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Rebelion. ¿Contra el racismo desde un muy estrecho cientificismo?

11-14 minutos

Es el cuarto o quinto libro que este joven filósofo venezolano publica


en la colección que dirige Javier Armentia y que cada vez, en mi
opinión, deriva peligrosamente hacia un mayor cientificismo. En esta
ocasión, el tema es la existencia de razas humanas. Abre un volumen
una significativa cita de Michael Blakey: “La idea de que la gente
puede ser agrupada en distintas razas resulta tan obvia como que el
Sol se levanta por el este todas las mañanas”. Es decir, un enorme
prejuicio que podamos pensar y vivir como natural.

El estilo del autor es inconfundible. Ya en la primera página, tras un


breve paseo por Borges y una lectura más que sesgada de un
fragmento de Las palabras y las cosas, señala: francamente, el
argumento de Foucault (no se atreve a meterse con Borges) sobre
nuestra excesiva confianza en determinados nudos de la racionalidad
científica en temas taxonómicos y la necesidad o conveniencia de
abrirse a otras aproximaciones clasificatorias, a otras racionalidades,
le parece basura posmoderna relativista, “un ataque barato y sin
fundamento contra la ciencia”. Vale, de entrada.

Más allá del estilo, el objetivo de su nuevo libro lo expone GA con


claridad en la página 15: “En este libro argumentaré, a partir de esta
definición, que las razas humanas no existen. No tiene sentido debatir
sobre la existencia de poblaciones con piel más oscura que otras. Si la
raza fuera sólo una división a partir del color de la piel, estaría
muchísimo más dispuesto a aceptar la existencias de las razas
humanas. Pero insisto, el concepto de raza no procede sólo del color
de la piel sino, por así decirlo, de un “paquete entero” de
características a partir del cual, supuestamente, es posible segregar
nítidamente a la humanidad”. No existen las razas, por lo tanto, el
racismo no tiene justificación alguna… si bien, como apunta, él mismo
estaría más dispuesto a aceptar no sólo una clasificación racial de la
humanidad que tuviera su eje puesto en el color de la piel sino la
misma realidad óntica de las razas humanas. El problema está en el
paquete, en todo lo que se junta.

Sea así pues, si el propio GA lo señala, y veamos algunas de sus


reflexiones. Me limito a reproducirlo, apenas comento:

“En el capítulo dedicaré atención a los argumentos a favor de la


existencia de las razas humanas y trataré de refutarlos, pero siempre
admitiendo que el asunto de las razas humanas, a diferencia de la
homeopatía o la acupuntura, no debe ser sin más un tema que
consideremos superado” (p. 18). No lo está, cuando tampoco lo están
los otros ejemplos citados (fuertemente distanciados, años-luz
alejados, del tema tratado).

La afirmación parece contradecirse 10 párrafos más adelante. Aquí,


después de meterse con los progresistas (es marca de la casa GA,
entendiendo por tales probablemente todo lo que huela a izquierda
aunque sea remotamente), señala: “Lamentablemente, aunque con la
intención de combatir estos estereotipos, muchos progresistas se han
cerrado dogmáticamente a la posibilidad de que haya una base
genética en la actividad criminal [¿de dónde habrá sacado GA esta
afirmación que, por supuesto, debería estar muy matizada?]. Desde
hace varias décadas hay pruebas de que, aunque los factores
culturales ejercen una gran influencia a la hora de formar a un
criminal, la disposición al crimen reposa también sobre una base
genética. Pero, al igual que ocurre con la inteligencia, es muy
cuestionable que podamos atribuir a esta o a aquella raza una mayor
propensión biológica al crimen” (p. 20). ¿A esta o aquella raza? ¿Pero
no habíamos quedado que, en principio, las razas no existían?
El ataque, sin fundamento, a los grupos progresistas no acaba aquí
por supuesto. Sigue un poco más adelante. Esta vez la aproximación
de GA (que curiosamente apela a la lucha contra los prejuicios estando
él mismo inundado por algunos de ellos) se desarrolla en estos
términos

“Hay otras formas de racismo que también pasan muy desapercibidas,


especialmente entre algunos grupos progresistas bien intencionados
pero torpes”. ¿Algunos? ¿Qué grupos son esos? ¿No tienen nombre ni
apellidos ni señas concretas de identidad? Prosigue: “Los promotores
del multiculturalismo se empeñan muchas veces en preservar las
antiguas costumbres de los pueblos no occidentales, como una forma
de reivindicación frente a los abusos de los poderes coloniales y, en
particular, el imperialismo cultural que destruyó tantas culturas locales
en su expansión”. Pero este razonamiento (que no es propiamente un
razonamiento sino una posición), prosigue GA, “opera a modo del
mismo modo en que operaban los racistas pseudocientíficos del siglo
XIX”. ¿Del mismo modo? “Así como los racistas decimonónicos
asumían que lo rasgos biológicos debían tener una correspondencia
con los conductuales, y que las características culturales heredaban
biológicamente, hoy los multiculturalistas asumen que una persona de
piel oscura que asimila la cultura occidental atenta de alguna forma
contra su propia esencia cultural, con lo cual, implícitamente,
aseguran que la cultura se lleva en los genes y se hereda
biológicamente”. ¿Quién asegura eso explícita o implícitamente?
¿Cómo se puede hablar de culturas en bloque como lo hace GA? ¿Qué
problema plantea algún multiculturalista en aceptar la demostración
de la conjetura de Fermat, por ejemplo? ¿Algún multiculturalista
rechaza que un ciudadano de China, Japón, Venezuela o Santa Coloma
de Gramenet escuche “La flauta mágica” o “El barbero de Sevilla”
porque eso es música occidental e imperialista? ¿No será más bien que
lo se rechaza, lo que debe rechazarse, es el menosprecio global, sin
apenas matices de las aportaciones culturales de pueblos, colectivos o
individuos por el mero hecho de no ser “occidentales”?

Por cierto, de la hondura y finura epistemológica de GA dice mucho un


paso como el siguiente: “Con todo, hay algo sobre lo cual sí tengo una
postura bastante firme y espero guiar este libro con ella. Esta postura
es: la verdad es la verdad, nos guste o no. La ciencia no debe guiarse
por posturas ideológicas. No podemos cerrar un debate por el mero
hecho de que tal o cual tesis puede ser peligrosa y corre el riesgo de
llevarnos a la discriminación, la esclavitud o el genocidio.
Lamentablemente, en torno a la discusión sobre las razas humanas la
ideologización política ha contaminado a ambos bandos, y es necesario
hacer una purga ideológica en el asunto” (pp. 23-24). ¿A ambos
bandos? ¿A qué bandos? ¿Quién va a hacer esa purga? ¿Gabriel
Andrade? ¿Desde qué limpieza y pureza ideológicas? ¿Desde una
ciencia inmaculada, habitante de un algún cielo platónico, que no se
guía por posturas ideológicas? ¿Las denominadas ciencias económicas
no tienen ninguna perspectiva ideológica? ¿No hay formas mucho más
sutiles e interesantes de aproximarse a la relación entre ciencia,
verdad e ideología? ¿No es normal que la ideologización política haya
planeado sobre un debate de estas características sabiendo lo mucho
que hay en juego? ¿No hubiera sido mejor expresar algunas de esas
ideas al modo machadiano por ejemplo? “¿Tu verdad? No, la Verdad/ y
ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela”. El punto: el ven
conmigo a buscarla.

Hay alguna aproximación que hubiera exigido mayor estudio y tal vez
mejor exposición. Esta por ejemplo: “En cambio, Bartolomé de Las
Casas afirmaba la humanidad de los indígenas y creía posible
predicarles el evangelio. Por ello censuraba con vehemencia la
esclavitud de los indígenas. No obstante, Bartolomé de Las Casas
opinaba, de forma insólita que los africanos si podían ser esclavizados,
y pensaba que la importación de esclavos africanos sería la mejor
manera de proteger a los indígenas frente a los esclavistas”. Para
disolver su sorpresa valdría la pena que el autor leyera La gran
perturbación de Francisco Fernández Buey.

No les canso más aunque admito que no todo tiene siempre el mismo
tono y melodía. Por ejemplo, GA admite en la obertura del primer
capítulo que Foucault, en ocasiones, era capaz de afirmar y
argumentar alguna cosa razonable. O incluso, milagro de milagros, es
capaz de escribir un brevísimo elogio del marxismo: “Así comenzó la
esclavitud racial y aquí cabe perfectamente una explicación marxista:
las condiciones económicas de la esclavitud condicionaron l auge de la
ideología racista, no a la inversa. Europa [por clases dominantes
europeas] tenía aspiraciones de crecimiento económico y para ello
requería el empleo de la fuerza laboral esclava. El racismo surgió
como legitimación ideológica de ese ímpetu económico” (p. 41). No es
propiamente asunto de “ímpetu económico” (capitalismo es palabra
prohibida para GA), pero no es este ahora el punto.

El tema es importante. Exige documentadas y no sectarias


aproximaciones científicas, filosóficas y éticas. Si quieren una buena
aproximación científica y filosófica al tema de las razas humanas y a
las derivadas poliéticas asociadas del racismo y sus hermanados y
antihumanistas ismos y leen este nuevo libro de Gabriel Andrade,
háganlo con la máxima mirada crítica.

Por cierto: ¿cuándo los jóvenes filósofos analíticos tomaran nota de la


existencia en su propia tradición de grandes pensadores como
Bertrand Russell, Otto Neurath o Michael Dummett por ejemplo?
¿Hubieran escrito ellos cosas como las siguientes (que no son las
únicas)?

1.“Pero no sólo la productividad general de la sociedad [¿conoce bien


el concepto?] se va afectada por estas políticas de inclusión. En
principios lo mismos negros se ven afectados por ellas. Si el
estudiante negro viene de una educación escolar defectuosa, al llegar
a la universidad desperdiciará su tiempo pues la exigencia será
demasiado alta. El porcentaje de deserción universitaria entre negros
podría ser alo. Quizá sea preferible que el negro con pobre expediente
académico acuda a un instituto o se dedique a un oficio que o exija
tanto y le permita desarrollar sus talentos. Un muchacho que es un
futbolista mediocre desperdicia su tiempo si lo admiten como jugador
en el Real Madrid; tendrá muchas más oportunidades de desarrollar
sus talentos futbolísticos si se dedica a jugar en la liga de su barrio”
(p. 264).

2.”La lucha contra el racismo lleva también otro peligro frente al cual
debemos estar atentos: la industria del victimismo” (p. 265). ¡La
industria del victimismo. “En Europa esto aún no es muy frecuente
pero en países con un lamentable pasado de opresión raical empieza a
ser preocupante”. ¿Pasado, lamentable pasado? “En EEUU, por
ejemplo, cada vez hay más indicios de que ciertos líderes negros
alientan a sus seguidores a denunciar racismo donde no lo hay con el
objetivo de sacar algún provecho”. ¿Ciertos líderes negros? ¿Qué
lideres?

3. “Lo que si podemos hacer es tratar de corregir las desigualdades


que proceden claramente de injusticias humanas ocurridas hace un
tiempo relativamente corto. Por ejemplo, la población negra
norteamericana está empobrecida pues la esclavitud y las leyes de
segregación racial así lo han propiciado. No obstante, cabe sospechar
que, aun en el caso de los negros norteamericanos, estas condiciones
de opresión están quedando atrás (sic) y al final los programas de
discriminación positiva terminan favoreciendo muchas veces a
ciudadanos negros que ya tienen cómodas posiciones
socioeconómicas. En situaciones como estas, el criterio de justicia
también puede erosionarse” (p. 263). ¡El criterio de justicia, este es el
gran peligro del criterio de justicia en su concreción norteamericana!

Lo dejo, mejor dejarlo. Cuando tenga tiempo, antes de su próximo


libro, sería bueno que GA leyera las reflexiones político-morales de un
gran científico y filósofo: Albert Einstein. Igual toma alguna nota.

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