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CURSO GENERAL
tirant lo b anch
Valencia, 2010
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los métodos allí definidos. Tratados de este tipo los hay multilaterales, de voca-
ción universal (así, el Acta General para el arreglo pacífico de las controversias,
1928, revisada por la AGNU en 1949), de vocación regional (como el Pacto de
Bogotá, 1948, en el ámbito interamericano, y la Convención Europea para el
arreglo pacífico de las controversias, 1957), y bilaterales, concertados a cientos,
sobre todo en el primer tercio del siglo pasado (v. par. 459).
2) “Incluir en los acuerdos bilaterales y las convenciones multilaterales…
disposiciones eficaces para el arreglo pacífico de las controversias a que pudie-
sen dar lugar la interpretación o la aplicación de tales instrumentos”.
Estas cláusulas —denominadas compromisorias— han florecido en los úl-
timos años en tratados de toda suerte y condición. Especiales características
presentan las incluidas en los tratados constitutivos de Organizaciones Interna-
cionales con el propósito de solucionar las controversias entre sus miembros
Faltando instrumentos previos en relación con la controversia ya nacida, el
recurso a un determinado medio para su solución (a posteriori) queda general-
mente a expensas del acuerdo ad hoc de las partes, denominado compromiso si
los elegidos son procedimientos jurisdiccionales (arbitraje o arreglo judicial),
aunque nada impide descubrir el consentimiento como consecuencia de la ini-
ciativa unilateral de una parte aceptada por la otra, explícitamente o a través
de actos concluyentes (forum prorrogatum).
Puede ocurrir que las partes soliciten del árbitro o del juez, no una decisión
sustantiva, sino unas bases para la negociación (CIJ, Plataforma continental
del mar del Norte, 1969), o que el árbitro o el juez impongan a las partes la obli-
gación de (esforzarse por) negociar (CIJ, Competencia en materia de pesquerías,
1972), y/o aludir a las ventajas que les reportaría el acuerdo negociado para ase-
gurar el cumplimiento de los objetivos de un tratado que declara en vigor (CIJ,
Proyecto Gabcíkobo-Nagymaros, 1997) o reenviar a las partes la solución nego-
ciada del fondo de una controversia en la que preferiría no entrar aún teniendo
competencia para ello (CIJ, Paso por el Grand-Belt, 1991, 1992).
bitrales Lago Lanós, 1957; Acuerdo sobre las deudas exteriores alemanas, 1972;
CIJ Plataforma continental del Mar del Norte, 1969).
Unidos e Irán por la que, entre otras cosas, se creó el Tribunal de Reclamaciones
Irán/EE.UU (art. II de la Declaración); o la de Estados Unidos, que condujo a
los Acuerdos de Camp-David, preparatorios del Tratado de Paz entre Egipto e
Israel (1978) y a los Acuerdos de Dayton-París que fijaron el marco general de
paz en Bosnia y Herzegovina (1995).
La capacidad, si no de imponer, sí al menos de influir y, en todo caso, contro-
lar, el desenlace de determinadas controversias explica el interés de las grandes
potencias en asumir estas misiones, suplantando incluso el papel de los órganos
competentes de Organizaciones Internacionales como la ONU.
Así, cabe recordar al llamado Grupo de Contacto (Alemania, Estados Unidos,
Francia Gran Bretaña, Italia y Rusia) cuya implicación en el devenir de la anti-
gua Yugoslavia ha tenido una última proyección en la mediación fracasada entre
Serbia y las autoridades albanesas en Kosovo para definir el estatuto final de este
territorio (2005-2008); o el Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, la UE y la ONU a
través de su Secretario General) que en el regresivo proceso de paz (¿?) en Oriente
Próximo formuló en 2003 una Hoja de Ruta para hacer realidad la visión —cada
vez más borrosa— de dos Estados, Israel y Palestina, viviendo el uno junto al
otro, hoja de parra más que de ruta en la que también ha escondido sus vergüen-
zas el Consejo de Seguridad (res. 1397, de 2002; S/2003/529) (v. par. 67, 525).
El recurso a personalidades independientes es, en todo caso, una posibilidad
que obvia el riesgo de que el tercero, particularmente si se trata de una gran po-
tencia, aproveche la ocasión para tutelar sus propios intereses. Expresamente
previsto el recurso a ciudadanos eminentes en el Pacto de Bogotá (arts. IX y XI),
es en el ámbito interamericano donde esta modalidad encuentra su mejor caldo
de cultivo; ejemplo señero fue la mediación papal en la controversia entre Chile
y Argentina por la delimitación del Canal de Beagle, zanjada con la conclusión
del Tratado de Paz y Amistad de 29 de noviembre de 1984.
Puede ocurrir que por consideraciones políticas se denomine mediación lo que
en realidad es un arbitraje (v. par. 461), atendiendo al acuerdo de las partes en
aceptar como obligatoria la decisión del mediador. Fue el caso de la mediación
del Secretario General de las Naciones Unidas, Pérez de Cuellar, en el asunto
Rainbow Warrior, a cuyo dictamen las partes (Francia y Nueva Zelanda) confi-
rieron fuerza vinculante en un comunicado conjunto (1987). Viceversa, también
por razones políticas, ha podido presentarse como arbitraje a la opinión pública
lo que en origen era sólo una mediación. Así ocurrió cuando el Papa León XIII
medió entre España y Alemania en su disputa sobre las Islas Carolinas (1885).
Las bases de entendimiento propuestas por el Sumo Pontífice fueron aceptadas
por las partes.
bra (1949) prevé que una comisión internacional permanente de encuesta inves-
tigue las denuncias formuladas sobre cualquier violación del mismo Protocolo o
de los Convenios de Ginebra. Sin embargo, constituida en 1991, la Comisión no
ha tenido oportunidad de estrenarse (v. par. 562).
Siendo la misión de una comisión de encuesta el esclarecimiento de las cues-
tiones de hecho en litigio —sin que en principio quepa valorar el fondo de la con-
troversia— mediante un procedimiento contradictorio (lo que puede entrañar
la audiencia de las partes, el examen de testigos y expertos, las visitas sobre el
terreno…), se trata de un medio de arreglo que puede combinar las ventajas de
la diplomacia y las técnicas jurídicas.
He aquí una de las razones que explican el lugar destacado que en la ac-
tualidad ocupa el recurso a la determinación de los hechos en el ámbito de las
Organizaciones Internacionales como instrumento de estabilización, enlace y
comunicación entre las partes en una controversia, lo que al tiempo convierte
este medio en un buen instrumento para la prevención de conflictos (AGNU,
Declaración sobre la determinación de los hechos por las NU en la esfera del
mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, res. 46/59, de 1991).
Por la misma razón —es decir, limitarse a las cuestiones de hecho— la fun-
ción de la encuesta como medio autónomo de arreglo puede combinarse con la
instrumental para la posterior experimentación de otro o sucesivos procedi-
mientos. Así, por ejemplo, el Pacto de Bogotá (1948, art. XVI), y la Convención
Europea para el arreglo pacífico de las controversias (1957, art. 12) prevén el
recurso a la encuesta en combinación con la conciliación.
458. La conciliación
La conciliación consiste en la instrucción imparcial por un órgano colegiado
(habitualmente compuesto por juristas) de todos los aspectos de una contro-
versia con el objeto de formular una propuesta para su solución, sometida a la
aceptación de las partes. El Acta General para el arreglo pacífico de controver-
sias internacionales (1928/1949) dice: “La tarea de la comisión de conciliación
consistirá en dilucidar las cuestiones objeto de controversia, acopiar con este fin
toda la información necesaria mediante investigaciones o por otros medios, y
procurar que las partes lleguen a un acuerdo. Una vez examinado el caso, pue-
de informar a las partes de los términos de arreglo que le parecen apropiados
y establecer el período dentro del cual las partes han de adoptar una decisión”
(art. 15.1).
La conciliación se caracteriza, pues, porque: a) el examen de la controversia
se extiende tanto a las cuestiones de hecho como de derecho de acuerdo con un
procedimiento contradictorio; y, b) el informe presentado propone una solución
para zanjar el fondo de la controversia, que carece de fuerza jurídica vinculante
per se; no obstante, las partes han de tener en cuenta de buena fe sus recomen-
616 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
daciones (v., por ej., el Convenio para la protección de la capa de ozono, 1985,
art. 11.5).
Ignorada por los Convenios de La Haya (de 1899 y 1907), la conciliación se
desarrolló bajo la Sociedad de Naciones. Característica de los más de doscientos
tratados de arreglo pacífico, bilaterales y multilaterales, concertados en el pe-
ríodo entreguerras fue la de imponer, respecto de controversias consideradas no
jurídicas o políticas, el recurso obligatorio a la conciliación con carácter previo
a la experimentación de procedimientos jurisdiccionales (arbitraje y/o arreglo
judicial). El modelo adoptado por el Acta General de 1928 (revisada por Nacio-
nes Unidas en 1949) se ha proyectado en tratados generales de arreglo pacífico
posteriores, como la Convención europea para el arreglo pacífico de las contro-
versias (1957, art. 2 y cap. III, arts. 4 y ss.), y el Pacto de Bogotá (cap. III, arts.
XV y ss., y art. XXXII).
Las notas que avalan la conciliación —de naturaleza política por lo que hace
a sus efectos y jurídica a su técnica procesal— la sitúan como el procedimien-
to estrella en las cláusulas compromisorias de los tratados de codificación y
desarrollo progresivo auspiciados por Naciones Unidas, ya imponiéndolo como
único medio de arreglo de las controversias sobre su interpretación y aplicación
(supuesto, en su caso, el previo agotamiento de negociaciones diplomáticas), ya
como paso previo optativo y consensuado a procedimientos jurisdiccionales, ya
para salvar el desacuerdo sobre la experimentación de otros medios de solución,
jurisdiccionales o no.
Algunos tratados generales de arreglo y cláusulas compromisorias prevén
la formación de una lista de amigables componedores o conciliadores a los que
las partes podrán acudir, una vez nacida la controversia, para la designación
de la comisión a la que la someten. Así, por ejemplo, el Pacto de Bogotá dispone
que la Unión Panamericana formará un Cuadro Permanente de Conciliadores
Americanos, integrado por dos nacionales designados por cada una de las Altas
Partes contratantes, que gocen de la más alta reputación por su ecuanimidad,
competencia y honorabilidad (art. XVIII), a los efectos de elegir, caso de surgir
una controversia entre aquéllas, los miembros (cinco) que habrían de componer
la Comisión (art. XIX). Es asimismo característica de los tratados auspiciados
por Naciones Unidas la previsión —normalmente en Anexos— de una lista de
expertos, integrada por juristas, cuyos nombres habrán de facilitar los Estados
partes al Secretario General de la Organización. Sobre la base de tales listas las
comisiones de conciliación estarán compuestas por un número impar de miem-
bros (tres o cinco) elegidos (uno o dos) por cada una de las partes en la controver-
sia y por los mismos conciliadores el (tercero o quinto) que habrá de desempeñar
las funciones de presidente. Para evitar maniobras dilatorias también se suelen
fijar plazos perentorios en los que han de efectuarse tales nombramientos, pa-
sados los cuales se confieren competencias dirimentes a un tercero imparcial,
normalmente el mismo Secretario General (v. por ej., CONVEMAR, Anexo V,
art. 3).
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 617
la Carta) (v. tema 20); nada cambió, sin embargo, por lo que se refiere al carácter
voluntario de su jurisdicción. La Carta de Naciones Unidas se limita así a men-
cionar el arreglo judicial entre la tropa de medios a los que las partes pueden
acudir con absoluta libertad (art. 33.1), así como a señalar a la atención del Con-
sejo de Seguridad una directiva de comportamiento (art. 36.2) en virtud de la
cual, al recomendar a las partes procedimientos o medios de ajuste apropiados,
tomará en consideración que las controversias de orden jurídico deben someter-
se por regla general a la Corte Internacional de Justicia, de conformidad con su
Estatuto (que reproduce el de 1920).
Por otro lado, las iniciativas para instituir la jurisdicción obligatoria a partir
de tratados generales de arreglo pacífico a nivel universal se limitaron a la re-
visión del Acta General de 1928 (AGNU, res. 268-III, 1949) a los meros efectos
de acomodar su texto a la sucesión de la Sociedad de Naciones por la ONU y
reemplazar así las referencias a la Corte Permanente de Justicia Internacional
por las de la Corte Internacional de Justicia. A nivel regional, el Consejo de Eu-
ropa auspició la adopción de la Convención europea para el arreglo pacífico de
las controversias (1957), hecha a a imagen y semejanza del Acta; en la OEA se
celebró el Pacto de Bogotá (1948), que superando las previsiones del Acta prevé
el recurso unilateral a la Corte Internacional de Justicia para las controversias
de orden jurídico (art. XXXI) y cualesquiera otras siempre que antes hubiese
fracasado la conciliación y las partes no acordaran recurrir al arbitraje (art.
XXXII).
Estos instrumentos representan los intentos más avanzados por imponer a
priori por vía convencional la experimentación obligatoria de procedimientos ju-
risdiccionales. Pero esta altruista aspiración es la que con toda probabilidad ha
acarreado el limitado número de Partes. Significativo es, en tal sentido, que la
vocación universal del Acta General se salde en la actualidad con una veintena,
y eso contando con las de quienes se obligaron antes de la revisión de 1949 y han
guardado silencio sobre el texto revisado. Asimismo, la Convención Europea
apenas ha podido atraer a un tercio de Estados miembros del Consejo de Europa
y menos de la mitad de Estados americanos son partes en el Pacto de Bogotá.
Consecuencia de lo anterior es el limitado recurso a la jurisdicción de la
Corte Internacional de Justicia con base en estos instrumentos. Algunos Esta-
dos demandados con base en el Acta General impugnaron su vigencia, sin que
la Corte quisiera o pudiera pronunciarse (Prisioneros de guerra paquistaníes,
1973; Ensayos nucleares, 1974; Plataforma continental del mar Egeo, 1978). Por
si las moscas, los demandados denunciaron el Acta. Sólo en dos ocasiones, y sin
fortuna, se ha invocado la Convención Europea ante la Corte (Ciertos bienes,
Liechtenstein c. Alemania, 2005; demanda reconvencional de Italia contra Ale-
mania en Inmunidades de jurisdicción del Estado, 2010). El acceso a la Corte
vía Pacto de Bogotá ha sido, aunque tardío, más exitoso. Tras los asuntos en que
Nicaragua ha sido parte demandante (Acciones armadas fronterizas y transfron-
terizas, Nicaragua c. Honduras, 1988; Delimitación marítima entre Nicaragua y
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 619
461. Arbitraje
Las Convenciones de La Haya (1899, art. 15; 1907, art. 37) disponen que “el
arbitraje internacional tiene por objeto arreglar los litigios entre Estados por
medio de jueces de su elección y sobre la base del respeto del Derecho. El conve-
nio de arbitraje implica el compromiso de someterse de buena fe a la sentencia
arbitral”. Esta definición, aun con algún elemento desfasado, sirve de percha
para caracterizar: 1) la forma y alcance del convenio de arbitraje; 2) los sujetos
capaces de concertarlos; 3) el órgano arbitral; 4) el Derecho aplicable; 5) el pro-
cedimiento; y 6) los efectos jurídicos del laudo o sentencia arbitral.
1) El convenio de arbitraje
El convenio de arbitraje es el instrumento jurídico —regido por el Derecho de
los Tratados— en virtud del cual las partes en la controversia acuerdan some-
terla a arreglo arbitral. El acuerdo puede establecerse con ocasión de un litigio
existente (a posteriori) o en previsión de futuras controversias (a priori).
El recurso al arbitraje como medio de solución de una controversia ya nacida
se manifiesta en un convenio ad hoc, denominado compromiso, que habrá de de-
finir, como mínimo, el objeto de la controversia y las condiciones de constitución
y composición del órgano arbitral, pudiendo también extenderse a cualesquiera
otros puntos que las partes convengan, como el Derecho aplicable, las reglas de
procedimiento y/o los poderes atribuidos al tribunal para fijarlas; las mayorías y
plazos para dictar sentencia; la sede y otros aspectos relativos al funcionamien-
to del tribunal; los idiomas a utilizar; la forma de repartir los gastos y costas;
los servicios que pueden pedirse a la Corte Internacional de Justicia…(CDI,
Modelo de reglas sobre procedimiento arbitral, 1953, art. 2). Entre los arbitrajes
resultantes de compromisos podemos citar, a título de ejemplo, el de la delimi-
tación de la Plataforma continental entre Francia y Gran Bretaña (1977), el de
la delimitación territorial entre Egipto e Israel en el enclave de Taba (1988) o el
relativo a la soberanía insular y delimitación marítima entre Eritrea y Yemen
(1998, 1999).
La previsión de someter a arbitraje controversias futuras puede, asimismo,
materializarse en tratados generales de arreglo pacífico y cláusulas compro-
misorias. En los tratados generales de arreglo pacífico el recurso al arbitraje
para todas o determinadas categorías de controversias puede preverse: 1) como
único procedimiento de arreglo jurisdiccional; ó 2) en combinación con el reco-
nocimiento de la jurisdicción obligatoria de la Corte de La Haya. Las cláusulas
compromisorias pueden ser, a su vez, generales y especiales. Las generales apa-
recen entre las cláusulas finales de tratados, normalmente bilaterales, de ca-
rácter político-diplomático (paz y amistad y/o comercio, navegación y relaciones
consulares) con la pretensión de abarcar todas las controversias que pudieran
originarse entre las partes; las especiales limitan su ámbito de aplicación a las
622 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
3) El órgano arbitral
La composición y constitución del órgano arbitral responden, en principio, al
acuerdo de las partes. Respecto del número de árbitros la práctica ofrece tres
modalidades:
a) Árbitro único, función que en el pasado recaía a menudo en Jefes de Esta-
do o de Gobierno (de lo que se hace eco la Convención de La Haya, 1907,
art. 56). Así, por ejemplo, se acudió a los Reyes de España para arbitrar
controversias territoriales latinoamericanas (recordemos, entre los arbi-
trajes que acabaron en laudo, los de Isabel II en la disputa entre Venezue-
la y Holanda sobre la Isla de Aves, 1856, la Reina regente Mª Cristina en
la delimitación fronteriza entre Colombia y Venezuela, 1891, Alfonso XIII
en el asunto del límite fronterizo entre Honduras y Nicaragua, 1906…).
Una vez aceptado el encargo y determinada su competencia esta clase
de árbitros se limitaba a hacer suyo el dictamen dado por una comisión
de expertos designada por ellos. Entre los ejemplos más recientes cabe
mencionar el laudo de Isabel II de Inglaterra en relación con el Canal de
Beagle (1977), para la que se designó una comisión de cinco miembros,
todos ellos jueces de la Corte Internacional de Justicia.
La fórmula de árbitro único es seguida por algunos tratados constitutivos de
Organizaciones Internacionales, en los que tales funciones suelen recaer en el
principal funcionario de la Organización o en la persona nombrada por un ter-
cero imparcial (caso, por ej., del Tratado constitutivo de la OMM, que delega en
el Presidente de la CIJ tal designación).
b) Comisiones mixtas, compuestas paritariamente de árbitros nombrados
por los Estados parte en la controversia. Fueron frecuentes en las rela-
ciones litigiosas de las Repúblicas latinoamericanas con Estados Unidos y
las potencias europeas, centradas sobre todo en la responsabilidad inter-
nacional deducida del trato dado a extranjeros (v. par. 357-363).
c) Tribunal arbitral, compuesto de un número impar de árbitros (tres ó cinco
es lo habitual), de los que cada una de las partes en la controversia nom-
brará los que corresponda (uno o dos, según), y de común acuerdo —o por
los árbitros ya elegidos— el que asumirá la presidencia (tercer o quinto
árbitro). La formación de un tribunal arbitral es hoy práctica generaliza-
da en tratados de arreglo pacífico, cláusulas compromisorias y compro-
misos; así, por ej., el celebrado entre Argentina y Chile para solventar
el contencioso sobre el trazado de la línea fronteriza entre el hito 62 y el
Monte Fitz-Roy (Laguna del Desierto) (1991), el primero en la historia del
subcontinente compuesto exclusivamente por árbitros latinoamericanos.
Conscientes de la necesidad de prevenir las maniobras obstruccionistas o
dilatorias en la constitución del órgano arbitral, tratados y cláusulas compromi-
sorias suelen conferir funciones dirimentes a un tercero que, pasado un cierto
plazo (entre treinta y noventa días es lo habitual), podrá proceder, bien al nom-
624 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
bramiento del árbitro o árbitros que corresponda hacer a una de las partes, bien
a superar el desacuerdo entre ellas —o de los mismos árbitros— en lo tocante a
la designación del que ejerza la presidencia.
La práctica muestra que tales funciones suelen recaer en:
a) El Presidente de la Corte Internacional de Justicia (CDI, Modelo de reglas
sobre procedimiento arbitral, 1958, art. 4).
b) El principal funcionario de la Organización Internacional que auspicia el
tratado y es, normalmente, depositario del mismo, opción preferida de las
cláusulas compromisorias de tratados multilaterales generales (así, por
ej., el Secretario General de NU).
c) Un tercer Estado, opción más tradicional prevista, por ejemplo, en la Con-
vención de La Haya de 1907 (art. 45).
4) Derecho aplicable
A menos que las partes convengan otra cosa, los árbitros —como los jueces—
están llamados a aplicar Derecho Internacional (Acta General…, art. 28). Las
partes pueden, no obstante, acotar, jerarquizar y fijar en el tiempo las normas y
principios del Derecho aplicable a la controversia, respetando en todo caso el ius
cogens (v. par. 146, 148, 283). También pueden facultar al órgano arbitral para
dictar una decisión ex aequo et bono. Obligado es encarecer la importancia de
una sabia redacción del convenio de arbitraje en este punto. Existe en este sen-
tido una extendida percepción —no carente de justificación histórica— de que el
arbitraje es el medio jurisdiccional más sensible a las soluciones salomónicas y,
por eso, predilecto para las llamadas controversias no jurídicas. Obviamente, la
disposición de un tribunal arbitral a aplicar Derecho Internacional es tanto ma-
yor cuando las mismas partes, a veces sin sopesar adecuadamente sus intereses
en relación con las normas aplicables, piden expresamente que lo haga.
5) Procedimiento
El procedimiento arbitral se desarrolla conforme a las reglas establecidas
por las partes; en caso de silencio o desacuerdo el tribunal será competente para
determinarlas. Es práctica frecuente que el convenio de arbitraje deje libertad
al tribunal para elaborar las reglas procesales. Las Convenciones de La Haya
(1899 y 1907), el Acta General (1928/1949) y el Modelo de reglas sobre procedi-
miento arbitral (1958) de la CDI contienen un excelente repertorio al que acudir
con carácter supletorio. La tendencia es aproximar el procedimiento arbitral al
de las jurisdicciones permanentes.
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 625
6) El laudo
El laudo o sentencia arbitral —que en la actualidad ha de ser motivado— es
obligatorio y definitivo para las partes en litigio y respecto del caso decidido,
debiendo ser ejecutado de buena fe (Convención de La Haya, 1907, art. 37; CDI,
Modelo de reglas sobre procedimiento arbitral, 1958, art. 30).
La autoridad de cosa juzgada (res iudicata) del laudo se desprende del mismo
asentimiento de las partes al arbitraje; de ahí que sus efectos obligatorios sean
relativos y no afecten a terceros, a menos que, planteada la interpretación de
un tratado en el que sean partes, soliciten intervenir —e intervengan— en el
proceso (Convención de La Haya, 1907, art. 84).
La sentencia arbitral es definitiva porque no son posibles recursos de apela-
ción o casación ante instancias superiores (CDI, Modelo…, art. 31). La sentencia
sí puede, en cambio, ser objeto de interpretación y revisión ante el mismo tri-
bunal que la dictó (Convención de La Haya, 1907, arts. 82 y 83), lo que puede
plantear problemas inherentes al carácter no permanente del órgano arbitral.
La solicitud de interpretación tiene por objeto aclarar el alcance o sentido de
los términos del laudo, lo que limita la función del tribunal a precisar la cosa
juzgada en su decisión. Se trata de un derecho ínsito en la condición de parte,
por lo que su ejercicio no requiere pacto previo (v. en este sentido la s. arbitral
de 14 de marzo de 1978 que interpretó la de 30 de junio de 1977 relativa a la
delimitación de la Plataforma continental entre Francia y Gran Bretaña; o la s.
de 13 de octubre de 1995 interpretando la de 21 de octubre de 1994, que solventó
el contencioso argentino-chileno sobre la Laguna del Desierto).
La solicitud de interpretación de una sentencia arbitral no ha de confundirse
con el supuesto de que dicha interpretación origine años después, extinguido el
órgano que la dictó, una controversia entre las partes (caso, por ej., de los arbi-
trajes entre Argentina y Chile en los asuntos de Río Encuentros y Laguna del
Desierto, que tuvieron como objeto la interpretación del laudo británico de 1902
sobre delimitación de su frontera terrestre.
Más estrictas son las condiciones impuestas al recurso de revisión, experi-
mentable en un plazo perentorio desde que se dictó la sentencia en cuestión y
sólo posible si ha sido convenido por las partes. El recurso de revisión deberá
basarse, normalmente, en el descubrimiento de un hecho nuevo que, de haberse
conocido al dictar la sentencia, hubiese llevado al tribunal a juzgar de manera
diferente, lo que por su propia naturaleza implica la necesidad de calificar con
carácter preliminar tal novedad y, de ser admitida su virtualidad, la reconside-
ración de las bases jurídicas en las que se basó la decisión (Convención de La
Haya, 1907, art. 83; s. arbitral de 13 de octubre de 1995 en el asunto Laguna
del Desierto).
Dada la ausencia de instancias de ejecución forzosa, el cumplimiento del fallo
arbitral —como el judicial— reposa en la buena fe de las partes. Éstas pueden,
eso sí, fijar en el compromiso las medidas conducentes a la ejecución de la sen-
626 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
límites de la región de Abyei (2009) en el marco del proceso de paz entre el go-
bierno de Jartum y el Movimiento de Liberación de Sudán del Sur, que debería
conducir a un referéndum sobre la separación de Sudán del Sur en 2011 (v. par.
71). En otros ámbitos cabe recordar el caso The Iron Rhine (IJzeren Rhin)Rai-
lway entre Bélgica y Países Bajos (2005) y la disputa entre Irlanda y Reino Uni-
do sobre los eventuales efectos contaminantes de la Planta MOX en el mar de
Irlanda, desdoblada en un asunto sobre los límites del acceso a la información
conforme al artículo 9 de la convención sobre la protección del medio marino del
Atlántico Noreste (OSPAR) (2003) y en otro sobre la violación por el Reino Uni-
do de diferentes obligaciones impuestas por la CONVEMAR, del que desistió el
demandante (2008), una vez que el Tribunal de Justicia de la UE, al que había
acudido la Comisión, afirmó (2006) su jurisdicción exclusiva sobre el objeto del
arbitraje entre Estados miembros de la Unión.
Las demandas interpuestas por Irlanda contra Reino Unido en 2001 a causa
de la instalación de una planta de reprocesamiento de residuos radiactivos (la
Planta Mox) cuyo funcionamiento implicaba vertidos de alto riesgo en el mar de
Irlanda ofrecen un ejemplo excelente de la concurrencia de distintas jurisdiccio-
nes sobre un mismo asunto, del uso que cabe hacer de ellas, así como del conflicto
o concurrencia de regímenes y su solución (v. par. 286). Irlanda atacó al Reino
Unido en dos sedes. Por un lado, se amparó en el artículo 32 de la Convención
para la protección del medio marino en el Atlántico nororiental (OSPAR) para
plantear un arbitraje sobre su derecho, conforme al artículo 9 de dicha Conven-
ción, a recibir información de los informes realizados en el proceso de aprobación
de la planta por el gobierno británico. Este procedimiento desembocó en una sen-
tencia (2003), no unánime, desestimatoria de la demanda por considerar el tribu-
nal que Irlanda no había conseguido probar que los documentos a los que quería
acceder entraban dentro de la información que las partes estaban obligadas a
facilitar conforme al artículo 9. Por otro lado, Irlanda estimó que la planta MOX y
los movimientos de materiales radiactivos que implicaba su funcionamiento eran
nocivos para el medio marino en el mar de Irlanda e infringían las obligaciones
de las partes conforme a diferentes artículos de la CONVEMAR, por lo que al
amparo del artículo 287 y del Anexo VII de ésta, reclamó la constitución de un
tribunal arbitral para dirimir la disputa. Al hilo de este arbitraje Irlanda solicitó
del Tribunal internacional del Derecho del Mar (TIDM) una serie de medidas pro-
visionales, que fueron concedidas por el TIDM (2001). Con lo que tal vez Irlanda
no contaba es con que el Reino Unido objetaría la competencia del tribunal arbi-
tral, ya constituido, invocando las obligaciones de las partes como miembros de la
Unión Europea (UE). Movilizada por el Reino Unido, la Comisión de la UE estimó
que la diferencia entre dos Estados miembros de la Unión sobre un litigio que in-
teresaba la aplicación de la CONVEMAR, de la que la Unión es parte como lo son
sus miembros, era de la competencia exclusiva de la UE, excluyendo cualquier
otra (CONVEMAR, art. 282). La Comisión demandó a Irlanda ante el Tribunal de
Justicia (2003), que le dio la razón (2006). Mientras se sustanciaba el asunto en el
628 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
medio comunitario, el tribunal arbitral optó por suspender sus actuaciones, “te-
niendo en cuenta consideraciones de mutuo respeto y comity que deberían preva-
lecer entre instituciones judiciales”, salvo en relación con una eventual solicitud
de nuevas medidas provisionales, e instruyó a las partes para que lo mantuvieran
informado en orden al cumplimiento de las medidas provisionales decretadas por
el TIDM y al curso de los acontecimientos en el seno de la UE. Tras la sentencia
del TJUE Irlanda desistió del arbitraje (2008).
Por otro lado, la flexibilidad del arbitraje lo hace atractivo para dirimir li-
tigios entre sujetos internacionales y entidades o sujetos de Derecho interno.
Esto se advierte en diferentes ámbitos, el primero de ellos el de las relaciones
económicas, con fundamento en contratos que, al amparo del principio de auto-
nomía de la voluntad reconocido en mayor o menor medida por los ordenamien-
tos jurídicos estatales, tratan de escapar a la aplicación de la ley sustantiva
y jurisdiccional del Estado parte en ellos; se ha hablado así de los contratos
internacionalizados, incluso de los contratos sin ley, sometidos al Derecho In-
ternacional, a los principios generales del Derecho por voluntad de las partes.
La práctica ha conocido arbitrajes célebres sobre esta base (Lena Goldfields,
1930; Alsing, 1954; Abu-Dhabi, 1955; Aramco, 1958; Sapphire, 1963; BP (1973);
Liamco, 1977; Texaco-Calasiatic, 1977; Aminoil, 1982…Por lo que se refiere,
en particular a las inversiones extranjeras, el Banco Mundial auspició la Con-
vención de Washington (1965) que ofrece cobertura a los arbitrajes entre un
Estado parte y los nacionales de otro y creó el CIADI para facilitarlos. Hoy son
centenares los tratados sobre promoción y protección recíproca de inversiones
con cláusulas de arbitraje (APPRI) (v. par, 364).
Asimismo, con el fin de resolver las cuestiones relativas a la responsabilidad
por ilícitos con resultado de daños a particulares se han concertado convenios de
arbitraje instituyendo tribunales a los que tienen acceso tanto los Estados como
sus nacionales. En este contexto cabe situar, por ejemplo, el Tribunal de Recla-
maciones Estados Unidos-Irán (1981), competente para decidir el pago de las
indemnizaciones debidas por una y otra parte como consecuencia de los sucesos
acontecidos durante la revolución islámica.
También se advierte el juego del arbitraje en controversias medioambienta-
les que enfrentan a Estados o/y Organizaciones Internacionales con entidades
de la sociedad civil. La misma CPA ha elaborado unas Reglas opcionales para el
arbitraje de controversias relacionadas con los Recursos naturales y/o el Medio
Ambiente (2001), reglas a las que se acudió, por ejemplo., en el multifacético
asunto Rainbow Warrior, entre Francia y Greenpeace, que más tarde derivó en
el contencioso interestatal con Nueva Zelanda.
grado por jueces elegidos con antelación al nacimiento del litigio de acuerdo con
reglas estatutarias, que actúa conforme a un procedimiento preestablecido y
dicta sentencia definitiva y obligatoria conforme al Derecho Internacional.
Esta definición permite reconocer los elementos que unen y separan al arre-
glo judicial del arbitraje.
Comunes son los rasgos de índole funcional: 1) sus decisiones son definitivas
y obligatorias para las partes en relación con el caso decidido; 2) sus decisiones
se fundan en el Derecho Internacional positivo (a menos que las partes con-
vengan otra cosa, en particular constreñir el marco normativo y obligacional
aplicable, respetando en todo caso el ius cogens, o facultar al tribunal a decidir
ex aequo et bono).
Diferentes son, en cambio, sus rasgos institucionales: 1) si el órgano arbitral
tiene carácter temporal y su composición queda a la discreción de las partes, el
judicial es permanente y de composición predeterminada, dejando a las partes
sólo la posibilidad de designar jueces ad hoc; 2) si las reglas de procedimiento
son establecidas, directa o indirectamente, por las partes en el arbitraje, en el
arreglo judicial son preestablecidas en el estatuto constitutivo del tribunal y en
su reglamento.
Cabe constatar la existencia de un número creciente de tribunales, creados
en tratados multilaterales. Los hay universales y regionales, de competencia
general y especializada, para dirimir litigios interestatales y/o en los que pue-
den intervenir otros sujetos y actores internacionales. El fenómeno no es nue-
vo, pero se ha acelerado al ritmo del crecimiento y diversificación del Derecho
Internacional. La generación de regímenes internacionales o subsistemas (DI
económico, del mar, penal, de los derechos humanos, del medio ambiente) (v.
par. 150, 286, 323), ha traído consigo procedimientos específicos para el arreglo
de las controversias que pudieran suscitarse en su ámbito, siendo los más avan-
zados de carácter jurisdiccional. A mayor densidad normativa, mayor densidad
institucional (G. Abi-Saab).
La Corte Internacional de Justicia es la referencia principal en la constela-
ción de tribunales internacionales por su exclusivo carácter universal con ju-
risdicción general para la solución de contenciosos interestatales (arts. 34-36
de su Estatuto). De ahí la especial atención que le dedicaremos (v. tema 20).
Junto a ella, un rimero de tribunales especializados, siendo la heterogeneidad
su nota dominante en los diferentes aspectos: ámbito espacial y tipos de litigios
sometidos a su jurisdicción, sujetos y/o actores que podrán activarla, normas
aplicables.
Vocacionalmente universales son el Tribunal Internacional de Derecho del
Mar, cuya jurisdicción está abierta a todos los Estados partes en la CONVE-
MAR (art. 291.1. y Anexo VI), y la Corte Penal Internacional, con competencia
sobre los crímenes internacionales cometidos en —o por nacionales de— Es-
tados partes en su Estatuto (arts. 5, 12 y 25) (v. par. 585-591). En el ámbito
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