácticas le significaron. Hechos vandálicos, como la destrucción de la
Biblioteca de Alejandría o la imposición de la doctrina cristiana a los indígenas americanos, son un recuerdo
imborrable del desprecio que el cristianismo ha manifestado por la Ciencia, el conocimiento y los derechos
de las personas.

El monopolio ideológico del catolicismo afecta al mundo entero. En América Latina, esta doctrina
desempeña un papel preponderante en la sociedad, y se caracteriza por ser un instrumento de peso para el
manejo de las personas. Aquí, el catolicismo se ha impuesto por sobre otros cultos, asimilando fieles de
manera masiva y generando confianza en las clases bajas por medio de un muy marcado énfasis en
supuestos valores relacionados con la defensa del desamparado.

En el catolicismo existe un consenso más bien débil sobre la importancia de dios o la constancia en el
cumplimiento de los ritos. Salvo en las variantes más dogmáticas, como el opus dei, los anglicanos y otras

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ramificaciones fundamentalistas de menor trascendencia, el católico promedio no posee una convicción
firme o interpreta el mundo desde su creencia. El catolicismo es, hoy por hoy, prácticamente una
convención social; una filiación que deviene de parámetros culturales o hereditarios, sin mayor significancia
fuera de este contexto.

El evangelismo, a diferencia del catolicismo, propone una visión más teocentrista. Además, sostiene un
consenso fuerte sobre la importancia de la veneración a dios. Todas las ramas del cristianismo protestante
comparten una visión de trascendencia espiritual, de legitimación de los ritos y de divulgación ideológica. El
evangelismo, aunque menos relevante en el pasado, es tanto o más dañino que el catolicismo en la
actualidad. Es uno de los sistemas de manipulación ideológica más difundidos en el mundo. La
exacerbación del fanatismo y el absoluto apego del individuo a las Escrituras, se han transformado en los
rasgos distintivos de este sistema dogmático. [Ver Capítulo 11]

Existe, en la doctrina evangélica, una muy marcada tendencia anti-evolucionista. De hecho, el Creacionismo
es el resultado más notorio de dicha visión. Se trata de un sistema pseudocientífico basado en una
colección de teorías, cuyo principal representante es el Diseño Inteligente: [Ver Capítulo 3, 4] una serie de
postulados basados en desarrollos teóricos de marcada contraposición con la Biología Evolutiva. [Ver
Capítulo 3, 9]

En los Estados Unidos, algunas ramas del protestantismo evangélico han promovido una doctrina anti-
darwiniana, boicoteando la enseñanza de la Evolución en las escuelas. Esto ha provocado que muchos
institutos educativos en aquel país enseñen una versión desdibujada de la Evolución y la presenten como
una mera especulación ante la versión creacionista.

El cristianismo es una gran fuente de infección cultural. Ha demostrado ser tan despiadado como el más
formidable enemigo de la humanidad: se ha cerciorado de destruir los valores intelectuales, éticos y las
libertades individuales; ha censurado a la Ciencia, negado el sentido común y desnaturalizado lo natural
para tornarlo pecaminoso. En el mundo entero la religión cristiana ha sectorizado y dividido a las personas,
las ha enfrentado y ha provocado más muertes inútiles que cualquier otra línea de pensamiento en la
historia de la humanidad.

La Naturaleza no conoce de parámetros divinos. Mientras que en la Biblia el pecado es descrito como una
transgresión a la ley de dios, toda conducta que nos brinda satisfacción y responde a nuestras inclinaciones
naturales no transgrede ley natural alguna. Por tanto, podemos afirmar que no existe parámetro o
argumento ético que sustente dicha penalización como ley natural o humana. Se ha inferido que la idea de
los valores morales implícitos en nuestra naturaleza nos clarifica al respecto de la necesidad de un origen
divino para ellos; esto ha sido históricamente utilizado por el cristianismo como puente para la imposición
de hipotéticos valores en la sociedad. La filosofía ateísta es incompatible con la idea de una moral objetiva.
El ateo no infiere un sentido de obligación moral implícita, sino que fomenta una moralidad individual. El
ateo posee su sentido ético personal, basado en la consciencia de las consecuencias de sus propios actos.

En algunos sistemas filosóficos, el pensamiento es tanto razonamiento como entendimiento. No se


distingue el acto inherente de pensar del concepto premeditado de razonar; se interpreta que ambos son,
en sí mismos, nuestro parámetro de funcionamiento como seres humanos.

La navaja de Ockham es un principio filosófico postulado por Guillermo de Ockham, según el cual, cuando
se tienen dos teorías, en igualdad de condiciones y con las mismas consecuencias, la más simple de ellas
tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. Es uno de los principios más utilizados por el
ateísmo.

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El onus probandi (o carga de la prueba) es una expresión que señala cuál de las partes está obligaba a
probar un hecho en un juicio. Su fundamento es un viejo aforismo: “Lo normal se presume, lo anormal se
prueba.” Básicamente significa que quien afirma un hecho está obligado a demostrarlo. Es, junto con la
navaja de Ockham, un argumento por excelencia del ateísmo.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 3

“¿Cuál es la probabilidad de tal complejidad? ¿Cómo sabemos que algo es demasiado complejo para
haber surgido espontáneamente? ¿Cuál es el origen de dicha complejidad? Los creacionistas explican la
complejidad de las formas vivas, que contemplan como absurdamente improbable, y postulan por ello un
creador. Que este creador tenga que ser de una complejidad enormemente mayor y mucho más
improbable que las formas de vida que creó no parece preocuparles. Pero es de lo más natural preguntarse
lo mismo del creador que de sus presuntas creaciones. Poniendo sobre la mesa una carta recursiva similar a
la jugada contra el argumento de la causa primera, preguntémonos sobre el origen de la complejidad del
creador. ¿Cómo surgió? ¿Existe toda una jerarquía de creadores, cada uno creado por un creador de orden
superior, y todos ellos, excepto los más inferiores (nosotros), creadores a su vez de otros creadores de
orden inferior?” – John Allen Paulos, profesor de matemáticas y escritor estadounidense. (4 de Julio de
1945)

Las investigaciones actuales nos indican que hace catorce mil millones de años un suceso puso el Universo
en marcha. Se trata de la gran expansión de materia: el Big Bang. Técnicamente, hablamos de la
conformación del Universo desde una singularidad primigenia. Fue el nacimiento de cada estrella, planeta y
galaxia. No obstante, para el cristianismo, al igual que para tantos otros cultos religiosos, la existencia de
nuestro universo se debe a la voluntad de una entidad sobrenatural. Esta idea, a diferencia de la explicación
científica, no posee fundamento alguno, y a pesar de ello sigue tan vigente en la mente del creyente como
en los tiempos del oscurantismo.

Como sabemos, el pensamiento intuitivo equivale a una respuesta no razonada. El acto de pensar debe
tener un carácter reflexivo si se pretende dar una respuesta acorde a las interrogantes de la vida. Dicho
esto, podemos entender que el explicar todo por medio de mitos, como sucede con nuestra existencia y la
de nuestro universo, responde únicamente a la tergiversación de las ideas propia del pensamiento
rudimentario al que los sistemas religiosos nos han acostumbrado.

Me pregunto: ¿Debe el ser humano conformarse con explicaciones tales que ridiculizan su intelecto?
Increíblemente, muchos así lo hacen; basan sus vidas en toda clase de fantasías mitológicas. (1)

Las respuestas que la humanidad necesita no se encuentran en la religión; es más, ésta no brinda
respuestas en absoluto, sólo actúa como muleta imaginaria para personas intelectualmente rezagadas o
emocionalmente vulnerables.

Nuestro desarrollo como especie se fundamenta en la praxis humana, o acción del ser humano sobre la
Naturaleza. (2) No es el medio o el Universo lo que nos define, sino nosotros quienes definimos nuestro
entorno desde la práctica. Todo es interpretado a partir de nuestra percepción. Somos seres sensoriales,
inquisitivos, y precisamos la evidencia como puente para el conocimiento. Uno de los más graves errores de
la humanidad es intentar explicar su propia existencia por medio de supuestos, en lugar de buscar
verdaderas respuestas, de basarse en criterios de verdad obtenidos a través de un proceso racional. Y uno
de los más notorios intentos por explicar la existencia del Universo de manera no científica es, sin lugar a
dudas, el Creacionismo.

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El principal argumento creacionista al respecto, es que la complejidad del Universo sólo puede ser
explicada por medio de un creador y que la altísima improbabilidad de que las condiciones ideales para que
surgiera la vida se dieran por sí solas da cuenta de la existencia del mismo.

Los creacionistas interpretan que la complejidad es una característica que se aprecia en todas las entidades
biológicas sin consideraciones de cambios, mutaciones o situaciones particulares del entorno. Es decir que
no diferencian los sistemas biológicos entre sí, porque entienden que todos poseen una complejidad
específica irreductible. Por su parte, los evolucionistas interpretan que los organismos son consecuencia de
un proceso de transformación y adaptación paulatino, que es también el motivo de dicha complejidad.

Podemos decir que para definir la complejidad de cualquier entidad biológica, ésta debe ser susceptible de
un análisis absolutamente objetivo, ya que si un sistema es intrínsecamente complejo, y tal condición no
deviene de un estado anterior, la misma sólo puede deducirse por medio de la comparación del sistema en
cuestión con otro similar. En este punto debemos preguntarnos: ¿Cómo se aparta el Creacionismo de toda
subjetividad para atribuir complejidad a las entidades biológicas, afirmando incluso que las mismas no
pueden ser producto de un estado más precario en sus etapas iniciales? ¿Qué criterio totalmente
despojado de características interpretativas puede objetivamente determinar que algo es complejo de por
sí, mas no como una impresión subjetiva basada en preconceptos?

Si la complejidad del Universo y de las entidades biológicas es prueba de la existencia de dios y,


consecuentemente, de que éste es su creador, deberíamos entonces especificar qué entendemos por
complejidad. Nuestro planeta, y antes que él, nuestro Universo, han existido y evolucionado hasta
transformarse en lo que hoy conocemos, por miles de millones de años luego del Big Bang. Al principio los
organismos eran más sencillos, luego se tornaron complejos y adaptados a su entorno. Sí, la vida es
compleja, y también nuestro Universo, pero existe una explicación lógica para ello: Evolución.

Por otro lado, si la intención es sostener que la vida es improbable por sí misma, sin la intervención de una
entidad sobrenatural, como el Creacionismo lo hace, se debería entonces poseer un mapa preciso de todo
el Universo, para así poder calificar de estadísticamente improbable la vida en nuestro mundo. No tenemos
idea de cuántos planetas existen, y sólo podemos conjeturar; éste es simplemente un dato desconocido. En
tales condiciones, no tenemos una idea concreta de qué tan improbable es la vida en el Universo, ya que
desconocemos si en otros planetas también surgió. A grandes rasgos, podemos decir que lo único
altamente improbable es la existencia del hipotético ente creador al que hacen referencia. Tengamos en
cuenta lo siguiente:

No existen pruebas objetivas de ninguna clase que demuestren su existencia. No hay testimonios al
respecto, nadie jamás lo vio. No pertenece a ninguna especie diferente de las conocidas por la Ciencia. De
hecho, no nos consta que exista nada diferente de los seres biológicamente clasificables; por lo tanto, de
existir, debería pertenecer a una categoría diferente, y no podríamos siquiera saberlo, ya que no hay
elementos sobre los cuales investigar.

Podemos concluir que hablamos de un ser incomprobable, y atribuirle actos como haber creado cualquier
cosa es, sencillamente, en vano. No existe lineamiento argumental razonable para sostener que una
entidad sobrenatural haya creado nada jamás. Los únicos indicios de vida sobre la Tierra son de origen
biótico y, consecuentemente, de procesos evolutivos que llevaron a cada ser vivo sobre la misma hasta su
estado actual. Cualquier hipótesis basada en mitos resulta descabellada dado nuestro conocimiento
científico actual. Además, si algún dios nos hubiera creado, significaría que jamás evolucionamos;
hubiésemos aparecido en la Tierra por obra suya sin haber sufrido cambio alguno desde el momento de
nuestra creación. Pero la realidad es que existen innumerables fósiles de primates altamente
emparentados con nosotros, así como también de humanos primitivos menos evolucionados; y si eso no es
suficiente evidencia, tenemos ejemplos de evolución y/o adaptación a nuestro alrededor por doquier.

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EL SER IMAGINARIO

Si los creacionistas estuvieran en lo cierto, los perros domésticos no deberían existir, ya que no son sino el
producto de la domesticación del lobo salvaje. El ser humano los ha cruzado y adaptado a diferentes
ambientes a través de la Historia para obtener lo que hoy en día se ha transformado en cientos de razas de
diferentes contexturas, pelajes, colores y costumbres de acuerdo a su función. La adaptación se evidencia
también en la obtención de animales híbridos, un proceso forzado por el ser humano que es el mejor
ejemplo de adaptación selectiva. Lo mismo sucede con las aves de corral y muchos otros animales que se
han adaptado para la función, alterando casi en su totalidad la forma física original hasta convertirse en
animales totalmente diferentes. Otro ejemplo de esto se da en la producción de animales estandarizados o
definidos con características genéticas y sanitarias específicas, criados en ambientes controlados para
experimentación, en su gran mayoría roedores. Incluso los reptiles y aves actuales son evidencia viviente
del legado de los dinosaurios, su similitud física y genética son prueba indiscutible de un proceso evolutivo.

¿Cómo explican los creacionistas el constante descubrimiento de restos fósiles de dinosaurios?


Simplemente, no lo hacen. ¿Acaso los dinosaurios no existieron? Y si es así, ¿qué hacen todos esos fósiles
esparcidos por el planeta?

La evidencia evolutiva es prueba incuestionable de nuestros inicios en la Tierra. No somos más que
entidades biológicas que habitan un planeta donde las condiciones ideales para la vida se dieron. La
Evolución no es una mera especulación infundada, existen pilares reales sobre los cuales ha erigido sus
cimientos. Se confirma a través de pruebas aportadas por diferentes disciplinas científicas; de ellas se
deduce que todos los organismos vivientes actuales son el resultado de un proceso de transformación
paulatina. Paleontología, Biogeografía, Anatomía, Embriología, Bioquímica, Genética y Biología Molecular,
son algunas de estas disciplinas.

El proceso evolutivo consiste en la transformación de los seres vivos. La Biología Molecular, por ejemplo,
permite reconocer las relaciones de parentesco entre especies descendientes de un mismo antepasado. A
medida que transcurre el tiempo, las semejanzas anatómicas se van diluyendo, y pueden llegar a ser
irreconocibles. Sin embargo, a nivel molecular, las semejanzas persisten, aunque hayan transcurrido
millones de años.

La Taxonomía, o clasificación de los seres vivos a través de sus características físicas, es un sistema que
surgió incluso antes que se desarrollara la Teoría de la Evolución de las Especies, y ha sido también de
utilidad en cuanto a la verificabilidad de ésta. (3)

Somos, en resumidas cuentas, el resultado de varios sucesos a escala cósmica; seres producto de procesos
químicos aleatorios. No hay nada sobrenatural en nuestra composición o en la de nuestro planeta.

Se debe rechazar cualquier idea que se intente sostener en ausencia de pruebas. La razón y la
percepción sensorial son los únicos medios de conocimiento que poseemos.

Karl Marx pensaba que es el ser humano quien define el mundo a través de su existencia y el ejercicio de
la misma, decía: “Toda vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que inducen a la teoría, al
misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica.”

La taxonomía o sistema para la designación de los organismos, es un sistema clasificatorio que establece
grupos denominados taxones, dentro de otros grupos mayores llamados categorías. Su función es definir el
árbol filogenético de los organismos, para así establecer parentescos y relaciones entre especímenes.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 4

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EL SER IMAGINARIO

“Si quisiéramos postular la existencia de una deidad capaz de crear la organizada estructura del mundo,
esta deidad en primera instancia debería de ser mucho más compleja que su creación. Los creacionistas
simplemente explican la complejidad de la vida postulando una aún más inexplicable y compleja forma de
existencia superior. Si nos damos el lujo de postular dicha complejidad e inteligencia superior sin ofrecer
ninguna explicación al respecto, bien podríamos ahorrarnos su tratamiento y sencillamente postular la
existencia de la vida y complejidad de nuestro mundo tal cual lo conocemos a través de medios quizás muy
improbables pero no inexplicables.” – Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, teórico evolutivo y divulgador
científico británico. (26 de marzo de 1941)

Los cristianos evangélicos han incorporado recientemente nuevas visiones y reinterpretado sucesos
relacionados con el inicio del Universo. El principal resultado de esto es el Creacionismo. Como hemos visto
en el capítulo anterior, se trata de un planteo anti evolucionista que incorpora a un creador sobrenatural
como la explicación primera para la complejidad de los seres vivos. Suelen hacer referencia a la necesidad
de que lo existente haya sido diseñado por una entidad inteligente y a la escasa probabilidad de que todo
surgiera de manera espontánea. También aducen que el Universo debe haber sido ideado para sostener la
vida, ya que existen rasgos de intencionalidad por parte de un hipotético ser en las entidades biológicas. Se
oponen a la idea de que los seres vivos se hayan diferenciado a través de un proceso de evolución natural,
al considerar que un creador es quien dicta las leyes naturales. También establecen la diferenciación entre
lo diseñado y aquello que es producto del azar.

El Creacionismo no es más que una creencia inspirada en dogmas religiosos apoyada por desarrollos
teóricos pseudocientíficos, cuyo argumento más difundido es que la Tierra y cada criatura existente
provienen de un acto de creación causado por un ser divino. En las últimas décadas han desarrollado una
teoría denominada Diseño Inteligente.

El Diseño Inteligente plantea que un ser inteligente fue necesario para crear la información de las
estructuras biológicas existentes. Hay tres argumentos primarios en los que esta teoría erige sus cimientos:
La complejidad irreducible, La complejidad específica y el principio antrópico. Sin embargo, podemos decir
que se trata apenas de un argumento sin base alguna. Veamos:

Hay muchos ejemplos de objetos que no pueden existir por azar. Una escultura, un edificio, un refrigerador
o una pintura, seguramente fueron planeados y diseñados, no pueden existir por azar, ya que es altamente
improbable que los materiales tomen formas complejas reconocibles y funcionales para el ser humano; y
menos aún que esto suceda de manera espontánea. Pero los sistemas biológicos son organismos vivientes
y están sujetos a tres factores que los elementos artificiales no: Reproducción, mutación y selección
natural. Es aquí precisamente donde el argumento del Diseño Inteligente deja de ser viable.

No es erróneo afirmar que una edificación fue construida o que un cuadro o una escultura fueron obras
premeditadas; ambos son, en sí mismos, pruebas innegables de que fueron diseñados, ya que no hay
explicación alguna para que cualquiera de ellos haya tenido un origen natural. Pero no podemos decir lo
mismo de la vida sobre la Tierra. En este caso, existe una explicación que es cien por ciento de origen
natural, y me refiero a la Evolución. Los objetos manufacturados y creados por el ser humano no se
adaptan a su ambiente, no se reproducen y, consecuentemente, tampoco evolucionan ni mutan conforme
su entorno se modifica. Y si bien los procesos de reproducción, mutación y selección natural pueden
definirse como altamente improbables, efectivamente suceden y, como sabemos, nada hay de azaroso en
ellos.

La Selección Natural, por ejemplo, ha favorecido mutaciones de animales que, gracias a sus adaptaciones,
pueden cambiar su forma física o color para mimetizarse. El camaleón o el calamar pueden cambiar su
color y forma respectivamente. Algunos animales incluso adaptaron su organismo para incursionar en

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EL SER IMAGINARIO
ambientes que les son ajenos. Por ejemplo el Martín Pescador, que desarrolló un plumaje impermeable
para zambullirse bajo el agua por breves períodos; o el pez sapo, que puede vivir fuera del agua por horas
para luego regresar sano y salvo. Pero además de lo anteriormente expuesto, el concepto en que se basa el
Diseño Inteligente es inconsistente, ya que propone a un creador incomprobable como respuesta y, por
consiguiente, no pasa de ser más que una mera especulación de carácter no científico.

Llegamos entonces, indefectiblemente, a la única conclusión posible: La Selección Natural y la Evolución


son las verdaderas fuerzas modeladoras de los seres vivos.

Los creacionistas suelen argumentar que el Universo ha sido ajustado para la vida humana. También hablan
de un propósito implícito en nuestra existencia; mismo que, según dicen, es sólo conocido por el creador.
Ellos interpretan que como todas las fuerzas que rigen la vida tienen el valor exacto, el Universo debe haber
sido afinado por un ser inteligente. La gravedad es la adecuada, las fuerzas electromagnéticas están
perfectamente equilibradas, y todo a nuestro alrededor pareciera conjugarse para sostener la vida. Pero lo
que los creacionistas no tienen en cuenta, es que si el Universo no fuera como es, la vida no hubiera
surgido nunca. Eso es precisamente lo que ellos ingenuamente definen como diseño: que los valores de
todas las fuerzas físicas permitan la subsistencia.

¿Cómo puede alguien interpretar que el Universo fue diseñado para el ser humano? Sólo basta con
analizarlo detenidamente y luego a nuestro mundo, para concluir justamente lo contrario.

Según los conocimientos cosmológicos actuales, menos del uno por ciento del universo conocido tiene
probabilidades de sustentar la vida; es decir, el 99 por ciento del mismo no es habitable. En el caso de la
Tierra, gran parte del planeta no es habitable. Hablamos de océanos y ríos, así como de lugares demasiado
altos donde no hay oxigeno o demasiado profundos donde la ausencia de luz o el calor extremo
complicarían en gran medida la subsistencia. Además, los accidentes naturales que atentan contra la vida
humana son innumerables: Tornados, maremotos, huracanes, tsunamis, avalanchas, incendios forestales,
erupciones volcánicas, terremotos, etc. Los animales salvajes también representan una amenaza para
nuestra vida: Tigres, leones, osos, tiburones e infinidad de animales venenosos como serpientes, arañas y
algunas clases de peces. Tenemos también a las bacterias y virus, que nos pueden aniquilar por cientos.

Las falencias del cuerpo humano tampoco parecen avalar el argumento del diseño divino. Nuestra
constitución debería ser eximia y no presentar fallas si ese fuera el caso, pero la realidad es que tenemos
muchas deficiencias. ¿Por qué utilizamos el mismo conducto para respirar y para tragar? ¿Por qué
poseemos pseudo genes así como ARN y proteínas no funcionales, si no cumplen función alguna? ¿Por qué
tenemos apéndice y muelas del juicio, si son inútiles? Y lo más significativo de todo: ¿Por qué los fetos
humanos desarrollan cola y pseudo branquias en una etapa temprana de su desarrollo? ¿No son acaso
éstos vestigios de evolución? Por otro lado, la improbabilidad de que la vida surgiera por sí sola no
imposibilita que el Universo exista sin la intervención de un ser creador. La alta improbabilidad de que
ocurrieran determinados sucesos no es fundamentación alguna, sigue siendo necesaria evidencia para
sostener la existencia de algo.

Teniendo en cuenta lo expuesto, podemos concluir que el Diseño Inteligente es una farsa, y que ni siquiera
debería ser considerado. Además, sus postulados nos llevan a una serie de paradojas. Para entender el
porqué de esta afirmación, propongo dos ejemplos del modo en que la paradoja se aplica en cada caso
según las posibles interpretaciones de la teoría:

Podemos entender que la vida humana es tan compleja que un ser más complejo aún nos diseñó a
nosotros y a nuestro universo, o bien, podemos interpretar que hay rastros de inteligencia en la creación, y
concluir que un ente cognoscente nos creó. Cualquiera de estas proposiciones encajaría en la propuesta del
Diseño Inteligente, según se dé prioridad a la idea de una complejidad específica en lo existente y la

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EL SER IMAGINARIO
necesidad de alguien que haya definido dicha complejidad, o al concepto de inteligencia inherente a las
relaciones que se establecen entre los factores que permiten la vida.

Si creemos que somos muy complejos y que, en consecuencia, un ser más complejo debió crearnos,
podemos seguir la misma lógica hasta las últimas consecuencias y suponer que a este ser complejo lo debió
crear un ser más complejo aún, y, a su vez, a este ser complejo que creó al otro ser complejo que a su vez
nos creó a nosotros lo debió crear un ser mucho más complejo; y así sucesivamente hasta el infinito. En
algún punto se podría argumentar que Dios no necesita ser creado, pero esta afirmación negaría la idea
primera: que todo lo complejo necesita ser creado, y al negarla estaría negando la teoría por completo;
nuevamente estaríamos frente a una paradoja. También se podría suponer que Dios está más allá de
nuestra comprensión, por lo que permanecería ajeno a las leyes lógicas y simplemente habría existido
siempre, Pero no sería factible saberlo, ya que si así fuera no habría manera de comprobarlo por referirnos
a un ser sobrenatural. Sería prácticamente imposible discernir sobre sus características, y menos aún
especular sobre si necesita o no ser creado, por lo tanto, no tendría sentido como argumento. En
consecuencia, el argumento de que todo lo complejo, lo inteligente o lo perfectamente adaptado a su
entorno necesita un creador, falla y no se sostiene racionalmente.

Por último, el pensamiento creacionista nos dice que existe un propósito para todo en el Universo, y que
éste es conocido sólo por dios. Sin embargo, podemos decir que el objetivo de la vida es el que cada uno
posea para sí; no existen objetivos universales ni seres sobrenaturales que dicten dichos objetivos o rijan
nuestro destino. Podemos entender nuestra existencia como un fin en sí, y no como un proceso cuyo fin
debemos alcanzar. Esto también torna inconsistente la especulación sobre el sentido de ésta, ya que no hay
motivo para pensar que dicho sentido existe.

Todo propósito es el objetivo que tiene una cosa o una acción, y se manifiesta de forma deliberada y
voluntaria. ¿Podemos atribuir esta cualidad al Universo basándonos en la hipotética existencia de una
entidad incognoscible? Evidentemente, no. En definitiva, este tipo de conclusiones son signos de un
proceso analítico apresurado; las pautas de un anhelo tan primitivo como humano y la representación de
una búsqueda infructuosa.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 5

“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los
asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado
bajo nuestros cuchillos: ¿Quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito
expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande
para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?” – Friedrich Nietzsche, filósofo, poeta, músico y filólogo
alemán. (1844 – 1900)

En términos lógicos, todas las cosas se consideran inexistentes hasta que son directa o indirectamente
corroboradas. Tal es el caso de muchísimos elementos y fenómenos que se verifican a través de la
comprobación de los efectos de su existencia. A grandes rasgos, podemos decir que si un concepto no tiene
equivalente en el mundo físico, entonces es tan solo una idea y, como tal, no puede ser considerado parte
de la realidad concreta. La primera dificultad con que se tropieza la interpretación de dios, es la definición
del fenómeno de su existencia. ¿A qué consideramos existente? Podemos decir que todo lo verificable, ya
sea de naturaleza material o energética, lo es. El teísta comprende esta definición, pero sostiene que lo
incognoscible puede serlo de igual modo. Aquí, el entendimiento humano sufre una fractura. ¿Podemos
considerar real lo no tangible, verificable ni definible? ¿Es pertinente igualar ambas concepciones de
existencia?

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EL SER IMAGINARIO
Sería sensato suponer que lo incomprobable es sólo concebible desde un punto de vista subjetivo, pero la
idea de entidades pertenecientes a dicho contexto ha sido una constante en la historia de la humanidad.
¿El motivo? Nuestra susceptibilidad ante las emociones, misterios y sufrimientos implícitos en la existencia.
La incorporación de mitos ha significado la convivencia del mundo concreto con esferas y seres fantásticos
de la más variada índole. La religión, como principal impulsor del pensamiento mágico, no sólo ha
fomentado la creencia en seres sobrenaturales, también ha perfeccionado el adoctrinamiento de modo que
se transformase en su más efectiva herramienta para suprimir el pensamiento crítico.

Desde que las religiones se impusieron como sistemas de adoctrinamiento masivo socialmente aceptados,
la idea misma de dios fue utilizada con un fin de manipulación. Podemos decir incluso que el hecho mismo
de replantear la veracidad de esta noción implicaría alejarse de dichos parámetros, los de la manipulación.
Y sucede que fuera de éstos, la idea no posee sustento. Sin el efecto que la concepción de lo sobrenatural
causa en algunas personas, la idea pierde el sentido. Por ello, es imposible para el creyente entender a dios
como algo diferente aquello que se le ha impuesto desde el adoctrinamiento prematuro. Esto suele definir
la manera en que el individuo interpreta todo lo referente al supuesto plano sobrenatural.

La idea de dios ha sido establecida en la mente de muchos como algo inamovible. Su existencia no está
sujeta a comprobaciones, más bien se acepta por fe. Sin embargo, algunos pocos han cuestionado la
inmutabilidad de las ideas que el pensamiento religioso ha impuesto históricamente, formulando
innumerables argumentos acerca de su inexistencia. Algunos han planteado la imposibilidad lógica de sus
atributos, otros la ausencia de evidencias, y otros tantos se han basado en la contradicción ética que su
existencia plantearía en un mundo plagado de sufrimiento. Pero si pretendiésemos identificar los indicios
de la inexistencia de dios, bien podríamos hacerlo prescindiendo de toda fórmula de naturaleza científica o
filosófica, tan solo abstrayéndonos del contexto fantástico propio del discurso religioso y abordando su
posibilidad de existir basados en la lógica de los hechos que tenemos a la vista. Algunos de estos indicios ya
han sido señalados a lo largo de este relato: La inconsistencia cronológica entre las Escrituras y la edad real
de la Tierra, o la presencia de rasgos en fetos humanos que nos remiten irremediablemente a estados
evolutivos anteriores.

Desde la antigüedad han existido escépticos al respecto de la existencia de lo sobrenatural. Recordemos a


Epicuro y su famosa declaración:

“¿Es que -dios- quiere evitar el mal y es incapaz de hacerlo? Entonces no es omnipotente. ¿Es que puede,
pero no está dispuesto? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y además está dispuesto? Entonces, ¿de dónde
proviene el mal? ¿No es él capaz ni tampoco está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo dios?”

Muchos pensadores han cuestionado la existencia de los dioses; algunos incluso elaboraron pautas de
pensamiento sobre las cuales sostuvieron su inexistencia. Podemos citar a Immanuel Kant y Sébastien
Faure entre los más representativos. (1)

Kant resumió y sistematizó los principales argumentos a favor de la existencia de dios para luego refutarlos
de manera efectiva en su obra Crítica de la Razón Pura. En primer lugar, analizó el argumento físico-
teológico: “Dios existe a partir de la existencia de una finalidad en el mundo”. Para Kant, éste es un
fundamento débil, ya que teniendo el mundo una tendencia evolucionista y cambiante, el enunciado pierde
validez. En segundo término, se ocupó del argumento cosmológico: “La existencia contingente de las cosas
hace de Dios una causa necesaria”. En este caso, la idea está basada en la mera concepción de los atributos
que, se supone, el agente debe poseer para su propia existencia. Kant lo descartó porque se trata de un
enunciado que infiere lo primero de lo último, y eso torna insostenible el razonamiento. Por último, tomó
el argumento ontológico: “Dios es concebible y cuantificable como idea, y es el ser más perfecto
concebible; por lo tanto, existe”. Este argumento, según Kant, es una demostración a priori de la existencia

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EL SER IMAGINARIO
de dios; pretende demostrar su existencia sin recurrir a experiencia sensible alguna, sino tan solo con la
idea del mismo como base, lo que le resta sustento.
En el caso de Sébastien Faure, tenemos un sistema completo; un lineamiento para la fundamentación y
análisis de la imposibilidad de la existencia de dios. En su obra, Las Doce Pruebas de la Inexistencia de Dios,
Faure prescinde de una visión científica para fundamentar su postura escéptica sobre lo sobrenatural, ya
que considera imposible abarcarlo desde ese ángulo. Más bien, pretende desmitificar al dios invocado por
las religiones, al dios concebido como placebo imaginario para soportar los padecimientos propios de la
existencia. Por tanto, no intentará refutarlo ontológicamente, sino sólo desde la posibilidad lógica de sus
atributos. Su análisis está dividido en tres partes: En primera instancia, se ocupa del dios creador, luego del
dios gobernador, y por último del dios justiciero, (2) exponiendo las contradicciones de estas tres facetas
atribuidas a la deidad judeocristiana y desmitificándolo a partir de la imposibilidad de sus cualidades.

Lucrecio, Epicuro y posteriormente Faure y Kant, entre otros tantos, se cuestionaron la lógica de creer en
mundos y seres supra terrenales. Elaboraron hipótesis y lineamientos para sostener la imposibilidad de
cualquier realidad ajena al mundo concreto. Se basaron en el discernimiento filosófico y en la aplicación de
procesos racionales.

Hemos aprendido que nuestra concepción de la realidad se construye en la mente a partir de la percepción
de nuestros sentidos. Epicuro llamó criterios de evidencia a dichas percepciones. En ellas, él suponía que
los seres humanos basamos nuestras representaciones mentales, dado que no podemos conocer lo que no
percibimos. Así, Epicuro dedujo que lo espiritual no existe, y que todo lo existente, la naturaleza corpórea o
material, se compone de átomos, idea que propusiera primeramente Leucipo de Mileto. (3) También
Aristóteles dudaba de lo afirmado a tientas. Creía que todo conocimiento necesita de la experiencia y que
gracias a la acción del intelecto podemos conocer y comprender nuestro mundo. (4) Postuló que sin
representaciones sensibles no es posible pensar, y que el conocimiento comienza con la percepción, para
luego llevar a cabo una abstracción que permite la captación de la realidad misma.

Es así precisamente como Aristóteles notó que durante los eclipses lunares, al posarse la sombra de la
Tierra sobre la Luna, ésta presenta bordes curvos, y dedujo que la Tierra debía ser esférica. De la misma
manera, a través de la deducción lógica, Eratóstenes calculó el perímetro de la Tierra en 39.614 kilómetros,
siendo de 40.008 kilómetros la cifra conocida en la actualidad. (5) Bajo el mismo criterio, teorización y
deducción, Anaximandro definió la idea de la evolución de los seres vivos, sosteniendo que los vertebrados,
incluidos los seres humanos, descienden de los peces. (6)

Irónicamente, más de 2500 años después, la humanidad perpetúa criterios acordes con seres primitivos y
supersticiosos. Los cultos religiosos proliferan y las creencias reemplazan en muchas ocasiones al
conocimiento. La razón es relativizada en nombre de mitos oscurantistas, ajenos a nuestros tiempos. Los
parámetros del sentido común se ven desplazados por sistemas de pensamiento que, como Nietzsche nos
diría, remiten a un accionar subordinado a la aceptación del mandato incuestionable del amo; tal como si
fuésemos criaturas cuyo discernimiento se anula ante una autoridad irrevocable. He aquí la insignificancia
en su máxima expresión, aquel desprecio auto impuesto por el conocimiento del que Aristóteles nos
hablara al afirmar que los seres humanos pueden ser los causantes de su propia ignorancia.

Debemos entender que no podemos comprender el mundo sino por medio de nuestras capacidades
cognitivas. Las emociones, al igual que los sentidos, son sólo un medio de experimentación, no de
conocimiento. Todo objeto imaginado es real en lo subjetivo: dentro de la mente de quien lo imagina; e
irreal, en un sentido objetivo: proyectado en el mundo físico. Aquí se contraponen dos concepciones
antagónicas y la realidad se torna un concepto ambiguo. Pero esto es consecuencia de nuestra percepción
del mundo, una basada no sólo en la razón, sino también en las emociones. De todas formas, si nuestro
parámetro para el entendimiento es siempre la razón, y sólo entendemos como real aquello clasificable

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EL SER IMAGINARIO
como demostrable, entonces debemos corroborar la verificabilidad de todo lo existente. No debemos
suponer, sino verificar.

El proceso de comprensión de la realidad requiere de la identificación de sistemas para la interpretación de


los criterios de evidencia, ya que sólo aquellos objetos clasificables como demostrables pueden ser
considerados reales en el mundo concreto. Para esto, debemos abordar el objeto de manera funcional a
nuestro entendimiento.

La Ciencia se basa en la obtención de evidencia empírica, no posee ego, es objetiva y desconoce el


dogmatismo. El método científico es confiable y realista, además de ser el sistema de pensamiento más
acorde con nuestra naturaleza racional e inquisitiva. Tenemos entonces las fórmulas y las herramientas
para definir y discriminar lo real de lo fantástico, tenemos también un método para aplicar dichas formulas
y la motivación natural para hacerlo. Podríamos suponer entonces que no hay lugar para mitos, amuletos, o
tan siquiera la necesidad de aplicar el pensamiento supersticioso. Pero, en la práctica, sucede justamente lo
contrario.

La idea de lo sobrenatural ha sobrevivido a toda especulación de orden filosófico, científico, o de cualquier


otro tipo. En la actualidad, esto se ha visto reforzado por un creciente estancamiento intelectual, mismo
que ha provocado un sistemático desinterés por el conocimiento, causando muchos de los síntomas
sociales relacionados con el pensamiento intuitivo. El proceso de divulgación de los mitos es tal que escapa
a juicios críticos de cualquier índole. Pocos intentan racionalizar las creencias, ya que no fueron educados
para ello; esto facilita la asimilación.

Podemos decir que nuestra especie jamás se apartó de la creencia en seres sobrenaturales. Pero, en la
actualidad, teniendo en cuenta que conocemos y comprendemos los mecanismos naturales que nos dieron
origen, es lógico concluir que el escepticismo debería ser la pauta, simplemente por tratarse de un sistema
de pensamiento más acorde con nuestra realidad. El conocimiento puede brindarnos la seguridad necesaria
para prescindir de todo anclaje con la superstición, recurriendo así sólo a las verdaderas fuentes: Ciencia,
Filosofía y toda aquella rama del conocimiento que nos brinde herramientas de superación.

Dios es apenas la más vana de las necesidades humanas. Es, a fin de cuentas, una afirmación apriorística del
entendimiento. Encontramos que su concepción no es más que un extravío del raciocinio; una debilidad, así
como una declaración de ignorancia en su estado más tangible. Nuestro error ha sido buscar una hipotética
salvación en mitos y seres fantásticos. Los dolores terrenales requieren soluciones terrenales, no basta con
invocar deidades ausentes que suponen un placebo temporal. De ellas sólo tenemos, evidencias de
inexistencia.

No pocas veces se ha dicho que Immanuel Kant era teísta y que su exposición en Crítica de la Razón Pura
es apenas su visión al respecto de la imposibilidad de demostrar la existencia de lo sobrenatural desde la
razón. Sin embargo, existen testimonios de lo contrario. Fragmento de una reseña sobre él realizada por
Manfred Kuehn:

“Aunque en su filosofía había sostenido la esperanza de una vida eterna y de un estado futuro, en su vida
personal se había mantenido indiferente a tales ideas. Se escuchaba a Kant, no pocas veces, mofarse de las
oraciones y de otras prácticas religiosas. La religión organizada lo llenaba de ira. Resultaba claro para
cualquiera que conoció a Kant personalmente, que no tenía fe alguna en un dios personal. Habiendo
postulado la existencia de Dios y de la inmortalidad, él mismo no creía en ni una ni la otra. Su opinión
considerada, era que tales creencias eran un asunto proveniente de las necesidades de cada individuo. Kant
mismo no sentía necesidad tal.”

Reseña: (New York: Cambridge University Press, 2002)

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EL SER IMAGINARIO

Sébastien Faure establece una analogía con el pensamiento de Epicuro. Él rescató e incorporó el
argumento epicúreo sobre la existencia del mal a su sistema de análisis sobre la imposibilidad de la
existencia de dios:

O dios quiso eliminar el mal y no pudo. Dios sería impotente, lo que contradice su omnipotencia. O dios
pudo eliminar el mal y no quiso. Dios sería malvado, lo que contradice su bondad suma. O dios ni quiso ni
pudo. Dios sería impotente y malvado a la vez, lo que contradice su omnipotencia y bondad. O dios quiso y
pudo. Si Dios quiere y puede acabar con el mal, ¿por qué no elimina al mal? Dios sería incoherente, lo que
contradice su perfección.

Conclusión caso 1: si dios no es omnipotente no es dios, luego dios no existe.

Conclusión caso 2: si dios no es bondadoso no es dios, luego dios no existe.

Conclusión caso 3: si dios no es omnipotente ni bondadoso no es dios, luego dios no existe.

Conclusión caso 4: si dios no es perfecto no es dios, luego dios no existe.

Leucipo de Mileto (450 – 370 AEC) es considerado el fundador del Atomismo mecanicista. Fue el primero
que pensó en dividir la materia hasta obtener una partícula que no pudiera dividirse más.

Para Aristóteles (384 – 322 AEC) el objeto de conocimiento es el objeto en sí, compuesto de materia
particular y forma universal. El conocimiento no era para él una construcción anterior a la razón, sino el
fruto del esfuerzo conjunto de los sentidos y el entendimiento.

Eratóstenes (276 – 194 AEC) fue un matemático, geógrafo y astrónomo griego. Calculó el perímetro de la
Tierra con un error de 6.616 kilómetros. Su trabajo es considerado como el primer intento científico de
medir las dimensiones de la Tierra.

Anaximandro (610 – 546 AEC) fue un filósofo jonio, discípulo de Tales, considerado el primero en utilizar
la experimentación como método demostrativo. Postuló que los primeros seres vivientes nacieron en lo
húmedo, rodeados por cortezas espinosas, pero al avanzar en edad se trasladaron a lo más seco. Además,
dedujo que el ser humano surgió de animales de otras especies.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 6

“Es tal la debilidad del género humano, que vale más para él ser subyugado por todas las supersticiones
posibles que vivir sin religión. Era mucho más razonable y más útil adorar esas fantásticas imágenes de la
divinidad que entregarse al ateísmo. Un ateo que fuese razonador, violento y poderoso, sería un azote tan
funesto como un supersticioso sanguinario.” – François-Marie Arouet Voltaire, filósofo, escritor, abogado e
historiador francés. (1694 – 1778)

La Biblia es verdad porque es la palabra de dios, y dios es verdad. Todo cristiano basa su concepto de
legitimidad bíblica en esta afirmación, tal como si su fe no le permitiese dudar del origen de las Escrituras o
el acostumbramiento al empleo del pensamiento circular para cada situación insalvable desde la razón le
impidiese considerar las evidencias al respecto.

Los Evangelios no pueden tomarse como fuente histórica confiable, ya que se escribieron mucho tiempo
después de la hipotética muerte de Jesús. Además, presentan incongruencias históricas sobre la fecha en la
que éste supuestamente nació y los acontecimientos que rodearon su nacimiento. Por otro lado, la

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EL SER IMAGINARIO
inmensa mayoría de los hechos allí relatados han sido comprobadamente plagiados de textos más antiguos
pertenecientes a creencias mesopotámicas, griegas y persas que datan de más de mil años antes del
cristianismo.

Ya en su obra del año 1751, Diccionario Filosófico, Voltaire señaló que los judíos fueron negociantes y
usureros mucho tiempo antes que los griegos, babilonios y egipcios, por lo cual, y luego de analizar las
similitudes entre relatos cristianos como los de Jefté, el diluvio universal y el arca de Noé con relatos
equivalentes de las mencionadas culturas, deduce que el plagio bíblico comienza cuando los judíos fusionan
sus mitos con los de aquellos pueblos que negociaban.

Podemos afirmar que el relato bíblico es, sin lugar a dudas, una comprobada fábula mitológica. Esto como
resultante, no sólo de reconocer sus analogías con otras creencias y los evidentes desfasajes cronológicos
que denotan una innegable ausencia de historicidad, sino también por el hecho de ser un texto de
naturaleza puramente fantástica, cuyo único propósito es el de promover la concordancia ideológica con un
modelo.
Sobre el lenguaje bíblico y la salvación:

Ya desde la antigüedad, los textos religiosos y doctrinarios utilizaron el lenguaje persuasivo para guiar hacia
la aceptación de las ideas.

Distintos pensadores le han concedido a la persuasión un carácter negativo más acorde con una suerte de
manipulación argumental. Uno de los primeros que opinó al respecto fue Platón. Él distinguió entre la falsa
persuasión y la persuasión legítima. Afirmaba que la persuasión debía estar basada en verdades y buscar la
difusión del conocimiento. Así, un profesor ejerce una persuasión legítima al divulgar un conocimiento.
Sostenía que si se sacrifica la verdad en pos de una artimaña, se obtiene una aceptación de lo dicho, en
lugar de una transmisión de la verdad de lo dicho. En sus palabras:

“El Universo fue engendrado por una combinación de la necesidad y la inteligencia. Dominando a la
necesidad, la inteligencia la persuadió a que orientara hacia lo mejor la mayor parte de las cosas que nacen.
Y de este modo, el Universo, se formó desde el principio, por la sumisión de la necesidad a la persuasión
inteligente.”

También Aristóteles definió a la persuasión como uno de los tantos elementos de los que se vale un orador
con el fin de obtener el convencimiento efectivo al respecto de una idea, independientemente de la validez
de la misma. Podemos perfectamente utilizar dichos criterios para el análisis de la estructura bíblica, dado
que, además del analogismo con mitos pre-cristianos, gran parte de los relatos significativos de la Biblia
utilizan la persuasión con el fin de presentar los hechos allí relatados de manera funcional a la aceptación
del mensaje.

Persuadir equivale a evadir el pensamiento crítico en pos de una aceptación no razonada. Un conocimiento
cierto, verídico, no debería persuadir, sino tan solo presentar sus lineamientos para que luego éstos sean
aceptados o rechazados con base en el propio discernimiento. Todo intento de injerencia ideológica
persigue un objetivo; no existe método sin propósito o mensaje sin finalidad. El efecto del lenguaje
persuasivo es, por cierto, pernicioso. Es, en sí mismo, un método ilegitimo de afianzamiento de ideas, dado
que las mismas son impresas en la mente por medio del impacto emocional o por el desvío de la verdad
argumental, en lugar de ofrecer razones válidas o certeras basadas en criterios objetivos.

Si las Escrituras son la revelación del sistema que dios nos propone para la salvación, ¿no debería el
mensaje estar libre de ambigüedades y presentar pautas claras para tal fin? ¿Y no sería lógico que las
mismas fuesen comprensibles y universales? Pues bien, la Biblia no ofrece criterio alguno de unificación del
discurso, definición del método para alcanzar el ideal propuesto u objetivación del mensaje fuera del relato

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EL SER IMAGINARIO
fabulesco. El texto presenta, de hecho, una dicotomía por oposición entre lo implicado, o discurso oculto; y
lo explícito, o discurso evidente. Muchos tramos del relato están sujetos a la interpretación, en lugar de ser
fundamentos concretos y objetivos. Descripciones tales como “tomaré tus mujeres delante de tus ojos y las
daré a tu prójimo”, “si da a luz una niña quedará inmunda”, o simplemente la designación de “el pueblo
elegido de dios”, no apuntan tampoco a un mensaje universal o unificador. (1)

El punto más revelador al respecto del lenguaje utilizado en las Escrituras es, sin lugar a dudas, la
metodología argumental, ya que tratándose de una hipótesis de salvación para la humanidad, los criterios
que posibilitarían tal cosa están ausentes. No se identifica criterio alguno de verdad o sustento lógico para
las propuestas allí planteada. De hecho, el texto fomenta el interés personal en una salvación individual y
egoísta. El relato bíblico supone la declaración de una salida para nuestra especie o un sistema
objetivamente inequívoco, rasgo que no está a la vista a lo largo del texto. Cada eslabón en el rumbo hacia
la salvación es una propuesta basada en modelos de aceptación o rechazo, inclusión o condena. Por otra
parte, la salvación que el texto nos presenta es utópica y contraria a nuestra naturaleza; es decir que sólo
se puede acceder a ella en el marco de lo intangible. Así, todo lo que nos define como seres pensantes pasa
a ser irrelevante frente a criterios impracticables.

El modelo de trascendencia que el cristianismo propone se basa en dos puntos principales: La utopía de
una sociedad perfecta en armonía con la doctrina bíblica y la salvación del individuo basada en la
aceptación de dicho discurso. He aquí el dilema: Si deseáramos obtener un criterio de verdad universal que
nos permitiese definir soluciones posibles para todos los predicamentos humanos, estaríamos
necesariamente adentrándonos en el terreno de lo concreto, factible y aplicable. Entonces, ¿qué nos
propone el relato bíblico al respecto? No mucho, salvo esperar la salvación luego de la existencia física, a
cambio de creer en la promesa de una entidad indemostrable. La doctrina cristiana está imposibilitada de
brindar soluciones para el ser humano en el plano concreto, sólo le es posible ofrecer una promesa como
alternativa frente a dilemas de naturaleza terrenal. Por otro lado, los elementos de juicio necesarios para
actuar en consecuencia de cualquier problemática implican al pensamiento crítico, primer factor opuesto a
la fe.

La razón es la herramienta lógica para obtener conclusiones que permitan prescribir acciones correctivas a
cualquier problemática social; en ello, la doctrina basada en la fe encuentra su primer conflicto. La
salvación individual es, en contraposición con el modelo propuesto desde las Escrituras, algo irreal e
impracticable. ¿Qué recurso nos ofrece el cristianismo en su relato magno además de la promesa de
salvación? ¿Cómo podríamos fundamentar la necesidad de idolatrar lo intangible o confiar ciegamente en
promesas sin bases concretas? En realidad, no hay nada al respecto en la Biblia, además de una serie de
reglas o modelos éticos que son, evidentemente, contradictorios con nuestra naturaleza. Pero, ¿en qué
consiste la salvación?

Salvación significa, en reglas generales, la liberación de una condición indeseada. Sin embargo, en lenguaje
cristiano, equivale a librar el alma de la esclavitud eterna producto del pecado. Entonces, basándonos en
esto comprender qué proceso permite llevar a cabo dicha liberación, hallamos que, indefectiblemente, el
único medio posible es la aceptación incondicional de su doctrina.

¿Qué tenemos entonces? La promesa de una vida eterna, a cambio de incorporar aquellas ideas que se nos
presentan como la fórmula para la perfección moral.

Estas pautas o modelos éticos resultan insuficientes y se tornan obsoletos en la práctica. Las nociones de
“no matarás” o “ama a dios sobre todas las cosas”, nada nos dicen sobre las problemáticas sociales o las
implicancias de abandonar el pensamiento crítico para adoptar un sistema sin bases objetivas como el
propuesto en la Biblia. Y aquí nos encontramos con la principal falencia del modelo cristiano: Si la
pertenencia es el factor determinante para ser merecedor de la salvación, entonces nuestras acciones

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EL SER IMAGINARIO
pasan a ser despreciables frente a un planteo más acorde con una necesidad de adhesión que con adoptar
un compromiso en relación a las problemáticas humanas.

El modelo ético que plantea el cristianismo supedita al ser humano a comprometerse con una idea sin
motivo alguno, ya que no existen garantías del resultado de creer. Además, si la aceptación de un dogma es
requisito para la salvación, deberíamos entonces cuestionarnos al respecto de las consecuencias de dicha
elección, pero el cuestionamiento es contrario a la fe. Tampoco queda claro de qué somos culpables, es
decir; ¿somos responsables de actos que aún no sucedieron? Después de todo, en esto se basa el planteo
primero de la propuesta cristiana. Si la liberación del alma es la opción a la condena eterna, debería existir,
en primer lugar, un motivo para tal condena. Sin ser responsables de acto alguno, salvo la posibilidad de
incurrir en hipotéticos errores durante nuestras vidas, no existe tampoco un motivo por el cual debamos
ser salvados. Por lo tanto, la salvación que propone el cristianismo es utópica, irreal, impracticable, y se
derrumba ante el menor análisis.

Sobre las similitudes del cristianismo con cultos anteriores:

La Biblia claramente señala que Jesús fue dios encarnado y que a través de su encarnación él pudo actuar
como un sacrificio por los pecados de la humanidad como único dios verdadero. (2) La cristiandad suele
autoproclamarse como la religión verdadera. Sin embargo, el fundamento para semejante afirmación es
únicamente la suposición de la veracidad bíblica. No existen hechos que sitúen al cristianismo en esta
posición o verifiquen su legitimidad histórica. Además, el relato bíblico no es sino un registro de
experiencias descritas según el criterio de la época. En rigor, no es más verídico que cualquier otro texto
religioso.

Las semejanzas entre el cristianismo y cultos de origen mesopotámico, griego o persa no son nada nuevo y
están ampliamente documentadas. Algunas de las más significativas se resumen a continuación:

Sargón de Acad. (2334 –2279 AEC) Rey de Acad, Mesopotamia. Fragmento de un texto que relata su
infancia:

“Mi madre me concibió, en secreto, ella me llevaba. Ella me dejó en una cesta de junco, sellada con el
betún que mi tapa. Ella me llevó al río que pasó sobre mí. El río me llevaba y me llevó.”

Relato bíblico, Éxodo Capítulo 2, Moisés:

“Le tuvo escondido tres meses, al no poder ocultarlo más tomo una arquilla de juncos y colocó en ella al
niño y lo depositó a la orilla del río.”

En el segundo caso, se trata de la historia de Moisés, hijo ilegítimo depositado a orillas de un río con la
intención de salvarle.

La Epopeya de Gilgamesh o Istubar (relato de Uta-na-pistim) es una narración de la Mesopotamia de origen


sumerio del siglo XXVII AEC. Istubar es un personaje legendario de la mitología sumeria, quinto rey de Uruk
hacia el año 2659 AEC y protagonista del poema de Gilgamesh. Aquí se aprecian dos elementos claramente
utilizados por el cristianismo. Uno es el mito del gran diluvio, al que escapó un elegido por los dioses,
incluyendo un arca donde se salvaron animales e incluso el envío de una paloma al final del mismo. El otro
es el hecho de que una planta que hubiera podido otorgar la juventud le es robada a la humanidad,
incluyendo la intervención de una serpiente, lo que es sorprendentemente similar al mito del Árbol de la
Ciencia en el episodio de Adán y Eva del Génesis.

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Pero el diluvio universal no es una idea puramente mesopotámica. De hecho, ha sido tratado y transcrito
en varios textos sagrados de diferentes culturas. Griegos, egipcios, aztecas, incas, mayas, mapuches, uros y
moussayes. Todos ellos han hecho referencia en algún momento de su historia a un gran diluvio al estilo
bíblico. Ninguno es tan asombrosamente similar al relato de Noé y el arca como el poema de Gilgamesh,
pero todos comparten un factor en común: un diluvio masivo y el destino de un elegido por los dioses en
juego. Por otro lado, podemos encontrar en el relato bíblico toda clase de analogías entre el personaje de
Jesús de Nazaret y deidades de diferentes culturas, todos anteriores al cristianismo y muchos de ellos con
similitudes sorprendentes.

Las semejanzas dogmáticas del cristianismo con religiones que le precedieron, demostraría que su ideario
no es el resultado de una revelación divina, sino el producto de un sincretismo religioso. La mayoría de los
estudiosos que sostienen esta teoría, también mantienen una postura escéptica en cuanto a la
verificabilidad histórica de Jesús. Es en verdad sumamente extraño que siendo Jesús supuestamente un
fenómeno social en sus días, no existan suficientes evidencias históricas que lo sustenten. Uno de los
historiadores de esa época fue el escritor Josefo. Sin embargo, en los escritos de Josefo se habla en su
mayoría de Juan el Bautista, y muy poco sobre Jesús. Algunos estudiosos sostienen que las dos referencias
de Josefo sobre Jesús fueron añadidas posteriormente por los cristianos.

La historia de Jesús muestra fuertes paralelismos con personajes de religiones de Oriente Medio, siendo
una deidad que se ajusta a un ciclo de vida, muerte y resurrección. La pretendida existencia del personaje
Jesús, así como la legitimidad del cristianismo, han sido puestas en duda ya desde la antigüedad.

El filósofo romano Celso reflexionaba en plenos inicios del cristianismo sobre los fundamentos éticos y el
funcionamiento de este nuevo culto. Él plasmó en su obra, El discurso verídico, sus impresiones al respecto.
Se preguntaba, por ejemplo, cómo era posible que los cristianos propusieran la aceptación incuestionable
de Jesús como requisito para ser salvos. Él pensaba que toda la creación de dios debía, por simple sentido
común, estar en igualdad de condiciones, y no ser la salvación una recompensa por aceptar a un semidiós.
También cuestionó la idea de un dios que se ocupaba de los mortales de manera exclusiva, algo que, a su
criterio, era descabellado y carecía de cualquier sustento.

Miguel Servet, teólogo y científico español, encontró la muerte en el año 1553 acusado de herejía. En su
obra, De los errores acerca de la Trinidad: estructura y contenido, Servet argumenta que el dogma de la
trinidad carece de base bíblica, ya que no se halla en Las Escrituras, sino que es fruto de elucubraciones
posteriores. También habría negado la validez del bautismo infantil y la legitimidad histórica de Jesús. Parte
de su fama posterior se debe a su trabajo sobre la circulación pulmonar, cuyo descubrimiento se le
atribuye.

En el año 1616, Giulio Cesare Vanini, filósofo y profesor italiano, publica su obra De admirandis naturae
reginae deaeque mortalium arcanis (De los maravillosos secretos de la reina y diosa de los mortales, la
Naturaleza). En ella planteaba la hipótesis del origen del ser humano a partir de primates, así como su
apreciación personal sobre la imposibilidad de la inmortalidad del alma. Vanini rechazaba al cristianismo;
sostenía que no era más que una ficción fomentada por los clérigos. Como resultado de sus afirmaciones,
debió huir. Años más tarde fue condenado en Toulouse. Su lengua le fue cortada, también fue estrangulado
y quemado.

Finales del siglo XVIII, Francia. Dos intelectuales: Constantin Francois Volney (1757-1820) y Charles François
Dupuis (1742-1809) especulan al respecto de la improbabilidad del Jesús histórico, así como sobre la
similitud del relato bíblico con otras religiones anteriores a la doctrina cristiana. Sostenían que Jesús nunca
existió y que el mito es producto de mentes desinformadas o interesadas en obtener un rédito difundiendo
dicha historia. El primero de ellos, Constantin Francois Volney, argumentó en su obra, Orígenes de Todos
los Cultos, que el cristianismo no es sino una adaptación del culto a Mitra.

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En los años 50, Robert MacNair Price, escritor y teólogo, afirmó que Jesús fue sólo un compendio de las
culturas griega, egipcia, judía e incaica.

Ya en la actualidad, Dan Barker, un ex pastor evangélico, hoy ateo, declara que no existe una sola mención
histórica de un tal Jesús, ya sea por parte de los romanos o de los judíos durante el lapso que se supone
existió.

Si de similitudes entre Jesús y otras divinidades de la antigüedad se trata, podemos citar a dos dioses en
particular que se cree son el antecedente del mismo. En primer lugar, tenemos a Dioniso. Es el dios tracio
del vino, considerado promotor de la civilización, legislador y amante de la paz, así como dios protector de
la Agricultura y el Teatro. Dioniso era también conocido como Baco, nombre con el que fue asimilado en la
mitología romana. También se creía que fue hijo de una mujer mortal, Sémele, y engendrado por un dios,
Zeus. Al igual que Jesús, regresó de entre los muertos y convirtió el agua en vino.

Por otro lado, tenemos a Mitra, deidad principal de la religión mitraísta persa.

Las primeras evidencias del culto a Mitra datan del año 71 o 72 de la era común. Incluso Plutarco escribió
sobre los misterios de Mitra. El mitraísmo se extendió por todo el Imperio Romano. Este culto convivió con
el cristianismo durante sus primeras etapas hasta la llegada de Constantino, quien se cree intentó fusionar
ambas doctrinas. Las similitudes del mitraísmo con el cristianismo son abrumadoras.

El nacimiento de Mitra se conmemoraba el 25 de diciembre. Sus adeptos santificaban el domingo, día del
Sol. Acostumbraban bautizar con agua, mientras imponían un signo en la frente a quienes ingresasen en el
culto; esto con el objetivo de la expiación de los pecados. Hacían lo propio al comenzar algún rito en sus
templos o mitreos, en cuyas entradas ubicaban vasijas con agua bendecida por los sacerdotes. También
bendecían el pan y el vino, mismos que luego de la ceremonia eran repartidos entre los participantes para
ser consumidos a manera de la carne y la sangre de Mitra. Todas estas ceremonias estaban presididas por
padres o sacerdotes, quienes se encontraban por debajo del “padre de los padres”, una especie de sumo
pontífice de la época.

Es de destacar que muchas fuentes cristianas han intentado restar mérito a estas similitudes, alegando que
el mitraísmo fue posterior al cristianismo. Pero lo cierto es que el culto a Mitra surgió en el siglo II en el
mediterráneo oriental, desde donde se difundió posteriormente al Imperio Romano.

¿Cómo se explican las coincidencias entre cultos?

Las teorías más aceptadas al respecto nos dicen que tiene que ver con cómo se entendían los movimientos
solares y la influencia que los mismos han tenido en los seres humanos de la antigüedad, así como en la
manera en que tales impresiones se adaptaron a las respectivas creencias. Muchas deidades de la
antigüedad eran representaciones del Dios Sol, una concepción antiquísima del dador de vida, luz y calor.
Por este motivo, y siendo que prácticamente todas las creencias compartían una raíz común, los cultos
mesopotámicos, egipcios y griegos, así como la gran mayoría de los dioses de aquel entonces, presentaban
características comunes como fechas de nacimiento, modo en que fueron concebidos y rituales de
consagración o veneración. Por otro lado, gran parte de la simbología ritual de la época fue adaptada por el
cristianismo y tomada como propia con el objetivo de masificar el mensaje, encontrar una estructura
común con los ritos existentes y obtener una aceptación rápida pero escasamente resistida. Entonces, ¿qué
factor transformó al cristianismo en relevante? Y ¿Por qué no desapareció al igual que los mitos pre-
cristianos que le dieron origen? La respuesta es, por conveniencia política. (3)

Sobre la legitimación del cristianismo:

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El sistema político romano entendió perfectamente que no tenía sentido oponerse a lo que era
políticamente conveniente y agradaba a las masas. Todo fue planificado con el fin de canalizar y centralizar
el poder político. La religión es el primer frente de manipulación intelectual de las cúpulas de poder. Existen
muchas maneras en que una persona puede ser manipulada. La religión resulta ser una de las más
efectivas, ya que sus métodos no se cuestionan, y esto la transforma en uno de los medios menos resistidos
por las sociedades. Además, es el sistema de pensamiento más rápidamente asimilado por las masas
populares poco instruidas, dado su escaso poder de análisis.

Alrededor del siglo tercero, los conflictos internos y las invasiones ponían en jaque al Imperio Romano. En
el año 295, aparece en escena Dioclesiano, quien crea un ejército imperial pensado para entrar en acción
ante cualquier invasión externa, aunque en su mayoría se ocupaba de disturbios intestinos. Constantino, un
soldado de 17 años, ingresó para prestar servicio en el ejército imperial de Dioclesiano, transformándose
paulatinamente en un favorito y posible sucesor al poder. Por ese entonces, se afianzaba en Roma una
nueva creencia, el cristianismo; una religión que, a diferencia del culto romano, era monoteísta, y, en su
gran mayoría, estaba constituida por las clases sociales más humildes. Posteriormente, Dioclesiano
comienza a perseguir a sus seguidores, ya que el nuevo culto propiciaba el desorden social, dada su alta
conflictividad y su firme oposición a convivir con otras doctrinas. Pero los disturbios, lejos de cesar,
aumentaron. Al morir Dioclesiano, Constantino fue nombrado emperador. Éste, sabiendo que no podía
gobernar un imperio dividido, proclamó la oficialización del cristianismo en el Concilio de Nicea en el año
325. Tenemos entonces una intención de control político, de unificación, y no de aceptación o
reconocimiento. La manipulación otorga poder y elimina a los enemigos sin malgastar recursos.

Se puede entender que la sublevación y el desorden social forzaron a Constantino y definieron la


legitimación del culto, pero también podemos ir más allá y analizar otra perspectiva que repercute aún en
nuestros días.

En aquella época, casi todos los cultos eran politeístas o, en su defecto, veneraban a dioses y semidioses en
un mismo credo. El cristianismo, a pesar de ser una nueva religión, ofrecía características que podemos
entender como convenientes desde el punto de vista político. ¿Por qué? En primer lugar, porque un culto
monoteísta hace referencia al poder unipersonal, soberano e incuestionable. Por tanto es, en cierto
sentido, una alegoría del poder imperial, y, si se quiere, una metáfora del gobernador supremo. En segundo
término, tenemos que el sistema social, como se lo concibe desde el Imperio Romano hasta el día de hoy,
está organizado con una cabeza fuerte como gobernante, asesorada por unos pocos, y una inmensa
mayoría que jamás tendrá acceso al poder. El mito, como toda creencia arraigada culturalmente, será una
fuerza que destruirá o combatirá ideas y formas sociales. Entonces, legitimará también los sistemas de
liderazgo. Veámoslo de la siguiente manera:

Pensemos en una pirámide, donde la cima es la cúpula de poder y la base es la masa social que alimenta
esa cima; he aquí el esquema jerárquico tal como el monoteísmo lo legitima. Luego, imaginemos una
pirámide invertida, donde la cima equivale al acceso a la información y la sección más pequeña de la
pirámide -la sociedad toda- se encuentra en el absoluto desconocimiento.

Sobre las persecuciones de cristianos:

Las persecuciones de las cuales se supone los primeros cristianos fueron víctima, son al menos dudosas, ya
que las evidencias sugieren que muchos de los hechos fueron exagerados, o tal vez inventados, con el fin
de convertir en mártires a determinados personajes.

En el año 1763, Voltaire publica el Tratado Sobre la Tolerancia. (4) En él especula sobre la persecución
sufrida por los primeros cristianos. Voltaire se preguntaba: ¿Cómo es posible que los romanos que no

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perseguían a nadie por motivos religiosos, hayan sido cruentos perseguidores de los primeros cristianos? Y
concluye que esto era totalmente falso; él argumenta: “Los romanos no imponían su religión, todas eran
toleradas.”

Voltaire también se preguntaba si no sería el cristianismo una religión intolerante por naturaleza, dado que
los cristianos no tenían asunto alguno que dirimir con los romanos. En realidad, no existía para ellos más
enemigo que los judíos de la época, por ello insinúa que los mismos cristianos podrían haber provocado el
disgusto de las autoridades romanas.

En lo personal, creo que las evidencias del comportamiento cristiano parecen demostrar que así fue. Basta
con analizar los antecedentes de la época. (5)

En la ciudad egipcia de Alejandría, el cristianismo protagonizó innumerables hechos de violencia y


desmedida intolerancia hacia otros cultos: Linchamientos públicos de ciudadanos judíos, saqueos y
agresiones a no creyentes o politeístas, así como toda clase de altercados por motivos religiosos. Los
hechos más significativos al respecto fueron, sin dudas, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y la
ejecución de Hipatia.

La Biblioteca de Alejandría fue creada por la dinastía ptolomeica y llegó a convertirse en el archivo más
grande de aquel entonces. Se cree que fue fundada alrededor de los primeros años del siglo III, y que
albergó más de 700.000 volúmenes. En el año 390, la Biblioteca de Alejandría dejó de existir en manos de
los primeros cristianos. Éstos dieron rienda suelta a su ira, quemando y destruyendo por completo el
edificio con sus obras. No conformes con semejante acto, un año más tarde los templos no cristianos de la
época fueron saqueados en toda Alejandría. Además, la filósofa y maestra neoplatónica Hipatia fue
asesinada por negarse a traicionar sus ideas y convertirse al cristianismo. El arzobispo de Alejandría, San
Cirilo, la despreciaba por ser un símbolo de la Cultura y la Ciencia de aquel entonces. Su asesinato se llevó a
cabo en el año 415, en manos de un grupo de feligreses de Cirilo.

Los testimonios que poseemos de la persecución que los cristianos alegan haber sufrido nos llega de manos
de ellos mismos y escasamente de fuentes históricas externas. Entonces, y teniendo en cuenta que el
cristianismo ha utilizado históricamente estos argumentos como herramienta para justificar sus propias
persecuciones, especialmente durante la Inquisición Europea, la veracidad de tales actos es dudosa. La
conclusión más lógica es que los mismos cristianos provocaron la persecución de que dicen haber sido
víctima, dada su alta conflictividad; esto, desde luego, si es que dicha persecución realmente existió.

El sentido múltiple u oculto de la argumentación, ha sido tema de estudio de numerosos teóricos de la


dialéctica. Aristóteles, Platón, Sócrates y otros han definido las manifestaciones argumentativas orales y
escritas. El tema de las subjetividades o discursos aparentes y explícitos es, de hecho, un método de muy
antigua data.

Resumido del texto correspondiente a Juan 3:16

El término “pagano”, mismo que significaba “Hombre de campo” antes del cristianismo, pasó a ser la
denominación con que los primeros cristianos identificaban a los seguidores de otros cultos religiosos.

En su obra, Tratado Sobre la Tolerancia, Voltaire también sostiene que los romanos difícilmente se
ocuparon de los cristianos, ya que no tenía otra preocupación más que gobernar y civilizar el mundo. Cita
textual:

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“El gran principio del senado y del pueblo romano era: (Deorum offensae düs curae; sólo a los dioses
corresponde ocuparse de las ofensas hechas a los dioses.) Aquel pueblo rey sólo pensaba en conquistar, en
gobernar y civilizar al Universo.”

Nicolás Maquiavelo argumentó también a este respecto, alegando que, a su parecer, el cristianismo
utilizaba métodos cuestionables para imponerse entre las masas. Cita textual:

“Cuando surge una nueva creencia, su primera preocupación es extinguir a la anterior. Esto se observa en el
comportamiento de la religión cristiana, que anuló todo recuerdo de la antigua teología. Persiguió todos los
recuerdos antiguos, quemando obras de poetas e historiadores, estropeando imágenes y cualquier otra
cosa que conservase recuerdos de antigüedad.”

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 7

“Una señal inequívoca del amor a la verdad, es no mantener ninguna proposición con mayor seguridad
de la que garantizan las pruebas en las que se basa.” – John Locke, pensador inglés. (1632 – 1704)

Fraude: Acción que resulta contraria a la verdad y la rectitud.

La fe religiosa es el proceso mediante el cual se otorga legitimidad al dato revelado por sobre el
discernimiento y se confiere a la intuición un papel preponderante en la legitimación de las ideas. No es
una fuerza interior ni una necesidad humana, es un paradigma inculcado y fomentado para adormecer las
facultades críticas y favorecer la asimilación del discurso doctrinario. No es tampoco una virtud, dada su
naturaleza opuesta a la razón y a la búsqueda de la verdad. (1) En ella encontramos al más vil de los
dogmas, aquel que ciega el entendimiento y enaltece la negación de nuestras percepciones.

La fe no es una forma de conocimiento, sino el medio para sostener una negación, y la negación nos impide
alcanzar cualquier conocimiento. En su práctica sólo hay vacío e ignorancia; es la manifestación de una
mentalidad primitiva.

La Iglesia históricamente ha intentado cercenar las capacidades de cuestionamiento. Éste ha sido el método
más usual utilizado por el sistema religioso para imponer sus fundamentos.

Factores que determinan la adopción de la fe como pauta de funcionamiento:

Existen muchísimos motivos por los cuales una persona puede anular intencionalmente el pensamiento
crítico. Por lo general, tales conductas responden a la intención de no perder contacto con ideas
incorporadas durante la niñez. Nuestra cultura entiende que los análisis exhaustivos pertenecen a una
esfera de eruditos que se ocupa de ello, lo que supone una excepción para el cuestionamiento que
funciona como un legitimador del conformismo intelectual para la gente promedio. También está el hecho
de que generalmente intentamos no comprometer la socialización por plantear una discrepancia o
mostrarnos inconformes con el sistema al que la mayoría adhiere. El conformismo es tomado como
preferible a tener que afrontar las consecuencias de expresar ideas que pudiesen distanciarnos de nuestro
grupo familiar o amistades. Hemos sido formados bajo la premisa: “Ser crítico y hacer juicios acertados no
garantiza una vida feliz.”

Pero también existen procesos que funcionan como limitadores naturales del desarrollo intelectual y
definen la preponderancia de los sistemas en cuestión. Muchos de ellos tienen que ver con circunstancias
que definen nuestras cualidades evolutivas. (2)

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La idea básica del concepto evolutivo es que cada adaptación tiende a producir una mejora y el resultado
debería ser siempre una criatura más adaptada y eficiente. Veamos cómo funciona:

Un ave de plumaje colorido puede tener las plumas un poco más coloridas que otra. Como unas plumas
más coloridas sirven para atraer a las potenciales parejas, tenerlas brinda más posibilidades de aparearse y,
por lo tanto, de reproducirse exitosamente. Puede que las crías también tengan las plumas coloridas como
su progenitor (3) y, con el tiempo, probablemente evolucione un nuevo tipo de ave con plumaje mucho
más colorido. De la misma manera, el intelecto evoluciona por medio de la experiencia y puede luego ser
heredado por las crías. En el caso de nuestra especie, el raciocinio se desarrolló de manera diferenciada de
los otros seres y, evidentemente, es único en la Naturaleza. Es así como pasamos del pensamiento pre-
lógico de nuestros antepasados al surgimiento de los primeros rasgos de razonamiento concreto y analítico.
Este proceso de contemplación del entorno y de comprensión de los mecanismos naturales ha sido el
motor del intelecto y la base de nuestro desarrollo como especie.

Pero la Evolución no sólo posibilitó nuestro raciocinio avanzado, también definió la capacidad que
poseemos de adecuarnos al entorno. Podemos afirmar que no todos gozamos de las mismas aptitudes
intelectuales, dadas nuestras situaciones socio ambientales, así como también nuestros esquemas
psicológicos y biológicos. Y del mismo modo podemos inferir que a menor capacidad intelectual, menor es
también el grado de análisis que ejercemos sobre lo que nos rodea.

La razón, nuestra principal herramienta de supervivencia, no ha evolucionado de manera homogénea en


todos los ámbitos del planeta. Así como cada continente posee diferentes terrenos y climas, los seres
humanos que habitan estos entornos denotan diferentes adaptaciones físicas, también producto de la
Evolución: color de la piel y del cabello, altura, mayor o menor vellosidad en las extremidades y torso,
tolerancia al Sol o a las bajas temperaturas, etc. Asimismo, el desarrollo cognitivo está supeditado al
entorno y a las necesidades de subsistencia de quienes en él habitan, o bien, a los desafíos intelectuales
con que los individuos se encuentran durante su vida. Esto explicaría las diferencias intelectuales entre las
personas y la permeabilidad al mito de sujetos escasamente inquisitivos, así como que la religiosidad se dé
con mayor énfasis en los países menos desarrollados.

Las religiones necesitan de la pobreza, ya que se nutren de ella, así como de la ignorancia que conlleva. No
hay mejor presa que las personas poco instruidas. Y después de todo, ¿no es acaso lógico que la porción de
la sociedad con menor acceso a las herramientas de análisis, sea también la más permeable de aceptar un
sistema opuesto a la obtención de fundamentos sólidos? La fe, como toda construcción socialmente
asimilada, genera consensos, legitima el accionar y perpetúa los sistemas de pensamiento, indistintamente
de su validez. (4)

Invocar la fe implica, en reglas generales, la identificación inmediata con la virtud y la pureza. De hecho, la
fe funciona como un instrumento de persuasión sentimental; algo así como un catalizador de los buenos
actos. Esto parte de un consenso social, de la identificación del individuo con la condición de “buen
cristiano”. Tal es el soporte de sentido social de la fe.

Esta relación socialmente aceptada entre la fe y la virtud está tan profundamente arraigada que la
manipulación de los cultos religiosos pasa absolutamente desapercibida para la mayoría. El creyente
usualmente sostiene que su fe tiene como fundamento una convicción, un criterio propio e inalterable de
naturaleza muy personal. Pero, me pregunto: ¿Cómo podría nadie saber que está siendo manipulado?
Sencillamente, no podría; a no ser que las herramientas de juicio actuasen de manera oportuna, algo que la
fe enseña a evitar. La fe no puede ser cuestionada por quien ha sido asimilado, ya que es consecuencia de
la aceptación no razonada y la anulación del espíritu crítico. (5)

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Para tener fe, es necesario ignorar nuestras percepciones y adoptar afirmaciones arbitrarias o sin base
aparente. La fe nos niega la posibilidad de tener las pruebas al alcance de nuestras capacidades cognitivas,
sin embargo, nos exige creer aún a costa de nuestra autoestima intelectual. La fe descalifica al sabio y
fortalece al necio, da lugar a que las Naciones fuertes se abalancen sobre las débiles y sirve como medio de
legitimación para el totalitarismo ideológico. (6) La fe desnaturaliza al ser humano y lo transforma en
insignificante; le quita su bien más preciado, el pensamiento, y lo vapulea para obtener credulidad; lo
desarma frente al mundo y se nutre de su ignorancia al punto de sustituir el razonamiento por algo mucho
más redituable.

¿Qué podemos esperar de un ser humano esclavizado por las supersticiones? ¿Cómo podemos manejar el
conocimiento para que nos libere del vacío de la fe? Una sola respuesta es oportuna en ambos casos: El
único camino es la razón; ningún mito puede suplantar al conocimiento.

El individuo veraz, despojado de ambigüedades y totalmente preparado para asumir los retos de la vida,
aquel que Nietzsche (7) ponderara en su obra; en él debemos convertirnos. La veracidad debe ser la pauta
para la obtención del conocimiento objetivo, uno basado en patrones lógicos que fomenten la lucidez
intelectual y nos brinde las herramientas para negar cualquier absurdo. Allí debemos abrevar,
distinguiéndonos de quienes han optado por la mediocridad, analizando la realidad para comprender los
parámetros que la definen; nunca debemos renunciar a esta búsqueda, a la honestidad intelectual y al
compromiso con el verdadero conocimiento.

Cada vez que la fe prevalece, la razón es desdeñada para morir en el abismo del desconocimiento, la luz se
torna oscuridad, y todas las verdades se tuercen para adecuarse a los designios de una divinidad
imaginaria, que la misma fe, disfrazada de virtud, nos ha exhortado a perpetuar.

Cuando las personas pierden su libertad intelectual y las doctrinas se apoderan de los incautos, el interés
por pensar se esfuma en la neblina de la fe; entonces el humano ya no es humano, sino apenas el resabio
de su truncada humanidad.

Ya en el siglo II de nuestra era, el filósofo griego Celso se cuestionó la implementación de conceptos


religiosos -hasta ese momento desconocidos- como la “fe” y la “salvación”. Los primeros cristianos
promovieron estos paradigmas y los divulgaron por toda Roma. Tales ideas eran absurdas para Celso, quien
las ridiculizó en su obra “El discurso verídico”. Él argumentó que la fe obliga a una aceptación inmediata e
incondicional y que no existen razones valederas para depositar semejante confianza en un salvador que no
demostró merecerla en primer lugar.

Uno de los primeros filósofos en usar la expresióncritical thinking, como título de un libro de lógica fue
Mack Black en 1946. En 1978 surgió en Canadá, la revista Informal Logic Newsletter, cuyos editores fueronJ.
Anthony Blain y Ralph H. Jhonson. En el primer número caracterizaron la lógica informal por vía negativa y
posteriormente como “…..toda una gama de cuestiones teóricas y prácticas que surgen al examinar de
cerca y desde un punto de vista normativo, los razonamientos colectivos de las personas”. Ref. Estrategia
para fomentar el pensamiento crítico en estudiantes de Licenciatura en Enfermería, por Julio Trigo López.

En el reino animal, sólo los machos presentan rasgos distintivos destinados a la atracción del sexo
opuesto. Según Darwin, los caracteres que aumentan el éxito reproductivo a nivel individual pueden
evolucionar, aunque esto implique una desventaja a nivel de supervivencia para el individuo. Esto se
conoce como “Selección sexual”.

Estados Unidos es uno de los países más más aferrados al cristianismo evangélico. El norteamericano
promedio se encuentra entre las personas más desinformadas y supersticiosas el mundo. No sólo eso, en
los Estados Unidos la religión representa un inmenso negocio que deja millones de dólares libres de

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impuestos por año y es inculcada por el Estado desde la niñez. Además, el cristianismo evangélico
prácticamente adoptó este país como su sede principal, y es allí precisamente donde nació el movimiento
creacionista del Diseño Inteligente.

La manipulación consiste en hacer creer al individuo que la idea adoptada es producto de su propia toma
de decisiones y que no ha sido influido de forma externa. De esto se deduce que se trata de un proceso del
cual el sujeto debe estar exento de comprender.

La fe es un estupendo legitimador del totalitarismo ideológico, ya que es igualmente válida como


fundamento para cualquier creencia. Esto favorece que el fanatismo religioso sea tolerado y que las
posturas más inconsistentes sean permitidas y legitimadas.

Para Nietzsche la veracidad es la antítesis de la fe y de las convicciones que reemplazan a la rectitud; es


decir, de aquello que nos aleja de las verdades y nubla el entendimiento. Ya desde sus primeras obras, el
filósofo demuestra un evidente interés por la veracidad y su aplicación al conocimiento. La veracidad jugó
un papel fundamental en su concepción filosófica.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 8

“Entendemos que es moral aquello que, prescindiendo de toda utilidad, independientemente de premios
o ventajas, puede ser justamente alabado por sí mismo. Cuál sea la naturaleza de esto puede
comprenderse no tanto por la definición que acabo de dar, aunque ayuda bastante, como por el juicio
común de todos y por las inclinaciones y las acciones de los hombres mejores, que hacen muchísimas cosas
únicamente porque son decorosas, porque son rectas, porque son morales, aunque saben que no van a
conseguir ninguna ventaja.” – Marco Tulio Cicerón, jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. (106
– 43 AEC)

Moral: Reglas o normas por las que se rige la conducta de un ser humano en concordancia con la sociedad y
consigo mismo.

Partiendo del entendimiento de la fe, es posible comprender cómo otros dogmas funcionan de manera
conjunta para moldear al creyente de acuerdo con las necesidades de los cultos religiosos. Para
comprenderlo, es necesario analizar el proceso desde sus orígenes:

Las creencias funcionan como una suerte de método para evadir los sufrimientos implícitos en la existencia.
Son también una manera de evitar asumir que somos una especie mortal; que todo lo que tenemos es esta
vida y sólo esta vida. Pero si analizamos el modo en que las mismas se afianzan y los mecanismos que
entran en juego para que se perpetúen, encontramos que dicho proceso no sólo parte de una necesidad
individual, es más bien un proceso en el que también los sistemas religiosos buscan esa la asimilación
simplificando en gran medida el proceso.

Es fácil notar que no se requiere mucho para tener fe; las mentes más rudimentarias pueden practicarla y
sentirse parte del “plan divino”. Podemos también entender que la fe es un requisito necesario para la
pertenencia al grupo doctrinario, y que cuanto más grande sea la necesidad de pertenencia del sujeto,
mayor será también su apego a los mitos con que se identifica la congregación y su predisposición al
fanatismo religioso, es decir, su permeabilidad a la fe. Por lo cual, la asimilación se hace efectiva desde
varios frentes y de manera recíproca: la fe refuerza el sentido de pertenencia y la necesidad de afianzarse
en el grupo hace lo propio con la fe.

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Una vez que la superstición se instala y el sujeto es asimilado por el grupo, es muy poco probable que éste
reemplace el mito por ideas propias. No hay lugar en las mentes adoctrinadas para el cuestionamiento, y
ésa es una condición necesaria para romper el vínculo e independizarse. La creencia se nutre del
desconocimiento sobre la naturaleza de las cosas, o bien, de la negación de lo evidente; mientras que la fe,
su caballo de Troya, brinda el soporte para tal negación. (1)

Aquí entra en juego un nuevo factor:

La relación que el cristianismo establece entre el temor de dios y la moral humana es legendaria.
Evidentemente, el temor es el factor de mayor influencia en el pensamiento cristiano: el temor al Infierno,
el temor a la ira de dios, el temor a cuestionar. En pocas palabras, el temor es la más común de las
herramientas de manipulación a las que el cristianismo recurre, además de la fe. Tenemos entonces que
dos factores son necesarios para creer. En primer lugar, la fe; y en segundo, el temor de aquello penalizado,
que muy convenientemente se presenta como motivo de castigo o penitencia: el temor de dios.

El modo en que este concepto entra en juego, hace a su verdadera razón de ser. Cuando hablamos de
temor de dios, nos referimos a la aceptación de parámetros morales objetivos, interpretados desde la
visión de un ser creado por quienes delimitan dichos parámetros. Tales designios, por tanto, pueden ser
manipulados a voluntad.

Si nos remontamos a la época de mayor poder de la Iglesia Católica, la Edad Media, encontramos que el
temor de dios era un argumento más acorde con una intención de difundir terror que con la idea de crear
una consciencia ética. La gran mayoría de los autores insistían en el temor como algo necesario para ejercer
control y librarnos del pecado, describiendo los posibles castigos por desobedecer a dios como torturas
inimaginablemente horrorosas. Sin embargo, el cristianismo actual entiende el temor de dios como la
consciencia y reflexión acerca de nuestros actos en su presencia. La idea es que sin temor de dios, o
consciencia de estar siendo observados, nadie ejercería juicio moral sobre nosotros y estaríamos tentados
de pecar constantemente.

Pero si la única motivación para hacer el bien radica en la complacencia a un dios que nos observa,
entonces no haríamos el bien por propia voluntad, sino por consideraciones sobre las consecuencias de no
hacerlo.

Nuestras acciones deberían surgir de un sentimiento genuino y no de mandatos que definen nuestra
moralidad a los ojos de alguien más. En tal caso, estaríamos frente a una legislación de pensamiento, es
decir, en presencia de un sistema que juzga cómo debemos sentir. Incluso se ha intentado fundamentar la
existencia de lineamientos morales objetivos argumentando que si dios creó al ser humano, entonces todos
tenemos a dios dentro, y que por ello debemos ver a todos como nos vemos a nosotros mismos y aplicar
las únicas pautas comunes a todos: las del creador. (2) Pero este razonamiento es incorrecto, ya que parte
de una premisa no comprobada: Dios.

El sentido de moralidad debe estar fundamentado en la libre decisión; la moral es lo elegido, no lo


impuesto. (3) Todo planteo de moral objetiva debe ser descalificado por simple sentido común. La
percepción del valor moral surge el sentido del deber moral, no de pautas externas que la impongan. Una
acción es correcta o incorrecta de acuerdo a consideraciones sobre las consecuencias de la misma, no por
los castigos que acarrearía el llevarla a cabo. Por otro lado, nuestro sentido moral debería estar basado en
criterios realistas y practicables, pero si analizamos el modelo ético cristiano, encontramos un sistema
cuyos valores se erigen sobre un paradigma irreal, antiético y por demás subjetivo. De todos modos, el
planteo moral cristiano falla en la práctica, ya que sólo es aplicable a un juicio del cual el fiel está exento.
Por tal motivo, las penas únicamente afectan a quienes no comparten la doctrina. Además, los

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EL SER IMAGINARIO
lineamientos del sistema cristiano están pensados para imponerse de manera absolutista y sin contemplar
la verdadera naturaleza del significado de la moralidad.

El cristianismo exhorta al creyente a actuar en consecuencia con lo que podría considerarse el bien
objetivo, dado que el juicio al respecto de sus actos es sólo concerniente a dios. En lenguaje cristiano, el
individuo es totalmente dependiente de dios; no puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o la
inteligencia, sino únicamente con la ayuda de la gracia divina. Por lo tanto, es posible ser un ex violador o
un asesino, a la vez que se puede pasar a ser moralmente correcto a los ojos de dios; tan sólo es necesario
aceptar a Jesús como salvador luego del acto cometido. Esto, indefectiblemente, nos lleva a evaluar las
posibles definiciones de moral y su aplicación en cada caso. Existen dos clasificaciones principales de moral:
La moral objetiva y la moral subjetiva. Podríamos decir que la primera es aquella que se corresponde con el
modelo cristiano, mientras que la segunda es la que contempla cierta flexibilidad en los criterios del bien y
del mal, considerando parámetros de diferente índole.

La moral objetiva se considera absoluta, incuestionable y no tiene en cuenta al individuo o el caso


particular. Su origen, en términos religiosos, es la verdad revelada de fuentes divinas: Dios. Sostiene que las
reglas morales son verdaderas aunque no sean producto de una convicción personal. La moral subjetiva, en
cambio, está ligada al contexto social, histórico, cultural e incluso ideológico del individuo. Es particular de
cada uno y no responde a convenciones establecidas. No sostiene absolutos morales, ni bien ni mal ético
objetivo.

Aquí debemos detenernos y reflexionar: ¿Es posible el relativismo moral?

Se supondría que un relativista moral, ya sea ateo o agnóstico, entiende que no existen valores de bien y de
mal absolutos, por tanto, no puede ceñirse a la idea del mal para argumentar a favor o en contra de nada,
ya que el mal, a su criterio, es un valor relativo. ¿Esto invalidaría argumentos tales como el de Epicuro,
donde el mal es el elemento fundamental para definir la imposibilidad de la existencia de dios?

Así definió Epicuro la contradicción entre las características atribuidas a los dioses y la existencia del mal:

“¿Es que quiere evitar el mal y es incapaz de hacerlo? Entonces, es que es impotente. ¿Es que puede,
pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Es que quiere y puede? Entonces, ¿de dónde proviene el mal?”

El dilema es el siguiente:
Si el mal es un valor subjetivo, automáticamente el argumento en contra de la existencia de dios quedaría
descalificado; pero si el mal es real, el relativismo moral es impracticable.

En mi opinión, la idea que tengamos sobre el bien y el mal no afecta al relativismo moral. Podemos decir
que los valores en cuestión están sujetos a interpretación y dependen de las vivencias e ideales del
individuo, pero también debemos entender que sin un parámetro que nos sirva como escala de medición,
las conductas humanas sólo podrían desembocar en arbitrariedad, y la noción de moralidad dejaría de
existir.

Cuando un relativista moral sostiene que no existen valores absolutos de bien y de mal, en realidad está
diciendo que éstos pueden tener atenuantes. Que no sean valores absolutos, no significa que no existen o
que no se puedan comprender. Implica que dichos valores son cambiantes, adaptables y que pueden
modificarse en tiempo y forma de acuerdo con la situación histórica, social o cultural. He aquí que Epicuro,
Faure, Russell y otros tantos relativistas morales están legitimados en su pensar basados en la concepción
de una moral adaptable, pero que conserva su carácter de guía consensuada o medida del “buen actuar”.
Aunque, de todas formas, el concepto de moral objetiva sigue siendo la pauta, el detonante y la excusa
para el juicio prematuro impuesto por el ideario cristiano.

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EL SER IMAGINARIO

En pocas palabras, el cristiano hace el bien por temor de dios, quien supone ha impuesto lineamientos de
comportamientos universales, incuestionables y eternos. Sin embargo, el argumento de moralidad que el
cristianismo esgrime es insostenible, ya que si la moral proviene de dios, y para conocerlo sólo tenemos las
Escrituras, nuestra moral proviene de un ser vengativo, narcisista, intolerante, antisocial, genocida y una
larga lista de etcéteras. ¿Es este el parámetro de moralidad incuestionable?

La verdadera inmoralidad radica en el propio cristianismo, en su afán de poseer la verdad sin conocerla en
absoluto, en su violencia desmedida contra el conocimiento, en su intolerante y sectario discurso
absolutista de seres sobrenaturales que termina siendo un nefasto ejemplo de inmenso desprecio por la
humanidad y sus logros.

El ser humano es la prueba de lo obsoleta que es la fe. El creyente afirma que con fe se llega al cielo, y el
ateo responde: Llegamos al cielo y más allá por nuestra propia cuenta, hace ya cincuenta años; sin dios, sin
fe; por nuestros propios medios.

El 12 de abril de 1961, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin de 27 años, se convirtió en el primer hombre
en llegar al espacio.

El sentido de pertenencia es una condición necesaria para constituir un culto religioso. Es una suerte de
vínculo social, un modo de establecer ese lazo propio de todo grupo doctrinario y, en última instancia,
permite que los individuos se entiendan entre sí con simbologías y ritos delimitados por los líderes, lo que
facilita el manejo de grupo por sobre la concepción o el criterio individual.

El esta idea se basa el postulado “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. La frase tiene su origen en Pablo
de Tarso, quien sostenía que quien ama a su prójimo ha cumplido la ley divina y bien puede sentirse
satisfecho como cristiano, ya que todos los mandamientos se resumen en esta idea.

En (Rm 13, 8-10) nos recuerda: “La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud.”

La moral es un código libremente escogido, no es una imposición o una legislación. Cuando el bien
común de la sociedad toda se considera superior al de algunos individuos, se entiende que el bien de
algunos prevalece sobre el de otros, y que ésos otros están destinados a la condición de sacrificables.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 9

“La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento, son aquellos que saben poco
y no esos que saben más, quienes tan positivamente afirman que este o aquel problema nunca será
resuelto por la Ciencia.” – Charles Robert Darwin, naturalista británico. (1809 – 1882)

Todos hemos visitado un zoológico en algún momento de nuestra vida. En ellos, es posible apreciar toda
clase de animales que normalmente no veríamos, ya que sólo habitan en estado salvaje. Una criatura en
particular es la que, a mi entender, debería fascinarnos más profundamente. Me refiero a los simios, en
cualquiera de sus variedades.

Su impresionante parecido con nosotros, su comportamiento de tipo social e individual que denota
intelecto desarrollado, o el hecho de compartir el 98 por ciento de su información genética con nuestra
especie, son algunas de las razones que los hacen especiales. Los simios son, en sí mismos, evidencia

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EL SER IMAGINARIO
viviente. Su lóbulo frontal más desarrollado, el ser bípedos y poseer un dedo pulgar opuesto, entre otras,
los transforma en verdaderos vestigios vivientes de la Evolución. (1)

Estos animales son una prueba irrefutable del modo en que las condiciones y necesidades biológicas
fuerzan la adaptación de las especies. Por otro lado, también evidencian que no hubo un primer hombre
llamado Adán, ni su compañera llamada Eva; nosotros jamás fuimos creados: somos producto de un
proceso de transformación llamado Evolución. De todas formas, y a pesar de las innegables evidencias y los
constantes hallazgos de fósiles alrededor del mundo, todavía hay quienes creen que la Evolución es sólo
una teoría. Se trata de quienes prefieren ignorar, temen a la razón, y se refugian en una fantasía
denominada dios.

En el año 1859, Charles Darwin publica El Origen de las Especies, y en ese preciso momento la historia de la
Biología cambia para siempre. Darwin fue el primer verdugo de la fe cristiana, revelando nuestro origen a
quienes quisieran conocerlo, definiendo el proceso evolutivo y el verdadero motivo por el cual
desarrollamos el intelecto: simple necesidad de supervivencia.

Así como el pelícano perfeccionó su pico especializado, o el tiburón su estructura hidrodinámica que le
permite cazar de manera única en el reino animal, nosotros desarrollamos el intelecto.

Darwin profundizaría sus estudios para encontrar que la Selección Natural, no sólo favorece mutaciones
físicas y distingue a las diferentes especies animales según sus características, también determina las
conductas que intervienen en la capacidad de socialización del individuo. Hablamos de un desarrollo social;
una característica que permite al ser humano vivir en sociedad, definiendo un nuevo paradigma de
perfeccionamiento de una especie a través de la Evolución. Esto ha permitido a nuestra especie el
desarrollo de sentimientos como la empatía o la compasión, mismos que suponen el pilar de la sociedad
organizada en la actualidad.

La Evolución es tan precisa que no sólo sigue estando vigente, también es la base fundamental de la
Biología. La Medicina se basa en ella para confeccionar nuevos fármacos, ya que los virus actuales se saben
más adaptados y resistentes.

Las teorías del naturalista británico modificaron grandemente las nociones acerca del origen y la evolución
del ser humano. Darwin refutó la arraigada creencia en que los seres humanos tenemos un origen divino y
demostró que somos el resultado de un proceso de mutación biológica. Opuso teorías científicas a las
explicaciones de carácter teológico, hecho que tuvo un impacto considerable en la mentalidad de la época.
Sus teorías provocaron una enorme controversia en la sociedad cristiana de aquel entonces y dieron lugar a
intensos debates. La consecuencia directa de esto fue la puesta en duda de nuestra visión antropocentrista.
Si el humano no era una creación divina, tal como afirmaban las creencias vigentes hasta el siglo XIX, no
había razón alguna para sostener que el mismo ocupaba un lugar central en el orden natural.

La obra de Darwin fue el resultado de un trabajo de observación e investigación que comenzó desde muy
joven, cuando se dedicó a estudiar Historia Natural. Sin embargo, lo que realmente consagró los años de
estudio y reflexión, fue su labor como naturalista en la expedición alrededor del mundo a bordo del Beagle;
tal como lo afirma en su autobiografía:

“El viaje en el Beagle ha sido el acontecimiento más importante de mi vida, y el que determinó toda mi
carrera.”

El concepto de evolución era ya contemplado y estudiado por los naturalistas antes de Darwin, pero lo que
le otorgó a éste el crédito por describir y comprender la Selección Natural, fue la publicación el 24 de
noviembre de 1859, de El Origen de las Especies.

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EL SER IMAGINARIO

A pesar del amplio rechazo de la Iglesia por todo lo referente a sus investigaciones, Charles Darwin no
descartó de plano la posibilidad de la existencia de dios. De hecho, era agnóstico; posición que se ha dicho
fue determinada por la muerte de Anne, su segunda hija; incluso muchas biografías del naturalista así lo
afirman. En lo personal, no comparto esta interpretación; más bien deduzco que la veracidad del sistema
evolutivo fue determinante en su negación de la explicación teológica como eje de la existencia. En su
diario de viaje escribió algunos párrafos dando a entender que comenzaba a experimentar una descreencia
sistemática:

“…casi no puedo comprender cómo haya nadie que pueda desear que la doctrina cristiana sea cierta.”

Y varios años más tarde escribió:

“Considerando la ferocidad con que he sido tratado por los ortodoxos, parece cómico que alguna vez
pensara en ser clérigo.”

Darwin nos abrió los ojos sobre el origen de las distintas especies que habitan la Tierra y de nosotros
mismos. Aportó datos y fundamentó cómo llegamos a nuestro estado actual de desarrollo evolutivo y
quiénes somos en realidad. Hombres como Charles Darwin iluminaron a la humanidad y comenzaron un
proceso imposible de detener: el avance del conocimiento humano.

En la actualidad, sólo el Creacionismo presenta objeciones a la Evolución, sustentando su postura en la


teoría de la “complejidad irreductible” ideada por el bioquímico Michael Behe. Se trata de un desarrollo
teórico que postula, basado en la complejidad de los seres vivos, que anulando cualquiera de las partes de
un sistema biológico complejo, es posible deshabilitar el sistema en su totalidad; implicando, por tanto, una
absoluta dependencia del sistema en cuestión de todas y cada una de sus partes. Establece también que es
imposible obtener patrones bióticos complejos a través de un proceso fortuito. Esta teoría fue desarrollada
para apoyar el concepto del Diseño Inteligente, el cual sostiene que cuando algo posee complejidad
específica, se puede asumir que fue producido por una causa inteligente, es decir, que fue diseñado en
lugar de ser el resultado de un proceso natural. (2)

La idea de la irreductibilidad de los sistemas biológicos, surge como consecuencia de un estudio de Michael
Behe en el año 1992, cuando éste revisaba el proceso de coagulación de la sangre y el origen de las
proteínas, para el libro Of Pandas and People. En 1996, el bioquímico utilizó por primera vez el término
“complejidad irreductible” en su libro La Caja Negra de Darwin, donde propuso que la Ciencia no puede
explicar el desarrollo de algunos sistemas biológicos, dado que éstos sólo funcionan en el estado que los
conocemos, pero no serían funcionales si faltase alguno de sus componentes; por tanto, sostiene que
poseen una complejidad imposible de reducir a un estado más primitivo de desarrollo.

El defecto principal de este planteo es evidente: la complejidad está supeditada a la percepción. Hace ya
mucho tiempo sabemos que un sistema extremadamente complejo puede construirse añadiendo partes
que, aunque al principio son solamente características o desarrollos básicos y prescindibles, pueden
evolucionar hasta volverse indispensables. Por otro lado, afirmar que algo es tan específicamente complejo
que las posibilidades de haber evolucionado se reducen a cero, es ilógico. Además, este razonamiento
implica una segunda posibilidad basado en la hipotética imposibilidad de su opuesto, lo que no tiene
sentido alguno.

Los casos en que objetos naturales de indescriptible complejidad aparecen en la Naturaleza son
muchísimos: diamantes, cristales de todo tipo, seres acuáticos de las profundidades cuya complejidad nos
asombra; sólo por citar algunos. Por otro lado, Darwin destruyó ya en su obra planteos tales como la

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EL SER IMAGINARIO
complejidad irreductible, describiendo cómo pasos sutiles y progresivos llevan a sistemas extremadamente
complejos y perfeccionados. (3)

Es de destacar que ninguna corriente científica sustenta a la complejidad irreductible y, de hecho, existe un
consenso sobre que se trata de un planteo ideado para otorgar carácter científico a una idea meramente
creacionista.

El Creacionismo no puede ser considerado Ciencia en absoluto, ya que viola los parámetros de la misma.
Para que algo sea científicamente viable, debe ser también científicamente falsable, o bien, debemos poder
demostrar su posibilidad tanto como su imposibilidad, algo que las teorías creacionistas jamás podrían
hacer, ya que sus enunciados son de naturaleza no fáctica. La Evolución de las Especies es uno de los ejes
de la Ciencia (4) y la única explicación sensata para la diversidad biológica sobre la Tierra.

El trabajo de Charles Darwin marcó un antes y un después en la historia de la Biología. Hoy sabemos que la
lucha por la supervivencia es el principal precursor de cambios en la Naturaleza. La Evolución no es sino el
resultado de la adaptación de los seres vivos en función de triunfar como individuos y, consecuentemente,
como especie. Es el verdadero sistema de la Naturaleza; el modo en que ésta define la prevalencia de una
especie sobre otra y la medida del éxito de las formas de vida.

El intelecto, esa herramienta que nos permitió imponernos sobre las demás criaturas y posibilitó que el
destino de cada forma de vida sobre la Tierra esté ligado al nuestro, es también resultado del mismo
proceso que Darwin definiera en su obra.

En resumidas cuentas, aquel 24 de Noviembre de 1859, no sólo se publicaba un libro histórico para la
Ciencia, uno que marcaría el desarrollo de la Biología desde esa fecha en adelante, también se condenaba a
muerte a un ser imaginario, creado por la ignorancia y el miedo, y destruido por la razón y el conocimiento.

El dedo pulgar opuesto es la base de la manipulación de herramientas, tanto para el ser humano como
para el resto de los simios. Es un rasgo evolutivo característico de todos los primates.

La Ciencia considera al planteo del Diseño Inteligente como una falacia. La teoría de la complejidad
irreductible, ideada por el bioquímico Michael Behe, sostiene que hay sistemas irreducibles en la
Naturaleza. En sus palabras:

“Una serie de bien planeadas interacciones, que permiten el funcionamiento básico, así que al ser
eliminadas ciertas partes del sistema, éste cesa efectivamente de funcionar”.

“Generaciones de creacionistas, han intentado contradecir a Darwin, citando el ejemplo del ojo como
una estructura que no podría haber evolucionado. La habilidad del ojo para proveer visión, depende del
arreglo perfecto de sus partes, dicen los críticos. La Selección Natural nunca podría haber favorecido las
formas transicionales necesarias durante la evolución del ojo; ¿Qué tan bueno es medio ojo? Anticipándose
a esta crítica, Darwin sugirió que aún un ojo -incompleto- podría conferir beneficios -como ayudar a las
criaturas a orientarse hacia la luz- y de ese modo sobrevivirían, permitiendo futuros refinamientos
evolutivos. La Biología ha vindicado a Darwin: los investigadores han identificado ojos primitivos y órganos
sensibles a la luz a través del reino animal y han ayudado a trazar la historia evolutiva del ojo a través de
comparaciones genéticas. Ahora parece que en varias familias de organismos, los ojos han evolucionado
independientemente.”

– John Renie, “15 respuestas al sin sentido creacionista”. Scientific American, julio de 2002.

“La Teoría de la Evolución de Darwin marcó un antes y un después en la historia de la Ciencia.”

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EL SER IMAGINARIO

– Carolina Nieto, bióloga argentina, entrevistada por La Gaceta en 2009, en un homenaje a Charles Darwin
en Naciones Unidas.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 10

“¿Qué es más probable: que la Naturaleza salga de su curso o que un hombre cuente una mentira? En
nuestros tiempos, nunca hemos visto que la Naturaleza se salga de su curso. Pero tenemos buenas razones
para creer que se han dicho millones de mentiras en el mismo tiempo. En consecuencia, la probabilidad de
que el comunicante de un milagro diga una mentira es, al menos, de unos millones a una.”- Thomas Paine,
filósofo y político estadounidense de origen inglés. (1737 – 1809)

Placebo: Conjunto de efectos que se sienten por sugestión habiendo tomado una substancia carente de
efectos reales.

Cuando analizamos la conducta humana, encontramos que tanto lo biológico como lo psicológico influye en
ella. Nuestras emociones: los pensamientos, las ansiedades, los temores y las alegrías, así como una amplia
gama de sensaciones ambiguas como el amor, el odio y los celos, se originan en nuestro cerebro. El proceso
por el cual podemos sentir desde ira hasta felicidad, tiene que ver con respuestas de este órgano a señales
provenientes de diferentes partes del organismo. En pocas palabras, el cerebro es nuestro centro de
procesamiento y entendimiento. Pero la interpretación última de la realidad está ligada al modo en que las
estructuras mentales asimiladas durante la niñez filtran los hechos de la vida y los conjugan para crear un
preconcepto de las cosas.

¿De qué manera conocemos nuestro entorno? ¿Cómo nos interiorizamos de lo que sucede a nuestro
alrededor? Todo lo que conocemos es producto tanto de la experiencia como de las imágenes mentales
que hemos construido de lo desconocido. Muchas personas incluso proyectan las construcciones de su
mente al mundo concreto y las interpretan como parte de la realidad.

Inferir el ánimo de hipotéticos seres divinos, así como sostener que, de existir, éstos actúan en función de
nosotros, son modos de transformar una idea abstracta en un placebo mental. Es equivalente a cuando una
persona utiliza un objeto y le atribuye cualidades especiales, es decir, cuando se adopta un amuleto. Y es
así precisamente como la idea de lo sobrenatural funciona en la mente de algunas personas. Dios no existe,
pero suponerlo real hace las veces de muleta imaginaria para quienes son incapaces de efectivizar el
análisis al respecto de la relación entre posibles entidades no evidenciables y los sucesos cotidianos.

Los mitos imponen una visión distorsionada de la realidad. Todo argumento basado en ellos sólo puede
significar una absoluta ausencia de comprensión al respecto de los procesos naturales o una negación del
mundo concreto. Aquellas afirmaciones que se sostienen indistintamente de su posibilidad de
demostración son, en efecto, postulados contrarios a la razón.

En este punto me referiré a quienes sufren un trastorno de orden patológico, cuyo apego a la religiosidad
es el resultado de un delirio psicopático, lo que en Psiquiatría se denomina delirio religioso.

Este tipo de patologías, se manifiestan en el accionar de sujetos altamente influenciados por el


dogmatismo, cuyo sentido de la realidad ha sido severamente afectado. En tales individuos, la creencia se
ha transformado en la base fundamental de su estructura cognitiva, lo que provoca que el entendimiento
de los hechos no sea posible sino a través de la interpretación religiosa. El delirio religioso parte de la
sobrevaloración de una concepción mística, de una manera de entender el mundo que no puede ser
cuestionada o neutralizada en momento alguno. Por lo mismo, el sujeto implica su interpretación mágica e

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EL SER IMAGINARIO
incongruente a cualquier suceso, tenga o no relación con religiosidad. El delirio no es sino el resultado del
pensamiento religioso fundamentalista; es la sublimación de una concepción rígida y totalmente abstraída
de la razón que se sostiene evitando toda forma de revisión o crítica sobre las ideas.

Quien padece un delirio religioso, suele atribuir situaciones cotidianas a supuestos designios
sobrenaturales, relacionando la fortuna con la intervención divina y las situaciones adversas con el actuar
de seres malignos y dañinos. Es por eso que el creyente delirante es tan permeable de implicar intenciones
y acciones en quienes no comparten su visión dogmática del mundo. Se trata de personas que demuestran
comportamientos obsesivos, se abstraen del contexto real y circunscriben su interpretación del mundo a
enunciados de naturaleza puramente fantástica.

Orígenes de la divinización:

Podemos suponer que nuestros antepasados, vulnerables y privados de todo bienestar, no podían sino
anhelar el consuelo, reconfortándose en la idea de la divinidad y esperando que ésta les amparase de los
males implícitos en la existencia. Los orígenes de la divinización siempre han sido el dolor y las
incertidumbres. La necesidad y el desconocimiento son los detonantes para imaginar soluciones
sobrenaturales. Debemos entender, sin embargo, que no es posible explicar suceso alguno presumiendo
que la explicación está implícita en el objeto explicativo. Nos hemos equivocado al suponer que el ideal
divinizado satisface una necesidad, ya que éste sólo cumple con la condición de divino, desde la
interpretación de quien le atribuye dicha cualidad, es decir, en la mente de quien lo concibe. El
supersticioso utiliza presunciones como explicación para aquello que desconoce, o bien, recurre el objeto
divinizado como medio para evadir el desgaste intelectual, ya que de otro modo le sería necesario
emprender un proceso de naturaleza racional, algo que prefiere evitar.

El contexto cultural y la formación del individuo lo hacen más o menos permeable a la incorporación de
tales sistemas de pensamiento. Alguien formado en un ámbito supersticioso, será más propenso a sostener
mitos de toda clase y depender de los hipotéticos designios de seres puramente imaginarios. Pero, ¿cómo
influye la formación del individuo en la futura predisposición con respecto a los mitos? ¿Qué proceso
determina la incorporación de este tipo de ideas? Para comprenderlo, debemos analizar el sistema que
permite determinar algunos comportamientos en las etapas tempranas de nuestro desarrollo.

El período en que los principales comportamientos y las estructuras mentales se construyen, es de corta
duración en los animales, pero se prolonga por años en nuestra especie, ya que somos vulnerables por más
tiempo hasta alcanzar un estado de autosuficiencia. Este proceso es también la base de la incorporación de
métodos de supervivencia y desarrollo, tanto cognitivos como motrices:

En el año 1935, el científico austriaco Konrad Lorenz describió el proceso de impronta, originalmente
llamando periodo crítico, definiendo el tiempo que demoran los seres en la Naturaleza para definir su
conducta, basados en la observación de sus hipotéticos progenitores. Concluyó que cualquier criatura u
objeto que se les presentase en las etapas tempranas de su desarrollo, es tomado como un guía potencial.
También descubrió que existe un período durante el cual el animal registra su entorno y asimila la
información vital para la subsistencia, y que luego ya no es posible cambiar la información o influirlo de
manera alguna. Sólo durante el lapso de interiorización la mente permanece permeable para ser moldeada
y programada.

Los comportamientos adoptados por medio del proceso de impronta, a diferencia de aquellos innatos que
requieren un mínimo de experiencia previa, son en realidad una suerte de identificación con un tercero que
sentará las bases o servirá de plataforma para definir el aprendizaje. Y nuestra especie no es la excepción;
somos incluso de los seres más condicionados a través del aprendizaje por imitación, dada nuestra
prolongada etapa de vulnerabilidad durante la niñez.

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EL SER IMAGINARIO

Al igual que casi todas las criaturas, en nuestros primeros años de vida, período en el cual la mente es una
página en blanco y se torna vulnerable a los estímulos del exterior, somos programados con criterios que
definirán las principales pautas para nuestro desarrollo.

Las conductas asimiladas por medio de procesos no razonados, dan como resultado la aceptación de las
mismas con escasa o nula posibilidad de futuro cuestionamiento. Así, toda idea inculcada durante la etapa
más moldeable de la mente será tomada como una pauta objetiva; no será cuestionada ni analizada por su
contenido, ya que la misma sólo es entendible desde los parámetros que se poseen al momento de su
incorporación.

Todo lo aprendido en las etapas tempranas se transformará en un parámetro objetivo para la subsistencia,
anulando incluso la posibilidad de cuestionar la validez de lo inculcado. Si sumamos a esto el
adoctrinamiento religioso, factor que define el afianzamiento de las creencias en el individuo, y
entendemos que no hay manera de que una mente infante se sobreponga a la guía de quienes le proveen
la única información que posee sobre aquello que le rodea, salvo a través de un cuestionamiento
condicionado de igual modo por el entorno, tendremos ante nosotros el fundamento de la incorporación
no razonada de estructuras de pensamiento y comportamiento.

Existen incluso algunos comportamientos muy comunes, que por sus características ceremoniales, son el
claro ejemplo de un ritualismo producto del condicionamiento y la imitación.

La oración:

“La falta de oración demuestra falta de fe, y falta de confianza en la Palabra de Dios. Oramos para
demostrar nuestra fe en Dios, que él hará conforme a lo que ha prometido en su palabra y bendecirá
nuestras vidas abundantemente, más de lo que pudiéramos esperar.” Efesios 3:20

Orar es un acto que supone comunicarse con dios, ya sea para ofrecerle pleitesía, para realizar una
petición, o simplemente para expresar emociones personales. En el sentido más literal, se trata de un acto
absolutamente contradictorio, ya que si dios es una entidad cuya naturaleza le permite conocerlo todo, y la
finalidad de la oración es justamente transmitir un mensaje, ¿cuál sería entonces el sentido de hacer llegar
nuestras vicisitudes a quién, de hecho, ya las conoce?

La oración puede también ser interpretada como una paradoja moral, ya que si dios responde a quienes
claman por ayuda, y no a la totalidad de quienes sufren, significa que se compadece únicamente de quienes
le ofrecen su idolatría; algo que supone un ego desmedido. Por otro lado, un dios de amor, uno que anhela
el bienestar de su creación; ¿no debería procurar el bien a todas las criaturas sin esperar adoración alguna?
Un ser omnibenevolente, no permanecería impasible ante los padecimientos de la humanidad esperando
un acto de idolatría y sumisión para intervenir.

La imitación tiene mucho que ver con la manera en que el individuo actúa con respecto a las creencias
religiosas, ya que todo lo referente a ellas es inculcado. Esto también significa que tales comportamientos
poco tienen que ver con sentimientos genuinos, y mucho con actitudes estereotipadas. En el caso de la
oración, hablamos de un rito estructurado de modo que el individuo lo lleve a cabo como un ejercicio,
como un acto cuyo patrón es ineludible dentro de un contexto ceremonial. Incluso algunos gestos físicos
característicos de la postura durante la oración nos recuerdan lo insignificantes y culpables que debemos
sentirnos en el momento de comunicarnos con dios. Golpes en el pecho, acompañados por la afirmación de
ser culpables por nuestra imperfección, posturas incómodas por periodos prolongados, e incluso actos de
flagelación en los rituales de oración del Opus Dei; todos estos gestos y posturas no son más que un
símbolo de sumisión y, a fin de cuentas, terminan representando una manera de abandonar la dignidad

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frente al absurdo de rendir pleitesía a lo inexistente: una de las tantas características de un sistema basado
en la credulidad de sus fieles.

El inconveniente de atribuir el resultado de situaciones absolutamente fortuitas a entidades cuya existencia


sólo podemos suponer, subyace en que la misma ausencia de evidencias que nos impide verificar su
existencia torna más improbable aún que tal intervención sobre nuestro destino pueda ser sostenida. En
este proceso no razonado y propio del pensamiento mágico se basa la idea de los milagros.

Los milagros:

¿Cuántos milagros se han registrado en la historia de la humanidad? Hasta la fecha, cero. Por más fe que el
creyente pretenda tener, estas cosas, simplemente, no suceden.

Es habitual que se atribuya todo tipo de acciones e intenciones a dioses y santos por igual. El hecho de
establecer relaciones entre una hipotética intervención divina y las situaciones cotidianas, obedece a una
manera falaz de interpretar la realidad y no a la posibilidad de circunstancias milagrosas. En esencia, la idea
de los resultados milagrosos surge de aplicar un sofismo denominado Afirmación de Consecuencia o Falacia
Ad Hoc. Su estructura es la siguiente:

Se trata de vincular dos hechos por suceder uno a continuación del otro. Es decir, si A sucedió antes que B,
supongo que A causó B. Ejemplo:

“Oré y mi madre mejoró. Entonces la oración sanó a mi madre.”

No hay vínculo comprobado entre ambos sucesos, pero se los relaciona como causante uno del otro.

Un milagro no es más que una sucesión de hechos sin relación comprobada, pero erróneamente vinculados
ignorando la amplia gama de posibilidades que pudieron provocar el mismo resultado.

La visión del creyente suele estar avocada a la interpretación desde lo místico; no es común que
demuestren intenciones de indagar sobre las posibles causas naturales de lo que llaman milagro. Por otro
lado, la ausencia de explicación para determinadas circunstancias tampoco debería ser interpretada como
tal, ya que la lista de fenómenos científicos y médicos que aún escapan a nuestro conocimiento es extensa.
Existen muchísimas situaciones que resultan inexplicables por las leyes naturales. La forma en que el
creyente interpreta estos hechos se relaciona siempre con su creencia; la razón queda absolutamente
excluida.

Supongamos que un avión con 300 pasajeros se estrellase y que sólo uno de ellos saliera ileso del
accidente. ¿Estaríamos en presencia de un milagro? ¿Es sensato suponer que la muerte de 299 personas es
un dato menor en comparación con la supervivencia de tan sólo una? Evidentemente, no. La verdadera
magnitud de una catástrofe debe ser cuantificada por la cantidad de víctimas y no por los casuales
sobrevivientes. Interpretar que se está frente a un milagro, equivale a sostener que la vida de 299 personas
fue obviada en pos del único sobreviviente, y que este acto fue la voluntad de una entidad cuya existencia
no nos consta, o bien, cuyo accionar desconocemos. Entonces, ¿cómo es posible concluir que el resultado
del accidente responde a un designio divino y no a cualquier otro factor? ¿Qué dato nos clarifica al
respecto? En realidad, ninguno; es prácticamente imposible llegar a semejante conclusión; salvo que, como
suele suceder, las estructuras del pensar religioso entren en juego y fuercen una explicación que no explica
nada en particular.

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EL SER IMAGINARIO
EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 11

“La razón por la cual los mortales están tan sujetos al miedo, es que ven toda clase de cosas que suceden
en la tierra y en el cielo sin causa discernible, y las atribuyen a la voluntad de un Dios.” – Lucrecio, poeta y
filósofo romano. (99 – 55 AEC)

Somos maquinas biológicas, no muy diferentes de otros mamíferos que habitan este planeta; aunque con
una cualidad única: la razón. Sin embargo, a pesar que poseemos el intelecto más desarrollado del reino
animal, no en todos nosotros se percibe una brillantez innata o características destacables. Sólo unos pocos
individuos son capaces de trascender los estándares y resaltar intelectualmente. Para la gran mayoría,
desarrollar sus capacidades racionales se considera poco relevante, ya que ciertos factores determinan la
manera de comprender el entorno, o bien, obligan a priorizar aspectos más inmediatos relacionados con la
subsistencia. El desarrollo intelectual de muchas personas se ve determinado por tales situaciones. (1)

Nuestra especie ha sido víctima de su escaso interés por comprender el mundo. La mayor parte de la
humanidad interpreta erróneamente lo que le rodea y obtiene respuestas basadas en su desconocimiento.
En consecuencia, perpetúa sistemas de pensamiento obsoletos y desfasados con respecto a nuestros
tiempos. La creencia en la existencia de dioses o espíritus no tiene lugar en la realidad actual, es un vestigio
de nuestras etapas de mayor precariedad intelectual: la prehistoria. El hecho de buscar algo más allá de lo
real y tangible, es decir, fuera del mundo concreto, denota cierto desencanto con la realidad, o bien, un
ánimo de obtener respuestas en aquellas esferas inexistentes que la cultura nos ha presentado desde la
niñez. Prácticamente nos hemos retrotraído a cuando nos valíamos de nuestros instintos y la razón era
apenas un esbozo de conciencia. Los sistemas religiosos proliferan para satisfacer el espíritu supersticioso
de mentes escasamente inquisitivas, y prosperan mecanismos tales como la fe, cuyo único fin es canalizar
la necesidad que algunas personas tienen de creer en algo. Dios se proyecta como eje de ideales diseñados
para aplacar la desdicha a través del placebo mental que su idea representa. Las religiones, por su parte,
ofrecen el medio para compartir con otros el consuelo imaginado.

Aceptación o rechazo:

Las religiones también permiten que los comportamientos de grupo sean asimilados como propios, ya que
brindan un sentido de pertenencia. Un cristiano desea ser reconocido como tal, y más aún, él desearía
poder inculcar su visión a cada individuo que le rodea, porque si el entorno acepta a su dios, lo acepta
también a él. Cuando un creyente intenta difundir su creencia, está también persiguiendo aceptación, ya
que, en cierto sentido, él es su creencia.

En términos lógicos, todo planteo de aceptación o rechazo de lo no evidenciado es erróneo, ya que si un


agente debe ser aceptado o rechazado, éste debe, en primer lugar, ser definido e identificado. ¿De qué otra
manera podría cualquiera aceptar lo que no conoce? No se acepta o se rechaza aquello, de lo cual, nada se
sabe.

Podemos decir que existe una concordancia entre el planteo de aceptación o rechazo que muchos cultos
religiosos suelen esgrimir y la actitud de algunos creyentes al intentar forzar la aceptación de su creencia.
La verdadera razón para que tales procesos sean incorporados sin notar la evidente asimilación, subyace en
la ausencia de crítica constructiva con que los adeptos a este tipo de sistemas suelen ser formados. Se trata
de personas que provienen de hogares donde todo se explicaba a través de entidades sobrenaturales, y las
consecuencias de sus propios actos se atribuían a la voluntad de dioses y santos. Hablo de sujetos que han
asimilado un discurso religioso desde la niñez e intentan proyectarlo en su entorno.

El evangelismo, por ejemplo, suele funcionar de manera tal que construye en los fieles una suerte de
necesidad de divulgación del mensaje divino; además, genera la idea de estar obrando en función de una

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EL SER IMAGINARIO
verdad incuestionable. De hecho, este tipo de grupo doctrinario pondera al individuo en función de qué tan
efectivamente inculca la creencia en su ámbito social.

El evangelismo es un sistema de adoctrinamiento de grupos, no de individuos; es ciertamente una doctrina


abocada a la puesta en práctica del paradigma de aceptación o rechazo que el cristianismo utiliza para
reforzar sus filas, sustentar la propagación ideológica y orientar la compresión de los fieles hacia una visión
masificada que anula el pensamiento individual. Y, sin lugar a dudas, el modo más efectivo para lograrlo es
hacer creer a las personas que ejercen sus libertades, es decir, promoviendo un discurso de libre albedrío,
donde todos supongan que su accionar ha sido determinado por ellos mismos, en lugar de percatarse de la
influencia del grupo sobre sus decisiones.

La absolutización del mensaje juega también un rol importantísimo en el afianzamiento de las creencias. Se
trata de una manera de legitimar las ideas indistintamente de la validez de las mismas, y sirve también
como catapulta para la incorporación de grupos al culto. Este modo de transmisión supone la afirmación de
propuestas con base en que “dios así lo quiere”, o bien, en invocar a dios en cada oportunidad que se
requiera imprimir autoridad a una consigna, lo que convence al sujeto de estar difundiendo una verdad
absoluta, un mensaje objetivo que no puede ser más que la pura verdad. Esto también permite que
grandes grupos, usualmente familias, incorporen prácticamente sin el menor análisis toda clase de
fundamentos doctrinarios, tan solo porque los mismos provienen de unos muy convencidos y bien
intencionados familiares.

El dogmatismo lleva al adoctrinamiento, y el culto evangélico es en extremo dogmático. Es allí


precisamente donde subyace la estructura de su sistema de propagación. El dogma es también la ausencia
de pensamiento razonable; es la raíz de la imposición totalitaria. Debemos recordar que el dogma es la
antítesis de la razón, y representa la negación de la inteligencia como medio para reconocer la verdadera
naturaleza de las cosas. Es también una treta conveniente para limitar la libertad intelectual de las personas
y retrotraer sus mentes a un estado de precariedad del que sólo el conocimiento los podría liberar. (2)

Los sistemas doctrinarios como el evangelismo, aniquilan la autonomía de los individuos con discursos de
castigos infernales. También lo hacen fomentando la adulación de características que el mismo culto asigna
a cada uno de ellos. Alentar actitudes, otorgando escalafones y grados de “espiritualidad”, son moneda
corriente como intercambio al momento de requerir la divulgación del discurso o la incorporación de
familiares y allegados al culto.

Los sistemas de pensamiento con base dogmática desconocen la necesidad de la explicación acerca del
objeto al cual el dogma se refiere; es decir que no se accede a éste por medio de conocimiento alguno, sino
a través de una verdad revelada. Se presume que el objeto de adoración es verídico o legítimo desde su
concepción, sin necesidad de referencia racional o empírica.

La persona influida por los sistemas religiosos no valida a quien intenta superarse a sí mismo, no apoya a
quien asume la realidad; aquel que procura vivir de una manera tal que los designios de lo que no le consta
existente le son irrelevantes por simple sentido común. No se interesa por los valores humanos, sino por
aquellos que una moral de grupo le ha inculcado para obtener un supuesto rédito en un cielo imaginario.

Entonces, ¿quién es, en realidad, el ser imaginario?

La verdadera respuesta se encuentra en cada una de las personas que lo creen real, quienes ya han
obtenido el rédito de una comodidad basada en el estancamiento intelectual y la negación del deber moral
de pensar. Ellos son, en definitiva, quienes proyectan su propio ser imaginario.

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EL SER IMAGINARIO
Dios es una hipótesis y, como tal, necesita la prueba para ser fundamentado y transportado a la realidad
tangible. No es posible sostener su existencia con base en supuestos, en impresiones irreproducibles y
puramente subjetivas. ¿De qué hablamos cuando hablamos de dios? ¿Podemos cuantificar, definir o
clasificar a este hipotético ser creador? Evidentemente, no. ¿Y cómo podemos entonces aseverar que éste
no es sino una proyección de la mente?

Aparentemente dios existe, sólo que lo hace de manera complementaria a la necesidad que de él tienen los
mismos que sostiene su existencia, lo que en términos lógicos podemos entender como una construcción
mental absolutamente inverosímil. Dios es, en definitiva, el resultado de interpretar erróneamente los
fenómenos de la Naturaleza y el más nefasto legado de aquel pensamiento supersticioso que nos condenó
al reduccionismo intelectual.

Las diferencias intelectuales entre los individuos han sido valoradas históricamente; siempre se ha
admirado a los seres humanos que se destacaban por su capacidad intelectual. Durante mucho tiempo las
diferencias intelectuales entre las personas se atribuyeron a características anatómicas y fisiológicas,
especialmente al tamaño del cerebro, el tiempo de acción refleja o incluso la fuerza con que se aprieta el
puño. Bajo la influencia de la teoría de Darwin sobre la Evolución de las Especies y el origen del ser
humano, a fines del siglo XIX, Galton estudió con detenimiento las posibles características orgánicas en las
que se basaba la mayor o menor inteligencia.

La palabra “dogma”, de origen griego, significa “doctrina fijada”. Para los primeros filósofos significó
“opinión”. El dogmatismo, opuesto al escepticismo, es una escuela filosófica que considera a la razón
humana capaz de conocer la verdad, siempre que se sujete a métodos y orden en la investigación, dando
por supuestas la posibilidad y la realidad del contacto entre el sujeto y el objeto. Kant habla del
dogmatismo en la Crítica de la razón pura: “El dogmatismo es el proceder dogmático de la razón pura sin la
crítica de su propio poder.”

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 12

“Se estará siempre equivocado cuando se quiera dar otra base a la moral que no sea la naturaleza del
hombre; no puede tener ninguna más sólida y más segura que ésta.” -Paul Henry Dietrich (Thiry) barón
d’Holbach, filósofo materialista francés. (1723 – 1789)

Históricamente el ser humano ha concebido distintas nociones de lo que está bien o no hacer, así como de
lo que está bien o no creer. Así como nacemos sin una formación moral, también lo hacemos sin la idea de
un dios. Lo que la humanidad hace con respecto a los criterios éticos y las creencias es sólo validar las reglas
del momento histórico y absolutizarlas.

¿Qué es la ética? A grandes rasgos, podemos decir que es el conjunto de valoraciones que nos permiten
obtener un equilibrio entre el comportamiento individual y el comportamiento social. Los sistemas
religiosos suelen ser los que delimitan las normas morales en muchas sociedades, tal es el caso del
cristianismo en gran parte de Occidente.

Si analizamos la concepción moral cristiana, encontramos que sus lineamientos no son más que la
interpretación de la Iglesia al respecto de sus propias necesidades para subsistir dentro de un sistema, o
bien, un medio para perpetuarse y no un valor de cualquier tipo. Pero cuando hablamos de pautas o
lineamientos éticos, nos referimos a normas no aplicables al pensamiento, sino a la acción. Existe un
parámetro de conducta que es medible, cuantificable; no así el pensamiento, las ideas. Sin embargo, el
sistema religioso juzga prematuramente con base en las ideas y no en las acciones de las personas.

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EL SER IMAGINARIO
La religión cristiana no juzga los comportamientos, más bien mide la concordancia ideológica de los
individuos. Es posible ser inmoral y a la vez buen cristiano, ya que no se juzga al sujeto por su valor ético,
sino por decirse cristiano. Es también posible desconocer por completo el fundamento de las cosas y ser
considerado un difusor de conocimientos, ya que no se requiere entender la naturaleza objetiva de los
criterios de verdad, sino únicamente ser funcional para difundir el pensamiento religioso. En pocas
palabras, el cristianismo impone parámetros al pensamiento y construye reglas de juicio con base en la
aceptación de sus estructuras, mas no en la conducta. Por ello, cuando las reglas del sistema moral
cristiano son violadas por la libre voluntad del individuo, el culto impone penas, aísla y demoniza; jamás
perfecciona la hipotética falta, sino a cambio de una aceptación incondicional de las ideas.

El cristianismo propone a Jesús como eje de la salvación, de tal forma que la única esperanza para la
humanidad plantea una disyuntiva de aceptación o rechazo: aceptar o rechazar al hipotético salvador
define la posibilidad de alcanzar la vida eterna. El cristiano pareciera interpretar que los comportamientos
no son buenos o malos sino dependiendo de la situación espiritual del individuo. La fe se entiende como el
origen del comportamiento ético, mientras que el escepticismo es la raíz de la negación de dios y, por lo
tanto, se toma como un alejamiento de la virtud. No existe en el cristiano un criterio de valoración
abstraído de la fe: nada es bueno sino por medio de ésta, mientras que todo puede ser malo sin ella.

Es por medio de la fe que el cristiano cree obtener un estatus moral y encontrar el sustento para sus
acciones. Pero el cristianismo no proporciona sabidurías morales, sólo brinda un ámbito de fe y refuerza la
idea de trascendencia que supone el hecho de creer Cristo. Entonces, ¿cuál es el valor de referencia del
cristianismo? ¿Cómo se definen los parámetros del buen actuar? El valor de referencia siempre es dios. ¿Y
cómo inferimos valores en una entidad de la cual nada sabemos? En realidad, los definimos con base en
nuestras concepciones, a partir de cómo pensamos que tales valores deberían ser.

Somos seres auto-referentes, somos el parámetro de nuestras concepciones. Todo lo imaginado es


producto de nuestros preconceptos de las cosas. Incluso atribuimos cualidades a supuestos seres
sobrenaturales, mismas que son, en realidad, representaciones que parten de nuestra idealización de
éstos. La idea de dios como parámetro moral, es contraria a la idea de dios misericordioso, ya que todo
parámetro moral objetivo es, en efecto, inamovible y opuesto a cualquier acto de amor o misericordia.
Definimos a dios como omnipotente e inmutable, por tanto, él no necesitaría amar a nadie, porque no
necesita de nadie más que de sí mismo, y afirmar lo contrario negaría la idea primera. Por otro lado, el
actuar moralmente no es sólo evitar el mal, sino también vivir un estilo de vida en el que las actitudes sean
las correctas. A estas actitudes correctas las llamamos virtudes. ¿Y cuáles son, a fin de cuentas, las virtudes
cristianas?

La mayor virtud cristiana no es ser buena persona ni prevenir el mal, es la fe. En el relato bíblico Jesús nos
pide que creamos en él, que confiemos en su persona. Pablo de Tarso define tres virtudes: fe, esperanza y
caridad. La Biblia nos dice que las principales virtudes son la fe, la fidelidad, la prudencia y la templanza.
¿Cuál es entonces la más valiosa de las virtudes cristianas? Evidentemente, la fe. El más notorio mecanismo
para fomentar la credulidad es tomado por virtud y su práctica como un legitimador del actuar.

El cristianismo propone un absolutismo ideológico, una suerte de consenso sobre las acciones que
constituyen el bien absoluto. Los cristianos creen que dios es la fuente primera de nuestro sentido moral y,
por lo tanto, entienden que los parámetros del actuar deben ser tan inamovibles como piensan que dios lo
es. Pero toda valoración ética se circunscribe a criterios estrictamente humanos. La moral tiene una base
social, es un conjunto de normas establecidas en el seno de una sociedad y, como tal, su origen, aplicación
y valoración sólo están sujetos a parámetros sociales y, en última instancia, a nuestra consciencia
individual.

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EL SER IMAGINARIO
La idea de la moralidad deriva de intereses humanos; se origina en nuestra naturaleza social y se
perfecciona con la consecuente necesidad de imponer orden en la convivencia. Sin embargo, el argumento
cristiano que otorga la potestad de la moral absoluta e incuestionable a dios, sigue tan vigente hoy como
en la Edad Media; es, de hecho, uno de los fundamentos más utilizados para atacar a los ateos, alegando
que éstos no poseen guías éticos ni sentido del bien moral.

Esto también genera una contradicción con otros criterios cristianos:

Si bien el libre albedrío implica que la voluntad no se vea coaccionada, es decir, que el individuo no sea
forzado por algún poder externo para hacer algo que no quiere hacer, el hecho cierto del posible castigo
por elegir lo no coincidente con la visión moral propuesta en el discurso bíblico, deja en evidencia que no
existe tal cosa como el libre albedrío. La moral cristiana determina criterios absolutos; propone un
totalitarismo intelectual imposible de evadir sin ser condenado por ejercer la misma libertad que propone
en primer lugar. Y precisamente por esa libertad, producto de un libre albedrío ficticio, creímos ser salvos
por nuestra propia voluntad, aunque, irónicamente, el ejercer esa autonomía expuso el verdadero
obstáculo: el pensamiento. La fe nos enseñó que pensar es pecado, que nuestro discernimiento es obra del
engaño y que la razón nos aleja de dios.

Hemos sido testigos de manipulaciones masivas en nombre de lo incognoscible, así como hemos invadido,
colonizado y torturado, siempre legitimados por la que interpretamos como una doctrina de salvación. En
realidad, jamás fuimos libres. Para serlo debíamos utilizar la razón y alcanzar soluciones reales a los males
que nos afligen. Los dolores terrenales requieren soluciones terrenales, no basta con invocar seres que
suponen un placebo temporal. Las falsas ideas engendraron falsas deidades y éstas sostuvieron un engaño
milenario. Cada eslabón en la cadena de inmoralidad digitada por una doctrina nefasta funcionó de manera
tal que no reparamos en las consecuencias de adoptar su sistema como guía ético, herramienta de juicio y
verdugo a la vez.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 13

“Dios quería que el hombre, privado de toda conciencia de sí mismo, permaneciese como un eterno
animal, siempre en cuatro patas ante el dios eterno, su creador, su amo. Pero he aquí que llega Satanás, el
rebelde, el primer librepensador y el emancipador de los mundos. Avergüenza al hombre de su ignorancia,
de su obediencia animal; lo emancipa e imprime sobre su frente el sello de la libertad y de la humanidad.” -
Mijaíl Alexándrovich Bakunin, pensador revolucionario ruso. (1814 – 1876)

Lucifer – (del latín lux “luz” y fero “llevar”; de lo que se construye “portador de luz”) En la mitología
cristiana, se trata del “ángel caído”, aquel que perdió su condición de querubín celestial luego de rebelarse
contra dios y ser denigrado y expulsado del Cielo.

El cristianismo es contradictorio en muchísimos sentidos, y varias de estas contradicciones han sido ya


tratadas en capítulos anteriores. Sin embargo, tal vez lo más destacable en este sentido tiene que ver con el
relato bíblico en sí y el modo en que los personajes son presentados.

Sería sensato suponer que el protagonista principal de cualquier fábula es el héroe, mientras que su
antítesis, es el villano; pero en el caso de la Biblia dicha regla no se aplica. El verdadero protagonista de esta
fábula es, con toda seguridad, el villano. El texto nos describe a Jehová como el autor y mentor de los más
atroces actos: el dios cristiano comete crímenes y permite la violencia de las más variadas formas. Guerras
y calamidades de todo tipo son el sello de un dios vengativo y enajenado. Por su parte, Lucifer, su
adversario, es un rebelde que se independiza del tiránico Jehová, su creador.

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EL SER IMAGINARIO
¿Quién es Lucifer en el mito cristiano?

Según la Biblia, Jehová creó a Lucifer para que ocupara una posición de privilegio en el Cielo. Lucifer declaró
su rebeldía y el mensaje de independencia fue oído por otros ángeles. Como consecuencia, él y todos sus
seguidores fueron desterrados y condenados a morar eternamente en el Infierno.

Los cristianos ven al personaje de Lucifer como un ser malvado, como el ángel rebelde que inició una
revolución contra dios en aras de negar su autoridad y derrocarlo. Lucifer es, para todo cristiano, la
personificación de la maldad, el origen de todo mal. (1) Pero, me pregunto: ¿Es maligno Lucifer en algún
sentido, habiendo pretendido únicamente emanciparse de un creador totalitario? ¿No fue acaso su
destierro la consecuencia de un motín justificado?

Lucifer desafió a Dios y eso no fue tolerado. El mensaje de Jehová es claro: “A mí no se me cuestiona.”

Si analizamos las Escrituras de manera objetiva, vemos que Lucifer es el rebelde de un reino gobernado con
tiranía. Jehová es un dios que actúa de manera arbitraria e impone su voluntad. Pero, irónicamente, lo que
en términos humanos se entiende como arbitrariedad, en términos del cristianismo pasa a ser justicia
divina. No hay motivo, a primera vista, para deducir que Lucifer es un personaje maligno y Jehová es
misericordioso. Hay sobrados ejemplos en el relato bíblico de los crímenes cometidos por Jehová, así como
de los perpetrados en su nombre. El dios cristiano desencadena toda su ira contra la humanidad y exige
lealtad a través de la fuerza. Lucifer, por su parte, rechaza este mandato nefasto y se rebela contra el dios
tirano y sus representantes; reclama la misma libertad que él mismo otorgó a Adán y Eva en el Jardín del
Edén.

La Biblia, como todo relato fabulesco, retrata sitios y personajes absolutamente fantásticos: Jehová, Jesús,
el Jardín del Edén y Lucifer. El escaso juicio crítico que se ejerce sobre este tipo de textos denota el modo
en que la herencia cultural ha impreso tales ideas en nuestra mente. La historia de Lucifer es significativa,
ya que nos ilustra al respecto de la interpretación cristiana del mundo, una que invierte los valores, que
enaltece el actuar de un ser despiadado y demoniza al emancipador. Lucifer es, en definitiva, nada más que
un chivo expiatorio, un personaje al cual culpar por las penurias de la humanidad.

El pensamiento supersticioso deriva del desconocimiento sobre la Naturaleza y su funcionamiento, sus


procesos. De ese desconocimiento y de un limitado interés por alcanzar la verdad surgen las explicaciones
sobrenaturales. Despojado de toda lógica, imposibilitado de racionalizar lo que percibe, el supersticioso
utiliza el mito para explicar el mundo en su totalidad, adjudicando incluso los fenómenos naturales a
entidades inverosímiles y carentes de todo fundamento.

¿Cómo se explica que no se cuestione al dios tirano, egocéntrico y vengativo; y sí al rebelde desterrado?

Varios factores posibilitan la aceptación de un ser tirano y autoritario como dios. En primer lugar, debemos
tener en cuenta el contexto en que el mito fue gestado. En aquel entonces, el Imperio Romano y sus
esclavos convivían de manera tensa, sobre todo en la zona en cuestión, la actual Palestina. Otro punto
relevante, tiene que ver con quiénes escribieron la historia. Ésta fue ideada por los judíos; de hecho, ellos
son los protagonistas: el personaje de Jesús es judío y El Pueblo de Dios son los judíos.

Estos puntos tienen mucha importancia, ya que hablamos de un pueblo esclavizado, de personas que
anhelaban un salvador: algo poderoso que los alejara de su penar constante en manos del Imperio
Romano. Adaptar viejos mitos para construir una nueva creencia podía ser la manera de crear un aliado
celestial imaginario que los resguardase de quienes los esclavizaban. Pero esta nueva creencia tendría
como personaje principal a un dios que los eligiera como protagonistas y los liberase de la opresión,
reinando con mano de hierro e imponiendo por la fuerza su voluntad. Considero que para los judíos,

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EL SER IMAGINARIO
acostumbrados a ser vapuleados y menospreciados, un dios tirano no era un problema, era más bien un
argumento de fuerza en una situación de opresión.

Debemos recordar que la Biblia es finalizada más de cien años después de la época en que los hechos
supuestamente ocurren, por lo tanto, podía funcionar perfectamente como catalizador y registro de los
anhelos y padecimientos de un pueblo sufriente, llegando éstos incluso a pretender que su dios, quien
suponían los eligió, en algún momento los liberaría del peso de la esclavitud.

En resumidas cuentas, el relato bíblico presenta a Jehová comportándose como un tirano y castigando a su
creación sin piedad, mientras que Lucifer concede a la humanidad el conocimiento de sí misma,
emancipando a seres cuyo destino era la obediencia ciega, rompiendo con el orden establecido y haciendo
prevalecer el libre albedrio por sobre la autoridad irracional. El cristianismo halló en él, no sólo un chivo
expiatorio para los males propios de la existencia, sino también al responsable de una confianza en la
humanidad que este dios, de existir, jamás podría brindar.

Para el Judaísmo, Lucifer, Satán y Belcebú, son tres entidades diferentes. Lucifer es un término
metafórico para referirse al Rey de Babilonia. Satanás es un miembro de la Corte Celestial que ejerce como
Procurador o Fiscal del Cielo y asesora a Dios como una especie de acusador. Belcebú es un ídolo que se
adoraba en la ciudad filistea de Ecrón.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 14

“Hablándonos de Dios quieren elevarnos, emanciparnos, ennoblecernos, y, al contrario; nos aplastan y


nos envilecen. Con el nombre de Dios se imaginan poder establecer la fraternidad entre los hombres, y, al
contrario; crean el orgullo, el desprecio; siembran la discordia, el odio, la guerra; fundan la esclavitud.” -
Mijaíl Alexándrovich Bakunin, pensador revolucionario ruso. (1814 – 1876)

Como seres racionales, deberíamos buscar fundamentos sólidos para todo aquello que suponemos
verdadero, pero, curiosamente, tendemos a hacer justamente lo contrario. En muchos casos, las
conclusiones a las que llegamos se sostienen buscando razones para creerlas ciertas, en lugar de saberlas
ciertas basándonos en las razones que definen dicha condición. De hecho, la inquietud por indagar y
conocer no está presente en todos nosotros. No sólo la razón actúa sobre nuestro entendimiento del
mundo, también las pasiones definen el modo en que comprendemos lo que nos rodea. Cuando una
creencia se instala, la mente tiende a descartar las experiencias que no cuadran con ella; por tanto, el
normal desarrollo del proceso cognitivo queda totalmente anulado y el individuo pasa a estar condicionado
por su creencias. (1)

El conjunto de imágenes y sensaciones construido alrededor de las nuevas ideas asimiladas se transforma
en un modelo mental mediante el cual la realidad es interpretada. Cuando las estructuras del pensamiento
religioso se instalan, todas las experiencias se adaptan a dicho modelo, ya que los hechos de la vida pasan a
ser validados o invalidados de acuerdo a su concordancia con la nueva estructura de pensamiento. Quienes
se ven afectados por estos procesos, generalmente sostienen proposiciones como ciertas, incluso sin tener
en qué basarse para ello; se tornan intelectualmente inactivos y suelen aplacar sus dudas reafirmando ya
no lo que saben, sino lo que suponen.

Desde pequeños nos identificamos con quienes nos rodean, primeramente con nuestros progenitores,
luego con familiares y más tarde con amigos y parejas. Cuando las creencias son determinadas por el
entorno social primario, la familia, estamos frente a la herramienta de divulgación más poderosa que la
religión posee: el adoctrinamiento prematuro. (2)

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EL SER IMAGINARIO
La necesidad de identificación que los niños experimentan con sus mayores, les impide ejercer juicio crítico
sobre las ideas que le son transmitidas. De hecho, las mismas se dan por sentado, ya que no pertenecen a
una naturaleza diferente de lo que ellos identifican como la realidad objetiva de la vida. Un claro ejemplo
de ello es la creencia en Santa Claus o en los Reyes Magos. Ninguno de ellos existe, pero el niño los cree
reales, incluso sin requerir la más mínima evidencia, dado que así le ha sido trasmitido desde pequeño.

Los niños no se basan en la experiencia, sino que adoptan como propias las pautas adquiridas de su
entorno a temprana edad; ellos creen por legitimación del emisor. Éste es uno de los mayores e innegables
males que el adoctrinamiento religioso causa en las personas: las neutraliza, anula su identidad intelectual
y las priva de la potestad sobre sus decisiones. En su gran mayoría, estos infantes se transformarán en
personas incapaces de atribuirse el mérito de sus propios logros. Por lo mismo, adjudicarán situaciones
adversas a razones o designios sobrenaturales. Dicho funcionamiento será incluso alentado por el sistema
religioso, ya que la religión jamás fomenta el discernimiento. Al sistema religioso no le reditúa el pensador,
sino aquel que cree por convencimiento.

Aquí entran en juego algunos paradigmas que se suelen transmitir por herencia cultural, como la fe y la
idea de la salvación; criterios que, aunque ajenos a cualquier necesidad humana o contenido educativo, son
presentados como fundamentos básicos y garantes de moralidad, incluso tratándose de premisas ajenas a
nuestra realidad que estancan y aletargan a las personas.

El mensaje que se inculca desde temprana edad es no sólo negativo y en extremo irracional, sino también
un legitimador de la inacción. Debemos entender que el cristianismo es uno de los mayores embaucadores
históricos; es un promotor del conformismo, del estancamiento y de la credulidad.

El hecho de tener fe o de creer que la salvación se obtiene a través de la coincidencia ideológica son sólo
ideas arbitrarias que nada aportan al mejoramiento de nuestra calidad de vida. No representan la
liberación de las injusticias sociales y económicas que nos aquejan, ni la instauración de un sistema político
más acorde con nuestra humanidad. Tampoco nos posibilita obtener condiciones menos especulativas para
las clases sociales más afectadas. Los paradigmas cristianos únicamente suponen una relación imaginaria
con aquello que no podemos conocer ni verificar. De hecho, la única manera de ser salvos, desde la visión
cristiana, es a través de la anulación de las dudas, aceptando a Jesucristo como salvador; incluso sin
pruebas al respecto de su verificabilidad histórica o su pretendida naturaleza divina. Lo que nos lleva a la
pregunta obligada: ¿Qué clase de dios nos brindaría la facultad del pensamiento para luego exigirnos que la
anulemos por completo y creamos en él a ciegas? Tal vez debamos suponer que este dios pretende un
ejército de adoradores insensatos, incongruentes con su propia naturaleza y permeables de ser
manipulados y vapuleados de las más aberrantes formas.

Es evidente que hemos crecido bajo la influencia de una doctrina que premia la adecuación intelectual en
lugar de favorecer la libre elección, que alimenta la negación de lo evidente en lugar de tomar la realidad
como punto de partida y proponer soluciones a los padecimientos humanos. Desde el principio vemos esto
en el relato bíblico. En el Génesis, por ejemplo, dios deja a Adán y Eva la decisión de comer o no el fruto del
Árbol de la Ciencia, pero les advierte que si lo hacen habrá consecuencias. La prohibición y el potencial
castigo, tienen el propósito de servir como disuasivo para prevenir que traspasen los límites del mandato
divino, y Jehová lo expresa de la siguiente manera: “Porque el día que de él comiereis, ciertamente
morirás”. Todo esto apunta a evitar que la autonomía intelectual de Adán y Eva aflore a causa de su deseo
de independencia. Esta negación del valor del conocimiento, evidenciada en el sentido más literal con la
prohibición de tomar el fruto del árbol prohibido, no hace más que recordarnos cómo debemos servir a
dios: alejados de toda consciencia de nosotros mismos y absolutamente despojados de nuestra autonomía
intelectual.

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EL SER IMAGINARIO
¿Y qué sucede con Adán y Eva al desobedecer a Jehová? Sencillamente son desterrados del amparo de su
creador, ya que han adquirido un sentido moral, la potestad sobre del actuar y la consciencia de ser
responsables por sus propios actos.

La insignificancia en que nos sumimos al venerar lo intangible es, a grandes rasgos, la sublimación de la
mediocridad, la negación del sentido de nuestra existencia y el precio a pagar por crear refugios
imaginarios que nada nos dicen de nosotros mismos. En resumidas cuentas, equivale a reconocernos
carentes de voluntad para descubrir las respuestas por nosotros mismos.

Ayn Rand solía afirmar que no se necesitan conocimientos específicos para percatarse de la inexistencia
de dios, y que cualquiera puede, sin demasiado esfuerzo intelectual, llegar a tal conclusión.

Los niños, a causa del desconocimiento sobre los hechos de la vida y la identificación que sufren con sus
mayores a temprana edad, son quienes menos juicio crítico ejercen sobre las ideas a las que están
expuestos. Ellos legitiman al emisor en lugar de evaluar el mensaje.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 15

“Oh, agotadora condición humana, nacida bajo una ley, destinada a cumplir otra; engendrada con una
vanidad que no obstante se le prohíbe, concebida enferma y a la que se ordena vivir sana.” – Fulke Greville,
Primer Barón Brooke, poeta, dramaturgo y estadista inglés. (1554 – 1628)

Desde niños nuestro mundo se nos revela de manera paulatina. ¿Cómo aprendemos sobre las cosas que
nos rodean? Sólo por medio de las experiencias comprendemos los hechos de la vida. Adquirimos
conocimiento directo de algo cuando sabemos sensorialmente de ello, ya que la idea concreta de nuestro
entorno sólo puede construirse a partir de la experiencia sensorial. (1) Esto se corrobora cuando los niños
crecen y dejan de creer en Santa Claus o en los Reyes Magos, ya que el incentivo familiar desaparece y no
existen tampoco evidencias de su existencia. Sin embargo, no sucede lo mismo con la creencia en dios, la
cual, a pesar de pertenecer a la misma categoría que las anteriores, suele ser fomentada por el entorno
social y familiar.

De todas maneras, el sólo hecho de estar expuestos a parámetros educacionales o a un contexto social no
define las creencias. La prueba de ello es la inmensa cantidad de ateos que provienen de familias creyentes.
La educación no es suficiente para definir una creencia en el individuo; la decisión al respecto subyace
dentro de cada uno. Entonces, ¿por qué tantas personas optan por seguir manteniendo estas ideas en la
adultez? Tal vez nos encontremos con que la respuesta es inabarcable, ya que cada sujeto es definido por
experiencias que le imprimen una manera única de percibir el mundo. Sin embargo, e indistintamente de
estos factores, todos estamos expuestos a los determinados mecanismos que nos son comunes.

Como seres sociales, formamos grupos e interactuamos con nuestros congéneres, tal es nuestra naturaleza.
Cada grupo humano se adapta a roles asignados dentro de la estructura social. El entorno familiar es el
responsable de moldear la personalidad, así como de fomentar o desalentar la credulidad de los niños.
Desde pequeños estamos expuestos a todo tipo de mitos religiosos y creencias populares, pero esto no
garantiza la asimilación de tales ideas, ya que en el proceso de evaluación de nuevas estructuras mentales
entra en juego también el escepticismo, sobre todo en la adolescencia, cuando muchas de las ideas
inculcadas son revisadas y, eventualmente, desechadas. Incluso si adoptamos estas creencias en la niñez,
posteriormente podemos reflexionar y vernos forzados a reconocer que posiblemente haya alguna duda al
respecto de lo que suponíamos válido. En lo personal, considerando nuestra inclinación natural por el
cuestionamiento, deduzco que nos persuadimos de las creencias a sabiendas de lo falibles que las mismas
pueden ser.

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EL SER IMAGINARIO

No podemos ver a dios, oír a dios, e incluso nos percatamos que no tenemos evidencias de la manera en
que éste, de existir, actúa sobre nuestras vidas. Por lo tanto, la hipótesis más natural, al menos en lo que se
refiere a lo sensorial, sería afirmar que, a primera vista, dios no existe. Basados en tal análisis, sería lo más
lógico; después de todo, ¿por qué creer que algo existe si no podemos verlo, oírlo ni percibirlo de manera
alguna? Por más arraigadas que las creencias puedan estar, un análisis básico puede destruirlas por
completo, simplemente comparando nuestras concepciones con lo percibido por los sentidos. (2)

Ahora bien, si las causas sociales y los mecanismos del sistema no son garantía de adoctrinamiento, ¿cuál
es entonces la motivación para sostener los mitos? ¿Existe algún otro factor que facilite la adopción de este
tipo de sistemas de pensamiento? Podríamos pensar que sí.

Algunos hechos y situaciones contribuyen a incentivar la creencia en mundos y seres sobrehumanos,


mismos que suponen una alternativa al vacío que plantea la muerte y la ausencia de expectativas ante la
inexistencia física. La Ciencia, como antítesis potencial del sistema religioso, no nos presenta un paradigma
de salvación o una esperanza de vida después de la muerte. Por el contrario, las religiones alientan la idea
de un ser que nos ama y tiene un plan para nosotros, así como la promesa de una vida eterna. A fin de
cuentas, la idea de dios crea una esperanza de inmortalidad; genera la ilusión de ser parte de un plan
cósmico y alimenta el anhelo de no estar olvidados y abandonados a nuestra suerte. Pero debemos
recordar que la Ciencia no es un medio para alcanzar soluciones mágicas a todos nuestros pesares, es más
bien el producto de nuestras ansias de conocimiento, así como el medio más confiable que poseemos para
comprender los fenómenos naturales.

La razón suele no ser la pauta que define nuestro accionar diario, sino tal vez las pasiones y el instinto.
Nuestra especie se aleja con frecuencia de la razón para explorar lo que le es ajeno; se abstrae del sentido
común y recobra sus pautas de funcionamiento más primitivas. El conocimiento de lo que nos rodea
debería estar basado en los datos que obtenemos de nuestros sentidos, pero solemos priorizar nuestras
pasiones, pensamientos y sentimientos.

Retrocedamos hasta el Capítulo Cinco:

“Todo objeto imaginado es real en lo subjetivo: dentro de la mente de quien lo imagina; e irreal, en un
sentido objetivo: proyectado en el mundo físico. Aquí se contraponen dos concepciones antagónicas y la
realidad se torna un concepto ambiguo. Pero esto es consecuencia de nuestra percepción del mundo, una
basada no sólo en la razón, sino también en las emociones.”

Nuestros deseos y sentimientos juegan un papel fundamental en la adopción de creencias y mitos. El


entendimiento parte de la concepción de nosotros mismos, es decir, de la comprensión de nuestra propia
humanidad, y siendo que ésta nos define en cuanto a cómo percibimos el entorno, jamás podríamos
comprender lo externo en total abstracción de nuestras pasiones, deseos y proyecciones mentales. Además
de nuestro conocimiento directo de las cosas que existen, tenemos un conocimiento basado en
construcciones mentales, en la idea de aquello desconocido, y éste se encuentra altamente influenciado
por los preconceptos que de lo desconocido hemos formado. No tenemos una imagen mental de dios; de
hecho, sería imposible tenerla; dios no es una entidad o un objeto, sino una construcción de nuestra mente
sobre cómo pensamos que nuestro supuesto creador debería ser.

La convivencia con los mitos ha provocado que la razón se pondere sólo en ámbitos propios de eruditos.
Las pasiones y las superficialidades han resultado mucho más seductoras para la humanidad. Parecieran no
existir ya ánimos de alcanzar el conocimiento o de aspirar a la superación intelectual, y salvo casos
puntuales, la brillantez del raciocinio no es sino una condición que se encuentra únicamente en un grupo
selecto. Nos hemos acostumbrado a prescindir de la razón, incluso a sabiendas, como quien asume una

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EL SER IMAGINARIO
mediocridad asimilada y sumamente reconfortante, una que alimenta el ansia de buscar la verdad a tientas
y nunca abandonar la visión supersticiosa del mundo. Y después de todo, ¿qué hay en las pasiones para
nuestra especie? Tal vez no mucho, salvo la esencia de un primitivismo que pareciera no sernos del todo
ajeno.

Tenemos todas las cualidades para ser una maravilla del intelecto: somos criaturas meramente inquisitivas,
por demás eficientes y prósperas. Tal vez las incertidumbres hayan construido nuestra necesidad de
divinizar aquello que no nos consta existente, pero que históricamente ha cumplido con los requisitos de
criaturas escasamente racionales, meramente intuitivas y en extremo supersticiosas: nosotros mismos.

Para el Empirismo, el conocimiento sólo se construye a partir de la experiencia. Los empiristas no


conciben la existencia de ideas innatas, más bien consideran que la experiencia es el único medio de
construcción intelectual.

Desde Epicuro sabemos que la experiencia sensible es el criterio de verdad más razonable. Él postuló que
los sentidos son el primer medio para la adquisición de conocimientos. Epicuro sólo consideraba reales las
cosas que pueden ser captadas por los sentidos, única forma válida de conocimiento. De allí se desprenden
sus tres criterios de verdad: la sensación, la anticipación y la afección.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 16

“Millones de seres inocentes; hombres, mujeres y niños desde la introducción del cristianismo, han sido
torturados, asesinados, puestos en prisión y quemados. Sin embargo, no hemos avanzado ni una pulgada
hacia el consenso general. ¿Cuál ha sido el efecto de obligar a la gente a creer? Que la mitad de la
humanidad vive engañada y la otra mitad vive en la hipocresía, con tal que el error y la mentira no
desaparezcan del mundo.” – Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos de América. (1743
– 1826)

En palabras de Richard Dawkins:

“El problema con la tradición es que por muy antigua que una historia sea, es igual de cierta o de falsa que
cuando se inventó la idea original. Si te inventas una historia que no es verdad, no se hará más verdadera
porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que pasen.”

Muchas personas interpretan que las tradiciones son un valor cultural y, por tal motivo, todo lo referente a
ellas suele funcionar como un legitimador de criterios y costumbres sobre los que no se ejerce el más
mínimo cuestionamiento. El verdadero problema, es que invalidar el análisis al respecto de las ideas
transmitidas no necesariamente beneficia el desarrollo humano. Los criterios incorporados por tradición,
así como los adoptados por desconocimiento, tornan a las personas vulnerables frente a situaciones de
evidente fraude, como es el caso de las ideas religiosas. La tradición, el desinterés y la ignorancia, son
factores que facilitan la permanencia de los mitos.
Los cultos más representativos han sufrido una aceptación por tradición y no por validez o vigencia. El
cristianismo es uno de los más evidentes ejemplos de esta inserción cultural. Sin embargo, vemos que los
aportes de esta doctrina al mejoramiento de nuestra calidad de vida son nulos. Basta con escudriñar en los
anales de la Historia para percatarse del escaso fundamento que tuvieron las expansiones religiosas
llevadas a cabo en Europa, o de la inverosimilitud que la idea de dios como precursor del bien común ha
tenido, así como de la absoluta irrelevancia del sistema religioso en los avances sociales o los valores
humanos. Por el contrario, la Historia nos ilustra al respecto del nefasto efecto que las religiones, sobre
todo el cristianismo, han tenido en nuestro desarrollo científico, social y cultural.

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EL SER IMAGINARIO
Los criterios religiosos nos alejan de nuestra naturaleza y frenan los avances sociales, estancando a quienes
creen encontrar en ellos una respuesta a las incertidumbres propias de la existencia. El relato bíblico es uno
de los mejores ejemplos al respecto.

Desde el comienzo encontramos en la Biblia pautas acordes con un sistema de premios y castigos, en el
cual sólo quienes se adecúen al modelo serán premiados con la vida eterna. Este sistema no valora las
características éticas de la persona, sino que fomenta el sectarismo y avanza contra quienes no comparten
su enfoque mitológico de dioses y demonios. Esto se ha visto reflejado también en su accionar. El
cristianismo avasalló a los sistemas politeístas y, posteriormente, a todo aquel que no coincidiera
ideológicamente con su doctrina. No se trata de un sistema inclusivo, por el contrario, aparta a quienes no
cumplen determinados requisitos. Los homosexuales, por ejemplo, quedan automáticamente excluidos,
simplemente por su orientación sexual. ¿Puede la sexualidad de un individuo determinar la valoración que
de él se lleva a cabo como ser humano? Desde la interpretación cristiana, sí.

En el relato bíblico, el mismo Jehová promueve la discriminación y destruye a quienes lo detractan; se


muestra como un ser incapaz de ejercer tolerancia en cualquier sentido. La Biblia plantea un discurso
sectario y juicioso; además, no propone pautas coherentes de convivencia entre las personas, no arroja luz
sobre las problemáticas existenciales y mucho menos esclarece por qué debemos aceptar una legislación
de pensamiento para ser moralmente correctos ante los ojos de dios.

Es evidente que el cristianismo condiciona la valoración del sujeto a la filiación ideológica por sobre las
acciones o méritos individuales. De hecho, negar a dios es considerado tan grave como infligir daño, mentir
o hurtar. El ateo, por ejemplo, es tratado como alguien que carece de virtud: un necio que se alejó de la
gracia divina y se entregó al pecado. Veamos:

Salmo 14:1

“El necio se dice a sí mismo: ‘No hay Dios’. Todos están pervertidos, hacen cosas abominables, nadie
practica el bien.”

Samuel 14:2

“El Señor observa desde el cielo a los seres humanos, para ver si hay alguien que sea sensato, alguien que
busque a Dios.”

El escaso margen que el cristianismo otorga a la sabiduría, dado su afianzamiento en los estratos sociales
de menor nivel cultural, ocasiona que difícilmente se lo pueda igualar con otra doctrina tan inmoral y
limitante para la humanidad. De hecho, el cristianismo tolera mejor la ignorancia del crédulo que el
cuestionamiento del escéptico; y en estos paradigmas basa sus ideales históricos: podemos creer
ignorando, pero jamás descreer conociendo, ya que el conocimiento nos aleja de dios. Tito Lucrecio Caro,
poeta y filósofo romano, nos ilustra al respecto de la posición más sensata:
“Se ha de juzgar que es mejor ser infeliz racionalmente, que feliz irracionalmente; y que gobierna la fortuna
lo que en las operaciones se ha juzgado rectamente.

El cristianismo siempre combatió la naturaleza humana: sumió a los fieles en un discurso de culpas,
temores y negación de los instintos, impuso una visión distorsionada de la realidad e intentó aplacar el
ímpetu humano a través de la estigmatización de la sexualidad y la valorización de las inhibiciones. En
pocas palabras, mutiló las tendencias más naturales y demonizó el disfrute, tildándolo de perverso y
contrario a la ley de dios. Pero la verdadera perversión es aquella que restringe las libertades y nos
menosprecia por ser lo que somos. El verdadero pecado radica en cuestionar nuestra naturaleza en nombre
de un ente imaginario. El único cuestionamiento posible es aquel que nos permite ir más allá de mandatos

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EL SER IMAGINARIO
poco realistas y definir nuestra visión del mundo; un cuestionamiento alejado de fantasías y mitos, ajeno a
creer que todo puede ser explicado a través de un dios que nosotros mismos pusimos allí.

La idea de dios es, en igual medida, irrelevante y dañina; todos los sistemas de pensamiento relacionados
con ella están pervertidos: son doctrinas que nos inducen a desperdiciar nuestra vida en pos de creer en
una vida posterior; y esto es, en definitiva, la peor consecuencia que la religiosidad acarrea. El individuo
libre de mitos y absolutamente emancipado de criterios religiosos, se rige por su propio sentido moral y
ama la vida, porque bien sabe que no hay nada más.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 17

“No pretendo probar que Dios no existe… El dios cristiano puede existir; igualmente pueden existir los
dioses del Olimpo, del Antiguo Egipto o de Babilonia. Pero ninguna de estas hipótesis es más probable que
la otra: se encuentran fuera de la región del conocimiento comprobable y, por lo tanto, no hay razón para
considerar ninguna de ellas… Dios y la inmortalidad, los dogmas centrales de la religión cristiana, no son
esenciales a la Religión, ya que ninguno de ellos se encuentra en el budismo…. pero en Occidente hemos
llegado a considerarlos como el mínimo irreductible de la Teología. Sin duda la gente continuará teniendo
esas creencias, porque son agradables, como es agradable considerarnos a nosotros mismos virtuosos y
considerar malvados a nuestros enemigos.” – Bertrand Russell, filósofo, matemático, lógico y escritor
británico. (1872 – 1970)

Siempre he pensado que no hay bien más preciado para la humanidad que el intelecto, cualidad que nos
permite razonar y ubica a nuestra especie en la cúspide de la evolución biológica. ¿Qué tanto valoramos
esta característica sin parangón en la Naturaleza? Tanto como la ponemos en práctica en nuestras vidas. No
hay mérito en el conformismo y el desconocimiento; la razón recompensa a las mentes inquietas.

Es evidente que el adoctrinamiento y el desinterés por la veracidad cumplen su función de manera efectiva:
impedir el discernimiento y eliminar cualquier resabio de intelecto que pudiera amenazar la proliferación
de los mitos. Tristemente, la brillantez intelectual que la definición “ser racional” supone, no es una
cualidad inherente a todos los seres humanos; incluso podría decirse que el común denominador de la
población mundial vive una existencia rudimentaria y poco pretenciosa. Por ello, nuestro deber moral como
seres pensantes es transmitir a las nuevas generaciones valores acordes con la realidad que les toca vivir.
No es sensato fomentar el conformismo como si fuese un mérito; en cambio, deberíamos indagar y obtener
las verdaderas respuestas sobre nuestro origen y los fenómenos de la Naturaleza.

Los progenitores, por ejemplo, en su rol de educadores primarios, deberían ofrecer las herramientas de
discernimiento para fomentar el pensamiento crítico, en lugar de inculcar mitos que son presentados como
verdades absolutas y, por lo tanto, como parte de un supuesto legado cultural. Este es precisamente uno
de los principales daños que ocasiona la educación religiosa: impone valores falsos y cercena la posibilidad
de futuro cuestionamiento.
Si entendemos que somos, por definición, criaturas pensantes, y asumimos que nuestra racionalidad es la
principal herramienta de supervivencia y superación que poseemos, de la misma manera debemos
reconocer la legitimidad de dicha herramienta por sobre la intuición o el instinto. ¿Qué bien puede
brindarnos la negación de la razón y el ignorar los designios de la Naturaleza? Evidentemente, ninguno. Por
lo tanto, solo hay dos posibles caminos para la humanidad: aferrarse al mito de manera definitiva o aceptar
de una vez por todas las responsabilidades que nuestro intelecto nos confiere. En palabras de Simone de
Beauvoir:

“Lejos de que la ausencia de Dios autorice toda licencia, al contrario, el que el hombre esté abandonado
sobre la Tierra, es la razón de que sus actos sean compromisos definitivos.” (1)

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EL SER IMAGINARIO
No tiene objeto cuestionar el sentido de nuestra existencia, en lugar de ello, deberíamos indagar sobre
nuestra motivación para existir. ¿Cuál es el motivo para seguir adelante? ¿Qué nos impulsa? Si
pretendiéramos ampliar nuestro conocimiento y potenciar nuestras capacidades como seres pensantes,
para así poder aspirar a un futuro próspero para nuestra especie, deberíamos entonces regirnos por
paradigmas realistas, tomar lo que nos es útil y descartar lo que no nos aporta en dicha búsqueda. Las
religiones representan un freno para las nuevas ideas, obstaculizan los avances sociales y nos retrotraen al
oscurantismo. Además, anulan el pensamiento crítico y exaltan el temor a lo desconocido. Toda religión es,
de por sí, estática, carente de autocrítica y ajena a cualquier ánimo de conocimiento. En este punto
podemos poner las posibles opciones en perspectiva y establecer una comparación entre sistemas de
pensamiento antitéticos, reconociendo falencias y virtudes de cada uno:

Las creencias se basan en mitos, en interpretaciones no razonadas que suponen una explicación para, no
sólo lo que vemos a nuestro alrededor, sino también para los resultados de las situaciones cotidianas. El
religioso se encuentra particularmente cómodo siendo regido por sistemas irracionales, mismos que le son
satisfactorios cada vez que lo eximen de indagar. Los creyentes proyectan en sus mentes una fantasía que
les permite evadir el desgaste intelectual. La superstición apela al conformismo y al sinsentido de explicar
lo que se desconoce por medio de pseudo-explicaciones. De hecho, las religiones mismas y su concepción
de dios son contrarias al desarrollo de las sociedades, ya que no dan mérito al esfuerzo realizado por el
humano, mientras que sostienen un discurso arcaico de adulación a toda clase de seres imaginarios que se
supone son los causantes de nuestro bienestar.

El escéptico, en cambio, se basa en la duda. Elige practicar la crítica sobre los fenómenos a los que está
expuesto. (2) Apela a la razón para desentrañar los misterios de la vida. El escéptico es realista, no basa sus
conclusiones en mitos, sino en hechos comprobables; adopta una filosofía de vida basada en la razón y
acepta la realidad; entiende que la muerte es inevitable y niega la existencia de seres incomprobables.
Incluso podemos decir que el escepticismo está en sintonía con nuestra racionalidad. Somos criaturas
inquisitivas, necesitamos cuestionar y obtener datos de todas las cosas que nos rodean. Por otro lado, el
espíritu analítico es siempre necesario como medio para alcanzar el conocimiento. Si entendemos esto,
podemos inferir que sólo basados en nuestra lógica podremos comprender la realidad o la probabilidad de
determinados sucesos. Si un sistema de pensamiento se fundamenta en realidades comprobables para
llegar a una conclusión, podemos decir que estamos frente a un modelo coherente y objetivo desde
cualquier punto de vista. En palabras de Aristóteles:

“Una verdad debe ser una deducción de otras verdades.” (3)

Después de todo, si tomamos como parámetro la realidad, debemos reconocer que toda filosofía que la
evada será, de por sí, absurda.

Tenemos entonces dos visiones, una que convalida y legitima el conformismo y la irracionalidad, así como
el despropósito de venerar a seres incomprobables, y otra que propone tomar las riendas de nuestro
propio destino, asumiendo las responsabilidades, reconociendo a la realidad como único parámetro y a la
razón como medio para hacerlo. Sólo uno de estos sistemas de pensamiento fomenta la libertad
intelectual, se basa en la razón y valora al humano como un ser pensante.

Teniendo en cuenta ambas opciones, y considerando que nuestro objetivo final debe ser la superación
como especie, evidentemente deberíamos optar por la objetividad y el pensamiento escéptico. De todas
formas, si buscamos una respuesta honesta al respecto de la efectividad del ateísmo como sistema,
debemos tener en cuenta que éste jamás se ha aplicado a gran escala. Es una doctrina más acorde con el
humanismo y la libertad de pensamiento que con la masificación ideológica que las religiones practican
actualmente. A pesar de ello, los ateos han sido muy relevantes en la Historia. Muchísimos personajes de
las más diversas ramas del conocimiento tenían una filiación humanista, o bien, eran severos críticos del

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sistema religioso imperante. A pesar de ello, debemos también reconocer que el sólo hecho de no creer en
dios no mejora ni empeora nada, aunque muchos avances sociales son consecuencia del pensamiento
escéptico y de la negación de las normas cristianas. El laicismo, la libertad de opinión, la independencia
intelectual, la potestad sobre el cuerpo y la sexualidad, así como tantos otros, son algunos ejemplos.

Pero más allá de tales planteos, deberíamos preguntarnos cuál es la alternativa al escepticismo. ¿Es sensato
suponer que en alguna parte del Universo se encuentra algo diferente de lo biológicamente clasificable,
acuñando poderes sobrenaturales y definiendo nuestro destino sólo por el hecho de existir? Obviamente,
no. Carecer de respuestas al respecto de algunos sucesos o circunstancias de la vida no es fundamento para
tales elucubraciones.

El escepticismo, más que sólo la negación de seres absurdos, representa nuestra verdadera esencia.
Nuestra tarea en este mundo es descubrir, cuestionar y ejercer nuestras facultades críticas. El único
paradigma al que debemos aferrarnos, además de la razón, es la libertad; necesitamos encauzar libremente
el cumplimiento de nuestro objetivo natural. ¿Y cuál puede ser ese objetivo más que ser felices y hacer
felices a quienes amamos? ¿Qué otro bien moral puede ser tan preciado para cualquier ser humano?
Evidentemente, ninguno. Nuestra libertad, tanto como nuestra razón, determinan lo que somos: humanos.
Ejercer la independencia de la razón no es sino el medio para obtener la preciada libertad. Bien sabemos
que la razón y la libertad son complementarias, ya que devienen una de la otra. Entonces, y siendo que los
bienes humanos no son únicamente de naturaleza material, sino que lo intelectual hace a la realización de
nuestra finalidad natural, o bien, complementa nuestra experiencia en el mundo, no podemos ni debemos
perpetuar la irracionalidad, el absurdo ni la negación que los sistemas religiosos implican.

La fe es el motivo por el cual hemos encarcelado al intelecto en un calabozo de negación, perpetuando la


ignorancia, la credulidad y el conformismo. La fe es, contrariamente a lo que muchos piensan, un
mecanismo que fomenta la desunión familiar, el desamparo del individuo y la abstracción del contexto real.
No hay bien posible para nosotros como especie si no reconocemos tales males y reclamamos la absoluta
potestad sobre nuestro destino sin interferencia alguna de doctrinas dañinas y oscurantistas. Entonces, y
recién entonces, la mediocridad se disipará y dejaremos de estar aprisionados en ese calabozo, producto de
la ignorancia y perpetuado por la errónea esperanza de un bien mayor desde el más allá.

Simone Beauvoir (1908 – 1986), fue una pensadora y novelista francesa, representante del movimiento
existencialista ateo y figura importante en la reivindicación de los derechos de la mujer.

Cuando se conoce en demasía, entonces realmente se puede dudar. No hay conocimiento posible sin
duda que lo anteceda, por ello, todo conocedor valora la duda como parte del proceso de adquisición de
dicho conocimiento, y es esta misma duda la que da origen al pensamiento crítico.
Aristóteles (384 – 322 AEC), fue un filósofo y naturalista griego, considerado uno de los filósofos más
importantes de todos los tiempos y uno de los pilares del pensamiento occidental. La cita que refiero en el
texto ha sido descontextualizada; el postulado original es:

“Para ser aceptada como conocimiento científico, una verdad debe ser una deducción de otras verdades.”

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 18

“La religión no es otra cosa que el reflejo fantástico que proyectan en la mente de los hombres aquellas
fuerzas externas que gobiernan su vida diaria, un reflejo en que las fuerzas terrenales revisten la forma de
poderes sobrenaturales.” – Friedrich Engels, filósofo y revolucionario alemán. (1820 – 1895)

Existen distintas posturas filosóficas al respecto del conocimiento. Algunas de ellas proponen que es
inalcanzable y otras que sólo es posible a través de la imposición. Para el escepticismo, por ejemplo, el

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EL SER IMAGINARIO
conocimiento simplemente no es posible. Para el dogmatismo, en cambio, no solamente el conocimiento
es posible, sino que las cosas son conocidas tal como ellas son sin verificación o sustento externo de ningún
tipo, es decir, fundamentándose a sí mismas. En mi opinión, la experiencia, sea sensible o no, es el
verdadero fundamento del conocimiento. El medio del conocimiento es la razón, misma que no puede ser
aplicada sino a través de las evidencias o sensaciones que de la realidad externa percibimos. Considero que
la relación entre la razón y la experiencia es la única manera posible de entender el mundo.

Desde pequeños lo que nos rodea va tomando forma de manera paulatina. ¿Cómo podemos conocer sobre
nada hasta que accedemos sensorialmente al entorno? Sencillamente, no podemos. Sólo por medio de las
experiencias y las evidencias corroboramos los hechos de la vida, sobre todo en la niñez. Básicamente, todo
lo que conocemos es gracias a la experiencia y las conclusiones que se obtienen de las mismas. Si la razón
se utiliza como herramienta de aprendizaje, los conocimientos son adquiridos de manera efectiva, pero no
siempre sucede así. En ocasiones vemos que sujetos de elevado intelecto interpretan el mundo a través de
creencias de todo tipo. ¿Cómo es esto posible? Existen diferentes factores que persuaden a las personas
para adoptar sistemas de creencias, o bien, que protegen al mito dentro de una suerte de burbuja invisible
heredada de las preconcepciones culturales. Es aquí donde entran en juego los comportamientos
diferenciados o comportamientos basados en la asimilación cultural.

Comportamientos diferenciados:

Se trata de decisiones basadas en el criterio que define la imposibilidad de aplicar el cuestionamiento a una
idea, dependiendo de la manera en que ésta ha sido inculcada o actúa sobre la psiquis del individuo. (1)
Sujetos que funcionan de manera racional, que analizan, racionalizan y luego actúan, no se comportan de la
misma manera frente a los mitos religiosos. Evidentemente, el origen de esta conducta es cultural. Los
mitos religiosos son inculcados como verdades incuestionables, y esto invalida el análisis al respecto. ¿Qué
tanto prevalece el propio discernimiento por sobre los lineamientos culturales? Tanto como el individuo se
atreva a cruzar esa barrera.

Cualquier construcción fantástica carece de autenticidad en el mundo concreto: no debe ser la creencia lo
que defina al ser humano, sino el ser humano quien desmitifique las creencias. No existe mito capaz de
invalidar el análisis racional, ya que su naturaleza incomprobable lo excluye como hecho cierto hasta tanto
no se corrobore. Hay una diferencia substancial entre suponer y saber. La fe no refiere conocimiento, y
podemos inferir incluso que más bien lo impide. (2) Dicho esto, si aceptamos que la fe prescinde del
conocimiento para fundamentar una creencia, podemos deducir también que es, implícitamente, una
condición que detiene el normal desarrollo de los procesos lógicos del mecanismo racional. (3)

En reglas generales, el conocimiento, el entendimiento y la experiencia generan escepticismo. Ahora bien,


el temor a romper la barrera de los estándares socioculturales, así como la incapacidad para separar el mito
del resto de las situaciones cotidianas, provoca que muchas personas opten por detener el
cuestionamiento y, por ende, sostengan aquellas ideas que la razón les demuestra falaces. La exclusiva
dependencia de la fe, acompañada por un consecuente menosprecio de la razón, da como resultado un
funcionamiento que protege a las creencias de toda crítica o análisis.

Una creencia no es sino un hábito mental que cobra sentido a través de la adecuación cultural. Dichos
hábitos se afianzan alcanzando un estado de certidumbre que a su vez funciona como fundamento de lo
que cree verdadero. Entonces, el sujeto elimina cualquier posible contraste entre su creencia y la realidad,
ya que la hipotética naturaleza incuestionable de los mitos heredados crea una barrera ante el análisis
crítico. Esto funciona de manera tal que la capacidad intelectual del individuo no influye en el modo que las
creencias son sostenidas, y los criterios, opiniones y actitudes pasan a ser definidos, al menos en cuanto a
lo concerniente a la creencia, por el carácter que al mito se le asigna desde la imposición en la niñez.

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Otro proceso que, paralelamente a los comportamientos diferenciados da como resultado la incorporación
no razonada de creencias, es el paso o mutación de ideas en creencias, es decir, la inferencia de una
creencia basada en una idea primigenia que la origina indirectamente. Ejemplo:

La suposición de la existencia de extraterrestres que visitan la Tierra, bien puede transformarse en la


creencia de que tales seres han visitado o visitarán la Tierra; sólo es necesario que la idea primera sea
entendida como algo incuestionable, y que el sujeto la relacione indirecta o inconscientemente con la
cualidad que se asigna a toda creencia y evite cualquier análisis al respecto.

También debemos tener en cuenta que la incorporación de creencias y el modo en que éstas suelen ser
perpetuadas, incluso en casos de individuos con una preparación que, sin lugar a dudas, pondría en jaque la
validez de las mismas, tiene que ver con el reconfortante sentimiento de comodidad que la aceptación
social genera en las personas.

Retrocedamos hasta el Capítulo Quince:

“Como seres sociales, formamos grupos e interactuamos con nuestros congéneres, tal es nuestra
naturaleza. Cada grupo humano se adapta a roles asignados dentro de la estructura social. El entorno
familiar es el responsable de moldear la personalidad, así como de fomentar o desalentar la credulidad de
los niños.”

Es obvio que no podemos funcionar solos; necesitamos del grupo, del sustento emocional y moral que
brinda la identidad social. Podríamos incluso pensar que la valoración de los mitos no sería, salvo
excepciones, un dato que deba interferir en el vínculo social. Pero cuando los mismos nos llegan de nuestro
entorno afectivo, el carácter reflexivo propio del pensamiento crítico se ve comprometido y nos tornamos
menos analíticos, ya que priorizamos las coincidencias con nuestros afectos por sobre la legitimidad de las
ideas transmitidas. Muchas personas prefieren permanecer en un estado de conformismo autoimpuesto a
declararse escépticos, ya que la posible exclusión del entorno social es un atenuante al momento de
adoptar tales posturas. Como sabemos, el supersticioso es socialmente más aceptado que el escéptico,
dada la profunda asimilación que los mitos han sufrido en todos los ámbitos. (4)

La religiosidad ha sido y es para muchos hombres y mujeres un elemento fundamental en la configuración


de grupos de pertenencia, y se ha transformado en una característica que define la aceptación o rechazo
del individuo en el medio social. La gran mayoría de usos y costumbres devienen de ritos religiosos, del
pensar religioso, o de una interpretación supersticiosa del mundo. Es muy probable que grandes grupos de
personas, instruidas y en condiciones de superioridad intelectual sobre la masa adoctrinada, deban dejar de
lado su escepticismo, tan sólo por sostener una socialización condicionada, participando de ritos que, en
última instancia, ellos mismos contribuyen a perpetuar.

Las ideas sobre las cuales el comportamiento diferenciado actúa, son siempre de origen externo, dado
que ésa es una condición necesaria para las mismas sean entendidas como mito o idea divinizada. Se trata
de aquello que, por ser considerado incuestionable, no es analizado de manera objetiva.
Individuos cuyo funcionamiento mental no ha sido afectado por causas biológicas, suelen presentar
secuelas neurológicas y psiquiátricas, debido a que el ejercicio de obstrucción intencional de las facultades
críticas que el pensamiento religioso fundamentalistas supone, condiciona en gran medida sus respuestas
mentales. Este condicionamiento del proceso cognitivo, ocasiona alteraciones del pensamiento, las
emociones y el comportamiento. Patologías tales como el delirio religioso, o la simple utilización de la
palabra “dios” para responder a cada situación aparentemente insalvable desde la razón, son sólo algunos
de los síntomas que suelen presentar los sujetos expuestos a sistemas de base dogmática fundamentalista.

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EL SER IMAGINARIO
Es imposible conocer aquello que no ha sido experimentado y/o analizado. No se aprende a partir de la
aceptación prematura. En tal caso, se estaría aceptando de manera arbitraria, algo que la razón no puede
sustentar como verdad objetiva.
La consciencia volitiva del ser humano permite que la razón pueda ser reemplazada por mecanismos
accesorios, o bien, que ésta no sea sino una opción, en lugar de la pauta para cualquier análisis crítico.

EL SER IMAGINARIO – CAPÍTULO 19

“Día vendrá en que el engendramiento de Jesús por el Supremo Hacedor como su padre, en el vientre de
una virgen, será clasificado junto a la fábula de la generación de Minerva en el cerebro de Júpiter.” –
Thomas Jefferson, tercer Presidente de los Estados Unidos de América. (1743 – 1826)

A lo largo de este relato he identificado y analizado diferentes aspectos de dos males profundamente
arraigados en la sociedad que, a su vez, devienen uno del otro: la creencia en seres sobrenaturales, los así
llamados dioses, y el sistema más falaz y dañino que el ser humano ha creado y padecido, es decir, la
religión.

Al día de hoy, la humanidad no tiene motivos para creer que existen seres sobrenaturales, mientras que
hay muy buenas razones para pensar que la idea de éstos es sólo el producto de una interpretación errada.
Dios es apenas una concepción, una hipótesis imposible de ser afirmada o desmentida desde lo fáctico, ya
que su posibilidad de verificación es nula. Por otro lado, la religiosidad es un fenómeno social y debe
estudiarse analizando los procesos socioculturales que le dan forma y permiten su asimilación. Podemos
decir que es también un buen parámetro para medir la salud intelectual de una sociedad, ya que podemos
valernos de ella para obtener un registro de qué tan supersticiosa es esa cultura. El ateísmo, por ejemplo,
está fuertemente concentrado en los países desarrollados; en los países en vías de desarrollo, la densidad
de ateos es insignificante, al igual que en aquellas poblaciones con un promedio de edad alto. Estos datos
nos dan la pauta de qué tan relevante es la religión como factor de análisis sobre una población. Pero la
religión no sólo se define por la creencia en una trascendencia, sino también por los valores impuestos
inherentes en la concepción religiosa. La idea de la deidad, el dios como objeto de adoración, es una noción
tan antigua y asimilada que, en muchos casos, la misma no es cuestionada.

Para Durkheim, sociólogo francés, la religión no persigue un fin de conocimiento, sino más bien una función
social. Él afirmaba que no hay en la el mensaje religioso una realidad divina o trascendente que transmitir,
sino un modelo que se corresponde con la naturaleza social a la cual pertenece. Durkheim también sostuvo
que toda forma de culto es una expresión de los miedos o misterios que el ser humano concibe, siendo su
extrapolación más común en el ámbito social.

Cuando analizamos objetivamente las religiones, encontramos que sus parámetros no responden a la
razón. Los conceptos religiosos son obsoletos y para nada se condicen con una realidad en que los
desarrollos tecnológicos y el conocimiento son las pautas para el mejoramiento. Sin embargo, la
religiosidad es también una construcción ideológica que cada sociedad valora o subestima de acuerdo a sus
propios anhelos; aunque, paradójicamente, tal adecuación condiciona en igual medida la superación de
quienes se aferran a dichos ideales. La preponderancia del pensamiento supersticioso suele ser justamente
el motivo primero del estancamiento cultural de los pueblos. (1)

No he intentado plantear un dilema que confronte al ateísmo con el teísmo, más bien pretendí ilustrar la
puja entre el oscurantismo que proponen los sistemas religiosos y la racionalidad inherente a nuestra
especie. Considero que debemos tomar conciencia de nuestras capacidades y ponerlas en práctica para
obtener los mayores beneficios, para así construir un futuro próspero.

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Podríamos pensar que la religión, indistintamente de la existencia de dios, nos brinda reglas morales sin las
cuales no podríamos tener una sociedad ordenada, pero esto es falso. No existe moral objetiva válida, ya
que lo moral no se incorpora por imposición, sino que nace en el interior de cada ser pensante y se traduce
en reglas de convivencia sobre las cuales erigimos sociedades. En palabras de Ayn Rand:

“Un mandamiento moral es una contradicción en los términos. Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo
comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la razón no acepta mandamientos.”

La religión es un sistema irracional y poco realista que impide el avance de la humanidad, imponiendo un
pensamiento más acorde con estadios de consciencia primitivos. La religiosidad es erróneamente
relacionada con paz y bienestar, cuando en realidad promueve la violencia y la intolerancia. Los conceptos
de dios y religión transforman al ser humano en dependiente de una idea falsa, misma que supone el
camino hacia una salvación hipotética pero, en definitiva, tan fantástica como la idea de la cual se nutre. La
religión representa la negación de nuestro derecho a ser felices, a ser intelectualmente libres para
interpretar el mundo por nuestros propios medios y reconocernos capaces de hacer un futuro a nuestra
medida. Nos acostumbra a obviar el disfrute y nos sume en culpas que son el medio para la domesticación
de los instintos.

Nuestro temor a estar solos en el Universo, sin pautas que seguir ni finalidad alguna en esta vida, explica la
necesidad de concebir un creador y regirnos por una moralidad abstracta que termina por ser una de las
tantas manipulaciones intelectuales que nuestra especie ejerce sobre sí. Y aunque algunos intenten
desmentirlo, el verdadero motivo para que una gran mayoría considere necesario creer en lo sobrenatural
tiene más que ver con consideraciones culturales, políticas y económicas.

Retrocedamos hasta el Capítulo 7:

“Las religiones necesitan de la pobreza, ya que se nutren de ella, así como de la ignorancia que conlleva. No
hay mejor presa que las personas poco instruidas. Y después de todo, ¿no es acaso lógico que la porción de
la sociedad con menor acceso a las herramientas de análisis, sea también la más permeable de aceptar un
sistema opuesto a la obtención de fundamentos sólidos?”

La proliferación de la religiosidad es un dilema educacional, intelectual y, a fin de cuentas, también


económico. Las religiones organizadas lucran con el desconocimiento y la ausencia de cuestionamiento de
personas que, en última instancia, no son sino víctimas de las incertidumbres que los propios sistemas
socioeconómicos les deparan, así como del escaso acceso a opciones para una mejora en su situación de
precariedad. En los países más pobres, prácticamente no existe resistencia alguna a los cultos religiosos; es
más, en algunos de ellos el Estado se ocupa de inculcar las creencias, ya que se consideran herencia cultural
y su legitimidad no se cuestiona. La manipulación de las masas no intelectualizadas es una herramienta que
permite a los cultos perpetuarse impunemente sin regulaciones de ningún tipo. El manipulado asume que
su creencia es verdadera, la difunde y contamina al resto. No es necesario comprender cada proceso
manipulador en profundidad para reconocer el inmenso fraude. Las creencias sólo le confieren un carácter
supersticioso a nuestro entender del mundo, impidiendo la crítica sobre las ideas falaces y alejándonos
irremediablemente de la verdad.

Esto nos lleva a concluir que el escepticismo es el sistema de pensamiento que más acerca al ser humano a
su verdadera naturaleza. Es una revalorización del humano por sus propios méritos, y representa el
reconocimiento de su intelectualidad y capacidad para transformar el medio en función de su propio
bienestar. Debemos evaluar qué tanta relevancia damos a nuestros conocimientos como para nuestros
criterios culturales continúen anclados al primitivismo intelectual que las religiones pregonan. Solemos
pensar que esto es algo que no podemos cambiar, pero eso no es cierto. Además, lo que está en juego es
nuestra independencia ideológica y, a fin de cuentas, también nuestra dignidad.

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La dignidad no es un valor inherente a nuestra especie como nos han hecho creer; podemos perderla o
conservarla; depende de qué tan preparados estemos para afrontar el reto y reconocernos capaces de
ejercitar el derecho a tomar nuestras propias decisiones apoyados en la razón como eje de las mismas.
Debemos defender nuestra autonomía intelectual y definirnos como seres pensantes. El único bien posible
para nuestra especie se encuentra en la aceptación y puesta en práctica de una absoluta e innegable
soberanía sobre nuestro destino y en la negación de toda concepción insensata.

Todo conocimiento, idea o sistema doctrinario debe ser susceptible de análisis y, consecuentemente, de
valorización en cuanto a la relevancia que como aporte para la humanidad éste posea. Así como
Aristóteles, Platón y muchos otros han sido superados con el tiempo, debemos igualmente modificar
nuestros criterios y entender que todo sistema de pensamiento, doctrina o conocimiento es reciclable de
acuerdo al momento histórico. Por ello, necesitamos también cuestionar nuestras creencias. Si podemos
superar el conocimiento adquirido de pensadores como los nombrados, ¿cuánto más debemos analizar con
objetividad los mitos inculcados?

Desde el comienzo de nuestra historia religiosa, hace ya miles de años, el cristianismo como tantas otras
religiones, ha ido mutando, adaptándose e imponiéndose; muchísimas veces por la fuerza. Es un hecho que
hoy día el ateísmo y el agnosticismo son mucho más fuertes que unos siglos atrás, cuando la descreencia
era juzgada con dureza y no había posibilidad alguna de difundir ideas contrarias a la Iglesia. También
hemos sido testigos de una innegable decadencia de los cultos religiosos. Las estadísticas que reflejan un
creciente aumento del escepticismo, así como innumerables publicaciones de diferentes cultos que
intentan convencer a potenciales adeptos con promesas de la más variada índole, son prueba indiscutible
de ello. Esa decadencia de los cultos es el resultado inminente del progreso intelectual de nuestra especie.

La naturaleza racional que nos caracteriza debiera ser la guía para romper las ataduras con la superstición,
evitar el avasallamiento ideológico y enaltecer el valor del conocimiento, legitimando de una vez y para
siempre el fundamento de los derechos que se conceden al ser humano por su cualidad de criatura
racional. No podemos ni debemos aceptar parámetros que nos limiten, que nos subyuguen y nos impidan
realizar la meta de transgredir toda frontera existente en favor del conocimiento y el desarrollo social,
cultural y tecnológico.

Toda concepción divina nos es ajena, ya que no existe, a nuestro entender, tal cosa como lo divino.
Nuestras vicisitudes son de naturaleza material, o bien, emocional. Cualquier necesidad de dioses o
deidades, no hace más que retrotraernos a nuestra infancia, cuando todo lo mágico e inexplicable suplía a
las soluciones reales. (2)

La imposibilidad de alcanzar el conocimiento absoluto, aquel dilema que, en conjunción con la ignorancia y
la precariedad intelectual ha impulsado la búsqueda de consuelos fuera de este mundo, suele ser el punto
de partida para quienes no admiten que las dudas pueden gobernar nuestro entendimiento. Sin embargo,
no todo está perdido. Paulatinamente las sociedades se alejan de la religión y reconocen que la Ciencia ha
hecho por la humanidad, en unos cuantos cientos de años, más que todos los mitos imaginados durante la
Historia.

Llegará el día en que la superstición quedará relegada por el conocimiento, la “verdad divina” será
reemplazada por la veracidad, y el sistema nefasto que hemos dado en llamar religión, aquel que adormece
la mente humana y sofoca las ansias de superación, pasará a ser apenas un recuerdo: el remanente de un
oscurantismo cuyos últimos reductos fueron la ignorancia y el conformismo. Recién entonces la luz del
conocimiento se abrirá paso a través de la neblina de la fe y el discurso insolente del crédulo será silenciado
por la contundencia inobjetable de la razón, ignorando desde entonces todo presagio, castigo divino o
maldición que alguna vez se haya pretendido imponer por medio de la superstición. Seremos testigos del

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nacimiento de una nueva civilización de seres libres, dignos y valientes, cuyas voces se alzarán en un
sobrecogedor clamor por la razón y la dignidad, negándose ya a tolerar los atropellos de sistemas
fundamentalistas, obsoletos y asesinos que otrora diseminaran las más absurdas y salvajes doctrinas con el
único fin de perpetuarse a costa de embrutecer, dividir y, en definitiva, menospreciar nuestras cualidades
humanas. (3)

Nuestra especie avanzará, desarrollándose y definiendo metas, mientras que quienes queden anclados al
mundo fantástico que las religiones tan efectivamente han diseñado, seguirán anhelando la salvación que
algún mesías imaginario les propone desde lo más recóndito de sus propias mentes.

Desde la antigüedad el ser humano ha especulado con la existencia de seres sobrenaturales para explicar
lo que su desconocimiento no le permitía comprender. Los interrogantes sobre el origen y la naturaleza de
nuestra existencia, así como el ansia del conocimiento absoluto, han sido las motivaciones para imaginar
soluciones ante aquello incomprensible. El hecho de que algunas culturas -aisladas- desarrollaran la idea de
dios, no significa que las mismas fueran motivadas de la nada para creer en ello. Esto, en realidad, tiene
más que ver con el primitivismo intelectual. El ser humano, en situaciones de precariedad, busca soluciones
sobrenaturales. Allí surge la divinización de los objetos y de la Naturaleza misma. La divinización fue, en
primer lugar, una manera de idealizar la imagen femenina: representación de la fertilidad y la protección.
Posteriormente, esta idea fue adoptada por las religiones abrahámicas y se reemplazó la imagen femenina
por modelos más acordes con una sociedad donde el patriarcado era la pauta. Se generó la idea de un dios
unipersonal, hombre; siendo, ya no una entidad física, sino más bien una concepción que unificaba los
conceptos ideales proyectados por estas sociedades.
El ser humano nace con un desconocimiento absoluto de la realidad. Adquiere una idea sobre ésta a
partir de la observación. Una persona que nace en la selva, corrobora la existencia de su entorno, pero de
ningún modo puede suponer la existencia del mar. Darlo por sentado su existencia por sentado sería inútil,
porque del mismo modo que supone la existencia de un mar de agua salada, también podría “creer” en un
mar de agua dulce, un mar de plomo fundido etc.
En su obra, “Filosofía del Ateísmo” del año 1916, Emma Goldman escribió: “¿Cómo devolver a la gente la
idea de Dios? Es la pregunta de todo teísta. Puesto que la religión, la Verdad Divina, las recompensas y
castigos, son las marcas de fábrica más grandes, las más corruptas, la industria más poderosa y lucrativa en
el mundo; la que sirve para adormecer la mente humana y sofocar su corazón.”

E L S E R I M A G I N A R I O

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