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Segundo Informe de Filosofía Medieval

El presente ensayo tiene como objetivo principal comparar los puntos en común de dos
filósofos correspondientes a la época medieval: Escoto Eriúgena y San Anselmo de
Canterbury, respectivamente.

Ambos filósofos buscan una explicación de la existencia de Dios, ¿qué se puede decir de
él?, ¿Cómo podemos llegar a su entero conocimiento? Estas son las preguntas que guían
el hilo de los argumentos presentados a continuación.

Para Eriúgena la causa se encuentra a través de la especialización, estas son posiblemente


cuatro: “la primera corresponde a una naturaleza que crea y no es creada, la segunda a
una que es creada y crea, la tercera a una que es creada y no crea y, por último, la cuarta
que ve a la naturaleza que ni crea y ni es creada. Por consiguiente se tiene que la primera
se opone a la tercera, y la segunda hace lo mismo con la cuarta. Aunque la cuarta división
termina por pasar al mundo de los imposibles, ya que al no ser creada y no crear se está
afirmando su esencia de no poder ser.”(Fernández, 1979).

Si se tiene en cuenta, la primer división que hace el autor (la naturaleza crea y no es
creada) es un claro ejemplo de neoplatonismo, y dicho sea de paso es la división que
explica primero en su texto, y lo hace de la siguiente manera: “por crear Él solo todas las
cosas, es conocido como [...] sin principio, ya que Él es la causa principal de todas las
cosas que han sido hechas de Él y por Él, y, por lo mismo, es también el fin de cuanto
procede de Él. [...] Él es, pues, el principio, el medio y el fin.” (Fernández, 1979). Deja
claro hasta aquí, que la causa divina es la única y suprema causa de todas las cosas.

En el aspecto de la teología, se recuerdan las dos posturas que están en pleno auge: la
llamada teología afirmativa y la negativa. La negativa es la que niega que la divina esencia
o sustancia sea alguna de las cosas que son, es decir, que se pueden expresar o entender,
y la afirmativa es la que predica de ella cuantas cosas existen, y por eso se llama
afirmativa, pues pueden predicar (las cosas que se pueden expresar o entender) de ella
todas las cosas que de ella proceden.

Con esto entramos al problema sobre cómo nombrar a Dios, pues se dice que es esencia
pero no es propiamente esto, ya que la esencia supone el ser y éste se opone al no ser.
Esto es un error pues nada hay fuera de Dios, por lo tanto se puede decir que es
superesencial. Éste es el problema fundamental, que está relacionado con la cuestión de

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las dos teologías. Lo que hace Escoto es tratar de explicar lo que se supone, es la respuesta
que se piensa la correcta; en este caso, al decir que no es esencia sino superesencia. Escoto
lo explica de la siguiente manera: “en la respuesta correcta, que es: superesencia,
interiormente, en su contenido podemos decir que esta respuesta pertenece a la teología
negativa puesto que nos está diciendo que no es esencia sino que es algo que está más allá
de la esencia pero también podemos decir que pertenece a la teología afirmativa porque
afirma, de manera externa, algo que es “es superesencia”.”(Fernández, 1979).

Luego agrega:

“La función de la razón es clara, y se empeña por enseñarnos que “no se puede decir nada
de Dios con propiedad, ya que supera todo entendimiento y todas las expresiones
sensibles e inteligibles Aquel que es mejor conocido no conociéndole y cuya ignorancia
es la verdadera sabiduría, que con más verdad y exactitud es negado en todo que
afirmado” (Fernández, 1979).

En ese sentido, no se debe decir más de las esencias de lo que esta revelado en las
Sagradas Escrituras, puesto que estas solo se predican metafóricamente. Y por último el
ser está ligado al hacer, ya que nada de lo que existe verdaderamente, existe por sí mismo,
sino que está ligado a la participación con El.

De la misma manera San Anselmo comenta: “…que es el bien supremo que no necesita
de ningún otro principio, y del cual, por el contrario, todos los otros seres tienen necesidad
para existir y ser buenos”

Entonces, no se puede manifestar que Dios no existe, para entender esto, debemos
remitirnos a la idea del “ser más grande que podamos pensar”, pero para eso vamos a
remitirnos a pensar en un ser, que por ser común, nos es evidente que existe, no porque
lo pensemos, sino que porque existe lo hemos podido pensar. En efecto podemos pensar
en seres existentes, por lo que a partir de ahora si queremos pensar en un ser más grande,
que el sencillo objeto existente, no podemos pensar en un ser que, por lo menos, exista.
Así es como pensando en seres existentes cada vez más grandes, perfectos, nos vamos
trasladando a realidades menos concretas, más lejanas pero evidentes en cuanto a su
existir. Vamos avanzando en este camino cuando racionalmente vamos descubriendo
nuevos objetos tan existentes como los de antes, pero que ya no podemos medir como lo
hicimos con los pequeños, nos damos cuenta que estamos entrando a un plano metafísico,
tan real como el primero, pero cada vez menos experimentable. Y avanzando un poco

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más descubrimos aquella verdad, a aquel ser, más existente que las grandezas que vemos
en la realidad, más existente que nosotros mismos.

Sin embargo, San Anselmo continúa preguntándose: “Si te conozco Dios, ¿Cómo es que
no te he experimentado?, ¿Cómo es que no doy testimonio sensible de ti?”, Al respecto
éste hace alusión a la oscuridad humana que no logra comprender la inmensidad de Dios.
Dios es una luz casi inaccesible para el entendimiento humano, del cual se puede saber
muchas cosas pero no su verdad intrínseca.

En todo esto me parece importante que tomemos conciencia de que Anselmo no dice que
porque lo piensa le ha dado la existencia, sino por el contrario, que lo piensa porque existe.
Pensar para Anselmo no es azar, sino una facultad otorgada con un sentido, útil para
descubrir, entender la realidad, conocer a Dios.

Ahora bien, para terminar ambos filósofos coinciden en la estrecha identidad entre
filosofía y religión, la razón es quien interpreta lo que nos revelan los textos sagrados, y
nada más; por otra parte ambos son la consecuencia inmediata de aquella fuente que parte
de las reflexiones hechas por San Agustín y San Dionisio Areopagita.

Rengifo Álvarez, Jorge S.

Bibliografía Principal

Fernández, Clemente (1979). “Los filósofos medievales II”; Madrid: BAC.

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