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Cuando Marcela llegó pidiendo ayuda, estaba al borde del suicidio, pero no tenía
problemas. El enfermo era otro. Las dos primeras sesiones estuvo hablando de todo
lo que otra persona la había hecho sufrir y de cuán buena, perfecta, compasiva y
comprensiva era ella. Desde muy pequeña, criada en un hogar con un padre
alcohólico, y olvidada por una madre cuya única función además de trabajar era
estar obsesionada y preocupada por su esposo, aprendió a valerse por sí misma, y
a sacrificar sus deseos y necesidades por tratar infructuosamente de “ser perfecta”
y ganar un poco de cariño y aprobación de sus padres. No recuerda su niñez como
un período de risas, juegos y espontaneidad, sino como una eterna y monótona
depresión; una búsqueda incesante de afecto. Además de recordarse como una
niña obediente que casi no reía ni hablaba, una de las imágenes más vívidas de su
niñez es acurrucada bajo la ducha, sintiéndose infinitamente sola, llorando e
imaginándose que era una niña abandonada bajo la lluvia. A los catorce años
pensaba en el suicidio al menos dos veces por semana. De pronto un día apareció
Luis. Él era un muchacho universitario, conocido en el barrio por ser alegre y
dicharachero… y se fijó en Marcela. Ella no lo podía creer. ¿Qué habría visto en
ella, la paria, indigna, indeseable e intocable? Con la relación, se acabó la depresión
de Marcela. Comenzó a sentirse feliz y completa. No era difícil verse con Luis, la
mayor parte del tiempo que estaba en casa, vivía sola. Así comenzó a recibir visitas
de Luis todas las tardes después del colegio. Luis era todo lo que había soñado: A
veces la acogía entre sus brazos y la hacía sentir protegida y amada. No era
perfecto; era soberbio, prepotente, un poco egocéntrico y egoísta; a veces la
agobiaba con sus juicios y críticas, pero ella aprendió a interpretar eso como amor;
él quería convertirla en una mejor persona. Los fines de semana se desaparecía
para irse a beber con sus amigos y Marcela sentía ese vacío en el estómago que
conocía desde la niñez a raíz de las andanzas de su padre, pero estaba segura de
que poco a poco, el amor que sentía por él, lo cambiaría.
Historia de Estrella
Soy hija de una mamá muy ocupada trabajando porque era la proveedora de todo, y un
papá promiscuo y con problemas de alcoholismo. Crecí en medio de un conflicto familiar en
el cual había muchos gritos, golpes, insultos, exigencias y prohibiciones; era tratada
diferente a los demás niños: Mi madre consideraba que yo no era suficiente para ella y yo
también creía que no era suficiente para mi madre. Todo este maltrato intrafamiliar continuó
hasta mi adolescencia; los roles en mi casa se habían perdido y yo pensaba que era la
responsable de todos. Luego, a los 13 años de edad, cuando empezó mi interés por los
chicos, me perdí, me sumergí en un mundo de fantasías, construí en mi mente relaciones
y situaciones fantasiosas para evadir mi cruda realidad.
De esta forma continuó mi vida hasta la adultez me había hecho una
mujer con baja autoestima, bajo reconocimiento, no me aceptaba físicamente, era insegura,
agresiva, demasiado sensible, llevaba en mi corazón mucho resentimiento por el maltrato,
rabia, ira, no confiaba en mí, no me conocía, no sabía quién era yo. Luego apareció un
hombre que en ese momento me producía poder, energía y fascinación, me enamoré por
eso decidí entregarle mi vida para que hiciera su tarea perfecta, durante 14 años me sentía
agobiada por las constantes críticas y juicios que me mantenían sumergida en la
vergüenza y la culpa.
Varias historias
María ha vuelto a casa tras su primera cita con Antonio, irradia felicidad y es incapaz
de impedir que su mente viaje constantemente al futuro, concretamente al día de su boda
con este nuevo chico tan perfecto que acaba de conocer. Tan solo hace un mes que terminó
su anterior relación y todavía se pregunta cómo ha sido capaz de sorportar el dolor de la
ruptura y sobrevivir a la terrible soledad treinta largos días en los que su ex-pareja ha hecho
caso omiso a sus súplicas por reanudar la relación.
Jesús ya no llora cuando su pareja le comunica que planea pasar una semana fuera con
otra persona que le atrae, ¿acaso podría hacer algo al respecto? El coste de oponerse no
es asumible, no puede perderla, su vida es despreciable sin ella, no es nadie sin ella.
Prefiere ser humillado una y otra vez a cambio de mantener la relación a flote.
Alejandro y Marta viven separados por más de cuatrocientos kilómetros, sin embargo, algo
los une: ambos sufren terriblemente porque sus respectivas parejas viajan una vez al mes
durante varios días por trabajo. Ellos no lo saben, es más, ni tan siquiera conocen la
existencia del otro pero usan exactamente las mismas estrategias para soportar el tiempo
que permanecen solos: hablan continuamente con sus compañeros de trabajo sobre sus
parejas y cuando no tienen a nadie que escuche su monólogo desesperado piensan en sus
amados permanentemente, de esta manera el vacío es menos insoportable.