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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía – Maestría en Filosofía


Seminario: Política y afectos
Juliana Moreno Montoya
16 de noviembre de 2018

YO PODRÍA ESCRIBIR UN LIBRO

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en


segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente
formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir
la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la
mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus
sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.

Julio Cortázar, Las babas del diablo

Es posible hablar en la actualidad de una política de lo ordinario. La vida cotidiana, la experiencia


del desenvolvimiento del día a día y el ideal que se ha instaurado en las sociedades en la que
interactuamos, marcados por los nuevos modelos de producción en los que predomina la labor
inmaterial: la producción y circulación de servicios, información y afectos (Hardt & Negri, 2002), es
el objeto de la política contemporánea. En este marco general se inscribe el estudio de Kathleen
Stewart sobre los afectos ordinarios que consiste, principalmente, en una apuesta narrativa de los
acontecimientos de la vida americana cotidiana, de las situaciones diarias de un ciudadano americano
promedio. Sin embargo, esa apuesta narrativa, como lo anunció desde las primeras páginas, no está
orientada a criticar, o siquiera analizar, eso que nos sucede a todos, sino simplemente poner en
escena lo ordinario, su textura afectiva y aumentar la intensidad afectiva de cada escena para
provocar, a partir de allí, afectos que vuelven sobre sí mismos o sobre algo más.

Así, lo ordinario se erige como un campo de potencialidades e intensidades que marcan, o por lo
menos evidencian, los saltos y movimientos de los sujetos y de las cosas; potencialidades que se
pliegan y repliegan en las dinámicas sociales y personales.

El presente escrito tiene por objeto estudiar los afectos que se producen en el ámbito de la vida
cotidiana, su relación con la política y el impacto que producen en los procesos de individuación de
los sujetos. Para estos efectos, el texto se divide en tres acápites: (i) uno dedicado a la noción de
saltos de afecto y su relación con la individuación; (ii) en segundo lugar se hará referencia a la
potencias de los principales afectos ordinarios expuestos por la autora; y (iii) finalmente se abordará

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de manera general la cuestión del poder y su impacto en los cuerpos que son el vehículo de la
experiencia sensible de los afectos.

I. Los saltos de afecto y la individuación

Antes de entrar al estudio de las propuestas de Stewart, conviene referirnos brevemente al análisis
que la profesora Lauren Berlant plantea, a partir de las películas Rosetta (1999) y Promesse (1996),
sobre las inestabilidades productivas de la economía capitalista contemporánea dan lugar al
surgimiento de nuevas prácticas afectivas (Berlant, 2007). Sin entrar en los detalles de estas películas,
para el propósito del presente escrito basta señala que el ejemplo que propone es el de los niños que,
en esa economía afectiva, buscan un sentido de auténtica pertenencia social a partir de la ruptura
con la forma en que sus padres se procuran una buena vida. Para los niños —protagonistas de las
películas mencionadas—, la felicidad está dada por la alineación de la vida con los afectos que
quieren seguir experimentando, lo que trae consigo una cierta agresión implícita en la medida en que
es necesario incurrir en duras negociaciones con la presión de obtener la mayor proximidad posible
al placer. Su estudio se centra, a partir de allí, en la producción como deseo de una voluntad colectiva
de imaginarse a sí misma como un agente solitario que puede y debe vivir la buena vida prometida
por la cultura capitalista, que instaura un imaginario de apego colectivo a vidas convencionales que,
en últimas, son en realidad estresantes.

Estas ideas están en la base de los sistemas políticos modernos y dan paso al concepto de “afectos
posfordistas”: formas de vida normativizadas por el sistema capitalista. Y estos afectos posfordistas
forman campos, espacios, círculos, en los que cada sujeto se va constituyendo a sí mismo. A su vez,
los denominados aspectos posfordistas, en los términos anteriores, son afectos ordinarios en la
medida en que se refieran a las interacciones cotidianas de la vida diaria, a lo que de ordinario
acontece en el desenvolvimiento de la experiencia.

Sobre este punto particular, Stewart señala que “ll cierre del ‘sí mismo’ o de la ‘comunidad’ o de
alguna clase de ‘significado’ es algo de ensueño que sucede en un momento de esperanza o de
retrospección. Pero no es solo ideología o fantasía irrelevante, sino un pliegue actual o textura en la
composición de las cosas. Hay muchas composiciones de los sujetos y de los significados” (Stewart,
2007, p. 77). Todas esas composiciones, esas múltiples e infinitas alternativas de creación,
destrucción y re-creación, son vida y están vivas. Es esa vitalidad la que se sacude ante el encuentro,
el contacto o el impacto de otras fuerzas, la que moviliza al sujeto hacia algo más.

En este mismo sentido, “como un cable de alta tensión, el sujeto canaliza lo que sucede a su
alrededor en el proceso de su propia composición. Formado por la coagulación de intensidades,
superficies, sensaciones, percepciones y expresiones, es algo compuesto de encuentros y de espacios

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y de eventos que atraviesa o había” (Stewart, 2007, p. 79). Ante la ocurrencia de eventos el sujeto se
moviliza, reacciona, se traslada hacia lugares a los que no necesariamente pretendía dirigirse. Se
produce así un “salto de afecto”, un movimiento repentino, que marca un cambio en el campo de
individuación, que altera el proceso y lo redirecciona hacia nuevos sentidos.

II. La potencia destructiva de los afectos: ira, estrés y depresión

Así como nos impulsan a actuar y aumentan la potencia creadora, los afectos también pueden
disminuir esa capacidad. Entre las múltiples historias que Stewart narra, es posible identificar una
línea común en algunas: son escenas de lo cotidiano que ponen en evidencia la intensidad y potencia
de los afectos, de la capacidad de ser afectados por otros y de afectar a los demás.

En primer lugar, los pasajes de “rabia de carretera”, “el poder es cosa de los sentidos”, “encuentros
cercanos” y “violencia redentora”, a manera de lo que ocurre con la película Relatos Salvajes del
director argentino Damián Szifron, muestran situaciones a las que cualquier persona puede verse
expuesta y el recurso narrativo logra generar en el lector un afecto semejante al expuesto: ¿quién no
ha sentido una profunda rabia cuando maneja en medio del tráfico? ¿quién no ha querido, en algún
punto, chocar a otro carro por torpe e imprudente? ¿quién, después de un mal día, no ha querido
simplemente apagar el motor y bajarse a pegarle un puño a otro conductor que no hace más que
pitar como un loco sin razón? Son todas situaciones ordinarias que, de una u otro forma, todos
compartimos como un espacio común que es nuestro, y que movilizan los afectos.

El ejemplo de Relatos Salvajes también ilustra cómo las formas de vida que llevamos, y que sirven de
base y sustento a la política actual, potencian la intensidad de los afectos hasta el punto de considerar
romper con todo límite, de llevarnos a nosotros mismos al extremo, pero al extremo de una potencia
destructiva. Y es por el hecho de que todos somos susceptibles de ser afectados a la manera de los
personajes que compartimos sus reacciones y somos incapaces de juzgar o reprochar su conducta.
Así, por ejemplo, la película abre con el microrrelato de Pasternak, un piloto que reunió en un mismo
vuelo a todas las personas de su vida que de una u otra forma le hicieron daño: la exnovia que lo
engañó con su mejor amigo, ese mejor amigo, su profesor universitario de música que dijo que sus
composiciones eran una monstruosidad. En venganza, estrella el avión contra la casa de sus padres
que en ese momento están en el jardín leyendo.

Piénsese también en el personaje del ingeniero experto en explosivos, que tiene poco tiempo para
su familia y cuyo carro es remolcado por una grúa por estar mal estacionado. Al considerar que se
trata de una injusticia, acude a la oficina de tránsito para pedir la anulación de la multa el mismo día
del cumpleaños de hija. Tarda un tiempo infinito a la espera de ser atendido y, ante la intransigencia
de la funcionaria que lo atiende y las trabas burocráticas, desiste del intento, llega tarde al cumpleaños

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de su hija y su esposa le pide el divorcio. Vuelve al día siguiente a la oficina de tránsito y de nuevo
su solicitud es denegada. Lleno de ira, toma un extintor y revienta el vidrio de la ventanilla del
empleado que lo está atendiendo, lo que genera que el caso se vuelva famoso, pierda su trabajo y
pierda la custodia de su hija. Exhausto de toda la situación, pone explosivos en su carro y lo deja
mal parqueado para que una grúa se lo lleve y explote en estacionamiento.

Aunque se trata de situaciones llevadas al extremo, todos nos sentimos identificados de alguna
forma, comprendemos la ira, la frustración, la impotencia, en suma, la carga de la vida cotidiana; y,
en el fondo, todos quisiéramos alguna vez haber hecho lo que estos personajes hicieron: potenciar
al máximo los afectos y destruir. Sin embargo, como se verá en el acápite dedicado a las conclusiones,
creo que la reflexión debe ir en otro sentido: cómo transformar esos afectos en potencia creadora,
revolucionaria, transformadora.

Otra de esas líneas corresponde a la del estrés, entendido como “un estado corporal transpersonal
que registra intensidades” (Stewart, 2007, p. 43). En el apartado que se titula precisamente “estrés”
se señala que este término es el más común hoy en día y tiene la doble potencialidad de motivar o
agotar. Es innegable que los ritmos acelerados de la vida contemporánea, especialmente en las
ciudades, la constante necesidad de estar haciendo algo para sentir que somos merecedores de una
“buena vida”, aumentan las tensiones internas y las preocupaciones por el futuro cercano. Todo ello
se manifiesta en el cuerpo mismo a manera de síntomas de otras enfermedades aparentes, como “la
sensibilidad encarnada de un sujeto excitable a la deriva en un mondo de transformaciones sociales
modernistas a gran escala” (Stewart, 2007, p. 44). El estrés, al igual que ocurre con la ira, es señal de
una diferencia que vuelve sobre el cuerpo, un salto de afecto que impacta en el vehículo de la
experiencia sensible.

Finalmente, aunque no se trata de un tema que Stewart aborde en su texto, la depresión y el suicidio
son también manifestaciones de esa potencia destructiva de los afectos en una sociedad agotada por
la producción y el consumo perpetuos, por las segmentariedades duras del capitalismo
contemporáneo.

En un artículo publicado el pasado 17 de enero por el Wall Street Journal se lee el siguiente titular:
“Con el aumento de los suicidios en los lugares de trabajo las compañías planifican para lo
impensable. Repentino y traumático, los incidentes pueden provocar ondas de ira y culpa en la
organización, potencialmente afectando la productividad” (Wall Street Journal, 2017). Según lo
informa la publicación, en 2016 se presentaron 291 suicidios en los lugares de trabajo, el mayor
número desde que el gobierno norteamericano comenzó a contabilizar el fenómeno hace 25 años.
Como consecuencia de estos eventos, los gerentes de las distintas empresas se “preparan” para

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enfrentar esta nueva situación mediante la adopción de medidas como, por ejemplo, la contratación
de consejeros que les enseñen a identificar señales de alarma.

Dentro de las entrevistas que se incluyen en el artículo se encuentra una particularmente interesante,
se destaca la del señor Larry Barton, experto que aconseja a múltiples compañías en asuntos de
violencia en el trabajo y crisis, quien señala: “no hay tal cosa como un remedio… Es parte de nuestra
vida laboral”. ¿Es eso todo lo que hay? ¿Ninguna alternativa? ¿Hemos normalizado el suicidio?

Parecería que la depresión, el estrés, la ira, la ansiedad, el cansancio, son las afecciones que
padecemos en la sociedad contemporánea, que si bien aumentan una potencia destructiva,
disminuyen o anulan la potencia para crear nuevas formas de vida y nuevas subjetividades.

III. La cuestión del poder, los cuerpos y sus afectos

En el capítulo Los cuerpos dóciles de Vigilar y castigar, plantea Foucault que “ha habido, en el curso de
la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder- Podrían
encontrarse fácilmente signos de esa gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se
manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas
fuerzas de multiplican” (Foucault, 2009, p- 158). Los mecanismos de disciplina y vigilancia de esa
época clásica se han transformado en el tránsito a una sociedad de control, “caracterizada por una
intensificación y generalización de los aparatos normalizadores del disciplinamiento, que animan
internamente nuestras prácticas comunes y cotidianas, pero, en contraste con la disciplina, este
control se extiende por fuera de los sitios estructurados de las instituciones sociales, por medio de
redes flexibles y fluctuantes” (Hardt & Negri, 2002). Como consecuencia de ello, los instrumentos
de poder ya no necesitan de estructuras determinadas, de espacios perfectamente definidos, para
dominar sobre los cuerpos, sino que voluntariamente el hombre se somete a los mecanismos de
control y los adopta como propios.

En esta línea, Stewart expone algunas de las formas en que el ejercicio del poder sobre los cuerpos
y los afectos experimentados a través de él, se manifiesta en la vida cotidiana y da cuenta de afectos
ordinarios. Es así como en el relato titulado “24/7”, la autora narra el caso del programa televisivo
America’s Most Wanted en el que se proyectan fotos de asaltantes de bancos para que los televidentes
puedan identificar los rostros. Con ocasión de este programa, el texto de Stewart explica que
“imitando los movimientos de las tecnologías de vigilancia, la ciudadanía ahora practica la
autodisciplina en el nivel de los impulsos corporales” (Stewart, 2007, p. 82). Y es que con el pretexto
de proteger a las personas, el discurso de la seguridad, que parte necesariamente de producir un
afecto de miedo subyacente, permite que las personas se entreguen al sistema y crean
verdaderamente que se trata de una decisión autónoma. Las prácticas que se agrupan entonces bajo

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los signos de la disciplina se expanden y proyectan hacia estados mucho más complejos de
agenciamiento de los afectos, de atracción y distracción, de placer y tristeza, de pertenencia y de
añoranza, etc.

A lo anterior se suma que “el poder es una cuestión de los sentidos. Vive como una capacidad, o un
anhelo, o un resentimiento latente” (Stewart, 2007, p. 84). Es decir, el poder tiene por objeto mismo,
no solo al cuerpo de los individuos, como lo sugería Foucault, sino la producción de sus afectos que
a la vez que determina los campos de intensidades en los que construyen sus individualidades. Sin
embargo, este es un asunto que tangencialmente es enunciado por Stewart pero del que no se da
suficiente cuenta o escenificación, aunque resultaría interesante profundizar sobre la manera en que
el poder opera sobre sobre los afectos y las repercusiones que ello pueda tener en la estructuración
de la política.

IV. Conclusiones: la vaguedad de lo ordinario

Hay una particular potencia en el “yo podría”: la eterna posibilidad del comienzo. La apuesta del
texto es recuperar esa potencia y la propuesta de reflexión que queda abierta es la relativa a la
construcción de la política como un espacio común, nuestro espacio común, de interacción de los
afectos que permita aumentar las potencias positivas creadoras por, finalmente, “lo ordinario es algo
que debe ser imaginado y habitado. Es también una conexión sensorial. Un salto” (Stewart, 2007, p.
127). Que lo ordinario sea el espacio para la creación.

Bibliografía

Foucault, M. (2009). Vigial y castigar. Nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI.

Hardt, M. & Negri, A. (2002). Imperio. Buenos Aires: Paidós.

Stewart, K. (2007). Ordinary Affects. Duke University Press.

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