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Pilar González Bernaldo de Quirós (dir.), Independencias iberoamericanas.

Nuevos problemas y aproximaciones

Nuevos problemas y aproximaciones, dirigido por Pilar González Bernaldo de Quirós,


En su conjunto, y en opinión de la directora, las aportaciones aquí publicadas buscan
contribuir a la renovada historiografía que se relaciona con lo que se ha dado en llamar
“nueva historia política” y que también se ha vinculado con tendencias como la historia
intelectual, la historia jurídico institucional y la historia conceptual de lo político.

A propósito, parece oportuno preguntarse: ¿cómo podemos medir las renovaciones


historiográficas y en qué consisten?, ¿qué ritmos o fenómenos las propician?, ¿en
efecto, la historiografía de las independencias se ha renovado tanto?, de ser el caso,
¿en qué ha consistido dicha renovación? Podría partirse del supuesto de que la
historiografía o las muchas y muy diversas historiografías son, como el lenguaje,
reacias a las revoluciones radicales y rupturistas y, en esa medida, tienden a
mantenerse más condicionadas de lo que quisieran por una serie de inercias
tradicionales tanto en sus métodos cuanto en sus presupuestos e incluso en sus
resultados. Ello equivaldría a decir que la historiografía está en perpetuo cambio y que
ese cambio, por momentos, se acelera. El volumen en cuestión representa una buena
oportunidad para evaluar los supuestos de esa renovación toda vez que constituye
una fotografía del momento actual (en sentido amplio) de la historiografía sobre las
independencias iberoamericanas. En sus páginas, en sus problemas, en sus
planteamientos (y en la manera en que se elaboran), y más aún, en sus pies de página
puede observarse la forma en que los historiadores especializados han abordado en
este ya bien avanzado siglo xxi el fascinante y multifacético proceso de las
independencias. De ningún modo resulta casual que la obra esté dedicada a la
memoria de dos de los principales causantes de la asumida renovación de las
historiografías de las independencias: François-Xavier Guerra y Tulio Halperin Donghi.
En buena parte de las conjeturas de las que brota el actual estado de la cuestión en
relación con el proceso independentista subyacen planteamientos de Guerra y de
Halperin; algunas de esas conjeturas son declaradas explícitamente por González
Bernaldo de Quirós: que la nación, e incluso las aspiraciones independentistas, son
producto del proceso revolucionario, no su origen; que hay múltiples revoluciones
dentro de la revolución; que fue determinante la movilización política de sectores
populares; que hay fenómenos que pueden ser mejor explicados desde el punto de
vista de la cultura jurídica y política; y en última instancia que la revolución no significó
una tajante ruptura con el viejo orden, pero tampoco provocó el total advenimiento de
la modernidad (y podríamos agregar que esta última fórmula no fue ni es una
teleología ni un modelo).

Jeremy Adelman, uno de los historiadores estadounidenses más prolíficos de los


últimos años en la historiografía atlántica (y uno de los que, dentro de esa tendencia,
se han preocupado por insertar la dimensión hispánica), ofrece un sustancioso ensayo
sobre las revoluciones imperiales. Adelman llama la atención sobre los
condicionamientos que las narrativas nacionales han ejercido tradicionalmente sobre
la dimensión imperial de las revoluciones, soslayándola. En ese sentido, su apuesta
busca profundizar y actualizar los clásicos planteamientos atlanticistas de Robert
Palmer, conjugándolos con el problema histórico de la soberanía. No obstante, parece
tardío (por atendido, no por poco pertinente) el reclamo a la historiografía por no
vincular el quiebre de los sistemas legales de los imperios atlánticos con el nacimiento
de las conciencias nacionales o, en otras palabras, el llamado a no interpretar el
desgajamiento de los imperios en clave nacionalista. En efecto, sostener que “las
naciones aún son concebidas como secuelas naturales del imperio” (p. 71) no resulta
del todo verificable en la historiografía hispanoamericana de nuestros días (como lo
deja ver justamente el volumen que nos ocupa) y quizá esa errónea impresión se deba
al empeño por seguir acudiendo a la historiografía anglosajona ya añosa de autores
como Benedict Anderson, John Lynch y David Brading, y no a la historiografía que,
producida en español, ha superado estas visiones historiando la creatividad
institucional del Atlántico hispánico al restituir su contingencia y su volatilidad.
Particularmente llamativa en el capítulo es la ausencia de diálogo con enfoques como
el de José María Portillo Valdés. También se echa de menos una lectura más
provechosa de las aportaciones de José Carlos Chiaramonte (entre otros) que, aunque
citadas, no terminan por impactar en la interpretación que Adelman ofrece sobre el
pactismo y la relación entre imperio, territorio y soberanía. Por otra parte, es atendible
la invitación a observar a las naciones como consecuencia de las tensiones ocurridas
dentro de los imperios en pleno proceso de replanteamiento institucional y de
soberanía pues en efecto, “lo que otorgó a la época su aire revolucionario fue
precisamente que la soberanía tuviera tantos futuros posibles” (p. 86). Adelman insiste
en observar las crisis imperiales como oportunidades de reorganización que no
necesariamente debían devenir en rupturas y desmembraciones. Hay, para terminar
con el artículo de Adelman, una serie de aspectos cuando menos discutibles: que “los
llamados a la independencia fueron escasos” en la América española de 1810; que “la
idea de la independencia era de todo menos contagiosa” (p. 78); que los imperios
tenían una mejor posición en 1812 que en 1807; que la revolución de 1820 de Riego
fue un fenómeno únicamente militar; que “la mitad de los soldados de a pie de los
ejércitos libertadores eran esclavos manumitidos” (p. 83); y, por último, que “lo que la
crisis de la soberanía de y dentro de los imperios desató fueron revoluciones de
carácter social, no cuestionamientos revolucionarios acerca %#91;de] los fundamentos
de las estructuras estatales” (p. 85), puesto que podría argumentarse en sentido
contrario, es decir, que la crisis política (de independencia, constitucional) desató
serios cuestionamientos a los fundamentos esenciales de las estructuras estatales
(como la soberanía del rey) que en muy pocos casos atizaron o devinieron en
revoluciones de contenido social.

Se trata de la misma nueva corriente historiográfica que comenzó a considerar el peso


de las causas externas para la comprensión del derrumbe de los imperios ibéricos y el
surgimiento de las noveles repúblicas, y que cuestionó dramáticamente las
interpretaciones que sostenían la existencia de un protonacionalismo o patriotismo
criollo

Adelman, a lo largo de los nueve capítulos que contiene su obra, expone una gran
cantidad de tópicos: el rol desempeñado por los comerciantes americanos, su
creciente autonomía financiera respecto de la metrópolis (finamente narrada en el
capítulo sobre la trata de esclavos) y el afán por una mayor liberalización del comercio
(afán que no debe ser pensado en términos de un protonacionalismo emergente, sino
por el contrario, como la búsqueda de una mayor integración en la estructura imperial).
Adelman parte de la idea de que la investigación del período, antes que los intentos
reformistas impulsados por la dinastía de los Borbones o el Marqués de Pombal, debe
centrarse en los replanteos que la guerra europea (en especial, durante el período
1790–1805), suscitaron en la relación centro–periferia; es por eso que Adelman se
refiere in extenso al impacto que aquellos replanteos tuvieron sobre los derechos e
intereses de los criollos; sobre la opinión pública sudamericana, sobre el surgimiento
de un nuevo lenguaje político y sobre los variados intentos de configurar, ante el
derrumbe de los imperios, una nueva soberanía acorde con el nuevo orden naciente y
no necesariamente rupturista. Sovereignty and Revolution … enfatiza la necesidad de
comprender la historia de España y Portugal – a partir del siglo XVI – desde América,
antes que desde Europa, así como también que es preciso analizar los efectos de las
políticas comerciales aplicadas por Francia y Gran Bretaña para la compresión del
colapso de los imperios ibéricos. Adelman – al igual que las nuevas interpretaciones
historiográficas – subraya que las revoluciones producidas en América Latina fueron
más la consecuencia que la causa del desmembramiento de los imperios y que ante la
ausencia de una conciencia nacional preexistente, diferente a la española o
portuguesa, este desmembramiento sería una de las causas de la disgregación y
fragmentación política que afectó a las noveles repúblicas latinoamericanas que
trataban de definir su soberanía y de dotarse de un orden económico estable. Las
críticas hacia la obra de Adelman se han dirigido hacia aquellos tópicos que el autor no
analizó con profundidad en su trabajo: así, éstas señalan que Adelman, centrado en
Sudamérica, omite lo ocurrido en México, Centroamérica y el Caribe; que no abordó el
desafío de describir las posibilidades de una comunidad política soberana en
sociedades con una alta composición indígena y africana o que no se preocupó por
indagar acerca del significado cambiante de los conceptos de soberanía y revolución
(ejercicio éste actualmente de moda en algunos emprendimientos intelectuales como
el de Iberconceptos). Por nuestra parte, creemos que el problema del trabajo de
Adelman no es lo que deja afuera de su análisis, sino, por el contrario, la propia
magnitud de su objeto de estudio, que lo llevó a intentar comprender una multiplicidad
de actores sociales (mercaderes, gremios, políticos, 268 Núñez, De Imperios
Atlánticos, revoluciones y senderos que se bifurcan Rg16/2010 etc.) y diversas
problemáticas (relación centroperiferia; reformas ilustradas; la cuestión de la guerra
europea; el horizonte de las nuevas repúblicas y un largo etcétera) procurando
también informarnos acerca del contexto atlántico en los siglos XVIII y XIX. Como
señaló Erika Pani, Adelman intenta analizar tanto »… las ideas que se proclaman
como los intereses que encarnan; y el contexto material en que se desarrollan,
contexto de guerra, exacciones y competencia que resultó cada vez más
constriñente«.

Adelman demuestra poseer rasgos de ambas virtudes al abordar en este trabajo los
caminos recorridos por la noción de soberanía en los procesos de revolución e
independencia del Atlántico ibérico. No cabe duda de lo acertado de la metáfora del
dédalo utilizada por el autor para introducir los difíciles conceptos que dan título a la
obra. el sugerente enfoque de Adelman recoge lo que ocurrió sin desdeñar lo que
pudo ser, y en su intento de devolver a la historia el grado de incertidumbre que ésta
posee antes de convertirse en un relato cerrado, parte del momento en que los
sentidos de «imperio» y «soberanía» eran reflexivos, cuando no sinónimos. Esta
reafirmación de la dimensión imperial de la problemática implica que la desafección de
la población criolla con respecto a la metrópoli no sólo no era inevitable —como en
efecto una visión más clásica de la historiografía nacionalista ha defendido—, sino que
además no era tan siquiera previsible. De aquí se desprende la primera tesis del
trabajo: las revoluciones sociales iberoamericanas de los primeros decenios del siglo
XIX fueron consecuencia —y no causa— de la crisis de las estructuras imperiales
española y portuguesa. Una vez establecido el orden de los hechos, Adelman se ve
confrontado con la necesidad de explicar los motivos de la crisis imperial, y en su
rastreo del modo en que el Antiguo Régimen se resquebrajó, acertadamente señala la
poca atención prestada en la historiografía a este aspecto concreto. Su pertinente
repaso a la situación de España y Portugal antes del comienzo de las convulsiones
destaca la admirable adaptabilidad de las estructuras imperiales ibéricas, a la par que
subraya la complejidad identitaria de ambas monarquías. ¿Por qué, pues, la crisis?
Para Adelman, fue el contexto global y cambiante del Atlántico el que dio al traste con
la renegociación, iniciada durante el siglo XVIII dentro de la soberanía imperial, de los
pactos entre centro y periferia. En otras palabras, las metrópolis ibéricas, al ser
incapaces de defender sus posesiones en el momento en que las guerras
napoleónicas manifestaban la dependencia financiera de la Península respecto del
continente americano, precipitaron en las colonias la necesidad de encontrar
alternativas a la soberanía imperial. La cuestión comercial se convierte de este modo
en el aspecto más relevante de su análisis, y encuentra su mayor expresión en los
capítulos que dedica a la trata de esclavos, el debate sobre su relación con el auge del
capitalismo y la riqueza de las naciones. El autor afirma que el mercado de la
esclavitud permitió a las colonias adquirir los mecanismos para reproducir su propia
riqueza en el Atlántico sur («the South Atlantic System», p. 73), en lo que constituye
otra muestra más de la necesidad de contextualizar el comercio, la economía y las
políticas imperiales en el marco de un Atlántico «invadido» por la filosofía política de la
Ilustración. A partir de este punto Adelman expone con envidiable ritmo cómo las
expresiones de lealtad a la soberanía imperial fueron dando paso a distintas voces de
protesta hasta que la revolución y la resistencia a la misma obligaron a la puesta en
práctica de nuevas formas de soberanía ajenas al corsé imperial. Lealtad, voz y salida
(«loyalty, voice, exit») son los términos utilizados por el autor para describir el proceso
de disolución del imperio español, en una sección del libro en que si bien el peso del
relato se ve reforzado por las continuas referencias a las numerosas fuentes primarias
trabajadas, en ocasiones un exceso de anécdotas puntuales hace difícil seguir el hilo
conductor de la narrativa. Además, el hecho de que dedique un capítulo en exclusiva
al caso brasileño («Brazilian counterpoints») fragmenta la visión de conjunto de la obra
y parece situar al autor entre los historiadores que destacan la clásica excepcionalidad
del espacio lusoamericano. La salida de la estructura imperial no implicaba el fin de un
ineluctable proceso de formación nacional, sino todo lo contrario: los territorios
americanos volverían a verse ante la diatriba de tener que redefinir sus lealtades, ,
Adelman cuestiona la presunta centralidad de las colonias en la gestación de su propia
independencia.

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