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Ana Abramowski Inés Dussel
Revista El Monitor de la Educación Común Nro 16, 2008.
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la
Nación.
¿Cuándo y cómo empezó su formación como lector y escritor?
En la infancia. Lo que yo siento como algo decisivo en el modo en que le
agarré el gusto a leer y escribir es que a mi me gustaba mucho estar solo.
Porque son actividades muy solitarias. En este sentido casi todas las
situaciones sociales desalientan la lectura. Antes de decir qué conviene leer
hay un punto previo que tiene que ver con disponer las actividades de la vida
de uno de manera que haya cabida para eso. Porque si no la hay, podés poner
el mejor de los libros, y un potencial lector no va a encontrar cuándo ni cómo ni
dónde leer. No es cierto que haya un estímulo social a la lectura. La vida no
está diseñada para leer, la vida está diseñada para interrumpirnos con el
teléfono, Internet, los amigos, la familia... Entonces en realidad, en el día a día,
lo que uno tiene que hacer es enseñar estrategias para desactivar la
interrupción. Lo que quiero remarcar es que la formación del lector no es solo el
objeto libro, es ante todo un sujeto. Sin ese gusto por ese momento de
repliegue donde renunciás un poco a los demás y te ponés aparte, no se forma
un lector ni un escritor.
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Usted ha sido profesor de literatura en la escuela secundaria, ¿cómo
hacía en el aula para que los alumnos leyeran, para que hubiera cabida
para lectura?
Todas las semanas había un tiempo de lectura. Yo llevaba mi libro y ellos
tenían que llevar el suyo. Y nos poníamos a leer, simplemente. Pero no era
algo que yo les dijera, sino que era algo que ocurría. Ocurría; estábamos todos
juntos en el aula, cada uno en lo suyo.
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buscar un libro de cuentos. Una vez un alumno se olvidó el libro y la biblioteca
estaba cerrada. ¿Qué hubo para él en esa clase? Tedio. “¿Te olvidaste el
libro? Te vas a aburrir 40 minutos. Vas a ver qué aburrida que es la vida
cuando uno no tiene algo para leer”. A mí ese método me resultaba. Me
parecía necesario que los chicos dedicaran un minuto a pensar: “si a mí me
gustara leer estoy pensando en los que ofrecían más resistencia, ¿qué
leería?” La acción de ir a una librería y elegir un libro, leer la contratapa, ver
quién es el autor, y si el librero es bueno te lo comenta, todo eso es parte de la
formación como lector. Y si empezaban el libro y no les gustaba, bueno, ésa es
también una típica experiencia del lector: “te ensartaste” con un libro. Me pasa
a mí, que soy escritor y profesor de literatura, ¿por qué no les va a pasar a
ellos? Ponerlos en la situación de elegir y llevar adelante la lectura es partir de
una especie de ficción de lector, pero que después puede empezar a cobrar
forma.
¿Cómo le enseñaron literatura en el colegio secundario?
Tuve profesores muy distintos. Algunos eran más tradicionales y menos
estimulantes, pero hubo por lo menos tres que fueron extraordinarios. A mí me
parece que lo primero que un docente transmite es la pasión por su objeto. No
la transmite porque la enuncie, la transmite porque la actúa. Los estudiantes
pueden no saber nada de nada, pero de profesores saben muchísimo. Lo
primero que captan, de una manera infalible, es si hay o no una relación de
pasión entre esa persona que está ahí parada hablando y su objeto. Si uno
asiste a esa pasión, creo que algo de eso se contagia aunque a uno no le guste
la materia. Entonces, en el caso de mis profesores de literatura, algunos
dictaban la materia más administrativamente, pero tuve por ejemplo una
profesora en 3° año, “la Meyer”, que terminó de decidir mi vocación y que,
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sobre todo, fue en la que terminé de ver el lugar que la literatura podía ocupar
en la vida de alguien. Vi que alguien podía, en su vida, pararse en la literatura y
que el resto del universo girara en torno a eso.
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“Ciencias Morales”, su última novela, sucede en una escuela, ¿por qué
eligió situarla allí?
A veces le voy dando vueltas a algunas cosas que marcaron mi vida, y aunque
nunca es con intención de escribir autobiográficamente, me interesa volver y
pensarlas y narrarlas. Mi interés en un momento fue trabajar formas de la
disciplina y de la moralidad, que es lo que está en el título, entonces el ámbito
del colegio secundario me resolvía muchísimas cosas. Me interesaba la manía
del control disciplinario. Y en un momento me di cuenta que tenía que ser una
novela sobre las autoridades y no sobre los estudiantes. Me gustó escribirla en
ese punto; a esas personas, los preceptores de la escuela, a los que yo veía y
sobre las que yo no sabía nada, quise construirles una subjetividad entera, todo
su universo de fantasmas y ponérselos a funcionar en una pura ficción.
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en que funciona el moralismo y lo más perverso: ella termina haciendo cosas
perversas “en cumplimiento del deber”, es decir, desde una cierta moral.
Como si la literatura “ilustrara” algo que yo quiero enseñar.
Exactamente. Eso me parece injusto para con la literatura, en el sentido que la
empobrece un poco. Lo que tiene de interesante la literatura es que multiplica
significaciones, abre y complejiza, no porque los escritores seamos muy lúcidos
sino porque se dan capas de significaciones que ni uno ve. Uno puede alcanza
a percibir en las novelas sobre colegios lo que no podría ver ni con 100 horas
de observación, porque la literatura, efectivamente, toma los materiales de la
realidad, pero hace otra cosa con eso. Cuando la literatura entra de ese modo
me parece extraordinario y me entusiasma muchísimo.
En la novela traté de separar lo que tiene que ver con el aparato del control
disciplinario de lo que tiene que ver con todo el sistema de circulación del
saber. Y la novela tiene una mirada, desde luego negativa, sobre todo el
aparato de represión disciplinaria del colegio durante la dictadura, pero puse
bastante cuidado en que los episodios ligados con la enseñanza se sostuvieran
bien. Traté que en la novela quedara algo que me parece que es el primer
paso: constituir al saber como un objeto de valor intrínseco. Me parece que es
una de las cosas que se quebró, y si se quiebra eso no puede funcionar nada.
Entonces yo procuré que, mientras se iban produciendo en la novela todas las
distorsiones con esas figuras más bien siniestras del control disciplinario, en las
escenas de clase hubiese una circulación del saber adecuada. En la novela los
estudiantes son buenos estudiantes, los profesores están enseñando bien.
Esto es literatura; no es una crónica sobre la escolaridad. Entonces yo digo: “a
los profesores los voy a hacer funcionar así y así, y al profesor que venía del
ejército no lo voy a poner, como tampoco pongo al preceptor macanudo”. Ahí
es donde la literatura no es la continuación de la realidad por otros medios, sino
que es tomar ciertas significaciones y combinarlas con otras. Esto nos permite
ver cosas que sobre el terreno de la realidad misma no aparecerían.
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