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El volcán y las Tablas de la Ley

Charles Jencks

¿Por qué los políticos y los arquitectos escriben manifiestos? Cuando Karl Marx escribió El
Manifiesto Comunista no trataba de producir una pieza literaria ni interpretar el mundo, sino
cambiarlo. Nuestro siglo, como lo ha mostrado Ulrich Conrads en su libro Programas y Manifiestos
de la Arquitectura del siglo XX (1964) ha convertido al manifiesto arquitectónico en algo
predecible. No pudiendo, o no queriendo hacerse publicidad, un arquitecto puede hacerse muy
conocido a través de otro medio que no sean los edificios. Otros profesionales usan el manifiesto
por la misma razón y esto es lo sorprendente, ya que sin bien políticos, teólogos y artistas los
escriben –todo el tiempo- en realidad nunca se le ha prestado demasiada atención. Es una curiosa
forma de arte, como el haiku, con sus propias reglas de brevedad, ingenio y le mot juste. El primer
manifiesto arquitectónico, o reglas del decoro, fueron los Diez Mandamientos. Platón llamó a Dios
“el arquitecto de todas las cosas”, y los arquitectos juegan a ser Dios cuando toman decisiones
arbitrarias y adoptan una teoría en detrimento de otra. En la Biblia, el supremo creador tiene
varias personalidades diferentes, y las utiliza aún cuando son opuestas entre sí: creador abstracto,
Señor de la guerra, legislador y amigo personal. Como mostró Jack Miles en su psicohistoria, God,
A Biography (1995), el tipo guerrero, el Señor, inspira temor y respeto, como una fuerza cósmica,
un huracán o una inundación. Lo hace como un preludio, para inmediatamente después mostrarse
compasivo y decir al pueblo qué tipo de edificios construir. En un buen manifiesto se mezcla un
poco de terror, emociones desbordadas y carisma, con una buena dosis de sentido común.

En el Éxodo, cuando Moisés conduce a los Israelitas fuera de Egipto, Él está henchido de
declaraciones genocidas, destinadas a asustar a sus seguidores para que abracen el monoteísmo.
“Haré desaparecer totalmente el recuerdo de Amalek de la faz de la tierra”, predice; y también
anuncia una política de tierra arrasada contra los desafortunados Cananitas, quienes adoran otros
dioses. Como Nietzsche, y más tarde Le Corbusier citando a Nietzsche, iban a proclamar en sus
manifiestos: “quema aquello que amas, ama aquello que quemas”. El género pide sangre, aunque
puede suceder que Robert Venturi escriba “un suave manifiesto”.

La motivación de la destrucción –inspirar miedo a fin de generar unidad y ortodoxia- es bastante


transparente en los Diez Mandamientos, que aparecen como la primera declaración de una
arquitectura minimalista. Moisés, desafiando el terror cósmico de relámpagos y truenos, recoge
las tablas en el Monte Sinaí, en las que están escritas las reglas sobre la representación. “No te
harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra...”
¿Por qué este mandato en contra de los íconos y las imágenes? Porque “No tendrás dioses ajenos
delante de mí, no te inclinarás ante ellas ni las honrarás: porque yo soy el Señor, tu Dios, fuerte,
celoso...” Simplemente para demostrar el argumento, destruye la arquitectura y las ciudades de
aquellos que han caído en la idolatría, aún aquellas de los Israelitas.

Imponer la pureza y la ortodoxia, como veremos, es también una táctica de los Modernos, los
Tardo-Modernos y el Príncipe Carlos, con su Decálogo de Principios. Fueron expresados, como lo
hubiese hecho un líder religioso, a través de un manifiesto titulado A Vision of Britain. Los que
escriben manifiestos son profetas celosos que llaman al orden a la tropa por medio de la condena

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a otros maestros. Si en principio Dios se le apareció a Moisés en medio del fuego y los truenos
para extender sobre la faz de la tierra el mejor código sobre “lo que se debe hacer y lo que no”, su
presencia posterior en arquitectura es igualmente amenazante. Moisés proporcionó a las leyes un
escenario monumental y colocó las tablas en “el arca de la alianza”. Luego, “Cuando Moisés
terminó su obra, las nubes cubrieron la Tienda del Encuentro, y la presencia del Señor ocupó el
Tabernáculo ... Sobre el Tabernáculo, la nube del Señor permanecía durante el día, y el fuego
aparecía en él por la noche, a la vista de toda la casa de Israel a lo largo de su travesía”.

La imagen de Dios es impresionante. ¿Qué cosa es una nube durante el día y fuego durante la
noche? Un volcán, que es ese irresistible despliegue de violencia y fuerza y que torna al manifiesto
en algo memorable, que deja una impresión en la persona. Hay otro aspecto importante de este
género: el componente personal. “El Señor le habla a Moisés frente a frente, como se habla a un
amigo”, y existen muchos otros pasajes en los que se personaliza el mensaje, tanto con Moisés
como con el pueblo elegido. Los manifiestos más efectivos, como Hacia una Nueva Arquitectura
(1923) de Le Corbusier, se refieren continuamente al lector con el “tú” y reiteran el pronombre
“nosotros”, hasta que se construye un pacto implícito entre el autor y el converso. Un manifiesto
debe comunicar su mensaje personalmente.

El volcán (la explosión de la emoción), las tablas (las leyes y teorías) y la voz personalizada; a estos
tres tropos y estrategias iniciales se han agregados algunos otros. A. W. N. Pugin, en los inicios del
siglo XIX, usando dibujos comparativos, estableció en su Contrasts lo que era la buena y la mala
arquitectura y, desde entonces, la conferencia con dos proyectores de diapositivas, a partir de la
década del ’20, ha sido siempre el recurso utilizado por los polemistas. Las cuatro estrategias son
evidentes en Architecture Must Blaze, un manifiesto Neo-moderno de 1980 de Coop Himmelblau.
Aquí encontramos Lo Malo –Biedermeier- versus Lo Bueno –una arquitectura que “ilumina”- y en
ambos las diferencias se plantean en primera persona del plural (“Estábamos cansados de ver a
Palladio y otras máscaras históricas”). Estas son las Tablas de las Virtudes –la arquitectura que es
“ardiente, tersa, fuerte, angular”, etc. Y la violencia volcánica –“la arquitectura debe resplandecer”
y “arder, sangrar, desatar huracanes, incluso destruir”.

La violencia y lo irracional son el sello de los manifiestos Neo-modernos, como se puede


comprobar en los escritos de Tschumi, Kipnis, Wigley, Woods y otros. A menudo, criticando al
humanismo moderno como demasiado antropomórfico, celebran una suerte de antihumanismo.
Esto es lo que hace Peter Eisenman en su lectura de Foucault y el nuevo paradigma surgido en
Francia, que en 1976 llevó a la ruptura del Modernismo tardío. Su artículo “Post-Functionalism”, se
oponía también al incipiente Posmodernismo. De modo que, una posición polémica debe ser
celosamente afirmada en oposición a toda otra, a fin de mantener a la tribu pura; y no es casual
que Eisenman –el mejor teórico y polemista- inscriba estas tablas en las páginas de su revista,
titulada significativamente Oppositions.

Eisenman es el Le Corbusier de la última parte del siglo XX, por lo menos en lo que se refiere a la
formulación de nuevas teorías. La teoría es una especie de manifiesto coagulado, con su violencia
amortiguada para volverse aceptable en las selvas de la academia. Como hay muchos más
arquitectos académicos vivos que en cualquier otro momento de la historia, hay más producción
teórica, buena parte de la cual está escrita en un estilo pesado e impenetrable. Por otra parte,
como lo prueban Le Corbusier y Eisenman, la teoría es un motor para la arquitectura, igual que lo

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fue el concetto en el siglo XVI, un motor que inventa nuevos tipos de edificios, nuevas respuestas
para la ciudad. La nuestra es una época de teorías que responden a un mundo cambiante, a la
economía global, a la crisis ecológica y a los desórdenes culturales. Estos constituyen justamente
un segundo tipo de volcán, que trastornan la arquitectura normal y provocan respuestas como las
de Rem Koolhaas, Ian McHarg y Christian NorbergSchulz, para mencionar sólo a tres de los
teóricos publicados aquí. Eisenman, con su “Arquitectura de cartón” de 1972 y sus obras, muestra
también que la teoría puede hacer que la arquitectura conserve su honestidad e inventiva. Esto no
es una cuestión menor en un período que ha visto a muchos arquitectos sucumbir en las
comodidades comerciales.

El hecho de que Eisenman haya escrito un manifiesto Tardo-moderno en 1972, defendiendo la


autonomía de la forma, y cuatro años más tarde saltara a un Neo-modernismo que “saca al
hombre de su posición central en el mundo”, pone de manifiesto un aspecto sorprendente de la
arquitectura contemporánea. Por lo menos me sorprendió a mí, cuando con Karl Kropf nos
obligamos a clasificar a los participantes dentro de las cuatro categorías principales que se verán
luego. El sistema clasificatorio que usamos revela que algunos arquitectos saltan de una tradición
a otra. Por ejemplo, en algún momento posterior a 1980, Leon Krier se deslizó desde lo
Posmoderno hacia lo Tradicional; Kenneth Frampton, quien usualmente ataca al Posmodernismo,
produjo su ensayo más conocido e influyente defendiéndolo –“El Regionalismo Crítico”- en 1983,
antes de saltar nuevamente a lo Tardo-moderno, con sus escritos sobre tectónica de 1989.
Durante los ’70 y los ’80, Robert Stern transitó del Posmodernismo hacia lo Tradicional,
Christopher Alexander desde lo Tardo al Posmoderno, y así siguiendo. Estos saltos responden a
interesantes motivos, que pueden revelar algo acera de este período.

En primer lugar, el del creador proteico, como Miguel Ángel, quien transitó por cuatro períodos,
simplemente porque era muy creativo –en su caso, del Primer al Alto Renacimiento y luego, del
Manierismo al Barroco. Eisenman es un ejemplo de estas inquietas auto-transformaciones. En
segundo lugar, el del inconformista, como Philip Johnson, que puede saltar de un lado al otro
porque, en sus propias palabras, él y su público están aburridos. En tercer lugar, y muy
importante, un vuelco en la cultura puede significar un cambio que implique la transformación de
un arquitecto. A menudo, esto representa una respuesta a nuevas presiones, a desarrollos
explosivos no-arquitectónicos: en síntesis, el segundo tipo de volcán.

El hecho de que la mayoría de los arquitectos permanezcan leales a un enfoque es completamente


obvio y hacen que las tradiciones pueden desarrollarse oponiéndose entre sí – dialécticamente-
produciendo un entorno variado y una amplia gama de opciones para la sociedad. Pero hay pocos
arquitectos que no sólo se desplazan por distintas categorías a lo largo del tiempo, sino que no se
sienten conformes en ninguna tradición. Para ellos, los más inclasificables, existe siempre la
tentación, como con Frank Gehry y Eric Moss, de inventar etiquetas sui generis. En este caso la
estrategia se vuelve dificultosa y produce confusión. Por lo tanto, nos hemos auto-limitado a
cuatro categorías importantes, clasificando las definiciones más usuales, y colocando a los
integrantes de una quinta, los ecologistas, dentro de la amplia tradición de lo Posmoderno. ¿Por
qué? Porque sus ataques al superdesarrollo, al paradigma mecánico y al economicismo son todas
críticas a lo Tardo-moderno.

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Definiciones en cápsulas

Siempre es reductivo definir un movimiento complejo, en vías de desarrollo; siempre es temerario


porque nunca resulta satisfactorio; pero siempre es necesario –a fin de esclarecer lo que está en
juego. Tenemos entonces las cuatro categorías:

Arquitectura tradicional: cuyos mayores exponentes son Leon Krier, Demetri Porphyrios y el
Príncipe Carlos. Este movimiento regresivo se basa en modelos del pasado, a menudo clásicos, que
están levemente modificados en función del contexto y las transformaciones de la construcción y
lo vernáculo. Los ideales de esta arquitectura tradicional son las proporciones clásicas que reflejan
un cosmos ordenado, la armonía, una articulada integración del pasado con el presente y el uso de
las formas platónicas eternas. La arquitectura tradicional, si bien nunca desapareció
completamente, reaparece a mediados de los ’70, como Posmodernismo, reaccionando ante la
disolución urbana y el fracaso de la Modernidad en relación con la vivienda. Arquitectura Tardo-
moderna: es pragmática o tecnocrática en su ideología social y, desde mediados de los ’60, lleva al
extremo muchas ideas estilísticas y valores de lo Moderno, a fin de resucitar un lenguaje
desgastado (o de clichés). La arquitectura se caracteriza por un énfasis pronunciado en la
tecnología y en la autonomía de la forma, por la exageración de una retórica previsible, como
sucede habitualmente en los períodos “tardíos”. La arquitectura Tardo-moderna, frente al rechazo
popular de la “caja muda”, también se desarrolló después de 1965 en una dirección escultórica –la
caja articulada- y hacia una elaboración de la estructura, servicios y articulaciones: el High-Tech.
Arquitectura Neo-moderna: deconstruye las formas y las ideas de lo Moderno, tiene códigos
herméticos, a veces es fragmentada y disonante en sus formas, auto-contradictoria
intencionadamente, anti-humanista y espacialmente explosiva. A menudo, la intención es unir
opuestos y deconstruir las tradiciones desde dentro, a fin de subrayar diferencia, alteridad y
nuestra alienación del cosmos. Iniciada a finales de los años de 1970 como una reacción tanto
contra lo Moderno como lo Posmoderno, fue influenciada por la filosofía de Derrida y el lenguaje
formal de los Constructivistas –de ahí que su manifestación más visible sea el Deconstructivismo.
Arquitectura Posmoderna: tiene un código doble –la combinación de técnicas y métodos
modernos con alguna otra cosa (a menudo construcciones tradicionales) a fin de que la
arquitectura comunique, tanto al público como a una minoría selecta, habitualmente otros
arquitectos. Como los posmodernistas quisieron recomponer la ciudad fragmentada, sin ser
tradicionales, y comunicarse con todas las clases y profesiones, adoptaron un lenguaje híbrido –
hasta convertir a la arquitectura en un lenguaje en sí mismo. Los ecologistas posmodernos
también adoptaron una agenda doble, criticando lo Moderno y la arquitectura tradicional,
mientras que, al mismo tiempo, seleccionaban elementos de ambas. El Posmodernismo, como una
coalición amplia entre aquellos que resistían o criticaban lo Moderno se inició en los años ’60; y se
transformó en un movimiento a mediados de los ’70, a partir de mi artículo, reimpreso aquí.

Un manifiesto lógico

De todos modos, estas definiciones son académicas, teóricas, incruentas –no son algo que impulse
a tomar las armas (objetivo último de un buen manifiesto). Son necesarias para un razonamiento
calmado y comparativo; para eso están puestas aquí. Pero los desafío a repetirlas de memoria, sin
mirar. De todos modos, los manifiestos no dejan de machacar en la mente, como una experiencia

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dolorosa (sólo recientemente los neurólogos han encontrado el mecanismo doloroso que
consolida antiguos horrores en nuestro cerebro). Son repetitivos, encantadores, responden a las
exigencias de la historia, esperando evitar las catástrofes con magia o lógica. Son como los
recitados de la escuela primaria, como las respuestas en la iglesia:

Lo Posmoderno es paradójico – Después de Ahora, Pospresente.

Lo Posmoderno es “posterioridad”, después de todo tiempo.

Lo Posmoderno es deseo de vivir fuera, más allá, después.

Lo Posmoderno une pasado, presente y futuro.

Lo Posmoderno es la continuación de lo Moderno y su trascendencia.

Si están bien medidos y tienen ritmo, a este tipo de versos se les puede poner música, para
recordarlos más fácilmente. A lo sumo, las propuestas de manifiesto rayan en la auto-parodia y
cuanto más serios más divertidos.

Lo Posmoderno es atravesar fronteras, entrecruzar especies.

Lo Posmoderno opera en la brecha entre arte y vida.

Lo Posmoderno es queso Cambozola (híbrido ilícito con los mejores genes de la Señora
Camembert y el Señor Gorgonzola)

Lo Posmoderno es el consejo del rabino a su hijo: “Cuando te enfrentes con dos extremos,
escoge siempre un tercero”. Lo Posmoderno revisita el pasado – con comillas.

Lo Posmoderno revisita el futuro – con ironía.

Lo Posmoderno es reconocer lo ya dicho, como ya ha dicho Eco, en una época de pérdida


de la inocencia

Los manifiestos usan toda herramienta retórica disponible – versos, chistes malos, juegos de
palabras, mentiras terribles (pensar en Baudrillard) – y siempre acuñan nuevas metáforas, en su
intento de persuadir. El polémico libro de Le Corbusier de 1930, Cuando las catedrales eran
blancas, fue pensado para instalar el nuevo espíritu inmaculado en el “territorio de los tímidos”;
esto es, los norteamericanos, los neoyorquinos –pero una reflexión podría revelar que las
catedrales nunca fueron blancas. Como el Partenón, y los templos griegos que siempre lucieron
blancos para las miradas ilusionadas de los puristas y que, originalmente, estaban pintados (lo que
no sonaba correcto para los minimalistas y el celoso Dios)

Los manifiestos son escritos poéticos producidos por alguien en movimiento (como el polémico
Trotsky después de la Revolución, que escribía mientras luchaba con los Blancos, subiendo y
bajando de su tren blindado). Tienen una cualidad histérica, telegráfica (como sucede hoy con las
palabras mutiladas en Internet), como si el remitente no quisiere pagar por sílabas extras. Los
arquitectos, como Aldo van Eyck, son adictos a estas declaraciones gnómicas, wordtruncks que
colapsan espacio y tiempo en neologismos como “builtform” (ediforma). Están dirigidos a otros
arquitectos, para hipnotizarlos. El público común abandonaría la lectura –pero eso no disuade al
polemista, que esta buscando seducir a su secta. Para seguir una polémica, uno tiene primero que

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estar de acuerdo con el resultado previsto, ya que el manifiesto se hace para mantener a un
público unido antes que para convertir a los paganos.

A medida que se lean los siguientes manifiestos y teorías, se notará esta lógica y la forma en que
estas ideas se van desplegando, como si fuera un Zeitgeist en movimiento. La sección sobre el
Posmodernismo revela una inminente sensación de crisis dentro de lo Moderno, o dentro del
ambiente producido por lo Moderno; y cada una de las siguientes tradiciones muestra también
una disposición similar. Crisis, o la sensación de una catástrofe inminente, es otra razón por la que
el “volcán” es una metáfora más profunda que la pura teoría de las “tablas”, porque sin un motivo
para cambiar el mundo, el manifiesto no podría ser escrito. En nuestro tiempo, podríamos
reflexionar con ironía, de manera opuesta a la época del cristianismo o de la modernidad, que una
colección de manifiestos y teorías debe mostrar diferencias; es decir, mostrar el pluralismo y la
dialéctica entre manifiestos que se niegan entre sí. Es por esto que una colección purificada,
Moderna, como la de Ulrich Conrads, mencionada anteriormente, ya no resulta posible.

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