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Globalización y distribución

4-5 minutos

Eso de ponerse a jugar con datos estadísticos tiene sus virtudes.


Encuentra uno, por ejemplo, información que no conocía, o percibe
relaciones que antes no había identificado. Algo interesante que
encontré en la construcción del índice de integración global fue que la
distribución de los impactos externos es bastante diferente.

En primer lugar, del PIB de 2017, que fue de casi 21 billones de pesos,
más de una tercera parte proviene del exterior. Recuerde que no
hemos descontado las importaciones, que son prácticamente del
mismo tamaño que las exportaciones, pero en términos de impacto no
es necesario hacerlo. De esos casi 8 billones que tienen que ver con el
exterior, 83 por ciento corresponde a las exportaciones industriales
(minería y manufacturas), poco menos de 5 por ciento es de
exportaciones agropecuarias, un poco más de 5 por ciento es turismo
y poco más de 7 por ciento son remesas.

El tamaño del rubro de remesas no es poca cosa. Pero tiene otra


virtud: es el impacto que se distribuye de forma más igualitaria. Si
consideramos la importancia de las cinco entidades más grandes en
cada uno de los renglones mencionados, la diferencia es considerable.
En turismo, las primeras cinco entidades representan 82 por ciento del
ingreso total por ese renglón (como vimos, Quintana Roo sólo se lleva
más de la mitad). En exportaciones, agrícolas o industriales, esas
cinco mayores entidades representan poco más de la mitad del efecto
nacional. Obviamente, son diferentes (Michoacán, Sinaloa, Jalisco,
Baja y San Luis, en lo agropecuario; Chihuahua, Coahuila, Baja, Nuevo
León y Tamaulipas, en industria).
En remesas, sin embargo, las cinco entidades que más reciben
representan 40 por ciento del total. Las más importantes receptoras
son Michoacán, Estado de México, Guerrero, Guanajuato y Puebla.
Esto, considerando el volumen de dólares que envían los paisanos a
sus familias. Si lo medimos como proporción de la economía estatal, el
orden es diferente.

En Guerrero, las remesas representan casi el 20 por ciento del PIB


estatal, comparable a los países más afectados por el fenómeno
migratorio en Centroamérica, por ejemplo. Michoacán está un poco
mejor, pero las remesas son el 11 por ciento del PIB, y en Zacatecas
alcanza el 10 por ciento. En un siguiente grupo, que va de 5 a 9 por
ciento del PIB, están (en orden descendente de impacto) Oaxaca,
Hidalgo, Nayarit, Durango, Morelos y San Luis Potosí.

Es interesante notar que sólo en los estados más turísticos el turismo


produce más ingreso que las remesas: Quintana Roo, Baja Sur,
Nayarit, Jalisco y Campeche (en donde creo que es turismo de
negocios en buena parte). Esto significa que ni en Ciudad de México ni
en Nuevo León el turismo supera lo que las remesas producen. Si
además consideramos que las remesas van directamente a las
familias, mientras que el ingreso por turismo se distribuye entre
dueños y trabajadores, no deberíamos tener duda de la importancia
que tiene la población de origen mexicano en EE.UU. en términos del
bienestar de quienes siguen viviendo acá.

De manera agregada, las remesas representan 2,8 por ciento del PIB
nacional. Sin embargo, el impacto que tienen, tanto en ciertas
entidades como en diversos grupos de población, es significativamente
mayor. Ese 2,8 es similar al crecimiento económico que hemos tenido,
cada año, durante los últimos veinte. Es decir que, si desaparecieran,
sería como perder un año de dinámica (algo que hoy estamos
viviendo, por otras razones).
Pero para las entidades mencionadas, Guerrero, Michoacán,
Zacatecas, Oaxaca, etcétera, esto representaría una caída muchas
veces mayor y además concentrada en las familias. Por eso la relación
con EE.UU. es tan importante. No es sólo que vendamos allá 80 por
ciento de las exportaciones (que pueden cuidarse con ayuda de
empresas), es que el bienestar de millones de familias, ubicadas en los
estados más pobres, depende del dinero que les envían desde allá.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 3


de abril de 2019.

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