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Un

reencuentro
Inesperado

Lena M. Waese



Título: Un reencuentro inesperado.
©2019, Lena M. Waese.
©De los textos: Lena M. Waese.
Ilustración de la portada: Nerea Pérez Expósito
Imagina-Designs
Revisión del estilo: Karilda Y. M.
Correcciones: Waese.
Edición: Karilda Y. M.
1ª edición
Todos los derechos reservados.
—Estás bebiendo muy rápido; ya vas por la tercera ronda mientras nosotras
todavía estamos en la primera —le reclamó Kiara a Marina.
—Hacía mucho tiempo que no tomaba ni salía a disfrutar —le contestó
Marina—. Tenía tantos deseos de sentir la música dentro de mí. Luego respiró
hondo, movió su cuerpo relajadamente, dejándose llevar por el ritmo.
—Pero está bien chicas —agregó—, una ronda más y esa sí que será la última.
Y nos vamos a bailar, que a eso vinimos al club. No aguanto más estar sentada
aquí.
Kiara la miraba. Sabía que su amiga necesitaba sacar toda esa energía interior.
Era la primera vez en diez años que volvía a ver a la Marina alegre y divertida de
antes.
—Trini, no te preocupes si Marina dice que es la última.
—Bueno, alguna de nosotras debe mantenerse sobria. Ya no somos tan
jóvenes y a estas alturas no nos conviene hacer papelazos —dijo Trini.
—Trini, tú siempre tan moralista. Pero tranquila, todavía estoy bien. Termina
tu copa para irnos a bailar —concluyó Marina quien, sonriente, no dejaba de
moverse al compás de la música.
Como cada sábado, el Petit Prince de la calle Hohenzollernring 90 se había
vuelto el lugar preferido para muchos latinos y para aquellos a quienes les
gustaba disfrutar de su música y su ritmo enloquecedor.
—¡Quién iba a decirlo, Carl! ¡Este Club está repleto, nunca lo había visto así!
—dijo Simón.
—Hoy es sábado —le contestó Simón.
—Menos mal que vine, si no, me hubiera puesto celosa, Carl, con tantas
mujeres que hay aquí —agregó Sabrina.
—Sabrina, aunque hubiera venido solo, podías estar tranquila, que él solo
tiene ojos para ti —aseguró Simón.
—Eso mismo debes hacer tú, Simón, sentar cabeza y buscar a una mujer para
formar una familia o volver al menos a estabilizarte con una. Ya tienes 37 años y
desde que te separaste de Ania, estás desorientado.
—Quizás encuentre hoy a la mujer que me haga cambiar —dijo Simón
sonriendo—. Vamos a pedir algo.
—Vaya, hermano si no fuera porque te conocemos, pudiéramos decir que te
creemos. Tú nada más vienes a divertirte y a practicar tus pasillos de salsa.
Simón tomaba su trago mientras recorría con la vista el lugar entre luces
buscando a alguna conocida para invitarla a bailar. De repente detuvo su mirada
en una, y tragó en seco.
¿Esa mujer es Marina, me hizo efecto muy rápido el trago, o esta luz me hace
ver ilusiones? —se preguntó Simón—. Han pasado muchos años desde la última
vez que la vi, ella debería estar cambiada, pero está igualita, aunque ya debe
andar por los cuarenta y tantos. Además, la Marina que yo conocí era
introvertida y ni siquiera salía.
—¿Qué te pasa, Simón? Te has quedado paralizado —preguntó Sabrina.
—Nada, hermana, tuve una visión.
—Seguro vistes a Marina, es la única que te puede causar esa impresión. Han
pasado varios años, espero que ya hayas superado esa obsesión.
—Sí, tienes razón, fue algo que me sacudió de repente. Es que unas de esas
mujeres en aquella mesa se le parece demasiado.
—¿De qué hablan? Me han dejado fuera —dijo Carl.
—Pues sí, al parecer los años no le han pasado, podría decirse que es ella.
—Carl, ¿aquella no es Marina López?
—Simón, creíamos que habíamos dejado ese tema claro. —A Carl no le
gustaba que le mencionaran ese nombre.
—No te molestes, es que aquella mujer es igualita a ella.
—Es ella... —Carl, por mucho que ocultara su resentimiento, dejaba claro que
ella no era de su agrado.
—Vamos a saludarla. —A Simón le brillaron los ojos, invadiéndolo un
sentimiento de felicidad.
—Mejor no, hermano. Mantente alejado, no quiero que vuelvas a pasar por lo
mismo —dijo Sabrina.
—Es mejor que no, Simón. Tu hermana tiene razón —concluyó Carl, quien no
sabía bien la realidad. Para él fue solo un juego sucio en el que utilizó a su
amigo.
—Ya ves qué clase de mujer es esa. No ha pasado un año de la muerte de su
esposo y mírala aquí divirtiéndose con sus amigas, y parece que ya está ebria —
dijo Sabrina tratando de quitarle la idea.
—Vaya, entonces qué pensarás tú de mí —dijo Carl.
—No, amor, es diferente. Ella ya está bien madurita para esos papelazos.
—Es posible que yo nunca haya conocido a la verdadera Marina —dijo Simón
—. Si ustedes no me acompañan, voy solo a saludarla.
Sabrina agarró a su hermano del brazo, tratando de detenerlo, pero fue en
vano, pues la gente a su alrededor los separó con sus movimientos.

Un cambio de música hizo que las mujeres se mantuvieran cerca de la mesa.
—Qué casualidad, ahora que íbamos a bailar, pusieron una música suave —
dijo Marina, que estaba esperando a que Trini se bebiera su trago despacio y no
quería dejarla sola.
—Marina, ¿la plaza que estaba vacía en tu empresa ya se ocupó? —preguntó
Kiara, pues tenía un amigo que andaba buscando trabajo.
—No, todavía no, quiero una gente responsable. El último que estuvo duró
dos meses porque era muy impuntual —dijo Marina.
—El lunes te voy a mandar a un amigo, anda buscando trabajo —le contestó
Kiara.
—Dile que pase a eso de las tres, pues a esa hora tengo menos trabajo, a ver si
esta vez tengo más suerte.
Simón se había quedado escuchando la conversación un poco entrecortada por
la música y la gente. Pero fue suficiente para saber que era ella.
—Hola, Marina.
Ella levantó la vista. La voz le era conocida y ese timbre la hizo sentir
incomoda.
—¿Te conozco?
Kiara y Trini se miraron. Sabían que Marina no tenía muchos amigos en ese
lugar, a pesar del tiempo que llevaba viviendo allí.
—Sí, hace varios años que no nos vemos, pero sigues estando igual de
hermosa.
—Hmm, carraspearon la garganta Kiara y Trini, pues el joven estaba
piropeando a su amiga.
—Que atrevido eres —le dijo Marina a Simón.
—Disculpa, soy Simón Kraus, tenía que haber empezado por ahí. Yo visitaba
tu casa cuando te casaste con el padre de Carl Schneider, Carl y yo somos
amigos.
Estar de nuevo frente a ella lo hacía confirmar sus sentimientos.
—Ah, creo que sí, mas no recuerdo bien tu cara, eso fue hace mucho —dijo
Marina.
Sus palabras confundieron a Simón; era verdad que no se acordaba de él, y no
lo creía posible, porque varias veces trató de buscarle conversación, aunque en
realidad ella lo esquivaba.
—¿Están solas, las puedo invitar a otro trago?
—Sí, estamos solas, y por supuesto que aceptamos otro trago, soy Kiara
Fischer y ella es Trini Schmidt —dijo Kiara antes de que Marina reaccionara,
pues sabía que ella iba a decir que no.
—Eh, bueno, yo no quería otro trago, ya este era el último para mí esta noche
—dijo Marina tratando de no ser grosera y de no contradecir a Kiara.
—Quizás uno más suave —dijo el muchacho.
—Gracias, Simón. En verdad este era el último. Cuando llegaste nosotras
íbamos a... se quedó pensando.
—Íbamos a bailar. Pero cambiaron la música, ¿te imaginas a las tres bailando
solas música suave? —dijo Trini, que era a la única a quien no le gustaba mucho
la idea de mover el cuerpo, pues era muy torpe para el baile.
—Bueno, aquí hay un hombre por sí quieren bailar. No soy muy bueno, pero
les aseguro que se van a divertir —les aseguró Simón.
—Te lo agradecemos, pero de seguro viniste acompañado, será otro día —dijo
Marina, tratando de alejarlo, pues quería divertirse y él era amigo del hijo de su
difunto esposo. Podía irle con el cuento después. Ya bastante tenía con el
rechazo y el odio de Carl.
Kiara y Trini bebían de su nueva copa, sin perderse ni una palabra ni un gesto
de los dos. En parte, su amiga tenía razón, mas eso era pasado. Ellas las habían
llevado al sitio para que se saliera de su rutina.
—Por cierto, vine con Carl —dijo Simón.
—Vaya, que casualidad. —A Marina se le hundió el piso, estaba algo tomada,
pero todavía bastante lúcida para darse cuenta de la situación en la que acababa
de meterse.
Carl se acercó a las mujeres. Al final se iban a tropezar en ese lugar y era
mejor darse las caras.
—¿Cómo estás, Marina? —Saludó frío y entrecortado.
—Carl. —Marina tragó en seco y le subió un escalofrió por su cuerpo.
—No quiero que te sientas mal porque yo estoy aquí —dijo Carl.
—Es, es que... a ella se le hizo un nudo en la garganta.
—Carl, te pareces mucho a tu padre —Kiara atrajo la atención de él—. Es la
primera vez que Marina sale desde la...
Hubo un silencio. Marina y Carl cruzaron sus ojos, poniendo una barrera entre
ellos.
—No creo que este sea buen lugar para hablar de esas cosas. Ella tenía que
distraerse y decidimos traerla aquí, es un centro para disfrutar de música latina
—dijo Trini tratando de suavizar la tensión.
—No he dicho nada. Solo quise saludar.
Carl se sintió estúpido y pensó: “qué papelazo hice, quién soy yo. No tengo
que exigirle nada, es una mujer y libre”.
Simón tocó a su amigo por la espalda. Se dio cuenta que sin querer lo había
puesto en esa difícil situación.
—Bueno, chicas que disfruten de su trago. Si sigo aquí, las busco para mover
el esqueleto un rato —dijo Simón, alejándose de las mujeres con Carl.
Un nuevo ritmo vino después de la música suave; la salsa mezclada con
reggaetón hizo que todos se agruparan para bailar.
Simón y Sabrina habían tomado clases de baile y les encantaban la música
latina.
—¿Quieres irte, Carl?
—No, amor. Es que después de hablar con Marina me siento algo incómodo.
Además, casi que acabamos de llegar.
—Voy a por un trago —dijo Simón, que no sabía qué hacer. Quería invitar a
Marina a bailar, la había visto moverse y dar algunos pasillos. Varios hombres la
rondaban y hacían grupos con ella y sus amigas.
“Relájate, Simón, no puedes volver a caer en lo mismo, ya has madurado,
pensaba mientras la observaba de lejos”. “Es bonita y sensual. ¿Por qué siempre
me esquiva?”. Se volteó hacia la barra mientras rodaba el trago de una mano a la
otra.
—¿Te ocurre algo, Simón? —preguntó Carl.
—No, solo estaba pensando... Sabes, voy a invitar a Marina a bailar. Es latina,
mírala, llevan esa música en la sangre.
—No, hermano —le dice Sabrina apretando duro su mano.
—¿Qué pasa, Sabrina? De todas maneras ellos se conocen y ya lo pasado es
pasado. Tu hermano es hombre, no le va a pasar nada por bailar con ella.
Además, nosotros ya no somos unos jovencitos. Aquella vez fue para tenderle
una trampa.
—Por eso, es mejor que se mantenga alejado de ella.
—Estás celosa.
—No, Carl, aquella vez...
—Oye, Sabrina, vinimos a divertirnos y Carl tiene razón.
Con el ritmo de la música, el juego de luces y el tumulto de gente bailando,
apenas había espacio para moverse.
—Esto está llenísimo hoy —dijo Kiara.
—Mejor, así puedo disimular mis pasillos —contestó Trini.
—Que exagerada eres, Trini, si con esas luces pareces una bailarina
profesional, además aquí se viene a pasarla bien y eso es lo que estamos
haciendo, nadie se fija en nada. Aprovecha y relaja las caderas y muévelas.
—Tú lo dices porque eres latina y lo llevas en la sangre, ustedes bailan hasta
sin música.
—¿Saben qué? Lo que nos hace falta a todas es una pareja de baile dijo Kiara
riéndose, al ver a Simón cerca de Marina.
—Seguro, Kiara, ojalá fuera más joven. Esta música me encanta.
—¿Por qué eso de más joven?
—Nada, Trini, porque ya no soy tan joven para mover la cintura así, sin llamar
la atención. Además, para bailar con un hombre que se mueva detrás de mi
trasero a mí mismo ritmo.
Marina no había terminado de hablar cuando sintió las manos de un hombre
en sus caderas, quien rozó su cuerpo al de ella e hizo unos movimientos seguidos
y sensuales.
Kiara agarró las manos a Marina. —No te voltees, sigue bailando. Es mi
hermano, aprovecha antes de que busque otra pareja o cambie la música.
Ella dudó. No había visto a Kay en el centro y miró a Trini, que asintió con la
cabeza mientras trataba de poner en orden sus pies.
Marina sabía que Kay era bailarín y que no le gustaban las mujeres, así que
decidió seguir sus movimientos, cada vez más sensuales y provocativos,
mientras que sus amigas seguían sin decir nada. Eso era lo que su amiga
deseaba: disfrutar la sensualidad y compañía de una pareja en un baile.
El cabello de Marina se revolcaba en el rostro de Simón, que mantenía su
cuerpo firme, pegado a su espalda y trasero, sincronizando cada uno de sus
movimientos. Estaba mareada por el efecto del alcohol y se sentía feliz y libre.
Simón no lo podía creer, había pasado solo unos minutos y ella lo estaba
volviendo loco. Hasta que no pudo contener más los deseos y prefirió tomarla
por la cintura; con un movimiento rápido la volteó de frente a él. Marina quedó
en shock, al ver a Simón sonriente. Su cuerpo se congeló y su expresión se tornó
nerviosa.
El joven no dejó que ella se paralizara, la tomó por sus manos y la siguió
guiando al ritmo de la música.
Qué vergüenza, yo pensando que era Kay y que solo estaba bailando...
pensaba mientras se dejaba llevar por Simón.
—Espera, no puedo seguir, ¿y Carl? —preguntó Marina.
—Se fue.
Kiara y Trini reían. Habían visto a Simón descubrir a la verdadera Marina.
—Kiara, voy a sentarme y coger un diez —dijo Trini.
—Y yo no sé cómo ella puede —añadió Kiara.
—Lo tenía escondido, siempre decía que le gustaba mover el esqueleto, pero
bailar de esa forma, es la primera vez que la veo. Esto no lo podemos dejar pasar
—dijo Trini, quien buscó el mejor ángulo para filmar a la pareja de baile.
—Mirándolos bien, hacen una bonita pareja —aseguró Kiara.
—Quién sabe —contestó Trini—, ¿no te fijaste cuando se presentó? Es obvio
que ella le atrae.
—Sí, pero a Marina no le gustan los hombres más jóvenes que ella, y menos
con esa diferencia de edad.
—No se ve tanta diferencia, ella se mantiene muy bien.
—Eres el primer alemán que veo que baila como un latino, suelto y... —dijo
Marina.
—¿Y qué crees, que todos somos patones, o es que tienes experiencia con
otros alemanes? —dijo Simón.
—No, no es eso.
Marina se dejaba llevar por él. Sus manos rondaron su cuello y entrelazó con
sus dedos el cabello en su nuca. Él deslizó sus manos por sus brazos y su torso
suavemente, hasta llegar a sus caderas, sujetándola con ternura y fuerza. Una de
sus piernas estaba dentro de su entrepiernas, y al ritmo de la música la atraía
sensualmente por sus caderas hacia él, quien disfrutaban de cada movimiento
sensual de Marina, que movía su trasero volviéndolo loco.
—Simón, voy a descansar —dijo Marina—. Hemos bailado varias canciones.
Además, ya volvieron a poner canciones románticas. Creo que por hoy ha sido
demasiado.
—¿Estás cansada? —preguntó él.
—No, es que esta es para parejas y...
—Por favor, la última —le suplicó.
Ella titubeó. Se sentía llena de energía y un poco excitada por el baile y los
toques de las manos de Simón sobre su cuerpo.
—No, Simón, es mejor pararlo ahí —dijo ella.
—Por favor —le dijo mientras la sujetaba de la mano suavemente.
Marina accedió y Simón la atrajo hacia él. Pegando su cuerpo junto al de ella,
la sujetó con una mano por su cintura a la altura de sus nalgas, y colocó la otra
mano en el centro de su espalda, atrayéndola hacia su pecho. Apoyó su barbilla
suavemente cerca de la frente de ella, quien fue inclinando cada vez más su rosto
a su cuello. El perfume de Marina era seductor y sus cabellos lo excitaban.
Estaba nerviosa, y un poco confundida. ¿Qué le estaba ocurriendo?
—Gracias, Marina —le susurró al oído—. Eres la primera mujer que me hace
sentir tan feliz bailando.
—Tú también me has hecho sentir muy bien —le contestó ella.
El muchacho se había olvidado de todo a su alrededor, deseaba besarla, estaba
enloqueciendo. Lo que en un tiempo sintió por ella no era un capricho. Sabía que
se había enamorado de un amor no correspondido e imposible.
Marina sintió su respiración, estaba un poco mareada, pero no lo
suficientemente como para no darse cuenta de que ya eso no era un simple baile.
Él rozó sus labios contra su rostro, besándola cerca de la comisura de sus
labios. Ella se separó de él bruscamente.
—Simón, hasta aquí, creo que los dos estamos un poco pasados de tragos.
Marina, temblorosa, fue a donde se encontraban Trini y Kiara.
—Vaya, amiga, sí que disfrutaste de la música y, ¿por qué paraste, si esta
pieza no se ha acabado? —dijo Trini un poco sonsacadora.
—Estoy cansada. Creo que ha sido suficiente por hoy —dijo Marina.
—¿Ya quieres irte? —preguntó Kiara, que la conocía bien y sabía que algo
más había pasado.
—¿Sí, ustedes quieren?
—Ya es tarde, y la hemos pasado súper. Aprovechemos ahora que hay más
taxis libres.

Simón no ha pegado ojo en todo el resto de la noche. Recordaba cada
movimiento y roce de Marina contra su cuerpo. “Rayos, no pensé que bailar con
ella de esa manera me quitara el sueño. Nunca había disfrutado tanto. No creo
que el padre de Carl supiera de verdad quién era ella, o quizás sí, y por eso se
enamoró. Es que todavía no puedo creer en lo que ocurrió”. Simón sonreía de
felicidad cuando Sabrina lo interrumpió:
—Parece que te divertiste mucho anoche, hermano.
—Ni te lo imaginas, Sabrina. Fue un sueño hecho realidad.
—Cuidado, no quiero que caigas de nuevo en ese bache. Todo lo que comenzó
como una maldad terminó mal para ti, ten eso presente —le recordó su hermana.
—Lo sé, por favor no le cuentes a Carl.
—No lo haré. Recuerda que él te utilizó para separar a su padre de ella. Pero
no sabe que tú te enamoraste de verdad —agregó Sabrina.
—Es mejor así. Él es mi mejor amigo y ella no me dio nunca ni una sola pizca
de posibilidad. Pero ahora está libre y...
—Simón, lo sabes, ella no es para ti. Tú eres más joven. Estoy segura de que
cuando la conquistes, si es que lo logras, y satisfagas tus deseos o tus caprichos,
la vas a dejar como haces con las otras. Y ella va a quedar herida. Porque
nosotras las mujeres, a esa edad nos ilusionamos más.
—¿Qué sabes tú de eso, Sabrina? —le preguntó Simón.
—Es así. Te lo advierto, no cruces la raya entre una amistad y un capricho.
Conócela bien y si crees que es verdadero lo que sientes, entonces conquístala, si
no, ni hagas el intento para que ninguno sufra. Un consejo, hermano, lo digo por
mí también, cada vez que te sientes mal yo me deprimo.
—No te preocupes, no pasará. Hmm, ¡huele bien!, ¿le falta mucho a la
comida?
—Ya casi termino. Ve preparando la mesa y agrega un plato más, que Carl
viene.
—No le cuentes nada, dile que llegué justo detrás de ustedes —suplicó Simón
a su hermana.
—Estate tranquilo, yo vine hoy en la mañana, me quedé en su casa. Estamos
pensando en vivir juntos.
—¿Por qué no se quedan aquí? Esta casa es bien grande, sí buscamos un
arquitecto la podemos dividir y cada uno tener lo suyo. Nuestros padres lo
hubieran querido así.
—Tengo que conversarlo con Carl. Escucha, ya llegó.
Carl besó a Sabrina apasionado.
—Hmm. Oye que no hace unas horas que dejaron de verse —dijo Simón.
—¿Cómo te fue, Simón? Te separaste de nosotros y después te vimos en un
grupo bailando. Pero había tanta gente que decidimos irnos —le dijo Carl.
—Bailé unas piezas y me fui también. Los busqué, pero al no verlos supuse
que se habían ido.
—¿No te tropezaste con Marina y sus amigas?
—No, creo que también se habían ido. Vamos a comer, que esto huele
riquísimo y tiene una pinta —dijo Simón.
—Dicen que el amor entra por la cocina —dijo Carl jocosamente.
—Si solo fuera por la cocina —comentó Simón acordándose de su noche—.
Me pareció escuchar a Marina y a sus amigas, de que ella tenía una empresa o
algo así —se interesó Simón.
—¿Estás seguro que no la volviste a ver? —preguntó Carl.
—No, hombre, qué desconfianza la tuya. Eso fue antes de saludarla, las
escuché sin querer, y no quise interrumpir la conversación.
—No estoy desconfiando, es que no quiero que te mezcles con ella —pidió
Carl.
—Me lo dices como si ella fuera una mujer malvada. —Simón rio.
—Estás loco. Además, fue la mujer de mi papá.
—Disculpa, amigo, sin ofenderte. Ella ahora está sola y es libre de rehacer su
vida —dijo Simón.
—Sí, lo sé. Es que no quiero tener vínculo con ella y tú eres mi amigo, mi
cuñado contestó Carl, y agregó:
—Lo que te puedo contar es que, cuando mi padre murió, ella tenía en la
mente un proyecto. Creo que era algo así como una empresa para la extracción
de aceites esenciales de plantas y deshidratación de frutos. Parece que estaba
trabajando sobre eso y decidió llevarlo a cabo, y al parecer le está yendo muy
bien. Tiene una pequeña empresa, cerca de su casa.
—Qué bueno, tiene alma de empresaria, siguió adelante a pesar de todo —dijo
admirado Simón.
—Es otra mujer —respondió Carl.

Marina apenas había descansado. Estaba confundida y apenada, y se
reprochaba contantemente:
“Yo sabía, después me avergüenzo de las cosas que hago cuando me paso un
poquito de tragos, pensaba mientras ponía en orden las cosas, y vaya nada más y
nada menos que Simón. Estoy segura de que le fue con el cuento a Carl”.
El timbre de la puerta sonó, sacándola de los pensamientos.
—¿Quién será? —se preguntó.
—Kiara, tú aquí, ¿por qué traes esa cara?
—Vine a verte, como no contestabas mis llamadas, me preocupé.
—¿Qué? —Marina revisó su teléfono—. Lo siento lo tenía sin tono y, como
mis hijos están de vacaciones, si me llaman, lo hacen en la noche.
Kiara la miraba mientras se preparaba un café.
—Sírveme una taza a mí también. Estoy tan cansada y tengo tantas cosas que
hacer, que ni tiempo he tenido de prepararme nada.
—¿No has comido? —preguntó Kiara.
—No y tengo un hambre —le contestó Marina.
—Yo preparo algo para las dos, y así me cuentas cómo dormiste.
—Que graciosa, ¿no ves mis ojeras?
Kiara la miró y sonrió:
—No, Marina, a pesar de tus ojeras te vez radiante.
—Toma, prepara estos espaguetis a la boloñesa, que te quedan exquisitos y
son rápidos de hacer.
—Vamos, suéltalo ya. ¿Hubo algo más que el baile, amiga? —Indagó Kiara
—. Además, estuviste fenomenal, no sabía que bailabas tan bien; y ese
muchacho, vaya… es un loco. Wow... cada vez que me acuerdo y los veo.
Lucían tan complementados y sensuales bailando. Eso sí es disfrutar.
Kiara suspiró.
—Y ese suspiro, no me digas que te gustó, Simón.
—No, qué va, ese suspiro es por ti. Hacían la pareja perfecta. Si hubiese sido
yo, con la soledad que tengo, él estuviera aquí.
—Lo dudo, tú vives enamorada de tu gordito —le dijo Marina.
—Por eso me siento tan sola, mi gordito no ha dado señales, después de tantos
años juntos —dijo Kiara con tristeza.
—Estoy avergonzada —dijo Marina—. No tenía que haber bailado así. Estaba
un poco ebria. Por eso no tomo nunca, porque después no me acuerdo muy bien
de las cosas. Y tú mantente firme, que estoy segura que tu gordito aparece en
cualquier momento.
—Sí es por eso no te preocupes, que Trini y yo lo filmamos con el teléfono.
Ese día queda para la historia “la nueva Marina”. No todos los días se ve un
show como ese en primera fila.
Marina se acercó y le miró a los ojos.
—Dime, Kiara, además de bailar, ¿no hice nada más vergonzoso?
—Ah, pues no, solo bailar... sensualmente y muy pegaditos.
—Si tú lo dices desde fuera, ¡que avergonzada me siento! —dijo Marina.
—Ese hombre te deseaba, amiga. Estaba loco por ti, eras como su anillo al
dedo. Y cuando bailaste esa pieza romántica, eran uno. Pero no sé qué te pasó
que te separaste repentinamente, diciendo que estabas cansada.
—Ya se me había pasado el efecto del alcohol.
—A otro con ese cuento. Dime, Marina, ¿tú conocías a ese joven, que ocurrió,
él te gusta o te gustó? —preguntó Kiara.
—No quiero hablar de eso.
—Pues demoro los espaguetis, hasta que tengas más hambre.
—No por favor, tengo las tripas pegadas en el espinazo y el olor me está
matando.
—No sé qué te hubieras hecho si no hubiera venido.
—Sí, lo conocía, es amigo de Carl. Ahora te contaré cómo ocurrió todo:
Estaba acabada de llegar de Colombia y apenas hablaba alemán. Todo fue
muy difícil: el clima de aquí, yo que extrañaba a mi familia y mis amigos, la
comida, mi casa, todo, Kiara. Mis hijos también tenían que pasar por lo que yo
estaba pasando y eso aumentaba mi depresión y mi sufrimiento. Tenía miedo, la
adaptación a este nuevo mundo se me hizo angustiosa. Fue un cambio brutal en
mi vida y la de mis hijos. A esto se sumó el cambio de mi esposo; los primeros
meses pensé que estaba preocupado. Hasta que me di cuenta, por sus acciones,
que no era eso lo que le pasaba.
—¿Y por qué mentiste cuando lo viste? —indagó Kiara.
—No quiero tener nada que ver con nadie ni nada que se relacione con la
familia de mi difunto esposo.
—¿Qué te ocurrió, y ese cambio repentino?
—Trato de enfocarme en mi vida y olvidar algunas cosas que me traen malos
recuerdos.
—No entiendo nada, ahora sí que tienes que explicarme. Por lo que sé, tú
amabas a tu esposo o...
Marina miró a su amiga y respiró profundamente, luego hizo un gesto con la
boca, mordiéndose el labio, y se levantó el vestido mostrándole su muslo
izquierdo.
—¿Qué es eso? —Kiara se acercó para ver detalladamente su muslo.
—Un recuerdo.
—¿Son quemaduras o que, o un tatuaje que salió mal y te lo quisiste quitar?,
vaya, es como si te hubieras hecho unas quemaduras en forma de tatuaje.
—Es una linda forma de quemaduras de cigarro —dijo Marina con pesar.
—¿Que dices? ¡Esas son quemaduras de cigarro! ¿Pero por qué parecen
flores?
—Porque me las hacía Fabián, cada vez que sus celos lo enfurecían, me hacía
el sexo y después me quemaba la piel con el cigarro, dándole la forma que
quería, y cuando cicatrizaba, me lo volvía a hacer encima de la misma marca.
Así fue que me hizo las tres flores, aunque la última no está completa.
—Marina, ¿y cómo permitiste que te hiciera eso, o es que te gusta que te
maltraten?
—Recién llegué aquí empecé la escuela de idiomas, donde las conocí a
ustedes, que querían aprender a hablar español. Todo iba muy bien hasta que un
día Carlos, el muchacho del curso, me trajo hasta la casa. Ese día iba a visitar a
unos parientes de su esposa cerca de aquí y vine junto con él. Fabián lo devoró
con la mirada como si un odio repentino corriera por todo su ser, mas no dijo
nada, aunque yo noté que algo no andaba bien. Comimos normalmente y mis
hijos se fueron a dormir temprano. Y yo me di una ducha y me acosté también
temprano, y ya estaba casi dormida cuando sentí que me besaba con mucho
deseo. Yo lo amaba, Trini, de solo sentir sus manos enloquecía, pero esa noche,
todo cambió, me tapó con su mano la boca y me hizo el sexo como si yo fuera
una basura. Mi cuerpo se enfrió y solo sentía como me poseía como un animal,
hasta que terminó. Yo me quedé inmóvil, nunca me había tratado así.
Llevábamos casi tres años y siempre me había tratado con cariño y respeto. Al
ver que no disfruté del sexo como lo hacíamos, me golpeó mi abdomen bajo
como una bestia, me obligó a sentarme en la cama y prendió un cigarro y ahí
comenzó mi pesadilla.
—¿Pero no gritaste ni te defendiste? —preguntó la amiga.
—Me amenazó con que destruiría a mi familia, y me obligó a escoger en qué
parte me haría la quemadura. Las lágrimas me corrían de dolor, de furia. No
entendía qué ocurría, si estaba con un sicópata o qué, pero solo me hizo una
quemadura. Después me abrazó y me pidió perdón. Pero ni te imaginas cómo yo
me revolcaba en la cama, apenas podía respirar, del dolor que sentía.
—¿Y por qué tienes tantas?
—Comenzaron los ataques de celos cada vez más seguidos, y nada más que
terminé el curso, apenas me dejaba salir, siempre tenía que ser con él.
—¿Pero y tu hijos no se dieron cuenta; no buscaste ayuda?
—No quise involucrarlos, quería que estudiaran sin problemas, y él apenas me
dejaba sola, mientras yo no le provocara celos, no me hacía nada. No sabía cómo
orientarme en este país.
—Y su hijo, era un hombre ya, ¿no pudiste pedirle ayuda?
—Imposible, si algo ocurrió entre ellos, que a esta altura nunca he sabido, no
se llevaban bien. Su hijo también me trataba con celos.
—¿Y Simón en qué parte entra? —preguntó Kiara
—Él visitaba a veces a su amigo Carl y se encerraban en su habitación a jugar
con la playstation o a estudiar, no puedo decirte. Pero cuando empezaron los
problemas y los celos de Carl, él empezó a venir más seguido y comencé a notar
algo extraño.
—Seguro Carl quiso tenderte una trampa —aseguró Kiara.
—Siempre he tenido esa sospecha, creo que quería probar algo en mi contra
para romper mi relación con su padre o crear más problemas.
Cada vez que llegaba Simón y me veía al lado de mi esposo viendo la
televisión, se quedaba conversando un rato, tratando de llamar la atención. A
principio lo veía normal, pues ellos eran amigos desde niños. Un día yo me había
acabo de duchar y tenía mi cabello mojado, pero así mismo bajé a ver la serie
que veía junto a mi esposo todas las noches. Él estaba parado justo por donde yo
tenía que pasar, con tanto espacio que había, no se movió, y cuando pasé sentí
cómo aspiró mi olor profundamente, muy cerca de mí.
—¿Hizo eso?
—Sí, y por suerte mi esposo no se dio cuenta. Yo me sentí incomoda, ¿te
imaginas? Eso bastó para que cada noche se quedara en el salón. Ya no iba a la
habitación de Carl.
Una noche vino un grupo a ver un partido de futbol que estaban en las finales
y a Fabián le gustaba. Trajeron cervezas, chips, comida. Yo estaba aquí
organizando la cocina y recogiendo el lavaplatos; y estaba inclinada, no me di
cuenta. Cuando sentí que me observaban, y me volteé, y él estaba parado en la
puerta, no sé por qué me asusté y casi se me caen los platos, fue muy rápido
sujetándome las manos evitando un desastre, levanté mi vista quería darle las
gracias, porque no sé qué hubiera pasado esa noche si Fabián nos hubiera visto,
pero me sorprendió su mirada lo hizo de una forma que no te puedo explicar, no
fue maliciosa, ni intencionada, solo sé que el azul de sus ojos invadió mi ser.
Creo que notó que me puse nerviosa, y me pidió disculpas, luego bajó su mirada
avergonzado. Hasta que reaccionó, soltándome las manos y me pidió el abridor y
unos platos. Todo fue tan rápido que hicimos como que no pasó nada y di gracias
a Dios que no había nadie a nuestro alrededor todos estaban en el salón
concentrados en el partido.
Hubo más situaciones en que me hizo pensar que Simón actuaba como un
muchacho enamorado, pero es mejor dejar el pasado, ya sabes porque no quiero
recordar.
—Amiga, ahí solo hay dos cosas: Carl, celoso, quería separarte de su padre, y
estaba intentando tenderte una trampa o Simón estaba realmente interesado en ti.
Lo bueno fue que no caíste en su juego.
—Y por lo que me has contado, Simón nunca se sobrepasó contigo —dijo
Kiara.
—No, él era muy educado, alegre; todo lo contrario de Carl, que a veces era
grosero e irónico. Recuerdo una vez que vino y Carl se encontraba en su
habitación; mi esposo no estaba y, cuando abrí la puerta, era él. Me devoró con
la vista, trató de decirme algo en español que no entendí, pero Carl pensaba que
no había nadie en la casa y bajó a abrir la puerta. No se esperaba que yo
estuviera ahí y se quedó mirándome desconfiado, al tiempo que Simón cambió
su expresión.
Te imaginas cómo me sentía con un marido agresivo, controlador,
manipulador y celoso. Un hijastro tratándome de tender una trampa y yo
frustrada, dándoles ánimos a mis hijos. Y para colmo, un muchacho tratando de
conquistarme delante de mi esposo, a quien le tenía miedo. Era una locura Kiara.
—Quizás si él hubiera sabido que tú estabas ahí, Simón se hubiera atrevido —
dijo Kiara.
—Es posible o no, después de ese día nunca más volvió. ¿No te suena rara la
historia?
—¿Y si se enamoró de ti en verdad? Tremenda historia.
—Quién sabe. Quizás yo estaba paranoica viendo cosas. Pero sí te puedo decir
que cuando Carl se marchó, muchas cosas cambiaron. Fabián se tranquilizó un
poco, porque ya nadie visitaba la casa y, a pesar de todo, siempre trató bien a mis
hijos.
—Yo pensé que eras feliz con tu esposo y que lo amabas, pero tú tenías
muchas cosas oculta amiga —dijo Kiara.
—A principio sí, pero después todo cambió.
—No sé cómo pudiste aguantar tanto tiempo.
—No puedo responderte, solo sé que me dio por estudiar y enfocarme en un
proyecto que tenía desde que era estudiante de farmacia en mi país. Y tres meses
antes del accidente de Fabián, me levanté decida a salir adelante. Ya estaba
preparada y no iba a permitir que siguiera destruyéndome, ya no aguantaba más.
—Somos mujeres con cierta experiencia —dijo Kiara a Marina tomándola de
la mano—. Tú tenías que haber conversado con alguien, ni siquiera confiaste en
mí, que soy tu amiga. Ahora me doy cuenta, por eso tú hablabas siempre
entrecortada.
—La verdad no sé ni por qué te he contado esto.
—Quizás lo que viviste anoche te hizo recordar, y necesitabas sacar afuera
todo, estuviste muchos años bajo un verdugo. Todavía estás joven, Marina, llena
de energías, busca una pareja, sé feliz.
—Soy feliz ahora, amiga. He logrado sacar mi proyecto adelante, vivo
tranquila con mis hijos.
—Sí, pero el mayor dentro de poco se te va de la casa, y el más chico hará lo
mismo, y vas a estar sola —agregó Kiara.
—No lo he pensado, pero te diría que prefiero estar sola.
—No digas eso ni en broma —la regañó su amiga—. Uno necesita un
compañero, nunca pensé que Fabián fuera así, las apariencias engañan, pero
todos los hombres no son iguales.
—Es verdad. El padre de mis hijos fue muy buen hombre —dijo Marina.
—¿Quién sabe si el próximo está más cerca de lo que te imaginas? Mira, ya
está todo limpio y recogido, que solo vine a ver por qué no cogías el teléfono y
ya hasta hemos comido.
—Te lo agradezco, Kiara. He comido como en un restaurante, tienes una mano
excelente para la cocina.
—Déjate de bobadas, sí tú cocinas igual de rico —dijo Kiara desde la puerta
—. Casi se me olvida, el muchacho del que te hablé me llamó diciéndome que
ya había encontrado trabajo.
—Mañana llamo al periódico para poner el anuncio; necesito a alguien en ese
puesto, pues el negocio está creciendo y no puedo darme el lujo de perder
tiempo —dijo Marina un poco preocupada.
—Amiga, mañana te traigo el video —dijo Kiara al marcharse.
—Gracias, por todo —respondió Marina.

Ya es tarde, mira la hora que me ha cogido para llamar y poner el anuncio de
la oferta de trabajo en el periódico... pensaba Marina mientras revisaba la web y
buscaba los contactos. En eso tocan a la puerta.
—Hola, Marina —dijo Simón extendiendo su mano formalmente.
—¡Simón! —dijo nerviosa y asombrada, pues la había cogido por sorpresa.
Toda su vergüenza se le subió a su rostro, porque él estaba ahí.
—Discúlpame por venir sin tener cita previa. Es que acabo de encontrar el
lugar y no sabía bien de qué se trataba tu empresa.
Marina respiró profundamente y poco a poco fue liberando el aire, hasta
nivelar la tensión que le había provocado Simón.
—¿Para qué quieres una cita, Simón?
—No estaba seguro, Marina, pero pregunté a uno de los trabajadores y me
dijeron que necesitabas a alguien para comercializar tus productos, y para
transportarlos.
—Sí.
—Vine preparado y traje mis documentos.
Marina los revisó. Tenía un buen currículum vitae, incluso por encima del
nivel que buscaba.
—Simón —dijo Marina.
—¿Qué sucede, mis papeles tienen algún problema?
—No, todo está en orden. Quisiera que esto fuera profesional, no personal, no
sé si me entiendes, además estás sobre cualificado para este trabajo.
—Lo sé, pero necesito el trabajo —le dijo mientras se acercaba a ella, que
estaba parada cerca de la ventana con los documentos en la mano—. No te
preocupes, Marina. Lo que sucedió el sábado fue casual. Siempre te he
respetado, aunque no lo puedo negar, nunca imaginé bailar de esa manera con
alguien, y menos contigo, lo hacía solo en las clases de baile. Y la verdad fue
uno de los mejores momentos de mi vida.
—No hay problemas, Simón, puedes tener el puesto, pero hay un detalle más.
Por ahora estoy pagando el salario mínimo a los trabajadores, si la empresa sigue
progresando, los salarios mejorarán para todos —le aclaró Marina.
—¿Cuándo empiezo? —preguntó él.
—Mañana a las siete. Ven directo a mi oficina.
—Gracias.
—Por favor, sé puntual. Hasta mañana, Simón.
Marina cerró la puerta y se recostó detrás de ella, la duda la asaltó: “no sé si
hice bien. Ya no es un joven, espero que sea responsable”.

—Kiara, menos mal que viniste, tengo algo que contarte —le dijo Marina a su
amiga.
—No debe ser muy urgente, si no me hubieras avisado. Pero al parecer tus
ejercicios de yoga no surtieron efecto hoy.
—¿Sabes quién estuvo en la empresa?
—Si no me lo dices.
—¡Ni te lo imaginas!
—Hmm, ya sé, Simón.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Lo adiviné.
—No es posible.
—¿Recuerdas esa noche que llegó a nuestra mesa? —preguntó Kiara.
—Sí.
—Él esperó a que termináramos de hablar, al parecer no quería interrumpir, de
seguro escuchó lo que hablábamos.
—Fue por la plaza vacante.
—¿Ves, quién sabe si estaba buscando trabajo y no lo pensó dos veces?
—Es mucha casualidad, además su currículum es muy bueno —dijo dudosa
Marina.
—No veas fantasmas donde no hay. Ponlo a prueba, si no te conviene, se lo
dices y ya —aconsejó Kiara.
—Le dejé claro que el trato era estrictamente profesional.
—Desde que comenzaste tu proyecto, te has mantenido firme, no quiero que
titubees, Marina. Te ha costado mucho sacrificio salir adelante. Mira, te traje el
video en un CD para que lo guardes como recuerdo.
—No quiero ni verlo, por lo menos hasta que no se me pase la vergüenza.
—Pues ahí te lo dejo. Me voy amiga, tengo mucho que hacer. —Lo dejó caer
en su la cartera.
—Chao, Kiara —se despidió Marina.
Kiara tiene razón —pensó Marina mientras se quitaba la ropa para tomar un
baño—. ¿Por qué ver fantasmas donde no los hay? Quizás necesitaba el trabajo y
fue su oportunidad. Tiene un buen currículum vitae, aunque por ahora va a tener
que hacer varias cosas.
Había tenido un día estresado y agotador. Se levantaba a diario a las cuatro de
la mañana para documentarse y llevar a la práctica cada cosa que encontraba útil.
Pasó su mano por su muslo izquierdo y recordó a su difunto esposo Fabián.

Simón no pudo conciliar el sueño, cada vez que cerraba sus ojos, solo pensaba
que iba a estar cerca de Marina, sabía que aspirar a que ella lo amara era un
sueño inalcanzable. Pero por ahora no pretendía más que tener la amistad de ella.

Marina salía de su oficina, cuando vio a Simón, sonriendo cautivadoramente.
Volteó su rostro al sentir que lo llamaron.
—Simón —dijo una muchacha.
—¡Vianka! —exclamó él.
—¿Cómo estás, mi amor? —La joven lo besó cerca de sus labios.
A Marina esta situación la cogió por sorpresa, pues él le había dicho que venía
por la oferta de trabajo, pero no que conocía a Vianka.
Él respondió al beso repentino de la joven, pero sus ojos azules penetraron los
ojos café de Marina.
—Vianka. Después nos vemos. —Simón trató de reaccionar al inesperado
encuentro con Vianka.
—Buenos días, Simón. Ya veo que eres puntual.
—Buenos días, eso se dice de los alemanes. —Sonrió
—Puedes dejar tus cosas aquí en la oficina, y ven, que quiero mostrarte tu
trabajo. No sabías que conocías a Vianka.
—Sí, desde hace muchos años, somos amigos, pero no sabía que trabajaba
aquí.
—Ella está a prueba, ya he tenido dos percances con ella, pero he tratado de
darle otra oportunidad, es buena trabajadora.
—Es una buena mujer, a veces muy extrovertida —dijo Simón y añadió:
—Marina, si en el futuro no te gusta como hago mi trabajo, me lo dices.
Ella lo observó, aquel joven que conocía había quedado atrás, era todo un
hombre quien tenía delante. Apenas tuvo que sugerirle nada, pues él enseguida
tomó su trabajo con responsabilidad.
Marina abrió la cartera y sonrió al ver el CD, acordándose de las ocurrencias
de sus amigas, pero una llamada telefónica la distrajo dejándolo en el buró.

Habían pasado tres meses desde que Simón trabaja en la empresa y cada día
que pasaba se daba cuenta que los sentimientos hacia Marina eran verdaderos,
que la amaba, y nunca había dejado de hacerlo. Aunque en un tiempo tuvo una
relación con Vianka, y ella trataba por todos los medios de seducirlo, él no
pensaba en otra mujer, ni siquiera deseaba una aventura desde que volvió a estar
cerca de ella. Sabía que no tenía oportunidad con Marina, la relación entre ellos
solo era profesional, habían formado un buen equipo y la empresa cada día
avanzaba más. Simón manejaba el negocio de sus padres desde que fallecieron y
tenía mucha experiencia, ayudándola con ideas nuevas y apoyándola en todo.
El día del amor, casualmente era viernes, había hecho un ajuste en el horario
de los trabajadores, para que terminaran temprano. Los había escuchado
haciendo planes y deseaba pasar también un rato más con sus hijos que apenas ni
se veían entre el trabajo y sus estudios, además de tomarse un largo descanso que
lo estaba necesitando.
Simón entró a dejar unos papeles encima del buró de Marina cuando Vianka
lo siguió y cerró la puerta tras ella.
—Simón, mi amor, te he traído algo.
—¿Qué haces, Vianka? ¿Por qué sigues insistiendo en llamarme mi amor?
Tienes que parar con eso.
—Porque sé que todavía te atraigo. No me puedes decir que no te acuerdas de
los momentos románticos y las locuras que disfrutábamos.
Simón estaba parado sin inmutarse, mientras ella tenía rodeado su cuello con
sus brazos, parada en la punta de sus pies, acariciando su boca con la suya.
—Estás equivocada, lo nuestro se acabó y hace mucho tiempo. —Agarró sus
brazos y la separó de él con cuidado. La quería, pero no como ella a él.
—Vamos, mi amor, no te resistas, ¿desde cuándo no estás con una mujer?
Simón la miraba, ella era hermosa, pero no la amaba y deseos sí sentía, pero
solo por la mujer que ocupaba su mente, Marina López, nadie más.
—Mejor me voy —le dijo Simón—, estás obsesionada y no quiero herirte,
además estamos en nuestro centro de trabajo, no quiero problemas con Marina.
—Todavía no, si no has visto lo que te he traído.
Vianka buscó en su celular una música, al mismo tiempo que se desnudaba
lentamente, quedándose en una tentadora ropa interior roja. Mientras, bailaba
sensualmente, seduciéndolo.
Marina pensaba que todos se habían ido, y al escuchar la música, abrió la
puerta. Nunca se había imaginado encontrarse en una situación como esa y
menos en su propia empresa. Por unos segundos se sintió agraviada, pero logró
superar rápido ese sentimiento.
—Vianka —carraspeó Marina su garganta.
Simón miró a Marina abochornado. No se había movido de la posición,
parecía una estatua en medio de la oficina.
A Vianka no le interesó cubrirse con la ropa, no sentía pudor, ni respeto por
nadie.
—Creo que estás equivocada de sitio, Vianka. Esto no es un club nocturno, ni
tu casa; es mi empresa. Recoge tus cosas y vete a hacer tu estriptis a otro lado.
La joven retorció la boca, cogió su ropa y salió del local, pero antes se volteó,
quería hacerle saber a Marina que ella y él tenían una relación.
—Mi amor, después termino con mi regalo. —Le sopló un beso sensual—. De
seguro esta vieja es un palo seco que no sabe ni moverse, por eso está sola y
amargada.
Marina la ignoró y luego dijo:
—Simón, ¿por qué no te has ido?
—Solo vine a dejarte unos papeles y Vianka estaba aquí y...
Él la miraba, ella no tenía que hacerle ningún estriptis, de imaginarla podía
ver cada movimiento.
—¿Qué te ocurre? Te has quedado mudo.
—¿Qué vas a hacer hoy en la noche?
—Creo que no te incumbe. No creo que yo deba darte explicaciones de mi
vida privada. —Se puso nerviosa, no le gustó ese repentino interés—. Además,
no te demores que alguien te está esperando para acabar lo que empezó.
¿Estaba oyendo bien, serían celos, o estaba equivocado? Marina sentía algo
por él.
—Tienes razón, hay algo que debo empezar, pero no terminar —se lo dijo
mirando a sus ojos—. Nos vemos, Marina.
—Chao, Simón.
¿Que habrá querido decir Simón? —se preguntó Marina.

Sus hijos le habían comprado una torta y flores, y la habían invitado a comer a
un restaurante para compartir con sus novias. Pero ella deseaba quedarse en casa
y disfrutar de una buena copa de vino y unas velas en la bañera. Necesitaba
relajar su cuerpo.
—Mami, no tomes mucho vino, recuerdas que estás en la bañera —dijo Joan,
recostado detrás de la puerta del baño.
—Diviértanse y ustedes tampoco beban mucho, ah y cierren bien la puerta —
les dijo.
—Mami, no venimos hasta el domingo —le recordó Adrián.
—Chao, los quiero.

Se detuvieron en la gasolinera cerca de la casa y allí se encontraron a Simón,
que los reconoció enseguida, no se habían visto más.
—Hola, Simón —dijeron los dos.
—Ya están hechos unos hombres.
—Mamá dice que el tiempo pasa.
—¿Y ella dónde está?
—La invitamos a comer fuera, pero no quiso. Nos dijo que estás trabajando en
su empresa.
—Sí, empecé hace poco, es muy buena. Me gustaría pasar a saludarla, pero
seguro que debe estar acompañada.
Ellos se miraron.
—Sí te llegas, insiste en el timbre, está en la bañera, y puede que no te oiga.
—Que la pasen bien, y no tomen si conducen.
—Chao.
Él había comprado unos chocolates, flores y una botella de vino que estaban
en su coche. Iba para su casa, solo se había detenido a echar combustible cuando
los vio.

Era la tercera copa que ella llenaba, cerró sus ojos y recordó la noche que
bailó con Simón. Sentía sus manos en su cuerpo, sus movimientos. Abrió sus
ojos y miró sus pies, apoyados en el borde de la bañera. Creo que necesito una
pareja, aunque me lo niegue. Si Simón no fuera tan joven, hasta hiciera lo mismo
que Vianka para conquistarlo, pero... yo nunca haría eso, creo que un hombre es
el que tiene que conquistar a una mujer. Tengo que hacerle caso a Kiara y a Trini
y dedicarme un tiempo para mí.
Marina rozó sus manos por sus pechos y tomó sus pezones dentro de sus
dedos, masajeándolos y apretándolos suavemente, sentía una agradable
excitación, mientras mantenía unos de sus pezones erecto entre sus dedos,
deslizó su mano entre sus piernas buscando su clítoris. Estaba completamente
depilada y la sensación fue volviéndose más excitante. Sentía cómo su pequeña
perla se iba endureciendo bajo el rítmico movimiento de sus dedos, cuando el
placentero momento fue interrumpido por el sonido del timbre.
Vaya, no lo puedo creer. ¿Quién será? Y recostó su cabeza en la bañera, pues
sabía que sus hijos tenían llave.
—Al parecer fue idea mía, creo que el vino me está haciendo efecto muy
rápido. Estaba aún excitada, pero ya no deseaba seguir y agarró la toalla para
secarse, cuando sintió de nuevo el timbre, agarró otra toalla y envolvió sus
cabellos mojados y se puso una bata. Pero quien sea me va a romper el timbre,
¿les habrá pasado algo a mis hijos?
Marina se asomó al ojo de la puerta y vio a Simón.
—¿Pero que hace él aquí, habrá surgido algún imprevisto en la empresa? —se
preocupó.
—Espera un momento, Simón. —Marina se puso su braga detrás de la puerta.
—Marina, disculpa, vine sin avisar y… ¡tú estás toda mojada!
—¿Qué tú crees? Me sacaste de la bañera. ¿Ha habido algún problema en la
empresa?
—No, solo he venido a traerte algo. Simón estaba parado en la puerta
tartamudeando, su respiración se agitó al verla en la bata de baño, mojada.
—Simón, mira, me acabo de dar un baño caliente y afuera hay mucho frío, no
quiero enfermarme. Espérame unos minutos en el salón para cambiarme.
Entró, puso su bolsa en el suelo y agarró a Marina de la mano y cerró la puerta
suavemente.
—¿Qué te ocurre, Simón? —Marina temblaba.
—Por favor, al menos una vez déjame amarte, Marina.
—¿De qué me estás hablando?
—Lo sabes. —Simón la arrinconó contra la pared detrás de la puerta.
Ella trató de forcejear, pero Simón sostuvo sus manos por encima de su
cabeza, contra la pared.
—No, Simón, para, no sigas. Voy a gritar y alguien va a venir.
—Grita, Marina, voy a ahogar esos gritos en mi boca. —Besó a Marina, con
intensos deseos, dejándola casi sin respiración.
Ella mordisqueó unos de sus labios, no quería seguir, era un juego peligroso
para los dos.
—Basta, Simón, esto no conduce a nada, solo nos haríamos daño. Puedes salir
herido.
—Estoy herido desde la primera vez que te vi —le decía mientras besaba su
cuello delicadamente y sostenía sus manos todavía en la pared.
—Eso fue hace mucho tiempo, ahora eres un hombre maduro.
—Por eso sé qué es lo que quiero, y a quien quiero eres tú, Marina. No hay
otra mujer en mi vida. —Zafó la toalla que envolvía su cabello mojado y la
atrajo contra su cuerpo y la abrazó por unos instantes.
—Basta, te lo pido.
Hacía unos minutos estaba excitada, en realidad lo que deseaba era a un
hombre.
—Somos adultos y estamos solos. Déjame amarte, cariño —susurraba,
mientras la besaba. Zafó el nudo de la bata y deslizó sus manos por sus hombros
suavemente dejándola caer.
Marina estaba desnuda frente a él. Simón besó sus clavículas y bajó hasta sus
pequeños pechos, que cabían perfectamente en su boca. Rozando su lengua y
jugueteando con sus pezones. Pero ella seguía resistiéndose a ese deseo, mas no
lo podía ocultar sus pezones estaban demasiados erectos para que él no sintiera
su excitación. Aunque trataba de poner sus pensamientos en blanco y subió su
cabeza. Simón regresó en busca de sus labios e introdujo su lengua en su boca,
haciéndola sentir su fuerte deseo, mientras sostenía uno de sus pezones en sus
dedos masajeándolos, bajó su otra mano y la deslizó entre su braga, buscando su
clítoris endurecido.
—Eres mía, cariño, lo puedo sentir. Simón bajó a su pecho y chupó sus
pezones, mientras seguía acariciando su perla con su dedo, cuando sintió cómo
Marina contrajo sus músculos y colapsó de placer.
Marina se avergonzó; él apenas la había tocado y había tenido un orgasmo
muy rápido, de pie, justo detrás de la puerta.
Simón la sujetó y la abrazó. —Te amo—. Le dijo y besó sus labios. Marina
respondió, pero su cuerpo estaba muy excitado y seguía contrayéndose en
interminables espasmos.
Simón volvió a recorrer sus pezones endurecidos mordisqueándolos
suavemente, y besó su vientre, su ombligo, hasta llegar a su perla, recorriendo
con su lengua puntiaguda todo su ser. Sujetándola por las caderas, sintiendo en
su lengua las contracciones de su interminable éxtasis, cuando percibió cómo
Marina volvió a colapsar con otro orgasmo más fuerte en su boca. La estaba
haciendo suya, como siempre la había deseado.
Marina, recostada entre la pared y a su corpulento cuerpo, buscó sus labios y
lo besó, desabrochó sus camisa y mordió su pecho y su abdomen, zafó su cinto y
abrió sus pantalones que estaban a punto de estallar, mas Simón la agarró por sus
glúteos y la elevó, pegándola a la pared a la altura de su cintura. Sintió como la
poseía hasta volverla a enloquecer y quedar fundidos, cruzando sus piernas en
sus caderas, colapsando en otro orgasmo. Pero está vez dejó escapar lo que él
deseaba escuchar, sus gemidos de placer.
La sujetó con fuerza y caminó con ella abrazada hasta el sofá, recostándose en
él. Su deseo crecía por minutos. Marina lo podía sentir de nuevo tocando el
fondo de su vientre. Él apretaba con fuerza sus duras nalgas y, mordía unos de
sus pechos. La tenía acoplada hasta lo más profundo, cuando ella volvió a dejar
escapar de su boca, con más fuerza, los gemidos de su éxtasis, haciendo que él
también volviera a alcanzar su orgasmo, quedando abrazados.
Apenas podían mirarse a los ojos, estaban exhaustos, juntaron sus bocas y por
largo rato se dejaron caer en el sofá, abrazados.
—Cariño, te amo —susurró Simón quedándose dormido entre sus brazos.
Ella se dio la vuelta, relajó su cuerpo y se quedó dormida, satisfecha de tanto
placer.
A más de la media noche, Simón despertó. Todavía estaba abrazado a su
Marina, y estaba volviendo a sentir un poderoso deseo por aquella mujer. Rozó
sus labios por su cuello y orejas, acarició dulcemente sus pechos, su espalda y
deslizó su mano por toda su columna, mientras sentía como ella se erizaba con
su suave toque y buscó de nuevo su perla.
Marina sintió los dedos juguetones excitándola de nuevo, quiso voltearse, pero
él deseaba disfrutar de su trasero. Estaba lubricada casi a punto de estallar del
placer cuando sintió el poderoso músculo de Simón, atravesando su trasero,
provocando un placentero dolor y a la vez una inexplicable excitación, mientras
seguía retozando con su perla endurecida. Pasó su otra mano por debajo de ella y
agarró su pecho, presionándolo, mientras mordía suavemente su nuca y sus
hombros. El deleite que la hacía sentir era inexplicable, cada lugar de su cuerpo
que tocaba y mordía, la excitaban más y más; las olas de calor recorrían su ser,
apenas podía respirar, y sus músculos se convulsionaron haciéndola estallar en
un fuerte orgasmo. Ya no gemía, gritaba loca de placer, retorciéndose junto a él.
Simón quería volverla a sentir, pero no pudo seguir controlándose y la sujetó con
fuerza hasta sentir como se vaciaba dentro de ella con intenso deseo, hasta que
volvieron a quedar agotados y abrazados.
Marina despertó casi al amanecer. Se levantó con cautela, buscó su bata y se
preparó un café, mientras observaba a Simón que dormía desnudo en su sofá.
Es perfecto, huele bien, me ha hecho disfrutar de la mejor noche de mi vida.
Suspiró varias veces... podría enamorarme de él, es... seguía suspirando. Sentía
una extraña sensación de felicidad que no podía ocultar. Pero toda esa emoción
se bloqueó al instante, cuando recordó la diferencia de edad y el fantasma de
Fabián torturándola. No puedo estar con él, en unos años más yo soy una vieja
para él, ¿y si es igual o peor que Fabián?, no quiero tropezarme con otro hombre
así. Vio la bolsa en la puerta, pero no se atrevió a mirar dentro. Terminó su café
y fue a ducharse.
Simón la buscó porque ya no estaba a su lado. La escuchó en el baño. Cogió la
bolsa y puso encima de la mesa los chocolates y la botella de vino, dejó las
flores, no encontró una jarra para ponerlas, se habían marchitado.
Marina lucía fragante, fresca, su rostro reflejaba satisfacción. Simón estaba
emocionado, su cuerpo estaba relajado, había liberado sus deseos contenidos por
la mujer que amaba desde hacía tantos años.
—Cariño, estás hermosa. —La atrajo hacia él abrazándola con fuerza y la
besó en la frente—. No lo puedo ocultar, me has hecho sentir un hombre
deseado. Me has enloquecido, nunca pensé que una mujer pudiera tener tantos
orgasmos.
No dijo nada, pero ella también estaba sorprendida por cómo él la hizo sentir.
—¿Puedo darme una ducha?
—Claro.
—Esto lo traía ayer, pero no hubo tiempo de disfrutar del vino.
—Las flores están marchitas, necesitan agua.
—Cariño, después te compro otras.
Simón mientras se duchaba, recordaba a Marina contrayéndose, deseaba
hacerla de nuevo suya debajo del agua.
Ella no sabía qué hacer, pues no quería herir sus sentimientos. Debían hablar,
habían pasado una noche maravillosa, cargada de emociones. Pero hasta ahí, eso
no quería decir que tendrían una relación.
Preparaba un desayuno para los dos, mientras esperaba por él, cuando lo vio
fresco y juvenil, con una toalla envuelta a la cadera. Su corazón se paralizó y
pensó: “Creo que voy a morir en el intento de decírselo”.
—Cariño, ahora estoy tan limpiecito como tú. —La agarró por la cintura y la
sentó en una esquina de la mesa. Rozó sus labios y la besó con pasión.
Ella respondió, pues no podía resistirse a ese beso.
—Quiero hacerte el amor, Marina.
—Lo hemos hecho toda la noche —le dijo, recordando cada minuto y
sintiendo sus deseos presionándola a través de la toalla.
—No, cariño, hicimos el sexo. Quiero hacerte el amor, acariciarnos, besarnos,
deseo hacerte mía de nuevo, y deslizó su bata por los muslos hacia arriba,
acariciándolos, y notó algo en uno de ellos. Lo detalló y lo acarició
delicadamente, le pareció haber visto eso en otra persona.
Ella notó su curiosidad y se bajó la bata tratando de ocultarlo. No podía creer
lo que escuchaba. Él le estaba pidiendo demasiado, ella no le amaba, había sido
solo una noche. Lo apartó y se bajó de la mesa.
—¿Qué ocurre?
—Es que... no sabía que decirle, todo había sucedido tan rápido.
—Lo siento, te estoy pidiendo demasiado.
—No es eso, fue todo tan repentino.
—Te entiendo, es mi culpa, debí respetarte. Pero ayer en el trabajo, cuando
entraste, en el momento que Vianka estaba haciendo su baile, solo te vi a ti,
recordando el día que bailamos. Me di cuenta que nunca había dejado de amarte
y que iba a hacer todo lo posible para que tú también me amaras. Estaba
decidido a conquistarte, pero al llegar y verte así, recién bañada, me hiciste
regresar en el tiempo también a aquella vez en que acababas de salir del baño y
fuiste a ver el programa que siempre veías con el padre de Carl, y me pasaste por
el lado.
—No te moviste ni un centímetro para que yo pasara —agregó ella, ahora
sabía que no eran ideas suyas.
—¿Tú lo sabías? Pensé que nunca te habías dado cuenta.
—Eras tan obvio. Un muchacho jugando a ser un gallo, pero ya la gallina
tenía uno.
—Mírame, Marina. Ya no soy un muchacho, hace mucho tiempo que soy un
hombre. Los dos estamos solos, sé que no querías y me lo advertiste, que saldría
herido y así y todo quise correr el riesgo.
Ella lo miraba, le hablaba con seguridad.
—No me arrepiento, me has hecho feliz, has liberado un fuerte sentimiento
que tenía en mi interior, que has hecho que lo que sienta por ti se haya aclarado.
—Eso, Simón, logré satisfacer tu capricho.
Le tomó la mano y se la puso en su pecho, mirándole a sus ojos.
—No, cariño, mi mente, mi corazón se aclararon. Estuve enamorado, estoy
enamorado y estaré enamorado de ti. Eres la mujer que quiero para compartir mi
vida. —Besó su mano y la atrajo hacia él abrazándola. Podía sentirla frágil bajo
sus brazos.
—Pero yo no puedo aceptar lo que me pides. —Levantó su rostro—. Mírame,
soy cinco años mayor que tú.
—Nunca he visto la diferencia de la que hablas, para mí sigues siendo la
misma y mis sentimientos, después de lo de anoche, se han hecho más firmes.
—Lo siento. No estoy preparada para esto. Después de muchos años y en un
nuevo país, encontré mi ritmo de nuevo. Y me dije a mi misma que quería estar
sola, no iba a pasar de nuevo que alguien entrara a mi vida y me la destruyera.
Me ha costado mucho volver a ser la misma. —Marina sin darse cuenta le había
expresado uno de sus mayores temores.
—No te estoy entendiendo, yo no quiero cambiar tu vida, ni destruirte. Espera,
tú hablas del padre de Carl. ¿Qué te ocurrió, Marina? Yo pensé que eran felices,
que se amaban. ¿Él te maltrataba?
—No quiero hablar de eso.
—No, yo quiero saberlo, no puedo dejar que un error se interponga en
nuestros sentimientos.
—No es el momento, Simón, y no quiero verme involucrada en una relación.
No quiero sentirme atrapada. Además, eres joven, debes buscar una muchacha
con la cual puedas formar una familia, tener tus hijos.
—Yo tengo una hija. Ya tiene diez años y la amo con locura, es mi princesa.
Pero vive con su madre.
—No lo sabía, ¿por casualidad Vianka no es la madre?
—Entre Vianka y yo no hay nada... Bueno, ahora, pero cuando te conocí
éramos novios, pero un día todo se acabó.
—Pero tú le gustas y mucho.
—Lo sé, pero no la amo y ella es una buena chica, no quiero hacerle daño. Mi
hija fue de una relación que tuve, pero duró poco tiempo. Apenas la niña nació,
mi mujer no quiso seguir conmigo y después se casó con uno de mis mejores
amigos. Por lo menos sé que él la ama y cuida a mi hija.
—No quise ser indiscreta. —Acarició su rostro—. Vamos a desayunar.
La ayudó a recoger todo tras el desayuno. No dejaban de mirarse, se deseaban.
Más ella había levantado una barrera que él iba a respetar.
Antes de irse, se acercó y la besó en la mejilla.
—Nunca voy a olvidar lo de anoche, cariño —le dijo.
Marina apenas podía sostenerse, temblaba con el solo roce de su beso y de
recordarle lo mucho que disfrutaron. Cerró la puerta y se dejó caer en el sofá.
Trataba de poner en orden sus pensamientos, ni siquiera atinaba a hacer su
rutina. Debía pasar por su empresa y comprobar que todo estaba en orden. Por
mucho que intentaba concentrase, solo veía a Simón, su sonrisa, sus lindos ojos
azules, su dulzura, su sexo.
—Vaya, qué hice —se dijo—, creo que la que va a salir lastimada voy a ser
yo, nunca imaginé tener una relación íntima con él. Esto no podía haberme
pasado.
Miró hacía la mesa y vio las flores. Las cogió y les recortó las puntas de los
tallos y le echó una cucharada de sal en el agua. Dicen que esto funciona…
Volvió a suspirar.

Simón llegó a su casa. Tenía la sensación de que flotaba. Su cuerpo estaba
cargado de energías. Sabía que lo que había ocurrido entre Marina y él, no iba a
repetirse, sin embargo, la felicidad que sentía era inmensa, al menos por una vez
la había hecho suya y ella había disfrutado tanto como él.
“Mi amor, eres increíble, me volviste loco de placer, había soñado tanto con
ese momento que nunca imaginé que fueras tan ardiente” —pensaba, mientras se
tomaba un café parado cerca de la ventana, suspiró profundamente—. Mi
pantalón va a estallar.
—¡Ehhh! Hola, Simón —lo llamó Sabrina, pero él estaba abstraído. Ni
siquiera la había sentido llegar. No me gusta esa cara, irradia felicidad. Espero
que el motivo no sea Marina—. ¡Hermano!
—Sabrina, no te sentí. —Trató de disimular ocultándose detrás de la mesa.
—Algo te ocurrió, tienes tanta alegría, que la puedo sentir. Estoy esperando a
que me cuentes.
La miró, no sabía si contárselo, porque cuando lo supiera se iba a enojar.
—Ayer tuve la noche más... la mejor noche de mi vida.
—Vaya qué noticia, ya era hora que encontraras pareja —le dijo su hermana.
—No, Sabrina. Fue una noche, pero la había deseado tanto que nunca pensé
que algo imposible se hiciera realidad.
—¿De qué me hablas? Por casualidad es de Marina. —Rápidamente su rostro
cambió.
—No quiero que te disgustes y por favor, no se lo digas a Carl.
—Yo lo sabía; desde que la volviste a ver has buscado la oportunidad para
acercártele. Trabajas con ella, ¿y qué le habrás hecho que te la llevaste a la
cama? ¿No te das cuenta hermano?, ella es mayor que tú. Si fuera al revés, no se
echaría a ver mucho, pero en unos años ella es una vieja y tú vas a estar
buscando jovencitas.
—No hables así, Sabrina. Nunca he visto esa diferencia de la que hablas. Es
una mujer como otra cualquiera; desde que la conocí, me enamoré, si eso es
verdad. Tú sabes bien que ella estaba casada con el padre de Carl, pero ahora
está sola.
—Hermano.
Ella no quiso decirle esas cosas, su único miedo era que él no fuera
correspondido y que se deprimiera con lo ocurrido otra vez.
—Lo siento, es que te quiero mucho y no me gustaría verte sufrir de nuevo
por esa mujer.
—Lo sé, pero ya no soy el mismo. Todo fue espontáneo. Ayer quise invitarla a
cenar y cuando llegué a su casa y la vi acabada de salir de la bañera, renació todo
ese sentimiento que tenía guardado; sentí un fuego que recorrió mi cuerpo y no
pude controlarlo. La agarré entre mis brazos y la hice mía.
—¿Ella no opuso resistencia?
—Sí, pero me di cuenta de que ambos nos deseábamos. Es una mujer
increíble... suspiró.
Ella, asustada se tapó la boca con sus manos.
—Tranquila, Sabrina. No va a volver a ocurrir. Lo hablamos y todo quedó
claro. Fue solo una necesidad que sentimos los dos.
—Está bien, que te crea otro. Está sola y tú no vas a parar hasta conquistarla
otra vez.
—No, te juro que no. Aunque la ame, la voy a respetar. Si no quiere nada
conmigo, está bien, la entiendo, si ella ve esa diferencia de edad de la que tú
también hablas. Pero no lo puedo negar, hermana, esa es la mujer que me rompe
el corazón.
—Bien, vamos a ver cómo te las arreglas. Porque si hubo tantos deseos y fue
tan bueno, va a ser muy difícil que vuelva a haber distancias entre ustedes.
—Por tal de mantenerme cerca, haré lo que sea.
—Cambiando el tema, ya fuiste a ver a la niña. Ayer estuvo todo el día
localizándote y no pudo. ¿Dónde está tu celular?
—¿Le ocurrió algo?
—No, te llamó para decirte que iba para casa de sus abuelos, que fueras a
buscarla mañana. Te mandó un beso muy grande. —Sabrina se acercó y le dio un
beso como siempre lo hace su hija.
—Gracias, hermana.
—Me voy, que Carl y yo, quedamos en ir a ver una casa con terreno, un poco
alejada. Tal vez nos mudemos al campo.
—Están locos.
—Otra cosa, no le digas que eres millonario, hermano, conócela primero.
—Ella no es una mujer aprovechada, lo sé, es una emprendedora.
—No importa, a veces las apariencias engañan, hasta que no estés seguro, no
se lo comentes.

Marina buscó un alegre vestido, se puso unas medias abrigadas y unos botines
altos. Era sábado, al menos una vez al día debía supervisar los equipos que
mantenían las condiciones de sus productos.
—¿Es idea mía o escuché que alguien entró? —Se asomó y vio la puerta
cerrada—. Yo juraría que alguien entró—, y agarró un bate que sus hijos habían
dejado por ahí.
Entonces le habló al bate mientras revisaba los otros departamentos:
—Panchito, estamos tú y yo solos, no me defraudes.
Sintió de nuevo un ruido que salía del almacén.
—No te muevas, porque no la vas a pasar bien. Te vas a quedar quieto, ya
llamé a la policía.
Simón estaba de espalda, agachado, revisando entre las cajas, cuando escuchó
la voz de Marina.
—Marina, soy yo —le dijo.
Él se incorporó rápido.
—¿Qué haces aquí, Simón?
—Dios, baja ese bate —rio—. No te voy a hacer nada.
—¿Qué haces aquí? —Marina estaba asustada, pero al ver que era él se
tranquilizó.
—Me has sacado tremendo susto. Ayer creo que se me cayó el teléfono por
aquí y vine a buscarlo. Pensé que iba a haber alguien trabajando, pero no me
imaginé que tú estuvieses aquí. Sé que debía haberte llamado y pedir tu
autorización.
—Sí, debías haberlo hecho. Tú teléfono está en mi buró.
—¿En tu buró?
—Vine a revisar los equipos y sin querer lo patee y al encender la luz vi lo que
era. Pero no estés nervioso, no lo revisé, lo guardé en la gaveta. Iba a preguntar
el lunes a todos de quién era.
—Puedes revisarlo, cariño, no hay nada que ocultar.
—No lo vuelvas a hacer.
Entraron a la oficina y Marina abrió la gaveta para sacar el teléfono. Simón
sentía que su corazón le iba a saltar del pecho.
Pocas veces la había visto en vestido, pues usaba siempre pantalones. Su
trasero estaba moldeado por la suave tela del vestido. Se acercó y la abrazó.
Marina estaba otra vez sujeta por aquellos fuertes brazos que la hacían temblar.
La volteó de frente a él y la subió encima del buró.
—No, por favor. Habíamos quedado en que no volvería a pasar.
Simón la empezó a besar dulcemente, apenas tocaba con sus labios su piel,
rozaba su boca, su rostro, su cuello, su perfume seductor lo enloquecía mezclado
con sus cabellos, que acariciaba revolcándolos en su cara.
La respiración de Marina comenzó a ser entrecortada, cada célula de su piel
estaba excitándose con el roce de su boca.
Simón la atrajo hacia él, sujetándola fuerte por sus nalgas. Ella abrió sus
piernas ciñéndosele a sus caderas, podía sentir su vigoroso deseo debajo de sus
pantalones, que la frotaban suave y rítmicamente. Mordisqueó sus hombros,
haciéndola sentir más excitada. Quería sentirlo dentro de ella, bajó sus manos
para desabrochar su pantalón, pero él tomó una de sus manos y la besó.
—No, cariño, déjame amarte primero.
Ella se apretó más contra él, sintiendo sus movimientos. Él se apoderó de su
boca con fuerza, sabía que ella lo deseaba tanto como él.
Marina pegó su cabeza contra el pecho de Simón y desabotonó su camisa,
mordiendo su fornido pecho. Lo había enloquecido y apretó con más deseo sus
nalgas. Ella levantó su cabeza para mirarle los ojos, los dos gemían. Sus
músculos se estaban contrayendo, rozó su cuello y lo mordió suavemente, buscó
su boca, acarició con su lengua todo su interior. Estaba poseída de nuevo por el
placer, cuando sintió que su perla estalló en un devastador orgasmo y su vientre
colapsó en un fuego que se esparció por toda su columna. Él también había
colmado sus deseos, quedándose abrazados por largo rato sin decir palabras,
hasta que sus cuerpos se relajaron.
Marina respiró profundamente. Tenía su cabeza apoyada en el pecho de Simón
y él acariciaba sus cabellos.
—Simón.
—No digas nada. Me prometí que no volvería a pasar.
—Yo también tengo la culpa. No puedo sentir tus labios ni tus manos en mi
cuerpo. Esto tenemos que pararlo.
—Yo no quiero pararlo, sé que no me amas, pero de esto puede nacer un lindo
amor. —La besó—. Vamos a comer a un restaurante, quiero que te sientas
cómoda conmigo.
—No, Simón. Necesito tiempo, esto está sucediendo muy deprisa, además hoy
había planeado reunirme con Kiara, tiene algo importante que contarme, no
puedo dejarla plantada.
—No te preocupes, cariño. Te entiendo, voy a tratar de contenerme cuando te
vea. Simón sonrió con picardía.
—Vamos, déjame llevarte a tu casa, no quiero dejarte sola aquí.
—Es cerca y no es la primera vez que estoy sola.
—¿No quieres que te lleve, hay frío? —Insistió de nuevo.
—No, necesito respirar. Además solo son unas cuadras.
Simón le dio un beso suave y tierno.
—Cierra la puerta, todavía me quedo un rato más.
Marina se dejó caer en la silla de su buró. Pasó sus manos por su cuello, sus
muslos, su vientre que todavía sentía las olas de placer.
—Él me hace sentir viva y deseada, es tan sensual —se dijo.

—Kiara, llegaste temprano.
—No podía esperar, tengo algo que contarte y no quería hacerlo por teléfono.
Pero vaya qué sorpresa. ¿De dónde vienes? —Ella había reparado en la forma en
la que vestía su amiga.
—Fui a la empresa y después iba a la ciudad, pero me llamaste y ya me quedé
así.
—No amiga, a otro con ese cuento. Esa cara no es por mí, así que empiezas tú.
—De verdad no hay nada que contar.
—¿Segura?
—Sí, dale, suéltalo ya, me tienes intrigada.
—No adivinas.
—¿Qué te ocurre?
—Mírame, ¿no notas nada extraño? —Kiara daba vueltas despacio.
—¿Estás modelando o qué?
—Fíjate bien.
—Estás igual que siempre, quizás con un poco de más barriga. Pero tú a veces
te pones así cuando comes mucho. ¿Podrás dejarte de intrigas?, me tienes
curiosa.
—Estoy embarazada.
—¡Embarazada! ¿Estás segura, ya fuiste al médico?
—Sí, sucedió, Marina, sucedió. He rezado tantas veces, que Dios nos escuchó.
¿Te acuerdas que mi gordito y yo estuvimos disgustados? Ya tengo cuarenta,
amiga. Y él me dijo que no insistiéramos más, porque para mí es riesgoso y los
años iban pasando. Llevamos quince años juntos y nos habíamos hecho tantos
exámenes, y en todos siempre salía que ninguno de los dos teníamos problemas,
y queríamos que fuera concebido de manera natural, pero nada nunca salía
embarazada.
—Mi abuela decía que habían parejas que no daban hijos y cuando se
separaban y hacían vidas con otras parejas enseguida tenían hijos. ¿Cuánto
tiempo tienes?
—Casi cuatro meses.
—¡Cuatro meses! ¿Pero tú no lo habías notado?
—No, como mi período últimamente estaba inestable, no me di cuenta y
además me siento perfecta, excepto esta semana que me dio un mareo y mi
gordito me obligó a ir al médico, y fue cuando nos enteramos de la sorpresa.
Supongo que fue en la reconciliación. Sonrió ella.
—Estoy muy contenta por ti, amiga, los hijos son un regalo de Dios. Ahora no
puedes estar haciendo locuras, tienes que cuidarte y ten presente que voy a ser la
madrina de la niña.
—¿Y si es niño?
—También, ven acá. —Abrazó a Kiara.
—Hmm, ese olor no es el tuyo. Hueles a perfume de hombre. Ahora te toca a
ti contarme.
—No puedo.
—Habla. —Kiara se hizo la enojada.
—Está bien, está bien, no te enojes. Además, dicen que cuando le niegas algo
a una embarazada, te salen siete orzuelos en los ojos.
—¿De dónde sacaste eso?
—También lo decía mi abuela.
Marina hizo una pausa y Kiara la empujó con el codo.
—Ayer, Simón, estuvo aquí.
—¿Quéee, aquí? Entonces esas bellas rosas las trajo él.
El remedio funcionó, pensó Marina al observar las flores.
—Las flores estaban...
—Oye, no me cambies de tema.
—Estaba en la bañera y me había tomado una copitas de vino. Mis hijos se
habían ido a pasar el catorce y el fin de semana con sus parejas, y me quería
relajar. Cuando escuché el timbre sonar y tuve que salir medio mojada, pues
pensé que había ocurrido algo, y casi muero al abrir la puerta.
Kiara sonrió.
—Estaba toda mojada, en bata, y apenas había alcanzado a ponerme mis
bragas.
—¿Qué sucedió?
—Ahí mismo, amiga, justo detrás de la puerta, me hizo la mujer más feliz. No
tengo palabras para contarte, fue todo tan espontáneo, suspiró. Hicimos tantas
veces el sexo, que caímos agotados.
Fue sin planificarlo. Cuando me besó quedé prendida de sus besos. Sus manos
enloquecieron mi cuerpo, me hizo sentir una mujer deseada.
—Lo sabía, eso tenía que ocurrir. Esa forma de bailar, era perfecta.
Sincronizaban tan bien. Después buscó trabajo para estar cerca de ti y apareció
justo ayer en el día del amor, con esas flores. Hasta yo hubiera caído rendida. Te
habías demorado mucho.
—Es bello, lo vi desnudo, fuerte y bien dotado, suspiró. Pero no es para mí.
Lo que pasó, pasó y no se va a volver a repetir.
—¿Qué dices? ¿Te dijo que eso fue para quitarse las ganas y ya, o fuiste tú
quien se lo dijo? Estoy segura que le dijiste cualquier barbaridad para
ahuyentarlo.
—No, puedo Kiara. Tengo cuarenta y dos. Le llevo como cinco años y ya
estoy hecha una vieja. Él dentro de poco va a empezar a buscar a jovencitas,
además no quiero ni pensar en convivir con un hombre, ¿y sí después cambia?
—¡Y qué!, vive el momento. Bastante has pasado en tu vida. Y si le gustas, no
espere que otra te lo quite y sácate al fantasma de Fabián, todos los hombres no
son iguales. Se le ve amiga, por encima de la ropa, él es diferente.
—Tengo que pensarlo, no es tan fácil.
—Tus hijos son unos hombres. Disfruta, sale, diviértete, no todo es trabajo.
Dime una cosa, no quiero ser indiscreta, ¿lo hiciste sin protegerte?
—Sí, y no he querido ni pensar en eso, capaz que tenga una enfermedad y me
contagie.
—¡Estás loca!, de seguro tiene mujeres atrás y los hombres a veces ni se
protegen, ¿y si sales embarazada?
—No, eso no es posible, me ligué cuando el menor nació.
—Si vuelves a estar con él, protégete, amiga, las enfermedades no tienen
rostro.
—Lo sé, hace un rato me invitó a cenar y le dije que había quedado contigo.
—Ya veo, por eso hueles a perfume de hombre, ¡seguro que el revolcón fue
anoche nada más!
—No lo voy a negar, accidentalmente nos encontramos en la oficina y volvió
a ocurrir. Pero este viaje fue diferente... con el solo roce de sus besos y sus
manos, enloquecí y me hiso suya de nuevo, él estaba igual de excitado que yo.
—Marina, no juegues con sus sentimientos. Ese hombre está enamorado. Te
ama, amiga.
—Ya que estamos arregladas, vamos a cenar, hay que celebrar lo de tu
embarazo. Estoy muy contenta por ti, me encantan los bebés.

Ha pasado un mes desde aquella noche de amor. Ambos solo hablaban lo
necesario. Simón ha tratado de mantenerse alejado de ella. Marina apenas
levantaba la vista para mirarle a los ojos, sentía que se quemaba con su mirada
azul intensa. Él buscaba la forma de terminar los encargos y regresar antes de
que se fuera, solo para verla.
—Simón, aquí tienes. Este es el último pedido —dijo uno de los empleados,
un poco grosero.
—John, trata las cajas con más cuidado. Si se rompen, son pérdidas para la
empresa.
—No cojas lucha. La jefa se las arreglará.
En ese momento entraba Kiara, que saludó a Simón y escuchó parte de la
conversación.
—Te dije que tengas más cuidado, hombre. ¿Es que no entiendes? —Simón se
estaba irritando, no solo por el mal trabajo de su compañero, sino porque ya no
era la primera vez, últimamente lo estaba provocando y él trataba de sobrellevar
las cosas, evitando que Marina se enterara.
—¿A ti que te pasa, te va a dar por defender a la jefa?
—Háblame con respeto, John, y deja a Marina fuera.
—¿Tú te crees que nadie se ha dado cuenta?, se te cae la baba cuando pasa, no
digo yo, con esas nalgas.
—Por última vez, respétala.
—No te hagas, a cualquiera se le van los ojos. Sí le cojo ese trasero, se lo voy
a...
Simón le lanzó un puño cerrado por la mandíbula que lo derribó, cayendo
aturdido al suelo.
—Deberías darte vergüenza hablar así de una mujer, eres un hombre.
—No te hagas, si tanto la defiendes es que de seguro ya te la cogiste.
Kiara entró a la oficina de Marina, sin avisar, asustada.
—Marina, creo que vas a tener que poner orden afuera. Simón y otro
empleado tuyo...
Salió sin terminar de escucharla. No sabía qué estaba ocurriendo, mas era la
imagen de su empresa. Cuando se topó con el espectáculo. Simón tenía agarrado
a John, levantándolo en peso contra la camioneta.
—Nunca más vuelvas a hablar de ella ni de ninguna otra mujer frente a mí,
como si ellas fueran un trapo de cocina, o una basura. Eres un desgraciado. —Lo
lanzó de nuevo al piso—. Recuerda que tú saliste de una mujer.
—Ni tú ni nadie me va a impedir que hable como me dé la gana de las
mujeres, son todas unas iguales y esa es otra más.
Otro trabajador y Marina se metieron en el medio, tratando de que no
siguieran golpeándose.
—Basta.
—Mírala como te defiende. Vamos, si todo está clarísimo, ya te la cogiste.
—Me parece que he sido tolerante contigo, John. Esto se acabó, están en
frente de la empresa, los quiero a los dos en mi oficina ahora.
Marina estaba alterada. Había sobrellevado la situación con John, pero este
estaba descontrolado.
—¿Qué te ocurre, John? Estás despechado, porque no me has interesado como
hombre. Tienes que aceptar cuando una mujer te dice que no quiere nada
contigo.
Kiara no iba a dejar sola a su amiga. El ambiente estaba tenso.
—No quiero saber qué fue lo que ocurrió entre ustedes. Y no puedo permitir
que esto vuelva a ocurrir.
—John, he tenido varios problemas contigo y muchas quejas de los
trabajadores, tu trabajo no es bueno. He tratado de ser flexible contigo, pero
hasta aquí. Si no puedes trabajar en un lugar donde no respetes a tu jefe, ni a tus
compañeros, estás despedido. Pero antes de irte, quiero un inventario completo
del almacén.
—No sé quién te crees que eres, yo solo estaba aquí para llevarte a la cama y
hacerte saber que en este mundo los hombres son los que mandan... —agredió
grosero y de forma repugnante a Marina.
—Déjalo, Simón. No gastes más energía con este tipo de personas.
—Míralo, el perro en su defensa.
—Vete, John, antes de que tome otra clase de medidas.
Ella miró a Simón. El azul intenso de sus ojos se le clavó en el corazón.
Kiara salió y cerró suavemente la puerta.
No lo podían evitar, Marina y Simón se atraían. Ella buscó el botiquín para
limpiarle y curarle las heridas, su boca sangraba.
—Gracias —le dijo mientras le desinfectaba la herida.
Sujetó su mano. —Cariño, mientras esté cerca, no voy a permitir que nadie te
haga daño, te voy a cuidar.
—Yo sé lo que debo hacer. No puedes prenderte a golpes con otra persona.
Eres un hombre.
—Hay cosas que los hombres tenemos que resolver así.
—De todas maneras, trata que no vuelva a ocurrir, si es en mi empresa,
déjame resolverlo a mí, por favor.
—Cariño, no podía dejar que te ofendiera.
—Basta, Simón. Por favor ya no me digas más cariño. No puedo, ya lo
hablamos.
—Como quieras, Marina. No sabía que te molestaba.
—No me molesta, es que tienes que darte cuenta de que estás alimentando
algo que no hay. Te vas a hacer daño y no quiero ser la culpable.
—Te dije que era un hombre y asumía mis actos. Yo no puedo obligarte a que
sientas lo mismo por mí, pero yo decido de quién me enamoro. Si esa persona no
me quiere, pues ese es mi problema. —Simón se levantó y la miró sonriente.
—Por favor, aléjate.
—Creo que tú eres la que tienes miedo. No quieres ver que tú sientes algo por
mí y te niegas a reconocerlo.
—No, te equivocas. Sí puedo diferenciar entre deseo y amor. Y eso es lo que
no quiero que tú pienses. Deseos sí me provocas y mucho, lo sabes... pero nunca
podré amarte.
La agarró con fuerza y la atrajo contra su pecho. Rozó su rostro y su boca,
mas no la besó.
—Haré lo posible por no molestarte, pero no voy a dejar de cuidarte, Marina.

Habían pasado tres meses desde aquel día de pasión. Marina se sentía agotada,
apenas descansaba; la empresa estaba creciendo y su esfuerzo aún más. Sus hijos
estaban preocupados. No se alimentaba bien, apenas dormía. Se veía
desmejorada.
—Kiara, convence a mi madre para que vaya a un médico, mi hermano y yo
ya no tenemos manera de pedírselo. Fíjate, está muy demacrada.
—Sí, yo también lo he notado. No se preocupen muchachos, yo la convenzo.
—Marina —le dijo Kiara.
—Kiara, no sabía que estabas aquí. Tuve que recostarme un rato, estaba
cansada.
—Pues anímate, vine a buscarte para que me acompañes a la consulta.
—Lo siento, amiga... no había terminado de hablar y se tapó la boca y fue
corriendo para el inodoro a vomitar.
—¿Estás enferma?
—Creo que algo me cayó mal. Hace días que me siento indispuesta. Debe ser
que tengo mucha tensión.
—¡No estarás embarazada!
—Claro que no, ya te lo conté. Eso fue algo que comí.
—Qué extraño, si tú eres muy selectiva. Entonces vamos al médico para que
te examine.
—Estaré bien, con un par de tazas de té se me quita. Cielos, hasta la cabeza
me da vueltas. Hoy no he podido ni llegarme a la empresa.
—Estás mal, nunca te había visto así.
—No podré acompañarte, será otro día.
—Me quedó contigo un rato hasta que te sientas mejor.

Simón estaba preocupado, en todo el día no se había tropezado con Marina.
Aunque solo se reunían para asuntos de trabajo, había notado que algo le ocurría,
se veía agotada y hasta la notaba más delgada.
—¿Quién será? No me siento con ganas para recibir visitas.
—Hola, Simón.
—Disculpa que haya venido. Hoy no te vi en la empresa y necesitaba verte.
Tenemos nuevos clientes.
—Dios, eso es bueno. Pero no tengo ánimos para hablar de la empresa.
—¿Estás enferma? ¿Quieres que te lleve a un médico?
—No, solo estoy cansada y algo indispuesta, ya se me pasará.
—¿Y tus hijos?
—Están trabajando.
—Tienes que comer algo.
—No tengo deseos ni de comer ni de preparar nada.
—Quédate tranquila. Voy al mercado que está cerca y busco algo que
cocinarte para que te alimentes.
—Gracias, Simón, eres muy gentil. Pero no te molestes, el refrigerador está
lleno de cosas y en el armario también hay cosas. Es que no quiero comer nada,
no tengo apetito.
—Entonces voy a ver qué tienes y te cocino algo, verás que te reanimas y ni
me digas que no, tienes que reponerte, hay muchos planes.
Ella sonrió. Simón cogió un delantal y revisó todo. Comenzó a preparar un
caldo de pollo, mientras pelaba unas frutas y le hacía un té.
—Vamos, ve comiendo algo, debes alimentarte.
—No sabía que tú cocinabas.
—Hago de todo, mi hermana y yo nos la tuvimos que arreglar cuando nuestros
padres fallecieron.
—Lo siento, no lo sabía. Tampoco que tenías una hermana.
—Es mi gemela, aunque no nos parecemos.
—Vaya.
—Por cierto la próxima semana es nuestro cumpleaños. Vamos a celebrar algo
entre amigos y me gustaría que vinieses.
—Gracias, aunque quisiera, no puedo ir, tú lo sabes.
Marina, se había animado. Él la había hecho olvidarse de lo mal que se sentía.
Hasta había comido.
—La comida te quedó rica, Simón. No sé cómo agradecerte.
Él la miró, cocinaría para ti la vida entera, más para qué se lo iba a decir.
—Solo quiero que te mejores. Vamos, siéntate en el sofá y pon algo en la
televisión mientras yo recojo la cocina, no quiero dejarte reguero.
Marina se recostó en el mueble y se quedó dormida. Simón la levantó en sus
brazos y la llevó a la cama, tapándola con un cobertor. Acarició sus cabellos y
sus labios, la besó dulcemente en su mejilla. Te amo, Marina. Esperó un rato y se
fue, ella seguía profundamente dormida.

—Vaya, sí que me asentó la sopa. Hoy me siento llena de energías —se dijo
Marina al llegar a la empresa.
—Llegaste temprano, se te ve mejor semblante —la saludó Simón.
—Sí, gracias a ti, esa sopa levanta hasta un muerto. ¿Y que tú haces aquí tan
temprano?
—¿Recuerdas que ayer fui a verte?, tenemos nuevos clientes, pero eso
depende de tu decisión. Quieren hacer un contrato.
—Vamos a hablar en la oficina.
Él la observaba, lucía hermosa a pesar de haber estado enferma.
—Por favor, no me mires así —le dijo ella.
—Es que te veo diferente desde hace días.
—Quizás un poco de maquillaje para tapar las ojeras. —Ella sonrió.
Simón prácticamente se había convertido en su brazo derecho en la empresa,
que cada mes prosperaba más, por lo que pronto tendrían que aumentar el local
del negocio.
—Eso significa que debemos doblar la producción. Y por lo visto, es una
propuesta que no debemos rechazar, pero no estoy en condiciones de ampliar el
local.
—¿Por qué no? Tienes espacio y con ese sistema de paneles solares, lo único
que necesitas es mejorar las condiciones de ese espacio vacío, y quizás agregar
un par de paneles más.
—El sistema de paneles lo instalaron mis hijos, pero para acondicionar el
local necesito mano de obra, y es mucho gasto, además de los materiales
necesarios para aumentar la producción.
—Yo creo que se puede, entre tus hijos, tú y yo, pudiéramos reducir los
costos.
—Simón, ¿por qué tanto interés en ayudarme?
—Solo quiero ayudarte, cariño. No quiero que me veas como un trabajador
nada más. Podemos ser amigos.
—No lo vuelvas a decir.
Él se le acercó. Miró en sus ojos.
—Sabes, no te entiendo. Trato de ayudarte y siempre interpones algo. Quiero
que me veas, Marina. Soy un hombre, no un ser invisible. Mira las cosas
prácticas, deja que te ayuden. Ya me has dejado bien claro que no me quieres, y
lo acepto. Cada cual es dueño de su corazón. Pero ahora mírame, quiero
ayudarte, para que no te frenes en tu futuro. Si las oportunidades aparecen,
aprovéchalas. —Estaba molesto.
Nunca lo había visto así. Intentó acercársele, pero tenía temor, el tan solo
hecho de ver cómo él la miró a sus ojos, hizo que su cuerpo se desequilibrara.
Ella sujetó su brazo.
—No tengo problemas en aceptar tu ayuda, es más, tú idea es muy buena y
estoy de acuerdo, así fue como logré empezar esto.
—¿Entonces, por qué me dices que no lo vuelvas a decir? —La agarró de sus
manos y buscó en sus ojos.
Marina, trató de balbucear algo mas no pronunció sonido alguno. Estaba
sucediendo de nuevo, su cuerpo temblaba, por mucho que tratara de dominarse,
algo en su interior la estaba haciendo flaquear —carraspeó la garganta—.
Suéltame, Simón, por favor—. Eran ideas suyas, su olor era más fuerte de lo
normal, la estaba enloqueciendo, lo deseaba, quería besarlo, acariciarlo.
—No, Marina, explícate. —Había suavizado su tono. Notó como temblaba.
Ella alzó su cabeza en busca de su boca y le dio un beso breve.
Simón se quedó estático. Ella lo había besado.
—¿Estás jugando conmigo, cariño?
Se alzó de nuevo y lo besó, quería aplacar esa energía que él estaba
descargando.
Él respondió dudoso. Ella misma había puesto una barrera entre ellos.
—No, Marina, es mejor que no sigas. Me estás excitando y sabes que te deseo.
Además, los trabajadores en cualquier momento empiezan a llegar.
Ella cerró su oficina con seguro.
—Los trabajadores saben lo que tienen que hacer.
Simón la atrajo hacia él—. ¿Estás segura que quieres eso?
Lo besó con intensidad, lo deseaba tanto en ese momento, que se olvidó de
todo a su alrededor.
—Déjame, Simón. Déjame hacerte mío. Quiero olerte, sentir tu fragancia,
saborear tu cuerpo.
Estaba confundido, ella lo deseaba tanto como él a ella, podía sentir la pasión
en sus besos. Acarició su rostro...
—No me toques. —Ella desabotonó su camisa, mientras rosaba sus labios y su
lengua por su pecho musculoso, mordiendo suavemente su cuerpo.
Él intentaba tocarla, más le retiraba sus manos de su cuerpo. Le zafó su cinto
y abrió sus pantalones, sentía sus sensuales mordidas en su abdomen, apenas
podía controlarse.
—Me tienes enloquecida con tu olor.
Trataba de controlar su cuerpo que estaba a punto de estallar, cuando sintió a
Marina rozar con su lengua todo su músculo endurecido poseyendo su boca una
y otra vez, con un desafiante ritmo alucinador. No pudo resistirse sujetándola por
sus cabellos y levantando su cabeza, en busca de su boca.
—Déjame, Simón, déjame hacerte sentirlo.
Mientras sus manos acariciaban rítmicamente su masculinidad, mordió unos
de sus pezones y sintió cómo su cuerpo endureció, y colapsó entre sus manos. La
pegó contra la pared cubriéndola con su pecho.
—¿Qué has hecho, cariño? —Respiraba agitado.
Marina tenía su nariz contra su pecho, estaba muy excitada, susurró
imperceptible.
—Te amo —le dijo.
—¿Te sientes bien? —La separó un poco de su pecho—. Me pareció
escucharte decir algo.
—Sí —sonrió.
—Esto es una locura. Estás jugando conmigo, cariño.
—No sé qué me ocurrió, de repente me sentí muy excitada.
Cubrió su boca de pasión, su cuello donde podía percibir los fuertes latidos de
su amada, su respiración acelerada. Intentó zafarle la blusa, pero Marina le dio
un fuerte empujón y salió corriendo para el baño.
—No me lo puedo creer, creí que estaba mejor, estas náuseas me van a volver
loca. Me siento como si estuviera embarazada.
Simón estaba parado en la puerta del baño observándola, mientras pensaba:
«¿estará embarazada?, nosotros no nos protegimos cuando tuvimos sexo».
Sonrió, no podía ocultar la sensación de felicidad que le provocó el tan solo
hecho de imaginárselo. La ayudó a incorporarse.
—Estás pálida. —La alzó en sus brazos y la llevó hasta su silla. Se arrodilló a
sus pies—. Vamos a un médico, ya llevas varios días enferma.
—Gracias, pero ya se me pasará. A veces me sucede cuando tengo mucho
estrés.
—¿Estás segura, y si estuvieras embarazada?
—No, es imposible, estoy esterilizada.
—No lo sabía. —Se le hizo un nudo en la garganta, su felicidad se desvaneció.
—Ves, por eso debes hacer tu vida con una mujer joven que pueda darte hijos.
—Tú estás joven, cariño. Que no puedes darme hijos, no cambia nada lo que
siento por ti.
—No lo vuelvas a decir.
—Es que de repente me imaginé a dos Marinitas corriendo y haciendo
travesuras.
—Y por qué no dos Simoncitos. —Ella sonrió, ya había recuperado su
semblante—. ¿Estás loco?, y no se te ocurrió una, sino dos.
Se miraron y se echaron a reír.
—Discúlpame, me encantan los niños y no quiero privarte de que no tengas
los tuyos. No sé qué me ocurrió hoy que me sobrepasé, yo misma había puesto
una barrera entre nosotros y la rompí, no respeté tus sentimientos.
—Voy a estar aquí, cariño, para cuando quieras romper esa regla. Sé que no
me amas, pero podemos disfrutar de buenos momentos de sexo si lo quieres.
—No, no, Simón, el sexo solo nos llevaría a dos caminos, a amarnos o a
destruirnos en una vida vacía. Y no quiero el segundo pero para mí es imposible
el primero, que es el que deseo para ti de todo corazón.
—Está bien, cariño. Si es lo que quieres, no te preocupes, me mantendré
alejado como hasta hoy. —Se levantó y rozó sus labios—. Voy a estar en el
almacén, sí te sientes mal, llámame.
Marina se recostó hacia atrás en la silla y respiró profundamente. No puede
ser, creo que estoy enamorada... sus dientes perfectos, sus labios, sus ojos azules
intensos, su olor... suspiró, mas el teléfono la sacó de sus pensamientos.
—¡Marina!
—¡Trini, eres tú!
—Sí, he venido a verlas y a arreglar unas cosas pendientes, pero me acabo de
enterar que Kiara está embarazada y de que estabas enferma.
—Bueno algo así, pero hoy amanecí mejor.
—¿Qué tú crees si nos vemos el sábado, en el restaurante cerca de tu casa? Es
posible que por un tiempo no nos podamos reunir las tres. Dentro de unos meses
Kiara será madre y va a estar liada y yo, bueno voy a dejar la sorpresa para ese
día.
—Zorra, habla, qué ocultas.
—Yo, amiga, creo que tu también tienes algo que contar.
—A Kiara ya se le soltó la lengua.
—Un beso, después te llamo para ponernos de acuerdo.
—Besos, Trini.
—Chao.
Marina sacó el documento relacionado con su proyecto y estuvo haciendo
cálculos. Si se lo proponía, en menos de un mes podía estar sacando el doble de
la producción. Solo tenía que montar unos paneles más y preparar el local vacío
que no había que hacerle mucha reparación.
—¿Te siente mejor?
—Sí, no he tenido más náuseas. Hoy voy a hablar con mis hijos. Estuve
revisando el proyecto y podemos sacarlo en un mes aproximado, si trabajamos
horas extras.
—Cuenta con eso. ¿No tienes hambre?
—Sí, y mucha.
—Vamos a comer al restaurante que está aquí cerca.
—No, Simón, gracias. Quiero estar en casa para cuando ellos lleguen y poder
hablar sobre el tema y así se puedan planificar.
—Sí, es verdad. Lo dejaremos para otro día. Al menos déjame llevarte hasta tu
casa. Está lloviendo.
Marina aceptó, pero antes de bajarse se miraron, él se le acercó y rozó sus
labios.
—Gracias, Simón.
—Hasta mañana, cariño.
—Por favor, no lo vuelvas a hacer. —Todo su cuerpo temblaba, su estómago
era un caos. Se sorprendió cuando él le abrió la puerta del auto, como todo un
caballero.
—Vamos, y la cubrió con la sombrilla hasta su puerta.
—Hasta mañana, Simón y gracias de nuevo por traerme.
—Sabes que lo haría todos los días.
Cruzaron de nuevo sus miradas. El azul de sus ojos se había oscurecido,
dándole una expresión más seductora.
Voy a enloquecer. Por qué tiene que hacer eso, me hace sentir mariposas en el
estómago. Yo soy la que voy a salir herida con todo esto, pensaba mientras se
preparaba un vaso de zumo de naranja. De repente había sentido mucha sed,
pero no había terminado de beberlo cuando le volvieron las náuseas y tuvo que
salir corriendo para el baño. Vaya, si he vomitado más de lo que he tomado.
Tengo que ir al médico, este estrés me va a matar... Se detallaba frente al espejo
del baño, debo haber bajado al menos tres kilos, porque todo me queda ancho,
aunque lo pantalones no se me caen, es como si tuviera inflamación en mi
abdomen, y siguió mirándose en el espejo.

—Sabrina, hace tiempo que no te veía, pasas más tiempo en casa de Carl que
aquí.
—Hola, hermano. No me he ido esperándote, tenía deseos de verte.
—Te ves hermosa como cuando Ania estaba embarazada.
—¿Tú crees, se nota?
—No sé, pero Ania... ¡Estás embarazada!
—Vaya, que no se te puede dar una sorpresa.
Simón alzó a su hermana por la cintura, brincando de alegría. A pesar de que
eran gemelos, no se parecían mucho, ella era más pequeña y su cabello era rubio.
Mientras que él era alto, fuerte y de cabello castaño.
—Voy a ser tío, ya era hora, Sabrina. Para ser mujer te habías demorado
mucho. Estoy muy contento. —La abrazó.
—Te imaginas a Carl. Nosotros que teníamos planificado casarnos más
adelante, tuvimos que adelantar los planes, así que decidimos escoger el día de
nuestro cumpleaños.
—¿No es muy pronto?
—En realidad no, es que estoy alrededor del cuarto mes y entre los
preparativos para la mudanza a la casa nueva y la boda no íbamos a tener
tiempo.
—Tanto, pero tú no te habías dado cuenta.
—Sí, me empecé a sentir mareada y con asco a algunas comidas y también me
faltó el período. Me hice el test de embarazo y me dio positivo, fui al médico y
me confirmó el tiempo, pero no te había querido contar por teléfono, quería
decírtelo en persona.
—Sabes que puedes contar conmigo hermana —la abrazó con mucha ternura.
Simón se quedó pensando, Marina tiene los mismos síntomas de una
embarazada, “pero ella dice que se esterilizó”... suspiró... sería el hombre más
feliz de la tierra si ella fuera la madre de mis hijos.

El resto de la semana estuvo lloviendo y las amigas decidieron reunirse en la
casa de Marina. Trini y Kiara prepararon la cena y Marina la ensalada.
—¿Qué haces, Marina? —preguntó Kiara.
—Ensalada de remolacha.
—Pero qué le estás agregando.
—Mayonesa y pimienta, deja que la prueben les va a gustar.
Se miraron e hicieron una mueca. No tenía mal aspecto, pero esa combinación
era muy rara.
—Vaya, yo pensé que no me iba a gustar. —Kiara comió de nuevo.
—No está rico, sin embargo, digamos que se puede comer. —Trini disimuló
para no desairarlas, pero la ensalada no le bajaba.
—Yo lo sabía, a mí me encanta. —Marina cogió la fuente y terminó de comer
el resto—. Recuerdo la primera vez que la probé, estaba embarazada de mi
segundo hijo.
No había terminado de decirlo y salió corriendo para el baño.
Kiara y Trini cruzaron la vista y salieron corriendo detrás de ella.
—¿Marina, estás bien? —preguntó Trini.
—Vaya, yo estoy embarazada y tú tienes los síntomas —dijo Kiara un poco
preocupada.
—Pues yo preferiría no tener nada, este estrés va a acabar conmigo.
—El estrés que tienes es que estás enamorada de ese hombre, amiga y no lo
quieres reconocer. Estás luchando contra tu propio corazón.
—No, Trini ni lo digas. Eso no puede ser posible.
—Tómalo así; vives el momento y cuando todo se acabe, por lo menos
disfrutaron. Por lo que se ve, está loco por ti y tú por él, es un amor
correspondido.
—¡Estás loca!
—Tú eres la que estás ciega y no lo quieres ver. Es puro amor, pasión, locura.
Trini y Kiara ríen en complicidad.
—De qué están locas lo están. —Marina las miró alarmada.
—Sí, y mira tú como estás, como una adolescente enamorada. —Trini reía.
—Trini, todavía estamos esperando por la noticia que nos traías —dijo Marina
cambiando el tema.
—Hmm, pensé que se les había olvidado. Me caso la próxima semana.
—Al fin, ya era hora y, no vas a hacer una fiestecita ni nada —preguntó Kiara.
—No, solo vamos al notario y después reservamos un restaurante para algunos
invitados. Todo va ser muy sencillo.
—¿Tú no estarás embarazada también, Trini? —sugirió riéndose Kiara.
—Pues no, lo que pasa es que decidimos vivir juntos y yo le dije que para eso
teníamos que casarnos.
—¿Y para cuándo es?
—El miércoles en la tarde, a las tres, porque hay otra boda planeada a las
cuatro con el mismo notario, y bueno, Marina decidimos que fueras la testigo de
la boda.
—¡Yo!
—Sí, Kiara y mi futuro esposo no se llevan muy bien.
—Es verdad, él es muy arrogante, todavía no sé cómo han durado tanto.
—Amiga, cada oveja tiene su pareja, decía mi abuela.
—Ya que lo dices, piensa en Simón —rió Trini.
—Trini —dijo Kiara, yo quiero desearte todo lo mejor y que seas feliz de
corazón, aunque él y yo no nos caemos bien, yo sé que es un buen hombre y que
llevan muchos años juntos.
—Lo sé, por eso sabía que no te iba a molestar no ser la madrina —le dijo
Trini a Kiara.
—¿Y el padrino, quién es? —preguntó Marina.
—Un sobrino. Es la única familia que vive cerca.
—¡Quiero que vayan elegantes!, y tú, Marina ve al médico para que te
chequees.
—Tengo que ir a comprarme algo, he bajado algunas libras, además, no tengo
nada elegante como para una boda.
—Vamos el lunes después del trabajo, de paso compramos algo para el bebe,
ya me va quedando poco y recién acabo de enterarme del sexo del bebé.
—¿A que es hembra? —aseguró Marina.
—Sí, no te equivocaste.
—A mi me encantan las niñas, si volviera a tener hijos quisiera otra hembra
—dijo Trini.
—Trini, embúllate.
—Que va, ya mis hijas están encaminadas, las tuve muy joven. Las quiero,
amigas, pero ya me tengo que ir.
—Yo también, a mi gordito no le gusta que llegue tarde, después que estoy
embarazada me cuida más que nunca.
Se despidieron después de una tarde agradable juntas.
Marina recordó el cumpleaños de Simón. Después de haber hecho las compras
con Trini, siguió recorriendo las tiendas. Él había tenido muchas atenciones con
ella, además de los sentimientos que estaban naciendo. Se detuvo en frente de
una vidriera, y detalló un reloj de mano. No lo pensó dos veces y lo compró.
Desde el sábado, en que había comido con sus amigas, se sentía mejor y su
cara tenía mejor semblante.
Llegó temprano el martes, pues quería darle el obsequio a Simón.
—Buenos días, Marina. —Se acercó y la besó cerca de la comisura de los
labios.
—Simón.
—Ayer estuve complicado con la entrega de pedidos. Al parecer, estás mejor.
Se te ve diferente y has recobrado tu color.
—Sí, me siento mucho mejor. Quería decirte que la próxima semana
empezamos con lo planeado, ya ajusté los detalles con mis hijos.
—Mejor así, cuanto antes mejor. Antes que se me olvide, necesito el día de
mañana.
—Está bien, puedes pasar los pedidos para otro día, este... se dio cuenta que se
había equivocado de día.
—Sucede algo
—Ten. —Estiró su mano con su regalo envuelto.
—¿Qué es?
—Un detalle, espero que te guste.
Lo cogió, pero antes de desenvolverlo levantó su vista y buscó en sus ojos. —
Creo que se te olvida algo.
—Sí, una tarjeta de felicitaciones, pero se me pasó.
—No es eso, cariño.
Marina empezó a temblar, cada vez que le decía cariño, sabía que terminaría
en sus brazos.
—No, Simón.
La atrajo hacia él por la cintura y rozó sus labios dándole un beso corto y
dulce. El solo hecho de tenerla entre sus brazos era más que un regalo para él.
Su olor, su sabor, bastaron para que ella sintiera excitación, haciéndola ceder
ante él... casi a punto de responderle a ese beso, la soltó.
—Gracias, cariño.
Su respiración se entrecortó, me voy a volver loca, no puedo seguir este juego,
se está volviendo peligroso, pensó.
—¿¡No lo vas abrir!?
—No, mañana será lo primero que haga. Después de recordar este beso.
Marina sintió de pronto un mareo y trató de disimular sentándose en la silla,
no quería echar a perder ese momento.
—Te llamaré temprano para felicitarte.


Trini lucía un vestido color crema, sencillo, pero muy bonito. Kiara y Marina
habían decidido comprarse unos vestidos en tonos azules.
El azul oscuro del vestido, resaltaba la piel de Marina y su cabello recogido, la
hacía lucir elegante.
El futuro esposo de Trini estaba desesperado, pues la boda era para las tres de
la tarde; ya eran casi las cuatro y su sobrino no llegaba, pues llevaba dos horas
en un tranque en la autopista. No quería pedirle el favor al esposo de Kiara, pues
nunca se habían llevado muy bien, prefería a un extraño.
—Kiara, me da pena con Trini, tanto que deseaba este momento.
—Ni lo digas, ya mi gordito se ofreció y él está reacio y no hay más hombres
por todo esto para pedírselo. Si no aparece alguien de su agrado, no van a poder
casarse.
—Sí, y en diez minutos hay otra boda planificada, que por lo que sé es así
también de sencilla... escucha ya llegaron.
Carl y su madre Carlota, habían llegado, justo detrás, llegó Simón y un par de
invitados.
—Carlota, estás igual desde la última vez que te vi en España.
—Gracias, Simón, tú siempre tan atento. Estoy muy contenta que tu hermana
sea la futura esposa de mi hijo, ya era hora que se animaran a casarse y hasta me
viene un nietecito en camino.
—Yo también estoy muy contento, la familia empieza a crecer.
—Tú deberías pensar en formalizarte, ya no son unos jovencitos.
—Sí, lo he pensado, pero todavía no he encontrado la pareja.
—Estoy nervioso, a última hora a Sabrina no le cerraba el vestido, pero ya
viene, logró hacerle unos arreglitos con la ayuda de una vecina.
Trini había salido a fumarse un cigarro. Lo necesitaba, cuando ve a Simón.
Solo lo había visto la noche que bailó con Marina, también ve a Carl, el hijo del
difunto esposo de ella. Los dos vestían de traje.
—Hola, ustedes son Simón Kraus y Carl Schneider.
—Sí, me parece que te he visto pero, no te recuerdo de dónde —le dijo Simón
alegre.
—Soy Trini Schmidt, la amiga de Marina, los conocí la noche del club en
colonia en el Petit Prince.
—¡Ah, y tú te casas hoy! —preguntó Carl.
—Bueno, mi boda era para las tres y casi son las cuatro y el padrino está en un
tranque en la autopista. Hablamos para aplazarla, pero hay varias bodas,
tendremos que esperar hasta la última.
—Justo mi boda es la que sigue y Simón es mi padrino —le dijo Carl.
—En hora buena, Carl.
—Si quieres, Trini, te puedo servir de testigo, sé qué esperas a otra gente
pero... —se ofreció Simón.
—Oh, gracias, Simón. Si Carl me lo permite, antes que llegue la novia yo
estoy casada.
Trini tomó a Simón del brazo y lo llevó adentro donde estaban todos.
—Amor, tenemos un padrino y hay que apresurarse, porque ya están
esperando para la otra boda.
Simón saludó al futuro esposo de Trini, que se veía incómodo, pero su rostro
cambió de inmediato.
Marina estaba anonadada. Simón estaba ahí, con un traje azul oscuro,
elegante, era perfecto, deseaba que esa boda fuera la suya con él.
Él se quedó perplejo al ver a su amor, hermosa, su cuerpo moldeando al
vestido que llevaba, traía su mismo color de traje. No había tiempo para saludos.
Solo cruzaron sus miradas con un fuego intenso de deseos que apenas pudieron
ocultar... él escuchaba cada palabra del notario, deseaba que fuera su boda con
ella, pero en el fondo sabía que era un sueño. Cuando Simón firmó, ella pudo ver
que usaba el reloj que ella le había regalado.
Kiara no le quitaba la vista a los dos de encima, todo había sido una
casualidad o una jugada del destino. No podía dejar de sonreír.
—Estás preciosa, cariño.
—Por favor, aquí no... Esto ha sido mucha coincidencia.
—Me ha gustado mucho tu regalo... le miró a los ojos.
—Gracias, Simón.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Trini y su esposo organizaron una comida en un restaurante para algunos
amigos.
—Quédate.
—No puedo.
—Te invito a otra boda —le propuso Simón.
—¡Te vas a casar!
—Si fuera contigo sí, ahora mismo lo hago.
—No, sigas.
—Es la boda de mi hermana, quiso hacerla hoy.
—Felicítala.
—Lo haré, se casa con Carl, hace muchos años que son novios.
—¡Carl!
—Sí, está afuera.
—Cielos, no quiero que me vea, no quiero echarle a perder su boda. —Apenas
lo dijo, Carl entraba a la sala, ya Sabrina había llegado y estaban esperando a
que terminara la boda de Trini.
Carl se quedó petrificado, pero enseguida reaccionó, debía haberse imaginado
que ella estaría ahí, pues eran amigas.
—Felicidades, Carl. Me acabo de enterar de tu boda, te deseo lo mejor a ti y a
la hermana de Simón.
—Gracias.
—Bueno, esto fue una casualidad, ahora me tengo que ir, solo quedo yo en el
salón y no quiero molestar.
—Espera, Marina. No te vayas, quédate... fuiste muchos años parte de mi
familia y me gustarías que estuvieras en las fotos, y así conoces a mi madre.
Titubeó, se lo estaba pidiendo de verdad.
Carlota y ella se saludaron sin tensión, eran dos mujeres adultas y seguras.
—Quédate en la ceremonia. Después vamos a hacer una pequeña fiesta con
algunos amigos y familiares para celebrar el cumpleaños de Simón y mi futura
esposa y nuestra boda.
Simón no entendía a Carl, quería hacer las paces con Marina.
—Sí quieres, Marina, cuando acabe la ceremonia, te llevo con tus amigas y yo
regreso a la boda de mi hermana.
En ese momento entraba Sabrina, hermosa, con su traje blanco. Ella miró a
Marina y a Simón y sonrió con complicidad.
Marina se quedó por segunda vez en otra boda con apenas unos minutos de
diferencia; sentía cómo Simón se emocionaba con lo que decía el notario,
palabra por palabra hasta el final.
Se acercó a Sabrina, que lucía radiante y le dijo:
—Te deseo todo lo hermoso y maravilloso que el amor pueda darte.
—¡Eres Marina, verdad!
—Sí, no quise estropearte tu boda, fue una casualidad.
—No te preocupes me agradó mucho que estuvieras aquí, no solo por Carl,
sino por mi hermano. —Sonrió mirándolos—. Me gustaría que él también
sintiera la felicidad que yo siento ahora.
Marina tragó en seco... ¿ella sabría lo de ellos?
—Simón, lo siento, me tengo que ir. Ahora ustedes van para otro lado y yo
debería ir con mi amiga, no puedo quedar mal con ella.
—Trini lo entendería.
—Lo sé —dijo Marina.
—Vamos, te llevo.
—No, no por favor, yo cojo un taxi.
—Imposible, vamos. ¿Tú crees que yo voy a dejarte ir sola, cariño? No puedo
permitirlo. Estás demasiado hermosa, eres una tentación. —Sonrió y extendió su
brazo para que ella se agarrara a él.
No dijo nada y aceptó que la llevara. Ella se sentía en las nubes, ¡lucía tan
atractivo y guapo con ese traje!
El restaurante quedaba al lado del río, la atmosfera era acogedora: la música,
la naturaleza armonizaban con el verano. Trini esperaba a Marina. Cuando los
vio aparecer enseguida los hizo pasar al restaurante, les estaba agradecida.
Simón no puso objeción y los acompañó toda la velada.
—Amiga, Simón se tiene que ir, hoy es su cumpleaños; además debe estar en
la fiesta de la boda de su hermana con Carl. Y voy a aprovechar para irme
también.
—Lo sé... espero que disfruten de una buena noche.
—Estás loca, Trini. Eso es lo que te deseo a ti, y no hables alto, que los otros
te van a escuchar.
Simón tomó la mano de Marina fuera del restaurante.
—¿Vas a la fiesta de mi hermana?
—No, solo lo hice para que te fueras, es tu hermana y Carl, qué van a pensar
ellos.
No dijo nada, solo abrió la puerta del auto. —Vamos te llevo, después voy a la
fiesta. Cariño no puedo dejar de mirarte. Quisiera hacerte el amor aquí mismo en
el auto, en el parqueo.
—¡Estás loco!... Ella no lo podía ocultar, también lo deseaba... No sigas,
porque creo que cojo un taxi.
No había terminado de decirlo cuando sus labios estuvieron presos en la boca
seductora de Simón, su lengua penetró sus labios haciéndola vibrar, poseyéndola
con pasión y dulzura. Deslizó su mano por sus pechos hasta su cintura y siguió
por su muslo, hasta su tobillo, subió su mano caliente por debajo de su vestido
hasta sus caderas haciéndole un ligero movimiento hacia adelante para que se
relajara para él, introduciendo su mano entre sus bragas, buscando su perla, que
de solo tocarla estaba endurecida, abrió sus piernas dejando que su amor jugara
con su lubricada feminidad, enloqueciéndola con sus dedos. Sabía cómo tocarla
y hacerla sentir, estaba a punto de estallar. Él la podía sentir, todavía tenía presa
su boca en su boca y su respiración cada vez era más excitada. Aplacaba sus
gemidos. Sabía que ella lo deseaba tanto como él. Marina zafó su cinto y abrió
su pantalón. Lo quería, quería sentirlo dentro. Él echó su asiento para atrás y la
alzó por su cintura sentándola encima, poseyéndola hasta lo profundo. Con cada
movimiento se sentía cada vez más excitada, se sujetaba del techo estirando su
torso, dejando que las calientes manos de su amado subieran y bajaran por su
espalda hasta sus nalgas apretándolas, él se inclinó hacia adelante y mordió sus
pechos por encima de su vestido, mientras ella ardía de placer. Su olor, su
aliento, su cuerpo empezó a contraerse y Simón buscó su perla, la cual, de tan
solo rozarla, la hizo colapsar en un convulsivo éxtasis, al cual él no pudo
resistírsele haciéndolo disfrutar de un eufórico orgasmo.
—Te amo, cariño, te amo. Eres mía —le susurraba, atrapado por las
contracciones de placer de su amor. La abrazó contra él.
Había sido una locura, por suerte el parqueo quedaba apartado y los invitados
no se habían retirado.
—Quisiera quedarme así toda la noche, dentro de ti, abrazado por tu ternura y
tu calor, me enloqueces, cariño.
Ella no dijo nada, aunque deseaba lo mismo. Todavía sentía como sus
contracciones abrazaban su masculinidad, que permanecía erecta en su vientre.
La besó, mordió suave su cuello, sus orejas, su perfume era tan sensual que lo
hizo volver a excitarse. Marina volvió a quedar atrapada del deseo cuando él la
agarró por su cintura y la hizo sentir de nuevo lo que ella le provocaba.
—Cielos, no puedo, mujer. Vamos a mi casa. Te estoy exponiendo aquí.
Quiero hacerte el amor. —Le pidió desesperado con dulzura—. Quiero dormir
abrazado a tu cuerpo desnudo, sentir tu calor... te necesito, Marina —decía
cuando sintió su teléfono sonar.
Marina reaccionó incorporándose los dos en sus asientos. Apenas podía
hablar, todavía estaba agitado.
—Es mi hija —dijo Simón.
—Sucede algo.
—No, cariño. Tengo que ir al aeropuerto a buscarla, acaba de llegar de España
y no quiere dejar de ver a su tía vestida de novia.
—Yo me pregunté por qué no estaba.
—Mi hermana no contó con eso, fue muy rápido, y cuando le avisamos, a esta
hora fue que consiguió pasajes, estaban de vacaciones—. Vamos amor a
recogerla y después vamos para la fiesta.
—No, déjame cerca, y yo cojo un taxi. Es mejor que estés con tu familia.
Se acercó y la besó, su muslo había quedado al descubierto y recorrió con sus
dedos suavemente la marca que tenía en forma de flores. La miró, trataba de
recordar dónde la había visto, estaba seguro que le era familiar. Pero ella deslizó
su vestido tapándosela.
—Vamos a recogerla, así la conoces. Después te dejo en tu casa y sigo para la
fiesta. Todavía es temprano, además, es cerca de tu casa.
—Está bien —aceptó ella.
Él respiró profundamente antes de arrancar el auto, todavía se sentía agitado,
tratando de relajarse. Miró a Marina y ambos sonrieron al ver que hacían lo
mismo.
Ella estiró su mano y acarició su nuca jugando con sus cabellos, mientras él
conducía.
—Cariño, necesito decirte que mi hija es especial.
—Todos los hijos son especiales.
—Sí, es verdad, solo que ella es diferente, necesita más atención.
—¿Está enferma?
—No, ella es muy sana.
No preguntó más.
Parqueó el auto. Ambos bajaron y una niña corrió y se abalanzó sobre él, la
alzó en los brazos y la abrazó.
—Papá, estás muy lindo.
—Y tú te ves preciosa. Espera, no quiero que estrujes tu vestido, mi princesa.
Ania caminó con su esposo hasta donde estaban ellos, sin quitarle los ojos a la
mujer que lo acompañaba, se saludaron, existía entre ellos muy buenas
relaciones.
—Veo que andas acompañado —detalló Ania.
—Sí, Marina es mí...
La niña ya la tenía agarrada de la mano y tocaba su vestido.
—Mamá, es la novia de papá, mira qué linda.
Ania no dijo nada, solo la observó con recelo.
Marina tragó en seco. Se acercó y los saludó.
—Soy una amiga de Simón, su hija es muy hermosa.
—Gracias, Marina.
—Simón, no tengas a Isabel hasta muy tarde en la fiesta, porque mañana
regresamos a España, recién han empezado sus vacaciones.
—No te preocupes, yo la llevo temprano.
Isabel ya se encontraba sentada en el auto, en la parte de atrás junto a Marina,
sonriéndole y tocándole su ropa y su cara, explorándola.
—Isabel, tranquila.
—No pasa nada, Simón, es una niña.
—Papá, tu novia es linda.
Simón sonreía, era cierto y le gustaba que después de todo ella lo viera así y
se lo dijera.
—Sí, hija, es hermosa igual que tú.
Marina se sentía presa de la emoción, pero no podía permitir que él dijera eso
y sí lo decía delante de otros.
—Por favor, Simón.
—¿Tú también te vas a casar con papá? —le dijo y pegó su cabeza a Marina.
Él la observaba por el espejo retrovisor anhelando esa respuesta. Ella le
acarició sus cabellos.
—No, solo somos amigos, Isabel. —Volvió a tragar en seco, mientras levantó
su vista y chocó con los ojos de Simón, que la miraba con infinita ternura.
—Tu hija no se parece a ti ni a su mamá.
—Es verdad, es igual a su abuela.
Él miraba cómo ella trataba a la niña con dulzura.
—¿Por qué nunca está contigo? —le preguntó Marina a Simón.
—Sí, solo los fines de semana. Pero ella siempre duerme en su cama, porque
cuando la sacan de su lugar, a veces se altera y se queda nerviosa varios días.
—¿Y cómo hacen en las vacaciones?
—Cada vez que se va a quedar fuera de la casa le decimos que son vacaciones
y es cuando único está tranquila.
—Se ha quedado dormida.
—Siempre, para ella un paseo en auto es un bálsamo.
—Por favor, Simón, déjame en mi casa o cerca.
—Sí, cariño, aunque me gustaría que fueras a la fiesta y que a Isabel se le
ocurriera decir delante de todos de nuevo que eres mi novia... —sonrió.
—No lo vuelvas a decir. Me muero de vergüenza a esta altura... los ojos de
Simón lo decían todo. Podía sentir cómo la desnudaba y le hacía el amor de tan
solo mirarla.
—Marina, cuando deje a la niña, ¿puedo recogerte y llevarte para mi casa?,
teníamos algo pendiente.
Se estremeció, cada célula de su piel se excitó, el tan solo recordar el sexo que
habían tenido hacia un rato le daban ganas de decirle que sí.
—No, sabes que no puede ser, Simón, me vas a volver loca. No podemos
seguir jugando al sexo. Estamos como el gato y el ratón, lo que no sabemos
quién es el gato y quién el ratón.
—Es verdad, cariño, para ti es sexo. Si tan solo me dejaras hacerte el amor y
dejaras entrar ese amor a tu corazón.
—Tú necesitas a una mujer con juventud para que te cases y tengas más hijos.
No puedes dejar pasar el tiempo con alguien con quien no tienes futuro.
—Soy yo el que elijo.
—Eres un hombre bueno, cariñoso, impetuoso... amoroso. Sabes querer a una
mujer. —De pensar en todo eso, le dolía el corazón, lo sabía, ya se había
enamorado.
La observó por el espejo, sus palabras le causaban dolor, estaba luchando
contra sus propios sentimientos, no entendía por qué ella no cedía ante el amor.
—Es a ti a quien quiero como mujer y como esposa. Si tú no lo quieres, ya te
dije que lo entiendo. Pero no puedo hacer una familia con una mujer a la que no
ame.
Simón abrió la puerta del auto y la acompañó hasta su casa.
—Sabes, cariño, quizás tengas razón. —La rozó con sus labios su boca y la
besó suavemente. Acarició su rostro y la atrajo por la cintura abrazándola
fuertemente.
Marina sintió que era una despedida.
Le susurró al oído, mientras olía su fragancia de mujer con un nudo en su
estómago. —No voy a molestarte más, cariño, llevo años luchando contra mi
sentimiento... y tú me has hecho sentir un hombre feliz durante este tiempo;
siempre fuiste un sueño inalcanzable y fui un idiota, pensé que lo había logrado,
pero eres tú, amor, la que no dejas traspasar la barrera, no sé quién te hizo tanto
daño que has levantado un muro contra el amor.
—Simón, no sigas.
—Estaré a tu lado, pero no volveré a mirarte como lo que no quieres... en
algún momento mi corazón sanará. Contuvo las lágrimas.
Lo sabía, estaba herido al igual que ella.
Se separó y la miró a lo profundo de sus ojos húmedos y le volvió a rozar con
sus labios depositando en ellos un beso fugaz.
—Hasta mañana, Marina.
—Hasta mañana, Simón.
Cerró la puerta, se quitó los zapatos y fue a darse una ducha. No sabía qué
sentía, pero sus lágrimas se mezclaban con el agua; un sentimiento de vacío se
apoderó de su pecho.

En un mes ya estaba todo terminado; se habían esforzado mucho. Simón
trabajó con sus hijos y otros hombres, mientras ella aumentaba la producción en
el laboratorio para llevarla a la nueva área, todo de forma sincronizada.
Nunca más hablaron, a no ser de trabajo. Simón era otro, estaba serio, no
sonreía y andaba un poco retraído. Marina quería estar ausente, pero su esfuerzo
y el estrés la tenían agotada. Seguía con mareos, náuseas, había adelgazado
más... apenas comía, su estómago era un caos, aún no había ido al médico.
Simón había recibido noticias de su negocio en España y necesitaba viajar;
debía atenderlo directamente hasta que el representante se recuperara de su
accidente. No sabía por cuánto tiempo, pero quizás lo mejor sería alejarse de
Marina.

—¿Madre, estás bien? —preguntó Adrián—. Te ves muy desmejorada,
necesitas de unas vacaciones.
—Hoy no me siento bien, estoy muy fatigada. Tienes razón, está semana voy
a buscar a alguien para que atienda el laboratorio; necesito empezar a delegar
tareas en otros.
—Todo va funcionando bien. Podemos ayudarte más.
—Después de este mes ya todo ha ido cogiendo de nuevo su ritmo. Ha sido
mucho estrés. Pero te prometo que esta semana voy al médico a hacerme un
chequeo.
—¿Seguro, mamá?
—Sí, hijo. Hoy mismo hago la cita.
—Me voy antes que sea tarde.
—Te llevo en el auto.
—Solo son un par de cuadras, no te preocupes.
En efecto, solo eran un par de cuadras y apenas podía caminar. Su
agotamiento era demasiado. Llegó a la oficina y cayó desmayada frente al buró.
Simón llegó temprano como siempre, debía plantearle la situación cuando la
encontró tendida en el piso, pálida y casi sin pulso.
Marina despertó en el hospital acompañada de Simón y sus hijos, con un suero
en la vena.
—¿Qué sucedió? —preguntó Marina.
—Simón te encontró desmayada. Estás agotada. Te tomaron muestras de
sangre para hacerte un chequeo —dijo Joan, que estaba muy nervioso y
preocupado.
—Gracias, Simón.
—No te preocupes, estarás bien. Has trabajado mucho y yo estoy en el medio
causándote todo ese estrés.
—Es solo el trabajo. Es verdad que ni como, pero otras veces me ha pasado
eso y me he recuperado.
—No me gustaría irme y dejarte en esas condiciones.
—¿Irte, a dónde? —Ella trató de incorporarse.
Sus hijos los miraron, hasta ese momento nunca se habían dado cuenta que
algo pasaba entre ellos.
—Nunca te he dicho que tengo negocios en España, debo ir personalmente a
atenderlo por un tiempo. Mi hermana está embarazada y no puede hacerse cargo
por ahora. Espero regresar cuanto antes, hasta que resuelva todo. Tenía un amigo
buscando trabajo, hablé con él, estoy seguro que como trabajador no te
defraudará, le dejé tu teléfono para que se ponga en contacto contigo.
—Está bien. Si cuando regreses deseas volver a la empresa, tu puesto va a
estar ahí.
En ese momento el médico entró con los resultados.
—Marina, al parecer no te has estado alimentando bien. Tienes anemia.
—¿Anemia?
—Sí, te vamos a realizar otros exámenes, pero antes tengo que hablar contigo.
—Sus hijos salieron.
—Marina, me tengo que ir. Después llamo a tus hijos. —La besó en la frente.
El médico se le acercó.
—Te haremos un ecografía, para ver cómo está tu embarazo, sufriste una
caída y...
—¿Quééé...? ¿Embarazada dice? No es posible médico.
—¿No los sabías? —le preguntó el doctor.
—No, es imposible debe de haber un error. Yo estoy esterilizada desde hace
veinte años, además he tenido mis periodos.
—Ahora veremos. —Mientras le realizaba la ecografía.
Su cabeza daba vueltas, se sentía confundida, rezaba porque fuera un error,
ella apenas tenía barriga.
—Vaya qué sorpresa. Felicitaciones.
—No, médico, déjeme ver.
—Sí, voy a revisar bien.
—¿Qué sucede?
—Son gemelas.
—Santo Dios, ¡gemelas!, ¿qué tiempo tengo?
—Estás sobre los cinco meses.
—Pero dónde están, si no tengo barriga, y son dos, y con ese tiempo ya mis
otros embarazos se veían.
—Necesitas prenatales, Marina. Para que se desarrollen sanos y fuertes, pero
no te preocupes, todo va a salir bien.
—Pero cómo, yo no las puedo tener.
—¿Estás segura? Todavía estás joven, con un buen tratamiento de prenatales y
un buen cuidado, tu embarazo va a progresar bien.
—No puedo asimilar esta noticia. Por favor médico, dígame si el Síndrome de
Down es hereditario. Es que el padre tiene una hija con este síndrome.
—Te haremos todas las pruebas, pero por ahora relájate y estate tranquila. Te
quedarás ingresada hasta mañana.
Marina no salía del shock “embarazada y gemelas”. Era mucho, y a esa edad.
Por los cálculos fue desde la primera vez, solo hemos tenido sexo con
penetración dos veces.
—¡Kiara! —le dijo Marina a su amiga que llegaba en ese momento.
—Amiga, vine en cuanto me enteré, mi gordito me trajo.
Marina se echó a llorar.
—¿Qué ocurre? —Kiara apenas se podía mover con su barriga.
—Estoy embarazada y de gemelas.
Ella la miró asombrada.
—Gemelas, embarazada. ¿Estás Segura?
—Acabo de verlas en la ecografía.
—¿Pero tú no estabas esterilizada?
—Sí, eso pensaba yo, pero el médico dice que no, que nunca he estado
esterilizada. No entiendo que fue lo que me hicieron en la clínica aquella vez.
Durante todos estos años nunca salí embarazada.
—¿Y qué tiempo tienes?
—Alrededor de los cinco meses.
—Tanto.
—Eso mismo digo yo, pero están muy chicas, al no tener tratamiento prenatal,
me han estado chupando, por eso estoy tan débil y con anemia.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé, no lo sé.
—Marina, si no las quieres, nosotros las adoptamos —comentó el esposo de
Kiara.
—¿Amor, nos dejas a solas? —le dijo Kiara a su marido.
—Marina, tienes que contarle a Simón —dijo Kiara
—No puedo, todavía no sé lo que voy a hacer.
—Él tiene derecho, es el padre.
—Acaba de irse a España por un tiempo, se le presentó un problema que debe
resolver.
—Pero seguro te llama, tienes que contárselo.
—No tengo valor, es que ni siquiera asimilo la noticia.
Kiara rio emocionada.
—Sabes, nuestras hijas van a ir juntas a la escuela. Seremos mamás
cuarentonas.
—Estás loca.
—Tú me acompañabas a comprar cosas para bebés y tenías antojos, y mira,
estabas embarazada. Deja que Trini lo sepa. Espero acompañarte a hacer tus
primeras compras, todavía me quedan unas semanas para mi cesárea. Ahora
tienes que alimentarte, hacer reposo, tomar las vitaminas y delegar un poco de
trabajo en los demás.
—Todavía no le he contado a mis hijos.
—Tus hijos son unos amores, estoy segura que te apoyarán, aunque tú no le
habías contado lo de Simón, verdad.
—No, si esto no estuviera pasando, ellos no tendrían por qué saberlo.
—Esa parte te toca a ti. Pero ellos son unos hombres ya. Lo que es más
probable es que le pidan cuenta a Simón, tienes que ver cómo aclaras esta
situación. —Pasó su mano por la barriga de su amiga—. Es increíble, hay dos
bebés y ya yo con ese tiempo usaba ropa de embarazada. Mañana te llevo toda la
que se me ha quedado así no tienes que comprar.
Marina sonrió.
—Nos vamos, tienes que descansar. Verás que todo va salir bien.
No estoy preparada para esto, justo ahora que mi vida había cambiado. Simón
tenías razón estaba embarazada y de dos niñas, como tú lo imaginaste —pensaba
Marina, mientras se acariciaba su barriga. Cómo reaccionarías si lo supieses.

Regresó más repuesta del hospital. La casa era un caos. Había bolsas,
paquetes y cajas por todo el salón.
—Joan, ¿me puedes decir que significa todo esto? —le preguntó a su hijo.
—Mamá, son algunos regalos para nuestras hermanas.
Marina se dejó caer en el sofá.
—¿Pero ustedes ya lo saben?
—Lo escuchamos todo, ¿cuándo pensabas contárnoslo? Hemos sido los
últimos en enterarnos.
—Adrián, yo...
—¿Pensaste que no nos dimos cuenta cuando Simón y tú se miraron? Nos
tenías asustados, pensábamos que estabas enferma.
—Lo siento, chicos, ustedes son mi vida, me siento avergonzada. —Ella bajó
la cabeza y la puso entre sus manos.
—Mamá, todo va a salir bien, ya escuchaste al médico, tienes que alimentarte,
no te preocupes, te vamos ayudar.
—Gracias, Adrián.
—Yo voy a hablar con Simón, se fue en el momento en que debería estar aquí.
—No, Joan. Simón es un buen hombre, cuando ponga en orden sus cosas, va a
regresar. Eso me toca a mí, no quiero decírselo por teléfono, son cosas que una
pareja debe hablar.
—¿Entonces ustedes mantenían una relación a escondidas?
—Bueno, Joan. No era una relación, aunque él si quería, yo era la que no
quería. Mírame, soy mucho mayor y me sentía mal cada vez que lo pensaba.
—Mamá, muchas mujeres quisieran mantenerse y lucir tan jóvenes y bonitas
como tú.
—Sí, Adrián. Y ahora un embarazo a mi edad es más riesgoso, y nada más y
nada menos que gemelas.
—Dos niñitas corriendo por toda la casa. Vamos mamá, ve y recuéstate,
descansa, mi hermano y yo nos ocuparemos de recoger esto. Hazles una
llamadita a tus amigas para que por ahora no envíen más nada —sugirió Joan.

Marina tomó una semana de descanso. Entre el reposo y los prenatales se
sentía diferente, además, había asimilado la noticia de que sería madre de nuevo.
—Kiara, no sé de dónde sacas tanta energía —le dijo Marina a su amiga.
—De el solo hecho de que faltan unos días para conocer a mi bebita.
—Va a ser una niña hermosa.
—Lo único que deseo es que sea una niña sana, Marina.
—Sí, amiga, solo pide a Dios. Yo estoy esperando los resultados de los
exámenes.
Estaban en la tienda buscando ropas de bebés, y Marina no tenía idea de si
comprarles todo igual o diferente.
—¿Ya hablaste con Simón?
—No, todavía no. Voy a esperar a que regrese.
—Eso es otra cosa. Simón tiene una hija con Síndrome de Down, por eso
espero los resultados con ansias.
—¿Tiene una hija? —preguntó Kiara.
—Sí, pero estoy preparada para lo que venga.
—Por eso debes hablar con él cuanto antes, debe apoyarte.
Cerca había otra embarazada, al parecer trataba de escuchar lo que ellas
hablaban, disimulando cada movimiento.
Soltó las pequeñas ropas.
—Esto es una locura, me he complicado la vida. No debí haber bailado con él,
ni debí tener sexo con él, ni debí caer en sus encantos. Debí protegerme, fue una
imprudencia, hasta podía haberme enfermado.
—Acaba de decirlo, amiga, dilo «Estoy locamente enamorada de Simón.»
Dilo, tienes que sacarlo de adentro. Si vas a estar con él o no, no importa, solo
reconócelo, para que te sientas libre.
—Sí, Kiara, me enamoré, estoy enamorada de Simón, mucho antes de saber
que estaba embarazada, y ahora me siento más avergonzada. Lo rechacé tantas
veces, quería que buscara una mujer joven. Hasta me propuso formar una
familia.
—Ves. Lo has dicho. Ahora debes de aceptar su amor, no hay tanta diferencia
de la que hablas, eso es lo que tienes que acabar de quitar del medio, tu tabú.
—Trataré, solo espero que cuando regrese no sea demasiado tarde.
—Al menos llámalo y déjale caer algo.
—Ya me ha llamado para ver cómo sigo, pero no he sido capaz de contarle.
—Ya lo harás, amiga. Ven, coge esto, tus bebés van a nacer en invierno.

Simón y su hermana eran dueños de varios condominios en España. Su padre
llevaba años con ese negocio y al morir, él tuvo que hacerse cargo. Tenían una
hermosa casa en Lloret del mar, cerca de la playa. A veces pasaba allí las
vacaciones. Se había encontrado con la madre de Carl, de viaje a España, y la
había invitado a pasarse unos días, pues se sentía solo en la enorme casa, y por
las tardes se daba un chapuzón en la playa. Varias veces Carlota y él disfrutaban
del atardecer, pero solo una vez coincidieron en la playa. Fue cuando se dio
cuenta donde había visto algo parecido a lo que tenía en el muslo Marina,
Carlota tenía las mismas marcas pero en la espalda en forma de delfín. Recordó
que a veces de niños pasaban las vacaciones juntos con ella, Carl y Fabián, ahí
en esa misma casa. Le había causado impresión. Recuerda también que le
preguntó a Carl que era eso, y él no le respondió, solo miró a su padre con
rencor. Pensó que Marina se cubría siempre su muslo, como si sintiera pena, o
quisiera ocultarlo, y que eso era muy extraño.

Marina organizaba su buró, cuando alguien llamó a la puerta en ese momento.
Su corazón latió con fuerza al pensar que podría ser Simón.
—Hola, Marina.
—Vianka.
—Vine a devolverte algo que te pertenece, este disco.
Marina nunca llegó a ver el disco, ni se había acordado más, tragó en seco
cuando lo vio.
—Me lo llevé accidentalmente el día que me cogiste seduciendo a Simón.
—Vianka, fue solo un...
—No digas nada, Marina. Me siento como una estúpida. Aquel día te ofendí,
como mujer, tengo muchos defectos, pero sé reconocer cuando pierdo.
—¿De qué hablas?
—Cuando vi el video, me tuve que tragar el orgullo, me burle de ti y resulta
ser que Simón y tú bailan como una pareja de profesionales en una pista de baile.
Ella se sentó en la silla que estaba cerca de su buró y dijo:
—Hace muchos años él y yo tuvimos una relación muy intensa; me enamoré,
hacíamos locuras, pensé que me amaba. Pero un día, de la noche a la mañana,
todo se acabó, ese fuego, esa pasión. Era otro hombre, parecía que lo habían
cambiado. Fue cuando me di cuenta que había otra mujer en su vida. Él nunca
me amó de verdad, su verdadero amor fue el que lo separó de mí. No supe quién
era esa afortunada que había logrado conquistar su corazón. Después de varios
años me lo volví a encontrar en sus andadas sin compromiso. Pero cuando lo vi
de nuevo aquí, pensé que quizás podíamos volver a intentarlo y quise seducirlo
muchas veces, mas se había vuelto frío e indiferente conmigo, no lo podía
entender hasta que vi el video. Él solo ha amado a una mujer—. Se levantó y la
detalló.
Marina trataba de entender a qué venía toda esa historia.
—Es un hombre, Marina. Un verdadero hombre, de esos que las mujeres que
valoran el amor no dejarían escapar. Como esos hay pocos, y es una lástima que
a veces esas mujeres lo tienen delante y están ciegas, no ven más allá. Me siento
herida al haber descubierto a esa mujer que ocupa su corazón, pero lo entiendo.
Marina, no voy a meterme en tu vida ni en la de Simón. Es un hombre que tiene
mucho para dar.
—No sé qué has insinuado con todo esto.
—Eres tú la mujer que Simón ama. Fuiste el fantasma de hace varios años que
me separó de él y reapareciste. Acéptalo, siempre has estado ahí en su mente y
su corazón. Tú eres el amor de su vida. Lo único que te pido es que no le hagas
daño, no se lo merece.
Vianka se limpió sus ojos llorosos y se fue.
Marina estaba sorprendida, no sabía qué pensar.


Han pasado tres meses desde que Simón se fue. El representante estaba
recuperado. Desde que su padre creó el negocio, había trabajado con él. Era
como de la familia y habían salido adelante con su esfuerzo y habilidad. Durante
ese tiempo trató de mantener su mente ocupada, no pensar en su amor, solo viajó
a Alemania para el nacimiento de su sobrino y luego regresó a España.
La empresa de Marina cada vez prosperaba más. Desde que supo que estaba
embarazada, siguió las recomendaciones de su médico. Ya no se sentía débil. Su
barriga había crecido, lucía hermosa, llena de energías. No dejaba de pensar en
sus bebés y en Simón. Había decidido criarlas sola. De pronto su teléfono sonó.
—¿Es usted, Marina?
—Sí, dígame.
—Soy Sabrina, la hermana de Simón.
—¿Él está bien? —preguntó asustada.
—Por eso te llamo, ayer tuvo un accidente y...
—¡Dios!, dígame que está vivo.
—Sí, tranquila —Podía sentirla nerviosa al otro lado del teléfono.
—Pero me ha dicho que tuvo un accidente.
—Para llegar a mi casa cogió el camino del bosque y se le atravesó un reno y
lo chocó; se bajó del auto para verlo y el animal lo atacó sorpresivamente con
furia y le hizo varias heridas. Pero está bien, él es fuerte.
—¿Está en el hospital?
—Sí.
—Dime en cuál.
Anotó el nombre
—Salgo enseguida.
—Espera, Marina. Él no quería verte. Pero yo sé que tienes que aclarar
algunas cosas con él. Quiere irse a vivir a España.
—Yo no entiendo.
—Se va a vivir definitivamente. Y yo he esperado durante estos últimos meses
a que tú lo llames y seas la que le cuentes. Es tu derecho, pero es su derecho
saber.
—¿De qué hablas, Sabrina?
—Estás embarazada y mi hermano es el padre. ¿Pensabas que no lo sabía?
Marina enmudeció.
—¿Te encuentras bien, Marina? —Sabrina sintió un vació del otro lado de la
llamada.
—Sí, ¿cómo lo supiste?
—No importa. Mi hermano te ama. Yo nunca entendí ese amor, le advertí que
se alejara y lo hizo la primera vez, pero cuando te volvió a encontrar, hizo de
todo por estar a tu lado, pensó que algún día podrías enamorarte de él, pero se
dio cuenta que no era posible. Por eso quiere irse a España para hacer su vida.
—Por favor, es lo mejor, no quiero que cuando me vea se cree falsas
esperanzas.
—Por eso, Marina. Te entiendo y estoy segura que él lo va a entender. Si
hubiera sido años atrás, no te lo hubiera pedido, pero ahora es un hombre.
Entiendo que no lo quieres como él te quiere, pero no lo prives de saber que va a
ser padre.
—Él tiene una hija.
—Es nuestro secreto, algún día te lo contará. Pero no es su hija. Ania estaba
embarazada y el asumió esa responsabilidad. Solo voy a dejar en tus manos, esa
decisión. Espero que como madre abras tu corazón, que esa felicidad que tú
sientes por tus hijos, no se la niegues a mi hermano.
Marina seguía en shock, su hermana lo supo todo ese tiempo y nunca le dijo
nada. Ella esperaba que regresara para decírselo personalmente, mas él solo la
llamaba.
—Sabrina, no quiero quitarle ningún derecho a tu hermano. Pensé que él en
algún momento regresaría, yo creía que seguía en España.
—Es tu oportunidad de verlo. Es posible que mañana sea tarde. Chao, Marina.
—Gracias, Sabrina.
Él había cumplido su palabra, se había alejado de ella. Aunque no quería
reconocer que también lo amaba, ella había asumido su embarazo con amor, y
esperaba que él lo supiera, iba a dejarle disfrutar del amor de sus hijas, aunque
ellos no formaran una familia.
Simón estaba todo golpeado, y lleno de heridas suturadas.
—¿Médico, él está bien?
—Sí, le dimos un calmante, por eso duerme. Es que estaba todo adolorido, es
la primera vez que atiendo un caso así.
Marina lo acarició, rozó sus labios. Me has hecho falta, cariño, no sabes
cuánto te he extrañado. Todos los días esperaba que aparecieras, pero no lo
hiciste. Tú tenías razón, estaba embarazada. Tengo dos bebitas en mi barriga, tus
hijas, amor. Me he dicho a mí misma que puedo sola, pero la verdad tengo
miedo. Tengo miedo del amor, y te necesito. Ojalá me sigas amando que no
dudaría en aceptarte, derrumbaría ese muro que me separa del amor.
Cogió su mano y la puso en su vientre que no dejaba de moverse. Niñas, es su
papá, un hombre apasionado, lleno de amor y muy guapo. Vaya, parece que el
calor de su mano las tranquilizó. Lo acarició y lo volvió a besar. No te vayas a
España, cariño, susurró en su oído... te amo.
Marina estuvo un largo rato sentada a su lado, con sus manos entre las suyas,
mas Simón se encontraba profundamente dormido. Tenía tanta hambre que no
podía esperar, las bebés no dejaban de moverse, no podía estar mucho tiempo
sentada. Mañana vuelvo, amor. Espérame.
El médico vino a chequear a Simón, que ya había despertado.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, solo tuve un sueño raro.
—¿Mi hermana estuvo por aquí?
—No, fue tu esposa.
—¡Mi esposa!
—Sí, está embarazada. Debe de estar casi al dar a luz.
—¡Seguro!, debe haber algún error.
—Vaya, lo siento, pensé que lo era por la forma en que te besó y te acarició.
Estuvo casi todo el tiempo sentada a tu lado, habrá solo un rato que se fue.
—Dijo su nombre.
—No... el médico terminó de examinarlo.
—Simón, estás de alta, cuando quieras puedes irte. Si sientes algún malestar,
vienes. Ten más cuidado con los animales.
—Gracias, médico... sonrió.
Marina. Yo pensé que era un sueño. ¡Embarazada! Pasó su mano por su
cabeza, todavía se sentía adormecido, “pero ella me dijo que no podía tener
hijos”. Debe ser un error, quisiera irme y no verla, soy un cobarde, huir de mis
sentimientos no va a hacer que la olvide... rayos ese animal se dio gusto. Sus
brazos y su pecho los tenía llenos de suturas. Decidió llamar a Carl para que lo
recogiera.

—Carl, ¿has visto a Marina?
Él no dijo nada. Ya Sabrina le había contado y le costó trabajo asimilar la
noticia. Nunca se le ocurrió que en lo que fuera un plan para separar a su padre
de Marina. Terminaría haciendo sufrir a su amigo durante tantos años.
—Esa cara tuya significa que sí.
—No quiero hablar de eso.
Simón sujetó el timón de Carl, antes de que arrancara el auto.
—Nunca le dije a Marina que tú quisiste tenderle una trampa y que yo era el
señuelo. Cuando no pudiste lograr tus objetivos, decidiste interrumpir el plan.
Sabías que me gustaba, y que me enamoré de ella. Por respeto a tu padre me
alejé, y por el cambio de mi vida debido al accidente de mis padres. Pero han
pasado muchos años y he ahogado, mis sentimientos. Estoy seguro que tú eres la
razón por la que ella se aleja. Después de tantos años y tantos tropiezos, decidí
conquistarla y no lo logré. Quiero saber la verdad, habla Carl, ¿por qué la odias?
—Simón, yo no la odio, es verdad que le hice de todo para buscar problemas,
pero no funcionó, y la única verdad detrás de todo, es... que quise separar a
Marina de mi padre para protegerla a ella y a sus hijos. Mi padre era un hombre
posesivo, abusador, compulsivo, celoso. No quería que ella pasara por lo que
pasó mi madre, que sufrió mucho a su lado, sus abusos y sus celos. Ella aguantó
a su lado solo por mí y porque la tenía amenazada, reducida a una inútil; hasta
que un día me enfrenté a mi padre y ella agarró y se fue de la casa sin nada. Él
me sujetó a su lado y se quedó con mi custodia. Después de ese día juré que,
mujer que entrara a su vida, la iba alejar de él.
—¿Por casualidad la marca en forma de delfín que tiene tu madre en la
espalda, se la hizo él?
—Todavía recuerdas eso.
—Marina tiene una más grande en su muslo en forma de flores.
—Lo sabía. —Apretó sus manos en el timón, hasta que los nudillos se
pusieron blancos—. Por eso quería que se separara de él, no entiendo como
aguantó eso.
—No lo sé.
—Esa es la verdad, Simón. Si tiene esas marcas, solo ella sabe lo que sufrió,
quizás tiene miedo.
Lo miró de frente
—Ahora, amigo, ya lo sabes. Tú eres el que debe convencerla, conquistar su
amor, pero te fuiste, yo no puedo hacer nada por ti.
Calló, después de todo tenía razón, ella estaba ahí y él se había alejado.
Marina, volvió de nuevo al hospital, mas era tarde; Simón se había ido, quizás
para siempre. Se sentía pesada, la barriga había crecido mucho en el último
trimestre. Sus hijos organizaron y acondicionaron todo para la llegada de las
gemelas y por ese lado se sentía tranquila. Después de lo del accidente de Simón,
intentó llamar a Sabrina, pero no tenía valor de hablarle...

Kiara se apareció en casa de su amiga.
—Cielos, que bella está tu hija. Crece por días, sacó tus ojos y mira su boca
parece un botoncito rosado.
—Me tiene loca, lo único que hace es estar pegada al biberón.
—Es normal, hay niños comilones y a otros que tienes que disfrazarle la
comida para que se la coman. Sabes ahora que lo mencionas no he comprado ni
un solo biberón.
—Ni uno.
—Es que mi cabeza está como loca, entre el trabajo, las modificaciones que
hemos tenido que hacer y la barriga, no logro poner mis ideas en orden, y ya
estoy casi en los días de parir. El médico dice que puedo entrar en trabajo de
parto en cualquier momento.
—Si quieres, paso por la tienda y te los compro, y después te los mando con
mi gordito.
—No, pensándolo bien, me vendría bien salir. Aunque hay un frío que pela,
necesito despejar y recargar energías.
—Entonces vamos. Ahora la niña va a estar tranquila un buen rato.
—Uff, mira esto, ya ni sé que ponerme, no me cierra el abrigo y los pies los
tengo tan inflamados que ni los botines me entran, hace días que me siento
cansada.
—Eres una embarazada hermosa, lástima que Simón no te haya visto ni una
vez. No sé qué ocurrió entre ustedes, hacían una pareja perfecta.
Marina acarició su vientre.
—Vamos, Kiara, a estas alturas ya debe de haber regresado a España.
—Eres terca, amiga.
Marina tenía una cesta con varias cosas para comprar: biberones, toallas
húmedas.
—Kiara, voy a coger un par de ropas más para el invierno.
Ya tenía ropas de todas las tallas y colores, por lo menos hasta el año de las
niñas. Estaba muy entretenida escogiendo estas prendas.
—¡Kiara! Que sorpresa encontrarte y que hermosa es tu hija.
—¡Simón, estás aquí! Y ella es tu hermana, la recuerdo de su boda. También
tienes un niño. —La emoción la invadió, quizás no fuera una buena idea, pero
quizás sí el momento para que viera a Marina.
Sabrina la saludó.
—¿Por qué te asombras?
—Es que Marina fue a verte al hospital y...
—¿Fue a verme? —Sus ojos brillaron.
—Estuvo casi toda la mañana y parte de la tarde, pero tú dormías y tuvo que
irse. Al otro día regresó y te habían dado el alta, por eso supuse que ya te habías
ido para España.
—No, decidí quedarme.
Sabrina miró a Kiara con complicidad, sabía que ella era la única que podía
acercarlos.
—¿Cómo está, ella?
—Podrías preguntárselo tú.
—Hermano, no te entiendo, te pasas el día hablando de ella.
—Hoy voy a su casa. Le debo una explicación.
Kiara sin querer fue caminando mientras conversaba con ellos. Sabrina había
visto a Marina y decidió seguirle. Tenían que verse.
No puedo soportarlo, me duele mucho la espalda, me parece que estas
gemelas están locas por salir, hablaba en voz baja «tranquilas, hay que aguantar
unos días más».
—Simón vio de espalda a una mujer que casi lo choca. Se le pareció a Marina
y sintió como su corazón se disparó, pensó, “no sé cómo voy a hacer cuando
vaya a tu casa y te vea. No sé si podré controlar ese amor que me ha estado
matando”.
Kiara y Sabrina se miraban, Simón había visto a Marina y no la reconoció.
—Cómo me duele la espalda, es demasiado. Donde estará Kiara, con esto es
suficiente, ya tengo lo que vine a buscar, pensó. Se volteó en busca de su amiga.
Al ver a Simón se quedó petrificada, sin pronunciar palabras. Estaba frente a sus
ojos, elegante, con sus ojos azules que la fulminaron con una mirada intensa,
apasionada y con una sonrisa en sus labios al verla hermosa y embarazada.
Kiara y Sabrina se alejaron un poco para dejarlos solos.
Él se acercó, le sujetó la cesta y le agarró su mano sin dejarle de mirar. Sus
ojos se humedecieron, las lágrimas le saltaban sin control por su rostro.
—Cariño. —Pasó su mano por su rostro tratando de limpiarlo emocionado—.
Dime que es verdad lo que veo. Solo dímelo, amor.
Se arrodilló en medio de la tienda y se abrazó a su barriga. Quiero sentirlo.
Por favor, Marina dime que es verdad, que no es un sueño—. Simón sollozó
contra su vestido.
—Sí, amor, no es un sueño. Sucedió... sucedió desde la primera vez. Vas a ser
papá, Simón.
—Me has llamado, amor.
Marina asintió con la cabeza. La tomó por la barbilla y levantó su cara para
mirarle en lo profundo de sus ojos. Repítelo, cariño, necesito escucharlo de
nuevo.
—Amor, mi amor.
Simón rozó sus labios y los hizo presos de los suyos. Al fin logró sentir ese
beso libre y apasionado de Marina que tanto anhelaba, la abrazó y puso sus
manos sobre su barriga.
—Es enorme, cariño. ¿Ya sabes el sexo?
—Hembra, vas a ser padre de gemelas, amor.
—¡Gemelas, sí, sí, voy a tener gemelas!
Comenzó a gritar por toda la tienda.
Marina sonreía avergonzada. Kiara y Sabrina estaban emocionadas como él.
Ella había logrado ceder ante la magia del amor. Mas la emoción duro poco,
pues sintió un fuerte latigazo en la espalda que la hizo doblarse, al mismo tiempo
que por sus piernas corría un líquido caliente, quedando parada en medio de un
charco en la tienda.
—He roto la fuente, yo sabía, esos dolores me estaban avisando.
—Vamos a llamar a una ambulancia —le dijo Simón.
—No, amor. Llévame al hospital... espera, la cesta. Hay que comprar los
biberones.
Kiara y Sabrina estaban más nerviosas que Marina, que se encontraba en
proceso de parto y Simón estaba loco de alegría.
—¿Te encuentras bien, cariño?
—Sí, amor.
Marina sentía como si le dieran latigazos en la espalda, y un fuerte dolor en su
bajo vientre. Apenas llegó al hospital, la llevaron al salón. En unos minutos,
Simón y Marina escucharon el llanto de sus gemelas. Había sido un parto muy
rápido y él pudo ver con sus propios ojos el nacimiento de sus hijas.
—Me has hecho el hombre más feliz de la tierra, cariño, soy padre de dos
hermosas niñas. He sido correspondido en el amor.
Los ojos azules de Simón se oscurecieron, húmedos de felicidad.
—Mi familia, cariño.
—Simón, amor, te amo.
La cubrió de besos sin quitarles los ojos a sus preciosas pequeñas. Su sueño de
había hecho realidad.

Fin
Otras obras publicadas de la escritora:

Tierra de dones


Sayara y Sayana fueron secuestradas siendo unas niñas por Emre, sanguinario
guerrero que destruye a los humanos con su poder como bestia dominada por la
maldad y la oscuridad. Las dos jóvenes guerreras ahora tienen poderes y
habilidades especiales que las hacen diferentes a los humanos, y los utilizan para
ayudarlos y protegerlos de Emre a sus espaldas. Cuando trataban de protegerse
de una de las barbaries de Emre, huyen, e inesperadamente atraviesan el portal
hacia la Tierra de los Dones, su dimensión de origen. En ella les esperan secretos
nunca revelados e, incluso, el amor y la lealtad estarán a su disposición. Pero
Emre no permitirá que sus dos guerreras predilectas, a las que ha entrenado
forjando sus cuerpos para la destrucción, le impidan llevar a cabo sus planes de
dominar las dos dimensiones. Tratará de gobernar ambos mundos y someterlos a
la oscuridad y el sufrimiento, y para ello dirigirá la mente de las jóvenes hasta
conseguir su oscuro propósito.
Reylan y Deylan son dos jóvenes e impetuosos moradores de la Tierra de los
Dones. La llegada de las jóvenes guerreras les hará mantenerse en estado de
alerta, pues su instinto les avisa de que las guerreras traen consigo dolor y
destrucción que hará inevitable un enfrentamiento entre las dos dimensiones.
Secretos, pasión, dolor y belleza van unidos en todo momento en esta
apasionante historia en la que la fantasía despliega sus alas como lo hace una
bella mariposa al alzar el vuelo.





Noche de procreación


Solo una oportunidad cada diez años y, por fin, ha llegado ese momento. Las
jóvenes sirenas deben aprovechar la ocasión que se brinda una vez cada década
para poder reproducirse. Cambiarán sus hermosas colas por largas piernas y
obtendrán el aspecto humano necesario para aparearse con los hombres y así
concebir a la nueva generación que perpetúe la especie. Pero no va a ser tan
sencillo. Las sirenas no solo tienen que pasar desapercibidas para protegerse y
seguir siendo una leyenda entre los humanos; también en su entorno hay
numerosos y constantes peligros que las acecharán para evitar que logren su
objetivo: los tiburones, la hostilidad de las condiciones en tierra firme y la
envidia de las sirenas mayores, que no consiguieron su objetivo en la ocasión
anterior, harán que estas intrépidas ninfas marinas estén dispuestas a arriesgar
sus vidas si hiciera falta para lograrlo. Pero la pasión y los sentimientos
inesperados pueden poner en peligro muchas vidas y hacer fracasar toda la
misión.



Sobre Lena M. Waese:

Escritora cubana radicada en Alemania desde el 2013. Tiene inéditos un grupo
de volúmenes dentro de los que destacan novelas y cuentos para el público
infantil y juvenil. En Amazon ha publicado algunos libros como Tierra de dones
y Noche de procreación, novelas de corte fantástico, donde la autora desborda su
aguzada imaginación y nos muestra mundos imaginarios poblados de personajes
mitológicos que nos llevan de su mano hacia aventuras sorprendentes.

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