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E stas palabras forman parte de la plegaria que eleva el rey David a Dios, pidiendo la
destrucción de sus enemigos traicioneros. Dice que con furor lo persiguen y que llega
a sentir tanto miedo que quisiera volar lejos, como una paloma. Sólo ve maldad,
corrupción y violencia en la ciudad. Su propia sangre le persigue y quiere matarlo. Mas él
confía plenamente en Dios pues sabe que si echa sobre el Señor su carga, Él le sostendrá.
Confía en Dios que “No dejará para siempre caído al justo” (Salmos 55:22)
Como David, todo ser humano se verá en la vida enfrentado a situaciones de conflicto y
dolor. Y también, como él, podemos confiar en Dios y echar sobre Él nuestras cargas. La
fórmula es muy sencilla, tener un breve encuentro personal con Jesús cada día en tres
momentos: por la mañana, al mediodía y por la tarde. La promesa de la Palabra de Dios es
que Dios oirá nuestra oración.