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I. DATOS GENERALES:
- Denominación: “brevete para las emociones”
- Institución educativa: I.E. Cesar Abraham Vallejo Mendoza– 81003
- Dirigido a: Alumnos del 4” P” nivel primario
- Tiempo de duración: 45 minutos
- Fecha de ejecución:
- Lugar: Aula de clases
- Responsable: Practicante de Psicología Alexandra Thorres
- Asesora:
II. FUNDAMENTACIÓN
El autocontrol podría definirse como la capacidad para poder dirigir la propia conducta en el
sentido deseado, y desde este punto de vista se relaciona con prácticamente cualquier
cualidad humana. (Senge 2001)
Se necesitan varias adquisiciones en el desarrollo de los procesos psíquicos para que el niño
logre controlar su conducta de forma voluntaria, como es, por ejemplo, la comprensión del
lenguaje adulto, lo cual le ha de facilitar la regulación de su comportamiento. ( Barragán
1998)
La escuela no es ajena a lo que sucede en la sociedad y son muchos los alumnos que con
frecuencia manifiestan conductas agresivas como pegar, insultar, reprochar, amenazar,
humillar. Los niños se encuentran inmersos en un proceso de socialización y aprenden
comportamientos agresivos que observan en sus padres, hermanos, compañeros, o incluso en
personajes de la tele o los videojuegos. En este proceso de socialización también se aprenden
las normas culturales y las creencias, a veces irracionales, del grupo social. Por otra parte, el
comportamiento agresivo es elogiado por el grupo, o simplemente da poder. (Griffin 2019)
III. OBJETIVO
Del mismo modo debe de estar preparado para mantener el orden en el salón.
VI. METODOLOGIA:
Técnicas
Exposición
Lectura
VII. DESCRIPCIÓN DE LA SESIÓN:
- Papel
- Cinta
- Plumón
- Cuento
Barragán, Lydia. Manual de autocontrol del estrés. Barcelona: Grupo editorial, 1998.
Todos tenemos derecho a hacer, pensar y sentir lo que queremos, siempre y cuando no
perjudiquemos a nadie. Pero no olvidemos que según lo que pensemos, según cómo
interpretemos lo que nos rodea, así sentiremos y expresaremos nuestras emociones. Las
personas funcionamos desde tres dimensiones que, invariablemente, se interrelacionan entre
sí, es decir, que cada dimensión afecta a las demás en forma continua: pensamiento,
sentimiento y acción / conducta. (Senge 2001)
Muchos de nosotros alguna vez hemos podido experimentar diversos arrebatos que nos
llevaron a lamentar nuestra actuación: reacciones exageradas, decisiones precipitadas que
nos costaron mucho, descontrol emocional. En fin, ocasiones en que hemos sido en carne
propia víctimas de nuestra propia intemperancia. Situaciones como éstas nos pueden revelar
en qué grado ejercemos control sobre nuestros impulsos. ( Barragán 1998)
Pensamientos distorsionados que impiden el autocontrol emocional: Muchas veces, las ideas
sobre las que asentamos nuestra manera de ser y hacer adoptan la forma de afirmaciones
absolutas y dogmáticas. Existe una gran variedad de “errores de pensamiento” típicos en los
que la gente incurre, como por ejemplo, ignorar lo positivo, exagerar lo negativo, y
generalizar. (Kahneman 2000)
Empezaremos por esos pensamientos que, cuando están distorsionados, modifican la forma
de percibir la realidad e inciden en la ausencia de control emocional. Los sentimientos no son
simples emociones que nos suceden, sino que son reacciones que elegimos tener. Si somos
dueños de nuestras emociones, si las controlamos, no tendremos que escoger reacciones de
auto derrota, sino proactivas que mejoren nuestro estado emocional y también el del resto de
personas que nos rodean. (Senge 2001)
Pasemos a analizar algunos de los pensamientos distorsionados a los que nos hemos referido:
( Barragán 1998)
Falta de autovaloración: Es común que, como mucha gente en esta sociedad, se haya crecido
con la idea de que está mal amarse a sí mismo, porque eso es egoísmo; sin embargo, el amor
a los demás está relacionado con el amor que nos tenemos a nosotros mismos. El amor es
una palabra que tiene tantas definiciones como personas hablaron de él. Cuando somos
capaces de reconocer lo que valemos y lo buenos que nos consideramos no tenemos la
necesidad de que los demás apoyen y refuercen nuestro valor ajustando su conducta a sus
instrucciones. Al disponer de valoraciones positivas de nosotros mismos, somos capaces de
tenerlas de los demás. En ese momento no tendremos problemas para querer o dar, ni lo
haremos esperando retribuciones o recompensas externas. Hay que destruir los pensamientos
irracionales de que se tiene un solo concepto de sí mismo y que éste es positivo o negativo
siempre. Puede ser que no nos guste cómo nos hemos portado en algún momento, pero eso
nada tiene que ver con nuestra autovaloración global. Precisamente nuestra libertad de
actuación nos ayuda a ser de manera diferente según el contexto en el que nos
desenvolvamos; de ahí que sea necesario huir de la concepción de “puesto que soy así”,
cambia si no te gusta, orienta tus actuaciones en otra dirección..., en definitiva, no te dejes
llevar por lo que se supone que somos y ya no podemos cambiar. ( Barragán 1998)
Falta de aceptación de nuestra imagen. No es que se tenga una buena o mala imagen
(entendida como concepto general de nosotros mismos: física, psicológica, laboral...). El que
no nos guste significa que no tenemos una aceptación completa de nosotros mismos. Si las
características que nos desagradan pueden ser modificadas deberemos iniciar el camino para
modificarlas. No tenemos por qué aceptar nuestra imagen en función de criterios sociales;
deberíamos plantearnos que no fueran los demás los que dicten nuestra forma de actuar e,
incluso, de ser. Y, sobre todo, volviendo sobre la idea anterior, no olvidemos que nuestra
imagen en cada contexto (nuestra autovaloración) será diferente, ya que evaluaremos en
función de criterios también diferentes. ( Barragán 1998)
Anexos
Había una vez un joven príncipe que tenía un secreto que ni él mismo conocía: siendo un
bebé, había sido embrujado por un antiguo enemigo del reino. Era un hechizo muy extraño,
pues su único efecto era que conseguía enfadar al príncipe cada vez que oía una palabra
secreta.
Pero aquella palabra era tan normal, y estaba tan bien elegida, que siempre había alguien que
la decía. Así que el príncipe creció con fama de enfadarse muy fácilmente, sin que nadie
llegara nunca a sospechar nada.
Lo malo es que, como le pasa a todo el mundo, cuando se enfadaba terminaba metiendo la
pata. Gritaba o hacía lo primero que se le venía a la cabeza, que casi siempre era la peor de
las ideas. Y eso, en alguien que mandaba tanto, era un problema muy gordo. Sus errores
causaban tantos problemas que el clamor de los habitantes del reino se elevó con tal fuerza
que… ¡salió de su propio cuento! y un montón de diminutos personajes acabaron discutiendo
con el escritor de aquella historia.
- ¿A quién se le ocurre ponernos un príncipe así? ¡Con lo bien que vivíamos antes!
- ¡Esto es injusto!
- Este escritor no tiene corazón ¡Se va a enterar de lo que es bueno!
- Ahora sabrá lo que es vivir con alguien así… ¡vivirá en nuestro reino hasta que lo arregle!
Y, entre gritos y protestas, los personajes secuestraron al escritor para llevarlo al cuento. Allí
descubrió el sorprendido escritor lo duro que era aguantar los gritos del príncipe y sus
decisiones precipitadas. Porque cuanto más se equivocaba, más se enfadaba, y más volvía a
equivocarse. Intentó de todo para calmarlo, pero el hechizo funcionaba perfectamente, y solo
consiguió llevarse gritos y castigos.
- Menuda tontería hice inventando aquel hechizo solo porque yo estaba enfadado ese día. Si
hubiera escrito las palabras secretas o la forma de anularlo, ahora podría arreglarlo todo- se
dijo el escritor-. Pero ya no controlo el cuento, y mucho menos el humor del príncipe…
Y vaya si no lo hacía. Ese mismo día estaba junto al príncipe cuando le atacó su mal humor.
Al buscar alguien con quien desatar su furia se fijó en el escritor y este, muerto de miedo,
solo pudo recordar las palabras de un viejo hechizo de congelación de uno de sus cuentos. Al
instante el príncipe quedó encerrado en un enorme bloque de hielo y rápidamente el escritor
fue apresado por los guardias. Estos lo dejaron allí mismo, delante del príncipe, para que
recibiera su castigo cuando el bloque se derritiera.
Pero para entonces el enfado del príncipe ya había pasado, y aquella fue la primera vez en
años en que uno de sus enfados no había provocado ningún problema. El príncipe era el
primero al que molestaban las tonterías que él mismo hacía cuando estaba enfadado, y se
sintió feliz de haber descubierto una forma de evitarlas. Los siguientes días mantuvo al
escritor a su lado para que pudiera congelarlo cuando le llegaran sus enfados, y en unas
semanas él solo aprendió a controlarse para no hacer ni decir nada mientras estuviera
enfadado. De esta forma consiguió acertar en sus decisiones y el reino volvió a ser un lugar
próspero y feliz.
¿Y el escritor? Pues aunque estaba feliz siendo famoso en el nuevo reino que ahora dirigía
tan bien el príncipe, se dio cuenta de que tenía que arreglar muchas de las historias que había
escrito mientras estaba enfadado. Y así volvió a su antiguo escritorio, con la firme intención
de escribir y hacer las demás cosas importantes solo cuando estuviera de buen humor.
Cuento : https://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/un-enfado-incontrolable